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UNA HISTORIA DE AMOR. Y si tú no has de volver...

    "Y si tú no has de volver" 1ª PARTE "Una para el otro y otra para el uno". Esa frase la repite una y otra vez mi ...

Andanzas de un Donjuán. 3ª parte

 

4º Capítulo. Contubernios cortesanos





Yo volví a mi rutina semanal, esa noche y las siguientes las pasé follando con Dulce, trabajando en la finca, atendiendo a mis clases, practicando con la espada y la pistola, y pensando en el próximo encuentro, el cual llegó sin casi darme cuenta. Como siempre, fuimos despedidos con la sonrisa de la madre y su deseo de que lo pasásemos bien y nos fuimos a la fuente. Volví a extender la manta colocando los apoyos como la otra vez, mientras les pedía que se desnudaran. Iban como la vez anterior, solamente con el vestido. Al ver la misma disposición que el día anterior, se colocaron en la misma posición, lo que tuve que corregir, diciéndoles que una tenía que poner la cabeza sobre el apoyo, lo que hizo inmediatamente Mariana, luego les informé que la otra debería ponerse a la inversa sobre ella, y que deberían estimularse el coño y el clítoris mutuamente…

– Y espero que me hayáis hecho caso y os hayáis dilatado bien, porque os voy a encular hasta cansarme.

Claudia se colocó a cuatro patas sobre su hermana, puso su coño en su boca y se inclinó para hacérselo a ella. Ambas comenzaron a lamerse y chuparse, en principio con repelús, pero como no se atrevían a contradecirme, se centraron en la tarea hasta que poco a poco comenzó a gustarles. Yo saqué el aceite de la vez pasada, me embadurné bien mi polla, unté bien dos dedos y se los metí en el culo a Claudia, que gimió un poco por el dolor de la intromisión.

Los moví en círculo, comprobando que dilataba bien, aproximé mi polla a su entrada y la fui metiendo poco a poco. Ella dejó el coño de su hermana, levantándose y gimiendo más fuerte…

– ¡Aaggmm! Despacio, me hace daño.

Detuve mi avance para que se fuese acostumbrando, y fui metiendo y parando hasta que entró toda. La mantuve un rato para que se acostumbrara y dilatara.

– ¡Oh! Me siento llena por dentro, dijo Claudia.

– Sigue comiéndole el coño a tu hermana, le espeté yo.

Empecé un bombeo suave que fui incrementando poco a poco, acompañado por suaves lametazos a mis huevos que me daba la hermana a indicaciones mías, mientras recorría el coño. Pude sentir, por las contracciones de su ano, que tuvo al menos dos orgasmos. Yo les animaba a seguir, mientras le daba azotes en el culo cuando casi sacaba mi polla, para seguidamente meterla con fuerza. Cuando alcanzó su tercer orgasmo y aprisionó mi polla, no pude aguantarme más y me corrí abundantemente dentro de su esfínter. Luego, tras sacarla, les hice rodar por el suelo y colocarse en el apoyo contiguo, pero esta vez con Claudia debajo, y les di la orden de seguir con lo que estaban.

Mi erección no había bajado del todo, y tras limpiarla, me la estuve acariciando mientras veía lo que habían llegado a aprender en materia de darse mutuamente placer, lo que ayudó mucho para que se me pusiese dura otra vez. Repetí la escena con Mariana. Unté bien su ano con aceite, probé con mis dedos el acceso, unté nuevamente mi polla procedí a meterla lentamente en su culo, con pequeños avances. Ella se tensaba y aflojaba cada vez, soltando algún gemido… ¡HUUMMPF! Pero al cabo de poco tiempo, la tenía toda dentro. Estuve un rato quieto para que se acostumbrara….

– ¡Uuuufff! Tenías razón hermana, también me llena completa.

Empecé mi mete saca despacio y le pedí a Claudia que atendiera bien a mis huevos y tronco al salir. Esta vez conté cuatro contracciones de su culo antes de que, a la quinta, le llenase también el culo, pero con menos cantidad. De nuevo caímos derrengados sobre la manta, donde estuvimos un buen rato recuperándonos. Tras lo cual, nos fuimos a lavar, primero ellas y detrás yo, por lo que pude observar su andar incómodo y cómo manaba mi leche de sus culos y les caía por las piernas. Mientras me lavaban, les dije…

– Quiero follarme a vuestra madre.

– ¿Quéee? Respondieron a una.

– Lo que habéis oído… Que quiero follarme a la puta de vuestra madre. Ya que ella está también muy interesada en esto. Quiero que participe en las tareas para conseguirlo… Además ella podrá poner un poco más que vosotras que sois vírgenes, o de lo contrario tendré que romperos a vosotras el coño y supongo que vuestra madre no lo permitirá.

– Pero ella no puede venir con nosotras. Tiene que quedarse con mi padre y los tuyos.

– Me da igual otro día, el caso es que participe.

– Bueno…. Dijo Mariana dudosa… Mi madre también ha comentado algo así, quizás si se lo planteamos tus intenciones de follarnos por el coño, bien acceda a tu petición…

– ¿Ah sí? ¿Y qué os ha dicho?

– Nos ha dicho que, si quieres… bueno que… los martes por la mañana sobre las 10, podría ir a una cabaña abandonada que hay cerca del linde de nuestras tierras con las vuestras, en el antiguo camino de la montaña. Es un sitio que cae cerca de ambas casas, solitario y no cuesta mucho llegar.

“Joder, estas tías van muy por delante de mí”. Pensé yo. – Conozco el lugar. Estaré allí el martes a las 10 de la mañana. Espero que no falte quiero probar sus encantos…

Di por terminada la conversación y salimos del agua. Como siempre, dimos buena cuenta de la merienda, volvimos a casa con algunos problemas al sentarse, hubo un doble intercambio de señas y confirmaciones, aunque esta vez se movieron poco y despacio. No sé qué dirían cuando las vieran moverse constantemente para encontrar acomodo a su culo. Ni se lo pregunté.

El martes siguiente llegó y yo aparecí por la cabaña unos minutos antes de las 10. Sin embargo, ya había un caballo atado a una cerca con abrevadero, donde até el mío también, procediendo a entrar en la vivienda. Lo primero que observé al entrar era que no estaba muy abandonada, ya que no se observaba polvo ni suciedad por ningún sitio, constaba de una sola habitación, con un fogón en un lado y una cama grande en el otro, con una cortina de separación, que permanecía abierta, una mesa grande y tosca en el centro con varias sillas alrededor igual de toscas y un jarrón con flores encima. En un lado, había un altillo en el que se veía lo que parecía otra cama o catre. La puerta tenía una cerradura y las ventanas postigos y cortinas. La ropa de la cama parecía nueva y se encontraba perfectamente hecha y se veía un aguamanil con su palangana, toalla y jarra de agua. En la habitación había dos mujeres, Amanda Castro y una criada, que se volvieron al entrar yo…

– ¡Vaya, eres muy puntual! Dijo Amanda, la madre.

– Procuro serlo, máxime cuando una dama me espera, pero permítame una pregunta… ¿Esto no parece una simple vivienda abandonada en medio de la nada?

– Entiendo a lo que te refieres. Permíteme que te lo explique. Como comprenderás, no iba a meterme en cualquier chamizo sucio y lleno de piojos, ratas y cualquier otro animal, por lo que he mandado que arreglaran esto. Además, te presento a Brígida, una de las muchachas a mi servicio, que se encargará de que se encuentre limpio para cuando vengamos.

– Encantado Brígida. Dije.

– No te molestes en entablar conversación con ella. Es muda desde que unos soldados invadieron su pueblo en Teruel, la violaron y torturaron, en tal altercado perdió media lengua y no pude hablar, pero es muy servicial, trabajadora y lo mejor… no se va de la lengua. Espéranos fuera, Brígida, y cierra la puerta al salir.

Ella salió, dejándonos solos. Inmediatamente Amanda me dijo… – Espero que seas la mitad de bueno de lo que me han contado. Si es así, vamos a pasarlo muy bien.

– Creo que te equivocas. No he venido a entretenerte ni a darte gusto. Tu quieres una cosa y estás dispuesta a todo para conseguirlo, incluso utilizarme a mí, pero ya que soy el utilizado, soy el que impone las reglas. Como les dije a tus hijas, harás lo que te diga, cuando te lo diga y como te lo diga. Tu máxima será darme placer a mí. Solamente te dedicarás a ello. Y tendrás el placer que yo quiera darte. Aquí seré tu amo, tú la esclava. Si no te gusta, puedes marcharte ahora mismo y deshacemos el trato. ¿Lo has entendido?

– Sí.

– ¿Si, qué?

– Sí amo, dijo bajando su cabeza.

– Desnúdate. Rápido Se quitó el vestido, mostrando que no llevaba nada debajo.

Ante mi mirada dijo… – Ya sé que te gusta que las mujeres queden desnudas con rapidez.

Observé que no llevaba ni un solo pelo en el coño. Ante mi mirada de extrañeza, me dijo…

– ¿Te gusta? Es una costumbre que aprendí cuando estuve viviendo en Francia. Es la última moda allí. Mis amigas de allí, con las que me carteo y visitamos, me mantienen informada de todo las novedades que se presentan.

– Me parece muy bien, dije sin darle importancia… Pero ahora, desnúdame a mí.

Ella lo hizo despacio, recreándose con cada trozo de piel que descubría. Cuando bajó mis calzones dijo… – ¡¡Vaya lo que tenemos aquí!! No me habían engañado. No sé si lo voy a disfrutar o a sufrir cariño.

“Maldita puta, otra que me dice que la tengo pequeña”. Pensé yo, y estuve a punto de marcharme, pero en cambio… Me acerqué a la mesa y me senté en una de las sillas, después de colocarla convenientemente.

– Ven aquí y recuéstate boca abajo sobre mis rodillas. Le dije.

