Todos los Relatos están Inspirados en Vidas Reales...

UNA HISTORIA DE AMOR. Y si tú no has de volver...

    "Y si tú no has de volver" 1ª PARTE "Una para el otro y otra para el uno". Esa frase la repite una y otra vez mi ...

El Día Depués. La joven




Al día siguiente durmió poco. Al amanecer un cúmulo de nubes ocultó al Sol en su nacimiento. Preocupado porque volvieran las lluvias y les pillase de nuevo desprevenido para ver venir posibles errabundos, solo dio vueltas acompañadas de pasajeros e inquietos sueños, durante un par de horas. Al levantarse pidió a su madre, que empezaba a afanarse en la cocina, que pusiera algo fuerte para comer y le preparase una pequeña mochila. Iba a ir a la gran ciudad a buscar los focos. Ella se abrazó llorando. Nunca llevó bien que se fuera, ahora menos que significaba mucho más que ser su hijo, pero siempre lo aceptó como algo necesario y sin lo que no podrían sobrevivir. Él tampoco tenía mínimas ganas de ausentarse durante todo el día, no volvería hasta la noche y debería conducir sin los faros del coche para no llamar la atención. Pero tenía muy asumido su roll de protector del hogar… 
“¡¡Mamá voy a follarte antes de salir!!”
Ella no lo dudó un segundo, se le iluminó la mirada… 
– “Claro que sí hijo, vacía la semilla dentro de tu sierva, y llénale el vientre a tu madre de fértil semen”. 
Se recostó en la cama donde había descansado toda la noche y se despatarró abriéndose para que su hijo la enfilara lo más fácilmente posible. Él la agarró de sus muslos y sin necesidad de guiar la enorme tranca en plena erección, encontró el agujero de la  vagina materna perfilando sus labios vaginales rosados con el capullo al aire.

Su madre ya tenía el chocho lubricado movida por la excitación de ser nuevamente penetrada. La clavó de una sola vez generando un grito de placer en la hembra. Bombeaba sin parar pensando que esa podría ser la última vez y, tras diez minutos de fiera empalada con clavabas hasta los huevos una u otra vez, haciendo sonar el golpeteo de sus huevos en el culo de María. Finalmente emitió un soplido fuerte seguido de un ritmo acelerado que culminó en la descarga de todo su semen en lo más íntimo del coño de su madre. Su obligación como procreador se cumplía con todo el beneplácito de su progenitora y ahora debía de hacer lo posible para evitar que una situación de tanto peligro se volviese a repetir. Y para ello tendría que mejorar el sistema de iluminación nocturno. Además buscaría nuevas bengalas. Sabía perfectamente dónde buscar. 
Partió cuando el Sol casi llegaba a la zona más alta de su parábola. El coche estaba sobradamente cuidado pues piezas de coches, generadores y herramientas de taller era lo que más fácil le había sido encontrar. Lo revisaba casi a diario y siempre estaba con el depósito lleno de combustible y un bidón guardado en el maletero…, por si debían huir. Las órdenes a su madre fueron claras. Nada de desviar la atención. Debería estar alerta todo el tiempo que estuviese sola, vigilante y con un arma siempre a mano. Quedó encerrada cuando él deslizaba lentamente su coche por el mal cuidado camino que lo llevaría, colina abajo, a un camino algo mejor preparado…, el cual transcurriría unos kilómetros entre las montañas hasta llegar a una carretera comarcal tan descuidada o más que el camino. El paisaje era delicioso, nunca se cansaba de admirarlo, conduciendo a escasos cuarenta kilómetros por hora, tratando de no dañar el coche en los baches…, en cuestión de unos veinte kilómetros llegaría a la carretera nacional que tendría que conducirle a la ciudad. Todo estaba en orden. Ni rastro de nada raro, solo paisajes y paisajes. Al pasar por un pequeño puente vio un errabundo. Estaba de pie encima del riachuelo que pasaba por debajo de la carretera, cerca del lago. Estaría como a unos quince kilómetros de su hogar. Con aquel terreno montañoso era todo un mundo, pero se había propuesto no dejar vivo a ninguno que viese por aquella zona. Detuvo el coche y bajó hasta el riachuelo.

Cuando lo vio se fue directo a él con ese andar torpe, arrastrando los pies por la superficie de una cuarta de agua, chapoteando torpemente. Hasta que estuvo a unos dos metros no se percató que era una mujer. No tenía apenas pelo, pero conservaba la figura y la mirada de lo que sin duda tuvo que ser una bella chica en su vida humana. Sintió lástima y trató de imaginarla llena de vida y sueños unos meses antes. El matarla era lo mejor que podía hacer por ella ahora. Justo cuando se lanzó con las mandíbulas muy abiertas, desesperadamente hambrientas, sacó el machete del cinturón y se lo clavó en la frente, entre los ojos. Cayó fulminada, tiñendo de rojo el pequeño riachuelo. La carretera nacional estaba en un muy buen estado, tal y como la recordaba de la última vez que condujo por ella un par de meses atrás. Algunos coches abandonados en las cunetas y algunos cadáveres en descomposición. Un cartel anunciaba que quedaban ochenta kilómetros para la gran ciudad. 
Condujo a una velocidad crucero de unos ochenta kilómetros por hora. Llegando a ella pudo ver grupos reducidos de errabundos que deambulaban por la cuneta, algunos dentro de la carretera. A todos los esquivó cuidadosamente, allí no eran su problema  a no ser que amenazasen su vida. Las casas y los edificios de entrada a la ciudad estaba derruidos, algunos ardían. Fijó la atención en busca de posible presencia humana. Ni rastro aparente. Tomó un desvío antes de adentrarse en la solitaria ciudad, más tétrica que nunca. Daba miedo, con sus avenidas, jardines, edificios y plazas abandonadas. Llenas de errabundos, pensó en que más que probablemente habría humanos escondidos en los edificios, luchando por sobrevivir mucho más de lo que lo hacían ellos. El desvío lo llevó a un polígono industrial situado al sur, justo al otro extremo de la urbe. La gran superficie de la jardinería y el hogar invitaba a todo menos a aproximarse. Aparcó el coche en la carretera, fuera del aparcamiento lleno de coches abandonados. Caminó entre ellos, con el machete y una de sus pistolas preparadas. Con sumo cuidado accedió al interior del recinto.

