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UNA HISTORIA DE AMOR. Y si tú no has de volver...

    "Y si tú no has de volver" 1ª PARTE "Una para el otro y otra para el uno". Esa frase la repite una y otra vez mi ...

La viva imagen de mi Esposo. 1ª parte

 




Dustin Hoffman vuelve a casa después de terminar sus estudios universitarios. Es un joven que alberga un gran rencor contra la hipocresía y la corrupción de la sociedad que lo rodea. La Sra. Robinson, una amiga de la familia, se encapricha de él y lo hace su amante. Pero cuando Dustin Hoffman conoce a Elaine, la hija de la Sra. Robinson, todo se complica... Esta es mi vida.


1º Capítulo. Una madre azarosa

Se dice que la vida solo se vive una vez, pero puedo asegurar que hay personas que llegan a reencarnarse para vivir una segunda vida y hacer felices a las personas que siempre amó. Hola, mi nombre es Laura, actualmente tengo 37 años, y me veo forzada a escribir esto, sentada en la oficina donde trabajo de secretaria, ya que no soy capaz de entender lo que me está pasando. He leído varias historias y la mía tiene algo similar a algunas de ellas, pero tiene un punto extraño que me tiene desconcertada, y pienso que al compartirlo, pueda aclarar algo mis ideas, o al menos, eso espero. Tal vez sólo sea mi propio yo salvaje, en busca de morbo. Comenzaré por explicar algo de mi vida… tengo la sensación de que es relevante para mi estado actual.

Soy gata, lo que significa que mi humilde familia y yo, hemos nacido y vivido toda la vida en Madrid capital. Nunca fui una chica discreta, buena y dulce, desde los catorce años, y en la eclosión de mi pubertad me comporté bastante mal…, bebí alcohol, fumé, tomé ciertas drogas blandas, y hasta en alguna ocasión, algunas duras. Me desvirgaron a los quince años como a una cualquiera, solo por conseguir una entrada a un concierto de rock de "Héroes del Silencio", y desde ese día, comprendí el poder de la feminidad. Usé el sexo para lograr lo que quisiera, teniendo en mi mano a tres o cuatro chicos mayores de edad, con motos y coches a modo de chóferes personales, o patanes que complacían todos mis caprichos adolescentes, pagándome todo, a cambio de juegos, o directamente sexo.

Por aquella época vestía casi siempre de cuero negro o vaqueros, con generosos escotes, marcando una figura adolescente muy atractiva, delgada, con una diminuta cintura de avispa realzando unas caderas anchas hechas para el pecado y un busto generoso para mi edad, con el pelo rubio natural en media melena, mucha laca ya que era la moda, con bastante maquillaje palideciendo mi bonito y fino rostro, con unas sombras de ojos exageradas, para realzar unos ojos azules eléctricos. Tomé mis precauciones, claro, siempre llevaba condones para la ocasión, pero mi vida era un “desfase” constante que en mi casa no soportaban.

Mi padre se hartaba de verme llegar borracha a casa a altas horas de la madrugada, en brazos de chicos distintos, pero lo achacaba a la edad. Mi madre en cambio, recibió la peor parte, discutimos mucho y la relación nunca fue buena, llegando a las manos algunas veces. Al ser hija única, creo que les decepcioné bastante, pero a esas edades adolescentes, nos importa bien poco lo que opinen de nosotros nuestros padres, o eso creemos. Como digo, mi existencia consistía en faltar a clase, ir a antros a beber, tirarme al primero que me gustara, y tener resaca casi de forma constante. Una versión de la muñeca Barbie, pero rockera y de mala vida. Todo cambió cuando apareció Ulises, a mis tiernos 17 años. Era un joven que me encontré en un concierto, pero parecía un pez fuera del agua.

Vestido con vaqueros y polo azul cielo, metido por dentro del cinturón de cuero, junto a unos náuticos en los pies. Tenía el pelo negro, de tres dedos de largo, totalmente engominado hacia un lado, barba incipiente, muy alto, aspecto robusto y agradable, en el rostro unas facciones duras pero amables, ojos pardos y una sonrisa arrebatadora, que ocultaba una nariz grande, y ligeramente desviada hacia la derecha. Era lo que se conoce como un pijo, un hijo de papá o “niño bien”, da igual cómo llamarlo, lo importante es que no encajaba en un ambiente lleno de moteros, chupas de cuero, vaqueros rotos por el uso, y cerveza barata.

Era inevitable fijarse en él la noche en que nos conocimos, desentonaba, y llamaba la atención, hasta tal punto que era normal verle discutir con algún que otro borracho, que le increpaba con varias copas de más. Yo, al verle, pensé lo mismo que todos allí, que más le valía salir pronto del recinto, o se llevaría algún susto, solía pasar que algún niño adinerado quería “vivir la noche madrileña” de mediados de los noventa, y acababa lloriqueando en alguna esquina tras unos bofetones.

Pero la noche fue pasando, y a parte de un par de amigos suyos que le acompañaban, vi que todo aquel que se acercaba con malas intenciones, terminaba cantando y bromeando con él. Me intrigó sobre manera, así que de forma poco sutil, me acerqué a su posición, meneándome y dando saltos, para que al llegar a su lado, me mirara. Me encantaba esa sensación de dejar boquiabierto a los chicos con mi mirada y mi expresión corporal, lo usaba para desarmar a cualquiera, y nunca me había fallado, hasta ese momento.

No es que no me observara, o me comiera con los ojos, con unos jeans cortos tan altos que me violaban al andar, se deleitaba conmigo pero no trató de tirarse encima de mí, como hacían la mayoría. Estuve más de una hora bailando a su alrededor, y estuve a punto de mandarlo a la mierda varias veces, pero cuando él quiso, aceptó un reto a la desesperada de mi mentón, y se puso a saltar conmigo. No sé exactamente qué pasó, recuerdo que fueron las tres horas más increíbles de mi vida. Era un chico avispado, listo, que sabía manejar la situación, y para mi asombro, y sin oponer mucha resistencia, me tenía entre sus brazos. No me metía mano como los demás guarros, que enseguida me sobaban sin cuidado, él me sujetaba de la espalda con ternura, y hacía pequeños gestos de cariño en los brazos cada vez que me susurraba al oído dulces palabras. No era el primero que era así conmigo, pero había algo en su personalidad que me atrapaba en toda esa empalagosa forma de ser, sin poder evitar ponerme de puntillas sobre su pecho, ya que era ostensiblemente más alto que yo. Tras esa fachada había un hombre firme y recto, que no se dejaba arrastrar a mi juego, sino que me llevaba a su terreno.

Fue un caballero, y terminamos paseando solos a las seis de la mañana por los bajos de Argüelles, unos sótanos del tamaño de una manzana de edificios, con el mayor porcentaje de bares y garitos cutres que os podáis imaginar. Tomamos churros con chocolate caliente en una panadería cercana, ya que era principios de invierno, y el frío reinante le obligó a ponerme su cazadora, de marca cara, por encima. Me acompañó caminando más de una hora hasta el portal de mi casa, con su mano delicadamente apoyada en mi cadera, y seguimos charlando un rato.

Amaneció casi sin darme cuenta. Aquella misma madrugada nos besamos por primera vez, un primer beso corto y suave, que se volvió deliciosamente largo, notando sus dedos apretándome en la cintura, y los míos sujetado su cuello, queriendo que aquello no acabase nunca. Y hasta hoy, han sido los únicos labios que he probado en más de dieciocho años. Mis padres montaron en cólera, que empezara a salir con un chico mayor de edad les exaltó, y eso que no era el primero con el que me besaba, o incluso con el que me había acostado, pero si fue mi primera pareja oficial, y eso les ponía de los nervios. Sus veinte años no me parecían nada, en cuanto pasara ese año, yo ya sería adulta, y mi pareja me sacaría tres míseros años.

Ulises fue todo lo que necesitaba en la vida, una vez que mi familia le conoció, y vieron el cambio que provocó en mí, pasaron a adorarlo, ya que era educado y muy sociable, mezclado con un saber estar y un aplomo que me volvía loca. Dejé toda mi vida de futura delincuente atrás, y me convertí en la novia ideal para él. Todo era maravilloso, y acostarse con él por primera vez fue la experiencia más excitante de toda mi vida,puesto que tardamos casi dos meses en hacerlo…, preparó una cita de ensueño, de esas con las que todas soñamos en secreto. Me lancé a su pecho, deseosa de fundimos en la mejor noche de sexo y amor que tuvimos jamás. ¿Quién tendría tiempo para condones? A las siete semanas se confirmó mi preñez, y me eché a temblar, imaginándome que Ulises me abandonaría. Una cría encinta no estaba muy bien visto en su casa.

Pese a que sus parientes eran buenas personas adineradas y estirados. Nunca tuve la sensación de que Ulises se quedara conmigo por honor, responsabilidad, o castigo, fue un hombre cariñoso y feliz, incluso se buscó un trabajo extra, mientras estudiaba su carrera de económicas, para ahorrar y pagar cualquier cosa del bebé. Su familia no le cerró el grifo por completo, pero no les hacía gracia pagarme nada.

