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UNA HISTORIA DE AMOR. Y si tú no has de volver...

    "Y si tú no has de volver" 1ª PARTE "Una para el otro y otra para el uno". Esa frase la repite una y otra vez mi ...

El Día Después. Inicio




Jaime bebió un sorbo más de la botella de whisky y la dejó sobre la mesa. Convenía no beber demasiado para estar alerta. Se secó los labios humedecidos con el antebrazo desnudo. La primavera avanzaba despacio y los días cálidos iban llegando a mediados del mes de mayo, o tal vez ya estuvieran en junio. Miró a través de las tablas que aseguraban el amplio ventanal del salón, ahora reducido a una estrecha franja de unos diez centímetros por los que mirar y apoyar alguna de las escopetas si se aproximaban errabundos subiendo por esa zona de la colina. Todo estaba oscuro y en silencio.  Su madre apareció por la puerta del salón con algo de cena… ensalada con productos de la huerta, que cultivaban en una pequeña parcela colindante a la casa y atún de una de las muchas latas que acumulaban en el sótano.

Hacía meses, tal vez seis o siete, desde el suceso. Cuando la ciudad se sumergió en el caos Jaime escapó a toda velocidad con su coche, camino de la casa de sus padres en las montañas. La primera persona que vio fue a su padre, convertido en uno de ellos. Junto a tres errabundos desconocidos más luchaban por entrar en la coqueta y confortable casa de campo, desde la cual se escuchaban los gritos despavoridos de su madre luchando para que no pudiesen entrar. Se bajó corriendo del coche y se apresuró a la caseta del huerto, donde se guardaban una serie de armas, merced a la afición por la caza  de su progenitor. Cuando corrió llamó la atención del grupo de cuatro errabundos, los cuales avanzaron lentamente hacia la caseta en la que acababa de entrar. Jaime se acomodó en un rincón con una escopeta cargada de postas, esperándolos. Anduvieron despacio, arrastrando los pies, con las mandíbulas desencajadas y la piel enrojecida y ensangrentada. Emitían ruidos torpes, como si tuvieran un apetito que jamás podrían llegar a saciar. Disparó a cada uno en la cabeza conforme fueron entrando, el primero era su propio padre, abatir a los siguientes le fue mucho más fácil. Luego quemó los cadáveres en la zona de detrás del huerto y corrió para encontrarse con su madre dentro de la casa.

Después de la cena se sentaron cada uno en un sillón. Ella frente a él. Habían pasado ya muchos  meses y poco habían hablado de ello. Habían admitido la voluntad de Dios, y a él le rezaba a diario porque no tuvieran que verse sumergidos en el cuerpo del diablo en el que tantas personas vivían inmersas…, realmente rezaba ella, él a veces la acompañaba para no ofender sus credos. Desde aquel día se habían tenido que enfrentar a cinco errabundos sueltos, que habían ido a parar colina arriba hasta su propiedad. Fáciles de abatir, a Jaime le bastó con un fuerte porrazo en la cabeza con alguna de las herramientas de jardinería. Posteriormente quemaron a todos. Se habían fabricado lo que llamaban su lugar de supervivencia. Rodeada de grandes montañas, su casa de aspecto destartalado inmerso en un bosque en lo alto de una colina más baja, suponía un buen lugar en el que sobrevivir. No habían vuelto a ver a ningún ser humano normal desde entonces, lo cual ayudó a crear el ambiente de aislamiento, en el que seguramente viviría la mayoría de la humanidad que pudiera haberse librado de las garras del diablo.

Convinieron en hacerse fuertes y aislarse del mundo. En varias batidas por pequeñas aldeas cercanas, Jaime, no sin tener que matar a decenas de errabundos, logró almacenar más de dos centenares de latas de conservas de todo tipo. También consiguió semillas de muchas verduras y frutas, las cuales cultivaba en el discreto huerto, situado detrás de la casa y rodeado, premeditadamente, de árboles destartalados, dando al lugar un ambiente abandonado a lo lejos. Almacenó linternas y decenas de pilas, así como todas las velas que habían podido encontrar, ropas abrigadas, cambios de camas. Tapó todas las ventanas con maderas, dejando un hueco para espiar y disparar si fuese necesario. Consiguió todos los cartuchos y postas posibles para las armas que tenía y, logró almacenar varios bidones de gasoil. Tras meses de viajes, escarceos y sangrientos disparos y porrazos en cabezas de errabundos, Jaime había logrado otorgar a la casa de campo una mínima seguridad y comodidad para que su madre y él pudieran sobrevivir, sabiendo racionalizarse, durante años.

Ella, María, se encargaba de cuidar la huerta, sacar agua del pozo, limpiar la casa y cocinar. El solo haber visto a cinco errabundos desde el suceso,  le hacía sentirse optimista, segura de que Dios les iba a permitir vivir como seres humanos hasta el día en el que fuese a por ellos para llevarlos a su paraíso. Se miraban en silencio, la noche más cálida que la anterior, tal vez estuvieran ya en verano. Un grillo cercano cantaba a ráfagas, como si no tuviera una hembra cercana a la que atraer. Jaime miraba a su madre y vigilaba a través de la ventana. María miraba a su hijo, agudizando el oído por si algún sonido exterior se salía de la normalidad. Las noches eran largas a solas en la inmensidad de la naturaleza.  Jaime era un chico fornido a sus 22 años y su madre de 42 años, aún conservaba la belleza arrebatadora de su juventud. El pelo rubio que intentaba mantener bello con el poco tinte que le iba quedando en el limpio y pulcro cuarto de baño. Metida en uno de sus vestidos clásicos de estar por casa, blanco negro estampado, mostrando sus cuidadas piernas, insinuaba sus anchas caderas típica de las buenas hembras engendradoras, motivo por lo cual su esposo se encoñó con ella,  tapando sus fabulosas tetas enormes y firmes, sin poder evitar el mostrar la voluptuosidad que siempre tuvo. Ella se cuidaba a pesar de estar a expensas de Dios, ser coqueta no le arrebataba las ganas de ser sexualmente apetecible. 


Siempre le gustó cuidarse y ello lo hacía como un ritual que la mantenía atada a la vida. A veces Jaime la escuchaba suspirar hasta soltar un gemido sordo al correrse…, jamás le preguntaba por sus jadeos, evidencia de largas masturbaciones amparadas por la benevolencia de Dios… la pobre mujer había sido bien abastecida de polla durante todos sus años de casada y ahora lo echaba mucho de menos…notaba su clítoris inflamado, su coño ardiente y sus impacientes dedos calmaban la avidez lasciva ante la flaqueza humana. Ahora María miraba a su hijo con ojos ambiguos, que desde el suceso siempre se rapaba el pelo, haciéndole aparentar algo más de sus veinte años. Sus grandes ojos le recordaban a los de su padre, aunque era más alto que él, más hermoso y viril incluso. Con su casi metro noventa la dejaba muy abajo, siempre le gustaba mirarlo estando juntos de pie, porque se sentía segura con su retoño. Ella levantaba orgullosa su mirada desde el casi metro setenta de su talla. Su hijo de más de un metro ochenta y fornido, era hombre fuerte y ahora empleaba su vida en protegerla. Se sentía una madre muy afortunada, una mujer con suerte de poder contar con él en un mundo dominado por el diablo y la locura. Una mujer…. De nuevo un suspiro. María dio las buenas noches a su hijo. Ella dormiría hasta el amanecer, luego su hijo dormiría unas horas en las que ella quedaría encargada de vigilar la casa. Luego emplearían el día en organizarse y vigilar. Esa era su nueva vida, y esperaban que fuera así durante muchos años más. Estaban muy bien organizados, tal vez por eso habían logrado sobrevivir y tener esperanzas de seguir haciéndolo hasta que fueran cayendo todos los afectados.

Ella subió las escaleras. La planta de arriba era sencilla y amplia. Tres grandes habitaciones y el cuarto de baño. La habitación de matrimonio era la primera a la derecha. Amplia y bien cuidada, allí dormía ella. Después estaba la de invitados, donde se había instalado Jaime. Y al fondo la antigua habitación de Jaime, ahora empleada como almacén. El resto de cosas las guardaban en el sótano. Pasó toda la noche caminando por la planta baja. Del recibidor a la cocina, de la cocina a la sala de estar, de la sala de estar al salón. En cada lugar se sentaba y miraba a través de la rendija de madera y daba un pequeño sorbo a la botella de whisky. Ni rastro de errabundos, ni rastro de vida. Recibió el sol fuera. El astro rey pintó tonos violetas detrás de la más alta montaña de las que le rodeaban. Con su cima aun nevada. Apareció como una respuesta de esperanza, calentando su piel igual que siempre hizo, haciéndole ver que merecía la pena sobrevivir aunque solo fuera para verlo llegar e irse. Cuando no queden humanos que contemplen fascinados el baile del sol y la tierra, es cuando la vida habrá terminado, es cuando no quedarán esperanzas. Su madre salió a darle los buenos días. Ella se metió a hacer las labores del hogar y él fue a por leña para que ella pudiera cocinar algo. Luego se tumbó en su cama, siempre con los oídos afinados, hasta que un dulce sueño se apoderó de sus miedos, dejándole ser feliz durante unas horas. Despertó sobresaltado, como siempre hacía. Afinó de nuevo los oídos, no oía nada. Bajó despacio, siempre temeroso de enfrentarse a sus pesadillas. Todo era normal. Su madre estaba en la cocina, cortando cebollas y cociendo patatas en el hornillo de leña.

Siempre se dieron dos besos de buenas tardes, pero esa vez juntaros sus labios de frente, ella buscó tímidamente mojar los labios de su hijo con la lengua... cruzaron sus miradas y nada más sucedió. El sol estaba en todo lo alto, debería ser mediodía apenas habría dormido unas cuatro o cinco horas, como de costumbre. Comieron casi en silencio espeso. Hablaban poco y casi siempre sobre cosas prácticas para mejorar su escondite y organizarse mejor. Las semanas pasaban y había días en los que solo se miraban. Habían aprendido a mirarse en silencio, y decirse mil cosas con solo clavar sus pupilas. A veces él se sorprendía recorriendo sus curvas bajo sus vestidos caseros. Ella lo notaba y no le decía nada, lo veía natural…ella era una hembra y él un macho al fin y al cabo...ya no quedaban demasiadas hembras con quien aparearse en aquel mundo desolado, y ella estaba disponible y muy activa para cuando él la deseara poseer. Miraba al cielo e imploraba a Dios por que ellos pudieran seguir siendo seres humanos, para que pudieran preservar el espíritu libre y limpio. De vez en cuando iba al cuarto de baño o a su habitación…. y suspiraba. Eran suspiros que recorrían despacio la casa, como una remota brisa marinera que llegaba entre las montañas. Suspiros que alertaban a Jaime y le hacían mirar al infinito hasta que dejaba de hacerlo. Por la noche siempre se sentaban y se observaban hasta que ella se iba a dormir. 