Lo primero que vio al entrar fue un errabundo, deambulaba por un pasillo del fondo. Vestía traje de seguridad..., ¿sería el vigilante de aquel lugar? Intentó evitarlo. Caminó por los pasillos intentando no encontrarse con él, vigilante por si otros amigos anduvieran cerca. Pudo ver focos en lo alto de una estantería en una calle colindante. Iban a pilas y las enormes baterías descansaban justo al lado, a la misma altura. Retrocedió pero tuvo que agazaparse de forma fulminante. Tres errabundos acababan de entrar por la puerta principal. Justo por la zona hacia la que se dirigía. Se había propuesto no enfrentarse a ellos, solo quería coger lo que necesitaba y salir pitando. Los nuevos errabundos anduvieron por el pasillo donde se encontraban los focos y las pilas. Jaime se asomó a él. Justo a la altura de lo que necesitaba se cruzaron con el guardia de seguridad y empezaron a empujarse con el torso los unos a los otros, de forma torpe, emitiendo ese ruido constante tan escalofriante. 
Pasó un largo rato y parecían no querer moverse de allí. Miró alrededor y se asomó fuera. Su coche seguía donde estaba y no había rastro de nueva compañía. Decidió llamarles la atención dejándose ver. Los cuatro fueron directamente tras su silueta, guiados por aquel insaciable apetito. Los llevó hasta la calle del fondo y corrió por una lateral hasta llegar a la de los focos de nuevo. Los errabundos le habían perdido la pista, tendría apenas un minuto hasta que dieran de nuevo con él. Confió a la suerte el que se mantuvieran todos juntos. Agarró los dos focos y acarreó con varias pilas. Tendría que llevarlos a peso, no había tiempo de buscar carritos y hacía tiempo que decidió no buscar nada más. Justo al salir corriendo los cuatro fantásticos lo interceptaron en la puerta de salida. De nuevo se fueron a por él. Corrió de forma más torpe por la carga, en dirección opuesta hasta dar una vuelta al establecimiento. Consiguió generarse vía libre. Corrió hasta el coche y guardó todo en el maletero. Al girarse tenía a otro a punto de darle alcance. Trastabilló y cayó al suelo a merced del errabundo. Se le echó encima con las fauces abiertas dispuestas a darse un festín. Era más grande que él, pero no más fuerte. Le sostuvo los brazos arriba, impidiendo que sus dientes impactasen. Estaba totalmente tumbado con el desgraciado fortachón casi inmovilizándole.

Miró hacia atrás y pudo ver como cuatro pares de pies se arrastraban a escasos cinco metros. Ya estaban ahí sus amigos, enemigos de los focos a pilas. Se la jugó. Soltó su mano derecha para agarrar la pistola. Rápidamente giró la cabeza hacia el lado opuesto. El otro cayó de cara sobre el asfalto. Al girarse tuvo justo el tiempo para dispararle en la frente. Un agujero limpio lo dejó en una mueca satánica, justo antes de que le convirtiera en uno de los suyos. Disparar en mitad de aquel lugar era justo lo que no quería hacer. Rápidamente se puso en pie y disparó cuatro balas más, a escasos tres metros, sobre las cuatro cabezas huecas restantes. Sesos sobre el asfalto. Tranquilidad pasajera. Al fondo unos cuantos amigos más se aproximaban atraídos por el ruido de los disparos. Al arrancar pudo ver que otros medio taponaban la salida hacia la carretera de circunvalación. Aceleró llevándose a tres por delante. Limpiaparabrisas manchado y parte delantera del coche abollada y teñida de rojo. Aceleró sin mirar atrás. Si lo hubiera hecho habría visto a más de un millar de errabundos que se agolpaban en torno a los cinco compañeros caídos. Se había librado de milagro, y ya iban dos veces en muy poco tiempo. La vuelta la hizo más rápida, buscando que no se le hiciera de noche.  Al llegar al camino que llegaba a su casa justo empezaba a anochecer. Cuando enfiló el camino mal cuidado que subía la colina pudo ver su hogar. Destartalado y fortificado, desde ahí abajo daba la impresión de ser una especie de casa encantada… definitivamente no invitaba a acercarse a nadie.

Algo le detuvo. Sintió que su hogar quería transmitirle algo. No tardó en darse cuenta de qué… Se le heló la sangre y contuvo la respiración. Detuvo el coche y lo apartó del camino, intentando dejarlo lo más fuera de la vista posible. Cargó con la pistola, hasta llenarla de balas y el machete preparado. Se acercó colina arriba de forma sigilosa. Al llegar la rodeó y se aproximó al exterior de la ventana de la cocina. Allí estaba, las tablas de debajo estaban teñidas de verde. No había dudas, era la señal que tenían preestablecida de que algo fuera de lo común ocurría, para cuando uno de los dos se ausentaba. Rodeó la casa vigilante. Desde la ventana de la habitación de su madre salía un pequeño resplandor amarillento producto de alguna de las velas. Por un momento barajó la idea de que hubiera sido un accidente. Entró en la casa con cuidado. La puerta del sótano entreabierta le quitaron las dudas. Un tarro roto en el suelo le hizo visualizar lo ocurrido: Su madre se apresuró a tirar la pintura, para alertarle cuando volviese. Luego corrió para encerrarse en el sótano, rompiendo el tarro a su paso. Pero alguien la interceptó antes de entrar. Afinó el oído, no logró escuchar nada. Con mucho cuidado recorrió la zona inferior de la casa. No había nadie ni nada que le diera más pistas de lo ocurrido. Se encaminó hacia la escalera. Una botella de whisky vacía en el segundo escalón. Miró. La puerta de la habitación de su madre estaba entre abierta, la luz amarillenta se reflejaba en la pared de enfrente, justo en el borde superior de la escalera. Agudizó el oído y pudo oírla. Su madre gemía de forma pausada y constante. Al llegar arriba se asomó y entonces pudo verlo todo, una especie de orgía...

Dos hombres de aspecto desarrapado, fuertes y grandes, con barba y pelo largo el blanco y calvo el fortachón de raza negra. Desnudos en la cama de su madre. Pantalones y chupas de cuero en el suelo, junto a uno de los vestidos de María. Ella estaba a cuatro patas, comiéndole la polla a uno de los dos, que estaba de rodillas a la altura de la almohada. El otro la enculaba con fuerza. Lo que realmente le sorprendió fue ver que ella disfrutaba. Movía el culo pidiendo más embestidas, el de atrás, superado por la exigencia de la hembra, hacía lo que podía. Los gemidos constantes y medio callados eran provocados por tener la otra polla muy metida en la boca. Jaime esperó pacientemente a que acabasen. Ambos se corrieron en la boca de la mujer y ella se mostró agradecida, tragando todo el semen de forma sonriente y generosa. Luego las lamió para dejarlas bien limpias. Ambos sentados uno al lado del otro en la cama, con sus barrigas enormes y la mujer frente a ellos de rodillas. Cuando acabaron entró en la habitación cargando con las pistolas. Los dos barbudos lo miraron aterrados, como si se culparan por no haber tenido cuidado, visualizando una inminente muerte. Su madre disimuló un llanto y se fue tras su hijo como una perrilla a la que están maltratando y se escuda detrás de su amo. Jaime ordenó a su madre que fuera a lavarse y no saliese del baño hasta nueva orden. Cuando se fue, cerró la puerta de la habitación y se adentró un par de metros. La visión de esos hombretones desnudos y asustados le pareció cómica y circense… 
– “¿Quiénes sois? ¿De dónde venís?” 
No respondieron. O al menos murmuraron algo como “jódete”. Jaime disparó una bala en una de las rodillas de cada uno. Se retorcieron de dolor y lloraron como críos. Entonces Jaime se acercó un paso más y les apuntó a los huevos… 
“Creo que no me he explicado bien, o al menos no me habéis entendido como un servidor pretendía. Dejen que me presente. Soy Jaime y he tenido la humanidad de dejaros acabar de follar a mi madre. No vais a salir vivos de esta habitación, de eso puede estar vuestras mercedes seguro. Pero de ustedes dependerá el morir de lenta agonía o que un disparo en vuestras sucias cabezas acorte lo que tengo pensaros haceros si no habláis”. 
Sonrió amable. 
“¿Me he explicado bien?” 
Asintieron como dos cobardes temerosos. 
“Perfecto. Y bien, ¿Quiénes sois? ¿De dónde venís…?” 
No hubo otra opción. Bajó los cadáveres al salón. María se sobresaltó emitiendo un quejido trágico 
“¿Te has vuelto loco? ¿Qué iban a hacerte? Estaban desnudos y desarmados por el amor de Dios”.