A poco de cumplir la mayoría de edad, apenas un mes antes, y con problemas graves durante el parto, nació mi único hijo, Rodrigo. Desde ese instante, mi vida es una exposición rápida de diapositivas. Mi bebé creciendo rápidamente. Mi pareja perfecta que me hacía inmensamente feliz. Los abuelos con la baba colgando por su nieto. Irnos a vivir juntos. Cuando mi hijo tuvo tres años nos mudamos a la casa vacía de sus padres. La licenciatura de mi pareja de hecho. Su ascenso a socio de una empresa de contabilidad. Mi primer trabajo de secretaria. La ilusión de querer tener un segundo hijo. La incertidumbre de saber que debido a las complicaciones del primer embarazo, sería difícil volver a tener hijos. Criar a Rodrigo lo mejor que pude, pese a los constantes roces con los abuelos paternos y su manía de mal criarlo dándole de todo. Casarnos cuando cumplí veinticinco años, en el día más feliz de mi vida. El amor y cariño de tu propia familia. Los enfados que terminaban en polvazos. Las riñas con mi hijo adolescente. Y finalmente, el accidente de tráfico hace tres años.

Ni siquiera recuerdo lo último que le dije, se levantó como cada mañana para ir a su trabajo, me dejó dormida como hacía siempre, me besó con delicadeza antes de marcharse, y le llamé para saber a qué hora regresaría para tener la comida lista. Cuando pasaron tres horas, llamé a su móvil preocupada, y me contestó una mujer, una de los médicos de la ambulancia, y me confirmó el estado crítico de Ulises. Supe más tarde que ya estaba muerto durante esa llamada, el impacto de un todo terreno justo en su puerta, conducido por un señor de su misma edad, que no iba bebido ni drogado, ni era mala persona, tan solo se despistó un instante al volante, fue letal de necesidad. Prefirieron no decírmelo por teléfono, aun así, cogí a mi hijo y corrí al hospital para ser informada de que ya no había nada que hacer.

Lloré, tanto que me desmayé, y me tuvieron que atender allí mismo. El mes siguiente fui un fantasma, mi padre se hizo cargo de todo, yo sólo era una marioneta en sus manos, iba a donde me decía, y hacia lo que me decía. Se lo agradezco de corazón, no hubiera podido hacerlo sola, y tan sólo tengo vagos recuerdos del entierro, la misa, y de un largo tiempo después. Mi vida había muerto junto con él. El tiempo, y ayuda psicológica, me hicieron volcarme en mi hijo, y recobrar las ganas de vivir que había perdido. Mi posición económica era holgada, la pensión de viudedad, y la no separación de bienes que mi “pobre” marido firmó sin parpadear, me dejaron un una casa en propiedad en el centro de Madrid, en la que vivimos, y varios objetos de gran valor para cualquier apuro, así como la ayuda y apoyo de la familia de Ulises, que terminaron acogiéndome al ver que no era una caza fortunas que se quedó preñada de su “principito”.

Pese a ello, me enorgullezco de no ser una mujer que vive del bote, y me busqué un empleo sencillo en mi antiguo trabajo de secretaria, que tuve que dejar por depresión. Me acogieron con gusto ya que, pese a los estereotipos de las rubias guapas de oficina, soy muy resolutiva y eficiente. Aparte de un sueldo propio, es una distracción, y me obliga a tener vida social. Mi vida, pasados tres años de la tragedia de mi esposo, es algo rutinaria. Me levanto junto con mi hijo, desayunamos y le llevo a la universidad, de pago y buen nombre, que Rodrigo malgasta, aunque pagan sus abuelos. Era un buen chico, pero estudiar no es lo suyo, y desde la muerte de su padre no puedo con él, en cambio, a sus casi diecinueve años, tiene cierta facilidad para hacer amigos, y más para tener ligues.

No me extraña, ha sacado todo la belleza de mí, y pese a ser algo escuálido y bajo, su cabello rubio y la cara de galán con ojos azules, le hacen bastante mono. Si no estuviera segura, juraría que Ulises no era de su padre, ya que no ha sacado casi nada de él, ni físicamente, ni de su personalidad. Al dejarle en el campus, voy a mi trabajo, un bufete de contables y abogados. Me siento en la entrada atendiendo el correo, las visitas y el teléfono, junto a una chica bastante más joven y de buen ver, que trabaja a jornada completa, pero que no es tan despierta como yo. De hecho, muchas tareas complicadas las deja en espera, hasta que llego.

Una vez está todo preparado en la oficina, regreso a buscar a mi hijo. A veces me llama y me dice que vuelve andando o alguien le trae, y voy directamente a casa. Hago la comida, y espero que llegue, cuando tarda, le escribo algún mensaje, pero si está ocupado con algún tema, generalmente alguna chica o algún amigo, me dice que coma sola. La tarde la uso para las labores del hogar, teníamos una sirvienta, pero al final prescindimos de ella, no se me caen los anillos por fregar el baño o limpiar la cocina, y cuando me enfado con Rodrigo, le obligo a frotar la suciedad del horno o cosas así, cuando acaba sus tareas. Trato de hablar con él, si regresa antes de la cena, pero no me hace mucho caso, ahora entiendo a mis padres y la relación complicada que tenía con ellos a esa edad.

Cenamos y me quedo en el sofá viendo la televisión mientras él se va a su cuarto, que cierra con llave, hasta que me quedo dormida. Más de una vez me he despertado a las tantas allí, en el salón, y me he ido a la cama. Creo que es por el dolor que me provoca ver ese colchón enorme de matrimonio, con el lado derecho vació, donde dormía Ulises, y me hace sentir terriblemente sola. Siendo algo directa y descarada, al año de su muerte, me compré un dildo, no más grande que un bolígrafo pero que vibraba, y cuando estoy que me subo por las paredes, lo uso, siempre he sido muy fogosa y Ulises me colmaba. Aunque mis sesiones de masturbación son algo mecánico, no hay emociones ni diversión, calmo un fuego dentro de mí, nada más. Y al día siguiente, más de lo mismo.

Los fines de semana son algo más alegres, mi hijo sale mucho y puedo quedar con algunas amigas, muchas son otras madres, y van con sus parejas, lo que me hace odiarlas y envidiarlas. Cine, cenas, alguna fiesta, y si me vuelvo loca, me arreglo para bailar un poco con esposos prestados, pero nada más. Hago planes entre Rodrigo y yo, quedamos para ir a dar una vuelta, salir al parque a pasear o ver a los abuelos cuando necesita pedirles algo, y pese a que no lo dice, mi hijo lo hace por cortesía, o más bien por pena hacia mí. La mayoría del tiempo lo pasaba aburrida en casa, pero un día se produjo un punto de inflexión.

Vi a una mujer de mi edad en un canal, promocionado su cadena de gimnasios. Me apunté, por hacer algo los fines de semana, y para mantenerme un poco en forma, no he perdido mi atractivo, pero una tiene una edad ya, y no tengo nada mejor que hacer los sábados y domingos por la mañana. Son clases divertidas, pero agotadoras, con repeticiones de posturas, y con bailes por turnos. Además, creo que “sexualizan” un poco los ejercicios, en mí hora somos todas mujeres, y la clase la da un morenazo de 1,90 centímetros de altura, y con músculos que no sabía ni que existían, poniendo poses con sus pantalones de licra, marcando el paquete de tal forma, que alguna se va a desmayar en cualquier momento. El resto del día lo paso en casa, busco cosas que hacer en Internet, pero a mi edad, sin pareja, no hay mucho que me llame la atención. Es cuando me planteo rehacer mi vida, y buscar a algún hombre con el que poder empezar de cero, pero la sola idea me turba la mente. Pese a llevar tres años viuda, todavía llevo los dos anillos de matrimonio, el mío y el de mi esposo, en el dedo anular de la mano izquierda, y cada vez que le sonrío de más a algún posible candidato, me siento tan mal que me echo atrás enseguida, frotándolos con los dedos.

Claro, no soy tonta, estoy bastante bien, modestia aparte. Mis pechos después de dar a luz aumentaron y rebosan sin sufrir todavía estragos evidentes sin sujetador, mi cintura de avispa sigue ahí, junto a unas caderas muy esbeltas, con el culo prieto y respingón. A día de hoy mis medias son unas muy respetables 105C-65-95 Encima me he dejado el pelo largo, y una cabellera rubia casi hasta mi cintura… me da un aire espectacular. Contando con ello, no se me han pasado por alto las miradas de algunos compañeros de trabajo el día que llevo falda ceñida y tacones altos. No se me escapan las miradas libidinosas de los maridos de mis amigas, que hacen de carabinas con primos o cuñados, cuando me pongo un vestido vaporoso y ligero al salir con ellos. Como tampoco dejo de notar los gestos cómplices de algunos en el gimnasio cuando las mallas apretadas dibujan mi esbelta figura de cincuenta kilos, y curvas femeninas.

Y entre todo ello, no siento ni un ápice de aquello que Ulises lograba despertar en mí, tonteo un poco, juego, pero todos se cansan de tratar de conquistarme, así que, o ya no estoy tan bien como me creo, o es que me cierro en banda a cualquier cambio en mi rutina. Esta es mi vida, y aunque no lo creáis, hasta yo misma creo que estoy muerta ya, no tengo vida, ni nada que hacer en este mundo, me siento vacía y noto que tengo una existencia sin sentido. Incluso mi propio hijo, que debería ser mi luz en el día a día, ya es mayor, y no tiene tiempo que perder con su madre. Debí ser más firme con él, pero ahora ya da igual, en cualquier momento se sacará el carnet de conducir, y ya no tendré excusa para acompañarle a la universidad, nos veremos poco, y en breve encontrará a alguna chica con la que irse a vivir. Eso me da pánico, si ahora me siento así de abandonada, pensar en ese instante, me bloquea mentalmente. O eso era hasta ayer.