Tal vez sus materias grises empezaban a coquetear con la locura del INCESTO, no cabía duda, las antiguas normas de convivencia, no tenían demasiado valor en esos momentos. Tal vez, a medida que pasaban los meses, fueran algo menos madre e hijo, y más hombre y mujer, germen de una nueva tribu de humanos. Sus enormes ubres posadas ostentosas podrían alimentar a dos bebés durante años y poder concebir en su vientre uno tras otro… Se contemplaban, suspiraban y hablaban de cómo mejorar sus vidas.  Jaime se sentía una persona diferente, centrado en sobrevivir y que ambos vivieran de la mejor manera posible. En proteger la casa y en que nunca faltasen reservas de todo lo que pudiera encontrar en sus batidas por la zona. Desde el suceso no había hecho otra cosa. Pero sentía que era otra persona que luchaba por ser el de siempre. Sus pensamientos eran más maduros, solía contemplar todo lo que le rodeaba de una forma más analista. Su madre fue al baño, era noche cerrada y acababan de tomar una infusión a modo de cena.  Soltó un grito quedo, una angustia sonora. Jaime se levantó como un resorte y subió rápido las escaleras. Su madre estaba de pie en el baño, petrificada mirando a través de una pequeña ventanita colocada entre la ducha y el lavabo, la cual daba a la zona trasera de la casa.

Dos errabundos subían por la zona de atrás de la colina, la más escarpada y empinada. Luchaban contra los pedruscos y arrastraban los pies por las hierbas buscando las inexistentes zonas llanas. No miraban a ningún lado, aparentemente se desplazaban sin objetivo fijo. Eran dos hombres, sus ropas estaban desgarradas y emitían ese ruido constante que siempre erizaba la piel de Jaime. María le imploró que fuera a matarlos con sumo cuidado. Jaime no estaba tan seguro de que fuera lo más inteligente. Le pidió que se encerrase en su habitación y que le dejase hacer. Algo olía mal y no sabía exactamente el qué. Le dio una escopeta cargada a su madre y le pidió que se encerrase y estuviese alerta. Ella obedeció. Bajó despacio y miró por todas las ventanas. Estaba muy oscuro, solo pudo ver a los dos errabundos, los cuales estaban llegando ya a la casa. Aun parecían no haber reparado en ella. Se colgó su escopeta favorita y metió un machete y un martillo en el cinturón. Toda la casa estaba a oscuras. Esperó a que pasase lo que se olía que podía pasar, los errabundos pasaron de largo, colina abajo. Efectivamente no tenían como objetivo husmear en la casa, a pesar de que algo le decía que no iban hacia ellos un escalofrío recorrió su espalda. Supo reconocer ese escalofrío, simplemente era miedo, atroz miedo. Abrió la puerta con sumo cuidado y se deslizó a través de la casa, yendo en silencio tras los errabundos, a una distancia prudente. Había buena luna y el cielo estaba despejado, la visibilidad era buena a pesar de todo, sacar la linterna hubiera sido sumamente arriesgado. Descendieron la colina, los arces y castaños aumentaron su número en la zona del arroyo. Se perdieron en la parte más frondosa del bosque. Se acercó lentamente hacia la oscuridad que manaba de él. Se escondió tras los árboles y entonces pudo verlo. Podrían ser aproximadamente una docena, se arremolinaban en torno a un ciervo muerto, al cual devoraban como podían. Tanteo las posibilidades, dejarlos ahí podría acabar atrayendo a más errabundos, en cambio eran suficientes para poder causarle problemas. Decidió que no podía dejar que más errabundos se acercasen a su guarida. Desechó el arma de fuego, que podría atraer a más, y buscó la forma de ir desgarrando los sesos de cada uno.

El primero no le fue difícil, aprovechó que se separó algo del grupo para acecharle hasta atacarle con el machete por detrás. Los demás no se dieron cuenta. El siguiente se complicó, no acertó y cayó al suelo, revolcándose entre los helechos. Rápidamente se vio rodeado, huyó rodando por un pequeño montículo, sintió el crujir de ramas en su espalda. Al levantarse los tenía a todos tras de sí. Decidió huir en la dirección opuesta a la casa. Atravesó una gran parte del bosque hasta que los perdió de vista, continuamente fue cayéndose por no ver el suelo por el que corría en plena noche. Poco a poco fueron llegando, aprovechó que los hubo más rápidos que otros y los fue matando uno a uno. Se llenó de su sangre y los acuchilló con sed de muerte. Al acabar con todos regresó a su casa, no sin antes enterrar lo que quedaba del ciervo. A los errabundos los dejó muertos esparcidos por el bosque. Regresó despacio, con mucho cuidado. Intentando no hacer ruido, escudriñando los alrededores de la casa. Vista desde debajo de la colina parecía una guarida peligrosa. No incitaba a acercarse, cuidada y descuidada, bajo la luz de la luna parecía un centro de torturas, un lugar del que es mejor estar lejos. Tal vez por eso, y por las tablas que taponaban todas las entradas, los pocos humanos que hubieran pasado por allí la hubieran evitado. El objetivo estaba conseguido, pensó satisfecho, podría considerarse un lugar seguro. No parecía haber más peligros, solían ir en manada y estaban todos liquidados. Entró y cerró corriendo la puerta. Se sentó momentáneamente en el suelo, apoyando la espalda en la puerta de entrada. Sentía dolor en un brazo y en el costado. Se tocó, tenía sangre. Varias heridas superficiales, nada serio.

María soltó un lamento, estaba en la parte superior de la escalera, muy agarrada a la escopeta, como si fuese a caerse si la soltaba. Bajó los escalones apresurada, acercándose a su ensangrentado hijo. Se dio un pequeño baño con dos cubos de agua del pozo y se tumbó en la cama. Su madre echó mano de la caja donde acumulaban todo tipo de utensilios sanitarios. Iodo cicatrizante, algodón, aguja e hilo. Una de las heridas reclamaba algún punto. Jaime yacía semi desnudo, solo tapada su cintura levemente por una sábana que olía limpia y confortable, ella le había cambiado la ropa mientras se bañaba. 

– “Esta noche duermes tú y yo vigilo. Necesitas descansar y reposar las heridas”. 

Él le había contado todo lo acontecido y ella había dado gracias al cielo de que no le hubiera pasado nada. Se sentó a su lado, y curó sus heridas aplicándole cuidadosamente un poco de Iodo empapado en un trocito de algodón. Jaime se retorció de dolor levemente apretando los dientes. María contempló el cuerpo de su hijo, era fuerte y las heridas mostraban el hecho de que daba su vida por protegerla. Se sintió dichosa de tener a un hombre valiente y aguerrido que la protegiese. Una pequeña vela dorada colocada en la mesita de noche daba luz tenue y parpadeante a la limitada habitación. Él se dio la vuelta, en la espalda tenía algunas rozaduras, también le aplicó una compresa levemente sujeta por esparadrapo. Se puso más encima y masajeó un poco su espalda, intentando otorgar un poco de relax a sus músculos y machacada espalda… 

– “Relájate cariño, mamá te necesita relajado y fuerte”. 

Sus manos eran tan suaves que parecía que no habían vivido un apocalipsis. Jaime venció su cuerpo sometido al perfume de la vela, el cansancio y las manos de su madre. Pero se relajó demasiado… Sus masajes eran algo más que una friega, por sus manos comunicaba todo tipo de sensaciones febriles incontenibles de difícil opacidad.

Mientras más se prolongaba el masaje más vergüenza la iba a dar darse la vuelta para que cosiera su herida del costado. No recordaba el tiempo que hacía que unas manos femeninas le habían provocado una erección de aquel tamaño, pero el hecho de ser su madre le sumergió en una infatigable intranquilidad, ahora el masaje no era tan relajante como antes… 

–“Voy a coserte esa herida del costado antes de que vuelva a sangrar. Date la vuelta amor”.




Se giró lentamente,  en un extraño movimiento mitad resignación mitad deseo, algo abstracto. Su polla quedó abultando exageradamente bajo la sábana, realizando una tienda de campaña canadiense. No había posibilidad de disimulo, estaba desnudo y solo se le tapaba torpemente los no menos de veinte centímetros de duro miembro viril, tan erguido como un mástil. María se percató rápido. Tragó saliva y pidió perdón disimuladamente, agarrando el crucifijo que tenía colgado en el cuello. Luego se lo quitó y lo colocó boca abajo sobre la mesita de noche. Calentó la aguja con la vela, luego se echó sobre él a la altura de su cintura y cosió una de las dos heridas del costado. Él aguantó estoicamente el dolor, pero sin bajar un milímetro de su erección con todas sus venas hinchadas bombeando inflexibilidad al recio falo. La herida cosida estaba a escasos centímetros del abultamiento de la sábana, entre el costado y el vientre plano y marcado. Se echó más y besó la herida recién cosida con dos puntos… 

– “Pobre hijo mío, paga con su sangre la protección de su madre”. 

Jaime no decía nada, solo hablaba con la permanente erección, como un perro que se comunica moviendo el rabo. Otra vez la besó, esta vez restregó su lengua por la herida y parte del vientre. Jaime sintió una quemazón de necesidad que le recorría todo el pollón y le hacían hinchar los testículos con el típico dolor que hacía mucho no recordaba… 

–“Mamá solo se dedica a estar en casa a esperar que su hijo, su hombre, su macho, le siga manteniendo con vida”. 

María apartó las sábanas. La polla de su hijo se mostró en toda su magnitud. Muy larga y regordeta, con ciertas venas marcadas, con el capullo muy brillante liberado todo fuera, por tener el prepucio remangado completamente estirado remarcando dos zonas de diferente tono de color de piel. María miró de nuevo al techo y pidió perdón susurrando… 

“Pero mamá sabe valorarlo y va a dar las gracias a su amado Hijo siendo complaciente, sumisa del destino que Dios nos tiene preparado”. 

Lo decía jadeando con la respiración agitada, excitada por contemplar tan bello cuerpo y tan apetitosa verga. Como en un rezo ella proseguía con su verborrea justificando la extrema necesidad que su cuerpo reclamaba a gritos desde su más íntima lascivia…, no en vano Dios los había echado del paraíso por las tentaciones, encargándoles procrearse y extenderse por todo el mundo… 

“Mamá nunca podrá devolver a su hijo todo lo que está haciendo por ella, pero sabrá ser agradecida y con su cuerpo de mujer y sus manos de Santa elegida por Dios en un mundo dominado por el Diablo. 

Jaime no estaba muy seguro de lo que iba a ocurrir.

– Esta sierva ayudará a su hijo, con humildad y en la medida de sus posibilidades, a sentirse satisfecho y sin la necesidad del calor humano, que tanto ha distraído nuestro camino a lo largo de la historia, alejándolo de Dios. Porque es voluntad divina que mi hijo, Jaime, proteja a los posibles dos únicos seres humanos que quedan sobre la faz de la tierra que con tanto mimo creó. Es voluntad de su Santa, la Santa María, tener al hijo satisfecho y ser una buena hembra al servicio del destino que el todopoderoso nos tiene preparado...es mi sacrificio y mi amor por ti hijo mío”.

Jaime no sabía ni podía decir nada. Su madre estaba soltando ese discurso agazapada en torno a su cintura, al lado de su polla muy empalmada. Desde el suceso jamás la había escuchado hablar tanto, sin duda su mente estaba profundamente dañada, como la suya, como la de cualquiera que viviera aquella pesadilla. Tras la magnánima petición de perdón y declaración de intenciones, su madre comenzó a masturbar su polla, y no tardó en acomodarse para meterla en su boca. No le movía la lujuria sino la complacencia del macho protector… La falta de sexo le bastaba para saber agradecer la humedad de la boca de su madre en las embestidas. Jamás imaginó que aquello podría ocurrir, o al menos que una santa beata pudiera comer con tanta ansia y avaricia la dura verga de un hombre. 