Jaime los arrinconó en la esquina ante la puerta de salida. Se secó el sudor provocado por el  esfuerzo y miró el reguero de sangre dejado por sus cabezas agujereadas. Había pasado una media hora desde que se encerrara con ellos en la habitación de su madre… 
“Limpia la sangre” 
María se acercó con un gesto teatral, que intentaba transmitir incredulidad con un atisbo de desesperación… 
“¿Me has oído?, ¿por qué los has matado? ¿Acaso ahora matamos también a seres humanos?” 
– “¡Por lo que yo sé han invadido nuestra propiedad y estaban violándote!” 
La mirada furiosa que le dedicó a su madre la aplacó al instante… 
– “Pero….” 
– “¿Pero?, ¿Acaso ahora hay peros? Deberían darte más miedo los vivos que los muertos. ¿Es que no te enteras de nada? Seguramente pensaban matarte cuando se hubieran desahogado, no iban a correr el mínimo riesgo por ti, y robar todo lo que tenemos antes de salir corriendo. Todo lo que me ha costado reunir para tenernos a salvo. No ha habido un viaje en el que no haya puesto en peligro mi vida para salvar la tuya. ¿Y así me lo agradeces?... 
Se paró un instante y prosiguió diciendo… 
– ¡Aquí mando yo!, si no te gusta mi forma de sobrevivir puedes marcharte cuando quieras, pero no vuelvas más”. 
Señaló la puerta y se quedó mirándola fijamente… 
“Lo que quería decir es…. Vi como disfrutabas, vi tu deseo. ¿En qué puñetas te estás convirtiendo? Que nunca se te olvide que de lo único que se trata es de sobrevivir. Yo solo me fio de mí; si me das motivos para desconfiar ni el ser mi madre te va a librar de alguna de mis balas. Si te quedas bajo el techo que he creado poniendo mi vida en juego será con mis normas. Jugar a la puta zorra enviada de Dios es muy bonito. Pero la realidad está ahí fuera, la muerte y la destrucción nos acechan cada segundo que seguimos vivos, y cada vez nos come un centímetro más de terreno. Esos no venían a proponer consignas de haz el amor en lugar de la guerra. Vinieron a violarte, robarnos y quemar la casa. Lo único es que encontraron a una mujer deseosa de ser follada. Y eso me plantea dudas, tendré que pensar mucho en ello”.
María lloró y se abrazó a su hijo. Él no devolvió su abrazo en un primer instante, luego la apretujo contra su cuerpo. Al cabo de unos segundos la apartó y sacó los cadáveres fuera. Antes de ir a la zona de detrás de la casa para quemarlos  se dirigió de nuevo a su madre… 
“Ahora limpia la habitación, la escalera y el rellano. Está todo lleno de sangre”. 
María quería explicarse, quería decir que tiró el bote de pintura aterrada cuando los vio llegar con aquel ruido ensordecedor de sus motos. Que no tuvo tiempo de esconderse. Mientras ellos bebían el whisky ella lloraba agazapada en un rincón, temerosa de haber fallado a su hijo. Quería explicarle que le dijeron que si no colaboraba la matarían. Les dijo que estaba sola, que vivía allí desde el suceso y que sobrevivía como podía. Ellos iban a violarla y a llevársela para poder tener una hembra más a la que atacar en sus largas noches de borrachera y excesos. Quiso explicarle que los sedujo, que planteó todo para ganar tiempo, mientras pensaba un plan que nunca llegó a su mente. Que lo único en que pensó fue en sobrevivir, y para eso tuvo que mover el culo, lamer barrigas sebosas y mamar aquellas pequeñas pollas que tan poco aguante y fuerza tenían.

Pero no pudo decirle nada, porque se lo impedía  la culpa de haber disfrutado, de haberse sentido a gusto desnuda entre aquellos peligrosos hombres. Mientras limpiaba lloró, temerosa de haber defraudado a su hijo, a su macho, a su protector. Él, una vez más, había cumplido con su cometido de tenerla a salvo. Cada día que pasaba le quedaban pocas dudas de que Jaime lo conseguiría. Ella solo tenía que ser una buena madre, una buena compañera y una buena amante folladora, era todo en cuanto debía concentrarse, y de camino podía darle un hijo que los uniese mucho más. Ninguna de las tres primeras cosas le resultaba difícil de conseguir a esas alturas y por el Dios que en ese momento deseaba hacerlo y conseguir la cuarta…, porque gozaba siendo generosa con él. Y por ese mismo Dios que se cayera muerta en ese instante si las bragas mojadas que tenía no eran provocadas por la autoridad firme de su hijo. 

Mientras el fuego consumía lo que quedaba de los únicos seres humanos a los que había visto desde el suceso, descontando a su madre, Jaime paseó colina abajo poniendo en orden la información dada por aquellos visitantes fugaces. Hablaron con poca claridad, pero hablaron. Les dio credibilidad, tan seguro estaba de ello como de que habían intentado liarle con informaciones difusas. Lo único que sacó en claro es que había un pequeño asentamiento humano no muy lejos de allí. A unas tres horas a pie entre la zona más inaccesible de las montañas, en dirección este. Eso significaba medio día en moto por la carretera serpenteante, el que habían echado en una supuesta batida en búsqueda de víveres hasta dar con su casa. Habían muerto jurando que nunca quisieron hacer daño a su madre, que ella les sedujo, que estaban muy necesitados y no perdieron la oportunidad de estar con una mujer. Le habían hablado del asentamiento y le habían invitado a unirse a ellos.

Son pocos según dijeron, dos hombres más y las hijas de uno de ellos. Habían logrado tener una pequeña sociedad. Las jóvenes eran hijas del jefe y nadie se atrevía a tocarlas. Ellos eran solo unos esbirros. Pero su jefe era bondadoso y cuidaba espiritualmente de ellos. Sentía que habían incurrido en algunas contradicciones, pero la idea de un asentamiento no muy lejano pareció quedar clara. Encontró las motos donde le dijeron, escondidas en el frondoso bosque. Dos del tipo, Harley Davidson en aparente muy buen estado. Las llevó una a una hasta su casa y las escondió en el sótano. Antes les extrajo la gasolina y las guardó en bidones…

– “Voy a ir en busca de la pista que me dieron”. 

Su madre se detuvo en mitad del fregado de los platos tras la cena. Ella se giró, las manos impregnadas de jabón y la cara marcada de pánico… 

“¿No les habrás creído, verdad?” 

– “No en todo. Pero creo que el asentamiento es cierto. Voy a ir entre las montañas. Partiré al amanecer. Si está en un radio de tres horas subiendo por allí arriba, es posible que lo encuentre en un día, dos a lo sumo”. 

María dejó las labores y se sentó en el sofá, anonadada. Pensando en decir algo, pero le miró en silencio, profundamente preocupada… 

“No pienso dejarme ver, iré a espiar, algo me dice que allí no hay nada bueno. Por eso mismo quiero ir, está lo suficientemente cerca para que pueda suponernos un problema serio,…. Como ha estado a punto de ocurrir de hecho”.  