Era un día normal, como cualquier otro, me vestí con un traje de oficina azul marino, con falda apretada hasta las rodillas, tacones medios y una blusa blanca algo escotada, con un recogido leve en el pelo. Llevé a mi hijo al campus, y fui a trabajar, sin novedad alguna, salvo el maldito aire acondicionado de la recepción, que se estropea a menudo, y ese día tocaba sudar. La verdad, es finales de la primavera, y el calor aprieta, así que me terminé quitando la chaquetilla dejando los brazos al aire, y abanicándome con cualquier cosa que tuviera a mano. Por fin mi turno acabó, y al salir me metí en el coche, uno alemán bastante caro de cinco puertas, que estaba ardiendo de estar aparcado al sol, así que no me puse la chaqueta, dejándola en el asiento de atrás, junto al bolso. Sofocada, llamé a mi hijo para saber qué tocaba, si ir a recogerle, o no…

Hola mi vida, ¿Cómo estás?

– Bien, mamá, como siempre.

– ¿Me paso a buscarte? El sonido de sus amigos de fondo riéndose me resulta familiar, y espero a que mi hijo se digne a hablarme.

Sí, además se viene un amigo a casa, que tengo que darle unos apuntes. Torcí el gesto, no me gusta mucho llevar a desconocidos.

¿Seguro? Ya sabes que no… antes de poder acabar la frase, un chasquido del paladar muy particular de Rodrigo me hacía ver que le estaba poniendo en evidencia.

¡Venga, mamá! ¿Qué más te da? Es un amigo de la “Uni”, solo un rato y luego se irá a casa.

Está bien, pero nada de líos en casa…Voy para allá, un beso. Me pareció oír un “Gracias” antes de que me colgara….

Más bien creo que fue fruto de mi imaginación. Puse el aire del coche a toda potencia, y conduje hasta la universidad. Aparqué donde siempre, una especie de mini circuito de calles aledañas que hacen las veces de aparcamiento. Vi a mi hijo a lo lejos, no le presté mucha atención ya que siempre tarda en venir cuando está despidiéndose, y yo andaba con el móvil. Estaba tratando de esquivar la trampa de una amiga, que quiere que este viernes vaya con ella a cenar, y a conocer a un primo suyo que ha venido de Barcelona… “Lo siento, pero de celestina eres horrible, al último le tuve que cruzar la cara por propasarse.” Nada más mandar el mensaje, noté la puerta del copiloto abrirse, y de un brinco mi hijo saltó dentro. Ni siquiera me miró o me saludó, se estaba riendo y giró la cabeza hacia atrás. Al instante se abrió una de las puertas traseras, no quise parecer muy quisquillosa con aquel chico desconocido, así que no miré fijamente…

Hola, soy Laura, la madre de Rodrigo. Pretendí ser amable.

Alejo ya sabe quién eres, mamá, no seas boba.

Me sentí algo estúpida, es una cualidad innata en mi hijo, hacerme sentir mal. Montarle una escena no ayudaría delante del joven, así que me guardé la respuesta.

Eh, tío, no le hables así a tu madre, tenle un poco de respeto. Yo soy Alejo, amigo de su hijo. Me quedé pasmada, con la boca abierta, tratando de no reírme y girarme para no enfadar a Rodrigo. Disculpe la molestia, ¿Puedo moverle el bolso y la chaqueta para sentarme?

Casi me caigo al suelo al ver a un chico, tan joven, ser tan educado. Estaba de pie, con la puerta abierta del coche, y hasta que no asentí con la cabeza de medio lado, no tocó mis cosas en el asiento de atrás….

Sí…claro, no es molestia, perdona que lo haya dejado ahí, es que hacía un calor que…, me quedé sin palabras.

Venga, no tardes, que tengo hambre.

Vi que el tal Alejo, cogía mi bolso y mi chaqueta por el retrovisor, con delicadeza, y los posó en el asiento de al lado. Entró con cautela cerrando la puerta con cuidado, mientras se puso el cinturón sin que le dijera nada. Miré a mi hijo, que estaba con una pierna doblada pisando el salpicadero, y sin ninguna intención de seguir los pasos de seguridad vial de su amigo…

¡Anda, ponte el cinturón, que nos vamos!

Tardó al menos dos minutos de remoloneo ponérselo, en los que hablaba con su amigo, detrás de mí, sin prestarme atención alguna, lo habitual en él. No quería escuchar, pero es inevitable oírles, parece que hay una chica nueva que a Rodrigo le gustaba, pero Alejo no lo veía claro. Mientras que mi hijo hablaba con cierto desdén de ella, su amigo lo hizo con una voz inusitadamente calmada y respetuosa para su edad, y usando términos complejos, muy lejanos de un patán. Me gustó oírle, tanto su tono como sus frases tenían un agradable efecto en mí. Sobre todo, cuando era capaz de cerrarle la boca a mi hijo con algo de lógica, parecía que tiene la cabeza bien amueblada. Pero yo no intervenía en ningún momento, les dejé a su aire, y me centré en la carretera. Al llegar, aparqué en el garaje, y antes de apagar el coche, mi hijo ya estaba fuera, quejándose de lo que había tardado, y encaminándose al ascensor para entraren casa, casi sin mí. Suspiré algo abochornada, y apagué el coche para salir, saqué las piernas, y antes de poder levantarme, una mano apareció ante mí, al estar oscuro deduje que era de Alejo, que como un caballero, me la ofreció para ayudarme a salir, la cogí, y así lo hice…

– Gracias. Tome, sus cosas, me ofreció mi bolso, cogido casi por el extremo más alejado de la correa, y la chaqueta bien sujeta, para que no se arrugara….Muchas gracias…de nuevo.

Le sonreí a tientas, me dejó descolocada tanta amabilidad, o es que ya no estaba acostumbrada a ella. Cerré el coche y caminé entre las tinieblas del aparcamiento hasta el ascensor donde estaba ya mi hijo. Entré yo primero, ya que Alejo me cedió el paso, y la luz alógena me cegó un instante, el suficiente para que se cerraran las puertas, y empezáramos a ascender al segundo piso en el que vivimos. Busqué las llaves de casa en mi bolso, mientras me daba la vuelta, y vi a mi hijo de pie, charlando con su amigo. Me di cuenta de que nos sacaba una cabeza de altura a ambos, y eso que yo llevaba tacones altos, y cuando por fin vi de frente a Alejo, me quedé helada, tanto que se me cayó la chaqueta al suelo.

¡Joder, mamá! Mira que eres torpe.

Calla, no seas brusco, dijo mientras se agachaba a devolverme mi prenda.

Le miré atónita, mientras se ponía en pie, y me observaron ambos asustados, me debí de quedar blanca. Llegamos a nuestro piso, y salimos del ascensor, yo tras ellos, mirando incrédula a ese joven, como quien ha visto a un fantasma… y debe cerciorase de que eso que tiene delante, es real. Rodrigo cogió mis llaves y entró en casa, con Alejo detrás, que aguardó a que yo pasara para cerrar.

El chico me miraba algo cortado, traté de comprenderle, tal como le debía estar observando, era para ponerse colorado. Entramos por el pasillo al salón, y la luz de la tarde me dejó apreciarle mejor. “Su altura, espalda robusta, brazos fuertes, cara de facciones duras y amables, moreno… su pelo es algo más corto pero, la nariz es igual… “¡Era la viva imagen de Ulises!” maquinaba mi cerebro. Estuve perdida, hasta su ropa, polo azul y vaqueros, se asemejaban a la primera imagen mental que tenía de mi fallecido marido, de aquel concierto de rock, y de aquella maravillosa primera noche, juntos. Rodrigo gritó por el pasillo, llamándole, y Alejo, algo cohibido, se despidió con un gesto con la cabeza, y se fue al cuarto de mi hijo.




No sé cuánto estuve allí parada, de pie, sin saber si me estaba volviendo loca. Sacudí la cabeza y busqué un viejo álbum de fotos, de cuando era joven, y encontré varias de mi difunto esposo, y al verlas, me empezó a costar respirar. Más que un parecido, yo veía a la versión juvenil de la que me enamoré de cría, es cierto que el cabello era más largo, y que los ojos eran algo diferentes, pero el resto de semejanzas era tan clara…la gomina, su físico, la forma de moverse, su voz. Tuve que sentarme y guardar la calma. Pasado un buen rato, en que les escuchaba reír y hablar de fondo, me serené, lo achaqué a alucinaciones mías, y fui a cambiarme, tratando de normalizar la situación.

De hecho, del sofocón del calor y el susto, me di una ducha rápida, y me puse unas braguitas negras cómodas y mi camisón preferido para estar por casa, uno amarillo chillón de tirantes hasta medio muslo y ligeramente escotado, me liberé de esa tortura china llamada sujetador, así como de los tacones, calzándome unas mullidas zapatillas de andar por casa. Me recogí el pelo en un moño alto para ir fresca, y me fui a hacer la comida, olvidándome de todo un poco, pese a tener el corazón todavía acelerado. Pasada una hora, tenía la mesa lista, y los chicos no salían del cuarto. Le mandé un mensaje a Rodrigo, pero no contestaba, así que me fui a buscarlos. Hablé a través de la puerta, y les dije que estaba todo preparado, pero no respondieron. Es cuando llamé fuerte golpeando con los nudillos, y metí la cabeza al abrir, sin querer molestar.