Obedeciendo, se colocó como había pedido. Puse una mano en su espalda y con la otra comencé a acariciar su culo con movimientos circulares hasta que oí un suave ronroneo. ¡¡ZAS!! La sorprendí con una fuerte palmada que dejó mis dedos marcados en su culo y mi mano roja y dolorida.

– ¡AAAAHHHGGG! ¿Pero qué te has creído, maldito niñato? ¿Cómo te atreves a pegarme? ¡Te voy a….!

– ¡Cállate! Si no estás de acuerdo te vistes y te vas. Aquí has venido a hacer lo que yo diga y aguantar lo que te haga. Dije con mi expresión más salvaje y dura que pude. – Pensaba darte dos azotes por olvidarte de llamarme amo y decirme cariño, pero ahora serán seis por la falta de respeto añadida.

Se quedó callada un momento y empezaron a caerle lágrimas, pero al fin, volvió a recostarse en mis piernas, al tiempo que decía… – ¡Por favor, amo, tráteme con cuidado!

Volví a colocar mis manos en la espalda y culo respectivamente y comencé mis caricias de nuevo. Estaba tensa. No disfrutaba. Relájate y disfrutarás. Separa bien las piernas. Ella las separó, yo seguí acariciando. Cuando me pareció que estaba ya algo relajada… ¡ZAS! Nueva y fuerte palmada.

– ¡Aaaaay! Duele mucho, amo.

Seguí acariciando su culo, pero esta vez bajando mi mano entre sus piernas y frotando su coño depilado con suavidad. Alternaba movimientos circulares en su culo con verticales sobre su coño.Su coño mojado se iba abriendo como una granada, pero seguía sin tocarle los puntos que ella quería. Seguí con mis caricias. Bajé a su coño que parecía una fuente. Coloqué mi dedo medio a lo largo de su raja y empecé un movimiento arriba y abajo, que terminaba chocando con su clítoris. Empezó a jadear con fuerza y a clavar sus dedos en mi pierna y en la silla hasta que le saltó un orgasmo fuerte y largo que la hizo gritar como si estuvieran torturándola…

– ¡AAGG! SIGUEEE ¡ME CORROOO! ¡ME CORRO AMO SIGUEEE!

Se quedó como ida durante un buen rato, y comenzó a resbalar hasta el suelo, donde quedó tumbada durante un tiempo. Cuando se recuperó, dijo… – ¡Dios mío! ¡Nunca había tenido un orgasmo así! REALMENTE, NO HE TENIDO NUNCA UN ORGASMO.

Yo, que estaba totalmente empalmado… – Estupendo entonces. Hemos terminado por hoy. Vístete y vete… por hoy has cumplido con el cometido.

Ella, mirando mi erección… – ¿Y te vas a quedar así? ¿No quieres relajarte conmigo? Hoy no te lo has ganado. No deseo que mi amo sufra congestión de testículos ¡Sé que es doloroso!

– Vete.

Ella sacó unas prendas de un bolso que no había visto y se las puso, eran unas bragas de extraño diseño y una camiseta también un tanto raro.

– ¿Te gustan, amo? Son diseños de París. Mi ropa interior la traigo de allí.

– Me parece muy bien. Dije mientras seguía mirando su cuerpo sin moverme.

Cuando terminó, dudó un momento, pero abrió la puerta y se fue. Inmediatamente entró Brígida dirigiéndose a la cama, probablemente con intención de arreglarla de nuevo, pero al ver que no la habíamos tocado, se dio la vuelta mirando alrededor. Me miró, miró mi polla erecta, volvió a mirarme y volvió a mirar mi polla.

– ¿Te gusta? Afirmó varias veces con la cabeza.

“Menos mal que hay una que no le preocupa el tamaño”. Pensé.

– ¿Por qué no te desnudas y la disfrutas?

No tardó ni un segundo en quedarse totalmente desnuda. Tenía un cuerpo precioso, lleno de curvas cada una en su sitio, unos pechos generosos y un coño no muy peludo de fino vello aterciopelado.

– Vaya, tú no te lo afeitas a la moda Francesa, como tu ama, comenté.

Ella negó con la cabeza mientras se acercaba. Se arrodilló ante mí y se la llevó a la boca, comenzando una felación donde se notaba que tenía gran experiencia. Empezó lamiendo desde la base hasta el prepucio, ensalivándola bien, para luego metérsela en la boca toda entera, hasta que le dio un amago de arcada, pero la tenía toda completamente dentro. No sé como lo hacía, pero al mismo tiempo me masajeaba con la lengua. No usaba las manos, solo su boca. No duré ni cinco minutos. Por primera vez en mi vida, fui eyaculador precoz.

Ella se tragó toda mi lechada, limpió bien mi polla y se enderezó siguiendo de rodillas. Tenía la mano en su coño y se acariciaba.

– ¿Nos has oído? Le dije. Afirmo con la cabeza. Estas excitada. Nueva afirmación. Se ve que tienes experiencia en esto, ¿verdad? Afirmó otra vez. ¿El Duque? Pareció dudar, pero afirmó ¿La condesa? Negó ¿Alguien más de la casa? Afirmó ¿Quién?Hizo unos gestos con la mano ¿Intentas decirme algo? ¿Esos gestos quieren decir algo? Afirmó. Me gustaría saber que dicen, pero antes…. Vamos a solucionar lo tuyo.

La tomé de la mano y la llevé a la cama. La puse boca arriba y comencé a besarla. Sus labios, su cuello, lamí los lóbulos de sus orejas, acaricié sus tetas y lamí y chupé sus pezones, bajé hasta su coño, que me recibió empapado, con un clítoris exageradamente grande que sobresalía del capuchón como un glande… enseguida me puse a chuparlo y lamerlo. Ella se retorcía, y era extraño no oírle emitir ningún sonido. No sabía si le gustaba o le hacía daño. Solo mi experiencia me decía que disfrutaba. Su orgasmo llegó pronto y llenó mi boca de gran cantidad de flujo, hasta el punto que pensé que se estaba meando.

Cuando se recuperó, me miró con una sonrisa e hizo unos movimientos con sus manos. Yo le sonreí también, me enderecé y le mostré mi polla otra vez enhiesta. Ella asintió y volví a mis besos por sus labios, cara y cuello, mientras se la metía poco a poco. Era tremendamente estrecha, la sentía tan aprisionada que pensé que se la había metido por el culo. Cuando llegó al final, hizo otros gestos con la mano mientras tomaba aire…. Tras una corta espera, comencé a moverme en su interior, lo que provocó que su respiración se acelerara nuevamente. Durante un buen rato estuve bombeando a placer, sintiendo sus corridas y volviendo a empezar. Cuando me sentí próximo a correrme, me incorporé y acompañé mis embestidas con una frotación circular con el pulgar sobre su clítoris. Notaba como me subía la presión, mis ganas de eyacular eran imparables por mucha voluntad que le pusiese.

Cuando sentí recorrer la leche por mi tronco, la clavé a fondo de su vagina y me fui corriendo a grandes chorros dentro de ella dándole duros empellones a cada convulsión que retorcía mi cuerpo. La excitación era tan grande que pensando haberme corrido por completo, la saqué, y con dos meneos que me dio la sirvienta, me acabé de correr sobre sus tetas.

Nos acostamos juntos y abrazados. Ella se quedó dormida y yo estuve admirando sus tetas embadurnadas, su figura llena de curvas. Pese a que era algo baja de estatura, lo tenía todo muy bien colocado. Mis pensamientos pronto evolucionaron a la situación que me había llevado allí, analizando a la madre, las hijas, incluso al padre que tan honorable parecía. Cuando despertó, parecía desorientada, pero pronto se centró y comenzó a darme besos y a gesticular con las manos.

– ¡Hey, hey, hey!  Para, para. Que no te entiendo. ¿Por qué no empiezas enseñándome lo que significan esos gestos?

Y comenzó a explicarme, con gestos, una libretita y un lápiz que llevaba. Cuando me marché, ya sabía decir los nombre con signos y alguna otra palabra tan sencilla como inútil por el momento. Quedamos en que iría todos los días, excepto domingos y los días que quedase con ellas, ya que ella tenía que ir a revisar y limpiar la casa, debiendo tenerla en perfecto estado de uso. Le pregunté si la señora traía a alguien más, pero negó tal hecho. También me enteré que vivía con un sirviente de los señores, el mayordomo, que la compartía con el amo a veces, y que a ambos les gustaba que se la chupase, pero nunca se preocupaban por su placer, por eso, cuando yo le di tan maravilloso orgasmo y luego le hice repetir hasta desfallecer, se sintió morir de felicidad. Después de esto no me extrañó que fuese tan estrecha… – Se hace tarde, volvamos. Ella me dio a entender que tenía que dejarlo todo recogido y que volvería más tarde. Yo me fui a casa a esperar mi hora con Dulce.

Al siguiente día con las hermanas, seguí profundizando en sus culos, que parece que no les molestaba tanto. La madre parecía más seria y no gastó bromas, solamente los saludos de rigor. Los demás días, iba a la cabaña, donde Brígida me enseñaba el lenguaje de signos, el cual aprendía con rapidez. Follábamos hasta que le sacaba un par de orgasmos y me volvía a mis quehaceres. El martes siguiente, volví a la cabaña también unos minutos antes, encontrando fuera a Brígida, sentada en un banco junto a la pared. El caballo de Amanda estaba atado en el mismo lugar de la otra vez. Pasé por delante de Brígida guiñándole el ojo y entré en la cabaña. Amanda me esperaba desnuda y de rodillas en el suelo.

– Veo que has aprendido la lección. Colócate boca abajo sobre la mesa, con los pies en el suelo y bien separados. Le dije mientras me desnudaba.

Ella se puso, obediente. Acaricié su culo y su coño insistentemente. – ¿Me va a castigar otra vez, amo?

– Cállate. Ya te enterarás.

