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UNA HISTORIA DE AMOR. Y si tú no has de volver...

    "Y si tú no has de volver" 1ª PARTE "Una para el otro y otra para el uno". Esa frase la repite una y otra vez mi ...

Turismo sexual con Mamá

La atracción entre un hijo y su madre se concibe desde el útero materno, y nunca deja de existir a lo largo de las diferentes etapas de la vida. 




Lo cierto es que la imagen de mamá a través de la mampara translúcida de la ducha no permite ver mucho que digamos, sino que me hace emplear bastante la imaginación, pero siempre que ella permanece ahí, al otro lado de ese cristal blanco, puedo descubrir e intuir su cuerpo desnudo, sus enormes tetas, sus armoniosas caderas, su cintura… es verdad que pueden ser formas borrosas de un cuerpo más bien indefinido, pero que a mí me resulta todavía aún más morboso. Me encanta observarla, ver cómo se mueve tras ese cristal mientras se la oye canturrear y el agua cae sobre su cuerpo, momento que aprovecho para masturbarme imaginándome dentro del cubículo con ella, abrazándola, sintiendo como las gotas de agua caerían sobre nuestros cuerpos desnudos abrazados, imaginarla así despelotada y sin mampara, es una delicia, casi puedo palparla, ver sus curvas sin nada de ropa, disfrutar de su cuerpo entero para mí, sentir que está cachonda, tanto como yo.

El grifo se apaga de repente y salgo pitando del baño, intentando meter mi polla lo antes posible dentro del pijama a duras penas. Me siento en el sofá y disimulo leyendo una revista como si nada hubiera pasado. Me tapo con el cojín la entrepierna. Mamá sale de la ducha envuelta en su pequeño albornoz, que apenas enseña nada, es cierto, pero que a mí me parece estar viendo a una obra escultural… Su pelo moreno mojado, el escote que deja entrever el inicio de sus tetas y sus piernas morenas asomando por abajo son imágenes que me trastornan, que despiertan mi instinto más animal….

– ¿Estás seguro de poder quedarte solo unos días, cariño? Me pregunta con su cabeza ladeada y cepillando su cabello todo lo largo que es. Esa pose me parece la más erótica del mundo.

– ¡Que nooo, mamá, que estoy bien, que ya soy mayorcito…! Respondo yo con la cantinela de siempre

Mamá se gira y sigue cepillando su pelo mojado de camino a su habitación, al tiempo que mi mente calenturienta no deja de imaginar en despojarla de su albornoz y acariciar todo su cuerpo desnudo y poder admirarla así, reflejada en el espejo de su armario, soñando con sus enormes pechos, sus fuertes y rotundos muslos. Con tan solo imaginar esto tengo otra erección monumental. Me acaricio sobre el pantalón del pijama. Nunca la he visto desnuda, pero casi no me hace falta, mi imaginación ha hecho el resto para tenerla grabada a fuego en mi mente como si fuera en pelotas por la casa cada día. Mi madre, como supongo pueden decir todos los hijos, es la persona más importante de mi vida y alguien a quien amas y que te ama por encima de todas las cosas, esto está claro, sin embargo de un tiempo a esta parte, por no decir los últimos años, mi madre ha pasado a formar parte de algo mucho más especial para mí, algo más que un amor y que rebasa con creces esa frontera materno-filial, la línea roja del incesto impúdico. Todo lo que veo en ella, además de esa parte, es la de una mujer preciosa que me atrae sexualmente por los cuatro costados, ha pasado a mi imaginario erótico sexual.

A sus 40 tacos, mamá está especialmente buena y puede que esto no sea objetivo viniendo de mi parte, claro, pero puedo jurar que se conserva a las mil maravillas. Guarda una figura excepcional, con un cuerpo estilizado y armonioso. No es excesivamente delgada, porque creo que una mujer debe tener carne y curvas…, muchas curvas. Así es mi madre, poseedora de armoniosas redondeces y en su justa medida, como tiene que ser… y ¡ojo! no sólo lo pienso yo, ya que despierta atracción por donde quiera que vaya, es ese tipo de mujer al que todo macho desea follar, la hembra que atrae por su sensualidad más que por la perfección de sus formas. Su pelo castaño largo, sus ojos color miel, su boca de labios gruesos, su pecho de talla 100C, una cintura que sin ser aquella de cuando yo nací, sigue manteniendo esa proporción perfecta con respecto a su pecho y caderas. 

También es verdad que siempre se ha esmerado en su cuidado personal y además su trabajo como comercial de calle, le permiten estar continuamente de arriba a abajo y recorrer unos cuantos kilómetros al día, por no hablar de su trabajo en casa, que siempre dedica más de lo que debiera. Mis primeras sensaciones de atracción o de ver a mi madre como una mujer deseable debió ser en la pre adolescencia, etapa en la que uno no sabe dónde está pensando y en la que crees que todo es fruto de una mente calenturienta y un exceso de testosterona, que todo se tranquilizará más adelante con el pasar de los años, que son cosas propias de la edad y que en algún momento de sensatez volvería a verla dentro de que lo considerado “normal”, pero siempre ha sido algo que yo no he podido controlar y eso que intento continuamente quitármelo de la cabeza por todos los medios. 
Ahora, que ya tengo 19 y ella 40, no solo no se ha borrado en absoluto esa idea de mi mente sino que se ha multiplicado a pesar de esas negativas internas, porque se presta a ir ligera de ropa dentro de casa y completamente desinhibida con puertas abiertas en momentos íntimos. Oigo a mi madre como trastea en su cuarto preparando las maletas, se le nota nerviosa, porque no hace más que canturrear y eso es algo que solo hace cuando está especialmente contenta. No es para menos, después de tantos años, mi padre ha reservado un vuelo y hotel en un lugar paradisíaco en una bonita isla para vivirla ellos dos solos, como una segunda luna de miel, más que merecida, por cierto… 
– Víctor, no encuentro el secador de viaje, ¿lo has visto? Me pregunta asomando la cabeza tras la puerta.

– No mamá. Respondo como un autómata. 
Ver su cabeza al otro lado de la puerta me hace pensar que o bien está en ropa interior o incluso desnuda y eso vuelve a formar un bulto bajo el pantalón de mi pantalón que me pone a mil. Acaricio mi miembro que está duro y deseoso de otro buen meneo en honor a mamá.
– ¿Ha llegado tu padre ya? 
Vuelve a preguntarme nerviosa con su cabeza asomada sin dejarme ver nada más de esplendoroso cuerpo. 
– ¡Aún noooo! Contesto de nuevo de forma cansina. 
Estoy distraído jugando a la consola con “Call of Duty”, cuando oigo unos ruidos extraños procedentes del cuarto de mamá. Pongo el volumen a cero y afino el oído. Sí, no hay duda, son gemidos, pero… ¡Mamá está sola!…y… ¡Está masturbándose! Pego mi oreja a la puerta sabiéndome seguro pues ella debe estar despatarrada sobre la cama y también imagino que en pelota picada. ¡Dios!, es que esta mujer me tiene loco. Sus gemidos son suaves en un principio, supongo que ella quiere que no se la oiga, pero debe estar tan centrada haciéndose el dedito que no puede disimular los jadeos, las respiraciones entrecortadas y algún suspiro más fuerte de lo normal que llega a gemido, uno me ha alertado. No hay duda…. Se está haciendo una paja de las buenas. 
Mi polla está fuera y mi mano se aferra a ella frenéticamente acompasando sus gemidos y poniéndolos como si fuera yo el que está sobre ella en la cama follándola a cada respiración, sintiendo cómo me adentro en su coño y me siento dichoso, feliz…
De pronto suena el teléfono, que a ambos nos corta el rollo a cada lado de la puerta. Ella ha dejado de gemir. Me apresuro a meter de nuevo mi verga a duras penas dentro del deportivo antes que ella aparezca en el salón a atender la llamada. Lo hago yo… Es mi padre, al que noto serio, bastante serio. Algo gordo pasa… 
– Pásame con tu madre, Víctor, dice seco. 
Doy dos toques de nudillos en la puerta de la habitación de mamá y le grito desde el otro lado… 
– ¡Es papá al teléfono! 
Al decirlo no puedo evitar sentir un cosquilleo allá abajo pensando en esa paja simultánea que nos acabamos de hacer mamá y yo. Ella abre la puerta compuesta en bragas y sujetador a cogerme el teléfono, la podía haber dejado entre abierta y sacar solo la mano pero no, se me ha presentado en ropa interior al completo. Es ropa casi transparente que me permite ver parte a través de su sujetador la aureola de su pezón ¡Buff! A partir de ese momento, la cosa cambia y la oigo discutir con papá. No entiendo lo que dice mi padre al otro lado, pero por las palabras de ella son claras, parece que se ha complicado algo en su trabajo. En ese momento mi madre abre la puerta de su cuarto, ataviada con su pequeño albornoz, aun con el inalámbrico en su mano y llorando desconsolada. Me abrazo a ella inmediatamente. 
– ¿Qué ocurre mamá? 
– Tu padre es un desaprensivo, pues no me  que dice que le ha surgido un problema tremendo en el trabajo,  dice entre hipidos, sin dejar de llorar y fuertemente abrazada a mí. 
Sentir su cuerpo pegado al mío es un cúmulo de sensaciones, por un lado la ayuda que le presto como hijo, pero hay otra que no me deja ver con racionalidad, sintiendo el cuerpo de una mujer excepcional, a la que adoro, abrazada a mí. 
– Pero ¿por qué lloras? ¿Tan complicado es, mamá? 
Le pregunto sosteniendo su cara e intentando borrar sus lágrimas con mis pulgares.
– Víctor, tu padre me ha dicho que tenemos que suspender el viaje. 
– ¿Cómo? ¿El viaje? No puede ser, pero sí es mañana…, digo intentando entender todo el lío. 
– Me ha dicho que tiene que quedarse, que es imposible, que lo siente, que… 
Mi madre no puede continuar, se abraza más fuerte y apoya su cabeza sobre mi hombro, mientras yo no dejo de acariciar su cabello bajo la melena. Qué bien me siento teniéndola así abrazada. Por un momento no pienso que es mi madre, sino que es mi novia. No sé cuánto tiempo permanecemos así abrazados, pero después de un buen rato nos hemos sentado en el sofá esperando que mi padre regrese y nos confirme que realmente la cosa se le ha complicado tanto y tienen que suspender su viaje. Cuando este aparece por la puerta, mamá levanta la vista intentando ver en su cara que todo está solucionado y que al final pueden irse. Mi padre se sienta al otro lado sosteniendo la mano de ella con resignación… 
– Ceci, lo siento de veras. Dice él abrazándola. 
Ella le separa y le mira a los ojos esperando alguna solución… 
– Verás, lo siento muchísimo, cariño, pero tengo que quedarme, ha habido una movida en el trabajo y tengo que acabarla esta semana. Es imposible que me pueda ausentar. Añade él. – Pero cariño, no podemos aplazarlo, ya no nos devuelven el dinero. Es mañana, dice ella intentando convencerle, conteniendo las lágrimas y la rabia. – Lo sé y prometo que la próxima vez, te compensaré. 
Mi madre se echa a llorar otra vez y mi padre la consuela como yo hice momentos antes, acariciando su cabello. Yo al mismo tiempo miro a papá y él me mira con gesto compungido, sé que el trabajo es importante para él y realmente está dolido por no poder complacer a mamá. En cierto modo no le culpo, entiendo que debe ser algo muy importante, pero por otro siento que está haciendo daño a mamá y eso me irrita. 
– Verás, creo que podemos hacer algo, dice mi padre de pronto. 
Ella se separa de él mirándole fijamente esperando cual pueda ser esa solución. 
– ¿El qué? Pregunta impaciente ella. 
– Pues que puedes ir con Víctor…aprovecháis el viaje para estar más tiempo juntos…Pronto se no querrá ir de casa. 
En ese momento se produce un silencio bastante largo. Los tres nos miramos, de unos ojos a otros esperando que alguien diga algo después de ese bombazo. Por mi parte, ni siquiera acabo de asimilar que pueda viajar con mi madre en exclusiva a un viaje a un lugar paradisíaco, por otro la confianza que deposita mi padre en mí, sabiendo que voy a atender a mi madre como se merece y aunque no sea lo mismo, pondré todo de mi parte, para que pudieran ser unas vacaciones maravillosas. En tercer lugar está mi madre que todavía no sé si acepta esa solución alternativa o realmente va a mandar a papá directamente a la mierda.

