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UNA HISTORIA DE AMOR. Y si tú no has de volver...

    "Y si tú no has de volver" 1ª PARTE "Una para el otro y otra para el uno". Esa frase la repite una y otra vez mi ...

El Día Después. Desenlace final




Las horas parecían siglos bajo el prisma de María. Siempre captó esa percepción diferente del tiempo, desde que el suceso la dejara encerrada sola en aquella casa de campo, estando su marido cortando madera en el bosque. Recordó como percibió algo de repente, no supo muy bien el qué…, fue como si el mundo se diese la vuelta pero sin que se moviera nada alrededor. No olvidará cuando vio a su marido, sin serlo, intentar entrar en la casa. Con otra cara, otra mirada, otro semblante, otras intenciones. Tras de él varios hombres más que no conocía, hombres que deberían haber andado por allí cerca cuando todo acabó... Después su hijo le salvó la vida. Desde ese momento todo avanzó despacio, pasaron meses que fueron como siglos. Más tarde se convirtió en la amante de su hijo, aunque el tiempo seguía detenido. 

Nunca jamás volvería a estar en paz consigo misma…, pero eso ya le daba igual. Desde que se entregó a la primera follada que le dio su Hijo, algo volvió a cambiar en ella, como si el mundo hubiera vuelto a dar otro giro sin que nada se moviera. Aquel suceso instó a hacerle correr la sangre por las venas, sintiendo fuego en las entrañas, un punto de inflexión en su vida, que le hizo ver que ya nada era lo mismo... y ya no podía estar sin follar con su hijo, sin ser la mujer que le diera infinito y generoso placer. Le gustaba ser su zorra, quería ser su sierva poseída por un instinto animal. Tal vez se perdiese el tiempo rezando, tal vez el mundo del ser humano hubiera acabado, y sin seres humanos no había Dioses ni Diablos. Solo supervivencia y miedos. Lo cierto era que los errabundos no durarían mucho sobre la faz de la tierra y quedarían los humanos capaces de sobrevivir a sus ataques cada vez más escasos.

Su hijo era el macho que la protegía y ella la hembra que lo mantenía satisfecho. La presencia de otra hembra más joven ponía en peligro dicha relación. Sí, había que luchar, no por ser más vieja iba a ser menos mujer, y estaba dispuesta a demostrarlo…, tendría que abrir bien los ojos de su hijo, y estaba decidida a hacerlo. La mejor forma de recuperar su territorio, o al menos mantener el mismo nivel de dignidad que la joven hembra, era demostrar al macho cuanto podía darle…, y hacerlo junto a Sara, para que Jaime pudiera valorar lo que tenía por Madre. Aprovechó el sueño de su hijo de la mañana siguiente para hablar con Sara. La joven estaba cuidando el huerto, quitando malas hierbas. Esas hierbas de color pardo y marrón, con pinchos, le daban mucho miedo pues las percibía como el símil vegetal de los errabundos. Desde el suceso su número había aumentado en el huerto. A veces tenía la pesadilla que una inmensa enredadera errabunda se colaba por su habitación y la aplastaba dulcemente mientras dormía.  El Sol estaba cerca de su punto más alto. María fue y la citó en diez minutos en la casa, cuando acabara de quitar las malezas tomateras que tenía entre manos. Le ofreció un poco de agua y la hizo sentar en el sofá, luego se sentó en una silla frente a ella…. 

“Imagino que Jaime te habrá puesto al día en todo lo que venimos haciendo en esta casa desde que el mundo acabó. Te habrá contado los quehaceres diarios y me consta que te ha comunicado las nuevas rondas de vigilancia rotativa. Ya conoces nuestros excelentes suministros: comidas, ropas, armas, vehículos, gasolina, camas….”

Sara asentía con seriedad, como una alumna aplicada ante profesora que repite una difícil lección por segunda vez para los más torpes. 

“Él es un hombre fuerte y valiente. Siempre lo ha dado todo por mantenerme a salvo, ha puesto su vida en riesgo por salvaguardar la casa. Y no dudo que hará lo mismo por ti, pues te ha admitido como un miembro de pleno derecho en esta casa. Y por lo que veo tú has sabido ser agradecida, y yo como su madre que soy estoy orgullosa de él y de ti, de que sepas interpretar literalmente tan difícil situación.” 

Hizo una pausa, dejando que Sara fuera digiriendo todo lo que le estaba diciendo. 

– “Sé que sabes que yo soy la hembra de la casa, sé que conoces que soy quien le ha dado placer de aquí atrás, y deduzco de tu frialdad, que no te has extrañado de que sea su amante siendo su madre... este mundo ha cambiado mucho y las cosas son distintas, la antiguas reglas se han roto y ahora hay otras...” 

– “Señora yo en ningún momento he pretendido ofenderla. La noche que llegué estaba confundida, no sabía realmente quienes erais, yo… solo quería encajar, ofrecer mi cuerpo en forma de recompensa. Ahora sé que sois buenos, que sois legales, ¡no se puede hacer una idea de lo que he sufrido!” 

– “No malgastes palabrería cariño. Si algo has dejado claro es lo puta que eres, a mi no me engañas con tu cuerpecito de niña. Mi hijo es menos ingenuo de lo que crees, sabe que te han follado unos cuántos hombres... ¡¡Has sido su perra!!  Esto lo escupió.

– “Su hijo me hace sentir bien, me siento segura ofreciéndole mi cuerpo. No quisiera quitárselo, usted seguirá siendo la mujer de la casa. Yo solo quiero mi hueco donde poder colaborar y donde podernos sentir satisfechos, creo que su hijo me quiere hacer su pareja… y tal vez desee que usted vuelva a ser solo la madre. Doña María, siempre contará con mi respeto y haré todo lo que me pida en la casa.”

Sara parecía irónica, cosa que a María no le gustó lo más mínimo. 

“Escucha atentamente. No pretendo arrancar a mi hijo el lujo de gozar de tu cuerpo, no se me ocurriría después de lo que ha hecho por mí. Pero yo seguiré siendo, no solo la señora de la casa, también su primera amante. Si eres capaz de adaptarte a ello podrás seguir aquí.” 

– “Con todos mis respetos, el que siga o no aquí no es decisión suya, sino de Jaime…, pero me será útil saber cuánto le incomoda y alerta mi presencia. No obstante intentaré ser digna y útil para los dos. Siempre muy agradecida del hogar que me han brindado.” 

María hizo una pausa solemne, dispuesta a abordar el motivo de la charla de adoctrinamiento. 

“Supongamos que nos desea a las dos. Hagámoselo saber, esta noche tras la cena le seduciremos las dos. Le daremos una ración de sexo que nunca olvide, que le haga sentirse el hombre más afortunado de la tierra. Ambas le necesitaremos, si está contento con las dos, ambas estaremos seguras bajo este techo. La perra de su madre y la joven zorra. Que nos tenga a las dos a la vez. Nos vendrá muy bien a los tres.”

Sara se relamió imaginando el cuerpo voluptuoso y maduro de María por encima de su vestido, no sería su primera relación lésbica. 

– “Si la señora lo ordena así, así será.”

Sara continuó su labor en el Huerto y María fue a la cocina a preparar la cena. Mientras pelaba los tomates y reservaba una lata de sardinas, su coño humeaba chorreando, empapado. Después de la cena Jaime les dijo que se fueran a dormir, que él estaría vigilante hasta la mañana siguiente. Su madre le ofreció la botella de whisky. Él la cogió y Sara imploró, con voz de gatita celosa, si podía beber un trago. Él le pidió a su madre un vaso para la joven pero ella le dijo que no, que primero bebiera él, no había necesidad de ensuciar un vaso. Sara vestía con minifalda, un antojito que tuvo en el asalto a una de las tiendas de moda joven del centro comercial. La minifalda era de color rojo, muy rojo, rojo dañino para la vista, cuyo contraste con la piel morena, unido a lo excesivamente corta que le quedaba, pues mostraba casi medio trasero, otorgaba al conjunto caderas-trasero-muslos, un halo erótico jamás soñado por ningún estilista pornográfico…, digno de un mundo que no era mundo. Además una discreta, aunque ceñida camiseta azul, que apenas le tapaba el ombligo y abultaba exageradamente los firmes pechos. María como solía, vestido clásico. Color crema, ceñidito de cintura, de ancha cintura todo sea dicho. Y mínimamente escotado, de sus monumentales pechos todo sea dicho, los cuales vencían momentáneamente a la gravedad por el sujetador. A pesar del puterío con el que vestía la joven, a Jaime le pilló por sorpresa que se sentase sobre sus regazos y le besara con el fin de beber el whisky del trago que acababa de dar a la botella.

El trasvase fue casi perfecto. Luego ella le arrebató la botella de las manos y dio dos largos tragos, seguidos de otro gran sorbo el cual depositó de vuelta a la boca de Jaime, acabando refrenado su lengua por el interior de su boca, metiéndola muy adentro. María les miraba de pie desde la cocina, almacenando humedad, las gotas generadas en su coño ya le resbalaban pierna abajo, tan excitada y caliente que empezaba a correr el riesgo de morir por combustión espontánea. Su devoción convertida en lujuria. La joven permanecía sentada sobre Jaime, bebieron un poco más, cada uno de la boca del otro. Luego ella se deshizo de la camiseta, lanzándola contra las tablas que protegían la amplia cristalera del salón. Sus firmes tetas quedaron al alcance de Jaime. Él las agarró y las lamió, su polla hacía rato que estaba preparada para la acción y conocía perfectamente de la presencia trasera de su madre. No sabía muy bien qué estaba pasando, simplemente dejaba hacer a sus gallinas. 

“¡Tetona!, creo que nunca me voy a cansar de comerte las tetas Sarita” – “Mi rey, ni falta que hace, vamos mi señor cómelas enteritas.” 

Cuando llevaba un rato lamiéndolas, ensalivándolas en profundidad, lo levantó y lo sentó en mitad del sofá de tres plazas. Haciéndole un bailecito se deshizo de la minifalda y de las minúsculas braguitas, quedando totalmente desnuda. Luego se echó sobre él, quitándole el chaleco descubriendo su torso desnudo y musculado. Le lamió el cuello y el pecho y le hizo señas a María para que se acercara. María llegó como una perrita obediente y se sentó al lado de Jaime. Sara sonrió y se sentó al otro lado. 

– “Hola mamá, qué pasa ¿Quieres un poco de caña?” 

– “Ya sabes que sí, estas al corriente de mi generosidad ante el señor de la casa”. 

La vio guapa, con belleza natural, aunque más teñida. Recordó su espectacular coño maduro rasurado…, ardía en ganas de volver a saborearlo. Ya tenía a Sara desnuda ahora le quedaba su querida madre. Se levantó y la desnudó poco a poco, María se iba moviendo por el sofá, levantando las caderas, dejándose hacer para facilitarle la labor. No tardó en tenerlas a ambas desnudas sobre el sofá, pegadas pero sin tocarse ni mirarse. Visiblemente muy calientes, el coño de su madre brillaba mojado. Las contempló un instante. Las diferencias eran enormes grosso modo. Pero entrando en los detalles su madre ganaba enteros frente a aquella chica. Los pechos no eran del mismo tamaño ni forma, es decir muy grandes y algo caídos los de su madre, firmes los de Sara. Su coño, sin embargo, lucía mejor su madre. Tenía mejor coño, las cosas como son. Un poco más grande y más bonito, totalmente depilado… se mostraba más jugoso y atractivo a simple vista. Recordar el calor que emitía y lo confortable que estaba su polla allí dentro sintió un escalofrío de puro gusto que le recorría la espalda hasta la nuca. Por lo demás Sara ganaba en todo lo demás, más guapa, aunque su madre también lo era, un poco más alta y con el pelo mucho más bonito. Pero eran dos mujeres por los que muchos hombres hubieran matado por catar en la cama cuando el mundo era mundo. Y estaban allí, desnudas ante él, dispuestas para él.

Se arrodilló ante su madre y la abrió de piernas. Ella mostró una sonrisa de plena satisfacción, de orgullo materno. Le agarró la cabeza y lo atrajo hacia su sexo… 

“Ven mi vida, come del coño de mamá, amor mío.” 

Sara miraba en silencio tenso. El lametón primero le salió del alma, realmente llevaba días sin estar con su madre y ya añoraba lo bien cuidado que lo tenía para él. María se acomodó muy abierta, facilitando que la cabeza de su hijo entrase fácilmente entre sus piernas. Su cara ladeada hacia el lado opuesto al que se encontraba Sara. Gimiendo, queda y continua, sintiendo la lengua cálida. Jaime por su parte se agarraba a sus muslos para no caer en el abismo de aquella deliciosa y bien cuidada cueva. Sara empezó a tocarse la pepita mientras miraba, pero más por el impulso de una actriz porno que recibe esa orden del director que por otra cosa…, no se encontraba demasiado caliente, se tocaba porque era lo correcto en aquella situación. Sabía, no obstante, que se jugaba mucho en ese momento, si dejaba que la madre se impusiera, tal vez quedase relegada a un plano residual de la convivencia. 

Ella se sabía guapa y atractiva, su juventud era un manantial de vida y pasión. La novia ideal para aquel chico fuerte, pero tal vez eso hubiera quedado bien en el mundo anterior. Ahora ese chico le comía el coño a su madre y fuera no cantaban los pájaros. El mundo no era el habitual, el dominio hembra había sustituido al de mujer, para bien y para mal. Jaime ahora frotaba el coño de su madre, haciendo círculos con las yemas de los dedos índice y corazón. Miró a Sara y le dio una palmadita en su muslo mientras le dedicaba una sonrisa. La joven se arrimó a María y le besó en el cuello, luego lo lamió, deslizando la lengua como un cachorrillo por la piel de aquella mujer. María reaccionó al contacto y giró la cabeza hacia ella. Su cara trasmitía, con los ojos a medio cerrar, todo el placer otorgado en su sexo. Sacó también su lengua y Sara reaccionó buscando su boca.





Se morrearon durante un instante, luego Sara bajó y comenzó a lamerle las tetas, no sin antes tener que levantarlos de su permanente posición pesada. Le costó levantarlos más de lo que hubiera jurado, el peso de aquellas grandes ubres era respetable. Manteniéndolos en alto, a la altura del cuello de María, lamió detenidamente los pezones, a la vez que Jaime daba otra tanda de lametones, bocados y lengua introducida en el coño de su mamá. Mientras, en el exterior era noche cerrada. La luna brillaba en cuarto menguante y las estrellan tiritaban. Pocas nubes, noche buena de ¿junio?, tal vez sí, junio. La luz de las velas del salón, donde en ese momento Jaime comía el  agujero por donde salió al nacer y la guapa y atractiva Sara lamía los inmensos y caídos pechos de María, se filtraba tenue y tétrica a través de las tablas que protegían las ventanas de la que fue una amplia, elegante y cuidada cristalera con vistas. En lo alto la casa iluminada débilmente por la noche, y pariendo la distinta luz de las velas, aquella casa parecía maléfica, como sacada de un cuento de terror, como recién aparecida desde otra dimensión, sin tener nada que ver con el paisaje que la rodeaba. De hecho ni la pelada colina, en cuya cima descansaba, parecía encajar en aquel paisaje de bosques y altas montañas. 