Su boca subía y bajaba a la vez que masturbaba con su mano derecha. Sentía que la humedad recorría ¾ partes del tallo, desde el capullo para abajo en cada engullida, la lengua no dejaba de jugar con el glande cada vez que subía. Sus pelos se alborotaban en torno a su frente. La sacó y la trató a lametones durante unos instantes. Luego se desvistió, despojándose del vestido, sostén y amplias bragas blancas. Jaime la contempló, a pesar de que se cuidaba tenía ciertas carnes acumuladas en las caderas y los amplios pechos ligeramente caídos. Además tenía el pubis rasurado por higiene o para masturbase mejor, por el motivo que sea, le gustaba mucho al parecerse tanto a un coño adolescente casi infantil. Su madre es toda una hembra, la mujer perfecta que atrae al macho inconscientemente para procrear, con enormes pechos y amplias caderas, guapa y con ganas de follar humildemente. Le bastaba, no necesitaba más para sentirse excitado. Era algo no soñado jamás y que la situación de la vida lo había ordenado necesariamente. No tenían elección porque sus instintos primitivos eran los que organizaban todos sus movimientos en la danza ancestral de la misma vida, de cuando aún no existía Dios.

El sabor a macho en su boca le sublimizó alterando todas las concepciones adquiridas a lo largo de sus formación religiosa, ahora sabía que Dios solo podía querer que su raza se perpetuara, y ella se sacrificaría por ello. Su hijo era un magnífico ejemplar de macho…grande, fuerte y valiente, con unos genitales perfectos para cubrir a un harén de hembras, con una verga enorme y potente, complementada con sus testículos horondos que apenas podía contener en una sola mano. Una vez puesta en la mamada, se atrevió a masajear sus huevos, sabía que eso los excitaba mucho más, le gustaba el tacto y notar cada bola huidiza dentro del escroto. Era una sensación extraña, nunca se los tocó a su esposo, mucho menos con tanto deseo atrasado, un deseo que no podía retener por más tiempo….  Ella se tumbó a su lado y se abrió de piernas… 

“Vamos Jaime, súbete encima de tu madre. Aquí tienes mi cuerpo cariño ¡Móntame como un macho debe hacer con su hembra! Es deseo de Dios, crecer y multiplicarse, como ocurrió con Adán y Eva tras salir del paraíso... ahora somos nosotros los que hemos sido expulsados del PARAÍSO y tu deber es sembrar la fértil semilla de tus testículos en mi útero, presto a florecer de nuevo”.

Se incorporó y colocó entre sus piernas de rodillas. La agarró por la cintura y la atrajo un poco más hacia sí. Ella no lo miraba, solo dejaba reposar su cabeza sobre la almohada, girada hacia la derecha. Esperando, con la respiración excitada a ser invadida, usada o simplemente inseminada por el único semental con derecho follarla, el único con legitimidad a llenarla. Buscó entre los carnosos labios vaginales la entrada de la húmeda cueva, paseo su glande entre ellos sorprendiéndose por el abultado y duro clítoris bajo el capuchón…frotó con fruición sobre la dura pepita sacando un gemido a su madre, sumisa y complaciente. Después de unas pasadas más se acercó a la entrada del conducto vaginal y la clavó en dos, tres y hasta cuatro golpes de cintura. Su madre cerró los ojos y marcó una profunda y lenta inspiración. Se echó hacia delante, apoyando sus brazos en torno a ella. Y empezó a penetrarla con mayor empuje. Solo se movía él, clavándola con muchas ganas y sintiendo el gusto del húmedo calor interno de su madre…, lo estaba gozando como nunca lo recordaba con su novia. Cada vez la empujaba con más fuerza y más profundidad, amenazando hundirla toda hasta los huevos en aquella oquedad sedienta de verga, a lo que ella respondía con pequeños gemidos en los que no cesaba de morderse el labio inferior. Sin duda reprimía un gimoteo mayor, algo que Jaime lamentó.

Se sentía extrañamente excitado, era su madre pero en ningún momento la veía como tal, era la única mujer, y persona, que veía desde hace meses…era simplemente una hembra con un coño en el que saciarse su necesidad imperiosa como semental. Sentía como si fuera natural que hicieran sexo, después del tiempo esperado para que ocurriese, marcado por una fuerza superior, como bien creía su madre… 

“mamá estoy acabando”. 

Lo dijo entre quejidos y suspiros que intentaban controlar la situación… 

“No tengas pena cariño…. Acaba dentro de tu hembra, tu sirvienta, la borrega de Dios. Tu semilla en mi útero, servirá para hacer más feliz este mundo, cuando gemine en mi vientre”. 

Seguía sin mirarlo, hasta que notó la necesidad de ver la cara de su hijo en el momento de inseminarla, de conectar con la mirada justo en el instante que eyaculaba torrentes de semen en su mismo útero…, sintió una ráfaga de esperanza tras meses de tristeza enfermiza en su mente de creyente. La excitación de la inminente corrida le llevó a acelerar las clavadas, e intuitivamente la metió al fondo sacando y metiendo la última cuarta parte del cipote. Los jadeos de ella le secaron la boca, al hacerse más frecuentes. Jaime deseaba inseminar como es debido a su madre y, los golpeteos de sus pelotas en el cuerpo de mamá se incrementaron, hasta soltar el primer gran chorro de leche en la entrada de su matriz, seguidos de otros más a cada convulsión. En solo cinco minutos, la polla le palpitaba corriéndose como nunca imaginó lo haría…, y al acabar de correrse la dejó clavada dentro agarrándola, mitad muslos mitad nalgas. Había percibido como salía cada chorro de su semen en el interior de aquella acogedora vagina materna. Se asemejaba a una manguera en el depósito de un coche, la dejó dentro hasta la última gota.

María percibió claramente los chorros de lefa caliente, como su hijo le inundaba de semen el conducto por donde un día dio a luz a aquel macho que la estaba follando. De aquella polla percibió la salida de ingente cantidad de esperma, no en vano sus testículos eran rollizos acordes al tamaño de le fastuosa verga filial…, por lo que debían de producir mucha leche reproductora. Sabiéndose fértil, su mente creó una lucha entre lo necesario y lo justo, venciendo con rotundidad la necesidad…de ser preñada. Al acabar se tumbó sin decir nada. Ella se levantó, se vistió, se colgó el crucifijo y se fue en silencio satisfecha y henchida de felicidad, percibiendo el semen de su hijo en su interior.  En la puerta se giró sonriente hacia su semental, su macho y su hombre… 

– “Duerme mi hijo. Esta noche vigilo yo. Te vendrá bien descansar una noche, debes estar bien para defender nuestro hogar”. 

En realidad era ella quien se sentía más feliz al albergar dentro de su útero la esencia de la vida. El canto de los pájaros lo despertó. Al sentarse en la cama se percató que esos pájaros estaban en sus sueños, desde el suceso no recordaba haber visto ninguno. Extrañamente tampoco los había visto muertos, es como si hubieran desaparecido de la faz de la tierra. El Sol estaba lo suficientemente alto, analizándolo por la pequeña sombra que se colaba entre las maderas de las ventanas de su habitación. Supo que habría dormido unas nueve horas seguidas. Hacía mucho tiempo que no descansaba tan bien, tan Relajado, probablemente se había cerrado un círculo provocada por una tensión sexual creada involuntariamente por las circunstancias…el mundo los había puesto allí, y con lo que tenían debían de sobrevivir en todo los aspectos de la vida.

De repente le vino a la mente lo ocurrido la noche anterior. Los errabundos, la huida a través del bosque, la emboscada para matarlos uno a uno, el entierro del ciervo medio devorado, las heridas, su madre curándolas, su madre mamándosela, su madre abierta de piernas esperándole para ser follarla y él follándosela acto seguido, él sintiendo el calor de una mujer meses después sin mirarle, él corriéndose dentro en una copiosa descarga seminal…, el sentimiento de culpa de ella, sumisa a la deseos de la naturaleza. Lo siguiente que recuerda es quedar sumergido en un sueño placentero, cálido y necesario. Bajó las escaleras con cuidado, arma en mano, como solía cada vez que bajaba de dormir. La casa estaba vacía. Miró alrededor por cada tabla, ni rastro de su madre. Con cuidado salió y se encaminó al huerto, allí estaba. Agachada de espaldas, recogiendo cebollas. Vestía uno de sus clásicos vestidos, se quedó admirando sus nalgas y anchas caderas perfectas para parir de manera natural. Una figura femenina, con la enigmática voluptuosidad madura que nunca supo apreciar en ella hasta esos días…, y ahora empezaba a hacerlo obligado por las circunstancias. Ella se levantó y giró, se miraron. Llevaba una cesta con dos cebollas y pimientos, listos para improvisar algo en el almuerzo.

Ella le miró sonriente… – “Me alegra que hayas descansado, hijo. Mamá preparará algo de comer. Sin novedades en toda la mañana, he estado vigilante a medida que iba limpiando la casa, para que estuviera a tu gusto cuando te levantaras”.

– “Debes dormir algo”.

– “Dormiré esta tarde después de comer. Poco tiempo, pues tendré que estar lista para preparar la cena.”

– “Gracias”

– “Podrías revisar las tablas del tejado. Se acercan nubes. Esta noche lloverá, no quiero que la cabaña se inunde de goteras”.

Se fue para la casa, como si todo transcurriera con total normalidad…, el acto de fornicar con su propio hijo entraba dentro del nuevo orden de la vida y, así lo admitió asumiéndolo e interiorizándolo en entrega a su macho procreador y patriarca de una nueva tribu humana. Jaime se preparó para subir a echar un vistazo al tejado. Desde arriba pudo ver los pequeños nubarrones negros que se acumulaban en lo alto de las montañas situadas al sur. Listas para entrar en acción cuando llegase el momento, como los actores esperan entre bambalinas a que el director les llame a escena. Mientras aseguraba maderas sueltas y reforzaba con otras nuevas las zonas más húmedas y dudosas, no pudo evitar sentir el ardor de querer repetir cuanto antes la experiencia de la noche anterior. 

Le venían ráfagas de lo ocurrido… la forma en la que ella se la comió, el calor de su impúber sexo, su forma de gemir pausada mientras se mordía los labios y apretaba los dientes, el extraño regusto dulce y hogareño que sintió al correrse dentro de su profundo coño… Su polla creció y se preguntó si lo de la noche anterior fue el inicio de algo. Al fin y al cabo no hacían otra cosa que sobrevivir, y desahogarse con el sexo es una de las formas de supervivencia más ancestrales y naturales del ser humano. Su madre estaba en paz consigo misma, buscando hablar constantemente con Dios, entendiendo que él le había preparado un papel en estos momentos, e incluyendo el tener contento y consolado a su hijo como parte importante de lo que tendría que hacer…, al fin y al cabo en el paraíso, la familia de Adán y Eva debió de haber incesto para engendrar a la humanidad, no cabía otra razón.

Sin duda había sido infiel a sus principios religiosos ofreciéndose a su hijo, aunque tal vez ya no existiese la religión que la educó, por que sin duda el poder de la carne, la necesidad de calor y contacto humano, del hombre contra la mujer y viceversa, le habían hecho disfrazar su profundo credo para justificar un acto que hubiera considerado como imperdonable solo unos meses antes. 