¿Qué quieres? Pesada, dijo mi hijo, sentado en la cama con una postura casi antinatural, mientas que Alejo estaba en una silla, con unos CD´s en la mano.

Nada, es que la comida ya está.

– Vale, ahora vamos, que tenemos que hablar de nuestras cosas…, casi se levanta a cerrar la puerta cuando me quedo mirando a Alejo, que de nuevo, agacha la mirada confuso. “Maldita sea, es clavado a Ulises.”, pensaba, y me asombré un poco más.

– Está bien, ya me voy.

No cerré del todo al irme al salón, esperando que salieran pronto, pero tras unos minutos no hubo movimiento, así que fui decidida a darles un segundo toque. Por pura coincidencia, antes de llegar, la puerta se movió, y por algún motivo extraño, ya que es mi casa, me pegué a la pared para esconderme, y que no me vieran. Pero nadie salió, solo se entornó un poco, y escuché como hablaban.

Bueno, pues con eso ya tienes para estudiar, que menos mal que yo tenía los apuntes, vaya suerte la tuya.

– Suerte la tuya, qué callado te tenías lo de tu madre.

– ¿El qué….? Ah, ya te dije que era guapa…para su edad, soltó con su habitual desdén al hablar de mí.

¿Guapa? ¡Estás bromeando! Es preciosa, tiene unos ojos y un pelo que me encantan, y no veas el cuerpo que tiene, que en el coche se le marcaban unos pechos perfectos con la blusa empapada de sudor, y cuando se ha bajado del coche con esa clase, y esa falda ajustada, puf, vaya trasero que tiene la buena mujer.

– Pues no sé, está buena…supongo… ¿Te gusta o qué? El tono era de broma.

¿Y a quién no? Ojalá tuviera una novia así, te lo aseguro. La sonrisa que salió de sus labios fue tibia.

– Pues toda tuya, a ver si la quitas las penas de un polvo, que está inaguantable y necesita una buena follada. El odio con que lo dijo, me dolió mucho, pero no puedo culparle. Tiene razón, yo misma me lo planteo a veces.

Mira…mira, no me tientes. Ambos se rieron, y noté que iban a salir.

Traté de ser rápida, y moverme para que no pareciera exactamente lo que era, que les estaba espiando. Pero me trastabillé con la zapatilla en la alfombra que cubre todo el pasillo, y terminé cayendo de bruces sobre el pecho de Alejo. De la impresión, me rodeó con el brazo libre por la cintura y me pegó a su cuerpo, para evitar mi caída. Su mano fue tan fuerte, y el gesto tan veloz, que sus dedos acabaron metiendo parte del camisón por la goma de las braguitas, a la altura de mis riñones…

¡Uy, perdona! Venía…a, venía a buscar a Rodrigo…para comer.

– Sí es que casi te caes, torpe.

– No, es fallo mío, discúlpeme usted, no miré al salir.

No pude evitar notar cierta condescendencia amable en su voz, como si supiera que no era culpa suya, y pese a ello, la asumió. Me estabilizó con la mano aún en mi espalda, quedándome frente a él. De nuevo, sentí la semejanza con Ulises, ya que sin tacones, ahora me sacaba más de una cabeza de altura, y me vi enana a su lado, rodeada por su fuerte brazo, tal y como él me hacía sentir, frágil y protegida, al mismo tiempo. Es cuando me soltó, y se alejó un metro de mí.

¿Te vas ya? ¿Nos vemos mañana? Se aprietan las manos en forma de saludo.

Claro, se gira hacia mí. Un placer conocerla…Laura.

Sin esperar a una motivación clara, me puse de puntillas y le di un beso en cada mejilla, de esos de moda para saludar o despedirse ente los críos. Me gustó notar la extraña sensación en los labios al contactar con su barba, a la moda, tan peculiar y tan parecida a la de mi marido.

Un placer conocerte también, Alejo, ojalá hubiera más gente educada como tú, solté sin pensar.

Gracias, aunque con anfitrionas así, da gusto.

– Pues esta es tu casa, para cuando quieras…“¿¡Pero qué haces!?”, me grité por dentro.

Que sí, mamá, deja que se vaya, no te pongas pesada.

Empiezo a cogerle asco a mi propio hijo, pero le hice caso, y me aparté del pasillo para dejarles pasar, no sin dejar de observar los ojos de aquel joven clavados en mi escote, que sin sostén y desde su altura, sentí que me veía hasta el alma. Alejo se fue, y comí con mi hijo, volviendo a mi rutina diaria. Limpié un poco la casa, Rodrigo se encerró en su cuarto, y vi la televisión hasta la hora de cenar, por separado ya que mi hijo se hizo un bocadillo y se lo llevó a su habitación, quedándome traspuesta hasta tarde en el sofá. Lo peor, es que en toda la tarde, la imagen de Alejo me estuvo dando vueltas en la cabeza, su parecido con mi esposo era casi perfecto, y su forma de comportarse…me sentí extrañamente alegre, y sonreía sin motivo aparente.

Acabé acostándome en mi cama, pero la imagen de él agarrándome, con sólo un camisón encima, me perturbaba, y como quien no quiere la cosa, sin ser consciente, estaba tocándome por encima de las braguitas, frotando los muslos tenuemente. Estaba como un volcán, y miré al cajón de mi mesilla, donde guardo el dildo. Ni me lo pensé, cerré la puerta con el pestillo, y saqué el consolador, lo iba a untar con vaselina como hago siempre, pero estaba tan húmeda que no me hizo falta. Comencé a bajarme la ropa interior hasta los muslos, y a levantarme el camisón, jugando a acariciarme por encima de él.

Me gusta trastear antes de un mete saca, y normalmente no me cuesta imaginarme a mi marido tocándome, a Ulises besando mi cuello, o sintiendo su dura verga, larga y algo más gruesa en su base de punta fina semejante a un arpón, separándome los labios mayores. Pero ayer no, ayer todo lo que había en mi cabeza era Alejo, pensaba en su educación, su porte, su mano tan cerca de mi trasero al agarrarme, su voz diciendo que soy preciosa, que mis ojos le encantan y que mis tetas son perfectas, imagino su mirada sobre mí en el coche, fijándose en el sudor que pegaba la blusa a mi piel, y al pensar en el resoplido que escuché al hablar de mi culo…¡¡uff!! Estaba tan mojada que no recuerdo la última vez que estuve así, y sin pensarlo, hundí aquel pequeño juguete en mi interior, soltando un alarido de placer que no recordaba ser capaz de expresar. Giré la base y empezó a vibrar dentro de mí, provocándome una ola de sensaciones nuevas, u olvidadas. No fue mecánico, ni una rutina, ayer no, estaba cachonda perdida, necesitaba que me follaran, y a falta de un hombre, aquel trasto me valía.

El juego de sacarlo y meterlo lentamente me estaba matando, y saqué un brazo del tirante del camisón para jugar con mis senos. Al palpar el pezón, rosado, tirante y erecto, lo sentí tan duro que el mero hecho de rozarlo me encendió más. Me agarré el pecho, jugué con las yemas de los dedos, mientras me perforaba poseída, gimiendo y retorciéndome de placer, probando por delante, bien abierta de piernas, o por detrás, tirando de la cadera, con ritmos rápidos o lentos. Me daba igual todo, solo tenía que cerrar los ojos y pensar que eso me lo hacía Ulises, quise pensar en él, en su versión joven, en la polla vigorosa que me dejó preñada, en aquel hombre que me supo manejar, pero era un esfuerzo en vano.

Mi mente volaba, las pequeñas explosiones que nacían entre mis muslos no me dejaban razonar con claridad, y la idea de que mi marido murió, de que ya no me puede tocar, y de que está muy lejos de mí, me hastió. Dando paso a un sólo pensamiento que cruzó mi cabeza, “Ulises no está, pero Alejo sí, está vivo, y a mi alcance”, y pensé en sus manos acariciándome, en sus labios besándome, y en su sexo atravesándome. No pude razonarlo, mil ideas se agolparon en mi inconsciente cuando estallé en un alarido que acallé con la almohada, me moví como el cristal al fuego vivo, con el dildo dentro vibrando, y mis muslos temblaron a su son, hasta que coceé, jadeando satisfecha y me quedé dormida, tal como estaba.

Al sonar el despertador, me vi a mi misma, como si estuviera fuera de mi cuerpo. Tumbada en la cama boca arriba, despatarrada con las braguitas colgando de un pie y el dildo pringoso perdido entre mis piernas, el camisón hecho un cinturón en mi vientre, y la piel brillando con perlas de sudor frío. “¿Pero qué has hecho?” Me castigué golpeándome liviana y repetidamente en la frente, con los anillos de mi dedo. Recogí todo, y me di una buena ducha de agua fría, preparé el desayuno, y Rodrigo se mostró tan indeseable como siempre al despertar. Me he vestido, le he dejado en sus clases, y me he venido a trabajar, donde hay tan poco que hacer, que con la cabeza hecha un lío, he empezado a escribir esto…


2º Capítulo. El fantasma de mi marido

¿Estoy loca, o es que el fantasma de mi marido ha venido para atormentarme?, ¿Es posible que alguien, un ente superior, en su infinita crueldad o sabiduría, haya puesto a la reencarnación de mi marido ante mis narices? Es un crío de diecinueve años, pero por su culpa estoy sonriendo desde ayer, y no voy a engañar a nadie, lo de esta noche, ha sido culpa suya. Me llama mi hijo, qué oportuno.