Desde la frondosidad del bosque unos ojos ensangrentados miraban la casa. El rugido continuo que emitía una boca desencajada y casi sin dientes parecía querer decir algo al aire, parecía querer comunicar algo a la casa, que la miraba distante, fría y cálida a la vez. Aquella alma perdida, con apariencia de mujer, podía haber andado en cualquier dirección, pues llegó hasta aquel punto como podría haberlo hecho a otro cualquiera. Posiblemente llevaría meses deambulando en soledad. Lo cierto es que aquella casa le atrajo desde que la vio, sus ojos quedaron clavados en ella. Poco a poco fue arrastrando sus pies colina arriba. Jaime dejó de comer y las contempló besándose. Le gustó lo que vio. Se sentó en una silla frente al sofá y se desnudó, quedó mirando y acariciando su enorme polla. Sara y María le miraron de reojo, captaron la idea y siguieron con el numerito. Las dos estaban también completamente desnudas, María se levantó dando la espalda momentáneamente a su hijo. El cual se echó un poco hacia adelante para dar un azote en sus nalgas, las cuales quedaron bailando firmes como una gelatina. 

“Veamos a que saben los humedales de Sarita.” 

Sara obedeció a la voz de María. Se abrió mucho para dejarla entrar. María se arrodilló de forma que su trasero quedase siempre erguido en dirección a Jaime, el cual quedó a escaso medio metro de él. La posición no debía serle muy cómoda, pues tenía que arquear mucho la espalda para hacer la especie de V en el que su boca quedaba a la altura del coño de Sara y el culo bien arriba a mano de Jaime, por si se animaba, que no le resultara muy difícil profanar su agujero en primer lugar. Era la primera vez que María lamía un coño. Al principio cerró los ojos, algo alterada y sin apetencia, pero pronto descubrió cómo se abría al contacto de su lengua, como una húmeda flor al llegar la primavera. Notó la suavidad al deslizarla entre los labios y el sabor salado del interior cuando apenas la introdujo unos centímetros.

 Sara comenzó a gemir, eso motivó de sobremanera a María, la cual incrementó el ritmo de lamidas a la vez que llevaba su mano derecha a su sexo, tocándolo y abriéndolo para que le diera el fresquito. Tanto el impúber coño joven como el rasurado coño maduro chorreaban de placer. Jaime vio como su madre se abría el coño a la vez que intentaba empinar más el cuerpo para que quedase muy a la vista del macho. Permanecía de rodillas, cada vez más metida y ensimismada en lo que le hacía a Sara, que por otro lado parecía estar disfrutando de lo lindo. Sintió que podrían reventarle los huevos de dolor, ya estaba bien de ser mero espectador de aquella maravilla, de aquel regalo del Diablo. Se arrodilló detrás de su madre y empezó a lamerle el ojete, como un perro a una perra. Solo que esta perra estaba lamiendo el coño de otra perrita.

Al sentir la humedad, meneó suavemente las caderas agradeciendo que ya estuviera ahí, y se sintió más motivada para incrementar la intensidad del trabajo que realizaba a la joven. Ahora, mientras su ano se llenaba de un juguetón calor húmedo, su lengua rebotaba en la parte visible del clítoris de la chavala, la cual pareció enloquecer, agitando su cuerpo, como poseída, de lado a lado y gritando y gimiendo y suspirando…, pero manteniendo las piernas muy abiertas y quietas para que María pudiera seguir haciendo. Le agarró las nalgas para que dejara de mecerse y así poder concentrarse en comer el ano y el chumino de su madre, que le supieron exquisitos. María quedó quieta, moviendo a su vez de forma compulsiva la lengua…, solo la sacaba del coñito de Sara para escupir pelos que se le enredaban en el paladar. Se levantó y se colocó sobre su madre. Ella notó como se disponía a montarla, así que apartó momentáneamente la cabeza de entre las piernas de la joven y miró de reojo, girando un poco la cabeza hacia atrás, para deleitarse con lo que se le venía encima. Jaime se situó justo encima, flexionando las rodillas y agarrando la polla por los huevos para mantenerla firme en picado. María ronroneó cual gata colocándose bajo su hijo y empinó más el culo para que la atravesara con mayor facilidad con su pollón. Sara observaba, plácida, sin perderse detalle, desde una posición de lujo. Se la clavó por el culo y apretó con fuerza hasta meter casi la mitad, con pequeñas clavadas fue metiéndola forzándola con las manos abiertas sobre su espalda. María tuvo que hacer fuerzas para que el empuje del macho dominante no la estampara contra el suelo. Los gemidos desgarrados de dolor de María invadieron el exterior.

La errabunda se detuvo en mitad de la colina. Ladeo su cabeza observando la casa, como queriendo digerir que aquel grito provenía de allí adentro. Su cabeza a penas tenía pelos y una de sus orejas estaba descolgada y golpeando contra el cuello a favor del viento. Como la madre ya no le prestaba atención. Demasiado ocupada estaba en morder el sofá mientras se desgañitaba del dolor provocado por el enorme cipote que le rompía el culo a fuertes embestidas, Sarita se levantó y se fue al lado de su salvador. Sonriendo acarició la espalda de María y separó un poco las nalgas para comprobar de primera mano cómo le entraba la polla. Jaime sudaba y se concentraba en durar, pero tuvo otra sonrisa en respuesta a la chica. Ella le besó con lengua y luego se situó detrás. Su pelvis se acopló al culo del chico, acompañando en el movimiento algo lateral y algo de arriba abajo, mientras sus manos acariciaban los músculos del pecho, dando pellizquitos en los pezones del protector. Como si ella le follara a él y el rompiera a la otra desde arriba. Se separó un instante para ver la escena a cierta distancia. 

Era verdaderamente conmovedora de pura lascivia. El hijo clavando en el culo a su madre a pollazos, cada vez más contra el suelo. Ella, por su parte, agarrada como podía contra el sofá, visiblemente muy dolorida, recibiéndolo de forma sumisa, manteniendo en todo momento el trasero muy arriba para facilitar la labor. Le pareció entrañable lo que una madre estaba dispuesta a hacer por un hijo. Quiso darle algo de placer en aquel mar de dolor en el que se había visto metida. Se arrodilló tras ella y se acercó, agachándose, hasta su coño babeante. El ruido de la polla rasgando la piel del culo le sonó desolador, pero ahí seguía a pesar de las súplicas de placer que empezaba a mostrar la madre. Debido a las embestidas había cierto movimiento, pero no le fue difícil colocar sus manos en torno al coño para abrirles los labios y meter su lengua. El efecto de su lengua fue inmediato. Aquella mujer dejó de gritar llegando escapar un gemido ostentoso de puro placer, los flujos vaginales no tardaron en salir a raudales, siendo tragados en gran parte por Sara.

Era como si, a pesar del dolor, aquella situación excitara de sobremanera a María, pues esa forma inmediata de correrse no fue para nada esperada. Joder. Pensó Sara. ¡¡Realmente le gusta cada vez más, ser la perra de su hijo!! Continuó comiéndoselo hasta que Jaime cesó en la clavada. Él se sentó en el sofá, algo cansado por la incómoda posición sostenida durante tantos minutos de darle por el culo a su madre. Sara se arrodilló a su lado, como una perrita dócil, respetando su cansancio. María quedó unos instantes sentada en el suelo, quejosa, dolorida. Recuperándose. Sara agarró cuidadosamente el rabo y le sopló, le palpitaba entre los dedos. Jaime le sonrió, a cuya sonrisa ella correspondió besando cuidadosamente el capullo. 

“¡Ay mi pollón!, ¿está muy dolorido después de romper el culo de la señora de la casa?”

Sonó con desdén, iba dirigido más a María, la cual sonrió irónica mientras se mordía la lengua. Cuando María miró, pasado un minuto, Sara ya estaba dándole una monumental mamada a su hijo. Miró frunciendo un poco el ceño, analítica, sabiendo valorar lo que aquella chica hacía a su pequeño. El pelo moreno caía por su cara, con el rabo apretado contra su boca mientras lo masturbaba. El masturbar y meter en la boca era todo uno, apenas hacía ruido y la abarcaba entera sin arcadas. Su hijo gozaba tanto que se sintió orgullosa de él, el orgullo de una madre por ver a un hijo feliz. Sintió una oleada de motivación. Se arrodilló junto a Sara y le frotó la espalda, llamando su atención. Ella se la sacó de su boca y la sostuvo erguida mientras la morreó. Luego se la pasó, como si fuera la botella de whisky. María la agarró risueña y la besó, dándole lametones longitudinales de abajo arriba. Luego la engulló, tratando de simular lo que le hacía Sara, pero no lograba meterla entera en la boca sin tener serias arcadas. Así, consciente de sus limitaciones y virtudes, se dedicó a darle gusto a la altura del capullo, agitando dulcemente el glande en torno a él y pajeando el resto de tallo venoso.

Su boca entraba hasta la mitad de una mamada constante, la joven lamía los huevos metiéndoselos en la boca, sintiendo la carga de semen que estaba siendo cocinado ahí dentro. Ahora las dos la lamían a la vez, cada una pasando su lengua por un lateral, juntándose a la altura del capullo, donde se morreaban dejándolo en medio de las bocas. María la dejó hacer a la joven sola, y se fue a besar a su hijo, le metió la lengua hasta el galillo y le chupó con fiereza absorbiéndole los labios… 

“¿Todo bien cariño?, ¿está mi rey a gusto con sus dos PUTAS?” 

– “Mucho, mamá, sois geniales” 

– “Mamá está feliz, la generosidad de las hembras al macho que las protege debe ser eterna y sin condición. Mamá nunca pone condiciones, y lo sabes cariño”. 

Jaime asintió con los labios simulando una O mientras miraba a la chica, disfrutando de lo que le hacía. Mientras Sara seguía con la mamada su madre le lamió los pezones y deslizó su lengua por el cuello, llegando hasta chupar las orejas. Jaime notaba tocar el cielo con la yema de los dedos, con dos hembras entregas a la lujuria. A la vez, una cabeza se retuerce por la parte trasera del ventanal de madera. Buscando mirar a través de las tablas. Observa la escena, deja ver los pocos dientes y saca la lengua, partida por la mitad. La mirada se proyecta sanguínea. El desagradable ruido constante, emitido desde algún punto indeterminado entre su pecho y cuello, podría delatarla. Sara le masturbaba, fuerte, preparándola. María le vio las intenciones de subirse a cabalgar, era la hora de mostrar quien era la perra dominante, todo lo que hiciera era poco. Así que sin mediar palabra apartó las manos de la joven de la polla de su hijo y se subió encima. Sara se apartó, visiblemente molesta pero sonrió al ver que Jaime le miraba. María se colocó de rodillas sobre su ariete y se incorporó algo, sus tetas quedaron delante de Jaime, bailando colgantes…, lo cual aprovechó para darle varias lamidas y bocados a sus erectos pezones. María la agarró y la colocó muy vertical, luego descendió, quedando engullida completamente por su cuidado, dócil y tragón coño, emitiendo un profundo y sentido gemido de gozo.





Se acopló inclinándose sobre él y comenzó una larga y lenta cabalgada, buscando un punto medio en el que ambos se encontraran a gusto. Sara se sentó en el sofá al lado de Jaime, a veces le besaba, otras veces daba una vuelta, acariciando las pesadas ubres de María y besando a ambos. ¡¡María quería que aquello durase!! Intentando infantilmente que solo fuera para ella. Iba variando gemidos, para no aburrirle. A pesar que le estaba follando muy bien, la cabalgada empezó a aburrir a Jaime, el cual miraba a Sara, que le hacía gestos de que se fuera con ella. Cuando la joven se colocó a cuatro patas en uno de los extremos del sofá, no se lo pensó más y apartó a su madre dándole palmadas en las nalgas… 

“Ale mami, buena hembra, pero ahora un rato con ella.” 

María se limitó a apartarse, visiblemente vencida con una follada mediocre no iba a conseguir nada. Vio como Sara  ocupaba su lugar y le recibía en una postura imperial, alejada de la sumisión con la que ella recibía la polla de su hijo en cualquiera de las posturas. Ella se esforzaba en ser buena amante, y sin duda lograba conseguirlo, pero Sara lo conseguía sin esfuerzo, lo llevaba dentro con estilo ¡Una puta con clase! La joven movía el culo con elegancia apoyándose en su macho, de arriba abajo con leve contoneo lateral, recibiendo la polla en su coñito enjuto y escupiéndola de entre sus finos labios vaginales, hasta casi quedar fuera entera, y vuelta a entrar otra vez. Jaime lo acompañaba con ligeros movimientos, superado por la forma de follar de aquella joven. Sus gemidos volvían a ser tan exagerados como eróticos. No cesaba de hablar en susurros roncos y femeninos, dando ánimos a mantener la polla bien erguida, a que aguantase todo lo que pudiese. Echándose hacia adelante, cayendo su pelo moreno, torciendo la espalda de lado a lado, levantando el trasero por momentos para luego caer contra la pelvis de Jaime.

La cría sabía cómo tratar la enorme verga de un macho haciéndola desaparecer dentro de su coño. Tan sensualmente atractivo resultaba que  María empezó a tocarse mirando, no podía resistir la excitación tan incontrolable que le llegó. Se tumbó en el suelo, a la altura de ambos, y se abrió de piernas para tocarse mirando. Su mano se refregaba con velocidad, Sara se dio cuenta de su estado y exageró los gemidos. 

“Creo que nuestra perra vieja necesita a su hijo, fóllatela cariño, acaba dentro de ella, se siente mal, mírala”. 

María sabía que había sido agredida de nuevo, pisoteada otra vez por aquella Diosa. Pero no le importaba, los miró implorando placer, necesitaba ser follada fuerte. Así supo verlo su hijo, el cual obedeció a Sara en su respuesta. Jaime se colocó entre las piernas de su madre despatarrada y la encajó con fuertes embestidas brutales. En su cabeza solo pretendía atravesarla con su estoque y así lo hizo entre los carnosos labios vaginales de aquella madura que acariciaban el tallo del macho en sus deslizamientos adentro y  afuera hasta lograr chasquear con sus huevos en el culo de su madre. Las grandes masas de sus ubres se batían como gelatina consistente. Jaime miró a Sara y después sin perder la vista de los ojos de María comenzó a percutir con un mayor ritmo, la boca de su madre se hizo una O intentando tomar más aliento. 

