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UNA HISTORIA DE AMOR. Y si tú no has de volver...

    "Y si tú no has de volver" 1ª PARTE "Una para el otro y otra para el uno". Esa frase la repite una y otra vez mi ...

¡Lulú! Oui c’est moi. 8º Capítulo




Finalmente emprendimos viaje. A pesar de que todavía era muy niña y me faltaba madurez, despedirme del lugar donde había nacido me dio tristeza. No solo por lo que viví desde mi infancia sino por todo lo que viví mientras estuve allí. Hasta el momento de mi despedida había sido muy feliz. Pero la agenda de mi vida no terminaba allí.

Llegar a Madrid capital como descubrir un nuevo mundo. Nunca soñé con ver tanta gente junta caminando por las calles, miles de coches, edificios y tiendas. El ruido de la ciudad fue otro impacto. En mi villa lo más fuerte que se escuchaba era el llanto de algún niño. Y cuando llegamos al aeropuerto quedé maravillada con el tamaño. Una hermosa pared inmensa de cristales, el ruido de motores rugientes y otra cantidad de gente activa caminando con maletas, el amarillo de la estructura enorme de la terminal. Ahora me enfrentaba a un nuevo mundo que no tenía ni idea de cómo sería. El idioma era distinto y seguro que la comida y las costumbres. Una nueva aventura real, aunque teníamos la garantía de que contábamos con la guía y protección de mi tío Sergio.

El recuerdo más presente de él que mantengo bien claro es que cuando venía a la villa, nos reunía a todos, inclusive la mayoría de los vecinos (que no eran muchos). Apenas recordaba cómo lucía físicamente, pero si me acordaba que era muy afectuoso con todo el que conocía, y más con mis padres y mis hermanos, pero en especial conmigo. En fotos que casi ni presté atención (como reacción negativa infantil ante su decisión de haberse ido lejos) había sido el único conocimiento extra que pude tener desde su partida.

Esa aventura continuaba con las sorpresas de muchas primeras veces en muchas cosas desconocidas, así como también era la primera vez que subía a un avión. Mis padres se sentaron dos filas más adelante, luego mis dos hermanos en la fila delante de mí y yo en otra solita. Era la última fila del avión. Cinco minutos más tarde, una muchacha muy bonita, delgada, joven, vestida muy linda con una falda verde oscura, corta, blusa de seda blanca abierta dejando ver un poco el nacimiento de sus tetas, cabello lacio bien oscuro como sus ojos, labios de muñeca bien rellenos, y traía una mochila, una cartera y un abrigo en la mano me pidió sonriente… – ¿Esta es la fila 36?

– Sí… creo que sí – dije sonrojada sin la menor idea de cuál era porque mis padres simplemente me habían indicado donde sentarme.

Puso algo en el compartimiento de arriba y se sentó.

– Me llamo Cloe. ¿Y tú? Me dijo en español con un marcado acento francés.

– Lucinda, pero me llaman Lulú, dije tímidamente.

– ¿Viajas a París o sigues camino después?

– Sigo a Lyon

– ¿Solita?

– No. Adelante están mis hermanos y mis padres.

– Oh… Ya veo. La familia completa. ¡Qué bien! Es tu primera vez en un avión. ¿Verdad?

– Sí.

– ¿Estas nerviosa? Le conteste tímidamente… – Un poco.

– Bueno, no te preocupes. Yo ya estoy acostumbrada y puedo enseñarte a como alejarte del miedo. A mí la primera vez me pasó lo mismo y el que viajaba al lado mío me enseñó a no pensar en ello.

– Bueno… – dije con duda de que fuera tan sencillo como me lo decía!

Y aunque estaba temerosa quería disfrutar todo lo nuevo que comenzaba a despertar mi curiosidad. El tiempo pasó rápido. Ya todos los pasajeros habían subido y llegó el momento de despegar. Cloe se dio cuenta que mi nerviosismo iba en aumento y poniendo su mano sobre la mía me dijo mirándome a los ojos…

– Tranquila. Vas a sentir una sensación muy relajante como que flotas en el aire. Cierra los ojos y disfrútalo. Yo estoy aquí contigo. Las dos vamos a flotar juntas en el cielo. ¿Sí?