Mamá, que hoy no hace falta que vengas, nos llevan en coche a casa.

– ¿Nos…?

– Sí, Alejo y yo…, mi hijo no entiende mi silencio. Se va a pasar por casa, ¿Te molesta o qué?

Me da un vuelco el corazón… – No, es solo que…bueno, pues que no lo sabía.

Pues ya los sabes.

Ah…vale… ¿Y…le hago algo de comer o…? No sé si es que soy amable, o es que quiero impresionarlo.

No, si va a ayudarme con una cosa en el ordenador y se va, nos vemos en casa. Esta vez, que me cuelgue bruscamente me da una alegría.

Las siguientes dos horas transcurren pensando en Alejo, y en la idea de tenerlo en mi casa. Pasada la impresión inicial, veo con perspectiva la situación, es un amigo de mi hijo que no conozco mucho, y al que casi doblo la edad, y por mucho que me haya gustado la forma en que me ha hecho sentir, no puede pasar nada entre nosotros. Además, tendrá a muchas chicas detrás, jóvenes, guapas y dispuestas, y yo no soy rival, soy demasiado mujer para él. Sabiendo eso, y siendo algo egoísta, no quiero dejar pasar la oportunidad de divertirme, no veo nada malo en entretenerme con él, y tontear un poco, como hago con algunos hombres adultos. Eso me hace sentir deseada y menos miserable, así que me preparo para hacer una travesura, jugar un poco a deslumbrarle, y tener algo de aventura en mi triste vida.

Mis ojos deben de brillar de malicia, hasta mis compañeras me preguntan qué me pasa, dicen que se me ve feliz, y yo no sé qué responderles. Me voy a mi domicilio con ritmo alegre. Al llegar me doy una ducha de agua tibia para sacarme el calor de la piel, me pongo una braguitas bancas y mi camisón amarillo, recogiéndome el pelo en una coleta alta. La verdad es que sin pretenderlo, y sin entender el motivo, me paro ante el espejo de cuerpo entero del armario de mi habitación, y me veo preciosa, cuando llevo años llevando ese tipo de prendas al estar por casa, y no he sentido esa sensualidad en mi figura.

Voy preparando una comida ligera y sana. Estoy en la cocina cuando escucho voces y las llaves en el recibidor, algo nerviosa, acudo rauda a ver quién entra. Veo a mi hijo pasar como el rey del lugar, con su pantalón negro más cómodo y una camisa por fuera de color azul cielo. Detrás de él, Alejo, cerrando la puerta de la entrada con una serenidad muy impropia de un joven, va con unos vaqueros blancos y un cinturón negro, con un polo color rojo. Rodrigo se va a su cuarto y oigo de fondo el golpe de su mochila contra la pared, pero Alejo se queda en el pasillo, y me saluda algo cabizbajo…

– Hola. Buenas tardes ya, señora…perdóneme, no me acuerdo del apellido. Se sonroja de forma graciosa.

No pasa nada, es Gutiérrez, pero creo que podemos llamarnos por nuestro nombre, Alejo.

Comienzo a jugar, ladeando la cabeza de forma tierna… – Está bien…Laura, gracias por dejarme entrar en tu casa otra vez.

– Ninguna molestia, es más, pensaba invitarte a comer…, le pilla desprevenido, aprieta los labios de forma que denota cierta pena.

No, lo siento, de verdad, pero tengo que irme a casa pronto.

– ¿Seguro? No quiero que se note mi decepción.

Sí, es una lástima, pero tengo que estudiar, además, no quiero importunarla.

Por favor, será un gusto que te quedes a comer el día que quieras.

– Se lo agradezco mucho, y será un honor ser su invitado…, el grito de mi hijo llamándole me frustra, el duelo de miradas estaba siendo divertido, con el pobre chico haciendo esfuerzos titánicos por mirarme a la cara, y no al tibio escote del camisón, sin perder la compostura.

Ve con Rodrigo, yo iré a preparar la mesa, un placer verte.

Lo digo palmeando su pecho. Soy mujer de armas tomar, me elevo un instante para que parezca que le voy a besar en la cara al despedirme, justo para girarme sobre mi misma y dejarle con las ganas. Me alejo hacia la cocina, regalándole mi figura al caminar, y el vuelo del camisón a cada paso. Le imagino admirando el juego de mis caderas, y me sonrojo. Me aguanto la risa hasta llegar a la nevera, son nervios, no es que sea cruel y el chico me dé lastima, para un primer contacto no se ha desenvuelto mal, y me quedo con las ganas de haberle sacado de su terreno de confort, ¡¡“Dios, hacía tanto que no jugaba a esto.”!!

Pongo la mesa, mientras me niego a ir a espiar a la puerta de mi hijo, me sería imposible que parezca un accidente de nuevo. Tampoco me hace falta, son adolescentes, y si Alejo no está piropeándome, será por respeto a Rodrigo. Estoy segura de que tiene mi imagen ligera de ropa metida en su cabeza, eso me halaga y me hace feliz. Pasado un tiempo prudencial, me armo de valor y voy al cuarto de mi hijo. Al llamar, Alejo me abre, y su primera mirada va a mi escote, que luzco sacando el pecho.

La comida ya está, cielo, ¿Vienes? El tono es de madre cariñosa, pero me queda de cine haciendo sonreír al invitado.

Sí, ya voy, espera que apago el ordenador…gracias tío. Rodrigo se pone en pie y pasa a mi lado, dedicándome una extraña mirada, entre la aprobación y el asco.

De nada, y ya hablamos para estudiar eso…, se lo dice a la nuca de mi primogénito, que ya se aleja en dirección a la cocina.

Hay comida de sobra…, le murmuro algo melosa a Alejo.

Me sabe fatal, pero de verdad que no puedo quedarme. Otro día, asiente y me mira a los ojos. Me gusta la seguridad con la que lo dice, no lo pregunta, lo afirma

Te tomo la palabra, le apunto con el dedo índice, y le sonrío de tal manera que le hago suspirar de forma leve.

La tiene, al decirlo, hace un gesto seco firme de arriba a abajo con la cabeza, cerrando los ojos.

Me ofrezco para acompañarle hasta la puerta por el estrecho pasillo, y él alarga su mano para dejarme pasar delante de él, ¿Caballerosidad o querer mirarme el trasero? No sé cuál de esas ideas me gusta más. Eso pienso cuando noto su mano en mi espalda, me está acompañando, guiando tenuemente, pero me provoca un escalofrío, y le dedico una mirada tierna, que me devuelve gustoso.

Al llegar a la salida, me sorprende todavía más, usando su mano en mis riñones para girarme hacia él, y elevarme un poco para darme los dos besos de despedida con los que le había dejado con las ganas antes. Se los doy encantada por su galantería, alargando la duración del segundo de ellos sobre su mejilla.

Hasta pronto, Laura,  dice al salir.

Hasta luego, Alejo, me exhibo ante él antes de cerrar la puerta, que me dedica una última sonrisa triste, por tener que irse.

Me quedo como una boba apoyada en la pared del recibidor, riendo y pensando en lo divertido que ha sido jugar un poco. Me abanico la cara con las manos, y voy a comer. Al entrar en la cocina, Rodrigo ya ha acabado, y está rebuscando en la nevera, buscando su yogurt de turno. De nuevo me dedica una mirada rara, extraña, junta los labios sacándolos exageradamente, arqueando las cejas, y hunde una cuchara en el lácteo antes de irse. Más tarde tendré que recoger ese envase de su cuarto. Mientras mi mente rememora cada instante de ese entretenimiento en que he convertido al amigo de mi hijo. Recojo la mesa, y me voy al cuarto de baño de mi habitación, cuando me estoy aseando, noto cierta humedad entre mis muslos, y creo que es sudor, pero mi sorpresa llega al palparme y oler a hembra en celo. Apenas un par de conversaciones inocentes, unos roces, y estoy mojada. “El chaval tiene algo que pone mala.”

Pasa la tarde como una de tantas, aunque de vez en cuando pienso en Alejo, y luego en Ulises, y en qué opinaría de verme trastear así con un joven. Me siento mal un rato, pero me empiezo a convencer de que Ulises está muerto, y de que volverme una puritana no me ha ayudado en nada, no creo que divertirme un poco más sea algo de lo que avergonzare, tan sólo es un juego. Al cenar hablo con Rodrigo, que me dedica un par de frases salidas de tono, pero como es lo habitual, le dejo que se vuelva a encerrar, y yo me voy directa a la cama.