Cuando las pulsaciones de ambos se sincronizaron a 200 ppm, el semental eyaculó un enorme chorro de lefa en el interior de la vagina materna, seguido de otros hasta llenarle el coño de leche. María cerró los ojos interiorizando el orgasmo que le produjo sentirse inundada del semen de su hijo. Ella lo abrazó y lo atrajo en el momento de la corrida, al tiempo que él la clavaba hasta el fondo de su matriz. Sus bocas se encontraron, transfiriéndose la saliva de sus lenguas a la vista de Sara que no se percató de la soberbia inseminación que le proporcionó el macho a la hembra madre.

Pensó que ella solo fingía, pero se corrieron a la vez en ese instante que se olvidaron de Sara, la cual gozaba orgullosa de haber acabado dando una orden al macho dominante, y que este hubiera obedecido. Orgullosa de haber dejado claro, al menos eso parecía, quien era la hembra potente bajo ese techo y, quien merecía los galones de hembra favorita. Pero en esa ocasión fue premiada la veterana con la semilla del macho protector, el único con derecho a insertar el esperma fecundador en sus úteros. En un mundo acabado los galones se marcan como en el mundo animal, pensó, y una hembra de buen ver joven y sana debería poder a otra más vieja y estropeada. La muestra de caridad ofrecida, pidiendo al macho que acabase dentro de la hembra vieja, hizo que Sara se creyese una señora con mano derecha, consciente de la realidad del que tendría que ser el palacio donde reinara a la derecha del rey. Lo cierto es que María y Jaime se abrazaban y se corrían el uno con el otro, tocando el cielo nuevamente, sintiendo que el cuerpo de uno era la prolongación del otro, justo como antes de nacer. Sabiendo ella lo que él necesitaba. Quedaron besándose un rato, hasta que vieron a Sara, la cual continuó besándolo durante unos instantes más, antes de agarrar su polla y dejarla bien limpia a lametones, comiéndose el glande y pasando la lengua por los huevos recién descargados en el coño de la veterana hembra. Al menos le quedó el sabor de las gotas de leche de la punta del fabuloso cipote erecto.

La errabunda llevaba un rato merodeando la casa. Ahora se encontraba justo ante la puerta de entrada, husmeando todo, toqueteando por la pared. Al desplazarse un poco hacia atrás tumbó una regadera metálica que Sara había olvidado guardar antes del anochecer. El ruido metálico les llegó de improviso. Con Sara limpiando la polla a Jaime y María tumbada en el suelo a su lado, mirando el techo, pensativa y satisfecha. Jaime se levantó como un resorte, apresuradamente se vistió recogiendo su ropa desperdigada por el suelo. Les hizo una señal de silencio, colocando el dedo índice de su mano derecha sobre sus labios. María y Sara quedaron arrinconadas, desnudas, pegadas la una contra la otra. Atemorizadas a expensas de él. Jaime observó a través de la mirilla de la puerta, no había nadie pero pudo ver la regadera tirada en mitad del porche. Cogió su machete y se colocó una de las pistolas pequeñas adosada al cinturón, cargada de balas. 

Desde el ventanal del salón tampoco vio nada, ni desde la cocina y ni desde la ventana de la sala de estar. Ordenó a las mujeres que se encerraran en el sótano. Sara pidió ayudarle pero Jaime no se lo concedió. Se encerrarían y seguirían los pasos de su orden de sótano. María las sabía de memoria, se encargaría de instruir a la joven a marchas forzadas. A Sara no le hizo ninguna gracia la idea de recibir instrucciones de María, pero obedeció a su macho protector. Cuando la infranqueable puerta de acero inoxidable del sótano quedó sellada Jaime subió las escaleras con la idea de espiar desde la zona superior, donde la vista era más completa, pues solo no podía verse la zona delantera de la casa, la cual estaba bien protegida por el ventanal del salón y desde la que no vio nada. Primero se fue hacia la zona de atrás, que es la única a la que no se accede desde abajo. Entró en la que fue su habitación, ahora dedicada al almacén. Se asomó entre las tablas y entonces pudo verla, estaba quieta mirándole o eso parecía. Los brazos bajados y la cabeza dirigida justo a esa ventana. 

Tras el susto inicial Jaime pudo ver que era una errabunda. De hecho podía escucharse el murmullo constante que emitía. "¿Qué hacía allí?, ¿por qué miraba fijamente a esa ventana?" Tras revisar todo el entorno bajó y salió cuidadosamente. Se dirigió, pistola en mano y machete en cinturón, hasta la zona de atrás, amparándose en la protección de la poca claridad otorgada por la luna a medio hacer. Se asomó cuidadosamente y pudo verla más de cerca. Una oreja le colgaba y apenas tenía pelo.

Su cara, demacrada y muy blanca, miraba fijamente a la misma ventana. Se acercó cuidadosamente. A mitad de camino ella giró la cabeza hasta que sus ojos se cruzaron. Jaime quedó en posición de defensa, se guardó la pistola y cogió el machete. Ya la habría matado de no ser por aquella enigmática forma de mirar, primero a la ventana y luego a él. Frunció el ceño, le resultaba familiar. Notó como el corazón se le disparaba. Era Clara. El amor de su vida. El orgullo les separó algo más de un año antes del suceso. Cuando todo acabó estaban a punto de volver, habían quedado para tomar un café y hablarlo justo al día siguiente. Un escalofrío le recorrió la espalda. Aquello era nuevo para él. Pues ella había ido allí a sabiendas de lo que hacía, la había descubierto mirando la ventana desde la que tantos atardeceres vieron en los mágicos y románticos días de campo, justo antes de meterse en la cama a hacer el amor. Y ahora le miraba, no le atacaba. Notaba como ella luchaba contra sus instintos, como si quisiera reconocerle…

“Hola Clara, amor. Soy yo Jaime. ¿Me reconoces?” 

Como respuesta solo quejidos y ruidos infernales. Comenzó a avanzar, arrastrando los pies en un macabro baile, hacia él. Cuando llegó a él intentó atacarle. Jaime la agarró por el cuello y la inmovilizó. Ella pataleaba y estiraba los brazos buscando alcanzarle, con la boca muy abierta y los pocos dientes que le quedaban preparados para el festín. Jaime sintió pena…, por un instante estuvo tentado de dejarse morder, de vencerse. Con suerte se convertiría en uno de ellos y entonces no tendría que sufrir más. Tal vez Clara hubiera ido a liberarle de la prisión en la que vivía. Solo tenía que dejar de sujetarla y ya no volvería a sufrir más. Pero había dos mujeres que dependían de él.

“Lo siento mucho, amor mío” 

El machete le atravesó desde el cuello, por debajo de la boca, hasta los ojos, que saltaron como bolitas de billar. El fuego dio paso al Sol y las lágrimas se secaron con la brisa del amanecer. Jaime entró en casa y golpeó la puerta del sótano. Solo les dijo que un errabundo andaba merodeando. Uno solitario, nada de lo que temer. No obstante pidió que no se bajase tanto la guardia para la próxima vez. Se fue a dormir. Pidió que le dejaran más tiempo de lo habitual, necesitaba descansar. María se llevó todo el día dando órdenes a Sara… 

“La casa debe estar siempre impoluta, todo tiene que estar en el orden y la pulcritud que Jaime exige. Así que si quieres seguir aquí tendrás que ponerte las pilas. Mi hijo lleva razón, nos vendrá bien tu juventud. Mientras preparo el almuerzo deberás lavar la ropa y tenderla fuera. Recuerda, con un cubo de agua tendrá que ser bastante, y usa solo media pastilla de jabón. La colada se hace una vez a la semana y hoy toca. Apuntamos los días con tiza roja en la pared de la sala de estar. Ahora también te encargarás de ello, tras cada siete palitos rojos tocará lavar la ropa. Usa los cables de la entrada para ello; el señor los bajó del tejado en una de sus acertadas decisiones”. 

Sara obedecía a desgana, siempre poniendo mala cara, pero. Su cabeza no dejó de dar vueltas mientras lavaba la ropa fuera, sobre una madera forrada de cerámica, preparada por Jaime para tal uso a modo de lebrillo. María la miraba a través de las tablas de la cocina.

Se sentía poderosa ordenando a aquella chica. Se sorprendía así misma del cambio mental que estaba experimentando. Había olvidado a Dios y ahora solo necesitaba demostrar la superioridad sobre aquella chica…, dejar de ser solo la hembra para ser, además, la señora de la casa. Había que adiestrar a aquella joven para su beneficio. Quería hacerla dócil y trabajadora, en cierto modo era como esculpir un regalo para su hijo. No le importaba que la joven se creyera su novia y quisiera hacerlo notar, pensaba perdonarles los desplantes sexuales de intentar hacerla servil delante de su hijo. Tenía la certeza de que si no la obedecía, Jaime tomaría cartas en el asunto… eso la ataba. Sara, por su parte, admitía las órdenes. En la sesión con Jaime había dejado muy claro quién era la hembra que mandaba. Lo demás era solo cuestión de tiempo. María sería más vieja, y ella cada vez más guapa y activa, además de más atractiva sexualmente… Jaime no tardaría mucho en darse cuenta de que la selección natural era lo que debería mandar en aquel difícil momento. Agachaba la cabeza y obedecía. Pero poco a poco iba trazando un plan, y la paciencia era importante en él. 

El tiempo y el sexo jugaban a su favor. María no podía evitar recordar el orgasmo compartido que había vuelto a tener con su hijo. Aquella zorra sería muy guapa, tendría muy buen cuerpo y sabría cómo tratar a un hombre en la cama…. "Pero la manera en cómo su hijo se corría dentro de ella nunca lo tendría, el calor de una madre, el cariño infinito, la bondad y la generosidad sin pedir nada a cambio que ella le ofrecía, jamás se lo daría la otra". Y eso era, en tiempos tan difíciles como aquellos, tan importante como sobrevivir. Sonrió complacida mientras miraba a Sara lavar la ropa con el ceño frunció. El Sexo, al fin y al cabo, jugaba a su favor. Tras el almuerzo María sentía que podría dar un paso adelante en el dominio sobre la joven. Jaime había ordenado que lo despertaran al atardecer, y así estar toda la noche y la mañana siguiente vigilante. Aún les quedaban unas tres horas a solas. María se sentó en el sillón de vigilar al lado de la cristalera, con la escopeta en mano, como tantas veces había visto hacer a su hijo…, pero sin la botella de whisky. Ordenó a Sara que recogiese la cena y lavase los platos y cubiertos que habían empleado. Sentía nervios por lo que iba a pedir a la joven, algo incómodo le recorría el estómago…, pero tenía que hacerlo, convenía ir marcando el terreno cuanto antes.

“Cuando acabes de recoger, vas a venir aquí a comerme el coño. La señora necesita relax.”

Lo había soltado sin respirar, como arrancarse una muela, mientras se metía dos dedos en su encharcada raja. Lo hacía para sentirse superior pero lo cierto es que su sexo se humedecía por momentos. Sara dejó de fregar y la miró extrañada… 

“¿Cómo has dicho?” 

– “Que acabes pronto para hacerme una mamada, antes de que mi hijo se levante y desee follarme otra vez.”

Sara la miró mordiéndose el labio inferior enfadada y excitada. Aquella mujer madura era aprovechable todavía, en parte entendía a Jaime. Si por ella fuera se desharía de ella allí mismo, arrebatándole la escopeta de largo cañón y volándole el cráneo. Pero tenía algo que a veces la ponía como una moto, le ponía cachonda. Tal vez los enormes ubres que guardaba bajo sus vestidos, tal vez el sexo tan cuidado y perfectamente perfilado, tal vez la belleza de su rostro, que aún conservaba a pesar de la edad. Tal vez le recordaba a alguna de las mujeres con la que había fantaseado en la soledad de su habitación, buscando videos de mujeres mayores con chicas jóvenes. No fueron pocas las veces que se sorprendió fantaseando de aquel modo, y en ese momento lo recordó con ternura. No solo ansiaba falos, sino también vulvas, en ese momento se sintió débil. Ella siempre había sido una chica muy segura de sí misma…, tenía su vida perfectamente planeada antes del secuestro. Niña de papá rico, que estudiaría derecho y se casaría con un joven guapo y rico para ser la dueña de su hogar. Siempre soñó con ir guapa y bien vestida a las fiestas en las mansiones de los amigos, pariendo hijos y estando siempre perfecta para su hombre. Pero tuvo que vivir dos sucesos, el secuestro y el fin del mundo.

Se sentía dichosa de haber sido rescatada y su mentalidad no había cambiado demasiado a pesar de todo, pues aspiraba a ser la señora de esa casa. Jaime se podría considerar un hombre guapo y rico, dadas las circunstancias…, a pesar de todo su sueño seguía vivo. Pero en el fondo era débil. Y aquella mujer lo acababa de demostrar. Con su petición había vuelto a despertar fantasmas del pasado. Siempre se sintió vulnerable cada vez que se tocaba viendo esos videos, eran actos que la hacían alejarse del modelo de mujer que perseguía. Y ahora esa realidad estalló de nuevo en su cara…, la petición de María le trasladaba a la fría soledad de su lujosa habitación de adolescente. Por eso estaba elaborando un plan, porque necesitaba sentirse segura en los pasos a seguir para el objetivo marcado. Pero en aquel momento no quería dejar de sentirse vulnerable. En aquel momento deseaba arrodillarse entre las piernas de aquella voluptuosa mujer madura. Se aproximó despacio con la mirada perdida. María la sintió distante, la notó diferente. Se levantó un instante para arremangar el vestido por encima de la cintura y bajarse las bragas, las cuales dejó en el suelo cuidadosamente. Luego volvió a sentarse y abrió bien las piernas poniéndolas en los reposabrazos del sofá, apoyadas en los gemelos. La frondosa vulva de labios con enormes pliegues se ofrecía a la joven zorra…

– “Vamos Sarita, ven aquí.” 