– Ya sé que te lo debo, cariño, responde mi padre rompiendo el silencio. – Y te prometo que iremos a ese viaje en otro momento, pero ahora, antes que perder el dinero de los pasajes, lo mejor es que os vayáis vosotros al viaje. ¿A ti no te importa acompañar a tu madre, Víctor? Me pregunta. 
Mamá se gira esperando mi respuesta y yo estoy tan confundido como contento con un batiburrillo de ideas en m cabeza, porque es que no acabo ni de creérmelo. 
Por supuesto que no, será un placer acompañarla.
Respondo sonriente, aunque luego me doy cuenta si he sido demasiado efusivo en mi contestación, pues es que todavía me tiemblan las piernas de pensar que voy a un viaje de una semana a solas con mamá. Ella se abraza a mí, y aun puedo ver las lágrimas en sus ojos, no dice nada, pero no hace falta, sé que aprueba que yo haga de sustituto de mi padre y entiende que no es lo mismo, que no va a ser una luna de miel, pero al fin y al cabo, hay que aprovechar esos billetes de avión y ese hotel que ya no se puede cancelar. 
– Verás que bien lo pasamos, mamá… casi no echarás de menos a papá, le digo al fin animándola y ella me muestra su maravillosa sonrisa. 
La cena transcurre en silencio y supongo que cada uno en sus pensamientos. Mi padre maldiciéndose por dentro del pedazo de viaje que se va a perder y del mosqueo que tiene su esposa por tal motivo, ella por otro lado pensando en todo lo que tenía pensado, pero mirándolo por el lado bueno, tiene con quién estar y qué mejor que conmigo su hijo ¿no? y yo ¿Qué voy a decir? pues que estoy encantado de la vida, acompañar a mi madre en ese viaje es lo mejor que pudiera soñar. Ella se levanta de su silla y se pone detrás de mí. Me abraza con su ternura habitual, pero yo solo percibo sus pechos pegados a mi cuello y esa blandura tan exquisita de sus tetas mullidas haciéndome notar sus duros pezones clavados a mi espalda.







A continuación me planta un beso en la mejilla… 

– ¿Seguro que quieres venir con la plasta de tu madre? Me pregunta con esa mirada que me derrite.  – Sé que tenías otros planes para esos días con tus amigo... no quisiera que anduvieras mal con ellos por un problema de tus padres...

– Qué no, mamá, que me encanta acompañarte, no tenía plan específico estos días y este viaje me cuadra. 

En realidad le hubiera dicho que era una buena oportunidad para intimar entre nosotros, pero no me atreví… 

– ¿Seguro? A lo mejor podías estar con tu amiga, esa rubita, ¿Cómo se llama…? 

Insiste mamá sin dejar de tenerme abrazado y sus tetas adheridas entre mi cuello y el comienzo de mi espalda. Mi polla empieza a decir “aquí estoy yo” mientras que con disimulo tapo ese bulto con la servilleta. 

– Alicia, mamá, se llama Alicia. Respondo, y es… solo una amiga. 

– Pues eso, pensará que podías estar con ella y ahora te vas con la pesada de tu madre. 

– Mamá, le digo en tono enfadado. 

– No tengo nada serio con Alicia, además no eres ninguna pesada. Ella piensa incluso que eres súper simpática y que no pareces mi madre, sino mi hermana, así que no creo que le parezcas una plasta precisamente. 

– ¿En serio te ha dicho eso? 

– Pues claro… y es verdad, interviene mi padre. 

– Eres una mujer muy simpática, extrovertida, atractiva y segura de ti misma… ni siquiera aparentas la edad que tienes para nada. 

Mi madre frunce el ceño mirando a papá, porque no está muy segura si eso ha sido un cumplido, una forma de apagar el fuego o si realmente es cierto, pero ella no devuelve la sonrisa a mi padre. Sin duda está bastante mosqueada con él. Creo que en el fondo quiere irse de viaje y dejarle solo con sus problemas a modo de venganza por haberla dejado tirada a ella. Nada más llegar a mi cuarto, me desnudo por completo, me tumbo en la cama y mirando al techo no puedo quitar la imagen de mi madre de mi cabeza. Comienzo a masturbarme y mi polla enseguida alcanza las cotas máximas, sintiendo que está entre las tetas de ella, que me da un besito dulce en la punta y me dice cuanto le apetece estar conmigo, apenas duro mucho más pues me corro en abundantes chorros que salen por doquier.

Esa noche no puedo casi dormir, estoy nerviosísimo, primero porque he preparado la maleta a todo correr, pues por la mañana a primera hora vamos al aeropuerto, pero es que no dejo de darle vueltas a este viaje y a la situación de poder estar cerca de mamá tanto tiempo, las veinticuatro horas del día, poder disfrutar de su bello rostro continuamente, de su hermoso cuerpo que ya imagino con su bañador de florecitas, dándole crema en la espalda… creo que me duermo casi a las cuatro de la mañana y a las seis suena el despertador. Me levanto como un zombi y cuando voy al salón, mamá ya está preparando sus maletas en el salón. Creo que se ha levantado hace rato, seguramente sin poder dormir en toda la noche, siempre tan nerviosa cuando hace algo fuera de lo normal. Lleva su bata de estar por casa, pero se ve que ya se ha duchado. 
– Buenos días mamá
– Hola cariño. Date prisa que nos vamos ya
– ¿Ya? 
– Venga, dúchate que en quince minutos llega el taxiMe insiste ella.
¿Y papá? 
– Se fue hace rato al maldito trabajo con el lío ese que tiene… añade. 
Subo a ducharme y sigo pensando en que la suerte me ha sonreído como nunca hubiera imaginado. Cuando bajo ella está esperándome impaciente con su bolso colgado de su hombro y sus brazos cruzados, lo mismo que sus piernas a la altura de sus pantorrillas. Me parece una ninfa. Está impresionante. Se ha puesto una blusa blanca, algo ajustada, que resalta sus tetas de una forma maravillosa y un canalillo en el que me perdería. Pero lo mejor de todo es que se ha puesto unos vaqueros ceñidos que no le había visto nunca. Está preciosa, con unos zapatos de tacón alto que tampoco acostumbra a llevar. ¡Madre mía! (Nunca mejor dicho) 
– Mamá… digo admirándola y sosteniendo en mis manos la maleta que cubre mi inexorable erección. 
– ¿Qué pasa? Responde ella sin mirarme, mientras mete en su bolso los billetes. 
Estás preciosa. 
– Gracias hijo, muestra su sonrisa resplandeciente. 
– Nunca te había visto esos vaqueros. 
– ¿Te gustan? Dice girando sobre sí misma y mostrando esos ceñiditos jeans… 
– Mucho, ¡Son alucinantes…! 
– Los tengo hace algún tiempo pero tu padre no me deja ponérmelos nunca. 
– ¿Por qué? Estás preciosa, mamá.