Cuando hubo acabado la labor, permaneció un rato más sentado en el tejado, contemplando el hermoso paraje en el que habían quedado aislados tras el apocalipsis. Pensó en el aspecto de por qué se aparean los animales desde siempre, incluso madres con hijos e hijas con padres o entre hermanos. El único dogma de la naturaleza era el no extinguirse, el hecho de hacer sobrevivir la especie al paso del tiempo. Tal vez hubiera algo de eso en su relación con su madre, macho y hembra que se creen solos en el mundo, y probablemente lo estuvieran. Fornicar con su madre, solo era un mecanismo ancestral intentando inconscientemente la reproducción de supervivencia, esto podría explicar lo acontecido, y también el rápido cambio de mentalidad, encaminado hacia la adaptación al nuevo medio experimentando día tras día, pasando del sacrificio de la carne al placer procreador… El problema era que su madre no era una hembra en la edad idónea de reproducción. Si bien su esperma estaba muy activo, el útero materno no era tan receptivo como lo es en la juventud, la única solución posible que les quedaría, por tanto, era follar ambos como animales aferrándose al calor y al placer, llenando su coño de semen con la cantidad y frecuencia más adecuada, una y otra vez, hasta que Dios quisiera venir a por ellos o le concediera la fecundación del vientre de su sierva. Sobrevivir.






Solo se trataba de eso, sobrevivir. No había que darle más vueltas. Y sin duda no existía Dios. Si no, no consentiría nada de aquello. Comieron en silencio tras la bendición materna de la mesa. Luego fueron al sofá, uno delante del otro y dialogaron un poco… 

“Esperemos que pasemos un tiempo sin más sobresaltos de errabundos”. 

– “Yo también lo espero mamá. Dime, ¿hace falta algo? ¿Necesidad de que vaya a alguno de los pueblos en busca de algo?” 

“No hijo, todo está bien. No conviene salir mucho, tenemos reservas de comida para meses. En verano sí pediré que salgas, para aprovisionarnos fuerte de cara al invierno. Tal vez esperemos a que empiecen a caer las hojas de los árboles para ello”. 

– “Muy bien. Creo que tienes previsto ir a dormir. Te dejaré solo unas cuatro horas mamá. Cuando el Sol esté llegando a la montaña de atrás te despertaré. Quiero cortar leña y necesito que estés despierta para vigilar la casa”. 

Ella asintió dócil. Se levantó y se fue escaleras arriba. Al llegar arriba se giró y lo miró, un gesto que decía… “¡Si lo deseas, puedes subir y follarte a tu sierva... está preparada!”. Jaime sintió un ardor en su bajo vientre que indicaba su deseo de follarla…, instintivamente el cipote quería romper contra el pantalón. Un poco de sexo es lo único que necesitaba en aquel momento. Tenía miedo que se hubiera abierto la caja de pandora. Bebió dos largos tragos de whisky y revisó panorámicamente los alrededores de la casa a través de las selladas ventanas. Todo tranquilo. Bebió otro largo trago y subió las escaleras despacio.

Al llegar arriba golpeó un poco la puerta sin oír respuesta alguna, la abrió y contempló a su madre. Estaba tumbada de espaldas a la puerta, de lado. Se había colocado uno de sus camisones de dormir. Blanco, mostrando sus piernas de rodillas hacia abajo, con mucho vuelo y poco escote. Clásico a la vez de elegante y sensual. Anduvo dos pasos en silencio hasta llegar a la cama. Su madre levantó un poco la cabeza hasta mirarle de reojo, luego se giró y quedó en la misma posición tumbada de espaldas. Todo listo. Se desnudó por completo y se sentó en la cama a la altura de su trasero, algo echado hacia atrás. Levantó la bata y la colocó de forma que quedase el culo libre. No llevaba ropa interior. Lo agarró, nalga por nalga, con su mano derecha. Era blanco y hermoso. Las nalgas algo regordetas y menos flácidas de lo que insinuaba su aspecto. Bello culo, pudo comprobar al fijarse detenidamente… redondo, proporcionado y sin demasiadas imperfecciones. Lo apretó con sendas manos, una en cada nalga. Las abrió, dejando ver los labios vaginales se colgaban por debajo. Se agachó y lo abrió de nuevo. Pasó su lengua por el ano, sabía a limpio. Ella gimió al contacto, posiblemente inesperado, de su lengua ahí abajo…

“Hueles a whisky”. 

– “Lo sé, he tomado un poco antes de subir”. 

Permanecía con sus manos agarrando las nalgas y la cabeza ligeramente levantada para responder. 

– “¿Estás en paz con Dios?”. 

“Sí”. No dijo nada más.

Tras el sí, se puso un poco más boca arriba y se abrió de piernas para facilitarle la labor. Él se situó justo entre las piernas y siguió lamiendo la raja de su coño rastreando su lengua hasta el mismo ano…, a ella jamás se le hubiera ocurrido llegar a esos extremos… su hijo le lamía con las nalgas bien abiertas. María levantó un poco el tronco, haciendo palanca con los brazos sobre la almohada. Jaime aprovechó para chuparse la palma de la mano y pasarla por el coño. Con la lentitud que lo hizo pudo notar su humedad, cuando por fin lo localizó bien se acomodó y metió su cara. La lengua empezó entonces a recorrer el sexo de su madre desde el ano hasta el botón del placer y allí justo se detenía a jugar deslizándola en forma de circulitos concéntricos sobre el clítoris. Cuando hundía su boca en la vulva, sus gemidos se hicieron más audibles y no tardó en correrse a chorros en un par de minutos de comida de coño… 

– “Soy una cerda, lo he tenido que poner todo perdido. Lo siento”.

– “¡Cállate mamá! disfruta del regalo que nos hace tu Dios”. 

– “Sí. Perdona mi atrevimiento hijo mío… continúa, es la voluntad señor que nos podamos entregar de esta forma”.

No supo si esto último se lo dijo a Dios o a él. Estaba demasiado excitado para averiguarlo. Se subió encima y le dio un empujón hacia arriba para que su trasero quedase más accesible. Ella obedeció echándose hacia adelante y curvando las caderas, hasta quedar justo a la altura de la polla erguida de su hijo. Buscó el mojado coño materno y la clavó. Empezó a follarla lentamente, sintiendo el calor y el gusto que proporcionaba que el falo se adentrase poco a poco en aquella recién descubierta cueva de los placeres. Se percibía cada centímetro adentrar entre las escabrosas paredes enjutas de la vagina de su madre, luego la sacaba hasta quedar el capullo solo con un centímetro dentro, y para adentro otra vez disfrutando de la abertura de sus carnes. Agarrado fuerte por los muslos con ambas manos de su madre, y comprobando como ella movía la cabeza y la cintura de lado a lado, contorneándose para acompañar el movimiento con un ligero curveo de su espalda inclinada sobre la almohada, donde reposaba con su cara pegada a ella. Continuó así un rato más. Podía comprobar cómo la necesidad de su madre crecía por segundos. Pasó de estar arriba a estar debajo y no tardó mucho en que se incorporase un poco apoyándose sobre los codos, para empezar a mover el culo hacia atrás y adelante, provocando una follada más fuerte. Dejó de empujar y ella empezó a moverse más rápidamente ¡¡Plast plast plast!! chocando sus nalgas contra su pelvis, mientras ella gozaba de la polla y se auto clavaba hasta el fondo.

Moviéndose sorprendentemente bien, podría decirse que era una consumada folladora, buscando el punto de dar gusto al macho, y a ella misma el mayor tiempo posible. Solo una puta tendría más técnica que su Madre. Incitado por el buen hacer de mamá, Jaime se impulsó sobre ella metiéndola a saco, hasta que a María no le quedó más remedio que caer totalmente vencida sobre la cama. Ahora él estaba en cuclillas sobre ella, taladrándole el coño de arriba abajo mientras levantaba sus nalgas con las manos para dejar el agujero de su coño plenamente accesible. Cuando no pudo más se levantó gimiendo y masturbándose. Ella se giró hasta mirarle, sorprendido le oyó decir casi desesperada… 

“¡¡Por favor, córrete dentro de mi coño!! ¡Clávamela bien en el fondo! ¡Mi amor, lléname el útero de tu potente esperma!” 

Jaime la soltó y se tumbó en la cama, notaba como le palpitaba, había estado a punto de correrse sobre ella. Le empezaron a doler los testículos por las ganas de aliviar sus gónadas… 

“¿Por qué tiene que ser precisamente ahí?”. 

– “Me da calor y seguridad. Me ayuda a cumplir la palabra de Dios. Es una forma de mostrar a mi hijo que el amor del hogar permanece intacto a pesar de las inclemencias provocadas por el diablo. De hacerte saber, amor mío, que tu lucha diaria por el bienestar y seguridad de nuestro hogar da sus frutos en mi vientre….”

Ella se acercó y se la agarró con su mano izquierda. La masturbó a penas un poco y le besó en el sudado cuello, dejando deslizar la lengua hasta su oreja. Allí susurró… 

“Vamos mi macho, descarga tu hombría dentro de mamá”.

Aquella hembra solo entendía el sexo en su máxima expresión cuando el hombre  llenaba el útero de la señora con la carga que generaban sus testículos, por ello se subió encima de ella. María se abrió rodeándole la espalda con sus piernas. Empezó a penetrarla. Le sorprendió que ahora sí le mirara, profundamente, con un extraño orgullo chispeante en su complaciente mirada. 

Con unas cuantas metidas más a fondo haciéndole notar sus colganderos huevos llenos de leche, no tardó en transferir todo su semen en largos latigazos de leche que fueron a parar a la pared de su vagina, llenado la entrada de su útero, de donde él una vez salió a la vida.  De nuevo presionó sus huevos contra su vulva quedando ambos sexos acoplados a la perfección justo en el momento de eyacular el esperma acumulado en aquellas horas. La excitación morbosa y la ganas de fecundarla, le producían unas copiosas eyaculaciones, que la madre agradecía. 

La hembra percibió la hinchazón del cipote en sus entrañas y como salía la copiosa e ingente lechada ardiente dentro de su vagina..., La corrida fue nutrida, satisfaciendo el ego de ambos fornicadores. La mantuvo unos segundos obturando toda la vagina y cuando la sacó observó un poco de semen asomar por la raja. Consciente de su valor, enfiló de nuevo su glande en el agujero entreabierto y la clavó otra vez un par de veces para que no saliera nada de la descarga de leche allí depositada. Ella emitió un grito de placer por la penetración inesperada, sonriendo a su hombre que la atravesó sin compasión. Al finalizar ella le besó en la frente y le secó el sudor con las manos, dándole las “Gracias” por cumplir con el designio divino y humano al que estaba sometida como receptora de toda la despensa seminal del macho. 

Un trueno les invadió desde las montañas. La noche se cerró rápido y una lluvia constante y fuerte les acompañó durante la cena. Luego se sentaron y Jaime bebió algo de whisky mientras se aproximaba a la ventana del salón, el amplio ventanal reducido a una estrecha mira a través de las tablas.