– “No sabes a lo que vas a enfrentarte hijo mío. Por favor no vayas, ya ha pasado el peligro. Tú mismo me has dicho varias veces que esta casa está perfectamente escondida entre las montañas. Ahora necesitas relajarte, ha sido un día muy duro. Anda, deja que yo me encargue, tú solo ponte cómodo y disfruta mi amor”

Se arrodilló frente a él y le acarició el sexo, enseguida se le puso bien dura. Sonriente y bondadosa, desabrochó la bragueta de su pantalón. La polla emergió imperiosa, Jaime estaba tan enfadado como necesitado, le vendría bien una buena mamada. Las mujeres beatas eran mucho más entregadas que las putitas, saben cómo han entregarse por completo. Tuvo tentaciones de follársela, pero le dejó hacer.  María tenía las manos húmedas del fregado, pero enseguida se acopló bien en la paja inicial. Empezó a darle lametones de abajo arriba, lentos y sensuales, mientras no dejaba de mirar a su hijo de forma sumisa y generosa. Atrás se insinuaban sus caderas y trasero, bajo el vestido remangado. Desde la otra zona del salón debería verse su amplio culo con alguna de sus bragas aparentemente mojadas. Bajó todo el prepucio hasta quedar su capullo libre. Entonces lo lamió, pasando insistentemente la lengua por el agujero donde debería salir un regalo en forma de semen cálido, confortable y apremiante del buen trabajo. Le supo salado, con olor a macho de la necesidad del semental, sus ganas de follarla se notaban y ella lo percibió sintiéndose a gusto y doblemente dichosa, además de relajarle, también iba  a limpiar la verga a su hijo. 

La mamada le producía a ella unas ganas irrefrenables de adular a su macho. Tras lamerle los huevos mientras le masturbaba fuerte, y recrearse mirando la potente virilidad de su hijo, María la engulló. Su boca la recorría casi entera, en cada bajaba intentaba llegar más lejos, provocándole arcadas que culminaba en separar la boca muy abierta, dejando caer saliva espesa sobre el capullo mientras gemía susurrante ¡El sexo con su hijo iba a más! asumiendo como una oveja dócil el destino que Dios le propuso. Antes de correrse le agarró la cabeza y la estrujó contra su polla. Ella permaneció inmóvil succionaba mientras el semen salía a raudales directamente en su garganta. Se la metió entera hasta más allá de la campanilla, provocando un llenado incontrolable que casi se ahoga la pobre, por lo que tuvo que tragarse todo el semen en varias veces, saliendo el resto por la comisura de los labios. Cuando la soltó cayó sentada en el suelo, jadeante le dio las gracias por el semen… por ese día ya tenía tres corridas de tres hombres diferente macerándose en su estómago. Se haberse corrido alguno de los asaltantes en su coño, su hijo no se lo hubiera perdonado, gracias a Dios, a esos tipos les apeteció más correrse en su boca.

– “Mírate, estas llena de leche por toda la cara y la boca… ¡Cada vez eras más PUTA!” 

– “Lo sé hijo, pero ha sido un acto necesario, no podría tragarme tanto semen como me has descargado. Mil gracias cariño por darme el esperma. Cada día me gusta más su sabor salado y un punto dulce a la vez... produces una leche muy rica, la mejor”.

Jaime siguió mirando por la ventana oteando el bosque cercano, su madre llegó aseada y se sentó en su butacón frente a él. Jaime le habló como si no hubiera pasado nada, continuando con la conversación anterior a la maternal mamada practicada con tanto cariño… 

“Conozco bien estas montañas. Hay muchos bosques salpicados de colinas así, y picos inaccesibles. Algo me dice que están muy arriba, en alguna casa abandonada, tal vez en algo mucho mejor”. 

– “¿Cómo la estación de esquí?” 

No creo, si no me engañaron en las distancias, esa queda mucho más lejos”. 

Su madre se levantó y se sentó en sus rodillas. Quiso besarle en los labios, su coño permanecía muy mojado y caliente. Jaime la cogió de la cara y le comió la boca, mientras ella le mamó la lengua de igual manera que lo había hecho con su cipote. Se levantó enérgicamente… 

“Voy a dormir, partiré al amanecer. Tendrás que hacer el esfuerzo de no dormir hasta que llegue. El mío será exponerme de nuevo en pos de nuestra seguridad. De tu seguridad….”

Ella añadió algo más un poco preocupada… 

“¿Y los errabundos?” 

– “Caminando por allí arriba veré a pocos”. 

Cada vez que se marchaba pensaba que podría ser la última vez y por su mente pasaban mil cosas, era su hijo, su hombre que la defendía de todo mal y por supuesto el macho que la cubría generosamente. Con este último pensamiento se quedó una imagen fija de cuando el día anterior se la folló espléndidamente sobre la cama en un momento de relax tras una larga vigilancia por el bosque… su coño pasaba por  ser el mejor calmante para el aguerrido defensor de mamá y ella no oponía resistencia a ser follada.

El equipaje era espartano pero completo. Nada de ropas. Su escopeta, dos pistolas y su machete. Balas y postas suficientes, algo de comida y agua a racionalizar. A pesar de empezar a apretar el calor, en la cima de las montañas parecía que aún perduraba el invierno, zonas semidesérticas a más de dos mil metros de altitud, con nieve acumulada en las partes más húmedas, resistiendo su salida ladera abajo. Pasó por caserones abandonados, huertos quemados y poblados derruidos vistos desde lejos. Atento a señales de humo, si estaban tan arriba necesitarían fuego para casi todo. Atento a posible vida humana. Pero ni siquiera veía vida de errabundo. Tenía ganas de ver a uno aunque fuera, echaba de menos estrujar sesos con su machete. Agradeció su buena forma física a pesar del camino agotador. Subió a lo alto de la montaña más alta de la zona, casi a tres mil metros. La cima tras la que se veía salir el sol desde su casa. Agudizó la vista y no vio absolutamente nada. 

Su colina se camuflaba entre otras tantas y la espesura de los bosques próximos. Intentaba ver su casa y solo veía paisaje de montañas. Le resultó curioso al comparar lo cercana y clara que se ve aquella cima desde la puerta principal de su hogar. Esta cima es como la luna, pensó. Tan cercana y tan lejos. El sol se dirigía hacia el oeste, sin duda habían pasado unas seis horas desde que cogió el rumbo. Calculó que habiendo seguido un camino a menor altitud, podría haber empleado unas tres horas en llegar a aquella zona. Estaba, pues en el punto desde el cual podría distinguir el asentamiento en cualquier momento. Todo estaba preparado, pasaría allí la noche. La vista panorámica era total, y cualquier luz, cualquier fuego no muy lejano debería poder divisarse desde allí. Además, allí se sentía liberado de errabundos, aunque nunca convenía bajar la guardia. 





Sus músculos y huesos habían sucumbido al calor, agazapado entre sus ropas y sin haber apenas comido, Morfeo invadió su vigilia. Las estrellas tiritaban sobre su cabeza y el horizonte no le dio ninguna pista. Al poco de quedar dormido soñó con una voz de mujer, joven mujer. Que cantaba una melódica canción. Aquella mujer le miró, sus cabellos de oro sedoso otorgaban una cara angelical, cantando con una dulce media sonrisa. Pero su voz se tornó chillona, de sus cabellos corrieron desesperadas culebras negras y la canción culminó a gritos desesperados… 

– “¡Socorro…!” 