– Gracias cariño. Tu padre ya sabes cómo es… por eso ahora he aprovechado que no me va ver en unos días. Me quedo embelesado. 
– Al final te va a sentar bien que vaya yo en lugar de papá. 
En ese momento levanta la cabeza y me sonríe. Se acerca a mí y me besa en la comisura de mis labios, pudiendo notar sus calientes labios. Sus tetas quedan a la altura de mi vista y no puedo evitar que mi polla pegue otro de sus botes bajo mi bragueta. Si no fuera por la maleta se me notaría ostensiblemente. El viaje hasta el aeropuerto se me hace extraño, todavía no acabo de creerme que voy a estar a solas con mamá durante unos cuantos días. Es un sueño…. ¡mi sueño! Miro de reojo a su escote, aprovechando que ella mira por la ventanilla. Bajo la mirada y ver sus piernas cruzadas entalladas en esos jeans tan ajustados es otra maravilla para mi vista. De pronto ella me pilla observándola. Pienso por un instante que me va a regañar por ser tan atrevido, sin embargo me sonríe. 
– Gracias por acompañarme, Víctor, eres un sol
A continuación me besa en la mejilla bien cerca de la boca, sobre la comisura de los labios como queriendo y no pudiendo…me da la sensación que le gustaría darme un buen morreo, pero algo se lo impide. Noto una de sus enormes tetas pegarse a mi hombro. Cuando bajamos del taxi y ella avanza con su maleta, yo me quedo pagando al taxista que no quita la vista del culo de mamá. No es para menos. De pronto él nota que yo le he visto. 
– ¿En serio es tu madre? 
Me pregunta sin quitar la vista del culazo de mamá. 
– Sí. Contesto serio. 
Avanzo tras ella, pero antes el taxista añade. 
– ¡Joder, enhorabuena! 
Ella no le ha oído y estoy por decirle algo, pero es que… ¡coño!, tiene razón. No puedo evitar sonreírle orgulloso.

El vuelo es largo, por eso que mi madre, algo más relajada se ha dormido plácidamente, algo que me permite disfrutar de la vista de su cuerpo con detenimiento. Pienso que mi mente está aturdida por un cúmulo de sensaciones, primero porque ella sea mi madre, casi como un impedimento para verla como una mujer deseable que es… por otro lado, me siento contento que lo sea, porque de otro modo no tendría la suerte de contemplarla tanto tiempo, más ahora, en este viaje que la tengo en exclusiva. Me despierto, sin saber cuánto tiempo me quedé flipado mirándola, aunque creo que me venció el sueño mientras mis ojos recorrían su deliciosa anatomía. 
Hemos llegado al destino, en menos tiempo del esperado, al menos a mí se me ha hecho cortísimo este viaje. Creo que las vacaciones se me pasarán volando. Cuando estamos en la terminal esperando las maletas, mamá se agarra fuertemente de mi brazo, en una señal de agradecimiento. Su sonrisa reluce y me mira con esos ojazos que me vuelven loco. Sus pechos se han colocado adheridos a mi antebrazo, siento su tersura y me siento en la gloria. Todos los demás pasajeros se han ido marchando y solo quedamos ella y yo. Mi maleta ya ha salido pero la suya no. Después de una larga espera, acudimos al mostrador de la compañía y reclamamos la maleta, pero parece que se ha extraviado y no aparece por ningún lado. 
– Pero, ¿Qué voy a hacer yo sin mi maleta? 
Protesta ella alarmada ante la chica que nos atiende. 
– No se preocupe, tenemos el teléfono de su hotel, en cuanto aparezca, les llamamos, responde esta. 
– ¡Pero no tengo más ropa que la que llevaba en mi maleta! 
Dice mamá casi a punto de llorar. La chica de la compañía aérea hace varias llamadas más y la última debe ser con su jefe. Tras varios minutos nos mira con cara de circunstancia. Al fin nos dice… Me comentan que están haciendo lo posible por encontrarla y seguramente aparezca mañana o pasado, hoy no, eso es totalmente seguro. Mi madre me mira y tras poner la queja pertinente, nos vamos al hotel, porque ya es tarde y no podemos hacer nada más en ese momento.

Al llegar al hotel en cuestión a mi madre parece habérsele pasado todo el disgusto de la pérdida de la maleta y no es para menos, porque hemos llegado a un resort de lujo, al menos me lo parece, con dos grandes edificios que son el hotel y una gran piscina en el centro, rodeada de tumbonas, una pista de pádel, un jacuzzi y una verja al final que conduce directamente a una pequeña playa privada del complejo hotelero… 
– ¡Qué bonito! 
Exclama mientras avanzamos para hacer el registro en recepción… 
– Ustedes son… los señores Palacios
Afirma el recepcionista revisando la ficha. Nos miramos y nos sonreímos. 
– Víctor y Cecilia Palacios, añade el empleado. 
– Sí, responde mamá sin borrar su sonrisa agarrada fuertemente a mi brazo. 
Es cierto, no ha mentido, me llamo igual que mi padre, Víctor Palacios y ella Cecilia, señora de Palacios, luego el recepcionista ha entendido que somos la pareja que tenía la reserva. Es curioso, no se ha percatado de nuestra diferencia de edad, bueno, creo… supongo que sí, pero lo cierto es que mi madre no aparenta su edad y yo soy alto, fuerte, con algo de barba de tres días, lo que me da un aspecto de más mayor de lo que realmente soy. “Podemos ser pareja perfectamente”, al menos eso pienso y me gusta, pues es una sensación que siempre había soñado y ahora la estoy llevando a cabo, ¡de forma real! Al llegar a nuestra habitación, el botones nos enseña donde está el baño, las luces… y después nos muestra la cama. Sí, una sola cama ¡De matrimonio! Luego nos enseña cómo cambiar los canales de la tele y la gran terraza que hay afuera, con dos tumbonas. Le doy una propina al chaval, que debe ser de mi edad y cierro la puerta. ¡Estamos solos! Hay un largo silencio cuando vuelvo al centro de la habitación. Mi madre mira la cama y luego a mí. 
– Tendremos que dormir juntos. ¡¿Tú en qué lado prefieres dormir?!
Me dice quitando importancia a un hecho que me parece más que un sueño hecho realidad, un milagro del cielo en el que hasta ahora no había caído… 
 – Me da igual mamá, nunca he dormido con nadie, así que elige tú que tendrás más predilección por un lado un otro. 
– Prefiero el lado derecho, a tu padre siempre le gusta dormir en el izquierdo. 
 – Ok, hace mucho que no compartimos la misma cama!!
 – Será como en los viejos tiempos, ¿te acuerdas cuando venías a mi cama a dormir conmigo? Me pregunta. 
– Claro que me acuerdo, pero de eso hace mucho tiempo, ahora soy un hombre.
Ella una mujer, claro, pero es que yo no soy un hijo normal, yo siento algo por ella que me descoloca y ahora pensar que tengo que dormir junto a ella, me aturde, me vuelve loco.

– ¿Qué te pasa cariño? Dice abrazándome al ver mi cara de alarma. 
– No, nada. 
– Yo me muevo mucho, pero no te preocupes, si ves que no paro, me das un toque como hace tu padre y ya está. 
Lo dice con tanta naturalidad que no acabo de creérmelo, pero yo no dejo de pensar en tenerla junto a mí bajo las sábanas, tal y como siempre he pensado en mis idílicos y libidinosos pensamientos…. 
– ¿No te molesta que durmamos juntos, No? Añade.
– No, claro, digo, pensando si he sido muy efusivo de nuevo. 
– Además en estos días seremos “el matrimonio” Palacios, dice sonriendo y acariciando mi nariz y riendo con una carcajada que me encanta.  – ¡¡Un matrimonio muy feliz!! 
– No se han dado ni cuenta que somos madre e hijo. 
– Ya te lo dije mamá. No pareces tan mayor. 
– Vaya, dice ella frunciendo el ceño de nuevo.  – Tú eres quien me hace sentir tan joven...ahora mismo nos te veo como un hijo.
– ¿No...?, mamá, quiero decir que no parece que tengas la edad que tienes, podrías pasar por una chica poco mayor que yo. 
– Gracias hijo, te he entendido hace rato... Riendo vuelve a abrazarse tras de mí pudiendo notar sus tetas en mi espalda. 
– Lo digo en serio, no se nota nuestra diferencia tanto, añado convenciéndola, pero sintiéndolo realmente. 
– Vaya, así que a lo mejor… No te importa que sea tu mujercita en estas vacaciones para presumir de chica… ¡Eres un canalla!
Sus palabras sonaron muy seductoras, sensuales, como cantos de sirena, me giro y le doy un beso en la mejilla buscando su boca que casi la alcanzo. Me siento feliz de que ella sea mi madre, que esté a mi lado, que estemos los dos solos, que todo esté saliendo tan bien, que pueda ser mi mujer durante unos días… 
– ¿No creerá la gente entonces que soy una asaltacunas? Vuelve a preguntarme. 
– Mamá, que no soy un bebé precisamente, protesto. 
– Solo eres un yogurín.
Se ríe escandalosamente sexy… – Está bien, seremos una pareja  bien avenida. Me gusta volver a ser una esposa recién casada... 
– Y yo encantado de ser tu marido, también. 
Respondo a modo de broma siguiendo el escarceo tontorrón que nos llevamos, pero es lo que realmente siento, la mayor felicidad del mundo con que ella sea mi mujer más que mi madre en estos precisos momentos. 
– Bueno, vete deshaciendo tu maleta y yo me voy a dar una ducha, dice mamá dirigiéndose al baño y justo al llegar a la puerta, me sonríe. 
¡Qué felicidad, qué maravilla, qué locura más alucinante…! Todavía no acabo de creerme la suerte que tengo de compartir estas vacaciones a solas con mamá, en la misma cama y con una predisposición que promete. La oigo ducharse y canturrear desde el baño, momento que aprovecho para liberar a mi polla que parece querer reventar bajo mi pantalón. Se ve esplendorosamente grande, creo que en el fondo va a ser una tortura estar tan cerca de mamá todos estos días, dormir juntos en esa cama, verla en bañador. Acaricio lentamente mi verga soñando como si mi madre se la metiese con sus bonitas manos y esos largos dedos en su precioso coño. De pronto se cierra el grifo e intento con urgencia volver a meter mi tiesa polla dentro del calzoncillo y abrocharme el pantalón. 
– Pero cariño, ¿No has sacado tu ropa de la maleta todavía?
Me dice apareciendo en la habitación tapada únicamente con una diminuta toalla. Si no fuera porque estoy sentado en la cama, me caería redondo. Sus piernas se ven más largas todavía y creo que nunca había tenido la oportunidad de ver tanta porción de carne. Sus muslos son preciosos, grandes y portentosos y la toalla debe andar un par de centímetros por debajo de su entrepierna. Por la parte de arriba apenas tapa dos pechos que parecen querer salirse por encima, por no hablar de su rostro brillante, resplandeciente y su pelo mojado. 
Está tan sexy… – Ahora, tenemos un problemón, no sé qué voy a ponerme, dice mi madre cepillando su pelo con sus dedos y su cabeza ladeada. 
– ¿No has recibido ningún mensaje de la compañía aérea en tu móvil? 
– Nada, ni por asomo. Contesta molesta. 
– ¿Y qué podemos hacer? Son las diez de la noche. 
– Yo no voy a bajar a cenar y menos con la ropa que traía. 
– ¿Por qué no? 
– Pues hijo, porque estará sudada del viaje…
Esa ropa debe oler a hembra, esas feromonas que tanto me ponen cachondo.