Todo estaba oscuro. Se apartó y bebió algo más de whisky justo en el momento que un relámpago invadió de nuevo el salón. Se asomó de nuevo. Algo extraño ocurría, todo estaba muy oscuro y no podía saber exactamente qué era aquello que le extrañaba. Bebió otro sorbo de whisky y volvió a asomarse. Justo en ese momento un nuevo relámpago proyectó los ojos fieros y sedientos de sangre de un errabundo que se asomaba desde el exterior a través de la rendija. Sintió que todo se desmoronaba, sin embargo sabría defender el hogar de la única hembra procreadora que conocía, era su deber y lo sabía hacer muy bien, cada vez mejor, ahora que tenía cubierta su complacencia sexual. 

Pasaron dos días sin tener sexo, dejó que las gónadas de Jaime se recuperan con un buen cargamento de leche, a la vez que incrementaban los deseos de poseerla...su decisión de quedar preñada era directa. Al alzar la cara y mirarla, de improviso se dio cuenta de estar excitado…, disimuladamente pellizcaba sus pezones mirando a su hijo con deseo. Fue el banderazo de salida, sin poderse retener, tomó entre sus dedos el clítoris, descubriéndolo empapado. María separó sus muslos para facilitar las maniobras del dedo dentro de su vagina, la madre, cansada de fingir lo que tanto deseaba su cuerpo, se ofrecía muy excitada intentando profundizar, presionando con sus caderas. Acercando su boca al pubis materno, se sorprendió al descubrir lo delicioso que resultaba su flujo, lo excitante y sugestionador. Cuando su lengua lamía el clítoris como si fuera un hueso de aceituna, los dedos no dejaban de penetrarla con firmeza…uno, luego dos. No sé cuánto tiempo estuvo comiéndole su coño, antes que sintiera como se anticipaba su orgasmo. Ella, al notarlo, presionó la cabeza de su hijo, con el afán de buscar el máximo placer. De pronto, de su coño empezó a manar el néctar de su pasión desbordándose por mis mejillas. Por mucho que trataba de beberse su flujo, este no dejaba de salir empapando las sabanas. María se estremecía, sin dejar de gemir, cada vez que su fuente echaba un chorro sobre la boca de su retoño. Se desplomó sobre la cama ¡Menuda forma de correrse! Tardó unos segundo en volver en sí, al abrir los ojos, le dedicó la más maravillosa de las sonrisas, como premio al placer que le había dado.

Sin mediar palabra, recreándose en el pecho de él, la polla esperaba erguida su momento totalmente excitada por las caricias de María, observando a la vez como se arrodillaba sin hacer ningún ruido empezaba a lamerla. Su madre abriendo su boca se introducía toda la extensión en su interior y, con sus manos empezaba a masajear los gordos y duros testículos colmados de esperma. Era cómodo y a la vez muy erótico, estar tranquilizando a su Madre mientras su objeto de preocupación le estaba haciendo una mamada de profesional. Cuando lo vio desnudo le encantó su cuerpo. Piernas fuertes y velludas así como una buena verga en plena erección y dos huevos grandes, parecían musculados. Se hincó tomando su verga con una mano, acariciaba sus huevos con la otra mano. Poco a poco lamió, mordió, acarició su cara con tan deliciosa verga impregnándola de testosterona. Cuando ya estaba bien dura la comenzó a meter y sacar de su boca saboreando los líquidos deliciosos que le salían. Le chupaba la polla, los huevos, él suspiraba fuertemente y emitida unos gemidos graves que recordaban a un macho en celo. Le cogió la cabeza con las manos y utilizó su boca como si fuera un coño. Le chupaba su vientre duro y sus piernas para que durase más. Y vaya si duraba. Tenía la polla como un mástil, y sin señales de fatiga. Pero al fin tras 20 minutos de mamada comenzó a moverse…decía que siguiese chupando mientras se corría. Chupó la verga como una loca desesperada… Sus huevos, uno por uno. Solo quería que le diera su leche. Cuando su verga empezó a latir sabía que venía su rica leche. La metió en su boca sujetándola entre el paladar y la lengua, dejándose inundar la garganta con varios chorros de leche caliente que tragó y saboreó hasta la última gota por primera vez en su vida.

Estaba notando que las maniobras de la mujer estaban teniendo su efecto, cada vez más entregada, más PUTA, porque no fue suficiente con la mamada…. La puso de pie y abriendo sus piernas enfiló la bayoneta sin haber rebajado apenas su erección, y ¡Zas! Clavó el ariete en la raja de su madre sin contemplaciones. El grito desgarrador no le alentó a hacerlo con suavidad, después de unos segundos a saco, acuchillándola sin miramiento alguno, la follaba con más lentitud percatándose cómo su extensión iba rozando y superando cada uno de sus pliegues de la madura vagina materna. Esa sensación de ir abriendo las carnes estrechas del coño de su madre, era algo inconmensurablemente excitante. Su cueva le recibió empapada pero deliciosamente constreñida, de manera que sus músculos presionaban envolviendo el tallo enervado. No cejó hasta que la cabeza de su glande tropezó con la pared de la vagina y los huevos acariciaban su trasero al llegar a fondo…, solo entonces, empezó a moverse la madre sobre su hijo llevando las manos a sus tetas, pidiéndole por gestos que los estrujara…y los hicieran suyos. La beata señora suplicaba que el macho le bendijera su útero con unos abundantes chorros de esperma, producido en los sagrados huevos de su retoño…  

“¡Vamos mi amor hazle una barriga enorme a mamá! ¡¡PRÉÑAME señor!! Tu sierva necesita que la llenes de vida”.

Con su madre a cuatro patas, el semental montaba a la yegua con una penetración profunda enterrando toda aquella polla de caballo en el chocho resignado de la madre. El coño de su madre se mostraba hermoso y caliente, tan mojado que el matillo pilón perforaba con toda fluidez haciendo rebotar los duros huevos repletos de leche, una y otra vez en la frondosa vulva de la rendida madura, ahora devota de aquel potente falo. 

La castigó durante quince minutos infligiéndole una follada ejemplar, hasta que un subidón de adrenalina sacudió su cuerpo con un berrido que explotó en largos y codiciados chorros de semen espeso que coparon la vagina de su hembra. La clavó tan fuerte, que su madre se unió a él en gemidos ahogados por la espesura del bosque.  

Madre e hijo follaban como si cada polvo fuera el último. El macho fornicaba a placer a una mujer dócil y mansa, noche y día, como lo había hecho durante años con su esposo, era ahora su primogénito el sustituto natural de quien le había descubierto los placeres terrenales del sexo por el sexo como medio de conectar con la Gloria de Dios y el infierno a la misma vez. Él era un hombre que dejó de ver a su propia Madre para distinguir a la futura madre de su descendencia.




El arraigo

Un nuevo relámpago iluminó toda la colina que bajaba suave por la parte delantera de la casa hasta el bosque profundo. Estaba plagada de errabundos que subían la colina de forma lenta y perdida, como si no les afectase la intensa lluvia. Hizo señas a su Madre para que no hablara. Ella lo miró extrañada, con los ojos graves y le dio una escopeta cargada y dos cajas más de munición. Se acercó y le tapó la boca intentando que no chillase. Le susurró al oído… 

“Hay errabundos fuera. Llévate la vela y baja al sótano. Toma esta escopeta y estas dos cajas de balas, aunque abajo hay más velas, linternas, armas y munición. Enciérrate y no salgas pase lo que pase. Si no aparezco en varios días abre la puerta y ten cuidado. Si hay errabundos dispárales en la cabeza y ponte a salvo lo más rápido que puedas. Intenta no abandonar el hogar. Si tienes la posibilidad rehace la vida aquí de nuevo. Si estuviera la casa plagada abre la puerta y espera arrinconada abajo. Si eres rápida podrás ir matándolo uno a uno, pues son lentos y torpes. Pero no hagas nada demasiado peligroso. Allí abajo, en el peor de los casos, podrás sobrevivir años. Por la pequeña ventanita se cuela una rendija de sol que incide en la pared lateral durante dos horas al día”…. 

– “¿Por qué no bajas conmigo? Lo construimos esperando que llegase este día”. 
Su voz se ahogaba en las lágrimas que no cesaban de brotar de sus bonitos ojos, como el pequeño hilo de agua en el nacimiento de un río cristalino… 
– “No debe ser hoy cuando nos rindamos. Algo me dice que podré con ellos, para defender nuestro hogar ¡¡Quiero hacerlo por ti!!”

La mirada espantada de su madre fue como un libro abierto. La besó en la frente y la abrazó, después juntaron sus labios en un tierno y apasionado beso que rozaba la lujuria, entrelazando sus lenguas. Ella rompió a llorar, silenciosamente. Sin decir nada se encerró, la puerta del sótano era de acero integral, la había conseguido en un almacén de puertas no muy lejano. Se había propuesto hacer del sótano un bunker para situaciones como esa. Bien provisto de alimentos y con las dos camas que había en la antigua habitación de invitados. Solo tenía una opción, subir al tejado y disparar uno a uno a sus cabezas. En el cuerpo a cuerpo lo acabarían rodeando. Miró por todas las ventanas. Estaban muy bien aseguradas y la puerta de entrada era de calidad suficiente como para que la torpeza de los errabundos no pudiese con ella. Pudo contemplar, cuando cada relámpago se lo permitía, que básicamente se agolpaban en la zona delantera de la casa, todos venían del bosque frondoso que se extendía al final de la colina, subiéndola por aquella vertiente, la menos sinuosa y cómoda, se encontraban de bruces con la fachada principal del hogar de Jaime y María.  El pequeño camino de la izquierda, descuidado a propósito para no dar pistas de vida a posibles humanos, también estaba lleno de errabundos. Ese camino llevaba hasta su coche, escondido tras unos arbustos, y más a la izquierda darían con el huerto con el que sobrevivía buena parte del año. La tormenta amainaba y la noche quedaba sumida en la oscuridad, la lluvia fina parecía perpetuarse, cuando en aquella zona se ponía a llover podrían pasar días así, con una llovizna constante y fría, helada por el gélido aliento de las cimas nevadas que le rodeaban, aunque estuvieran en pleno verano.

Rápidamente trazó un plan. No tardó mucho en decidirse, pues no le quedaban muchas opciones y el tiempo jugaba en su contra. Tendría que utilizar luz artificial, así que cogió una de sus linternas más amplias y se adosó al cinturón unas cuantas bengalas. Cargó su escopeta preferida y acopló a las piernas, con cinta aislante, cuatro pistolas cargadas. Su arsenal era digno del ejército de un pequeño país. Incluso guardaba dos cajas de granadas de mano, las cuales guardaba como oro en paño para una situación verdaderamente desesperada. También cargó una pequeña mochilita de balas de la escopeta. Con todo eso tendría que tener suficiente. Los errabundos se agolpaban en la puerta principal, arañándola torpemente como un pequeño perro que pide al dueño entrar en la casa para resguardarse de la lluvia. Fue hacia la salita y se asomó a la ventana. Por aquel lateral apenas había dos errabundos despistados. Abrió una de las bengalas y la lanzó entre las tablas. De ese modo los atraía a la zona opuesta al coche y al huerto. Pidió al cielo que la llovizna no la apagara. Atraídos por el fuego, los errabundos se dirigieron hacia aquel lateral. La llama se apagó y lanzó otra. En poco tiempo la mayor parte de ellos se agolpada en torno al fuego. Era el momento de entrar en acción.