Solo se le veía el coño, limpio, depilado por completo. Dos labios elegantes cerrados en un nudo, y una suerte de pulpa rojiza entre ellos, brillante por la humedad. Sus piernas eran bonitas, y esperaban abiertas y en alto a la joven. Se arrodilló ante ella. A María, la mirada perdida y excitada de la chica le resultaba tan enigmática como extraña. Pensó en dar una lección de superioridad y se encontró con un deseo en aquellos bellos ojos, diferente a todos los que jamás había podido leer en nadie. Su lengua le pareció más pequeña cuando la sacó entre sus carnosos labios. Su mirada imploraba valoración de lealtad cuando se aproximó hacia adelante; del mismo modo que un cachorro mira a un extraño dueño que ha ido a arrancarle de los brazos de su madre. Cuando la lengua resbaló contra su sexo, a María le pareció que creció al instante. Percutió impoluta entre los labios, de arriba abajo, acabando en el ano, el cual quedó humedecido, metiendo levemente la punta en él. El primer contacto había sido monumental. Nada de salir del paso, nada de ser sumisa ante su orden. Ahora la joven hacía algo que deseaba, pues no se podría empezar así algo que le hubiese repudiado o asqueado.





María empezó a emitir gemidos leves, intentando sofocarlos para no dar a Sara pistas sobre lo que le estaba encantando su trabajito. Ahogaba los quejidos pero Sara los oía, lo que le hacía esmerarse más, por entender que le encantaba. Con su boca se amoldó a la anchura y altura del sexo, colocándola abierta de modo que todo quedase dentro;  así, su lengua, ancha por no tener que salir apenas de la boca, pudo moverse de forma ágil y constante, refregando de abajo arriba, sintiendo el sabor salado del jugo de la parte rosada, y topando con el botón de la hembra mayor. Esto enloqueció a María y sus gemidos comenzaron a no ser ahogados, dando rienda suelta al gozo, sintiendo y viviendo el momento con intensidad. Nunca antes se lo habían comido tan bien. Sara se apartó lo justo para dar un respiro a la mujer. Pero enseguida se colocó más encima, pudiendo introducir dos dedos, índice y corazón, de su mano derecha, muy juntos y estirados, en el sexo de la madre de Jaime. A la vez, su lengua daba vueltas en torno al clítoris. Notaba como sus dedos se empapaban de los flujos de María, provocando un alto gemido constante que acabó en varios chillidos estruendosos de placer, a la vez que cerraba las piernas colocándose ligeramente de lado…, vaciando sus flujos en la cara de Sarita, cuya cabeza había quedado prisionera entre la zona baja de los muslos.

Sara se levantó, dando por hecho que su función había terminado, y se limpió la boca y cara, impregnada de flujos, con una servilleta de la cocina. Luego se sentó en el sofá y quedó en silencio. María había ido poco a poco. Tras estar un rato dando gemiditos de gozo pasado, se fue incorporando hasta quedar en pie, donde se puso las bragas y bajó de nuevo el vestido. Luego se hizo un moño sujetando una horquilla entre los labios, se la colocó para sostener el improvisado peinado, cogió la escopeta, se asomó entre las tablas para comprobar que todo seguía en orden y se sentó de nuevo en la butaca. Hubo un incómodo rato de silencio. Durante ese tiempo a Sara le había dado tiempo a recuperar parte de su gallardía de candidata a señora primera de la casa. Pero se sentía algo intimidada, hizo votos internos, no obstante, de seguir adelante con su plan. María la miró con mirada de desprecio, de abajo arriba, rompiendo el silencio… 

“Esperemos no haber despertado a Jaime. No quiero ni pensar qué opinaría de que la nueva perra se dedicara a distraer a la señora de la casa en horas de vigilancia.” 

Sara la miró entornando los ojos, analizando lo que había dicho, no pensaba amedrentarse. 

“Tal vez debiera saber que su madre es solo una zorra que necesita correrse para sentirse importante. No me extraña que algún día te sorprendamos con un errabundo entre las piernas. Yo sería la primera en clavarte un machete entre las cejas.” 

– “Querida Sarita. A mí ya me comían el coño cuando tú ni siquiera habías nacido. Ahora mismo podría dispararte con esta escopeta, cualquier cosa que le diga a Jaime le valdría, pues solo me necesita a mí.” 

– “Cuidado con lo que dice, señora... cada día que pasa es menos útil aquí, siga envejeciendo mientras se sienta joven y viva, pero las comparaciones siempre serán lamentables para ti.” 

– “Puta.” 

– “Vieja engreída.” 

– “¡Comecoños!” 

– “Y tú bien que lo has disfrutado... zorra vieja.”

De nuevo el silencio, miradas de odio. María analizó posibilidades de matarla de un disparo, hasta la encañonó desde su sillón. Sara no cesó de sonreír y sacar la lengua mientras lo hacía, segura de que no tendría agallas de dispararle… 

“Pero María, no te engañes. No tienes porque sentirte desplazada por mí, eso es solo algo natural como la vida misma. Yo podré consolarte como acabo de hacer, vea en mí una aliada, una amiga. Necesitará alguien con quien consolarse cuando su hijo no le busque.” 

– “Eso jamás ocurrirá” Sara rio enérgicamente. 

“¿Nunca?, ¿en serio lo dice?, ¿usted se ha visto?, ¿Por cuánto tiempo cree que su cuerpo será mínimamente apetecible? Yo le aseguro placer hasta el final, pero solo si usted se aparta hacia un lado y sabe admitir su sino de sirvienta de su hijo y de la dama de esta casa, es decir yo. Debe mirarlo de la forma más buena para usted. Yo seré su aliada, no su enemiga. Solo deje que la naturaleza fluya, que lo lógico ocurra, y yo me encargaré de que nunca se sienta necesitada.”

María sintió deseos de entregarse, de decir que sí sin condiciones, en el fondo aquella chica la maravillaba, tal vez tanto o más que a su hijo, aunque luchaba por odiarla sabía que Sara llevaba razón. Ella cada vez sería menos útil a su hijo en aquel mundo, ¿Cuánto podría seguir así?, cuatro o cinco años a lo sumo. A los cincuenta solo será alguien a quien mantener sin que pudiera dar nada a cambio…, ni sexo de calidad ni fuerzas para trabajar en la casa y el campo. Aquella chica le ofrecía, al fin y al cabo, algo más que razonable. Si no lo aceptaba tal vez esa oferta no llegase más adelante. La muy puta tenía las mangas llenas de ases, se sentía derrotada, pero tendría que sacar fuerzas, todavía no pensaba rendirse. No tan fácilmente… 

“Eres solo una cría que se cree alguien. En esta casa había rangos y ellos permanecerán intactos. Recuerda que si quieres seguir aquí tendrás que trabajar más que nadie, si dejas de ser útil tendrás que irte, o más bien morir, ya que Jaime no dejará que ningún vivo se vaya conociendo nuestro escondite. Así que más te vale dejar las películas que te montas en esa cabeza. Sigue ofreciendo tu lengua, sigue poniendo el culo a mi hijo y sigue trabajando todo lo que puedas, en caso contrario solo servirás para morir. Nunca lo olvides.”

– “Me alegra saber su opinión al respecto. El saber su respuesta a mi oferta deja todo más claro y fácil para mí.” 

– “Seguiré buscando a mi hijo y él me seguirá buscando a mí. Que quede bien claro, yo soy la primera señora de la casa y la primera amante del macho que la protege. Tú, como mucho, solo eres una putita a prueba, por parte de los dos.” 

María notó el cambio de luz provocado al ocultarse el sol tras las montañas del oeste. Se incorporó altanera y orgullosa. 

“Es hora de despertar a Jaime” 

Entonces escucharon el ruido lejano de un helicóptero, era la primera vez que oían ruidos de la antigua vida...sin duda habían muchos más supervivientes humanos, pero no era de fiar, como bien quedó claro con los dos moteros que la violaron. María hizo señas a Sara para que no se moviera y comprobó que todas las velas de la casa estuvieran apagadas. 

“¡La ropa!” 

Se apresuró a recoger la ropa y ocultarla en el interior de la casa. El helicóptero se escuchaba cada vez más cercano. Sara no entendía nada. 

– “Pero igual vienen buscando supervivientes, tal vez puedan ayudarnos.”

Jaime apareció escaleras abajo, visiblemente asustado y alterado. Había escuchado lo que Sara había dicho… 

“No podemos fiarnos de los vivos. Ese helicóptero no puede ver nada que le indique que aquí hay personas, ¡que nadie se mueva!” 

Escopeta en mano se asomó entre las tablas de la antigua cristalera del salón. El ruido empezaba a ser muy fuerte y un rayo de luz apareció entre las montañas. El atardecer avanzaba y aquella luz merodeó sobre la colina y la casa durante unos instantes, antes de posarse en mitad de la cuesta más suave de la colina.

Jaime dio una pistola cargada a cada mujer y les ordenó que estuvieran alerta y atentas a sus órdenes. Colocó el cañón de la escopeta sobre las tablas, apuntando sin perder de vista el helicóptero. Pasados unos instantes bajaron tres hombres de él, pudo ver que el piloto quedó en su posición, con el helicóptero todavía en marcha. Los tres armados, mirando intensamente la casa. Jaime disparó y abatió a uno de ellos. Los otros corrieron a esconderse. Uno echó cuerpo al suelo, protegiéndose entre las hierbas, disparando hacia la casa. El otro se fue hacia la parte de atrás. Jaime las llamó a las dos… 

“Uno está allí, tumbado en mitad de la colina, disparando. No dejar de dispararle. Olvidaros del helicóptero, necesito que ese no se levante”. 

Fue hacía arriba y buscó cuidadosamente al otro. Pudo verlo entrando en el huerto, desde la ventana de la habitación de su madre. 

“¡Maldita sea!”

Bajó de nuevo, su cabeza daba vueltas buscando un plan. 

“¡Dejad de disparar!” 

Cogió a Sara y a su madre y las llevó al centro del salón… 

“Este es el plan. Mamá tu vas a esconderte en el sótano. Preparada con la escopeta llena. Sara tú vas a salir con las manos en alto. Diles que vives aquí atrincherada desde el suceso. Ellos entrarán y yo les tendré preparada una calurosa bienvenida.”

Ella estaba dispuesta a salir cuando Jaime se asomó a la ventana del salón. Pero su cara se ensombreció. Los dos supervivientes corrieron hasta meterse en el helicóptero, el cual levantó el vuelo hasta perderse de nuevo tras las montañas. Jaime se sentó pensativo hasta que el traqueteo cesó. María salió del sótano. Ella y Sara se sentaron en silencio junto a él. Se sentían débiles, altamente dependientes de su macho. Éste levantó la cabeza, preocupado y decidido. 

“Tenemos que abandonar la casa…”

La huida se hizo inminente cuando el coche se deslizó lentamente por el camino que circulaba alrededor de la ladera,  dejando atrás la casa. María se giró para verla por última vez. La contempló solitaria en la cima de aquella colina, le pareció que estaba encantada, como sacada de una película de terror. Pero las películas que tenía en mente no eran tan crueles ni terroríficas como la experiencia que estaban viviendo…. 

“No tenemos donde ir, probaremos suerte yendo a la casa de tus padres Sara”. 

Jaime había metido en el coche un poco de todo lo indispensable. Tenía intención de volver a por más en cuanto se acomodasen en un lugar seguro, y esperaba que la casa de los padres de Sara lo fuese. Ella le miró con una mezcla entre emoción y sorpresa… 

“Gracias, Jaime, será segura ya lo verás”. 

– “Más nos vale”. 

Jaime se centró en conducir, intentando relajarse para poder pensar mejor. En la mente las palabras de Sara justo después de que el rehén del helicóptero yaciera con la cabeza destrozada y las manos amarradas a la espalda, bajo la cristalera de madera del salón… 

“La casa de mis padres está a las afueras, es un chalet de una sola planta y un gran sótano-garaje. Vivíamos en un complejo privado, un campo privatizado solo para los más ricos de la ciudad, algo apartado, no justo encima de ella…”. 

Jaime sabía a qué lugar se refería. Una carretera pequeña y bien cuidada se apartaba de una salida de la autovía de circunvalación y se adentraba, tras un puesto de control con guardas de seguridad, en una amplia porción de campo, justo a los pies de la cordillera. Jardines, parques, campos de golf, bosques, mucha arboleda. Y todo salpicado con mansiones de lujo cómodamente espaciadas. Por lo visto el tren de vida de Sara y su familia era de los más altos de la ciudad. Lógico que eligieran a esa chica para el secuestro. La cabeza de Jaime no cesaba de bullir. A modo de flash vinieron imágenes de la actitud no reprobatoria de su madre cuando decidió matar al hombre del helicóptero… 

“No te reconozco cariño, esa chica te ha cambiado. Déjame que sepa guiarte amor…”. 

Apartó su mano de la bragueta condescendiente con ella… 

“Sigues viviendo en el pasado mamá. Ese hombre solo nos traería problemas. Y no me creo nada de lo que ha dicho”.

Entre lágrimas, aquel hombre les relató de la existencia de un pueblo en el mar, bien protegido por murallas medievales, donde vivían unas doscientas personas. Habían logrado crear una comunidad productiva y segura. Con abundante pesca y huertos permanentemente custodiados en las afueras. Además contaban con un arsenal digno del ejército, como aquel helicóptero en el que hacían batidas para buscar supervivientes. La mirada de María se iluminó con aquel relato, a todas luces entusiasmada por la posibilidad de una vida mejor. Pero el disparo de su hijo atajó el asunto de una forma cruel e inesperada. Algo murió dentro de ella con aquel disparo, y Jaime lo supo. Su madre comenzaba a ser un problema. Sara le besó y le llevó al baño para calmarle con una larga, cálida y gustosa mamada que tragó sin recato. 

“Relájate amor, estás muy tenso…”. 

Y lo estaba. Una vez descargado de la presión de la leche en sus huevos, pudo pensar mejor. Tendrían que irse antes de que viniesen con refuerzos. Jaime intentaría volver a por lo demás no obstante. El coche circulaba por la carretera de servicio, paralelo a la autovía. Atrás habían dejado  la gran ciudad, la cual habían bordeado durante doscientos setenta grados para poder llegar a ese lugar. Al final de una suave cuesta estaba el desvío, que les llevaría, pasando por delante del puesto de control, a la zona privada. Pero el coche se detuvo  en mitad de la carretera. Sara, sentada en la zona trasera, se echó hacia delante con la boca abierta, con una mueca entre sorpresa y estupor…, María, sentada en el asiento del copiloto, tardó algo más en percatarse.  Jaime observaba con calma el contratiempo. Decenas de errabundos se agolpaban en los alrededores del puesto de control, por el que deberían pasar para acceder a la urbanización privada.