Enseguida empezó a moverse, informando sin querer de su excitación. Unas palmadas, no excesivamente fuertes en su culo, pero lo bastante para ponerlo rojo, fueron el preámbulo a la entrada de mi polla en su coño.

– ¡Despacio amo, por favor! Me hace daño. Yo que también la notaba estrecha, me dije “¡Vaya, otra mal follada! ¡Se ve que el conde tiene otras aficiones!”

Le pasé la mano por delante hasta llegar a su clítoris, cuya zona masajeé, mientras le iba dando un vaivén de entrada y salida, en el que, cada vez que entraba, presionaba un poco más, hasta que logré meterla completa.

– ¡PUUFFF! ¡Qué gusto! Soltando aire. Empecé mi bombeo y ella sus gemidos. ¡Mmm! ¡Siii!

La sacaba hasta que la cabeza quedaba en su entrada y masajeaba su clítoris, dejaba el masaje y la metía hasta adentro. Al momento, empezó a oírse el chapoteo de mi polla en su coño encharcado. Si notaba que iba a correrse, me detenía. Lo que le hacía soltar un bufido de decepción. ¡BBFFFSS! La tuve un rato al borde del orgasmo, hasta que la tomé por la cintura, la levanté del suelo y con ella empalada hasta el fondo, la llevé hasta la cama. La coloqué igual que en la mesa y durante unos momentos más, seguí el “tratamiento”. Me salí de ella, la acosté sobre la cama y me puse a su lado.

– ¡Chúpamela!

– Sí, amo, dijo mientras se levantaba.

– ¿A dónde vas? Le dije.

– A buscar la jofaina con agua y un paño para limpiarte, amo.

– ¿Te he dicho que hagas eso?

– No amo, pero está embadurnada con mi flujo.

– ¡Mira! Le dije cabreado…. – Me importa una mierda si tienes un flujo de guarra o no. Ponte inmediatamente a cuatro patas entre mis piernas y comienza a chupar. Y cada vez que vea una mala mueca, te cruzaré la cara con un bofetón.

No dijo nada más e hizo lo indicado. Empezó una felación con mucha menos técnica que Brígida, lo que me confirmó que el conde no le prestaba las debidas atenciones.

– ¿Te han follado muchos? Le pregunté.

– No, amo, después de mi esposo, tú eres el único. Dijo levantando la cabeza y esperando.

– No te detengas, responde a lo que te pregunte y sigue con lo tuyo. ¿Y por qué has querido que te folle?

– Les dije a mis hijas que hiciesen todo lo que fuese para que tu hermano se fijase en una de ellas y se casasen. Una de las ideas que les di fue que se hiciesen amigas de ti, y te pidiesen que le hablases bien de ellas. Se metió mi polla en la boca, la sacó, y siguió… Cuando me contaron tus pretensiones, me encolericé, pero luego pensé que eras un joven en ebullición y que unos manoseos en sus coñito y unas pajas no hacían daño a nadie, y máxime si se conseguía el objetivo. Nueva chupada. Que les respetaras su virginidad me hizo muy feliz, que les enseñaras a mamar pollas, también y que solo usaras sus culos era la mejor opción…

Cuando volvimos el primer día, por la noche, después de la cena, las reuní en mi habitación y me contaron lo que les habías hecho y lo mucho que habían disfrutado. Eso me produjo una gran excitación, sobre todo el morbo de haberlas dejado excitadas, pero cuando intenté convencer a mi marido para que viniese a mi habitación, el decidió que estaba muy cansado y bebido… se fue a la cama. Casi no pude dormir. Otra mamada.

El segundo día, cuando me lo contaron, volví a excitarme más si cabe. Cuando fui a buscarle estaba roncando en su sillón favorito, por lo que me tuve que ir sola y frustrada. Mamada al canto. Durante la semana, estuve buscando objetos para dilatar sus anos y lubricando y metiendo dedos para que se acostumbraran. Eso me mantuvo toda la semana excitada, por eso, el día que teníamos que ir de nuevo, les dije que intentasen que me aceptases en tus juegos, y que si lo hacías, te hablasen de esta casa. Mamada fuerte. ¿He hecho bien, amo?

 “¡Maldita puta! Nos manipula a todos para que hacer lo que ella quiere y encima nos creemos que lo queremos nosotros”. – Sí, pero sigue, que quiero correrme, y no tires ni una gota.

Se puso a ello lo mejor que supo, lengüeteaba mi glande y lo succionaba, jugaba con el agujero de mi capullo con la punta de la lengua. Una mano deslizándolo por el tronco y la otra en mis huevos masajeándolos me hacía sentir el rey del mundo. Lamía el cipote de la raíz al cabezón y vuelta a mamar metiéndose cuanto le cabía en su boca de puta, hasta que sentí que me venía, con lo que sujeté su cabeza, se la metí bien adentro y le solté una abundante corrida. Ella tosió y estuvo a punto de vomitar, pero aguantó bien el tirón y procedió a dejarla bien limpia, se tragaba la lefa como si fuera un “Dulce de Santa Clara”.

– Veo que recuerdas mis instrucciones. Sigue a cuatro patas, pero ponte lo más arriba de la cama que puedas.

Una vez colocada, metí mi cabeza entre sus piernas y comencé a lamer su coño, mientras mojaba mi dedo en sus jugos y lo llevaba a su ano, frotando con movimientos circulares.

– Amo, como ya sé de sus gustos, ya lo he traído dilatado.Dijo ella.

Efectivamente, al hacer un poco de presión, mi dedo entró con facilidad. Metí también el pulgar en el coño y comencé el movimiento oscilante, mientras atacaba su clítoris y aledaños. La llevé varias veces al punto de orgasmo, deteniendo el avance y haciéndola gritar de la decepción… – ¡Noooo! ¡Sigue amo, por favor! Yo estaba disfrutando con su sufrimiento.

Era la compensación a sus manipulaciones. Añadí alguna palmada en su culo para completar. Cuando ya me pareció suficiente castigo (tenía la polla a reventar) aceleré los movimientos y me centré en su clítoris, lo que la hizo romper en un orgasmo tan fuerte como deseado, que la dejó sin fuerzas, cayendo sobre mi cara. La aparté a un lado y me coloqué a la par de ella. Cuando se empezaba a recuperar, la hice ponerse de costado, dándome la espalda, mi mano bajo su cuerpo para alcanzar sus tetas, metí una pierna entre las suyas, obligándola a abrirse y le metí la polla en el coño, empezando a moverme. Mi otra mano, la pasé por delante para ir acariciando la zona del clítoris a la vez. Poco a poco fue ganando en excitación hasta que tuvo su primer orgasmo, aquellas mujeres eran muy fogosas sin que nadie sacase lo mejor de ellas. Seguí acompañándola mientras seguía gimiendo como una puta salida…

– ¡AAHHH! ¡NO PARES. ES FABULOSO. SIGUE. SIGUE!

Con un nuevo estertor, volvió a correrse y yo saqué la polla de su coño y se la clavé en el culo. Me la follé dándole por el culo durante un rato, volvía a cambiar a su coño otro rato y así hasta que terminé corriéndome en el fondo de su vagina, sin importarme PREÑARLA y provocándole un nuevo orgasmo. Después de unos minutos de relajación, se levantó y comenzó a vestirse, diciendo… – Tengo que volver. Mi marido llegará pronto. Yo solamente asentí y la miré cómo se vestía. Cuando terminó, salió todo lo corriendo que su culo le dejó y se marchó, para dejar paso a Brígida, que terminó de calmar mis ardores por el momento.

Esta situación se mantuvo durante mucho tiempo, con la única diferencia de que al bajar las temperaturas, cambié la fuente por la casita cuando iba con las hermanas. Mi hermano, cuando venía solía pasear con ellas, unas veces con una de cada brazo cogida y otras con cada una por separado. Y cuando tenía oportunidad, probaba sus culos y bocas. Por las noches, antes de que se fuera a la taberna, comentábamos mis avances y averiguaciones y él me orientaba con nuevas ideas. Mi madre, muy observadora como todas ellas, se dio cuenta de que algo pasaba casi desde los primeros días. Me preguntaba, pero siempre le daba largas, hasta que un día me habló seriamente y me preguntó qué pasaba con las vecinas. Yo no tenía inconveniente en ocultarle las cosas a mi madre, pero era incapaz de mentirle…

– Está bien, mamá. Te lo contaré, si prometes que no dirás nada a nadie, ni siquiera a papá.

– No puedo prometerte nada sin saber lo que me ocultas.

– No te preocupes por ello, pero yo no cuento nada si no guardas el secreto.

– Está bien. No diré nada a nadie. ¿Ni siquiera a papá?

– Ni siquiera a papá.

Entonces le conté las maquinaciones de Amanda para conseguir que alguna de sus hijas se casara con mi hermano, mi propuesta y todo lo que hacía con la madre y las hijas (no dije nada de Dulce ni de Brígida) Cuando terminé pasó por todos los estados…

– TIENES QUE DEJARLO INMEDIATAMENTE…. NO TIENES EDAD PARA ESO. ¿INTENTANDO CAZAR A TU HERMANO CON MALAS ARTES? ¿SERÁN ARPÍAS? Yo no me atrevía a abrir la boca. NO QUIERO VER A ESA GENTUZA EN MI CASA NUNCA MÁS…. Siguió un buen rato, hasta que apaciguó un poco y empezó a cambiar. SE MERECEN LO QUE LES PASE. Y si tú y tu hermano os divertís con ellas, mejor para vosotros… no me importa que os las folléis a todas. PERO QUE NO SE OS OCURRA A NINGUNO CASAOS CON ALGUNA DE ELLAS, PORQUE OS MATO… aunque vengan las tres PREÑADAS.

Se fue murmurando… – ¡SERan zorraaas…! ¡La madre que …..! Y dejé de oírla.