Se despertó como un resorte. Su respiración era muy agitada. Todo parecía haber sido un sueño. Hasta que volvió a oírlo. 

– “¡Socorro…!” 

Rápidamente se puso en pie, recordó el suspiro similar que sintió en su nuca aquel día arreglando el tejado. Lo achacó a mal de altura en las montañas, justo lo sintió llegar del este de la montaña. Ahora lo pudo escuchar alto y claro, aquella mujer no estaba muy lejos de allí. Decidió tomárselo con calma. Ni dar voces, ni encender la linterna ni dar un paso en falso. Necesitaba pensar, sacar conclusiones, encontrar las piedras más seguras para cruzar el río. Probablemente esa chica estuviera sola y encerrada en algún sitio, en caso contrario no estaría pidiendo auxilio. Lo más lógico era pensar que otros seres humanos la tenían encerrada por algún motivo, en una prisión improvisada cercana a la cima más alta de la zona. Pesando en frío no era mal lugar para ello. 

Probablemente estuviera mucho tiempo sola, y aprovechaba para gritar confiando en que alguien la oyera. Sin duda esos gritos no lo habían oído los que la tenían allí, ya que en caso contrario se habrían encargado de que no los diera más; con lo que llegó a la conclusión que sus captores estarían lejos. ¿Serían sus captores aquellos dos hombres que mató? ¿O bien el supuesto cabecilla del supuesto asentamiento del que hablaron? Cabía la posibilidad de que no tuviera nada que ver con ellos, cosa que dudaba. Pero tal vez fuera presa de otras personas o bien una mujer sola que había quedado aislada en algún lugar, y que no se atrevía a salir. Esa última idea también la descartó, no tenía sentido querer hacer ver que estaba allí en ese caso.

De todas las posibilidades la más lógica era que era retenida en contra de su voluntad. Y que los que allí la tenían estaban lejos en ese momento. Esperó paciente y preparado que de nuevo pidiese auxilio. De noche poco más podría hacer. Pero nada, solo se escuchaba el silencio del planeta agonizante y la voz de la fémina pidiendo socorro… Trastabilló y cayó, juraría que no se había quedado dormido, pero aquello de nuevo le despertó. El Sol rallaba el horizonte y el frío se hacía insoportable. Ahora parecía provenir del norte, montaña abajo. Bebió dos tragos largos de whisky para entrar en calor y caminó despacio en esa dirección. El amanecer le fue abriendo colores para que pudiera ir viendo mejor. Solo rocas, hierbas marcianas y nieve…. Más abajo empezaban los árboles. 

Los árboles le dieron la bienvenida y le tragaron, aquella zona, aunque no muy lejos de la cima, empezaba a ser más peligrosa. Agudizó los sentidos y avanzó esperando oír de nuevo la señal de socorro, muy atento a todo. Escuchó un crujido y se detuvo en seco. Interpretando en el aire que soplaba en sus oídos todo lo que podía. Desde la supuesta dirección del crujido no veía nada, el viento podría haberle traicionado. Quedó quieto, respirando, escuchando, sintiendo…. Otro crujido, esta vez más cercano, justo tras de él.  Se giró rápido. Allí estaba. Un errabundo se acercaba. Notaba algo extraño en él pero no supo bien qué era. Se fue hacia él y le atravesó el cerebro con el machete, entrando a través del ojo derecho. Chas, cayó fulminado. Recogió el machete y lo limpio. Rápidamente cayó en la cuenta de lo que le había resultado extraño, aquel errabundo no emitía ningún ruido. Se había aproximado a él de forma sigilosa, siendo descubierto solo por el crujir de alguna rama que pisó. Además, había necesitado más fuerza de la habitual para atravesarle el cráneo. Se le erizó la piel. Se acercó al errabundo y lo analizó. Abrió su boca, todo estaba perfecto.

¡Había matado a un humano! Su aspecto desgarrado y sucio le había hecho dudar. Miró sus pupilas y metió la mano en su boca. Juraría que estaba drogado. Siguió analizándolo, un pie dislocado… tenía todo lo que un ser humano necesitaría para parecer un errabundo. Qué extraño. No sabía qué conclusión sacar de todo aquello, se sentó apoyando la espalda en un tronco. Bebió algo, pensativo. Entonces vio la cabaña. Se encontraba clavada a dos árboles cercanos, hecha de tablas y toda suerte de maderas, bien escondida entre la arboleda, cerca de la cima .La rodeó, solo una puerta, bien cerrada con un candado. No había ventanas y como pudo se asomó entre una de las rendijas que dejaban las tablas. Unos ojos espantados le devolvieron la mirada. Retrocedió, trastabilló y cayó de espaldas, rodando unos metros hasta chocar contra un árbol. ¿Era un errabundo?, no. Esos ojos no eran de errabundo. Se aproximó de nuevo. 

“¿Hola? ¿Quién eres?”. 

Un silencio espeso, demasiado largo, se adueñó del instante. El viento domaba la copa de los árboles, el extraño silencio de los bosques post apocalípticos, sin el cantar de los pájaros. Una tímida voz calló al silencio. 

“¡¿Le has matado?!”

Jaime miró a la persona que acababa de matar, al humano que parecía errabundo. 

“¿A él?” 

Lo señaló, colina abajo. Se dio cuenta de lo absurdo de la situación. ¿A quién se lo señalaba? 

– “A mi guardián”. 

Su voz sonaba débil, sin fuerza, o tal vez con un tono captado del cautiverio, robado de la soledad. 

“¿Te tenía aquí sola?”. 

– “Sí, cuidaba de mí. Me apartaba de los errabundos, aquí me siento segura. Tú me das miedo”. 

–“No debes temerme. Soy de los buenos de esta película. Dudo que tu guardián lo fuese, sino no te tendría aquí encerrada”. 

– “Llevo tanto tiempo aquí que ya formo parte de esto. Estas tablas no existirían sin mí, este bosque no callaría si mis oídos no oyeran la nada. Antes no era así, antes el cantar de los pájaros me despertaban al alba y el husmear de los lobos me asustaba en la madrugada. Ahora ni pájaros ni lobos. Un día mi guardián me dijo que todo se acababa. Me trajo uno para que lo viera, para que me sintiera dichosa de estar aquí, protegida”. 

Su voz iba ganando fuerzas, era joven y decidida, atemorizada, apaciguada, joven y entregada… 

“¿Cuánto tiempo llevas aquí?” 

De nuevo otro silencio, de nuevo el viento en los árboles… 

– “Un año, dos, qué más da. En cualquier caso demasiado tiempo”. 

– “¿Él te tenía aquí?”. 

– “Sí, desde que me abordó a la salida del instituto aquel día. He acabado siendo su amante, su confidente. Había días que no venía. Pero hoy estaba preparada” 

– “¿Preparada para qué?”. 

– “Para fugarme. Vino a follarme otra vez, aproveché para atacarle, lo dejé herido. Después salió y anduvo un rato por los alrededores. Hasta que te vio” 

– “Pensé que era uno de ellos”. 

– “Hiciste bien en matarle, te hubiera matado”. 

Jaime puso cara extrañada… 

– “Soy Jaime. ¿Me dejas rescatarte?”. 