Desde la distancia en la que se encontraban, unos doscientos metros, Jaime pudo ver como la valla estaba destrozada, con lo que podrían pasar sin problemas. Pero aquellos deformes vivientes eran demasiados. No pasarían por allí en aquellas circunstancias. Necesitaba pensar algo rápido. La noche no estaba muy lejos y no podía sorprenderles allí tirados. Volver no era una opción en ese momento y no se fiaba de la ciudad, y ni mucho menos buscarían un peligroso lugar en mitad del campo. Su piel se erizó al darse cuenta de la realidad. Se lo estaba jugando todo a una carta, solo cabía la opción de ir a la casa de Sara y cruzar los dedos para que al menos pudiera pasar allí la noche… Así que había que sacarse un as de la manga. Pero, ¿Cuál? Jaime los observó con la mente fría. Hacía tiempo que no sentía miedo. Lo había superado a base de estrujar cerebros vacíos y atravesar blandos cráneos. Había visto tantas veces la muerte de cerca que ya no temía morir. De hecho supondría una liberación de aquella cárcel que era la vida para los pocos humanos vivos que deberían quedar en el planeta. Algunos errabundos parecían querer avanzar carretera abajo, otros se dirigían hacia la autovía aledaña, otros emprendían el camino hacia el campo, otros llegaban al puesto de control, otros simplemente no se movían. Calculó mentalmente que podría haber unos cien, acumulados sobre todo en el entorno del antiguo puesto de control que da acceso a la lujosa zona.

Jaime tuvo una idea, una certeza. Ya sabía lo que hacer. Algo le recorrió la espalda, un escalofrío nunca antes experimentado. No era miedo, era una sensación cercana a la tentación y a la excitación. Se sintió miserable, le gustó la idea que atravesó fulminante por su cabeza, una solución de matar dos pájaros de un solo tiro… 

“Mamá, acompáñame, quiero comentarte una idea que he tenido para salir de esta”. 

Sacó las llaves y se las guardó, cogió su mejor escopeta y se asomó a la ventanilla, dirigiéndose a Sara, sentada en la parte de atrás. 

“Espera aquí, si te rodean sal. No te muevas ni hagas ruido. Esto está lleno de coches abandonados, este no les parecerá especial”. 

Sara asintió. Sintió temor, toda aquella lucha por ser la hembra de Jaime le parecía absurda en ese momento. Todo lo que hizo, todo lo realizado por María, a pesar de ser su propia madre, de ofrecerse como una compañera leal y digna resignada de sus deseos…, eso solo lo hacían para sobrevivir. El estómago se le encogió, algo le decía que no era buena señal que Jaime y su madre hablasen en privado sobre qué hacer. Jaime cogió a su madre por el antebrazo y la dirigió a la cuneta, entre el coche y los errabundos. Haciéndole señas para que no se moviese mucho ni hablase alto, con el fin de permanecer invisibles para los muertos. 

“Por ahí no podemos pasar. Tenemos que hacer que ellos centren su atención en algo durante el tiempo suficiente para poder salir”. 

– “Cariño, lo que decidas estará bien. Pero tal vez nos expongamos demasiado si intentamos algo. Será mejor buscar un lugar seguro donde pasar la noche…” 

– “No, iremos a la casa de Sara, o eso o morir. Vivimos la desgracia de poner todo a cara o cruz. Cruz supondría morir y no sufrir más. Cara sería seguir sufriendo para acabar muertos no sabemos cuándo ni cómo”. 

Jaime se sintió aterrado de estar disfrutando de ese momento. 

– “Verás mamá. Has sido una buena mujer conmigo. Una madre ejemplar antes del suceso. Una buena hembra, servicial y complaciente, desde que el mundo que conocimos acabó”. 

– “Gracias mi corazón. Me encantaría que estuviésemos ahora en tu cama, sentir tu polla como me folla por detrás y que te saciaras con una enorme corrida dentro de mi coño sediento de tu néctar cremoso”.

Jaime sintió un gran ardor en la entrepierna. La agarró por los pelos, ella giró la cabeza en un inicial gesto de dolor que acabó en una sonrisa dulce y servicial. Sin soltarla se bajó la bragueta con la otra mano y sacó la polla. Enorme, parecía haber hecho un pacto con el diablo. Mientras más tiempo seguía vivo más maldad sentía, más ganas de follar tenía y más dura y grande se le ponía siempre la polla de venas hinchadas bombeando. 

“Guau”. 

Ladró la madre, sin esperar que eso estuviera así en ese momento de vida o muerte. Jaime tiró de sus pelos hasta colocarla de rodillas. Luego la dejó hacer. A ella lejos de repudiarle la forma como llegaban a algo tan íntimo, eso motivó a María, se sentía cada vez más puta y dependiente de los polvos de su hijo…, ser follada le complacía, más si a él le gustaba… La sacó entera con los huevos por fuera de la bragueta del pantalón gastado y sucio. Se recreó con la vista de ese enorme cipote saliendo de aquel pantalón. Parecía aún más grande así, un torpedo que podría perforar un buque de guerra. La pajeó un rato mientras le miraba sonriente, encontrando una fría expresión como repuesta. Sara miraba celosa, colorada por la ira. No podía creer lo que estaba viendo. Ella era más joven, más guapa, con mejor cuerpo y sin límites en la cama. Pero en cambio había preferido a la vieja para charlar sobre qué hacer y pedirle algo de desahogo de aquel estrés. Tal vez jamás podría sustituir a María mientras ella pudiera. 



Pero el tiempo pasaba y jugaba a su favor..., por supuesto que esperaría, que no tiraría la toalla. Lucharía, porque no tenía otra cosa que hacer. Con Jaime o la muerte. Aquel hombre, a pesar de su enorme polla y ser tan bueno en la cama, jamás habría soñado ni con rozarle en la vida anterior. Ella estaba muy por encima de él…, solo las mujeres mediocres serían sus amantes y novias. Pero en aquella situación la mediocre era ella y él su protector. No tenía otras opciones. Su madre se la lamió entera, inundando su boca de los sabores masculinos de su hijo, que se espesaron al entrar en contacto con su saliva. Cuando la tuvo bien mojadita echó todo el pellejo para atrás, dejando el descomunal capullo rojo al aire. Una suave brisa llegó desde las próximas montañas, trayendo el ruido constante de los muertos vivientes hacia sus oídos.

La mamada abarcaba hasta la mitad del cipote, delimitando la zona tragada con una pequeña sombra húmeda. Ella tenía la sensación de estar tragándola entera. Ello hizo brotar de sus entrañas los más primitivos sentimientos de hembra. Su coño se humedeció de sobremanera, y sintió deseos de ser taladrada por aquel cimbel descomunal, por aquel macho con mayúsculas. Se levantó y se subió el vestido por encima de la cintura, se bajó las bragas y se posicionó a 90 grados apoyada en un árbol…, Jaime pudo contemplar el culo y el coño de su madre, perfectamente depilados, dispuestos para ser usados, que para eso los hizo Dios. Se agachó un poco por detrás hasta montarla como a una perra. Sara los miraba fijamente. Sentía odio y temor. Sara se abrió de piernas y echó el tanga hacia un lado. Empezó a tocarse. 

Los errabundos seguían al margen de todo. El taladro fue constante, de arriba abajo, rompiendo el coño de María. Ella fue venciéndose cada vez más respingando el culo para que él la insertara con más facilidad. El viento cambió de dirección. ¡Chasf Chasf Chasf! Follada monumental de Jaime a su madre. La mezcla de dolor en las rodillas sangrentadas y placer elevaron espiritualmente a María, la cual comprendió que iría al cielo al morir…, pues ese era el papel que le había sido asignado al nacer. Ser el respaldo y la fuente de relajación del ser humano que lucha contra el Diablo. El olor a sangre llegó a los errabundos. Todos se giraron en torno al olor y  comenzaron a andar torpemente en la dirección desde la que les llegaba. Sara se corrió justo en el momento en el que se dio cuenta de que decenas de errabundos se aproximaban lentamente hacia ellos, carretera abajo. Se bajó la minifalda putera que vestía y tocó el claxon. Jaime estaba a punto de correrse cuando se dio cuenta de lo que pasaba. Su madre gemía y gemía. Jaime apuró sujetándola de la cadera hasta conseguir correrse dentro de ella. Los chorros de leche salieron a presión… no se entretuvo en gozar de la inseminación como siempre aplastando sus huevos. La sacó rápido para luego llevar a cabo su plan.

Se vistió rápido. Su madre no se había aún percatado y seguía como una perra contorneando la cintura en señal de agradecimiento por la follada. Jaime sacó su escopeta y la cogió en brazos llevándola hasta la cuneta de nuevo, allí la tiró al suelo. Su madre miró arriba y el pánico cruzó su rostro… 

“Mamá. Lo siento. Pero ya no me sirves” 

Antes de que ella pudiera articular palabra le disparó hacia los errabundos y salió corriendo. Los ojos de Sara parecieron salirse de los huecos oculares. Jamás hubiera imaginado que Jaime hiciera eso. Los aullidos de pánico y el enorme llanto hicieron que los errabundos se dirigieran a la cuneta donde estaba María, dejando libre la carretera. María los vio venir y salió corriendo carretera abajo amenazada por el cañón de la escopeta y los hambrientos errabundos. Cuando los errabundos despejaron la carretera Jaime arrancó el coche y tomó, a toda velocidad, el camino de la lujosa zona residencial. 

Sara estaba eufórica, gritaba de alegría y emoción. Se sentía la persona más afortunada del mundo por el giro de los acontecimientos. Creyeron oír el ronroneo de un vehículo, pero pensaron que sería el rugir de los errabundos devorando a María. Jaime no decía nada, solo conducía, mientras se adentraban entre lujosas mansiones, bosque bien cuidado y campos de golf. María los tenía encima. Miró al cielo y pidió perdón por todos sus pecados. Cerró los ojos y se entregó, el shock la dejó inconsciente en manos de aquel ser. La pequeña y bien cuidada carretera circulaba por la ladera de una pequeña montaña, dejando a la derecha un valle de mansiones espaciadas. Todas con piscinas descomunales y pistas deportivas. El bosque de la izquierda era realmente un parque perfectamente cuidado.

Aparentemente el fin del mundo no había llegado allí. Ni rastro de errabundos, tampoco de vida humana. Era como si aquel lugar de lujo se hubiese quedado detenido en el tiempo. Jaime seguía sin hablar, solo conducía despacio intentando concentrarse en sobrevivir. Sara lo miraba de soslayo, aún sentada en la zona trasera del coche. La casa de sus padres era de las últimas y aún tardarían un rato en llegar a ese ritmo. Sabía que Jaime no conocía el lugar así que sintió que le vendría bien alguna indicación… 

“Jaime…” 

– “¡No hables de lo que ha pasado! Nunca lo comentaremos, no ha existido.” 

Sara se sorprendió de la fuerza agresiva de su voz, sintió que escapaba de una cárcel hacia la libertad. 

“Como desees amor. Sólo quería comentarte que siguieras, te avisaré cuando estemos llegando”. 

– “Así mejor, Sarita”. 

La carretera giró a la izquierda e inició un prolongado y suave descenso. Más a la izquierda se divisaban las primeras montañas de la sierra, y más allá las altas cimas; entre las que estaba su antigua casa y todo su pasado apocalíptico. Delante de él más mansiones de lujo desperdigadas. Una vez abajo la carretera era una larga recta. Un amplio campo de golf delimitaba el transcurrir en la parte izquierda. Al llegar al final volvía una suave pendiente de otra montaña. Arriba del todo de nuevo otro campo de golf y otro bosque cuidado y algunas casas más tras descender. Jaime empleó el trayecto en simplificar. O simplificaba o moría. Se sentía débil, y no podía permitírselo. Le dolía imaginar a su madre devorada viva por aquellas decenas de errabundos hambrientos…, pero había que simplificar, lo hizo para sobrevivir. En aquella vida no hizo de madre, solo fue su compañera, su hembra, su pareja. Ahora ese papel lo desempeñaría Sara, más guapa, joven y fuerte. Infinitamente mejor compañera que su madre en aquellos tiempos del diablo. Sin embargo, el goce de eyacular en la acogedora vagina de mamá era inigualable. Sacudió la cabeza y se concentró en no pensar más que en seguir hacia adelante. Pobre quien se detuviera para mirar atrás.

“Al final de esta recta la carretera tuerce a la derecha, ahí acaba la urbanización. En esa pequeña calle hay tres mansiones a la derecha y otras dos a la izquierda. La segunda de la derecha es la de mis padres”. 

Concisa y discreta. Se sintió orgulloso de Sara. Anotó mentalmente darle una follada bestial como agradecimiento. Llegaron. Aparcó el coche en la puerta de la casa. Jaime observó los alrededores. Lo mismo que desde entraron, soledad, sin presencia de vida o muerte, todo en orden y bien cuidado, como si se hubiese congelado en el tiempo. Miró a Sara a través del espejo retrovisor central, ella le devolvió la mirada con sus bellos y cautivadores ojos negros. 

“En cuanto bajemos del coche nada de hablar ni hacer ruido. Nos comunicaremos por gestos. Te daré una pistola cargada, yo llevaré mi escopeta y dos pistolas más preparadas en la cintura. No dispares a no ser que sea absolutamente necesario. No debemos hacernos notar en el caso de que alguien pudiera percatarse de nuestra presencia.”

Ella asintió segura de sí misma. A sus dieciséis años aquella joven empezaba a estar preparada para la no vida y bajaron. Jaime se armó hasta los dientes y dejó a la joven la pistola más fácil de usar y con más carga de balas, la que mejor había aprendido a manejar. Echó un último vistazo a la mansión con ojos analíticos. Era amplia y de una sola planta, con un gran sótano según le había contado Sara. En un extremo estaba la entrada del garaje, cuya puerta estaba cerrada y sin abolladuras. Toda la verja exterior estaba en perfecto estado y la casa les devolvía la mirada elegante. Ventanas y puerta principal en condiciones inmejorables. Entraron trepando. La casa parecía estar perfectamente cuidada, en contraposición, los setos de la entrada, plantas y árboles estaban descuidados y las malas hierbas se acumulaban en el pequeño jardín delantero. Jaime hizo señas para que le siguiera. 

Con los oídos agudizados, caminaron despacio y firmes dando la vuelta a la mansión. Era extremadamente larga. Por el lateral que iba apenas había un pequeño espacio enlosado entre la fachada y una pared que la separaba de la mansión aledaña; la cual se levantaba en tres plantas, imperiosa y silenciosa. Sara le comentó que detrás había una amplia parcela usada para jardín, piscina y un hoyo de golf par 3, el gran capricho de su padre. Tras una zona amplia con barbacoa de obra y una pequeña cancha de baloncesto estaba la piscina. Llena de agua verdosa y putrefacta. Más allá un amplio y descuidado jardín y al fondo un enorme terreno en el que las hierbas verdes altas y la maleza dejaban entrever un amplio Green de golf, con la bandera medio rota y agitada con el viento. Al fondo, a unos cien metros una elevación que debía ser el tee. Jaime sonrió para sus adentros. <<Putos caprichos de ricos, desaprovechar un espacio tan amplio en eso, teniendo tantos campos de golf en los alrededores>>.