Me estaba cambiando de ropa cuando me pilló, terminé y me dirigí a la calle. Al pasar por el salón, oí a través de la puerta entornada, que mi padre le decía algo exaltado…

– ¿PERO ME QUIERES DECIR DE UNA VEZ QUÉ ES LO QUE TE PASA PARA ESTAR TAN ENFADADA? ¿HE HECHO ALGO QUE TE HA DISGUSTADO?

– No, tú no.

– ¿ENTONCES, QUIEN HA SIDO, JUAN? ¿HA HECHO ALGUNA TRASTADA?, PORQUE SI ES ASÍ, SE VA A ACORDAR. Yo escuchaba nervioso. – Mira, he prometido no decir nada, ni siquiera a ti.

– ¿COMO? ¿SECRETOS EN MI CASA? ¡O ME LO CUENTAS O EMPIEZO A AZOTARTE HASTA QUE ME LO DIGAS!

Mi madre, asustada ante el genio de mi padre y de su violenta expresión, que hasta a mí me hizo temblar las piernas, dijo muy serena… – Mira, como no quiero faltar a mi palabra, voy a ver si me acuerdo de la conversación, reproduciéndola en voz alta, pero tú no escuches.

– Haz lo que sea, pero cuéntamelo. Y repitió la historia

Mi padre también montó en cólera y hablo de matarnos a mí, a mi hermano y a la condesa a sus hijas, al conde y a no sé cuantos más. Pero mi madre le aconsejó pensando fríamente…

– No podemos ponernos a mal con nuestros vecinos los duques. Imagina el escándalo si esto se supiese. Nuestros hijos podrían resultar afectados en el futuro. Además ¡Deja que los niños se diviertan! Las más perjudicadas serán ellas… mancilladas las hijas y posiblemente preñada la señora condesa por uno de tus hijos. Son hombres en una edad muy fogosa y por tanto tienen el instinto irrefrenable de fornicar a cada rato ¡Y qué mejor para quedar aliviados, que en coños claramente ofrecidos! De paso practican y aprenden a dar placer a su futura esposa.

Mi padre reflexionó un momento y dijo soltando aire. – ¡Puff! Tienes razón, como siempre. Pero anda, tira para el dormitorio que me tienes que contar por qué agujeros se las meten…

Mi madre soltó una carcajada muy sensual acariciando el pecho de su marido…. – Sí, querido, vamos, que ya no me acuerdo muy bien… tengo mucho interés en recordarlo.

Me alejé a toda marcha, satisfecho de que no hubiese pasado nada, de que hubiese sido perdonando y dando gracias a mi madre por su indiscreción solicitando la comprensión y apoyo de papá. Como he dicho, el tiempo fue pasando, con la complicidad de mi madre, a la que tenía que contare mis aventuras con todo detalle…como se desvestían, que sentía al verlas en pelotas, como me comían la polla, como se corrían y cuantas veces, así que llegaba a atreverme a narrarle como me corría llenándoles la boca o el coño a cualquiera de las cuatro. Por supuesto, poner mi cara de póquer ante mi siempre sonriente padre, como si yo no supiese que lo sabía. No pasaba nada.

De hecho, algún día, cuando yo salía a por mí caballo, ellos tomaban camino de su habitación, justo después de contarle mis aventuras a mi madre. Pero un día, el conde llegó al galope de los caballos de su carruaje, se bajó sin ayudar a su esposa y pidió al criado que salió a recibirle que tenía que hablar inmediatamente con mis padres. Yo me enteré por la noche, cuando Dulce me contó lo que había escuchado.

Al parecer, el conde llegó con un cabreo de aúpa porque había llegado a sus oídos que me acostaba con sus hijas, y eso era una afrenta que había que solucionar de inmediato. Mi padre, le habló tranquilamente…

– Mi hijo Juan es todavía demasiado joven para eso. Cuando vuelve de acompañar a tus hijas, nos cuenta todo lo que ha pasado, y confiamos plenamente en él. Por él, sabemos que tu mujer, Amanda, les ha dado instrucciones a tus hijas de hacer lo necesario para que mi hijo Íñigo se case con una de ellas, y que la misión de Juan era hablarle bien de ellas a su hermano. La madre estaba roja a más no poder.

Continuó diciéndole al conde al más furioso, ahora con su esposa… – Si tus hijas ya no son doncellas, tendrás que buscar por otro lado, extendió mi padre mirando fijamente a Amanda… – Porque mi mujer se ha encargado de reiterarle encarecidamente cada día, que respete su virtud. Si tienes dudas, compruébalo tú mismo, o haz que lo compruebe un médico. Nosotros entendemos tu preocupación y queremos que sepas que nuestra boca estará sellada pase lo que pase, y nuestra puerta siempre estará abierta para vosotros. Lo único que no puedo garantizaos es que mi hijo Íñigo se case con una de vuestras hijas. Eso deberá decidirlo él. En ese sentido, en nuestra casa hay libertad de elección mientras no mancille nuestro nombre.

El conde, más calmado… – Perdona Ricardo. Me he dejado llevar por los impulsos. La verdad es que ni siquiera he hablado con mis hijas.  Marchó avergonzado para hacer lo que tenía que haber hecho primero…preguntarles a ellas y comprobarlo. Dijo el duque.

– No te avergüences. Yo en tu lugar hubiese hecho lo mismo o peor.Dijo mi padre.

Y le acompañó a la puerta con la mano sobre el hombro y dándole palmaditas. La condesa, al pasar junto a mi madre, murmuró un gracias, que ambas sabían porqué era, pero que al conde debió parecerle que era por los consejos hacia mí. Cuando se marcharon, ambos se echaron a reír y parece ser que mi padre llevó a mi madre a la habitación entre risas y palmadas en el culo. Yo seguí visitando la cabaña, ya que Brígida no le habían quitado la orden de mantenerla limpia.

Días después, Dulce vino a mi encuentro para decirme que mis padres me esperaban en la biblioteca y que fuese con rapidez. Dejé mi trabajo y fui a ver qué pasaba. Mi padre, estaba junto al aparador de las bebidas con una en la mano y mi madre sentada y con síntomas de haber llorado. Me mandó sentar…

– Hijo mío, ya es hora de que empieces a preparar tu futuro. Los últimos acontecimientos nos aconsejan que vayas fuera una temporada, y de paso que aprendas un oficio o una forma de ganarte la vida, porque como sabes, el condesado y las tierras que lo forman lo heredará tu hermano, como primogénito y legítimo. Las tierras que mi padre me dejó, he conseguido ampliarlas, pero aún con todo no son suficientes para que puedas optar a matrimonios importantes que aumenten tu prestigio. Tu madre y yo hemos pensado… mi madre volvió a llorar, que aprovechando que mi primo Esteban, Coronel del ejército de su majestad, viaja a las Filipinas para hacerse cargo del regimiento no sé cuantos de lanceros, vayas con él y con su familia durante un tiempo, para que compruebes si puedes llegar a algo en el ejército, lo que te daría ya un importante prestigio, o si no, vuelves y buscaremos por otro lado.

– Lo que tú mandes, padre. ¿Cuándo será la partida?

– Pasado mañana. Prepara la valija y despídete de quien quieras. Partiréis hacia Sevilla, donde embarcareis para las Filipinas.

Yo me quedé sin palabras. Lo único que se me ocurrió fue… – Gracias, padre. Me abracé a mi madre y lloramos los dos. Mi padre se retiró discretamente frotándose el ojo. Por la noche, acostados uno junto a otro, mientras acariciaba su coño despacio, pedí a Dulce que abandonara aquello y huyésemos, que nos fuésemos juntos a empezar nuestra vida en otro lugar, al fin y al cabo, tenía unas tierras que nos darían suficiente para vivir. Ella, que también estaba en ese momento acariciando mi polla.

– ¡Lo siento cariño, pero yo aspiro a algo más grande!

Me cabree, le dije que se fuera, que no quería volverla a ver, que mientras había estado a su lado, le había parecido bien, pero que ahora ya no, pues que se fuera a tomar por el…. Luego me enteré de que no era por mi polla, sino por mi hermano. Pero estaba tan cabreado que cuando me fui, me despedí de toda la servidumbre, pero a ella, ni siquiera le dije adiós. Solamente me había despedido anteriormente de Brígida… que es, junto a mis padres, las tres únicas personas que echaría de menos en tierras lejanas.

Si te ha gustado el relato, siempre agradezco un comentario al respecto.... TROVO DÉCIMO

Andanzas de un Donjuán. 4ª parte

 5º Capítulo. Los primeros de Filipinas




Con buen viento y mar tranquila, a mis casi 16 años, partimos Esteban, su mujer Jacinta y su hija Ana, de 18 años. Durante el viaje, hablamos mucho. Eran una familia muy amigable y cariñosa. Nada más conocerlos, Jacinta me indicó que debería llamarla Jacinta, a su hija Ana y que al mayor, todos le llamaban Coronel, incluso la familia. Él era un hombre rígido y disciplinado. El clásico ejemplo de militar. Normalmente, ellas y yo hablábamos en cubierta de múltiples cosas y el Coronel se entretenía con el capitán del barco. (Creo que después de este viaje se dedicó a otra cosa). Hubo alguna vez, que, en las conversaciones que manteníamos, Jacinta soltó la clásica pregunta…

– ¿Y qué, dejas alguna novia en Inglaterra?

Yo pensé en Desiré, y dudé, pero al fin la mande a la mierda mentalmente y respondí.

– No, Jacinta, no dejo a nadie.

– No pareces muy convencido. Quizá te enamores de Ana y no eches de menos a nadie allí. ¿Te parece bonita Ana?

– Claro que sí, mucho, al igual que tú. El Coronel tiene mucha suerte al tener dos mujeres tan hermosas como vosotras dentro de su casa.

– El Coronel no sabe lo que tiene. Dijo como protesta, y cambió la conversación.