Me descubro acostada ya, suelo quedarme en el sofá del salón unas horas, pero esta vez no, y según me tumbo, trato de dormirme. Las tonterías de Alejo, como sentir su mano en mi espalda, o su atrevimiento al buscar ese par de besos, me hacen incapaz de conciliar el sueño. Es increíble que unos gestos tan nimios logren desvelarme. Tampoco es que duerma muy bien desde hace años. Retozo en la cama como una gatita, y no paro hasta que me doy cuenta de que me estoy frotando contra el colchón, como si fuera un amante. No tardo en quedar boca abajo, con mi mano buscando meterse por dentro de mis braguitas, y ahora no me sorprende encontrarme mis dedos empapados. Me dejo llevar, y me obligo a pensar en Ulises, en una noche que pasamos juntos, antes de saber que estaba preñada….

Noto su nariz frotando mi cuello, las caricias en mi trasero y en los besos en mis tetas que me gustaban tanto. Me levanto a cerrar el pestillo, sin creerme que por segunda noche consecutiva me vaya a masturbar, no me había pasado nunca, pero ahora mismo, me sobra todo. Me quito el camisón y las braguitas, estoy boca arriba, totalmente desnuda sobre la cama, y me paso los dedos por el pubis, deseando que Ulises esté aquí, y que me acaricie como él sabía, que me termine tumbando en la cama, y me coja de las caderas para embestirme con cuidado y ternura, aumentado el ritmo de su cadera hasta hacerme delirar y tomar el control, entonces le recostaba y lo montaba como una amazona perversa.

Le encantaba que lo hiciera, y a mí hacerlo. Tengo dos dedos dentro de mí, y pienso en el dildo, pero esta noche no, esta noche necesito caricias de verdad, el tacto de la piel humana, y me vuelvo loca, acariciando con vehemencia el clítoris mientras paso a hundirme tres dedos ya en mi interior. Me cansa hacerlo, o estoy harta de ser yo quien lo hace, quiero y deseo un amante que lo haga por mí, pero llegados a este punto, no puedo parar. Necesito eclosionar para calmarme, y sin pretenderlo, pienso en que si Ulises ya no puede darme esas caricias, Alejo si puede. Otra vez esa idea, es injusta para mi esposo, pero es la realidad. Me imagino a ese chico tocándome como lo hago yo, sus manos recorriendo mis muslos, y sus dedos jugando en mi interior, mientras me besa por todo el cuerpo. No aguanto mucho, y empiezo a temblar, mi cuerpo me pide un esfuerzo final que le concedo, y acabo rodando por la cama sujetándome entre mis piernas, con convulsiones cortas y placenteras, mordiéndome el labio, deseando poder abrazar a alguien que me dé ese tipo de calor humano. No lo tengo, ni lo tendré si sigo así. Me duermo pensando en que tengo que hacer algo al respecto.

Por la mañana, ya estoy más serena, aunque al ducharme juego con la alcachofa de la ducha entre mis muslos. Me alegra saber que es viernes, y por fin acaba esta extraña semana. Ha sido raro conocer a Alejo, su forma de ser y sus semejanzas con mi marido, me han dejado descolocada. Asumo que es una mezcla de soledad y desesperación, y como tal, acepto que es cosa de mi mente, y que debo aprovechar esta situación para tratar de salir de la rutina aburrida y odiosa que es mi vida. Al salir a mi habitación, veo mi móvil, y recuerdo el último pensamiento antes de quedarme traspuesta. Tengo que buscar a alguien, necesito un cuerpo tibio que abrazar, sentir caricias sobre mi piel, sentirme deseada y porqué no, tener buen sexo, el problema es que no tengo ni idea de dónde buscarlo. Pienso en mis amigas, que siempre me quieren buscar con quien emparejarme. Cojo y llamo a Carmen, la misma que trata de liarme con un “primo suyo”.

Hola, perdona que te moleste tan temprano.

– Tranquila mujer, ¿Ocurre algo?

– Nada especial, ¿Qué tal todo por casa?

– Un poco revuelto, la verdad.

¿Y eso? Pensaba que desde las vacaciones en la playa del año pasado, estabais bien.

– Bueno…las cosas cambian, mi hija Marta está sopesando opciones, y mi hijo Samuel lleva unos meses viajando, así que en casa estamos Roberto y yo solos.

Una forma muy discreta de decir que su hija se ha vuelto lesbiana, marchándose a vivir con una tía suya un poco rara, y que su hijo se ha vuelto loco, embarcándose en la búsqueda de una chica que conoció y le dio plantón. Son la comidilla de ciertos círculos de la alta sociedad, y en voz baja se dice que, cuando su marido sale de casa, un joven del edificio en el que viven, sube a “desatascarle las cañerías” a mi amiga.

No sabes cuánto lo lamento.

–Ya te llegará el día en que tu hijo vuele del nido, asiento sabiendo que es algo necesario y doloroso.

En fin, no quería andar de cháchara¿Al final, esta noche salís a tomar algo?Casi puedo notar su sonrisa a través del teléfono.

¡Pues claro que sí!, ¿Creía que no te interesaba salir con nosotros?

– No es eso mujer, pero me apetece salir y despejarme un rato.

– Pues no se diga más, vente, y así te presento a Emilio. Emilio es el primo de su marido que está por la ciudad y siempre que viene intenta encasquetármelo, Carmen continua relatándome el plan….

– Le llevamos a cenar al sitio ese italiano de hace unas semanas, y luego a bailar y tomar alguna copa, ¿Te acercas sobre las nueve? No creo que trate de disimular que nos quiere emparejar.

 Allí estaré… ¿Llevo algo especial? El tono es imposible de confundir.

Ve como siempre, le vas a encantar, y ya verás que guapo es…, los besos de despedida suenan algo falsos, antes de colgar. Me quedo sentada en la cama, pensado en lo que voy a hacer.

No sé si es que estoy superando al fin la muerte de Ulises, si es la aparición rocambolesca de Alejo, o que simplemente necesito afecto, pero si ese tal Emilio no es un gilipollas, y es mono, tengo toda la intención de traérmelo a casa y follármelo. Necesito contacto humano, sentir la piel de otra persona tocando la mía y el tibio cuerpo de un amante a mi lado y si todo eso lo regamos con un buen chorro de lefa en mis entrañas, cerramos el círculo. Un fugaz sentimiento de culpa queda olvidado al vestirme con un traje de oficina negro con pantalones.

Desayuno esperando que Rodrigo aparezca, y le llevo a la universidad. Por el trayecto lanzo ciertas indirectas para saber si mi hijo estará en casa esta noche, o saldrá hasta las tantas de fiesta como suele hacer, pero me da vagas respuestas. Voy al trabajo notando un ligero nerviosismo creciente en mi estómago. Pasa el día terriblemente despacio, y la idea de lo que pueda pasar esta noche, me hace desear que pase todavía más lento. Inevitablemente llega la hora de volver a casa, llamo a Rodrigo para saber si debo ir a recogerle, y me dice que sí, pero el leve instante de ilusión de ver a Alejo se desvanece cuando me paso a buscarle, y le veo acercarse al coche él solo. No me atrevo a preguntar para no parecer una loca desesperada, pero en el fondo es un alivio no verle, tengo demasiadas cosas en la cabeza hoy.

Una vez en casa, me cambio y me pongo mi camisón, como junto a mi hijo con un silencio constante, y luego me siento en el sofá a esperar. Los viernes por la tarde Rodrigo suele quedar, y hoy no es diferente. Al par de horas, le escucho ducharse y salir arreglado de su cuarto, con un pantalón vaquero con cinturón de cuero, zapatos de vestir y un polo verde que le quedan bastante bien, despreocupadamente peinado y con un potente perfume juvenil que me inunda las fosas nasales. La verdad es que no me extrañaría encontrarme a una chica en casa mañana por la mañana, escabulléndose avergonzada, como ya ha ocurrido alguna vez.

Me voy, mamá, no sé cuándo regresaré, pero será tarde.

Vale hijo, ten cuidado. Yo también saldré, voy a cenar con Carmen, si pasa cualquier cosa llámame.

– Vale, hasta luego.

Ni se acerca a darme un beso, pero me deja sonriendo, cuando me dice que “será tarde”, quiere decir que no estará en casa antes de las seis de la mañana, tiempo de sobra para mis planes. Espero un tiempo prudencial después de escucharle irse, y me preparo mentalmente para lo que sea que vaya a suceder.

Me voy al aseo y me doy un baño relajante con velas perfumadas, y una copa de vino tinto que me relaje los nervios. Al verme desnuda me doy cuenta de que mi rubio vello púbico está muy descuidado, y me lo arreglo un poco, solo lo recorto dejando un triángulo coqueto, ya que no me gustó mucho la única vez que me lo rasuré del todo. Es cuando me voy al armario de mi cuarto y busco algo que ponerme. Es complicado, ya que tienes que pensar en todas las eventualidades posibles. Elijo unas braguitas rosas, elegantes y sobrias, con un sujetador sin tirantes del mismo tipo, que me hace una figura de pecado. Lo siguiente es la ropa, pruebo varios modelos, pero si quiero impresionar debo lucirme, y escojo uno de los vestidos vaporosos de estampados de flores que tanto me gustan en verano. Es negro salpicado de pétalos dorados, de un solo hombro en el lado izquierdo, y dejando mucha de mi espalda al aire. Ceñido hasta la cintura, sin escote pero dejando ver gran parte del inicio de mi seno derecho, y con un vuelo alegre hasta las rodillas. Me pongo unos zapatos oscuros con arreglos amarillos, y me siento a maquillarme.