Él hubiera puesto un huerto. Volvieron a la zona delantera de nuevo, pasando por el otro lateral. Más amplio y repleto de setos donde todo tipo de árboles crecían de cualquier manera, desquebrajando el cielo en un primitivo compás de ramas retorcidas que parecían luchar por escapar de allí. Una cosa estaba clara, pensó Jaime, lo descuidado de la zona exterior no conjuga bien con lo pulcramente cuidada que estaba la casa. Todas las ventanas bajadas, perfectamente limpias las persianas y barrotes. La puerta de entrada principal, la trasera y la del garaje estaban limpias y libres de óxido. Era como si aquella casa estuviese habitada. Pensó que tal vez tuvieran suerte y encontrasen a los padres de Sara, o tal vez habría otro tipo de gente. Ni para ilusionarle, ni para preocuparla quiso decirle nada a la joven…, ella parecía ajena a todo, sin duda pensaba que todo estaba abandonado y no debía albergar, a merced de su torcido gesto de preocupación, demasiadas esperanzas de reencontrarse con sus progenitores. Jaime le hizo señas y Sara fue en busca de la llave mientras él le cubría. Según le había contado guardaban una copia de seguridad debajo de uno de los árboles del margen izquierdo, bien enterrada dentro de una bolsa.

Allí estaba. Jaime abrió la puerta. El hogar les recibió limpio y acogedor. Con olor a comida recién hecha. Sonrieron, se miraron, Jaime le hizo señas para que no hablase y siguiera en guardia. Había que bajar dos escalones para entrar del todo. Un salón amplio abarcaba unos doscientos metros cuadrados ante sus narices. Al fondo dos anchos pasillos, uno a la izquierda y otro a la derecha. Según le había comentado Sara, el pasillo de la derecha daba a la cocina, primera puerta a la derecha. A un baño, primera puerta a la izquierda. A una cómoda sala de estar, segunda puerta a la derecha. Y al fondo una escalera de caracol que bajaba a la zona inferior; protegida por una puerta de acero de máxima seguridad. 

El pasillo de la izquierda daba a las cuatro habitaciones, dos y dos de izquierda a derecha. La primera de la derecha era un gimnasio, la segunda de la derecha la habitación de matrimonio, la primera de la izquierda una biblioteca y la segunda de la izquierda la habitación de la joven, hija única del acomodado matrimonio. A la altura de los pasillos, en la zona central del salón, una puerta corredera comunicaba con un jardín interior, con una pequeña fuente, bancos y macetas de plantas autóctonas de Australia. Al que daban las ventanas de las habitaciones situadas hacia él. Jaime quiso comprobar algo. Pidió a Sara que le protegiese y con mucho cuidado se deslizó sobre el impecable parqué del salón, esquivando sofás, jarrones chinos y mesas de lujo. Con sumo cuidado de no hacer ruido abrió la puerta corredera y su sospecha se hizo realidad…

El pequeño jardín interior estaba perfectamente cuidado, las plantas podadas con gusto y elegancia y la fuerte del centro otorgaba un ambiente de paz y espiritualidad al entorno como si de un convento franciscano se tratase; y todo eso en mitad de la casa. Sintió asco y admiración por tanto lujo. Jaime regresó hasta la puerta principal con suma cautela. Sara permanecía paralizada, agarrada a la pistola y apoyada contra la puerta principal, la cual había cerrado lentamente y aguantando la respiración. Jaime se dirigió a ella susurrante. 

– “Está bien, está claro que en la casa vive alguien, alguien vivo. Desconozco si son tus padres, desconozco si son otras personas. Lo cierto es que no hay rastro de puertas forzadas ni ventanas rotas….” 

Hizo una pausa mientras observaba enigmáticamente las salidas de ambos corredores al fondo del amplio salón. 

“quien quiera que viva se ha debido de esconder al vernos llegar. Huele a comida recién hecha. Ahora quiero que me sigas despacio, sin hablar ni hacer ruido. Quiero que no dispares a no ser que sea totalmente necesario y que no te hagas ilusiones. Una cosa está clara, alguien nos está esperando agazapado y probablemente armado en algún rincón de esta casa”. 

– “El sótano” 

– “¿Sí?, dime Sara, qué ocurre con el sótano”. 

– “Recuerda lo que te dije, está separado de la casa por una puerta de acero, hay otra puerta igual que lo separa abajo del garaje. Mi padre lo creó así a modo de habitación del pánico. Abajo hay camas y una gran despensa, similar al que teníais en tu casa de campo….” 

Hizo una pausa dramática, melancólica. 

“Con lo cual….” Le animó a continuar. 

“Con lo cual de haber alguien encerrado ahí abajo tienen que ser mis padres, nadie conoce la combinación que abre la puerta salvo nosotros”. 

– “O alguien que se lo haya sonsacado bajo amenaza”. 

Sara tragó saliva y asintió sin palabras con los ojos lagrimando. De repente era solo una joven, ahora no parecía aquella chica independiente que tan claro lo tenía todo. Tomaron el pasillo de la derecha. Era amplio y estaba exquisitamente decorado con cuadros y jarrones de incalculable valor. A la derecha una amplia puerta corredera conectaba con la cocina, entraron. Grande, limpia y ordenada; parecía de película. Adosada a ella un pequeño lavadero, igualmente ordenado, limpio y vacío. Volvieron al corredor, en mitad de él, encontraron la puerta del baño principal. 

Jaime suspiró al entrar, aquello era tan grande como el apartamento en el que vivía en la ciudad. Un descomunal Jacuzzi vestía el centro del baño, con un lujoso y dorado wáter y un lavabo donde podrían bañarse tranquilamente. Comunicado al patio interior por una hermosa ventana desde la que no puede verse nada desde el otro lado; como la de las salas de interrogatorios de la policía. Todo igual de ordenado y limpio. Hasta le pareció ver rastro de vaho en el espejo. Tampoco nadie en la sala de estar contigua a la cocina. Bajaron con cautela hasta topar de bruces con la puerta de acero, a nivel del sótano. Cerrada a cal y canto, con una serie de botones con letras y números, a modo de caja fuerte, en el lateral. Jaime la observó al detalle, pasando los dedos por las bisagras y los filos. – “Según mi padre está a prueba de bombas”. Jaime silbó con tono de sorpresa irónica. 

“Imagino que sabes la clave de la puerta”. 

– “Sí”. 

– “Métela”. 

Respiró profundamente. Finalmente tecleó, sin importarle que Jaime la viese. Sara3334Rosa5556. Tras un clic metálico la puerta cedió un  par de dedos. Un disparo rebotó en el filo de la puerta justo cuando Jaime se disponía a abrirla un poco más. 

“¡En guardia!”

Sara retrocedió y Jaime asomó una de sus pistolas por el hueco descargando cuatro balas. Como respuesta llegaron dos disparos más. Desde el interior una voz femenina gritó… 

– “¡Seas quien seas no te conviene seguir ahí, somos muchos y estamos armados, pronto llegarán más. Te convendrá, u os convendrá, estar muy lejos cuando eso suceda”. 

Sara gritó entre sollozos. “¿¡Mamá!?” 

El silencio se apoderó del lugar durante unos segundos. Una voz ahogada, no tan segura como la anterior brotó del oscuro sótano. 

“¿Sara, Sarita, mi vida?”

Sara irrumpió en el sótano. Desde detrás de una columna central salió una mujer de piel morena, guapa, armada con una pistola de primer nivel, vistiendo con un vestido naranja muy ceñida. Ambas se fundieron en un abrazo. El culo de aquella mujer, la madre de Sara, se marcaba imperial bajo aquellos pantalones y una figura esbelta y voluptuosa llenó la mirada de Jaime. Para cuando ambas fueron hacia él cogidas de la mano, Jaime, que observó todo desde la escalera de caracol, ya disponía de una de sus erecciones del diablo. Las presentaciones fueron frías. Rosa, la madre de Sara, desconfiaba de aquel extraño. Pero no cabía en sí de felicidad. No solo tenía delante de ella  a su hija, viva, en aquel mundo apocalíptico en el que tantas personas yacían con sus cabezas estrujadas o morían en vida. No tenía noticias de ella desde antes del suceso, había estado noches sin dormir temerosa por el paradero. Con una única nota que les llegó pidiendo una alta cantidad de dinero; se quedaron esperando el mensaje del día de la entrega y el lugar pues todo acabó el día antes de recibir aquella llamada, ya con la policía preparada en casa para identificar la procedencia de la llamada. 

“De repente nos levantamos y ofrecí café a los polis que se esmeraban en tener todo preparado. Mientras lo preparaba vi al vecino asomado a su terraza. Noté que algo raro le pasaba cuando me miró a los ojos. Los suyos proyectaban sangre y empezó a moverse de forma muy rara. Se lo comenté a la policía. Dos agentes fueron a su casa. Regresaron moribundos. Los demás pidieron refuerzos, pero la radio no funcionaba, tampoco la tele ni internet; ni había la luz….”

Estaban sentados sobre los reconfortantes sofás de tres plazas del salón. Sara y su madre en uno, cogidas de la mano. Jaime en el otro, en mitad de él, escuchando y observando. La belleza de Sara no era exactamente la de su madre, debió parecerse al padre. Pero Rosa guardaba un encanto difícil de explicar. Ojos claros, de gesto más coqueto y profundo que el de su hija, pero igual de grandes. Pelo rubios oscuro, lacio y bello con una caída muy natural sobre la primera parte de la espalda. Los rasgos faciales eran más aniñados que los de su hija…, otorgándole un toque más angelical, bien defendido por las ligeras arrugas que su treintena largas regalaban a los extremos de sus ojos. Sin duda una mujer a la no le iba a faltar de mi polla, solo de pensarlo…a Jaime se ponía dura como un roble. Bien cuidada no obstante, sin duda amante de sesiones de belleza en la vida anterior, conservaba casi a la perfección la belleza engañada de los treinta que sin duda buscó cuando existía el mundo. Las piernas cruzadas marcaban líneas bellas con los muslos apretados. Una chaqueta de cuero reposaba en el sofá a su lado y la blusa naranja, ceñida y escotada marcaba un delicioso canalillo escandaloso. Ahí podía verse otra diferencia con su hija, y es que sus tetas eran tan grandes como los de mi pobre madre. Apretados con el sujetador sugerían más que lo que seguramente ofrecían al desnudo…, se manejaría en torno a la talla ciento diez. Era una bellísima mujer, guapa sin exagerar y con un cuerpo bien cuidado, delgado a la vez que maduro, con caderas y trasero algo amplios sin llegar a la categoría de gordos ni mucho menos. Curvas y cuerpo cuidado. La polla de Jaime se la seguía pidiendo. Una cosa estaba clara, Rosa debería saber que para poder estar con ellos y sobrevivir tendría que ofrecer su cuerpo y demostrar ser una buena hembra en todos los aspectos, no solo en la apariencia.

“…Pronto descubrimos cómo podían morir, dándoles en la cabeza. Aquí nos reunimos mi marido, dos policías y cuatro vecinos…Todos los demás cayeron. Hicimos batidas durante meses para traer todo lo necesario de las casas vecinas. Cuando hubimos matado a centenares de muertos andantes tuvimos la sensación de habernos quedado solos. No encontrábamos vida humana, ni no humana, en ninguna casa, ni en el bosque, ni en las zonas comunes. Un día uno de los policías enfermó y murió, despertando muerto al poco tiempo, atacó a su compañero y a dos de los vecinos. Mi marido les atacó a todos y los destrozó. Fue a tirar sus cadáveres al bosque. Uno de los vecinos le acompañó, jamás volvieron. Desde entonces viví sola con otro de los vecinos, Abel, el cual fue hace una semana a buscar más munición, para acumular toda la posible. Pero tampoco ha regresado. Llevo aquí sola, encerrada, desde entonces. Tengo miedo a salir. Intento mantener la calma y todo en orden y he hecho estudio de cuánto pueden durarme las reservas. Muy dispuesta a sobrevivir hasta que os oí llegar en el coche. Sin pensarlo me fui al sótano y esperé. Gracias a Dios que sois vosotros, gracias al diablo por mantener a mi pequeñita con vida.”

El relato hizo ver entre líneas que aquella mujer habría satisfecho a más de un hombre desesperado por follar, siendo la única mujer disponible en la zona… Le apretó la mano sonriente, Sara le abrazó y besó sus mejillas. Jaime tomó la palabra. Contó con pelos y señales todo lo que había vivido. Excluyendo el rehén que mató y el final de su madre, en el que dijo que había sido atacada por dos muertos que la sorprendieron mientras iba a por algo de leña para hacer de comer. Nunca sospecharía lo que ocurrió en realidad. La noche se les echó encima, sobre la mesa una pregunta. ¿Qué hacemos? Rosa trajo algo de comer y cervezas, Jaime lo celebró por todo lo alto, no recordaba cuando tomó la última. Luz de velas iluminaba el centro de la mesa entre sofás. Jaime hizo recuento de las provisiones que tenía en el coche y dijo que al día siguiente iría en busca de más… 

“Con un poco de suerte ni habrán vuelto los del helicóptero”. 

Mintió sobre ellos, dijo que dispararon al verles y no les quedó más remedio que atrincherarse y defenderse. Ellos, sorprendidos por la respuesta, huyeron. Pero sin duda tendrían la intención de volver con refuerzos… 

“Sé donde dejar el coche para no ser descubierto. Iré con cuidado y bien armado, cogeré lo que pueda”





La idea principal, en la que los tres estuvieron conformes, era seguir en aquella casa, al menos durante un tiempo. Jaime la comparó con la fría casa de campo en la que habían sobrevivido meses en las montañas. Su única duda era que aquel lugar no estaba perdido. Pero si ella podía haber sobrevivido un tiempo tal vez pudieran seguir haciéndolo. No obstante manifestó sus claras dudas de que fuera un buen lugar para pensar a largo plazo, algo que pareció molestar a la madre de Sara. Jaime se explicó tras apurar el fondo de su segunda cerveza… 

– “La casa es lujosa, amplia y confortable. Tienes bastantes reservas y armas, juntándola a las nuestras y sabiendo racionalizar tendremos para bastante tiempo. Además el sótano está fortificado…, aunque sería un error meternos ahí para huir de los muertos, nos condenaríamos en vida. Creo que podremos continuar los tres aquí la supervivencia, pero no debemos acomodarnos del todo. Tenemos que estar preparados para salir” 

Rosa le abrió la puerta del garaje para que metiese el coche. Sacó todo lo que habían cogido antes de la huida… Latas de conserva, botellas de whisky, maletas con ropa, armas, toda la amplia munición con la que contaban, dos bidones de gasolina. Rosa aplaudió que aportaran tantas cosas… 

“Es genial Jaime. Ahora debemos dormir, te prepararé la cama de mi hija... es confortable y amplia.