Cuando llegamos a la Filipinas, todavía nos esperaba un largo viaje en carreta y caballos hasta el fuerte, pero aguantamos todo, calor, bichos, mala comida, salidas rápidas tras las matas del camino para evacuar lo que nuestras tripas no podían mantener sujeto…

Una vez instalados, disponíamos de una gran casa junto al fuerte, con criados, por supuesto, y casi tantas habitaciones como en casa de mis padres. Yo empecé como soldado en uno de los batallones, donde puse todo mi interés. La zona no era precisamente pacífica, y todos los días había escaramuzas con los ladrones, rebeldes propios y rebeldes vecinos. Mi manejo de las armas, mi prudencia y mis ideas, me llevaron a ser pronto teniente de lanceros. El teniente más joven de la Filipinas. Pero antes…

En la casa vivía una mujer filipina, de unos veinticinco años, llamada Akuti que estuvo casada desde los doce años, con un hombre que había fallecido. En la zona se practicaba el rito Sari que consistía en que la esposa era arrojada al fuego de la pira del marido, la familia lo intentó pero ella se negó, huyó y fue rescatada por el antiguo Coronel, que la llevó a su casa y la tuvo de criada. Nunca había querido a ese hombre, parece ser que muy mayor ya cuando se casaron y no estaba dispuesta a perder una vida que no había vivido.

No podía salir de la casa, porque si la encontraba por la calle algún pariente fuera de su familia o de la de su marido, la matarían. Lo único que había sacado de ese matrimonio era que su marido le había permitido aprender, e incluso le había enseñado algunas cosas él mismo, tal que así, además de una gran cultura, hablaba varios idiomas y algunos dialectos del país.

Cuando me contaron la historia, le pedí que me enseñase la lengua del país, y los dialectos de los habitantes de la zona que defendíamos. Accedió gustosa y dos días a la semana nos reuníamos en mi habitación durante una hora para enseñarme el idioma y costumbres. Cuando no tenía servicio ni tenía que estar en el cuartel, permanecía en la vivienda, ya que nunca me había gustado beber, y allí era lo único que se podía hacer. Eso o ir de vista al mercado. Cosa que me pedían Jacinta y Ana frecuentemente para que las acompañase y protegiese.

El Coronel lo veía bien, porque así le podía informar si alguien se les acercaba, ya que, según me enteré, había pedido el traslado a la india porque su mujer había tenido o querido tener un lío con alguien, por lo que decidió poner tierra de por medio. El Coronel acostumbraba a darme dinero por mi servicio de protectorado y vigilancia de sus hembras.

– Toma, que tú sueldo es bajo. Lleva a mi mujer y a mi hija de compras y cómprate algo tú también. Cuando volváis, me cuentas lo que habéis hecho y con quien habéis estado.

Con eso se ganaba tener un informador para evitar los posibles engaños de su mujer. Uno de los días de mercado, pasamos ante un puesto donde un ermitaño o algo así, esquelético a más no poder, permanecía con las piernas separadas y entre ellas una enorme piedra colgada de su polla, cuya punta estaba por debajo de su rodilla. Preguntamos al acompañante que nos traducía, qué hacía ese hombre…

– Ser hombre santo. Venir a la ciudad por comida para seguir en su soledad, allá en la montaña. La piedra es para hacer penitencia por encontrarse fuera de su solitaria cueva.

Jacinta dijo… – ¡Vaya cosa que tiene! Y mirándome a mí  ¿A ti te gustaría tener algo parecido? ¿O quizá lo tienes ya?

– No, que va, qué más quisiera yo. A mí solamente me llega a medio muslo.

– ¡No me digas! Soltó con gran énfasis.

– Pues te digo, mal medida tiene unas nueve pulgadas por dos de ancha (unos 23 x 5 cm)

– ¡Eso habrá que verlo! A tu edad con esa hermosura…

– Cuando quieras.

Le dije descarado, no era del todo verdad, por no llegaba a ocho pulgadas por menos de dos, pero total, ya estaba curado de espanto. Si le parecía pequeña, me daba igual y la verdad es que no tardó mucho en comprobarlo. Cuando volvimos, el mayor me tomó por el brazo y me hizo un hablo apartado… – ¿Qué tal muchacho? ¿Cómo ha ido el mercado?

– Muy bien mayor, parece que las señoras han disfrutado con sus compras y los regateos en los tenderetes.

– ¿Y se ha encontrado con alguien conocido?

– ¡Qué va, mayor, si al verme con el uniforme de soldado, no se acercaban ni los ladrones!

– Muy bien, hijo mío, y ¿qué vas a hacer?

– Ahora, después de cenar, me daré un baño y me relajaré un buen rato, luego me iré a la cama, leeré un rato y a dormir, ya sabe, Coronel, que no me gusta beber ni salir de noche.

– Eso está muy bien, hijo, yo me iré al club de oficiales y cenaré allí. Vendré un poco tarde. Y si no te importa, te dejo al cargo de la casa.

– Gracias Coronel, lo acepto gustoso. No creo que se produzcan incidencias, pero si hay alguna, le avisaré de inmediato siempre a sus órdenes Coronel.

– Te dejo entonces que tomes tu baño. Hasta mañana, que me estarán esperando mis colegas.

Dejé de preocuparme por ello, fui a mi dormitorio, me desnudé, tomé un albornoz y me fui al baño. Éste era una habitación en la que había una piscina de unos cinco metros de larga por unos dos de ancha, con distintos niveles de profundidad, que se oscilaban entre el metro y los diez centímetros de altura de agua. Me metí en el agua tan refrescante y me dispuse a realizar una de las tareas que me resultaban más gratificantes desde que había salido de Inglaterra.

En ello estaba, con mi polla en totalmente erecta y a reventar por no haberla podido calmar durante el día, recorriéndola con mi mano con distintos cambios de ritmo, cuando se abrió la puerta, que estaba a mi espalda y apareció Jacinta que vino directa hacia mí. Cuando me di cuenta, la tenía a mí lado…

– ¡Madre mía! ¡Tenías razón! ¡Vaya alabarda que te gastas para la edad que tienes!

– Sí, ya lo sé, es demasiado pequeño. Ya me lo han dicho varias veces.

– ¿Pequeño eso? ¡Pues con el que lo has comparado tiene que ser monstruoso! ¡Tendrás que presentármelo! ¡Jamás había visto algo tan grande y gordo!

Yo me quedé totalmente desorientado. Siempre había pensado que la tenía pequeña, desde que, de niño, la comparaba con la de mi padre y hermano. Nunca pensé que crecería a la vez que yo. No obstante, enseguida me olvidé del tema, al fin y al cabo, nunca había tenido problemas por ello y lo único que me molestaba es que me dijesen que era pequeña porque me parecía más infantil.

– ¿Me dejas probarla?

– ¡Tu misma, sírvete a tu gusto!

Se quitó el Saris, vestimenta que había adoptado desde que llegó allí por su comodidad, ya que simplemente es una tela que rodea el cuerpo y cae por el hombro, quedando totalmente desnuda. Pude observarla mientras entraba en el agua. Se conservaba bien a sus treinta y cinco, treinta y seis años. Tetas grandes todavía bastante altas, coño de vello recortado y negro, culo respingón con algunos gramos de más…, buenas y largas piernas, un poco de tripa que en nada la afeaba. En fin, una mujer muy apetitosa.

Se arrodilló a mi lado, en el agua y tomó mi polla que sobresalía porque estábamos en la parte menos profunda, comenzó a lamerla desde la base a la punta, entreteniéndose en darle rápidos lengüetazos en el borde del glande. Después de tres o cuatro recorridos, se la metió en la boca. Sabía tragar pollas. Se la metía toda entera, presionando con la lengua, lo que la hacía parecer más estrecha. Yo ya estaba casi a punto con mis manipulaciones anteriores, así que se lo hice saber que el geiser estaba a punto de estallar…

– Me voy a correr. Ya casi estaba a punto cuando te has corrido.

Ella había acelerado la mamada al escucharme y no me había podido contener, descargando todo en su garganta, que no fue desperdiciado en nada. Sin duda le gustaban las pollas y de lo que de ellas eyaculaban… no era la primera vez que lo hacía

– ¡Y además muy rico!

Como siempre y sobre todo después un tiempo de abstinencia, la erección bajó muy poco. La tomó con su mano y empezó a pajearme. Arrodillada a cuatro patas como estaba, sus tetas se encontraban colgando, con los pezones sumergidos bajo el agua. Alargué mi mano y comencé un frotamiento circular con la palma sobre la punta de sus pezones, que ya estaban duros y grandes. Enseguida terminó de ponérseme totalmente dura y ella, sin más dilación, se levantó, puso una pierna a cada lado de mí y la punta de mi cipote la encauzó a la entrada de su coño. Mostraba toda la raja abierta recorriéndola con mi glande y en un momento encontró la bocana de su grieta y comenzó a bajar despacio, con paradas y pequeños empujones, mientras soltaba pequeños quejidos… – ¡AAAAAHHHHH!  ¡OOOOOHHHHH! ¡UUUUUFFFFFFF! Y repetía, hasta que consiguió que le entrase entera.

– ¡Madre mía! ¡Me siento como de parto! ¡Creo que me vas a reventar con eso dentro!

Yo disfrutaba de la presión que ejercía sobre mi polla. Se arrodilló con una pierna a cada lado y mi polla dentro, y comenzó un movimiento metiéndosela y sacándosela, pero no de abajo arriba, sino de delante atrás, con lo que mi polla rozaba su clítoris, y al doblarla me generaba una tremenda presión. Ella debía estar también muy excitada con mucha hambre atrasada, porque no tardó ni un minuto en anunciar su corrida.

– ¡OOOOOOHHHHHHHH! ¡ME CORROOOO! ¡ME ESTOY CORRIENDO COMO NUNCAAAAAAA! ¡AAAAHHHHH!