Me peino hasta dejarme una cascada de oro liquida, con la raya al medio y el pelo suelto dejándolo caer sobre mis brazos. La sombra de ojos exhibe mis profundos ojos azules y le doy un toque de color a mis mejillas, para que el rojo pasión de mis labios no sobresalga tanto. Cambio mis cosas a un bolso negro diminuto, con una correa dorada, me pongo unas pulseras algo sueltas y un reloj pequeño en la otra muñeca, a juego con unos pendientes algo largos, todo en tonos cobre u oro. Al mirarme al espejo me veo espléndida, no es que otras veces al salir con mis amigas no me viera guapa, pero hoy tengo un brillo especial, y creo que es por la perspectiva de una pequeña victoria. Temo pasarme de fresca, y en el último segundo cojo una mantilla oscura para echarme por encima de los brazos, “Por si la noche refresca”, me miento a mí misma, no quiero parecer una mujer fácil, un putón pidiendo verga.

Miro la hora y son casi las ocho, se me ha ido el tiempo en arreglarme, y salgo de casa a toda prisa. Intento no arrugar el vestido al sentarme en el coche, y conduzco fingiendo estar tranquilla. Llego cerca del restaurante donde he quedado con Carmen, aparco y me acerco andando unos metros. Es un sitio bonito, y donde aparte de ser caros, te dan buena comida italiana. Aparento serenidad pero aprieto las manos con firmeza en la puerta, y un momento antes de pasar, me guardo los anillos de casados en el bolso. Suspiro, y entro en escena.

Al pasar al comedor, Carmen se levanta enseguida, va con un vestido largo blanco precioso que luce con su delgado y fino cuerpo, y su melena oscura la favorece aún más. Antes incluso la veía marchita, no sé qué pasó en aquellas vacaciones, pero desde que regresaron, parece más… ¿Feliz? Me saluda con una sonrisa enorme, y me acerco tratando de parecer despreocupada. Tras mi amiga, se levanta su marido, Roberto, un hombretón con barriga prominente y traje azul marino de abogado de los buenos, lo que es. Esperaba encontrarme más gente, pero tras saludar a su esposo, que parece no gustarle estar allí, solo veo a un hombre, que se pone en pie, tan nervioso como debe vérseme a mí.

Este es Emilio, un sobrino de Roberto, dice con voz calmada, girándose a él. Ella es Laura, una amiga, el hombre me dedica una mirada cómplice.

Él sabe igual que yo que es una trampa para emparejarnos, pero le debe pasar lo mismo que a mí, ya que al verme, parece que le gusta lo que ve, y a mí, también. Es un chico joven, de unos treinta y pocos años, con un traje elegante negro, pero sin corbata en una camisa blanca por fuera. Tiene el pelo muy corto negro, en forma de flecha, tratando de esconder unas entradas prominentes, con una cara agradable, bonita sonrisa perfecta y ojos pardos. Delgado, de mi altura, aunque con los tacones puestos, y modales exquisitos demostrados al dejar la servilleta en la mesa al levantarse a saludarme con la mano, o agarrarse del vientre para evitar mancharse la chaqueta.

Un auténtico placer, Laura.

Sin esperar a nada, se mueve para colocarse tras una silla a su lado, y me la ofrece, le dedico un gesto amable por ello al sentarme, mientras me ayuda.

Muchas gracias, Emilio, él se sienta a mi lado, y agradezco su maniobra, me ha alejado de Carmen y su marido para poder charlar a solas.

La cena es de las mejores que he tenido en años. Pese a un inicio algo típico, con silencios incómodos y pedir la cena, con alguna que otra conversación de protocolo con mi amiga y su marido, mi pretendiente sabe meterse en el momento justo para empezar a hablar conmigo. Carmen distrae a su esposo para que no interrumpa, aunque tampoco hace falta, tiene pinta de querer irse en cuanto pueda. El dialogo con Emilio se hace fluido, y empezando con las cosas más normales, ¿Trabajas?, ¿Qué haces en tu tiempo libre? O ¿Cómo te va la vida? Me siento cómoda con él, o mejor dicho, me quiero ver cómoda con él. No es que disimule, pero tampoco le cuesta comerme con los ojos, y juego un poco girándome hacia él, regalándole un par de cruces de piernas sensuales. Por su parte, acaba pasando su mano por detrás de mí, apoyándose en el respaldo de mi silla, y me dejo rozar la espalda por sus dedos. Le hablo de mi vida, la que conocéis, omitiendo detalles, pero el principal es que llevo tres años viuda. Me parece que le estoy gritando que necesito cariño, y me capta enseguida.

Me habla de su vida, mientras avanza con las caricias en mi costado, o gestos tiernos en mi brazo, hasta en una carcajada que me saca, se atreve a sujetarme de la rodilla un fugaz instante. Me dice que es médico, que está de visita por un congreso, y que apenas tiene tiempo de conocer mujeres tan especiales como yo, de las que merecen la pena. Me sonrojo al verme adulada, no es el primero que me halaga, pero sí el que tiene posibilidades de tenerme a su merced. Otros más guapos, o más interesantes, han tratado de seducirme antes que él, pero le ha tocado la lotería esta noche, y se ha dado cuenta…. Al acabar la cena, nos tomamos una copa, y salimos del restaurante algo tarde.

Carmen quiere ir a bailar a un local cubano cercano, pero Roberto se niega, y se la lleva a casa. Emilio, al intuir mis intenciones, juega sus cartas para llevarme a mí sola a menear las caderas. Mi mentira se hace realidad, y la noche empieza a helarse, me pongo la mantilla por encima, pero tal como deseaba, él se quita su chaqueta y me la pone por los hombros. Huele a hombre, con un perfume mucho más potente y serio que el de mi hijo. Aprovecha al ponérmela para dejar su mano en mi espalda, y termina cayendo a mi cadera, pegándome a su cuerpo. Me gusta todo lo que está pasando, o quiero que me guste, y al llegar al local de baile, pido un par de copas más, y me lanzo a la pista con él detrás. No somos ningunos expertos en danza, pero me apoyo en su pecho y Emilio en mi cintura para movernos al son de la música, reírnos, y dejo que me susurre cosas hermosas al oído, rozando nuestras caras, acercándonos a cada cambio de canción.

Eres preciosa, y soy muy afortunado esta noche.

No seas adulador, no te hace falta, me lo estoy pasando muy bien.

– Solo era sincero, me gustas mucho, y me encantaría conocerte mejor, buena frase.

– A mí también, eres un encanto y muy amable, le dejo en bandeja la oportunidad.

¿Puedo…besarte?

La sonrisa le delataba hacía unos minutos, lo está deseando, pero ahora se queda muy cerca de mi cara tras susurrarme aquellas palabras, y noto su nariz en la mía. Poco a poco nos acercamos, siguiendo el ritmo de la canción, y pienso un instante en Ulises, antes de besarnos. Es algo tenue, y su perfecto afeitado no me atrae, pero siento sus labios húmedos y cálidos, sus manos me sujetan con una intención diferente y acabo abriendo la boca para recibir su lengua. Ha sido muy rápido, pero es a lo que venía esta noche. No pasan ni diez minutos cuando estamos saliendo del local cogidos de la mano. Me ha pedido ir a un sitio más tranquilo, y como él está durmiendo en casa de su tío Roberto, le he dicho que mi casa estaba sola, sin pensármelo mucho. Voy con un puntito de chispa, me he tomado un par de chupitos de más, y le dejo conducir a él, que sin disimulo, acaricia mis piernas cuando puede, posa la mano en mis muslos y mueve los dedos con calma, no es algo erótico ni provocativo, pero me gusta.

Al llegar a casa, se atreve un poco más, y con ánimo de sujetarme ante mi tambaleo de tacones altos y bebida, su mano pasa de mi cintura a mi culo, donde acaba agarrándome a través de la tela del vestido y mis braguitas, con una ternura ya olvidada por mi cuerpo. No aguanta más la tensión sexual, y en el ascensor se me tira encima, le rodeo con una pierna mientras pasa sus manos por todo mi cuerpo, y su boca baja de la mía a mi cuello. Le abrazo queriendo que me haga suya allí mismo, la experiencia con mi marido me dice que si era incapaz de reprimirse hasta llegar a casa, me aseguraba una noche de sexo bestial. Pero llegamos a mi piso, me arreglo un poco avergonzada la ropa, y le meto en mi casa rezando, “Que mi hijo no esté”.

Son las tres de la mañana, me encanta entrar y no ver a nadie en su cuarto. Emilio va detrás, sabe que no debe hacer nada, ya soy suya, y le meto en mi cama a empujones y besuqueos. Es dulce, y antes de arrebatarme la ropa salvajemente, pasamos unos minutos besándonos, descubriendo que sus manos tienen predilección por mis tetas, que acaban fuera del vestido, al abrir el broche del hombro, y del sujetador, que me quita con un hábil gesto con una mano. No recordaba tener unos pezones tan grandes y duros hasta que los lame, me vuelve loca, y lo usa contra mí. Su experiencia médica debe darle algún conocimiento, ya que allí donde me toca, siento placer, y acabo tumbándome y poniéndome encima a horcajadas, notando en mis piernas su abultada entrepierna. Me saco el vestido mientras él se descamisa, y veo un pecho algo delgado y con mucho vello, me doblo para besarlo, y subir hasta su cuello. Gime de gusto al cogerme del culo, y es consciente del frote de mi prenda íntima contra su falo encerrado bajo el pantalón. Me gira sobre la cama, me besa las piernas estiradas hacia arriba, mientras eleva mi cintura para sacarme las braguitas de un sólo gesto constante.