A mí no me importaría inhalar el aroma del sudor de su blusa y estar oliendo el aroma que desprenden sus pantalones justo en el sitio donde se unen sus muslos, pronto me saca de mis malos pensamientos incestuosos…
 
– Baja tú a cenar, si quieres, de todos modos, yo no tengo mucha hambre, añade. 

– Yo tampoco. Me quedo aquí contigo. 

– Vale cariño. Veremos un rato la tele y nos iremos a dormir. Vete a ducharte tú, mientras. Yo estoy hecha un lío, no tengo ni bragas que ponerme. 

– Mamá, podrías ponerte uno de mis bóxeres. 

La verdad es que se me ha ocurrido de repente pero en el fondo no me parece tan mala idea, al fin y al cabo, mejor que nada y aunque ella tenga más caderas que yo, mis calzoncillos de tipo bóxer, aunque pequeños para ella, son bastante elásticos. 

– ¿Tú crees que entraré en ellos? Me pregunta señalando sus caderas. 

– Creo que tenemos la misma cadera…Por probar. 

– Tienes razón, por probar no pierdo nada. Y además, creo que me pondré una de tus camisetas, añade encontrando una posible solución a su dilema. 

Esa parte de lo de las camisetas no la tengo tan clara, porque aunque yo estoy bastante fuerte, las uso muy ajustadas (me gusta marcar músculo) y ella con esas tetazas no sé si va a reventarlas. Sólo de pensarlo, mi polla pega un respingo. Me meto en el baño rápidamente para que mi madre no empiece a notar otra de mis incontrolables erecciones. Me enjabono con la imagen que acabo de tener de esa mujer que me tiene loco, con esos muslos grandiosos que salían por debajo de su blanca toalla, su rostro angelical…. No puedo evitar masturbarme y duro muy poco, porque tanta tensión sexual acumulada hace que en apenas unos minutos salgan chorros de semen disparados embadurnando los azulejos. Tras secarme y serenarme un poco más, me pongo el pantalón del pijama y nada arriba pues es un lugar caluroso. No dejo de pensar en mi madre y en saber si va a entrar en mis calzoncillos. La prenda es relativamente pequeña y no sé si puede caber el culazo de mamá, que aunque no es gigantesco, es una mujer de curvas e imagino que va a ser complicado.

Cuando aparezco en la habitación me quedo de piedra, por no hablar de mi polla que salta como un resorte y esa sí que está como una piedra nada más ver el espectáculo que tiene delante…. Mi madre de pie en medio de la estancia y girando sobre sí misma está observándose frente al largo espejo que cubre una de las paredes. Lleva puestos unos de mis bóxeres de color azul que le quedan súper ajustados, como una segunda piel, marcando poderosamente sus curvas. Veo su culo redondo que parece va a reventar la pequeña prenda, al girarse puede notarse el precioso bulto que forma su monte de Venus y cómo se ajusta la tela sobre sus ingles aprisionando la parte alta de sus muslos que parecen embutidos a presión bajo la prenda. Para colmo, lleva también una de mis camisetas que le queda más que ceñida resaltando aún más su busto con dos pitones marcados claramente sobre la tela y además la propia prenda le queda tan corta y está ahora bastante subida por delante, debido a ese volumen de sus pechos y permite mostrar su ombligo y una buena porción de su tripita. ¡Está realmente impresionante! 
– Parezco una morcilla. ¿No? 
Me pregunta girando una y otra vez sobre sí misma, mirándome y esperando mi confirmación. 
¡Qué dices mamá! ¡Estás impresionante! 
– Oh, ¿En serio? 
Ya veo, dice poniéndose roja y señalando con su mirada el bulto que aparece bajo mi pantalón de pijama que llevo sin nada más debajo. Por un momento creo morirme de vergüenza por esa situación, pero veo que mi madre tampoco reacciona, no sé si va a echarme una bronca de campeonato pero en ese momento me deja descolocado…
– Los hombres, veis una mujer tan ceñida y perdéis los papeles… y menos mal que la naturaleza os ha hecho así sino nos extinguiríamos sin procrearnos, dice con una dulce risita y su blanca sonrisa. 
– Mamá, esto… yo… lo siento, respondo tapando mi bulto con ambas manos. 
– No seas tonto, hijo, que no pasa nada me alegra que seas un macho y que una vieja como yo aún despierte ese tipo de pasiones en un joven como tú. 
– Pero es que yo… no lo puedo evitar ¡Joder es incontrolable! 
– No le des más vueltas, no te preocupes cariño por tus erecciones, es un acto reflejo natural fruto de tu testosterona que no podéis controlar, ya lo sé. 
Mirándome a los ojos a tan solo un palmo de mi cara continúa.
 Además me gusta la idea que pueda provocar esas reacciones en un joven todavía...
Termina riéndose a modo de quitar hierro a la situación. 
– Somos familia hijo mío, conmigo no tienes que avergonzarte de nada… incluso te puedes hacer las pajas que quieras estando yo en la habitación ¡Siempre, procura no ponerme toda perdida de semen! 
Esa última frase me deja alucinado y estoy inmóvil, creo que no puedo ni tragar saliva, ante esa visión y esas cosas que acaba de decirme. 
¿No estás molesta…? Pregunto confuso. 
– ¿Molesta?, ¿Por qué tengas una erección? En absoluto… sé que estás empalmado de continuo, es lo normal a tu edad ¿Qué puedo sospechar? 
Pero... mamá tú eres la única mujer aquí y no me digas que es normal estar empalmado… 
– Mira cariño, solo te puedo decir que para una mujer es todo un halago provocar una erección tan dura en un hombre
Intento serenarme, pero no puedo dejar de observar a esa hembra tan impresionante que me gusta más todavía de lo que me ha gustado hasta ahora. 
– La camiseta me está más o menos bien, quizá algo corta, pero el calzoncillo me oprime demasiado ¿No crees nene? Dice ella cambiando de tercio. 
– Sí, está un poco apretado, sobre todo ahí en tu chocho… Noto cómo mis carrillos arden al pronunciar eso. 
– Sí, el chochito se me marca de lo lindo, me lo hace más gordo de lo que es…