Agarrando con fuerza la escopeta salió al camino. Tres errabundos estaban próximos a la puerta, pudo cerrarla y asegurarla antes que llegaran. Los tres no tardaron en tener una posta adosada a la materia gris, o lo que fuera que aquellos perros del demonio tuvieran ahí dentro. Se apresuró hacia la zona trasera de la casa, por la parte en la que no estaba la llama, pasando por el lateral de la cocina; rodeando el coche y el pequeño huerto. Por el camino fue disparando a discreción a todo el que se le acercaba, no eran muchos, pero en ese trayecto pudo haber abatido a una docena de ellos. Tuvo que coger una de las pistolas para disparar a los dos últimos, ya que se le echaron demasiado encima. En la zona trasera de la casa saltó y trepó por las ventanas hasta llegar arriba. Algunos intentaron imitarlo, pero no pudieron conseguirlo, eran demasiado lentos, demasiado torpes, demasiado irracionales. Solo tenían una virtud lo que lo hacían tan peligrosos, nunca se cansaban, nunca dormían. Siempre deambulaban persiguiendo algo que devorar, preferiblemente a humanos “¡Malditos idiotas!” Se quedó mirándolos un instante, lo miraban hambrientos, emitiendo ese ruido constante con las mandíbulas desencajadas, algunos con algún ojo descolgado, todos con las ropas rasgadas, muchos con articulaciones rotas y con trozos de cara sin piel. Tiró otra de las bengalas en esa zona trasera, más discreta y escondida… pronto se llenó de decenas de ellos y empezó a disparar tranquilamente, se sentía extrañamente a salvo. El subfusil escupía la bala a razón de tres por gatillazo, y tras cada fogonazo caía uno o dos errabundos… gran eficiencia. Cuando se quedó sin balas, recargó con suma tranquilidad. Silbando una vieja canción de infancia, con la esperanza de que su madre pudiera oírlo. Lanzó otra bengala y continuó disparando, apenas quedaban unos pocos en pie. Se despidió de cada uno antes de apretar el gatillo. La lluvia había cesado y una montaña de cuerpos inertes se agolpaba frente a él. Miró alrededor sin apenas percibir más peligro.

Solo un par de ellos subían de nuevo por la colina. Se preguntó por qué estaban allí, no era normal verlos, aquel lugar estaba alejado de todo, rodeado de altas montañas y con un terreno demasiado abrupto y salvaje. ¿Qué podría haberles atraído?, no creyó que su casa fuese la razón. Tal vez estaban allí por alguna otra causa, y la casa les habría llamado la atención, al haber aparecido iluminada por los rayos de la noche. Pero, ¿Qué podría haberles atraído a aquella zona? Por lo que había podido aprender solo se guiaban para comer y era en las ciudades y grandes poblaciones por donde andaban a sus anchas, comiendo humanos muertos y mascotas heridas. En mitad del bosque no era fácil encontrar animales muertos y desde luego no había humanos. Además, solo se guiaban por el hedor de la carne en descomposición y su madre y él estaban más vivos que nunca. Hedor de carne muerta. “¡El ciervo!”. Lamentó no haberlo quemado, los errabundos deberían haber olido su carne desde lejos, uno habría seguido a otro y así hasta toda la congregación que habían reunido en el entorno de su casa. La certeza de explicarse el por qué de aquella inesperada visita le suscitó una nueva duda. "¿Cuántos más habría allá abajo?" La noche era su aliada y lo intentaba o se condenaban para siempre.

Entró en casa, cogió más balas y agarró su machete. Los que pudiera matar sin hacer ruido mejor que mejor. Colina abajo se cruzó con seis más, todos sintieron el frío del acero en sus cuellos desgajando sus cabezas como tronchos. Se agazapó entre los árboles mirando alrededor. Avanzó poco a poco hasta llegar a la zona en la que había enterrado el ciervo. Allí estaban, eran pocos, concretamente cinco. Se repartían lo que quedaba del animal. No había mucha carne, sin duda los demás habrían ido a buscar más comida a otro sitio y al ver su casa desde abajo habrían decidido, si es que esos malditos idiotas podían tomar decisiones, ir a probar suerte allí. Estaban separados uno de otros, cada uno con su menú, ni rastro del ciervo, lo habían devorado por completo. Uno a uno fue clavando su machete con saña y sed de sangre. La cara de Jaime enloquecía en cada envestida, aquellos desgraciados apenas pudieron ponerle en apuros. Ni un rasguño, ni una caída, ni una torcedura. Toda la sangre que bañaba a Jaime era de aquellos desgraciados, a los que acuchilló hasta quedar exhausto. Durante toda la noche anduvo merodeando alrededor de la casa y por el bosque, buscando más amigos a los que dar tan calurosa bienvenida. Ni rastro de ellos. Al amanecer amontonó todos los cuerpos en la zona trasera de la casa, donde había acribillado a la mayoría desde el tejado.

Cuando el sol, hermoso y bienvenido tras una fría noche de lluvia y muerte, hizo acto de presencia, enterró los cuerpos en una fosa común evitando hacer una hoguera que situase la cabaña en muchos kilómetros a la redonda. El Sol estaba muy alto cuando dio por culminado el plan percibido a la ligera en la temerosa noche de lluvia. Se dirigió a su casa tan orgulloso como cansado. Lleno de sangre de errabundos y con las ropas desgajadas, podría pasar por uno de ellos, pensó. Entró en casa y golpeó en la puerta del sótano… 
“Mamá, mamá. ¿Me oyes? Soy yo, puedes salir, puedes abrir. Todo pasó”. 
Tras un incómodo y alarmante silencio la puerta se entreabrió lentamente. Su madre asomó tras la rendija y al verle la abrió entera hasta fundirse en un abrazo…. 
“Sabía que lo lograrías mi vida. Dios no iba a abandonarte…pasé toda la noche rezando por mi hombre”. 
– “Matar errabundos se está convirtiendo en algo divertido”. 
Rieron, ella le acarició las mejillas. Su bata estaba llena de sangre tras el abrazo mucho más que fraternal… 
“¿Estás bien?, ¿te han herido?”. 
– “Toda esta sangre es de ellos. Voy a lavarme y a tirar esta ropa”. 
Su madre acarició su brazo desnudo y musculoso. La sangre no permitía saber donde empezaba la camiseta de manga corta. Con la otra mano acarició el otro brazo. Sus manos se llenaron de sangre de errabundo… 
– “Esta sangre es el testigo de tu lucha por protegerme, por proteger a la humanidad.” 
Jaime se marchó a darse una ducha y cambiarse de ropa algo más ligera para estar por casa, y ella también se quitó la bata y se puso un vestido rosa para dar la bienvenida al héroe del lugar… Cuando se encontraron en la sala se acercó hasta abrazarle de nuevo, ladeó la cabeza y besuqueó su cuello. Su boca estaba ansiosa por calmar el estrés del guerrero. Sus ojos desorbitados por la excitación. Lo besó. Su lengua recorría toda la boca de su hijo, le introdujo la lengua buscando su paladar con ansiedad. Luego lo agarró de la mano y lo condujo al sofá del salón. La hembra se hallaba excitada por la virilidad de su macho que emitía feromonas por doquier, eso le ponía cachonda. Allí quitó sus pocas ropas y cuando quedó completamente desnudo le lamió toda su piel varonil de músculos marcados que desprendía masculinidad, parecía querer volverle a bañar con su saliva. Un olor que la embriagaba elevando el nivel de serotonina, se puso tan cachonda que el coño le rezuma de sus jugos 
– “Con esta acción lavo y libero de maldad los músculos del guerrero”. 
Estaba visiblemente excitada. Con toda su boca luminosa de lascivia se quitó el vestido dejándolo caer. Su cuerpo fue ofrecido completamente desnudo. Se sentó en los regazos de su hijo y le ofreció las hermosas ubres que le dieron alimento al nacer pechos, agarrándolos con la mano para acercarlos a su boca… 
– “Aquí tienes mis tetas amor, mama de ellas, tenlas como premio por tu lucha victoriosa”. 
Su lengua recorrió los pezones, amplios y rosados. Ella se lamió y pasó sus dedos por ellos, dejándolos rojos. Él  los agarró, lamió y comió. Eran deliciosas, la generosidad de la talla ciento veinte, le otorgaron una erección que no tardó en llegar. El cansancio se tornó en deseo. Y su madre se convirtió en el regalo de Dios por mantener con vida a lo más importante de su creación. 
Llevaban meses fornicando como conejos salvajes, en un INCESTO reproductor para la perpetuación de la especie de inicio, pero que ha ido degenerando en una necesidad de cópula para liberar la testosterona del macho de la casa y como premio su labor protectora. Hacía tiempo que se olvidaron que eran Madre e Hijo, ahora eran solo un Macho con su Hembra. Tal vez deliraba pero de repente las palabras de su madre ganaban sentido. Estarían ambos locos, y si en su locura deberían vivir por siempre jamás, mejor vivir bien y ser el macho de una hembra entregada a él. De esta forma ella conseguía que defendiera la casa con la garra con la que lo había hecho la noche anterior…, su misión principal era satisfacer los instintos sexuales de un hombre tan masculino, un semental nato. Se preguntó si ese mismo valor lo hubiera empleado en el caso de no haber gozado del cuerpo y el calor de su madre. Tal vez no, tal vez aquella mujer religiosa llevase razón, su cuerpo le había otorgado el relax suficiente para sacar fuerzas de donde probablemente no había…la presión de la testosterona lo había arrastrado a ser audaz y mantener a salvo a su hembra. Lo miró y se preguntó cuándo perdió la cabeza aquella mujer. Tal vez en aquellas noches de silencio, en las que no hablaban, esperando que llegasen y todo acabase. Ahí también debió perderla él. Pronto terminarían por desaparecer los errabundos, su agonía tiene los meses contados.

Su polla estaba pletórica… – “Quiero follarte mamá”. 
– “Fóllame nene, folla a tu sierva... a tu PERRA. Aquí tienes mi coño para que te sirvas de él, lo llenes con tu polla y lo copes con toda la leche que poseen tus huevos... ¡No hay nada que más quiera que estar llena de la semilla de mi salvador!”.

El susurro le erizó la piel, no parecía su voz, es como si estuviese poseída. Le agarró del coño notándolo muy mojado. La excitación que en ese momento sufría su madre no parecía de este mundo…, le introdujo un par de dedos y los sacó llenos de fluido vaginal espeso. Su chocho estaba más que preparado para follarlo sin misericordia. La colocó a cuatro patas sobre el sofá. Ella jadeaba esperando el embiste de su poseedor.  Abrió las nalgas y rebuscó la entrada de su vagina entre los labios vaginales. Por fin la metió. Esta vez folló fuerte desde el inicio. Ella mantuvo la postura gimiendo en voz alta completamente desinhibida. Sus nalgas bailaban como gelatina a cada empellón y, su espalda caía poco a poco, pero en todo momento sus caderas permanecían muy arriba, facilitándole la labor de enterrar todo el cipote hasta los huevos. Se la sacó y le abrió mucho las nalgas. Lamió su mano y la pasó por el ano. Se incorporó un poco más y colocó el capullo. Apretó hasta que entró más fácilmente de lo que hubiera jurado. Enseguida su polla caló casi hasta la mitad e inició una follada lenta, metiendo en cada embestida un poco más. Los gemidos aumentaron… 
– “Eso es, rómpele el culo a mamá. Aquí me tienes, desahógate cariño. Elimina la tensión de la batalla con la hembra de tu casa”. 
Animaba a su fornicador a que le hiciese el mejor trabajo que jamás soñó que le podrían hacer. Se detuvo para descansar, no quería correrse. Pero su madre no estaba por la labor de parar. Se sentó a su lado y descendió hasta darle una fuerte mamada…
“Mamá no sigas que me voy correr…” 
Ella se puso de rodillas en el suelo y siguió comiéndosela desde ahí. La saliva de su boca se mezclaba con el líquido que empezaba a salir del capullo…, le masturbaba y le miraba, alternando con rápidas y profundas tragadas de polla, luego lamía todo el tronco cayendo a sus orondos huevos, entonces los castigaba con lamidas y fuertes succiones tragándose uno a uno cada testículo… 
“Vamos, córrete mi amor. Dámelo todo”.
Mientras le masturbaba abría mucho su boca, esperando el premio. La sacaba y lamía su tronco comenzando desde sus pelotas extendiendo toda la lengua. Después succionaba el capullo y se calaba toda la tranca hasta rozar sus pelotas con los labios, una y otra vez la polla de su hijo era engullida con lujuria. Cuando el semen empezó a brotar se la engulló lo más profundo que pudo y mamando lentamente la mitad de la polla, se tragó todo el semen a medida que salía de un capullo duro y tan gordo como una ciruela,  hasta dejarle los huevos completamente vacíos.