Miró a la cara de su hija y vio un tono de inconformidad. 

– Mi hija y yo dormiremos en la cama de matrimonio”. 

Sara y Jaime se miraron… 

“Verás mamá… es que a Jaime le gusta… dormir acompañado.”

Jaime miraba satisfecho a su nueva compañera, la que había ganado la batalla a su madre. Rosa enrojeció al sentir que todo había cambiado definitivamente en su mundo de lujo e inocencia de su hija… 

“Ah, ¿sois pareja?, entiendo, entiendo…. Dormiréis en la cama de matrimonio entonces…”. 

– “Eso es mamá... hace años que ya no soy virgen, me han follado bastantes hombres cuando estuve retenida, pero solo uno me ha amado y defendido…”.

Sara miró a Jaime con complacencia y Rosa sintió morir, aquel chico tendría cinco años más que su hija adolescente, una niña que no llegaba a la mayoría de edad. La imaginaba siendo follada por hombres de todo tipo y condición, sien embargo aquel chico era mejor que cualquiera que pasaba por su imaginación..., una mole al lado de su niña. Tendría que aprender a convivir con ello, su pequeña siempre fue su protegida pero las cosas habían cambiado demasiado en los últimos tiempos. 

Sara decidió seguir ganando puntos con el macho dominante, era la ley de la selva la que imperaba en aquel nuevo mundo. Sabía que aquello no era como la vida real. Sabía que no era momento de tener pareja, la vida al filo del abismo, el mundo muerto que les rodeaba, marcaba un ritmo más imperialista y Jaime había demostrado ser un emperador ejemplar. Al cual no le temblaba la mano para decidir siempre por el bien del grupo. Y el grupo volvía a ser de tres personas. Sabía que ella ocupaba, desde la muerte de María, el hueco de primera perra del amo. Sabía lo que buscaba en una mujer y en sus compañeras. No le defraudaría y sería la mejor mujer de confianza que jamás soñó tener.

– “Verás mamá. A Jaime no le gusta tener solo una mujer. Su madre y yo le servimos en las montañas lo mejor que pudimos. Él es valiente, fuerte y decidido. Siempre buscará la supervivencia, por encima de todas las cosas, de su grupo…, y ahora el grupo somos nosotras y él. Ten por seguro que dará todo para mantenernos con vida. Jaime entiende a la perfección cómo es el mundo actual, conoce los peligros y sabe cómo combatir a muertos y vivos que puedan entrañar un peligro. Ten por segura que nos mantendrá con vida. Nosotras solo debemos ser buenas mujeres. Tener todo limpio y en orden, y….” Hizo una pausa, miró a Jaime, el cual la escuchaba orgulloso y satisfecho “… y satisfacer todos sus deseos”.Rosa se sentó en el sofá, algo aturdida. Realmente llevaba más de una semana sin follar, su último polvo lo echó con el vecino que nunca regresó y antes siempre tenía a un hombre dispuesto a follarla… su marido, el policía o algún vecino la jodían con el consentimiento de su esposo. Los tiempos de la civilización habían acabado y las normas eran otras… Siempre fue una mujer muy activa y los cuernos de su marido fueron la comidilla de las reuniones femeninas del club de golf. “Pero…” – “No hay peros mamá. Jaime ordenará en todo momento qué hacer. Él manda, si no estás de acuerdo nos iremos…, pero me temo que serás saqueada y no te dejará con vida, pues supondrías una amenaza para nosotros”.Rosa rompió a llorar. “Hija mía, no te reconozco, supongo que todo este nuevo mundo te ha cambiado.”Jaime tomó la palabra. “Rosa, tu hija es sensata, lista y muy valiente. Sé que tú también lo eres. Formaremos un gran equipo.” – “Mañana mismo Jaime se jugará la vida por nuestro bienestar; regresando a por más provisiones. Yo supe cambiar el chip mamá, por favor, te necesito, hazlo tú también.” Se secó las lágrimas y clavó la mirada en los ojos de Jaime, profundamente y de forma sostenida. 

Jaime no la aguantó y cambió la mirada… “Está bien. Seamos un equipo. Esta noche dormirás conmigo en mi cama de matrimonio Jaime. Mi hija seguro que desea volver a su cama tanto tiempo después.” Sara miró con urgencia a su macho, ella también estaba igual de necesitada. Contempló decepcionada como él aceptaba. Moría de ganas por follar aquella noche con él. Tal vez había hablado más de la cuenta. Tal vez la mejor perra preferida sea la que más calla y más hace. Su madre había pasado del llanto a la acción casi sin darse cuenta. Notaba como de repente el clima de competición regresaba. Y sintió la misma desagradable punzada que tantas veces vivió  con María. Sus ases se convertían en malas cartas y no podía hacer nada para evitarlo. Rosa admitió que su hija era la zorra de aquel joven veinteañero. No se imaginaba a su pequeña siendo objeto de todo lo que aquel peligroso hombre le quisiese hacer. Desconfiaba de él, su mirada no era limpia y escondía secretos…, era buena detectando esas cosas. Por eso se propuso ser la mayor de las putas, darle la cama que jamás habría soñado tener. Dejarle tan exhausto y satisfecho que no tuviese más  ganas de mirar a su hija de aquella forma. Buscaría pacientemente el momento de acabar con él y pareciese un accidente.

Jaime estaba tumbado, en mitad de la amplia cama de matrimonio, la más cómoda en la que jamás se había tumbado. Miraba con curiosidad todo lo que le rodeaba. Frente a la cama la puerta de entrada, de madera noble; como todas las de la casa. En la pared de la izquierda un vestidor, con su puerta para entrar. Amplio, pues ocupaba una tercera parte de la superficie de la habitación. La cama reposaba entre dos mesitas de noche de estilo barroco…, recargado y con pequeños estantes adosados para dejar libros. Una ventana fortificada ocupaba toda la pared derecha, dando a la zona trasera, vestida con agradables estores de color dorado y pardo. Con vistas al jardín, piscina y más allá la amplia parcela dedicada al golf. Una puerta daba entrada a un pequeño pero lujoso cuarto de baño, que ocupaba la zona que quedaba justo tras el falso muro sobre el que reposaba la cama. Rosa entró con un vaso de agua en la mano.

Acumulaba centenares de botellas de agua mineral, almacenadas por el grupo de supervivencia durante los primeros días tras el desastre. Según la madre de Sara llegaron a saquear centenares de supermercados en doscientos kilómetros a la redonda…, y el panorama de todos los lugares era absolutamente desolador. Jaime cayó en la cuenta de que el pozo era probablemente lo que más echaría de menos. Por primera vez desde el suceso tendría problemas con la sed. Vestía muy sexy. Vestido naranja que dejaba ver más de lo que enseñaba. Bajo él podía verse una diminuta braguita con motivos de piel pantera. Los pechos al aire; con los pezones tapados y confundidos por la forma de red del conjunto. Las piernas a la vista, con caída detrás y subido casi hasta la altura de la braguita en la zona delantera, mostrando mucho muslo. Andaba descalza y tenía el pelo suelto, cayendo negro sobre los más negros ojos. Estaba radiante… 

“Sara se ha metido en su habitación dando un portazo, creo que no está de humor.” 

Jaime se encogió de hombros. Se acababa de duchar con aquella agua fría no potable en la que se habían convertidos sus vidas. Posaba desnudo sobre la cama, parcialmente tapado con una sábana. Los músculos del pecho y el vientre tableteado a la vista, insinuándose los primeros pelos. Bajo la sábana un bulto crecía de forma exponencial desde la entrada de la casi cuarentona madre de su putita adolescente… 

“Creo que en el fondo pensaba dormir aquí conmigo. Hemos vivido demasiadas aventuras estresantes. El llegar aquí nos ha supuesto demasiada tensión. Imagino que no contaba con dormir sola esta noche”.

Rosa dejó el vaso sobre una de las mesillas de noche, la más cercana a la ventana. Miró a Jaime. Imaginó a su hija cabalgando sobre aquellos músculos, besando aquel joven semental en su deliciosa boca, para evitar chillar más de la cuenta al correrse. La visualizó lamiendo todo el cuerpo, otorgando descanso y relax al guerrero que la mantenía con vida. Por primera vez comprendió a su hija. Supo visualizar que su edad no importaba pues ya era toda una mujer. Se excitó mucho, demasiado. Necesitaba follar, sentirse mujer. Hacía tiempo que no se sentía usada como hembra…, mucho más del tiempo del que llevaba sin follar con su vecino de polla pequeña y poco aguante. Comprendió a su hija, pero su retoño siempre sería su pequeña protegida. Deseaba acabar con Jaime, matarlo, disfrutar del momento y hacerle saber que era ella justo antes de cerrar los ojos para siempre, aparentando un accidente. Pero en aquel momento su condición de hembra en celo tenía más peso que el de madre preocupada. Su sexo era un manantial de deseos, la humedad de la cueva del placer necesitaba ser profanada por el falo de aquel desconocido. Se sentó en la cama, justo a la altura del bello torso de Jaime, mordiendo su labio inferior con las paletas superiores; muy  blancas. Habló en voz baja... 

“Bueno, creo que yo podré relajarte un poco, Jaime”. 





Un tenue perfume de rosas inundó la pituitaria del joven. Combinación perfecta con el color de su ropa sexy de cama. Su boca aterrizó suave, como un rojizo pétalo vencido al viento de la primavera, en el vientre del hombre. El sedoso cabello negro, planchado y lujoso, suave y delicado se deslizó por su pecho mientras su ombligo era besado con un final húmedo a modo de lengua deslizándose por el bajo vientre.

Se incorporó para poder cruzar la mirada con él… 

“¿Todo bien, guerrero?” 

– “No está mal, mi señora. 

Apartó la sábana y un polla gigantesca le golpeó en la barbilla, sin duda no lo esperaba tan descomunalmente grande… 

“¡Guau!, ya veo que tienes un buen sable para defendernos”. 

Jaime rio mientras ella miraba su polla sosteniéndola a la altura de los huevos para mantenerla bien vertical…, con el prepucio siendo vencido por el capullo sonrojado y brillante, tan tenso como la cuerda de arco. 

“De este arma se ha beneficiado a mi pequeña princesa muchas veces ¿Verdad...?” 

– “Algunas veces, ya sabes la soledad de la montaña… y el agradecimiento por sacarla de las garras de sus secuestradores”. 

Soltó una risita profesional, como la secretaria que recibe un cumplido a modo de chiste fácil de su jefe. La agarró entera, en mitad del tronco, con su mano derecha y la masturbó muy lentamente hasta dejar al capullo entero fuera por donde salía una gotita de líquido transparente. 

“Comprendo cariño que te la beneficiaras y la hicieras tuya...porque lo es. En mi familia, las hembras somos muy agradecidas con nuestros machos.

– “Lo sé... Sarita se entrega fenomenal ¡¡La han enseñado a follar bien!!

– “A ti también, supongo... vivías solo con tu madre, ¿no?” 

– “Así es, nos quedamos solos desde el principio, y una cosa nos llevó a la otra...al final nos dimos cuenta que un hombre es siempre un hombre y una mujer nunca dejar de serlo, de modo que dejamos de ser madre e  hijo... 

 – “Entiendo que a ella también le dabas lo suyo”. 

Le miró con una mirada morbosa, la ausencia de sorpresa en sus pupilas sorprendió a Jaime… era evidente que para esa mujer también había cambiando el rol de la antigua vida, y todos debíamos adaptarlos a los nuevos tiempos donde escasea todo... especialmente la raza humana, y cualquier hembra fértil debía ser tomada por los mejores ejemplares de sementales para restaurar una nueva generación de seres humanos.

“Es evidente que eres un buen macho…, un semental que no discrimina a ninguna buena hembra ¿Verdad? Es lo justo en estos tiempos...no podemos desperdiciar nada ni a nadie capaz de engendrar a las nuevas generaciones de humanos”.

Solo dijo eso, acto seguido se agachó de nuevo y paseo la lengua por todo el capullo, para después bajar y lamer hasta los huevos echando la polla contra el ombligo para tener más acceso a ellos… 

“Ufff estás muy cargado, tienes los huevos tan duros que están a punto de reventar…. Déjame ayudarte, mi guerrero valiente….” 

Abrió la boca y la engulló. Fue una mamada muy viva e intensa. Su boca se acopló perfectamente y en sus largas batidas llegaba casi hasta el final. Lejos de sufrir las constantes fatigas que solía provocar lo extremadamente larga y ancha que era en las mujeres, Rosa emitía un continuo “Uumm” de placer que acompañaba toda la mamada. No tardó en correrse. Justo antes de hacerlo la avisó con golpecitos en la cabeza. Entonces se levantó con la verga a punto de estallar en blanco. Rosa se colocó a gatas sobre la cama y anduvo a cuatro patas hasta llegar a la altura de la polla de Jaime, que esperaba de rodillas. Mientras él se posicionaba, fuerte ella lamió los huevos y el inicio de la polla para luego abrir la boca muy cerca del capullo. Con expresión risueña, los dientes muy blancos y la mirada clavada en los ojos de Jaime. Apuntó a la boca. Gran parte de la corrida cayó directamente sobre ella, pero no pudo evitar mancharle la cara, el bello pelo, parte del camisón, hasta las sábanas y en el suelo de moqueta llegaron algunas salpicaduras.

El inmenso de placer al correrse tan necesitadamente llegó a los oídos de Sara. La cual reaccionó tapando sus oídos con la almohada…, como el niño que teme a la tormenta y espera así a que pase lo antes posible. Cuando Rosa regresó de lavarse el semen Jaime ya la esperaba otra vez empalmado. Sentado en la cama con ganas de meterla en caliente y de catar las tremendas tetas de aquella bella MILF… 

“Ven aquí Rosa, veamos a ver a qué sabes”. 