– Sí – dije sonriéndole nerviosa.

Pero contrario a lo que había presagiado, me gustó la sensación de subida del avión. Hice lo que me dijo y lo disfruté. Me aferré a su mano y cerrando los ojos me la colocó sobre su pierna. Así pasamos casi quince minutos. Luego nos acomodamos y sin darme cuenta me vi envuelta en una conversación en la que ella me hacía sentir como que fuéramos conocidas de hace mucho tiempo.

Cloe era bien extrovertida. Hablaba con mucha facilidad de muchas cosas que me sorprendían acerca del nuevo mundo por descubrir, de cómo había cada vez más gente extrovertida y con más amplitud en cuanto a las relaciones humanas. Para mí eran temas que nunca habían escuchado, cosas que no me imaginaba que podrían existir porque de donde yo venía, no había nada de eso. Nunca nadie me había hablado de esa manera. Eran palabras directas, reales que explicaba el comportamiento humano. A veces yo le preguntaba las cosas más de una vez por no entender ese lenguaje y ella parecía darse cuenta y me lo repetía de una forma más sencilla. Me entretenía escucharla, me fascinaba.

Me hizo pensar y soñar en lo que me quedaba todavía por descubrir, a pesar de que hacía poco días creía haber descubierto el más grande significado de la vida a través de mis primeras incursiones en la sexualidad. Pero había algo intuitivo… algo que me decía que había más… mucho más cosas por vivir.

Luego durante la merienda me contó que había nacido en el norte pero se habían mudado a París con tan solo dos años. Su padre era arqueólogo y su mamá profesora de historia. Me confesó en voz baja que había tenido un novio hasta que descubrió que no era lo que ella quería y un montón de cosas más. Y llegó la pregunta que no me esperaba de que si yo había estado con algún chico. No pude responderle con total realidad. Aunque no había nadie sentado en la fila del medio de nuestro lado, mis hermanos estaban en la próxima fila y podían escuchar, por lo que tuve que bajar un poco la voz y eso le causó curiosidad a Cloe…  – Ven acércate y cuéntame me dijo en voz baja. – ¿Tuviste o no?

Me sentí confiada. En realidad estaba necesitando hablarlo con alguien más apropiado a mi edad desde que había empezado todo. Con Rosa era distinto porque ella solo había tenido el interés de entregarme a su marido y luego poseerme sexualmente para ella misma. Por lo tanto no había amistad. Cloe sin embargo, me había contado cosas muy personales de su vida y yo con mi todavía inocencia a flor de piel, pensé en hablarlo con alguien.

– Bueno… novio no, pero algo así.

– ¿Cómo fue “algo así”? ¿Quién era, un chico, un vecino?

Nos turnábamos para hablarnos al oído.

– No fue un chico. Fue un vecino.

– ¿No fue un amiguito?

– No. El papá de mi amigo.

– Oh! ¿Un señor mayor…?

– Si.

– ¿Casado?

– Sí, bueno no en verdad, pero eran una pareja formal.

– ¿Y cómo hicieron en un lugar tan pequeño como la villa para esconderse de todos, y de la esposa…?

– Ella lo sabía

– ¿Y cómo lo supo? No entiendo.

Sentía su aliento en mi oído cuando de pronto el avión dio un pequeño sacudión. Me asusté un poco y mi mano le aferró la pierna otra vez. Puso su mano sobre la mía y me ayudaba a que me relajara acariciando su pierna suavemente.

– Es que ella también estuvo con los dos después de la primera vez.

– ¿O sea que sabía que su esposo te había follado?

– Sí.

– ¿Y esa fue tu primera vez?

– ¡Aha…!

– ¿Lo disfrutaste?

– Sí

– ¿Y a ella?