Se sentó, educadamente a su lado en el sofá. Jaime resopló y se levantó a beber un par de sorbos de whisky. Al abrir la despensa recordó la inmensa suerte que tuvo aquel día. Un camión cargado de botellas de whisky de alta calidad, parado en la cuneta de una carretera principal, posiblemente iría camino de la gran ciudad. Nadie en su interior y las botellas intactas. No pudo cargar todas y dio un total de tres viajes. Acabó almacenando casi trescientas botellas. No solo las utilizaba para beber sorbos lentos que lo templasen a diario, también lo habían utilizado para curar alguna herida, conservando el alcohol médico que guardaban en menor cantidad. Debían quedar unas cuarenta de las sesenta que subió del sótano en cuanto las tuvo todas reunidas. El resto permanecían bien protegidas abajo. Bebió un largo trago. Miró a su madre. Sentada en el sofá, completamente desnuda… 
“Tendrás que limpiar ese sofá. Ya tienes tarea para esta tarde. Yo aseguraré un par de tablas que me crujieron anoche mientras disparaba desde el tejado”. 
Su madre miraba al infinito, como si volviera de un sueño lo miro… 
“¿Eran muchos, cariño?” 
– “Los suficientes para que no bajemos la guardia nunca más”. 
Había pensado en ir en busca de focos para proteger todo el perímetro de la colina. Tendría que ser con batería propia o pilas. Todas las noches lo encenderemos a ratos para vigilar.
– “No conviene llamar demasiado la atención, pero la oscuridad de noches como la pasada, nos exponen demasiado”. 
Su madre le miró preocupada. Él reparó en que estaba sentada con las piernas sobre el sofá, abierta de piernas. Podía notar como su sexo seguía húmedo. Cayó en la cuenta de que no la había follado lo suficiente. No era propio de ella que estuviera ahí, completamente desnuda, a plena vista de su hijo, apenas había resquicio de la beata de misa semanal que guardaba su cuerpo con pudor de las miradas de los hombres, incluso de su propio esposo. La sintió frágil y necesitada. Abandonada del Dios en el que tanto confiaba… 
“¿Dónde irás a buscar los focos?” 
Su voz agonizó en una súplica de preocupación. 
“A la gran ciudad. No me quedará más remedio”. 
– “Es muy peligroso, no sabes qué vas a encontrar allí. De momento no los necesitamos, fue una tormenta pasajera. Aprovecha una de las salidas del otoño, justo antes de las lluvias y nevadas invernales….” 
– “Anoche estuvimos a punto de morir. No fuiste consciente en ningún momento del peligro que corrimos. Analizaré opciones sin tener que moverme aún. Mientras haga buen tiempo podremos aguantar”. 
Bebió otro largo sorbo en silencio. Su madre permanecía sentada. Pensó mejor dejarla necesitada, si tal vez la relación con su madre se había distorsionado para siempre, sería mejor que él tomase el mando de la situación. El hecho que ella ofreciera su cuerpo, antes era un acto de inmoralidad mortal, ahora una necesidad imperiosa que la hacía sin duda más débil y sumisa, en una mujer de sus profundas convicciones.  Él podía verlo, notaba como su madre había aceptado el destino y había dado un paso de marcar más claramente el patrón de comportamientos en el hogar y de un cambio radical de las leyes..., sin duda movida por una excelsa necesidad sexual de una hembra caliente llamada a procrear para cumplir con el deseo divino de Dios su Señor.




Jaime supo desde la primera vez que se la folló, justo cuando comenzó a eyacular dentro de su útero, que jamás sería su madre de ahí en adelante. Ahora era una mujer a la que proteger, pues lo pedía con su pérdida y atemorizada mirada, aceptado el roll de la hembra encargada de mantener en orden y limpia la casa, así como estar al SERVICIO del macho que se había convertido en la forma escogida para espiar sus pecados, entregando su cuerpo a modo de juicio divino. Su semilla lograría engendrar en su vientre los retoños que conquistarían de nuevo la Tierra. Ella lo miraba de soslayo, temerosa y deseosa. Sin atreverse a dar el paso de tener más sexo, aunque solo un rato antes habría tomado toda la iniciativa. Se colocó frente a ella, María levantó la cara y esforzó una sonrisa, dejando salir levemente la lengua alrededor de los labios… 
“Creo que deberías lavarte. Luego iré yo. Cuando tengas tiempo me gustaría que quitases los pelos de tu conejo. Desmejoran tu silueta y no me dejan disfrutar en plenitud de tu coño cuando te follo. La depilación de tus piernas es mejorable, utiliza mi cuchilla para rasurarte. Y mantenlo siempre limpio”. 
– “Sí hijo mío”. 
– “Otra cosa, échate algo más de agua oxigenada. Has criado más canas de la cuenta últimamente... En mis próximas batidas dedicaré un esfuerzo extra en productos de higiene y estética. Ya que vamos a morir en manos del diablo, que este nos pille dignos”. 
– “Gracias mi amor. ¿Algo más?”.
– “Luego repararé el tejado. Nos vemos a la hora de la cena”.

María se levantó y justo antes de salir con un cubo para cargarlo de agua en el pozo escuchó dos suspiros prolongados procedentes del cuarto de baño. Mientras arreglaba los pocos desperfectos provocados en el tejado la noche anterior se sintió puro de mente. Aquel paraje era realmente bello, con montañas de cimas nevadas y bosques plagados de bellos y elegantes árboles. La colina, en cuya cima estaba la casa, era verde y las flores silvestres daban un aroma especial al entorno. Lo único que tanto le chocaba era que no hubiera pájaros. Su ausencia daba un ambiente tétrico y apocalíptico que le erizaba tanto la piel como el ruido constante de los errabundos. El hecho de que siguieran vivos reafirmaba el convencimiento de haber construido un lugar seguro donde vivir. Además, lo normal es que por allí nunca pasaran errabundos. Realmente con el paso del tiempo había empezado a temer más el que algún día se acercasen humanos colina arriba. A los errabundos los controlaban, eran simples y predecibles. Los humanos, en cambio, pueden llegar a ser retorcidos y peligrosos, llenos de locura impredecible, tanto como el que una madre y un hijo acaben follando impregnados de lascivia. 
En lo que respectaba su madre se sentía bien con la situación. Al fin y al cabo, pensó, era el sino de la historia del ser humano. Unos son más dependientes y los que mandan necesitan saber que su labor es reconocida. Siempre fue así. Además el macho siempre ha de disponer de una hembra, y viceversa. Podría tratarse de un nuevo orden de valores por lo que se veía normal el giro de la relación con su madre, ahora ella era una hembra en edad de procrear todavía y él un macho alfa que debía cumplir con el mandato de la naturaleza, inseminar a cuantas hembras pudiera. Normal, humano y natural.  Una brisa fría bajó de las montañas justo cuando se disponía a bajar del tejado. Achacó a su locura el suspiro que llegó a sus oídos… “¡Socorro….!” Lo sintió en la nuca pero a la vez lejano, como si viniese de detrás de las montañas. Miró en la dirección desde donde lo sintió. La montaña permanecía inerte y señera, poderosa y distante. Todo estaba tal cual estuvo siempre. Además, detrás de aquella montaña solo había árboles, más y más altos. Tal vez fuese que realmente se estaba volviendo loco. Cenaron mejillones enlatados y sopa de cebolla.

El calor del caldo le rejuveneció por dentro, el placer de aquellas humeantes cucharadas le asentaba y transportaba a cuando todo era normal. Un efecto similar al de dormir, cuando al despertar siempre sentía un segundo de felicidad antes de llegar el terror. No hablaron, como hacían casi siempre. Y apenas se miraron. Ella vestía otro de sus vestidos, esta vez uno rojo burdeos. Uno de los más atrevidos que guardaba, pues la caída llegaba hasta unos cuatro dedos por encima de la rodilla estando de pie, y algunos más al sentarse. Ella se cruzó de piernas mostrando todo el muslo izquierdo. Jaime se embelesó, era muy bello, sin duda. Ella le miró de reojo y soltó un soplido para hacerse notar, como una especie de ritual que indicaba que iba a hablar… 
“Hice lo que me dijiste, hijo mío”. 
Jaime sonrió magnánimo. Intentó imaginar cómo sería su coñito depilado. Miró sus piernas de nuevo, ella lo notó y se descruzó. Acto seguido movió su silla hacia la de él y se acomodó abriendo las piernas. Pudo verlo entero, algo sombreado por el vestido que abarcaba medio palmo de muslo. Estaba rasurado lo suficiente como para ver los labios carnosos y la raja vaginal totalmente depilado, a simple vista parecía una obra maestra, a tener en cuenta que solo contó con una cuchilla y algo de jabón para el trabajo. Le pareció más pequeño y acogedor, mucho más bonito, realmente lo era. No pudo controlar una erección de caballo. Más provocada por la obediencia de su madre al depilarse que por la vista en sí… 
– “Estupendo. Creo que has hecho un bello trabajo, ha quedado realmente bonito, ahora me voy a correr mucho más a gusto ¡Me excita mucho más!”. 
Ella se giró de nuevo y siguió comiendo su sopa… 
“Gracias amor, estoy segura que así me vas a llenar más veces el útero con tu potente semen… con más cantidad, ¡No sabes cómo deseo tener mi panza llena de tus hijos! ¡Quiero darte muchos...tantos como te apetezca hacerme!”.