– “Sara, encantada Jaime. Sara Toscano”.

Ese nombre…. Enseguida cayó. Haría más de un año se hizo famosa por su desaparición sin dejar rastro. La policía llevaba meses buscándola en el momento en el que se produjo el suceso. La daban por muerta, otra joven más violada y asesinada

– “Te conozco. Tus padres te buscaron hasta la saciedad, toda la ciudad se volcó en ayudar a la policía. ¿Llevas aquí todo el tiempo?” 

Sus sollozos ahogaron las palabras. Jaime partió el candado, al abrirse la puerta la contempló. Estaba agazapada en un rincón, llorando amargamente. Sucia y con las ropas desgarradas, medio tapada con una manta apulgarada. Un cuenco con agua y fruta putrefacta llena de moscas en la esquina contraria a donde se recogía para llorar. Jaime la sacó y la abrazó… 

– “Dios, pensaba que eras uno de ellos. Pensé que ibas a violarme” 

No, ya está, ya está. Has caído en buenas manos. ¿Quiénes son ellos?” 

– “Los trae y me violan. Dice que vive con ellos, él me ofrece a mí y ellos le acogen en su granja. Tenían esa especie de trato.” 

Ella se agitó y miró asustada en dirección de la frondosidad… 

– “Tenemos que irnos, pueden venir”. 

Corrieron hasta llegar de nuevo a la cima. Desde allí anduvieron camino de la casa de Jaime. Él le contó que vivía con su madre, que tenían una casa bien protegida con mucha munición y comida. Que mató a dos motoristas que violaron a su madre. Ella los reconoció como dos de sus violadores. Él le dijo que no tenía nada más que temer, que viviría con ellos. Que ayudaría en las labores del hogar y de vigilancia. Le vendría bien a su madre para cuando él saliese a buscar más necesidades. Ella le dijo que tenía diecisiete años, tal vez dieciocho. Que colaboraría en lo posible, ayudando a llevar mejor el día a día. Sus lágrimas eran sinceras. Su rostro marcaba el dolor en cada gesto de su cuerpo. Sus ojos no engañaban, estaba llena de vida y juventud. Había rescatado a Sara, la famosa chica desaparecida. La decisión estaba tomada, su familia acababa de crecer. Su escondite albergaría un nuevo miembro.

Su madre estaba pelando una patata cuidadosamente, mientras cocía la cáscara que iba desprendiendo. Cuando vio a su hijo y a aquella chica entrar se quedó de piedra. En posición defensiva, como el animal que espera el ataque inminente de un depredador. Jaime le hizo señas para que se sentara. 

“Ella es Sara, Sara toscano”. 

La mirada de María se alteró, sin duda la había recordado. Fue a decir algo pero se detuvo en el instante de abrir la boca. Respiró y preguntó algo que no tenía nada que ver con lo que pretendía decir… 
– “¿Se puede saber qué hace aquí?” 
– “Alégrate pues tu Dios estará orgulloso. La he salvado, estaba encerrada en una cabaña de mala muerte, en el bosque arriba de la montaña. Llevaba más de un año. He decidido que a partir de ahora vivirá con nosotros. Así que deberás tratarla como a una hija. Ella te ayudará en las labores del hogar y hará que nuestros turnos de vigilancia sean más cómodos. Gracias a ella mejorará nuestra calidad de vida y tendremos más fácil el sobrevivir”. 
– “Pero……” 
– “No hay peros. Prepárale un baño calentando agua del pozo. Y saca una pastilla de jabón nueva para ella sola, falta le hace” 
– “Si mi vida, como digas…”. 
María fue arriba y Sara miró extrañada a Jaime. “¡Es una madre sumisa a su hijo…!” Jaime le contó toda la historia con su madre. Su locura con nuevo rol entre ambos, el cómo había pedido perdón a Dios. Su relación incestuosa en encuentros sexuales casi diarios con un fin humanitario…. El cómo ella había aceptado su destino de satisfacer al que llamaba macho de la casa, amo del hogar, protector de sus vidas… 
“Esto es el fin del mundo Sara. Formamos parte del pequeño grupo de seres humanos que nos ha tocado vivir y probablemente perpetuar la especie como Adán y Eva. Se trata de sobrevivir. Es curioso, pero tu cautiverio te ha salvado la vida. Si nunca te hubieran secuestrado tal vez ahora estarías muerta, o lo que es peor, muerta en vida”.





Sara suspiró y miró la estancia inferior del hogar.

“Esto parece confortable”

– “Lo es, aquí estaremos bien... es un lugar muy seguro. Ahora ve arriba y date un baño. Te prepararé una cama al lado de la mía en mi habitación. La subiré, pues guardamos algunas en el sótano. Pondré un camisón de mi madre sobre ella. Mi madre te indicará la habitación y tras el baño, ve a vestirte y baja a cenar..., luego duerme, descansa. A partir de mañana te espera una vida nueva. Aprenderás a disparar, es uno de los tres pilares ahora…” 

Jaime y María esperaban en la mesa a que Sara bajase para la cena. Unos pies descalzos se deslizaron escaleras abajo. Jaime recorrió el cuerpo de abajo arriba. Su boca se fue abriendo poco a poco al ir descubriéndola. Sara, percibida como una Diosa en un mundo apartado de Dios. Como una ilusión en mitad de la sinrazón, como un suspiro en mitad del océano. Sus bellas piernas, de muslos prietos, agitados al unísono bajo la estrecha bata de su madre. Sus caderas vistiéndola perfecta, disimulando la ligera imperfección de la marca de caderas amplias y trasero regordete de su madre, y que la misma bata consiguió amoldar. Rondaría el metro sesenta y poco, y en torno a unos sesenta kilos, que la hacían inmortal al hambre que pudo haber pasado…, como si el diablo le hubiese ofrecido conservar ese cuerpo a pesar de su espantoso cautiverio. Sus pechos bailaban libres bajo el ropaje ajustado de la bata. Parecían amplios y acogedores, en su sitio. “Pechos en su sitio, que de tiempo sin verlos”. Su madre miró enfadada a la chica, miró confundida a su hijo. María se sintió desplazada, agredida en su propia casa… 

“Gracias guapo.” 

Dijo Sara justo al sentarse. Su pelo moreno, bello, brillaba suelto cayendo sobre el abultamiento de sus ubres jóvenes. Sus ojos verdes, amplios, expresivos y simpáticos. Con aquella mirada de aterrada esperanza que vio a través de las tablas de su cabaña. Nariz algo chata, labios sugerentes y rojos.

– “En serio, ¿has hecho un pacto con el Diablo?, parece que vienes de una sesión de belleza en lugar de meses de sufrimiento”. 

– “Bueno, siempre tuve la ilusión de que un hombre bueno, como tú, me salvase”. 