Ella se recogió el vestido a modo de cinturón alrededor de su cintura sensualmente, mostrando sus grandes masas mamarias y una diminuta y coqueta braguita de encajes. Las tetas parecían delicadas e inmensas, tan abultadas que no podían defenderse honrosamente de miradas lascivas. Con la areola enorme y los pezones muy empinados. El cuerpo de aquella mujer era equilibrado y maduro. Vientre plano y caderas anchas y estilosas. Muslos de Diosa. Bonitos pies. Ella se arrodilló sobre sus regazos, quedando su cuerpo vencido ante su cara en infinita verticalidad. Él la agarró por las nalgas y ella, para no caerse, colocó sus manos sobre los fuertes hombros de Jaime. Los pechos de Rosa fueron lamidos, besados y mordisqueados a placer. Ella dejaba hacer todo cuanto quisiera, le ofrecía su cuerpo y se sentía muy excitada por ello. Ninguno podía esperar más. 

Sin cambiar de postura, Rosa se apoyó más fuerte contra los hombros y trajo hacia atrás las piernas, situándose en cuclillas sobre el joven. Luego le agarró la polla, apartó la poca tela que le cubría el coño de labios entreabiertos como dos pétalos de rosa que invitaba a comérselo… se clavó la punta. No tardó en acoplarse y empezar a botar sobre el fuerte y musculoso guerrero enterrando unos centímetros más a cada acometida. Los gemidos y chillidos de su madre taladraban los oídos de Sara, a la que ya no le valía el taparse con la almohada. Jaime se agarraba fuerte a sus nalgas y a sus caderas, dando contundentes puyazos desde abajo en cada embestida. La polla penetraba a la perfección y ambos se fundieron entre sudores y placer. Ella intercambiaba gemidos de dama, chillidos de zorra y bufidos de perra en celo ansiosa como ninguna al ser follada por tan tremenda verga…, nunca hubo tenido una verga tan grande alojada en su interior ¡Hoy había cumplido con uno de sus sueños!

Él se sentía pletórico, potente y fuerte, dominando la situación pese al buen hacer de aquella gran hembra que le cubría. La vida, al fin y al cabo, no era tan mala, al menos a él no le iba tan mal. Allí estaba Jaime, en una confortable y lujosa habitación de una mansión ubicada en la mejor zona del área metropolitana de la gran ciudad, follándose a una mujer como las de las películas porno que veía antes del suceso. Y su espectacular hija adolescente deseosa de estar allí siendo ella la mancillada, madre e hija rivales y putas del macho dominador y protector. Jamás habría soñado con algo así en su anterior vida. Podría dar gracias al fin del mundo. Ahora Jaime rompía el culo de aquella hembra que follaba formidablemente. Con ella tumbada boca abajo y el trasero muy empinado hacia atrás, cuando Sara quedó vencida al sueño. Se durmió oyendo los gemidos de su madre y los berridos de oso que emitía Jaime para intentar retrasar todo lo posible la segunda corrida, que esta vez sería bien copiosa. Entraba desde arriba, taladrándola con sus zarpas posadas sobre su espalda. Se quitó por miedo a acabar en ese momento. Rosa se quedó gimiendo en voz baja y sensual, empinando más el culo y meciéndolo de lado a lado. Se sentía llena, se sentía mujer y una hembra como nunca antes se había sentido en su vida. Jaime la contempló.

Elegante figura, morena de piel, debería tomar el sol un rato al día, presumida a pesar de las circunstancias. El trasero se lo pedía, así que dio un azote. El cual se correspondió con un gemido gustoso y aliviado de su sorprendente amante. Dio otro más fuerte, ella enloqueció… 

“Uumm sí, mi guerrero. Vamos ven a follarme. Soy tu rosa, tu nueva puta, umm ¡¡¡ven a darme fuerte, cabrón!!!” 

Jaime la situó recostada enfrente de él y colocándose de rodillas, le levantó por los riñones elevando el vientre hasta que ella quedó a la altura adecuada para poderse acoplarse delante de ella.  El pollón se clavó en el coño sin necesidad de ayuda, rozando las paredes, imprimiendo un extra de gusto. Ella la sentía más cálida e hinchada que nunca…, percibía como aquel falo desvirgaba lugares que ninguna otra verga antes exploró. Observaba atónita, hincharse su vientre al meterla entera hasta los huevos, al sentirse llena de carne dura y ardiente. Puso las manos por debajo hasta tocar sus huevos cuando la tenía metida entera. Los acarició y les hizo cosquillas con sus largas uñas, le amasaba las pelotas que bailaban dentro de la gran bolsa escrotal... 

“Dios mío Jaime, estás cargadísimo. Y eso que antes expulsaste unos buenos chorros de leche. Nunca había disfrutado de un macho tan potente”. 

Jaime no respondió acostumbrado a ese tipo de halagos, solo se dedicó a clavarla con fuerza buscando correrse en aquel coño de ensueño. Ella percibió la pronta inseminación de su vagina… 

“Ummmm eso, así mi macho valiente. Córrete dentro de mí, inúndame de tu rico esperma ¡Como un caballo semental a su yegua! Seguro que te gustaría preñarme... y a mi hija también”.

Como si la lava fuera blanca y espesa, el interior de Rosa quedó abrasado por el fruto del sexo sin amor. Con esprín final el mete saca se hizo frenético hasta la inserción final que dejó clavada la polla en el fondo del útero de aquella hembra receptiva. Los chorros de leche se derramaron uno tras otro hasta copar la entrada de su matriz. Exhaustos quedaron dormidos en su desnudez, solo  tapados con el edredón nórdico. Aquellas paredes jamás habían rebotado gemidos tan placenteros y lascivos…, ni antes del fin del mundo ni después. Tuvo sus amantes, estirados ejecutivos que no daban la talla como el gañán que la estaba preñando….

Jaime se dirigía al aseo a echar su meada mañanera cuando llamó su atención Sara, entró en su cuarto y no hubo necesidad de decir una palaba. Levantó el culo de su cachonda hembra joven para comérselo un buen rato antes de follarla, luego acercó la polla inhiesta a la entrada de su coño. Se debía haber cerrado un poco porque la primera embestida le costó entrar. Poco a poco fue lubricándose más, al punto de encharcarse como una perra en celo… le gustaba mucho como conquistaba centímetro a centímetro su conducto vaginal. Se acariciaba las tetas al mismo tiempo que sus gemidos se tornaban gritos de placer en cada embestida. Efectivamente había unas manos más efectivas que otras, y las de su antiguo novio eran caricias mucho mejores que solo Jaime asimilaría con el tiempo…, Jaime lo compensaba con su tremenda tranca, algo que nadie nunca igualaría. Su novio fue quien mejor acariciaba sus tetas y el macho que ahora tenía entre mis piernas era sin lugar a dudas el que mejor me había follando en toda mi vida… Mi madre había dejado a su protector en disposición para que me follase en la misma cama de mi niñez tras abandonarla cachonda como una perra por su madura madre... 

– ¿Te gustaba cariño?Dijo Jaime. 

Puso cara de estar confundida por ser la primera vez que de su boca salía tal palabra hacia ella… Cariño era una expresión llena significado para quien no la utiliza de manera vana. Entrecortadamente dijo sí mi amor, pero… se cortó, su mente le dijo no digas nada. Piensa que estás haciendo el amor con el hombre que más orgasmos te ha dado en toda la vida. Así que acalló mientras recibía los pollazos de Jaime y con ello conseguía darle una nueva alegría a este chaval antes de que desaparezca de nuestras vidas ¡Que se lleve un buen recuerdo de su virilidad! Le estaba gustado mucho cariño, veía que su macho estaba muy bien dotado para el sexo y utiliza guapamente su polla... 

– Me gustaría seguir follando contigo los dos días que te quedes en casa….”. 

Dicho y hecho. Jaime se puso detrás sacudiendo su pelvis con firmeza, dejando entrar y salir su vástago en su coñito una y otra vez sin cesar… después la folló por delante, de lado para acabar finalmente follándola como una perra por detrás… no dejó de meter su verga por el agujero que tenían más cerca. Le parecía imposible que una mujer tan joven pudiese sentir más placer con un hombre tal y como me estuvo dando durante unos minutos. Sus acometidas se arreciaron, el chapoteo se incrementó y la avenida de lefa se avecinaba… los jadeos y los gemidos acabaron en mis gritos de gozo se escuchaban en toda la casa, y su madre los soportaba estoicamente en la habitación matrimonial, de pronto oyó su gruñido de verraco en el momento de derramarse dentro de las entrañas de su niña.

Sara percibió cada chorro de leche saliendo de su gordo e hinchado capullo sacudiéndose en la entrada de mi útero, al tiempo que los pequeños vaivenes completaban la follada para una inseminación total dejándole los huevos secos. En tan solo 12 horas, el macho se corrió dentro de ambas hembras, lo que no sabían era que esa mañana Sara se encontraba en plena ovulación y aquel esperma tuvo su oportunidad de PREÑAR a la niña. Poco había que adivinar quién fue el semental afortunado. El único con el esperma lo suficientemente fértil y los cojones bien puestos. ¡Qué gusto le habían dado las condenadas! Jaime que tuvo el honor de inaugurar su matriz. Desde ese mismo instante que eyaculaba supo que tendría su primera panza… Cuando se reunieron en la cocina para desayunar y marcar las estrategias de supervivencia, Sara muy digna adaptándose a las nuevas circunstancias le dijo… 

– ¡Ves Jaime, de ahora en adelante tienes permiso para follar a mi hija cuando quieras, pero prefiero que lo hagamos con discreción…. A ella y a mí nos encanta follar contigo como has podido comprobar”. 

– A mí también nena, sois las mejores mujeres con la que he estado… y me siendo muy afortunado de teneros solo para mí

Al día siguiente una vez que Jaime regresó tras traer víveres frescos, no salieron de casa en todo el día… Follaban varias veces al día con una u otra e incluso con ambas hembras a la vez terminando con su semen en sus coños o sus bocas otras veces… hasta que terminaban exhaustos. A la mañana siguiente era lo mismo con Jaime por casa, o en el jardín convertido en huerto. Sara lo abrazaba con mucha fuerza y aprovechaba la cercanía para susurrarle al oído… 

– Jaime vuelve cuando quieras a mi cama. No lo dejes para muy tarde por favor. Ya sabes que tu visita es un placer. Sobre todo para tu nena consentida ¡¡Me excita mucho tenerte dentro!! 

– Para mí también

Luego se acercó a Rosa y le dio un beso en la boca. Sara le guiñó un ojo cómplice de su cariño, sin saber que en su vientre ya crecía el primer hijo fruto de la hombría que plantaba dentro de la cría. Sin embargo, con Rosa no se quedaba corto en sus muestras de cariño…después del almuerzo, las tardes de siesta eran tremendas follando con la escultural madura. En los meses que permanecieron en la urbanización la vida se hacía cada vez más fácil y las rencillas del principio se tornaron en relaciones cotidianas de sexo salvaje para la Madre e Hija. El semen brotaba día tras día del fabuloso rabo de Jaime, y lo recibían agradablemente las hembras en sus vaginas sedientas de su dosis de leche. Al cabo de unos meses Sara se encontraba preñada de cuatro meses, no quiso dar la noticia hasta que fue evidente su pancita abultada… su madre no tardó mucho más en albergar otro hijo de Jaime. 

Preñar a aquellas hembras resultó muy fácil… se dejaban inseminar por su semental las veces que a él se la antojara, y es que eran conscientes que el mundo se quedó con muy pocos sementales fértiles tras el desastre del fin del mundo y los errabundos desaparecían a marchas forzadas, en pocos meses no quedaría ninguno y, el mundo volvería a regenerarse de sus cenizas.






*************************

Sus ojos con visión borrosa se abrieron, pudiendo distinguir dos cabezas asomándose. Hablaban, pero no acababa de enfocar bien para ver sus facciones. No entendía lo que le decían. Pestañeó fuerte y nada, de nuevo otra vez… 

“Tranquila estás bien, ahora todo pasó, estás a salvo”. 

Por fin pudo ver a una joven de unos treinta años miraba con dulzura, a su lado un hombre de más o menos la misma edad mantenía el ceño fruncido… 

“Te rescatamos en nuestra furgoneta, a tiempo antes que te fueran a devorar….” 

Miró alrededor asustada hasta verse reflejada en un espejo situado ante una ventana. María quiso preguntar pero no pudo articular palabra, tenía la boca demasiado seca. Sabía dónde estaba, la marca del hotel más lujoso de la ciudad, situado en todo el centro histórico, no dejaba lugar a dudas que las cosas habían cambiado, pero los lugares permanecían… 

“Hotel Meliá Castilla” Logró decir. 

“Eso es”, dijo la joven.

“Yo soy Olivia, la médico que te cuida y él es Juan, uno de los que te salvaron del  grupo de muertos vivientes”. 

María sonrió. Si ese era el cielo, Dios debía ser un bromista. Relajada, lejos del tirano de su hijo trataría de olvidarlo. Pronto se recuperó, era una mujer fuerte y comenzó a hacerse un hueco entre ellos con una nueva vida creciendo en su vientre. Sería siempre su secreto, haber sido  PREÑADA POR SU PROPIO HIJO, no era algo que dar a conocer, por un lado estaba feliz de estar preñada, por otro lado mal por como la trató su hijo abandonarla a su merced para que los errabundos la devorasen. A veces añoraba ser poseía como las primeras veces, donde  llegó a ser muy cariñoso y generoso con ella regalándole los mejores orgasmos de su vida, ninguna mujer sería tan generosa como ella con Jaime…. Después de la llegada de la joven, su carácter con ella se fue endureciendo hasta abandonarla recién inseminada a favor de los muertos vivientes. Se juró que nunca sabría que sobrevivió para darle un HIJO incestuoso. No lo buscaría, solo se dedicaría a criar a su bebé y establecer fuertes lazos en aquella comunidad de la que Jaime siempre renegó, porque ella siempre creyó que no eran los únicos de ese mundo.






No todas las zonas eran tan acogedoras como la del sector 3 donde la concentración de errabundos era mayor y por tanto la gente normal no deseaba vivir allí, en su favor estaba que en el sector 1 o 2 comandando por las nuevas autoridades, mafiosos que se había hecho con el poder y en donde la población vivía bajo los mandatos y el aparo de pequeños ejércitos bien armados y pertrechados que controlaban toda la vida social. También sabían que los errabundos cada vez eran menos, no se podían reproducir, y su calidad de vida era tan ínfima que en pocos meses, a lo sumo dos años no quedaría ninguno. La degeneración que producía el virus transgénico mutado que afectó a esos errabundos, no afectaba a otros que eran asintomáticos o simplemente resistentes al coronavirus.

CONTINÚA....


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