Dios, nunca había oído decir a mamá nada parecido, ni nombrar a su sexo como “chochito”, lo cierto es que fijándome más, después de tanto impacto, veo como sus labios vaginales se dibujan en la tela, claramente formando un bulto demasiado atrayente para un pobre desesperado como yo. 
– La verdad es que me veo rara, lo bueno es que aún apretados no me molestan, dice observándose de nuevo en el espejo y sonriendo. 
¡Estás guapísima! Y muy sexy… Afirmo impulsivamente. 
Me mira y observa mi erección que casi no puedo tapar con mis dos manos, algo que a ella le produce otra de sus risitas nerviosas
– Gracias hijo, si me viera tu padre con estas pintas, me trataría de puta para arriba, más teniéndote a ti con esa erección. 
– No sé por qué lo piensas, afirmo serio. 
– Pues, ya sabes cómo es… No le gusta que lleve ropas tan ajustadas, con lo celoso que es. Diría que parezco una fulana. Y lo cierto es que soy como una putilla con estas pintas. 
Pues estás alucinante, mamá, en serio. 
– Ya… vuelve a mirar mi bulto. 
– Anda deja de ocultar tu polla…ya sé que está empalmado. Hay que estar muy ciega para no ver cómo estás de excitado… ¡y lo siento de veras cariño! Vamos a descansar que estoy hecha polvo y a ver mañana si conseguimos mi maleta y mi ropa. 
La imagen de mamá doblando su rodilla y levantando a la vez la sábana de la cama, es como una visión que siempre había imaginado y ahora parece toda una invitación al desenfreno. Vuelvo a percibir a contraluz ese bulto que forma la tela del bóxer ajustado que lleva, dibujando sobre su entrepierna claramente su rajita y dos montañas diminutas a cada lado. ¡Flipo! No acabo de creerme que una mujer tan impresionante me invite a meterme en la cama con ella. Sí, ya sé que es mi madre, pero en ese momento veo un pibón al que adoro con toda mi alma y que me atrae más allá de lo imaginable. Me meto entre las sábanas y estoy francamente cachondo, pero a la vez, algo asustado, como si todo esto me superara y no supiera cómo reaccionar. Ni tan siquiera puedo asimilar las cosas dichas por mamá en un comportamiento tan inhabitual en ella. – Cariño, dice ella volviendo su cara hacia mí. 
– Buenas noches mi vida. 
– Buenas noches, mamá. 
En ese momento me da un beso obviando la mejilla y dirigiéndose a mi boca, casi me desmayo al sentir sus labios húmedos pegados a los míos…creo que ha soltado su lengua en mi boca. Se da la vuelta, y se tapa con la sábana que sin dejar a ver nada, ofrece una silueta de su cuerpo y yo parezco estar viendo constantemente lo que hay debajo. 
– Víctor, pronuncia mi nombre sin darse la vuelta. 
Dime mamá. 
– Gracias por acompañarme a este viaje, me has hecho muy feliz, me estás haciendo muy feliz y estoy convencida que me harás aún muy feliz…
Esas palabras estaban cargadas de premoniciones y en esos instantes no valoré, al rato de un pequeño análisis me volcaron el corazón de la emoción. 
– Gracias a ti, por dejarme acompañarte. Yo también estoy contento. 
Estira su mano y roza mi brazo con sus suaves dedos. Me encanta sentir esa caricia. 
– Si tienes que aliviarte no lo hagas en la cama, lo pondrás todo perdido de lefa. Vete al baño, no estés con esa erección así tanto tiempo mi vida, dice de pronto sin volverse. 
No entiendo como mi madre parece estar leyendo mis pensamientos, aunque no hace falta mucho para saber que estoy más empalmado que nunca y que es cierto que me gustaría aliviarme, sin embargo disimulo, comportándome del todo controlador
– No hace falta, ya se me bajará, contesto girando hacia el otro lado de la cama dándole la espalda. 
Lo cierto es que me cuesta mucho conciliar el sueño, incluso darme la vuelta y no sentir la tentación de tocarla, de rozarla aunque sea suavemente uno de sus pechos y alcanzar con mi mano su entrepierna, pero esto solo queda en mi cabeza. Me pregunto cómo puedo desear así a mi madre. Me maldigo a mí mismo, pero por otro lado no hago más que imaginarme retozando juntos en esta cama, desnudos bajo las sábanas. Tras un buen rato, creo que más de una hora, torturado por mis pensamientos encontrados, consigo dormirme.

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Me veo depravada a sentirme atraída por mi hijo.

Amor Filial Madre e Hijo, Sexo con Maduras, era lo que descubrí en el ordenador de mi hijo por casualidad. Soy una mujer de 40 años, con estudios universitarios, aunque no ejerzo actualmente mi actividad profesional de socióloga pues no paso apuros económicos gracias a que mi marido es un alto ejecutivo de una gran empresa, y yo prefiero dedicarme a mi hogar y a actividades sociales. Me casé muy joven con Víctor, que me prometió una vida llena de placeres que no se concretaron. A los 20 años quedé preñada sin que lo deseara mi marido. A los 21 era mamá de un niño, de allí basta. Eso fue suficiente para que mi marido perdiera interés en mí como mujer, yéndose raudamente tras el culo apretado de cualquier veinteañera que sabía darle la frescura de su cuerpo, sin llantos ni pañales sucios que hallaba en nuestro hogar. Una amiga mía ocupó el lugar que él había dejado, compañera, amiga, y amante voluptuosa ya que supo abrir con su dulzura y su amor increíble, las puertas de mi lesbianismo latente, no exteriorizado hasta ese momento. Si bien en mi adolescencia había experimentado el placer sexual con alguna compañera de instituto, no había pasado a mayores pues éste no era acompañado más que por la curiosidad, no por el amor.

Más tarde, por los muchachos que asediaban y codiciaban mi cuerpo, mis padres insistieron en tener una relación formal, que según ellos “me convenía” y convencida de que era normal que lo hiciera, me convertí a los 19 años en la mujer de un hombre de 28, para el que yo durante pocos meses fui solo objeto de su morbosa pasión sexual, y una conquista exhibida ante sus amigos, a fin de mostrarme como un trofeo y satisfacer así su ego de macho. Mi amiga y amante suplió con creces la falta de amor de mi marido que se hallaba siempre lejos por razones de trabajo. Y allí conocí por primera vez el amor con mayúscula. Digo por primera vez pues luego conocí otro superior. Al cabo de unos diez años, nuestro matrimonio se normalizó, dejando las largas ausencias por una vida más familiar. Una vez felizmente casada y con una amante lesbiana que se hizo pasar por la cuidadora de mi hijo, pude continuar mis estudios y finalizarlos exitosamente. No deseaba depender de nadie económicamente en caso de divorcio y poder vivir holgadamente. Mi niño fue creciendo y educándose en muy buenas escuelas. Mi amiga me ayudaba en su educación y era mi compañera secreta, mi refugio ante la dejadez de mi marido, el complemento de mi ser y de mi cuerpo. Pero no todo es un jardín de rosas. Tras algunos años, cuando mi hijo tenía 13 años de edad, debió irse para cuidar a su madre enferma y aunque me prometió volver, no lo hizo más, dejándome acongojada y desconsolada.

No tuve problemas en relacionarme con algunos hombres, pues debo decir que soy una mujer no solo sumamente atractiva, de cuerpo exuberante y belleza inusual, lo digo sin jactancia, sino con todas las dosis de simpatía y otras cualidades que decidían a aquellos a acercarse a mí. Fui deseada, conquistada, amada, poseída, gozada, y alternativamente decepcionada, elogiada, pero por sobre todas las cosas totalmente satisfecha en mi yo de mujer. Con el tiempo mi belleza fue afirmándose, ya que iba poco a poco dejando de lado la inocencia de niña que poseía al casarme, adquiriendo en su lugar una elegancia, prestancia e imponencia que me abrían las puertas fácilmente en los lugares que frecuentaba, sea para algún trámite, sea para participar de alguna reunión social. 
Muchos de los hombres con los que yo simpatizaba y a los que otorgaba la oportunidad de prodigarnos mutuo placer sexual fuera del círculo de amigos de mi marido, quedaban perplejos cuando me negaba a abandonar al cornudo de mi marido. Todo aquello duró un par de años tras la marcha de Angelines, en los que seguía sin ser atendida por mi esposo. Después de convencerme que mi amiga no volvería, me volqué enteramente hacia mi hijo al que veía crecer y hacerse hermoso, inteligente y aplicado. Con mi hijo tenía una relación muy cercana, y que a algunos les podría resultar sospechosa, lo que no me importaba en lo más mínimo.

Mi hijo, Víctor, era mi preferido en los bailes y siempre quería que me acompañara a toda reunión donde me invitaban. A los 19 años era un mozo, diríamos apetitoso para toda chica normal, y también, debo confesarlo y decirlo con orgullo, para su propia madre. En esos momentos pensaba que mi amor por él no albergaba ningún componente erótico, pero poco a poco cierta fantasía se iba introduciendo en mi mente. En mis noches solitarias muchas veces me dormía pensando que pasaría si no fuera su madre, pues verdaderamente comenzaba a sentir que mis hormonas no dejaban que dejase de ser una hembra sensual de coño caliente… me mojaba con facilidad, tanta que el dildo se colaba en mi vagina sin sentir nada, teniendo que buscar otro de mayor grosor e hiperrealista…venoso y con huevos, de un tamaño tal que me preparase para ser poseída por un macho de verga XXL. Mucho tiempo sin conocer el amor de una mujer parecía que hiciera que olvidara esa inclinación, de la que jamás me arrepentí, y me convertían nuevamente en hembra codiciada. Extraña consecuencia de mi libido contenido…, ver en el componente de la familia más intensamente ligado a mí, el objeto de mis sueños y deseos concentrados en mi pensamiento febril, liberada de todo tabú o consideración convencional, dispuesta a cruzar la línea roja del incesto.