Sonrió gustosa y Jaime se consideró la persona más dichosa del mundo que no era mundo. Del universo con fin. La seriedad de su madre durante la cena no le extrañó. Decidió que le gustaba la situación, sabía que tendría a esa chica abierta de piernas cuando quisiese, y que sería mejor amante que su madre. Es ideal, una para cada cosa. ¿O no?, la idea de tener dos hembras a su servicio le empalmó infinitamente, le excitó tanto que su ego se convirtió en una planta enredadera que abarcaba todo el mundo, haciéndolo suyo. La joven y la madura. Diecisiete y cuarenta. Su casa más limpia, todo más ordenado, los tres más seguros. Él más satisfecho, decidió que no era bueno que compitieran. No pensaba en dejar de lado a su madre; además, ¡qué demonios!, le gustaba la cama de su madre una mujer experimentada, con sumisión las 24 horas del día y abierta a cualquier fantasía. Y, ¡qué cojones!, le gustaba follarla pensando que lo hacía con su madre a la que desea preñar. A quien engañar… se ponía cachondo solo pensar en joder con ella. Tendría que ser más autoritario, con dos gallinas en el corral el gallo precisaría de más presencia y decisión… 

“Mamá. Tú esta noche vigilarás hasta el alba. Sara necesita descansar y yo estoy agotado de mi expedición. Cuando ralle el sol, te sustituiré en la vigilancia”.

“Vale hijo, he pensado que tal vez podrías habilitarle a Sara la habitación del fondo, para que tenga intimidad…” 

– “¡No!, la habitación del fondo seguirá haciendo de almacén de momento”. 

– “Pero para eso tenemos el sótano”. 

– “Agradezco, querida madre, tus puntos de vista, sin duda todos van orientados en la comodidad de nuestra incipiente comunidad de tres. Pero no podemos tener todo en el mismo sitio, al menos no mientras sea posible. Sara dormirá en mi habitación, en la cama de matrimonio necesitaremos estar cómodos…” 

– “Si es lo que deseas… cariño…… He pensado que podríamos subir un rato a mi habitación en el tiempo que Sara recoge las cosas de la cena….”

Se abrió de piernas para que pudiera verle su sexo rasurado, tal y como él había pedido que lo tuviera, de forma que Sara lo viese también. Jaime se puso muy caliente, pero decidió que no… 

“Mamá no te preocupes, aquí hay hombre para las dos, pero ahora ella necesita mi consuelo. Son muchos meses abandonada en el bosque y abusada por desconocidos... necesita amor.” 

– “Lo comprendo hijo la pobre ha sido demasiadas veces vejada, tú sabrás muy bien darle el amor que necesita”. 

Recoge tú. Sara y yo subiremos. Le contaré todo lo que es el día a día aquí y luego dormiremos.” 

– “Vale cariño, como desees”. 

Dócil, aunque su cara decía lo contario. Su madre seguía ganando puntos, pensó, no obstante. En cuanto cerró la puerta tras de sí, Sara se despojó de la bata. Se quedó mirándolo en silencio, hablando con la mirada. Jaime se sentó en el borde de la cama y la atrajo ofreciéndole la mano. Sus pechos eran mejores aún de lo que parecían. Proporcionados, simétricos, amplios y regordetes, bien puestos. Con pezones grandes y areola rosada, algo oscura tal vez. Simplemente era muy bella. Una Diosa de carne y hueso a la que aferrarse en aquellos momentos.

“¿A qué se debe el honor de poder contemplarte desnuda?” 

“El honor es mío de poder haber sido rescatada. Ahora soy tuya y siempre lo seré. Nunca podría compensarte el que me hayas salvado de un infierno, y que me hayas ofrecido un hogar y una seguridad. Quiero asegurarme que sabes entender mi gratitud, para que no haya malentendidos a partir de mañana”. 

Se colocó de rodillas sobre la cama, andando a gatas hasta quedar perfectamente cuadrada con la cabeza a la altura de la almohada. Permaneciendo a cuatro patas, con las rodillas bien clavadas y algo separadas, manteniendo alto el trasero. Ofreciéndose, Jaime la contempló. El sexo no tenía vello, su madre se había cuidado de prepararla como él le gustaba. Su culo era bello y el coño ni grande ni pequeño, moreno y llamativo visto desde atrás, justo bajo su ano limpio. La pose le daba más dignidad que sumisión, el estar a cuatro patas siempre separó a las mujeres en dos grupos… las que posan con dignidad y las que posan sumisas. Su madre pertenecía al segundo grupo, pero Sara, sin duda, al primero. No estaba de más que el gallo tuviera a una gallina de cada tipo en el corral. Sus muslos firmes, desembocando en un no menos firme trasero, el cual permanecía arriba, esperándole. 

Se desnudó y se colocó detrás. Le agarró las nalgas duras, cuando Sara esperaba recibir un pollazo algo húmedo le sorprendió. La lengua de Jaime recorrió su sexo. Sara no lo esperaba y gimió con cálida sinceridad, dejándose caer hacia adelante. Jaime permaneció lamiéndole, recibiendo flujos vaginales, mientras Sara gemía y gemía. María, desde abajo, escuchó los gemidos. Su cara se ensombreció. Permanecía sentada, vigilante de la colina abajo, esperando aquello, esperando los gemidos. Llegaron antes de lo que imaginaba, y sintió punzadas de rabia en su estómago. Él dejó de lamer y ella recuperó la dignidad a cuatro patas. Su polla le entró con suma facilidad. La habitación se llenó de colores de deseo, las paredes quedaron pintadas con la libido de la indescriptible sensación de haber introducido la polla en el coño de aquella espectacular joven. Ella gemía, gustosa, amable, acompañando las embestidas. Como gimen las putas, pensó. Pero poco a poco fue venciéndose más hacia delante, gimiendo un poco más alto, acabando a chillidos quejosos. María no podía concentrarse con el ruido, y subió a ver. Abrió la puerta cuidadosamente, asomándose  sin que le vieran.

La chica cabalgaba a su hijo, se fijó en sus tetas tersas botando con firmeza a la vez que sus caderas se clavaban sobre el majestuoso rabo de Jaime. Se tocó las suyas, amplias y caídas. Se sintió menos mujer, sintió que el mundo se le caía encima, pero a la vez una rabia incontenible, y muchas fuerzas para luchar por su macho. Ella se levantó y colocó a Jaime atravesado en la cama. Se puso en cuclillas y se perforó la dura polla a mil en ese momento. Ahora Sara quedaba de cara a la puerta. A María no le dio tiempo de apartarse para no ser descubierta…Sara se ya le estaba mirando fijamente. María quedó petrificada, sin dejar de mirarla, sin dejar de mirarlos. Ella empezó a dar saltitos, botando, mostrando una excelente forma física, con sus brazos colocados en jarra contra sus caderas, guardando bien el equilibrio. 

La visión de cómo la polla entraba en el coño era perfecta desde la posición de su madre.  Él le agarraba las tetas desde abajo, gruñía como un oso. Ella sonreía mirando a su madre jadeando. Los gemidos eran a todas luces falsos, pues no dejaba de sonreír a María. Cada poco le lanzaba besos, dejándole claro que ahora era ella la preferida del macho alfa. María no pudo evitar excitarse, no pudo evitar mojar las bragas. Tener a una niña de tal calibre con un coño tan estrecho produjo en Jaime una excitación tan violenta que apenas pudo aguantar poco más de ocho minutos follándose a Sara. Sus huevos reaccionaron mucho antes que él se diera cuenta, cuando se corrió, le brotó un buen chorro de leche hasta el fondo del útero de Sara. El semental la clavó más lo más honda que pudo, para no se desperdiciara ni una sola gota de esperma. Ella emitió un grito al notar la verga tan adentro que le llevó hasta la barriga. Todo quedó a buen recaudo en la entrada de su joven matriz. Sintiéndose agradecida por tan preciado manjar se contorneo hasta escurrir bien el nabo erecto que descargaba su néctar en la vagina decenas de veces mal follada. Acto seguido Sara le comió todo el rabo y los huevos hasta dejarlo bien limpio… En aquellos momentos, la chica agradecía a la vida que no le hubieran contagiado ninguna enfermedad, ni la hubiesen preñado.