Me tiene abierta de piernas totalmente desnuda, soy suya, y espero paciente a que se quite el resto de la ropa, con un calzoncillo a rayas muy soso, que deja ver un miembro duro de un tamaño estándar, que no me desagrada, las monstruosidades me asustan.

No tengo condones, preciosa mía.

– Da igual, no creo que puedas dejarme preñada esa noche por mucho que me llenes.

No es cierto del todo pero llegados a ese punto era o tirarlo todo por la borda o asumir un pequeño riesgo dándome el gusto de recibir el esperma de un caballero…, murmuro triste la historia de mi primer embarazo y sus complicaciones. Al decirlo, me siento aliviada por primera vez en mi vida, y pese a que existe cierta dosis de peligro de una ETS, es médico, y me quiero fiar, necesito sentir carne humana, leche humana, a calor humano sin plastificar…, no deseo más plástico.

Emilio se lanza a comerme las tetas, mientras le sujeto la cabeza para que no deje de hacerlo. Tirito cuando juega con su lengua en mis pezones, y le rodeo con ambas piernas para presionar su virilidad contra mi vulva, que está encharcada. Le cuesta muy poco dirigir su polla a mi entrada, y cogiéndome de la cadera con una mano, empieza a penetrarme. La sensación es horriblemente dulce, duele algo, pero es positivo. Va con calma y cuidado, pero en pocos instantes ya me ha perforado con toda su hombría, y mi espalda se encorva de placer. Araño las sábanas de pura congoja, y grito poseída, sacándole una sonrisa.

¡Dios sí, joder, que bien se siente! Lo digo en serio, había olvidado esta sensación, y ahora al retomarla, me encanta.

¡Como me pones, eres espectacular, y qué cerrado lo tenías!

Me pongo algo colorada, pero le abrazo y me besa dejando que nuestras leguas se mezclen con alegría, controlando su pelvis, moviéndose elegantemente, y generando una fricción deliciosa. Acompaso sus gestos con mis piernas cruzadas tras su espalda, y empieza a aumentar el ritmo, por momentos me coge de ambas mamas percutiendo ferozmente, pero es cuando me agarra de la cintura cuando lo da todo, y me eleva. Su expresión al verme bajo él, totalmente expuesta y dejándome llevar, con mis tetas moviéndose libres y mi cadera haciendo fuerza para recibirle mejor, es excitante. Me niego a ser la que era con Ulises, el cuerpo me pide voltearnos, y montarlo como me gustaba hacerle a mi fallecido marido, pero no lo hago, le dejo dominarme, no busco en él nada más que un amante para esta noche, y es lo que me da, llegando a abrirme bien ante su mirada.

El sudor refleja nuestra piel, y cada golpe de pelvis me alza sobre los cielos, la humedad hace todo más fácil y me encuentro doblegada ante sus acometidas. Sabe tocarme, y acaba con un dedo frotando mi clítoris, lo que multiplica el placer y termino sintiendo un leve orgasmo que él aprovecha para dar una última velocidad en unos minutos gloriosos, en que no bajo de ese estado de placer, pero sin llegar a eclosionar del todo. Emilio no para, y tras un espasmo tenue, se corre dentro de mí, abriéndome bien de piernas, es algo que también echaba de menos, ese calor interior húmedo del esperma cálido…, y las convulsiones cortas en mi útero de sus aldabonazos de semen. El primer chorro de leche fue corto pero el segundo lo percibí quemándome las entrañas como ya había olvidado. Aprieto algo mis músculos vaginales para sacarle toda su esencia, dejándole correrse en varios lechazos más de espesa y contundente lefa, el producto de sus glándulas testiculares que debían de estar bien cargadas y ahora secas tras vaciarse dentro del conducto uterino…, y se vence sobre mí, besándome por el cuello mientras jadeamos.

Le rodeo con mis brazos y acabamos acostados el uno al lado del otro. No me siento especialmente orgullosa, ni llena de dicha, pero tengo a un hombre en mi cama al que poder abrazar, y es lo que necesitaba. Me quedo dormida sobre su pecho, pero al par de horas el ruido inconfundible de mi hijo entrando en casa me sobresalta. Veo mi cama sola, y me siento confusa, “¿Y Emilio?”. Me pongo nada más que mi camisón encima, y asomo la cabeza al pasillo. Rodrigo pasa de largo, de su mano va una joven que va en peor estado de embriaguez que él, muy mona, con el pelo largo castaño en cola de caballo, camiseta oscura semi transparente enseñando un sujetador amarillo brillante debajo, y un pantalón negro de cintura baja. La joven me dedica una mirada fugaz, abochornada tal vez, pero se va tras él a su cuarto, no me hace falta que me digan a lo que van.

El susto parece que pasa, no van a salir de su cuarto y puedo sacar a mi amante discretamente…si es que le encuentro. Me giro y no veo su ropa en el suelo, donde la dejamos, solo la mía, y voy a buscarle al baño. Cuando voy a abrir la puerta, Emilio sale y casi nos chocamos de bruces. Me tranquilizo un poco y le dedico una sonrisa cómplice, le sujeto de la nuca y le beso, pero en cuanto lo hago, noto que algo no va bien, ya está vestido.

¿Dónde estabas? Murmuro.

Me he dado una ducha, espero que no te importe, su tono ha cambiado, es dulce, pero triste.

Mi hijo ha llegado, perdona si te parece mal, tal vez….deberías irte. No quiero parecer grosera, pero no quiero ni pensar en las explicaciones que tendría que dar si le ve Rodrigo.

– Sin problemas, de hecho, ya me marchaba…Laura, ha sido una velada increíble, y me ha gustado conocerte.

– Y a mí también…no sé, si te quedas unos días más…podríamos…, me corta antes de acabar, está nervioso, poniéndose la chaqueta y buscando con la mirada la puerta de la salida.

– Claro…estará bien…pero estoy algo liado…y no sé cuándo nos podremos ver…yo te llamo, ¿Vale? Me da un beso horrible, casi ni se molesta en saborearlo.

Bueno, vale…pero no tienes mi número, le digo mientras ya está camino del pasillo.

Ah, si…no te preocupes, ya se lo pido a Roberto.

Le acompaño hasta el recibidor, en silencio y en la penumbra, es un milagro que no tiremos ninguna figurita de la mesilla donde ponemos las llaves, y le tengo que agarrar del brazo al abrirle para que se gire hacia mí. Me da un beso, algo más trabajado, y me repite que me va a llamar, pero en cuanto le veo meterse en el ascensor, sé que es la última vez que le voy a ver.

 “¡Tonta, ¿Qué te pensabas?! No eres más que una cuarentona salida…, el hombre se ha deslechado quedándose a gusto aliviando su calentura y tú con el coño colmado de su leche y un tanto insatisfecha finalmente.” 

Me digo al darme cuenta de que me han usado, o se han aprovechado de mí, pero al menos he dado un paso más en mi recuperación, en ese duro camino que es volver a vivir. No me importa demasiado que Emilio desaparezca, no era mi tipo, delgaducho, con mucho vello en el pecho y medio calvo, con aspecto algo cadavérico diría, y al final ha demostrado ser un capullo. Ha cumplido su función, quitarme tonterías de la cabeza dándome una noche de placer y calor humano, punto.

Recupero mis anillos del bolso y me los pongo en su sitio, el dedo anular de la mano. Me voy a la cocina a beber algo de agua, y al regresar paso por el salón y me quedo blanca al ver a alguien medio tumbado en el sofá. A Rodrigo se le empieza a escuchar con la chica en su cuarto, “¿Quién está ahí?” Me acerco sigilosa, cuando el miedo me dice que corra a encerrarme a mi cuarto, pero avanzo. En cuanto me acerco veo a Alejo allí tumbado, con los ojos abiertos mirándome por encima del respaldo.

¡Maldita sea, Alejo, qué susto me has dado! Le digo en un grito en voz baja.

– Discúlpeme…es…es que hemos llegado ahora…y no me encuentro muy bien.

Sigue siendo muy educado, tal como va, con el aliento que me dice que se han pasado con el ron, y sin apenas poder fijar la vista en mí, trata de no aparentar la “cogorza” que trae.

¿Necesitas alguna pastilla? Le ofrezco una que me he tomado yo hace unos minutos, el alcohol ha bajado en mi sangre, pero hacía mucho que no me ponía tonta, y la cabeza me duele.

Sí…si es tan amable.

Se la traigo con un poco de agua, el pobre se la toma haciendo esfuerzos enormes por mantenerse quieto sentado en el sofá, y pasado un minuto, se pone en pie. Casi se cae antes de dar un paso, y al tercero se me echa encima por sujetarse a algo. El chico debe de pesar unos 90 kilos y apenas puedo con él, me las veo negras para sentarle de nuevo, y cuando lo logro, se cae redondo sobre un cojín.

Perdóneme, es que…he bebido de más, pero enseguida me voy.

Me da una pena terrible verle así, y que pueda pasarle algo por la calle. – No te vas a ningún lado, tú quédate aquí y descansa, mañana ya lidiaremos con la resaca.


 

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