Pero no se detuvo con las convulsiones que notaba en todo su cuerpo y en mi falo presionando por sus músculos vaginales. Siguió moviéndose, cambiando de ritmo y dirección, lo que me estaba volviendo loco de placer. Aún tuvo tres orgasmos más, hasta que le anuncié que estaba a punto otra vez, por lo que ella arremetió con más ganas llegando a chocar una y otras vez mis huevos en su coño y por fin eyaculé fuerte dentro de su vagina.  Ello lo recibía con agrado retorciéndose a cada aldabonazo, recepcionando todo lo que tenía para darle… cuando acabé de inseminarla, se salió, y se la metió en la boca para. Después de dejarme totalmente limpia la polla, se estiró en el agua hacia la parte más profunda, siguiéndola al momento. Nos besamos, acaricié sus tetas, chupé sus pezones, estuvimos un rato jugueteando en el agua, tocándonos por todas partes. Poco a poco volvimos a estar preparados para una nueva sesión.

La senté en el borde de la piscina, en la parte profunda, donde si me encontraba arrodillado, mi boca caía justo en su coño. La abrí bien de piernas y comencé a comérselo, poniendo todo mi mejor saber hacer. Recorría con mi lengua su coño de arriba abajo y viceversa. Cuando empezó a gemir, le metí primero un dedo y luego dos. Coloqué sus piernas sobre mis hombros y ella se tumbó en el suelo. Seguí con mi tratamiento mientras ella ya no emitía gemidos, sino auténticos gritos.

Al momento, apareció Ana terminándose de quitar la última prenda y, colocando una rodilla a cada lado de la cabeza de su madre, apretó el coño contra su boca, con lo que los gritos de la madre, se cambiaron por los gemidos de la hija…

– ¡MMMMMM! ¡Qué gusto! Llevo un rato viéndoos y ya estaba harta de masturbarme. ¡MMMMM! ¿Me dejáis participar en los juegos?

Nadie respondió, ya que cada uno estaba a lo suyo. Al poco rato, Jacinta, la madre, empezó a agitar el culo, en señal de que se estaba corriendo, por lo que centré mis caricias bucales en su clítoris y aceleré mis dedos dentro. La hija, que si que debía estar muy caliente, se corrió siguiendo los estertores de su madre y cayendo sobre ella. Yo me retiré y ellas entraron en el agua. Nos sentamos y me preguntaron muy interesadas…. – ¿Te ha gustado la escena?

– Por supuesto. Esas cosas siempre me encantan.

Contaron que en Inglaterra compartían los amantes y cuando no los tenían, se consolaban mutuamente madre e hija, utilizaban instrumentos con formas fálicas que se introducían una a la otra en sesiones de sexo interminables en las horas aburridas de la campiña inglesa.

– Y por qué le engañas. ¿No le quieres?

Jacinta comentó que el Coronel no la tenía bien atendida y sabía de sus aventuras con otras…

– Nuestras relaciones son un desastre. Su picha es pequeña, no me ayuda a excitarme ni practica ningún juego previo, directamente se sube encima, intenta meter su cacahuete y se corre casi antes de hacerlo entre mis labios vaginales. Sus menos de diez centímetros no sé como lograron preñarme de Ana. Luego mi esposo pregunta… ¿ha estado muy bien, verdad? Le respondo, Si cariño. Se da media vuelta y se duerme. ¿Comprendes el por qué?

– Si claro. ¿Y lo vuestro?

– Un día encontré a Ana con un muchacho y los coaccioné para que me incluyeran en sus actos. Aceptaron y fue una auténtica orgía. Mi hija y yo hablamos de lo mucho que nos había gustado y decidimos repetirlo siempre que pudiésemos. Como el hablar y recordarlo, nos había puesto caliente, nos dedicamos atenciones mutuamente y decidimos pedírnoslo cada vez que tuviésemos ganas. Y desde entonces nos consolamos mutuamente…y nos corremos a gusto.

Como se había hecho tarde y el Coronel debía estar a punto de llegar, nos fuimos cada uno a nuestra habitación. Yo me entretuve leyendo tanto mis notas sobre costumbres e idioma como libros de técnicas militares que sacaba del cuartel. Cuando llegó el mayor, todavía estaba despierto, y al ver luz, entró en mi habitación. Iba bastante bebido, pero aún tenía la suficiente lucidez para preguntarme con voz pastosa…

– ¡Buenazzznooochees, Juan. Debelías estar domido ya!.

– Buenas noches Coronel, sí, voy a acostarme ya, se ha pasado el tiempo volando mientras leía.

– ¿Ha venido alguien mientras yo estaba fuera?

– No, Coronel, he estado con su mujer y su hija hasta que, hace un rato, nos hemos retirado a nuestras habitaciones y no ha venido nadie.

El, satisfecho, me dio unas monedas y dijo dando media vuelta y saliendo.

– Gracias, cómprate algo. Y no te acuestes tarde, hijo.

Al día siguiente, después de la marcha del Coronel, me fui a bañar, recibiendo la visita de la madre y de la hija, casi sin darme tiempo a sentarme. Se ubicaron una a cada lado y empezaron a acariciar mi cuerpo, una por cada lado, lamían mis pezones, se alternaban en sobarme la polla y las besaba alternativamente. También yo besaba su cuello, lóbulos y bajaba hasta sus pezones, en unos juegos que nos proporcionaban risas y suspiros. En un momento dado, con mi polla a reventar.

– ¿Mamá, me concedes ser la primera, ya que ayer fue toda para ti? Dijo Ana

– Por supuesto, hija, adelante… este semental tiene cuerda para darnos a las dos.

Y sin más, se puso a caballo sobre mí, dándome la espalda y se la fue metiendo poco a poco.

– ¡UUUFFFFF! Tenías razón, mamá, te llena toda. ¡MMMMMMMM! ¡Hasta el mismo útero!

Empezó a moverse adelante y atrás, lo que me provocaba una fuerte fricción de su coño con mi polla, que me subía la temperatura a pasos agigantados. Mientras tanto, su madre se puso de pie, colocó una pierna a cada lado de mi cabeza y el coño en mi boca. Comencé a chupar y lamer, mientras con una mano acariciaba su culo y metía mi dedo en el ano y con la otra acariciaba el coño de la hija. Después de dos orgasmos casi seguidos de la hija, se separó para ser sustituida por la madre en un intercambio de papeles. No se oía otra cosa que gemidos y suspiros.

– ¡MMMMMM! Qué gusto. ¡Cómo me llena el coño! ¡Jamás me han llenado de esta manera…!

– ¡AAAAAAAAAAAA! Sigue, sigue. ¡Cómeme todo! Decía por otro lado la hija.

– ¡… SLUP,SSLLLFFFF!

– ¡MMMMM! Me corrooooo.

Cuando noté que mi orgasmo se aproximaba, anuncié…  – ¡MMMMMM! Me voy a correr.

Jacinta en un movimiento increíble avanzó hasta sacarse la polla del coño totalmente y en un movimiento de retroceso, se la encajó en el culo, en un movimiento visto y no visto, siguiendo con sus movimientos. No tardé mucho en correrme, llenándole el culo con una buena descarga. Aún seguimos un buen rato intercambiando entre una y otra hasta que obtuve mi segundo orgasmo y ellas habían perdido la cuenta de los que llevaban. Cuando dimos por terminada la sesión, nos retiramos a descansar a nuestras habitaciones. Yo estuve leyendo y, como el día anterior, pasó el Coronel, que, después de algunas vueltas, hizo la pregunta de rigor…

– ¿Ha estado alguien con mi mujer o mi hija?

– No Coronel, solamente he estado yo hasta que se han ido a dormir.

Me dio otra vez monedas a cambio de follarme a sus hembras y repitió la frase del día anterior.

– Gracias, cómprate algo. Y no te acuestes tarde, hijo.

Unos días después, estando recibiendo mis clases de idiomas, dialectos y costumbres, notaba a Akuti, la sirvienta y profesora, como huidiza y nerviosa. Le temblaban las manos y, a veces, parecía que me iba a decir algo, pero se arrepentía. Al final, le dije…

– ¿Qué te pasa Akuti? Estás nerviosa, y como deseosa de contarme algo.

– Perdona Sir, quiero decirte algo, pero no encuentro la forma. Además, podría no gustarte y enfadarte conmigo y castigarme.

– No temas Akuti, dime lo que sea, que no me voy a enfadar, y mucho menos castigarte.

– Verás Sir. Estos días he visto lo que hacías con las amas y he sentido un calor en mi cuerpo como que no había sentido nunca. Me he sentido deseosa de que me hicieses a mi lo mismo para saber qué se siente y el porqué de tantos gemidos y gritos de placer.

– ¿Nos has estado espiando?

– No, Sir. Las amas dejaban la puerta abierta y yo he mirado por una rendija por casualidad.

– Pero ¿Tú no has disfrutado del sexo ya?

– No creo Sir, no lo sé.

– Pero… ¿Tú no eres viuda? ¿No estuviste casada?

– Si Sir, a los 13 años, mis padres me vendieron a mi marido por un cerdo y seis cabras. Mi marido era un hombre muy mayor ya, y me quería más para que le diese calor que para que actuase de esposa. Yo carecía de experiencia, nadie me explicó nada, yo no sabía qué hacer.

Hizo una pequeña pausa y siguió…

– Lo más parecido a lo que he visto, era que me obligaba a chupar su polla flácida como un cordel y pequeño, a veces durante horas, aguantando su mal olor y sabor hasta que se dormía. Alguna vez, emitía un corto gemido y echaba en mi boca un líquido blancuzco, de mal sabor también, entonces, mi labor había acabado y podía acostarme a su lado.

Otra pausa

– Jamás se preocupó por mí. Los momentos en los que me prestaba más atención, era cuando me pegaba porque, según decía, había hecho algo mal. Cosa que nunca sabía el porqué, ya que tampoco me daba más explicaciones.