El hecho es que Víctor comenzó a ser mi obsesión. Cuidaba de él y le daba todos los gustos pequeños como a un niño malcriado. Le compraba ropa, cada vez más atractiva, de hombre, no de imberbe, y cuando me di cuenta no podía ya dejar de hacer esas tonterías de mujer enamorada. Me vestía para él, sondeándolo para conocer sus gustos en eso, me peinaba como a él le gustaba. Estaba claro que al muchacho todo eso le fascinaba y me decía siempre… 
– Mamá, ay si no fueras mi madre…, sabes que me enamoraría de ti. Y yo le contestaba siempre riendo… 
– Y si no fueras mi hijo sabes cuánto hace que ya seríamos novios…. 
Claro está, la situación daba para más, pero ese tabú del incesto nos presionaba, nos aniquilaba, trababa nuestros sentimientos y nuestros deseos, que no podían manifestarse más que con una mirada, un sonrojo, una turgencia entre las piernas que notaba cuando bailábamos apretados. Transcurrieron dos años, siempre al límite del desborde. Inútil fuera que hiciera viajes al exterior. Donde quiera que estuviera el teléfono nos mantenía unidos y las palabras cariñosas de ambos precipitaban mi regreso. Ambos sabíamos lo que queríamos y no nos atrevíamos a decirlo, a pensarlo... a expresarlo libremente. 
Eran cada vez más ardientes sus lisonjas y halagos, y más de una vez encontraba en el mi dormitorio flores frescas, que ante mis preguntas él protestaba negándome que fueran de él. Una tarde salimos de paseo y vio en una joyería un reloj de marca importante que le gustó. Al día siguiente lo encontró sobre su almohada. Desde entonces lo lleva puesto siempre, diciendo que es regalo de su novia. Ante la cercanía con mi hijo, su padre entró en disputa y un día por sorpresa trajo dos billetes para un viaje al Caribe en un “aparta-hotel” de lujo… me dio una alegría enorme. Sin embargo un problema en la empresa primó sobre nuestro ansiado viaje de miel y las cosas cambiaron, lo  que iba a ser un reconciliación definitiva con mi marido, se convirtió en un acercamiento entre madre e hijo, sucediendo algo que preanunciaba lo que sobrevendría. 
Yo estaba en los días fértiles, decidida a darle otro hijo a Víctor “padre”, el viaje era la excusa perfecta para no dejar escapar la oportunidad de follar adiestro y siniestro con mi esposo. Los planes cambiaron y no me desagradó del todo el cambio…, un Víctor viejo por otro Víctor joven, solo era cuestión de seducirlo, ponérselo fácil y follar a pelo sin medida.
En el Hotel caribeño, en el balcón al borde de la piscina tomando sol, sin sostén y sus calzoncillos bóxer que la noche anterior me prestó mi hijo. Al rato una voz desde atrás… 
– Bendigo al sol y lo envidio, escuché. Sin mirarlo le contesté… 
– Tanto sol me pude hace mal. ¿¡Víctor, me pasas bronceador!? 
Fue la primera vez que mis tetas impúdicamente se ofrecían a sus ojos y a la caricia de sus manos que con el pretexto de untarme la crema recorriendo todo mi tetamen haciéndome suspirar de voluptuosidad. No veía nada malo en su actitud. Ya había visto mis ubres desnudas varias veces espiándome a hurtadillas, con mi complicidad que dejaba puertas entreabiertas. La verdad es que esa vez mis pezones respondieron claramente y él jugó con ellos con picardía… 
– ¡Uh, mami, que hermosa estás! 
Me levanté a los pocos segundos de un salto antes que las cosas pasaran de una simple caricia y fui corriendo al aseo del dormitorio. Me siguió. No quise arriesgar nada esa vez y no le permití entrar, todo quedó en un desencuentro sin importancia, pero no cabía duda que él sabía de mi excitación cuando abandoné la piscina raudamente. Al día siguiente el calor intenso nos invitaba a refrescarnos en la piscina, nadamos y jugueteamos un rato hasta que Víctor quiso salir y ducharse. Yo aproveché para tirarme desnuda en la hamaca de nuestra terraza, apenas cubierta con una túnica. Estábamos solos en aquel paraíso él y yo. Desde la ducha me llamó… 
– Mamá, me alcanzas gel
– Sí, Víctor, enseguida. 
Llegué al baño y entreabrí la puerta para alcanzárselo. Él la abrió del todo… la lluvia mojaba todo su cuerpo desnudo, mi vista bajó hasta su enorme falo enhiesto que apuntaba al cielo… 
Ven mamá, ayúdame a enjabonarme, no llego por detrás en la espalda. 
El día anterior hablamos de su erección, la vi cubierta por sus calzoncillos, pero hoy ya no se ocultaba. Solo con la túnica comencé a enjabonarle la espalda, el pecho… atrevida sabiendo que lo deseaba le enjaboné la tremenda estaca que se manifestaba plenamente impúdica. Total, era mi hijo, tantas veces lo había bañado. La lluvia de inmediato empapó le tela adhiriéndola a mi cuerpo. 
Me apretó contra sí. ¡ – ¿No llegas con tus manos a la espalda o solo es una excusa para que te duche como cuando eras niño?! 
Se giró quedándose a unos diez centímetros de mi cara… no pude resistir más sin darle tiempo a contestar uniendo nuestros labios. Mis labios se apretaron contra los suyos, nuestras lenguas se unieron.





Mis suspiros lo decía todo. Me abandoné a él. Envueltos en un toallón me alzó en upa y me llevó a la cama del  dormitorio. Me depositó entre un sin número de almohadas, que se mojaron con nuestros cuerpos. Nada me importaba más que ser su mujer. Me sentó en el borde de la cama con las piernas hacia el suelo, abrió suavemente mis piernas y su cabeza se perdió entre ellas. Su lengua encontró el nido jugoso que sería de él, solo de él. Mi clítoris recibió las caricias de su lengua suave y enérgica y el deseo contenido durante siglos hizo explosión a los pocos minutos de estar comiéndome el coño ese muchacho. ¡¡Un orgasmo interminable sacudió todo mi cuerpo y los estertores!!, serían como al menos quince, me sacudían mientras mis manos apretaban su cabeza contra mi vientre para que no abandonase el trabajo de su boca en mi coño. El mundo se había detenido, solo el más intenso placer que experimentara en mi vida me envolvió. 

Me sentía atraída por mi hijo, subyugada por él y por el hecho de querer ser madre de nuevo…Lo digo con orgullo y sin el más mínimo arrepentimiento desde que descubrí la pasión que nos envolvió el primer instante que me hizo suya, pues ésta se ha manifestado en todos los momentos felices de mi vida junto a él, que han sido muchos, y que culminaron en lo máximo aquellas maravillosas vacaciones caribeñas en las que pretendía me preñasen.

Jamás olvidaré esa primera vez, que aunque infinitamente repetida no borraron el supremo deleite de sentirme la hembra de mi propio hijo, sabiendo el placer que le daba sentir su cuerpo dentro del mío en medio de un éxtasis indescriptible. Esa tarde, solos los dos en la cama matrimonial, saboreando aún con escalofríos el deleite de mi primer orgasmo con mi hijo, pretendí con caricias hacerle comprender que no había sido correcto obtener mi placer de esa manera. Quería darle a entender que no debía gozar con mi propio hijo. Sin embargo él interpretó distinto mis palabras y me dijo que él también quería gozar, y que estaba harto de masturbarse mirando mi cuerpo desnudo o hundiendo su rostro entre mis prendas íntimas impregnadas de mi aroma de hembra en celo. Mi crío tenía toda la razón del mundo, estaba cachonda perdida, salida como una perra y mis hormonas debía de esparcir sus efluvios por todos y cada uno de los rincones del aparta-hotel, mi ropa y de mi cuerpo. 
Sin decir más se colocó sobre mí y comenzó a acariciar y besar mis tetas hinchadas de deseo, succionaba mis pezones erguidos como pitones, lo cual mostraba al macho mi innegable excitación. Entreabrí algo las piernas en un sutil sometimiento, y levantando algo mi culo coloqué un almohadón debajo en signo de entrega total a mi macho, mi fornicador y mi hombre. Mi hijo no necesitó más, sus manos en mis ubres y su boca ávida alternando mis pezones con mis labios, y sin necesidad de enfilar su estoque rígido y grueso, hundió su durísimo miembro viril en mi nido palpitante ya empapado de mis jugos…. ¡Me penetró! Me perforó sin ayuda de guiar su majestuoso rabo, tal era el grado de erección. Su tremendo falo se deslizó a las profundidades de mi vientre con total suavidad. La cópula fue sumisa y dulce, una hembra entregada a su macho... la follada se esparcía interminable, dejando entrar toda la verga hasta que sus testículos llegaron a tocar la entrada de mi coño una y otra vez sin fin, y su pelvis golpeaba contra mí. Entonces sus gemidos se hicieron notorios. Comenzó un tenue movimiento que no alcanzaba para retirar su polla de mi angosto chumino. Él se encontraba en la gloria dentro del chocho materno, ya acomodado a su sustancial tamaño. Con músculos del coño, le daba pequeños apretones que se sincronizaban con sus gemidos de placer. Así estuvimos más de diez minutos de apareamiento golosamente lujurioso, tras los cuales mi agitación y mi lengua ávida de la suya mostraron cabalmente la inminencia de mi orgasmo, que se produjo de inmediato aún más intenso que el primero con el cunnilingus.