– También

– ¡…uuuy… que interesante! ¡Niña has vivido más que yo entonces!

– Ji, ji, ji. No creo.

– Pero… ¿follaste con ellos más de una vez? ¿Tuvisteis sexo los tres juntos?

– Sí.

– ¿Y con ella que hiciste?

Noté que tenía más interés de saber eso que de lo que había sucedido con Arturo. Me pedía detalles de cómo había sido y por algo que me iba naciendo como retribución a ayudarme a enfrentarme al temor de volar, me animé. Mientras avanzaba con la historia, ella guiaba mi mano en una constante caricia que ya llegaba hasta la entrepierna.

Y como los asientos eran un poco incómodos, decidimos acomodarnos mejor. A ninguna de las dos parecía molestarnos tanta aproximación. Como dos niñas haciendo una fechoría, nos tapamos con las mantas que nos había entregado la camarera de a bordo. Nos miramos y me reí tapándome la boca.

Su mano cogía a la mía lentamente sin dejar de mirarme a los ojos y al no sentir resistencia de mi parte, la guio hasta situarla totalmente entre sus piernas. Se mordió un labio y entrecerró los ojos. Sentí la tela mojada de su interior. Le sonreí nerviosa y se me acercó para hablarme bajito… – ¿Alguna vez ella te besó en los labios?

Y me saltó de inmediato la imagen de Rosa cuando me besó por primera vez. Bajé los ojos afirmando con un gesto. Y me dijo con voz suave moviéndose lentamente.

– ¿Es bonito, no crees? Me dijo tan cerca que ya sentía su aliento pegado a mis labios.

Volví a afirmar de igual forma.

– ¿Tienes ganas? Me dijo rozándolos…

Miré alrededor. Estaba bastante oscuro. La miré a los ojos y volví a afirmar con la cabeza. Fue suficiente. Sentí esos labios ardiendo en los míos. Los frotábamos de lado a lado, sin abrir la boca. Solo pasaba la lengua para mojarlos. Puso su mano en mi pierna y levantándome la falda llegó hasta mis braguitas. Una corriente me recorrió el cuerpo hasta concentrarse en el clítoris. Ya me sentía caliente y abrí un poco más las piernas para facilitar su caricia. La mano se mojó cuando la pasó por encima. Cerré los ojos y abrí la boca. Su lengua sintió la libertad que mis labios le daban y me invadió. Juntamos las lenguas. Sus dedos recorrieron el borde de mi ropa interior hasta hacerla a un lado y dos dedos me acariciaron los labios ensopados de la vulva. Subieron hasta apoderarse del clítoris y fui vencida en esa batalla entregándome completamente al delirio que me hacía sentir otra vez el maravilloso momento del sexo.

Quitó mi mano de su pierna por un momento y cuando la puse otra vez entre sus piernas toqué los labios de su vulva. Tenía la falda levantada y mi mano tocó su coñito mojado. Estaba desnuda por completo de la cintura para abajo. Me agarró dos dedos y se los metió dentro. Sentí que resbalaban y se perdían entre los labios de la vulva.

– ¡Lulú, me encanta sentir tus dedos dentro de mí!  Dijo empujando los suyos dentro de mí.

Nos pusimos frente a frente y entrelazamos las piernas. Ella restregaba mi rodilla contra su vulva y se revolvía en silencio para que nadie se diera cuenta de lo que hacíamos. Siguiendo su ejemplo hice lo mismo con su pierna. No era nada cómodo. Estábamos descargando una calentura descomunal y sorpresiva. Era algo que por lo menos a mí, me había llegado inesperadamente, sin haberlo pensado antes de sentir la piel de su pierna en mi mano. Y buscamos algo más sustancioso. Ella de espaldas al pasillo y yo de espaldas a la ventanilla del avión, juntamos las vulvas de nuestros coños en el mismo sitio donde los dos asientos se unían. Nos apretamos tanto que sentí los labios de su vulva contra la mía.