Pausa

– Cuando falleció, sentí una alegría inmensa, hubo tres días de luto y durante ellos, los familiares me obligaron a estar velándolo, alimentándome solo con agua. Cuando lo llevaron a la pira, yo pensaba que quedaría liberada, pero tras encenderla y arder un buen fuego, los familiares me cogieron con intención de echarme a la pira. Me revelé y sacando fuerzas de no sé donde, conseguí soltarme y salir corriendo, perseguida por ellos, hasta que choqué con el antiguo Sir mayor, quien me protegió y trajo aquí….

Cuando terminó, nos quedamos un momento en silencio. Ella me miraba con miedo, mientras asimilaba lo que me había contado.

– Entonces… dije al fin  ¿Todavía eres virgen? ¿Nadie ha penetrado en tu sexo?

– No Sir, nadie me ha tocado ahí, ni en ningún otro lado, excepto lo que hacía con mi marido por la boca.

Estábamos sentados en un banco, arrimado a una mesa. Se encontraba a mi lado. Moví mi mano hacia ella, que entendiendo mal mi gesto, se apartó un poco, pero se mantuvo en el sitio, esperando mi golpe. Yo la tomé del hombro y la atraje hacia mí, con la otra mano, acaricié su mejilla, la tomé de la barbilla y deposité un suave y casto beso en sus labios. Aquella mujer necesitaba más que nadie en el mundo del cariño de una persona, y si era de un hombre mucho mejor. Seguí acariciando y besándola, avanzando cada vez más, hasta meter mi lengua en su boca y jugar con la suya, que pronto aprendió a manejar. Nos pusimos de pie, la abracé contra mi cuerpo y seguí con su nariz, sus ojos, su frente, su cara su cuello. Tenía los ojos brillantes, cuando un criado llamó a la puerta porque me esperaban en otro sitio, ya que había pasado el tiempo habitual que dedicábamos al estudio.

– Esto es solamente el principio, le dije. –  Cuando vuelvas seguiremos lo que hemos empezado. ¡Han empezado tus días de gozar del placer sexual con un hombre!

Desgraciadamente, la llamada era porque íbamos a realizar una expedición de castigo a los rebeldes de más al norte, según nos informaron, y tardamos una semana en volver. Todavía no tengo muy claro para quién era el castigo de la expedición. Salimos del fuerte más de 400 hombres y regresamos unos 350. Creo que eliminamos unos 10 insurgentes, y la mayoría de los que volvimos tuvieron que permanecer en cama más de un mes.

Los oficiales eran jóvenes que ingresaron en el ejército la mayoría directamente con ese cargo, gracias al dinero de sus familias. Procedían de los miembros más descarriados de esas familias, que los metían en el ejército para que aprendiesen disciplina. Con estas razones, carecían de interés por conocer el espíritu militar, eran violentos y bebedores, maltrataban tanto a soldados ingleses como nativos y, generalmente, no eran apreciados por sus hombres

Los oficiales solamente querían destacar sobre los demás, con el fin de obtener méritos para ascender y acceder a otros fuertes más importantes o a la propia Inglaterra. Nos obligaban a caminatas agotadoras sin sentido. Nos llevaban por sitios que hasta el manual para tontos decía que debían ser evitados, lo que aprovechaban lo rebeldes para atacarnos. Presentábamos batalla en situaciones totalmente adversas a nosotros.

Si no hubiese sido por nuestra mayor disciplina y armamento, no habríamos vuelto ninguno.

En mi pelotón, en la primera escaramuza, caímos en una encerrona, junto al resto de nuestra compañía. En el primer momento, murió el cabo que nos dirigía. Al no haber nadie dispuesto a hacerse cargo, opté por ser yo quien lo hiciese, organizando a los hombres y a los de otros dos pelotones que estábamos juntos, para realizar un ataque, ocultándonos en el terreno, sobre el enemigo, en el que, siguiendo mis instrucciones, caímos gritando como posesos y disparando a todo lo que se movía. No hubo buena puntería, pero los insurrectos que tenían bloqueada a la compañía, pensando que los atacantes éramos más, salieron huyendo a toda marcha.

Fui felicitado por mis superiores y, ante la escasez de mandos, y personal preparado, y habiendo demostrado mis dotes de mando y organización, así como mi rápida respuesta ante el peligro, fui nombrado sargento de la primera compañía. Uno de los días en el que la compañía acampó para reponerse, recibí la orden de elegir a seis hombres e incorporarme a una patrulla junto a otros doce, dos cabos y un teniente, con la misión de recorrer la zona buscando rebeldes y proteger e informar a la compañía.

En nuestro patrullar, entramos en un poblado de chozas, habitado por viejos, mujeres y niños. Era ya las últimas horas de la tarde y nuestro teniente decidió pasar la noche allí para estar más o menos cubiertos. A mí me pareció sospechoso que no hubiese hombres y mujeres jóvenes, que, entre otras cosas, pudiesen ser las madres de los niños, y así se lo hice saber al teniente, el cual se rió de mis temores diciendo que habrían huido al vernos.

Por la noche, no me costó convencer al teniente de que mis hombres hiciesen la primera guardia, por lo que los mandé camuflarse alrededor del poblado y que no hiciesen el menor ruido, haciéndoles partícipes de mis temores. Las órdenes eran no hacer nada si veían acercarse a alguien mientras no viesen intención de atacar o disparar. Si intentaban entrar en el poblado, que los dejasen pasar y comenzasen a disparar para pillarlos entre dos fuegos y si solamente quedaban a la espera, no hiciesen nada hasta que yo disparase.

Yo elegí un árbol cuyas ramas me proporcionaban un cierto acomodo, teniendo a mi derecha el poblado y a mi izquierda la selva espesa, mucho más oscura y tenebrosa en la oscuridad.

Así pude observar cómo el teniente tomaba a una de las mujeres más jóvenes de entre las que había y se metía en una de las chozas. Tras esto, el resto de los hombres prepararon su fiesta… Colocaron a las cinco mujeres más viejas y desdentadas, desnudas y arrodilladas, en un círculo mirando hacia fuera. Amontonaron paja y hierba seca de los animales junto al círculo y tumbaron sobre ella a las otras cuatro mujeres previamente desnudadas.

Se desnudaron todos y comenzaron su juego. Sortearon un orden entre ellos y los cabos y los dos primeros se pusieron a follar a las mujeres más jóvenes, mientras los otros se colocaban delante de las viejas y les iban follando la boca. El resto hacía fila esperando. El último, a ritmo de paso marcial… – Un, dos, tres, cuatro, Un, dos, tres, cuatro, Un, dos, tres, cuatro, ¡Cambio!

Y todos se movían una posición para follarle la boca a la siguiente. Cuando alguno se corría, salía del círculo y se colocaba en la fila. Cuando los que se follaban a las más jóvenes por el coño se corrían dentro de ellas, también volvía a la fila, mientras que el siguiente del círculo pasaba a follarla y uno de la fila ocupaba su lugar…. Así estuvieron mucho rato, porque conforme se iban corriendo, aguantaban más en la siguiente ronda, lo que llevaba a que cada una de las mujeres pudiese soportar al menos diez corridas dentro de sus coños.

En esto estaban, cuando escuché ligeros ruidos y vi desde mi posición, cómo se acercaban los rebeldes ocultos por la maleza. Debían de haber rodeado el poblado y no debían de ser muchos, porque quedaron ocultos esperando, probablemente a que los hombres se durmiesen.

Empecé a pensar que podían ser un peligro para todos y que, si lanzaban un ataque rápido sobre los compañeros, tenían todas las de ganar, por lo que, a la luz de la luna llena, localicé a los que estaban a mi alcance, que eran tres e hice tres rápidos disparos que acabaron con sus vidas. Al momento, se oyó una descarga cerrada de mis hombres, como puestos de acuerdo para disparar, seguida de disparos sueltos, indicando que habían localizado más rebeldes.

Los del poblado, tomaron las armas que habían dejado junto a sus uniformes en el suelo y desnudos como estaban corrieron a protegerse donde pudieron. Al mismo tiempo, los rebeldes, que habían quedado sorprendidos, reaccionaron al grito de su jefe y entraron en el poblado disparando y vociferando. Por suerte, los habíamos mermado lo suficiente para que, cogidos entre los vigilantes y los folladores, fuesen barridos en un momento.

Cuando el teniente salió de la choza, ya había terminado todo. Hubo que convencerle que perseguir a los tres o cuatro que habían escapado por la selva era un suicidio de los que fuesen a perseguirlos, porque los conocedores del terreno eran ellos y un hombre bien escondido podía cargarse a toda una compañía.

Ya nadie durmió esa noche ni se reanudó la fiesta, entre otras cosas porque dos de las viejas y una de las jóvenes habían muerto por el fuego cruzado y porque ya nadie tenía ganas de divertirse pensando en lo cerca que habían estado de la muerte.

Al día siguiente nos reunimos con el resto de la compañía, nuestro oficial dio su informe y los soldados comentaron lo ocurrido, corriendo la historia por todo el campamento y llegando a oídos del comandante en jefe, al que la versión que había dado el teniente era muy distinta, atribuyéndose todo el mérito…. Fui llamado ante él para que le informase de lo sucedido, tomó sus notas y me despidió.

Durante los días siguientes, fuimos cayendo en las emboscadas más tontas, algunas de libro, muriendo muchos hombres de las otras compañías. De la nuestra no murió nadie más, porque el teniente bajo cuyo mando estaba yo, que era un compendio de tonto, vago e inútil confió en mis consejos y buscábamos la forma de causar los mayores daños con el menor esfuerzo en materiales y hombres. Éstos, al ver la nueva forma de actuar, empezaron a confiar plenamente en mí y obedecían las órdenes con prontitud y efectividad. Todo eso hizo que al volver, la primera compañía fuese nombrada y premiada con honores, lo que empezó a crear resquemores entre las demás compañías y oficiales.