Tras las delicias incontenibles de mis numerosos espasmos, aflojó mi cuerpo la tensión acumulada y me abandoné sumisa a sus embates de macho procaz, hasta que sus movimientos y gemidos me sacaron de mi obnubilación. Follábamos en la postura del misionero, con nuestros sexos acoplados, nuestras lenguas en terna continua dándonos de comer, nuestros cuerpos sudorosos transfiriéndose la fogosidad, hasta que alcancé a hacerlo retirar de mis adentros justo en el instante en que lo noté endurecerse, gracias a la sensibilidad de mis paredes apretadas antes de la gran eyaculación. ¡Ahí jamás había visto eyacular, tal cantidad de esperma!. El primer chorro pasó por sobre mi cuerpo y mojó el cabezal del lecho, el segundo me empapó la cara y el pelo y los que seguían emanando de su verga jugosa hizo como un laguito entre mis tetas que con mis manos había unido para no desperdiciar una gota. No obstante bastante lefa embarró las sábanas y el resto lo esparció mi hijo en mi cuerpo y cara, impregnándome con el olor tan característico del esperma recién eyaculado, salido de sus hermosos huevos. 
Necesitaba esa leche en mi vagina, en verdad, pero me dio miedo en el último instante y mi hombre respondió como le solicité, para alegría de mi ser. Se desplomó sobre mí y sus besos continuaron hasta que calmados nos acostamos uno junto al otro, felices, calmados de este primer embate, como dos enamorados casi al cien por cien satisfechos… 
– ¡Uff, mi amor, cuanta leche tenías acumulada en tus pelotas!, le dije riendo… 
– ¡¿No te imaginabas que tuviera tanta?! 
– La verdad que no, pero a la vista de los huevos que gastas hijo me parece normal
¡¿Te ha gustado mami?! ¿Te ha gustado la respuesta del macho que tienes en casa…? 
A esto último no le contesté, pero mi mano se dirigió a su entrepierna donde aún el gran pollón permanecía erecto…. 
– ¡Mami! Me regañó. – No me has dejado correrme dentro de ti ¡¿Por qué?! Me hubiera gustado mucho vaciarme en tu coño...
Le puse un dedo en sus labios… – ¡Ssshhtt, no me quieras preñar el primer día…! Tenemos mucho tiempo, para nosotros solos… Y te prometo que me llenarás muchas veces. Estos días tendré el útero predispuesto para recibir toda la leche que produzcan tus huevazos.
Alcancé a decirle mientras le sopesaba los cojones tan hermosos que posee, y súbitamente al escuchar estas palabras volvió a montarme. 
– Descansa hijo, te va a hacer mal tantos polvos seguidos….
Pero su verga decía lo contrario ¡Bendita juventud!

Mi mano la acariciaba y su tamaño volvió a ser el de antes. Diez minutos de tregua habían sido suficientes para estar en plena forma con todo el tamaño alcanzado. Me sentía felicísima porque creí que una vez satisfecho se olvidaría de mí, y no fue así. Ansiaba ser su puta otra vez, pero temía me dejase preñada mi propio hijo, sangre de mi sangre…, estaba en los días más fértiles del mes, reservados para su padre, y no me sentía segura de quitarlo de dentro de mí en el momento culminante, sumado además en mi inconsciente el no querer hacerlo pues deseaba quedar preñada en ese viaje. Entonces lamí su verga que al instante descubrió su glande rojo reluciente y firme, y así de costado, mientras él jugaba con mi pelo con las manos. 
Teníamos la carne palpitante y comencé a chuparla con fruición haciéndola entrar en mi boca hasta la garganta. A mi hijo esto lo llevó al cielo y a mí me producía un placer inenarrable, al pensar en el que yo le estaba procurando. Sus gemidos iban creciendo y los míos también, aunque no podía expresarlos pues tenía la boca totalmente ocupada, atorada por semejante pollón. Con su mano acarició mi conejo mojado y anhelante de polla, y no tardó en encontrar mi clítoris. En el momento en que sus caricias hicieron explosión en otro orgasmo, sobrevino el suyo. Sentí el semen escurrirse por el cipote que tenía cogido con las manos y al punto mi boca se llenó completamente, tras varios estertores confundidos con los míos, los chorros de leche anegaron mi cavidad bucal. No dejé salir ni una gota. Me tragué todo su engrudo, no de una vez, tal era la cantidad. Era increíble, la segunda eyaculación había sido tan copiosa como la primera. Volvimos a recostarnos, agotados, exhaustos, felices otra vez. Esa noche salimos de fiesta a bailar, divertirnos y beber un poco, llegamos un poco tarde al hotel y caímos rendidos en pocos minutos. 
Al día siguiente nos hicimos una ruta programada que nos tuvo todo el día ocupados compartiendo con otras parejas el delicioso paisaje natural de las Antillas y así llegamos a nuestro tercer día en el Caribe… Eran casi las once y me sentía exhausta cuando llegamos a nuestro hotel, tras los juegos y bailes que organizaron en el hotel. Mi hijo quiso nuevamente prodigarme su potencia pero lo disuadí con ese argumento….
Mami, me dijo. – Quiero repetir lo de anteayer. 
– Yo también, mi amor. 
– ¿Cuándo? Me preguntó. Me reí… 
– Siempre, le dije.... 
– ¿Te vas a cuidar siempre así? 
– ¡Ay, hijo! ¡Tú quieres preñarme! ¿! Sabes que estoy en mis días fértiles y no estamos usando condones!? 
– Sí, mami, eso es lo que quiero... que seas la madre de mis hijos.
Me quedé parada ante su resolución tan contundente, tras unos segundos mirándole directamente le dije… 
– Yo también, mi amor. Tu padre no hubiera podido preñarme mejor que tú. No sabes lo que me alegro que seas mi semental…
Nos besamos con pasión en la boca… 
– Pero debemos planearlo… 
– Claro que sí, yo te aviso. 
Con esa idea nos metimos en la cama a dormir plácidamente hasta la mañana. Me despertó él recostado a mi lado, desnudo y en erección como si no hubiera hecho nada durante el día anterior. Era demasiado para mí, me quité el sostén y el tanga…por cierto que llenó toda mi ropa la tarde anterior. Me desnudé también completamente para mi macho, mi semental… 
– Estás loco, mi amor... 
– Estamos locos, mami, pero es una locura preciosa. 
– Sí hijo, sí que lo es, pero no puedo ocultar que ya soy tu mujer y necesito que me poseas. ¡Fóllame, date el gusto de preñar a tu madre! ¡Hazle un hijo a mamá cariño! ¡Dámelo a mí! 
– Si mami, y sin decir más me puso boca abajo. 
Me tomó de las tetas firmes y nuevamente su verga se introdujo fácilmente sin necesidad de enfilarle en mi coño, su virilidad se había aprendido el camino y sus espermatozoides se comenzaban a agitar en el balanceo de aquellas gónadas que me golpeaban sin cesar. Aquellos bichitos “Victoriosos” pronto entrarían a saco en mi útero… 
– ¡¡AAAAAHHHHH, hijo...!! 
Exclamé quince minutos follándome a todo lo largo del tronco en mi ajada vagina… 
– ¡Ahí está, Acabeeee corriendome! ¡Ummmm! 
Exploté en otro orgasmo espectacular. 
El descanso nocturno nos había ayudado pues él al cabo de no más de diez minutos me tuvo sujeta de la cintura, de las tetas, del culo follándome sin raciocinio alguno, penetrándome con fuerza y vigor. Hacía años que había olvidado lo que era ser fornicada con tanto tesón y dureza, notaba como la potente verga de mi hijo me perforaba en la más profunda intimidad una y otra vez haciéndome tocar el cielo. Su glande rozaba cada una de mis terminaciones nerviosas de mis paredes internas haciéndome electrizar, produciendo que mis manos apretadas con las sábanas formando puños que blanqueaban mis nudillos de la fuerza con que debía soportar los empujones del macho fornicador que me arremetía sin descanso desde atrás a base de potentes pollazos. 
Perdí el sentido del tiempo, me dejé trasponer en manos de mi hombre y su hombría hasta que percibí como se endurecía su badajo entre mis paredes acuosas, el desembarco de tan ingente inseminación estaba cerca, mi hijo aceleró los embates, sus jadeos se incrementaron y de mi boca comenzaron a salir gritos para subsanar la presión ejercida en mi coño. En nada comencé a notar los lechazos derramados dentro de mí, otra buena cantidad de semen que sus testículos habían producido para su madre. 
– ¡Ay! ¿¡Qué hemos hecho!? 
Exclamé alarmada, mi subconsciente se apoderó por un momento de mi razón y fui al baño a lavarme. De pie bajo la ducha notaba el reguero de esperma que salía de mi vagina y corría por mi pierna. Me lavé a conciencia, pero no quedé calmada porque mi niño la clavó a fondo cuando comenzó a soltar su leche en mi útero, atorando de fértil esperma todo el conducto. “Una tarde consulté al ginecólogo indicándome que tras tres eyaculaciones, el semen del macho carece de espermatozoides maduros, por lo cual debía esperar cuarenta y ocho horas para que ellos fueran fértiles...” 
– O sea, señora, me dijo. – Su marido deberá yacer con usted tras cuarenta y ocho horas de la última vez. 
El creía que yo deseaba el embarazo, era evidente. Esa información me ayudaría a planear lo que luego sucedió. Tras la primera vez mi hijo comenzó a ver en mí a la hembra de sus sueños, y como le era de erótico al máximo, puesto que su potencia así lo indicaba, lograba con sus insinuaciones que yo me vistiera, de la manera más excitante posible, rozando la indecencia como una de esas putas de la calle. Ello lo ponía loco, sobre todo las falditas cortas, tacos altísimos y blusas transparentes que más que insinuaban mostraban mis pechos enormes y los pezones bien notorios. Yo estaba contenta pues me sentía como una diosa codiciada y al mismo tiempo llena de ternura hacia mi hijo al que quería darle todo el placer que pudiera. 
A pesar de mis años, me decía que no me cambiaría por ninguna, y así era porque lo notaba en su vehemencia cuando copulábamos y con su dedicación, traducida en detalles algunos ínfimos, y otros importantes. Ya estaba follando con mi hijo, nos excitábamos juntos eso era más que evidente y ambos deseábamos culminar toda esta locura de amor en el fruto de mi vientre, así que debía de dejar de ser recatada y darme en cuerpo y alma a Víctor, mi hijo. Después de mi primera experiencia sexual con él dentro de mis días infértiles, le di al fin el gusto que quería. Una noche que la recodaré toda mi vida…, me puse un conjunto íntimo transparente y sugestivo superlativo, bajo una bata más discreta. Él estaba con una camiseta blanca y después de cenar sus manos ávidas pugnaron por desabrocharme una de las ligas. Tomé su mano y la dirigí al lugar entre mis piernas donde encontró unos botoncitos que abrían la puerta del nido. 
Presa de su locura juvenil me alzó en upa y me llevó a la cama. Con manos torpes quiso desnudarme pero le pedí que me dejara a mí. Entonces voluptuosamente me fui quitando la ropa muy despacio, mientras veía su verga de 18 cm. al tope, gruesa, esplendida con un lustre que quitaba el hipo. Desnuda como estaba me dirigí a la ducha, sin quitarme los zapatos de tacón alto, los que me daban un porte escultural. Se vino tras de mí, y desnudos nos duchamos. 
– ¿Ves?, le dije. – Como el primer día...