Apreté mi clítoris contra el suyo y empezamos a mover las caderas en círculos lentos, desapercibidos para los demás. Tenía ganas de besarla otra vez pero estábamos muy separadas. Si no fuera porque mi familia iba delante de mí, si hubiera estado sola con ella, me le habría subido encima para sentirla mejor. No podía creer lo que estaba sintiendo. Si bien Rosa me había hecho algo parecido, nunca pensé que volvería a pasarme.

No habían pasado ni diez minutos cuando Cloe se apretó más fuerte y empezó a convulsionar con su chocho pegado al mío. Estaba teniendo un orgasmo y me estaba provocando uno a mí. Ya no había regreso. Quería ofrecerle el mío y se lo hice saber con mis movimientos más violentos. Después de varios empujones durante mi orgasmo, relajé mi cuerpo y esperé a que ella volviera a abrir los ojos. Nos sonreímos sin dejar de mirarnos. Estábamos en éxtasis. Nos fuimos separando poco a poco sintiéndome ensopada cuando sentí el frío del aire acondicionado pasando por entre las piernas. Enderezándonos, volvimos a una posición más cómoda y me senté al lado de ella. Me sorprendió tomándome la cara con sus manos para entrelazar las lenguas en un beso espeso, lleno de sensualidad y sin importarnos ser descubiertas por algún mirón. Fue un beso húmedo que por ella supe que también le llamaban, beso francés.

Por suerte casi todo el avión dormía ya plácidamente. Y cuando nos calmamos, también las dos caímos en el sopor de un sueño que me permitió dormir por lo menos media hora. Me despertó la mano de Cloe acariciándome. Y acercándose a mí oído me dijo… “¡Lulú! Oui c’est moi”, me quedé mirándole sin entender… es una frase de un anuncio para perfume que significa “¡Lulú! Sí soy yo”, mi nombre también tiene un perfume francés, me dijo. Había muchas cosas que nos unía. Luego me dijo que estábamos a punto de aterrizar en París. Ni bien terminó de decirlo me metió la lengua en la oreja. Miré adelante, mis hermanos todavía dormían y volteando la cara me animé a besarla en los labios intercambiando saliva con las lenguas. Me metió la mano por la blusa y me acarició las tetas.

– Me gustas Lulú. Me encantó hacerte el amor…

Sus caricias me encantaban

– No quiero perder contacto contigo. Quiero poder pasar todo un día juntas, me dijo dándome otro beso. – ¿y a ti?

– Sihh… le contesté casi gimiendo. Aquello era amor a la francesa o algo parecido.

– Sería bonito que algún día pudieras venir a mi apartamento en París. Te voy a dejar mi número por si vas a la capital. Eres deliciosa inocente niña. Me encantas…

Todavía la oscuridad nos ayudaba. Fui al baño. Me lavé un poco, me sequé y regresé a mi asiento y Cloe se abalanzó a mi oído para decirme lo que había disfrutado. Ese fue nuestro tema por un buen rato hasta que aterrizamos. Cloe escribió en un papel su número de teléfono y la dirección. Cuando el avión aparcó en la terminal, mi papi y mi madre se levantaron y vinieron hacia mi asiento de camino al baño.

– ¡Hola! – le dije sonriendo. – Os presento a Cloe.

Los cuatro nos pusimos a charlar y les comenté que habíamos conversado mucho en el trayecto y planeábamos hablarnos por teléfono para mantenernos comunicadas. Cuando aterrizamos fuimos todos juntos hasta salir y en la calle nos despedimos. Cuando ella me dio un beso en la mejilla me dijo en susurro…

– Me dejaste enamorada de tu sexualidad. No dejes de llamarme por favor.

– ¡Claro que te voy a llamar!

En eso llegaba mi tío Sergio y todo se convirtió en un festejo. Nos abrazó a todos alegremente. Cuando me vio, me abrazó y me separó de golpe para decirme que ya me había convertido en una mujercita hermosa. Y volvió a dedicarme un abrazo más prolongado. Me gustaba haberlo reencontrado. Es el más guapo de toda la familia.





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