Después de siete largos días volví a la casa, en el día y hora de mi clase, encontrando, al entrar en mi habitación, a Akuti sentada en su sitio habitual del banco, de espaldas a mí, sin volverse al entrar yo. Cuando me acerqué, temblaba. Besé su cuello, levanté su pelo y besé su nuca, acaricié sus mejillas desde detrás y comprobé que lloraba.

– ¡Akuti, no sabes cuánto te he echado de menos! Quiero seguir con lo que dejamos pendiente al marcharme. ¿Todavía lo deseas?

Ella asintió con la cabeza. Tomé su mano… – Necesito tomar un baño. ¿Me acompañas?

Se puso en pie y salimos hacia el baño. Por el camino nos cruzamos con el Coronel, el cual me felicitó y me invitó a celebrarlo con él en el club de oficiales. Rehusé alegando que tenía otros planes, el, viendo que llevaba a Akuti de la mano y los albornoces, sonrió.

– Disfrutad, que os lo habéis ganado.

Una vez en la piscina, nos desnudamos mutuamente entre besos y caricias y nos metimos en el agua. Ella fue lavando mi cuerpo y yo seguí acariciando el suyo, cuando no podía aguantar más mi erección, la senté en el borde de la piscina y le estuve comiendo el coño despacio. Mi intención era lubricarla y excitarla lo suficiente para que no le molestase mi entrada y la pérdida de su virginidad… ella tan obediente, se rasuró toda la vulva dejándola al estilo francés. Después de llevarla un par de veces al borde del orgasmo y cuando tenía próxima la tercera, me levanté y puse mi polla a la entrada de su coño, punteando y sacando mientras rozaba con la punta su clítoris, para volver a bajar y meter un poco más.

– ¡AAAAAAAAAHHHHHH! Cómo me gusta. Jamás había sentido esto. Métemela toda ya, quiero sentirla dentro. Decía ansiosa por ser follada.

– Espera, aún falta un poco, disfruta de esto. ¿Te gusta mucho?

– ¡SSSIIIIIIIII!.

– ¿Quieres que siga?

– ¡SSIIIIIIII! No pares.

– ¿Sientes como te entra?

– ¡OOOOOHHHHH! ¡SSSIIIIIIII! Métela ya Sir ¡La necesito entera dentro de mí!

Con estas y otras frases, fui metiéndola, hasta que encontré una mayor resistencia al alcanzar el himen. Detuve el avance y metí mi mano entre nuestros cuerpos para alcanzar su clítoris, y empecé a acariciarlo, al tiempo, empecé a entrar y salir, recorriendo el territorio conquistado. Cuando sentí que se empezó a correr, empujé hasta dentro rompiéndole la virginidad. Acelerando el masaje del clítoris, le hice estallar en un tremendo orgasmo, que empezó abrazándome y terminó sujetándose en mi cuerpo entre caricias y besos.

Cuando se repuso con halito… – ¡Gracias Sir, no sabía que podía ser tan hermoso!

– De nada Akuti, te lo merecías después de lo que has pasado en tu vida.

– Ahora debo ser yo la que te de placer a ti. Te lo daré con mi boca, porque sé que te gusta.

– No Akuti, sé que no te gusta por tu mala experiencia.

– Pero las amas te lo hacían y no parecía disgustarles.

– Prueba entonces, y si no te gusta, te retiras.

Tras el enjuague de mi verga, ahora fui yo quien se sentó en el borde y ella la que se metió entre mis piernas para empezar a lamer y chupar como había visto a sus amas. Tragaba todo lo que podía, y la sacaba hasta lamer los bordes del glande. También hacía algo que no logré descubrir, que imagino sería lo que le gustaba a su marido, pero que me daba un gran placer, hasta el punto que pronto le indiqué que estaba listo para correrme. Ella ni paró ni disminuyó el ritmo, lo que provocó que mi abundante corrida contenida entrase directamente a su boca y garganta. Cuando terminé, procedió a dejármela limpia y se puso a mi lado.

– ¡Me ha gustado mucho! ¡Ha sido muy excitante! Tu polla no tiene mal sabor, al contrario y tu semen sabe a gloria… ¡Ha sido una delicia comerle la verga… ME HA ENCANTADO!

Seguimos besándonos un buen rato más, luego nos fuimos a mi habitación donde continuamos nuestra fiesta particular. Volví a comerle el coño, estuve dilatando su ano, tuvo tres orgasmos más. No quise penetrarla para no causar dolor, por lo tanto volvió a mamarla y una vez la tuve dura la follé por el coño hasta que me corrí dentro… quedé totalmente satisfecho con los huevos completamente secos, dejando el coño y el estómago de Akuti repletos de semen.

Al día siguiente, volví con la madre y la hija. Al poco de empezar, vi que ella estaba mirando. La llamé y vino con la cabeza gacha, avergonzada. Le pedí que se desnudase y participase de nuestros juegos. Jacinta y Ana ya sabían lo nuestro y no se opusieron. Ellas la ayudaron a entrar en el agua y fueron las primeras en ponerse a excitarla. Recorrieron todo su cuerpo, hasta que terminaron comiéndole una el coño y otra el culo, a la vez que se lo dilataba.

Yo alternaba clavando mi polla un rato en el coño de la madre y otro en el de la hija dispuesta a cuatro patas como dos buenas perras, hasta que ambas alcanzaron su orgasmo. Después, coloqué a Akuti en el borde de la piscina, tumbada boca arriba pero con los pies dentro del agua, que a continuación puse sobre mis hombros, apunté la polla a su ano, ya bien dilatado y fui empujando poco a poco. Mientras, Jacinta se colocada sobre ella, le comía el coño y la hija a su madre metida toda la cara en el culo.

Estuve bombeando un rato, mientras ella gemía como loca disfrutando tanto de la comida de coño como de la enculada. No sé cuantos orgasmos tuvo esa noche, pero sé que fueron varios. Al final, me corrí en su culo en parte y los últimos chorros en la boca de Jacinta. Como siempre, después de un rato de charla, nos fuimos a la cama, solo que esta vez, Akuti vino conmigo a pasar la noche. Cuando el Coronel vino a dar vuelta y preguntar me adelanté…

– No ha venido nadie, Coronel, hemos estado los cuatro juntos pasando un rato entretenido y nos hemos ido a acostar a la vez. Por cierto, Coronel, como verá Akuti se encuentra conmigo y quiero seguir con ella, me he enamorado y quiero compartir el resto de mi vida con ella. ¿Tiene algún inconveniente?

– No hijo, al contrario, estoy muy contento de que tengáis esa relación. Tenéis mi beneplácito. Ahora me voy a dormir, mañana hablamos y me contáis más cosas sobre vosotros.

La historia continuó durante meses, pero con Akuti incluida en nuestros juegos. Fueron los meses más felices de mi vida. Hubo varias expediciones de castigo, tan desastrosas como la primera. En una de ellas, el teniente de mi compañía no supo cubrirse bien y fue muerto a tiros, lo que supuso que yo ascendiera y ocupase su puesto, siendo felicitado por mis actos de valor e inteligencia, incrementando así el odio de los demás. El resto de tenientes, no me hablaban ni incluían en sus reuniones, pero tampoco me importaba mucho

Viviendo en ese peligro constante y teniendo presente que podría morir en cualquier momento a mis casi 17 años, quise dejar un descendiente en el mundo si me pasaba algo. Lo hable con Akuti y aceptó contenta quedarse preñada. Nos pusimos a ello y al mes ya me anunció que iba a ser padre. La colmé de besos y abrazos de la alegría desde ese momento solamente vivía para mimarla.

Dos semanas después de cumplir mis 18 años, hubo un ataque nocturno a la casa del Coronel, por un grupo desconocido de rebeldes que al parecer buscaba mi muerte, pero la fortuna hizo que en ese momento estuviese levantado, y pude repeler el ataque en parte. Y digo en parte, porque los disparos alcanzaron a Akuti, embarazada de 7 meses y a mi futuro hijo, matando a ambos. Quedé totalmente desolado.

Pensé en morir con ella porque la vida no tenía sentido para mí. Tras el funeral, salí yo solo de expedición buscando huellas de los autores, recorrí los poblados rebeldes y localicé sus campamentos, ya que, por sus ropas, pensamos que era obra de ellos, me acercaba a escondidas, capturaba uno o varios y los torturaba hasta matarlos, pero nadie sabía nada. Maté a más de cincuenta, sin conseguir resultados.

Después de casi seis meses, cuando ya desesperado volvía a casa, me encontré con un rebelde anciano, casi ciego, con fusil al hombro. Cuando lo vi, le disparé a las piernas y quedó tumbado en el suelo. Al acercarme, me di cuenta de que no me veía, sin embargo, enseguida supo quien era… – Tú eres el que está matando a los míos, verdad. Puedes matarme ya, hace tiempo que estoy preparado.

Sus palabras y su actitud me impresionaron, por lo que le pregunté lo mismo que a todos, pero sin violencia… – ¿Qué sabes tú del atentado a la casa del mayor?

– Poca cosa. Sé que fueron unos maleantes de la ciudad, pagados con dinero de algunos de los oficiales del fuerte.

– Sabes algún nombre.

– El que dirigía el grupo se llama Malik, los otros no lo sé.

– ¿Y los nombres de los oficiales?

– Esos los desconozco, busca a Malik y pregúntale a él.

Insistí para que repitiese y me dijese más, pero no cambió ni una sílaba. Lo dejé con vida y volví a casa, el Coronel, su familia y mis hombres me recibieron con gran alegría, pero yo solamente sentía odio. Me encerré en mi habitación varios días para calmarme y pensar. Jacinta y Ana venían a menudo a visitarme y hablar conmigo para darme consuelo. Tomé una decisión. No dejé de cumplir con mi obligación, presentando un informe por escrito de todos los poblados y campamentos rebeldes que había encontrado, así como sus ubicaciones. Gracias a eso, las siguientes incursiones dieron mejores resultados.


 

 

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