Cuando acabó de comer dejó su plato en el fregadero. Su madre empezó a fregar. Dio una vuelta por la casa para comprobar que todo estaba bien fuera. La noche era estrellada y había cuarto menguante de luz plateada, la suficiente para no atisbar sombras extrañas. Todo parecía en orden. Se sentó en el butacón del salón con la escopeta en la mano e inició una de sus silenciosas noches de vigilia. Cuando su madre terminó de fregar y recoger la cocina se sentó en el butacón frente a él y estuvieron en silencio. Como tantas y tantas noches. Jaime sintió un impulso atroz de comer el coño de su madre, recién rasurado y limpio, tendría que ser una delicia. Ella lo miraba cruzada de piernas, de vez en cuando cambiaba de apoyo dejándoselo ver en pleno movimiento. Ella respiraba agitada, él aguantaba tranquilo, cambiando sus miradas de vigilante del exterior a observador de su madre. Ella parecía cómoda, el brillo de su mirada era diferente al de tantas noches de aquella situación. Parecía no estar tan pendiente de los ruidos del exterior, como siempre hacía, como de provocar el que su hijo se abalanzase sobre ella. Jaime decidió no sufrir más… 
“El sofá ha quedado muy limpio, buen trabajo mamá”. 
– “Gracias mi amor, me halaga que te des cuenta de mi trabajo”. 
– “He pensado que podemos intentar recuperar la rutina anterior. Deberías dormir por las noches y darme el relevo vigilante desde el amanecer hasta mediodía”. 
Ella pareció decepcionada… 
“Sí mi nene. Si crees que es lo mejor así se hará. Buenas noches”
Se levantó y se encaminó a las escaleras. La detuvo justo antes de empezar a subir. – “Por cierto, mamá, antes de acostarte”. 
– “Dime mi vida”. 
Le habló mirándola a los ojos con ternura como quien realmente ama a una mujer.
“Antes de marcharte, desnúdate y siéntate en el sofá. Ponte cómoda abierta de piernas. Necesito evadirme un poco antes de enfrentarme a esta noche en soledad”. 
Ella sonrió y dejó escapar un errático suspiro de expiración. Fundida de nervios y excitación… 
“Lo que tú desees hijo mío, tu madre está dispuesta a que el guerrero se satisfaga en mi cuerpo, ¡Yo también lo necesito mi vida!”. 
Se sentó en la mitad del sofá de dos plazas que se extendía desde la ventana central, en torno a la cual se encontraban los dos butacones, y la puerta de entrada. Colocó su culo justo en la separación de las dos mitades del biplaza. Se abrió de piernas, completamente desnuda. Jaime la observó, las tetas parecían más caídas en esa postura que las hacían más pesadas, y no guardaba relación con el majestuoso coño, el cual podría pasar por el de una mujer de veinte años o menos. Dejó la escopeta recostada contra la pared bajo el ventanal y acercó la vela desde la repisa donde solía estar hasta una mesita más próxima a donde se encontraba ella. Se levantó despacio y se arrodilló frente a ella. No hacía falta hablar. Se acomodó y sostuvo a su madre muy abierta agarrándola por la zona inferior de los muslos, rozando las nalgas con los dedos. María era pequeña y bien manejable, extraordinariamente dócil, sumisa y caliente como una perra. Primero lo besó, dejando deslizar la lengua inocentemente, trayendo consigo olor a mujer mezclado con el jabón barato que usaban. La miró, reposaba la cabeza en la espalda del sofá, decidida a pasar un buen rato. Ahora le pasó la lengua desde el ombligo hasta el ano, y vuelta a subir deteniéndose en el botón de su clítoris. Jugó haciendo círculos y dando lametones de abajo arriba y viceversa. María empezó a retorcerse lentamente en el sofá. Sus manos agarraban la cabeza de su hijo, acompañándola en los movimientos y dejándole hacer, sin dirigirle. Él la miró de nuevo, ella sonrió acariciándole el pelo… 
“¿Te gusta así mi vida como me ha quedado?” 
– “Delicioso, con estos poquitos pelos es exquisito, todo un coño exquisito de mujer joven” 
– “Me alegra que te guste amor ¡¡Cómeselo a mamá, necesito que lo pruebes!!”.

Esto último lo dijo con voz susurrante. Regresó al trabajo. Al lamer de nuevo lo encontró más abierto y húmedo, esperando de nuevo su lengua. Lo lamió y besó, mordisqueó los labios vaginales y acabó metiendo uno, dos, tres dedos. Lamió el ano mientras sus dedos no cesaban de penetrar, y ella lo acompañó de gemidos aprobatorios, que llenaban la casa del ruido caliente de hembra en celo. Jaime se levantó y se desnudó. Había bebido el suficiente jugo como para saber que el conejo de su madre necesitaba una buena polla, y él podía ofrecerla. Se desvistió por completo y se acopló a ella, la cual lo recibió sin cambiar de posición y con los brazos y piernas abiertas. Algo agachado, sin llegar a apoyar las rodillas en el sofá, la trabajó con empujones de fuerza, intentando no parecer torpe, de menos a más hasta lograr introducirla entera. Ella le tenía abrazado en torno a la nuca y echaba un poco el cuello hacia delante para lamer sus pezones…, lo cual le daba más ánimos para seguir y seguir. Se encontraba pletórico, sintiendo que aguantaba lo que quisiese, sabiendo disfrutar del momento.
Su madre era una  espléndida folladora, nada que ver con la torpeza y vergüenza mostrada la primera vez. Ahora, desatada, ni se acordaba de Dios en mitad del acto…, solo se centraba en ser placentera y generosa, disfrutando todo lo que podía del joven que la penetraba con fogosidad inusitada… “Cambiemos”. A su orden ella se levantó, ahora se sentó en el mismo sitio donde estaba ella y le extendió los brazos, allí atados para entregarse completamente, con sus gemidos y gritos inundando cada rincón de la casa. Antes de proceder a seguir follándola, ella tomo la iniciativa, ella sabía que verla prenderse de su verga y juguetear con su lengua en su glande era la locura para Jaime…luego sus labios prendidos del recio cipote iniciando un sube y baja bucal, y todo sin que su lengua dejara de darle placer, dentro continuaba en su juego de lamidas en el glande hinchado, duro y brillante ¡Qué mamadas daba María a su hijo! Y encima, la condenada no se olvidaba de los gemelos, degustándolos uno a uno y dejándolos bien ensalivados… ¡Una delicia! De allí buena la fama que tienen las siervas de Dios, de mantener siempre satisfechos a sus machos.

Después eso, el chico era quien tomaba manos a la obra y hundía su cara entre las piernas para saborear todos los pliegues de una vagina jugosa y, jugar con su clítoris, lo bueno de eso es que María no tenía pelambrera púbica y, así me libraba de atorarle con algún vello. Mientras seguía comiendo y comiendo pepita, la madre me revolvía de los cabellos ahogada en suspiros de placer. Una vez de quedarse sin lengua, me movió agarrándole la polla, llevándola hacia la entrada vaginal y procediendo a empujar el glande juguetón hasta que desaparecía dentro de la cueva del placer. María le invitaba para que se eche encima de ella y quedar abrazados con la verga llenándola por completo… 
– ¡Qué bien se siente mamá! 
– Sí, muy bueno cariño… es increíble sentirte dentro de mí
– ¡Estás mojadísima y caliente! 
Espetó moviendo su tranca dentro de ella… 
– ¡Mmm qué grande!
Le sonrió generosa y satisfecha. 
– Siento como choca con el fondo de mi vagina. 
– ¡Sí lo sientes¡ Yo también siento mi glande chocar con algo. 
– La primera vez me dolió un poquito pero ahora se siente delicioso.
Respondió pasando sus brazos por detrás de su cuello y fundiéndonos en un beso húmedo y lascivo. Lentamente sus cuerpos se fueron entregando al placer, mientras el rígido falo se abría paso entre las paredes vaginales de su joven madura amante y que poco a poco se iba calentando más…, y lo sabía pues el termómetro de carne así me lo señalaba. Con los minutos que fueron pasando, la casa se llenaba de sus gemidos y quejidos…su hijo no se detenía en el mete y saca, bien prendido a una de sus tetas que alternaba pasando de una a otra como si de un bebé se tratara. Luego, cambiamos a cuatro patas notando que su ano le guiñaba deseoso, decidió esperar para más adelante pues no tenía lubricante a la mano para poseer ese rincón aún virgen de ella. Así que agarró el cipote y poco a poco mientras empujaba, el glande fue desapareciendo dentro de la raja tragona de su madre, una vez que tuvo la mitad en su canal vaginal lleno, la sujetó de las caderas y empezó a moverme con suavidad, algo que no duró mucho tiempo, pues segundos después dejaba ir mis caderas con velocidad provocando los gritos de la madura…
– ¡Ouuuuuuuuuu! 
Se quejaba la madre. El hijo ralentizó la acometida… 
– ¡Nooooooo! Sigue, sigue, gruñó presa del placer. 
Esta sierva del Señor se le entregaba por completo y yo solo podía seguir gozando con su cuerpo, algo mutuo porque ella pensaba que cada centímetro de esa verga le pertenecía por derecho…
– ¿De quién es tu cuerpo Mamá? 
– Tuyo amor, todo tuyo,  respondió ahogada en gemidos. – Haz conmigo lo que quieras.

Ella agarró su mano y se acercó. Se acopló de rodillas en torno a su cintura. Con su mano derecha se la agarró y la clavó, luego se sentó sobre él. Quedaron abrazados y moviéndose a la vez. Él le agarraba las nalgas, las cuales se movían sensualmente de arriba abajo, acompañando el movimiento que desde abajo le llegaba en sentido contrario. Ella le abrazaba y miraba fijamente a los ojos. Se besaron profunda y apasionadamente, compartiendo salivas cada vez más espesas, en una insistencia maternal de mantener siempre la lengua muy dentro de la boca de su hijo, recorriendo sus dientes. La saliva caía a sus ubres, las cuales él lamió a la vez que María echaba la cabeza hacia atrás, moviendo el culo más fuerte restregando el clítoris contra el pubis de su hijo buscando el placer en el clímax exiguo de aquel momento único. Y a pesar del calor por la acción de los cuerpos en el acto sexual, no bajaron las revoluciones y así empapados en sudor no pudo aguantar más y terminó por eyacular abundantemente, llenándola por completo, justo cuando sentía que se corría su madre. Ella no dudó un instante y lo apretó más contra sí buscando que la llenase de esperma espeso y fértil…con un profundo gimoteo orgásmico provocó el final de su hijo. Gimieron y gritaron a la vez. 
Él percibió que la cueva se humedecía considerablemente justo en el momento de eyacular, sintiendo una maravillosa situación placentera, nunca antes vivida y los chorros de leche salieron expulsados hacia el interior de la matriz maternal. Inseminar a su madre con tanta leche solo le producía morbo y lujuria incontenible donde la adrenalina se propagaba como la pólvora por todo su cuerpo desde su cabeza hasta la punta de la polla. Sus fuerzas le abandonaron por un momento y dejó caer todo su peso sobre ella que cedió ante eso y quedaron echados en la cama, ella abajo y su hijo encima con la verga aún dentro de su coño palpitante. Y al sacar el cansado ariete quedaron dormitando sin temor alguno, esa habitación olía a puro sexo. Esa noche María durmió feliz con su vagina repleta de semen filial, soñando que los millones de bichitos pugnaban por conquistar sus ovarios trepando por la trompa de Falopio…, y Jaime no dejó de rememorar el que, probablemente, habría sido uno de los mejores polvos de ese mes ¡Su madre se alzaba como una gran folladora, sumisa y consentida! Nunca hubo uno antes con tanta sensualidad, intensidad, compenetración y ternura. Madre no hay más que una y María le había cogido el gusto de fornicar para complacer a su hombre excusando a su conciencia de su verdadera necesidad de ser follada por un macho tan viril como su hijo, una relación que día a día se hacía más imperiosa, repleta de morbo para ambos… percibir el olor del semental, solo era comparable a tener el rabo de su hijo aprisionado entre las paredes del coño.

CONTINÚA...

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