… hizo lo mismo. Me alzó en upa y me puso sobre la cama. Abrí las piernas y nos tomamos de las manos. Nos miramos y al punto me penetró sin ninguna dificultad. Mi conejo hambriento de lefa se había amoldado al largo y recios estoque, como una llave a su cerradura y la rigidez de su falo encontraba su entrada triunfal a la segunda acometida si no era a la primera. Aun estábamos mojados por a ducha pero no nos importaba. Así estuvimos en plena cópula, apareándonos como animales salvajes que buscan la incesante escapatoria de la procreación. Me encontraba frenética, y así cada vez más fuera de mí arremetía furiosa contra su pollón cuando él empujaba clavándome sin compasión buscado mi orgasmo…, no paré hasta encontrarlo con fuertes convulsiones que contraían mi cuerpo de puro placer desinhibido, hasta que le dije… 
– Yo estoy a punto mi amor, ¡¿Y tú?! 
– Si, mami, te espero
Cuando comencé a acabar sintiendo electrizar mi cuerpo con otro sorprendente orgasmo él estaba dispuesto a hacer lo propio…. A los pocos minutos perforándome sin remisión sentí por esa vez su leche inundarme toda. A pesar de que mi vagina es suficientemente grande, el esperma no tenía mucho lugar pues su verga la ocupaba toda, y comenzó a salir a presión mojando todas mis nalgas. En pocas palabras reventó descargando su simiente en mi útero profundo, mientras me partía en dos el coño. 



Quedé con los ojos en blanco recibiendo su ingente surtido de lefa, mientras él convulsionaba en largos chorros de leche que introducía en el fondo sin el menor miramiento consciente de mi fertilidad… se vació a placer quedándose clavado unos minutos a fin de consolidad la inseminación a la par que nos regocijábamos con nuestras bocas, besándonos y comiéndonos. Más calmados, aun teniendo su eréctil verga incrustada en mi fondo uterino le dije… 
– ¿Te ha gustado cariño? ¿Te has dado el gusto al fin mi vida? 
– Si, mami, gracias, que buen polvo me has dejado echarte. 
Quedamos unidos, acoplado en perfecta armonía, penetrada sustancialmente durante mucho tiempo hasta que noté la flaccidez de su polla al cabo de unos largos diez minutos. Quedé toda la noche con el semen de mi hijo dentro de mí, y solo de pensar en ello, me produjo otro orgasmo involuntario al rozarme ligeramente el clítoris. Deseaba con todas mi ansias ser la madre del primer hijo de mi retoño, me emocionaba serlo, por eso no pararía de seducirle en mi días fértiles para que no parase de inseminarme una vez tuviera los espermatozoides maduros….

A mediados de mi ciclo, le hice notar a mi hijo que estaba receptiva, con gestos, besos y ropa elocuente. No quise que me lo hiciera en la piscina donde estuvimos a punto de fornicar, mejor nos fuimos dentro de la habitación donde todos me miraban y envidiaban a mi pareja. Con desesperación nos despojamos de la ropa y fui penetrada de inmediato, veía y sentía sus movimientos gracias a un espejo en el techo. Me sentía una puta deseada y en dos minutos mi hijo me provocó el primer orgasmo, jamás ningún otro hombre había logrado tal récord, lo que le estimuló más aún. Volvimos a hacer lo del primer día. Quedó quieto con su verga totalmente dentro mí y con movimientos del esfínter lo fui llevando a donde yo quería. En quince minutos estaba a punto de ebullición. Oí sus gemidos y su temblor…. 
– ¿Ahora, mi amor, ahora quieres? Le pregunté en un susurro.  
– Si mami, ahora te doy todo lo que desees. 
– Sí, mi amor, lo quiero todo, juntos mi vida, juntos para siempre… 
Y así fue, al notarlo apretarse fuertemente contra mí en la primera parte de su orgasmo previa a la eyaculación, cuando el placer era más intenso, tuve otro mío incontenible. De pronto percibí los fuertes aldabonazos de leche blanca y fértil de mi hijo colmando mi receptivo útero. Dos, tres y hasta seis chorros de esperma fueron depositados en mi fértil matriz, los jugos se mezclaron, esta vez su esperma sí que me fecundó definitivamente tuve la sensación de ser preñada. Me coloqué un apósito para no perder nada del néctar vital de mi niño…

Adopté una posición elevada de mi vagina, manteniendo toda la preciada semilla en mi conducto uterino, para que los millones de espermatozoides “Victoriosos” treparan fácilmente por las trompas de Falopio. Llevábamos una semana larga follando cada dos días tres veces al día, justo cuando su esperma se encontraba completamente maduro para fecundar mis óvulos. Su potencia, su cantidad ingente de semen, su juventud y lo sano de mi hijo me aseguraba una simiente extraordinaria que sin duda me preñaría. Al décimo día, como quería asegurarme el embarazo, recibí a mi hijo, esta vez en el nuestro aparta-hotel ya de madrugada, donde me encontró despierta y esperándolo desnuda completamente. Mis tetas de pezones hinchados eran los de una hembra en celo dispuesta engendrarle a mi retoño su primer hijo. El vello de mi pubis era invitador…, ya estaba empapado de mis fluidos. Quitarse el slip y arrojarse sobre mí fue todo uno…. 
– ¡Ay, mami, hace dos días que no lo hacemos! 
Así lo quiero cariño, necesitamos que tus espermatozoides triunfantes estén en todo su apogeo, de todo esto basa tener una sorpresa. Y nuevamente me aseguré estar bien inseminada. Esta vez dejé que eyaculara con la polla en el borde de mi vagina y con movimientos de mi pelvis hice que no quedara ni una gota fuera de ella. Y así sucedió. Aquel fue el penúltimo polvo antes de marcharnos a casa. La cara de felicidad irradiaba en mí cuando mi marido nos recibió en el aeropuerto…, si bien esa misma mañana en el Caribe había recibido a mi hijo dentro de mí, por  la noche de ese mismo día estaba siendo follada por el padre…, copulaba muy receptiva para él.

En los siguientes días, mi marido y yo volvimos a lo cotidiano, pero mi vagina ya había encontrado un complemento vitamínico reforzando mi vitalidad sexual. La actividad con mi hijo era intensa, pese a que la falta de menstruación constató mi preñez. Primero se lo comuniqué a mi marido, y después al que era sin lugar a dudas el autor y padre de mi preñez…, causante de la barriga que en pocos meses comenzaría a engordar. Cuando le dije a mi hijo que tenía un atraso de varios días, con ojos radiantes y mi sonrisa, quedó más enamorado que nunca. Tuvimos suerte, pues no fueron pocos los días que me inseminó mi hijo, puesto que su padre apenas colaboró en mi embarazado, al follarme casi fuera de plazo de mis días fértiles. 
¡Por fin mi vientre había sido fertilizado…, por mi querido hijo! Podía entonces planearlo como queríamos. En las reuniones familiares el hipotético padre llenaba las conversaciones en la mesa mostrando su hombría pasados ya los cincuenta años, naturalmente con la complicidad de mi hijo, la familia quedó convencida de que Víctor padre volvía a ser mi buen amante. Mi embarazo se produjo tal como lo había concebido. Al día siguiente ni nos miramos en presencia de su padre, eso duró poco pues nos convenía volver a nuestro rutinario tratamiento madre e hijo…, pero a solas nos queríamos, acariciábamos y nos besábamos con pasión.







Ahora estoy preñada con una panza de 33 semanas. Cuando podemos mi hijo pasea conmigo orgulloso de tener a su lado a su madre y “esposa en cinta”, una mujer orgullosa de su macho y preñada por él. Por supuesto nuestras relaciones son cada vez más frecuentes cuando su padre no aporta por casa, especialmente en las tardes donde estamos a solas hasta la llegada de Víctor padre del trabajo. Mi hijo y yo seguiremos follando hasta que mi panzona lo permita, mientras que con su padre no se lo permito desde que se confirmó mi preñez. Por las mañanas la verga de mi hijo visita el conejito caliente de su madre, cuando su padre se marcha abandonando el lecho conyugal, y justo antes de ir al instituto su esperma se queda en mi chochito bien protegido vaciando sus testículos todos los días. Su preciosa leche la conservo de esa manera hasta la media mañana cuando me levanto y me ducho, para después hacer las labores de casa junto con mi asistenta domestica que llega a esa hora. Es tal mi felicidad que desearía compartirla con aquellas que no se atreven a cometer incesto aun deseándolo con toda el alma para aconsejarles que dejen de lado esos tabúes tontos y se animen a la felicidad máxima. Después del parto pretendo continuar mi relación con mi hijo mayor, mi joven amante Víctor mientras él me lo permita, por mí estoy dispuesta a volver a quedarme preñada de él y darle otro hijo, que curiosamente es también a la vez mi nieto… ¡Qué cosas tiene la vida!

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