Miró de nuevo a la puerta pero María ya no estaba allí. No cruzaron palabras, se dieron un beso y Sara, sonriente se recostó en la cama abrazada al pecho de su nuevo semental. Jaime quedó pensativo, muy satisfecho dejando que se acomodara con el fin que su esperma pudiera hacer su trabajo. Cuando se estaba quedando dormido le despertó unos suspiros. Le eran familiares, aquellos suspiros de su madre, algo lejanos, posiblemente provenientes del salón donde vigilaba. 





El día amaneció precioso. El sol iluminaba alto, dando calor al entorno, cuando Sara bajó las escaleras. Hacía horas que Jaime le había dado el relevo a su madre. Quiso besarla, morrearla y darle algo de caña antes de que se fuera a dormir, pero ella no se dejó seducir, se excusó por puro cansancio. Lo cierto es que se fue con una seriedad no habitual en ella, más propicia a seriedad triste en vez de enfadada. Sara comió algo que le tenía preparado. Vestía con el camisón y unas zapatillas de Jaime que le quedaban algo grandes. Resplandecía igual que el día… 

“Tendremos que ir a buscarte ropa. Vendrás conmigo, a la ciudad. Saldremos en cuanto mi madre haya dormido unas horas más. De camino matarás a todos los errabundos que nos encontremos, siempre en condiciones de seguridad. Algo me dice que no has matado nunca a ninguno”. Ella acabó de masticar… 

“Llevas razón, pero no sé si podré hacerlo, me da un miedo atroz. Creo que lo mejor es que me quede aquí, ayudando a tu madre en las labores….” 

– “Acabas acostumbrándote, descuida. Tienes que venir, debes aprender a usar el machete y las armas contra ellos. Lo haremos a la vuelta, antes tendremos que buscarte ropa. Lo primero es lo primero. Iremos a un centro comercial al que he ido bastantes veces. No será necesario llegar a la ciudad, está antes, cercano al campo de fútbol, colindante a la autopista de entrada. Nunca he tenido problemas allí, es seguro, está precintado y jamás encontré errabundos dentro.”

– “Lo conozco, iba al cine con mis amigas allí…..” Lloró

“Eh, tranquila..., la vida es dura, nada es como antes, pero debes centrarte en sobrevivir, no te puedes permitir llorar… Créeme” 

Levantó la cara, sus preciosos ojos estaban inundados de lágrimas… 

“¿Me ayudarás a encontrar a mis padres?, ¿me llevarías a mi casa por si estuvieran allí?”

Jaime puso cara de incredulidad… 

“¿Estás de broma?, nadie ha sobrevivido en la ciudad, si vas a tu casa posiblemente morirás, todo está infectado de errabundos. Solo en reductos como este, o como el de tus captores, se puede sobrevivir. No has estado en la ciudad, esta tarde lo verás con tus propios ojos y me dirás si crees que quedan esperanzas para nadie”. 

– “Vivimos en una casa amplia, solitaria, en mitad de una urbanización de alto standing. Mi padre era…. Mi padre es abogado, ganaba mucho dinero. Es posible que hayan podido atrincherarse allí, debo ir, siento que debo ir”. 

– “Acábate el desayuno, despertaré a mi madre y saldremos. Si tenemos tiempo nos pasaremos, pero no me pondré en peligro por tus padres, que te quede claro. Te he acogido en mi hogar; la seguridad es lo único que me preocupa. Eres bienvenida pero no te confundas, eres prescindible. No consentiré que nos pongas en peligro”. 

– “Está bien acataré tus órdenes, siento haberte enfadado….”

Encontraron varias prendas que le iban bien, tanto veraniegas como de invierno, y varios pares de zapatos. Se les hizo tarde, Jaime prometió a Sara ir otro día a tantear la posibilidad de que sus padres estuvieran con vida, pero que debían irse para que no se les hiciera de noche por el camino. A la vuelta, ya al atardecer, dieron con un grupo de errabundos que deambulaban por el arcén de la carretera, unos kilómetros antes de llegar al camino que los meterían en la serranía camino de su colina. Eran dos hombres y tres mujeres. Caminaban sin rumbo fijo, separados unos dos metros unos de los otros. Detuvo el coche sigilosamente en la otra zona de la calzada… 

“Ahí los tienes, perfectos para tu estreno oficial como superviviente”. 

Lo miró con los ojos muy abiertos, negando con la cabeza…

“Estás muy loco si piensas que voy a matar a esos…” 

Jaime cogió la pistola que llevaba en el compartimento de la puerta de piloto, quitó el seguro y lo puso sobre la sien de Sara… 

– “Si quieres vivir con nosotros tendrás que ser capaz de matar errabundos, disparando y a mano. En caso contrario no nos supondrás más que problemas porque acabarán ellos contigo.”

Hizo una pausa, mirando a los cinco desgraciados que deambulaban arrastrando los pies por el asfalto bacheado del arcén… 

– “Y me temo que tendría que matarte, pues ya conoces nuestro escondite. Así que sospecho que no tienes elección, a no ser que quieras morir. Apostaría que mi madre no se entristecerá si no vuelvo contigo”. 

– “Supongo que me vendrá bien matarlos… En fin nuestra pequeña comunidad debe ser lo primero”.

Sara bajó del coche, asustada, Jaime fue tras ella machete en una mano y pistola en la otra... 

“Ten, mata a los dos últimos de un machetazo en la cabeza, con decisión…, en cuanto les estrujas los sesos caen como moscas, sus cabezas son extrañamente fáciles de penetrar, casi como si estuvieran hechas de mantequilla. En realidad matar errabundos es de lo más fácil. Luego corre y dispara a los demás en la cabeza, alejándote un poco.” 

Jaime se sorprendió por la destreza mostrada por la joven. Estaba preparado con un hacha por si necesitaba ayuda, pero no le hizo falta. En menos de un minuto se había ventilado a aquellos cinco siervos del diablo… 

“¿Estás segura que nunca has hecho esto?” 

– “No, es mi primera vez. Todo sea por nuestra pequeña casa. Uf, menuda masacre de sesos, ¡Qué cabrones!” 

Sara apoyó a Jaime contra el coche, la noche caía, reflejos dorados pintaban un cuarto del cielo desde el horizonte, vistiendo a las nubes de colores anaranjados… 

– “Matar muertos vivientes me ha abierto el apetito, cariño estoy muy cachonda….” 

– “Vamos fuera del camino a aquella caseta.” 

Jaime se dejó hacer, aún sabiendo que debían irse cuanto antes de allí, no era seguro estar de noche fuera. Se arrodilló frente a él y le sonrió. Dulce sonrisa de adolescente hecha mujer. Le desabrochó el cinturón y aflojó los botones de la bragueta. Al sacarla estaba ya enorme, ella puso cara de sorprendida, guiñándole un ojo, uno de sus bellos y expresivos grandes ojos verdes. Deslizó el pellejo del prepucio para atrás, hasta quedar la cabeza del cipote al aire, y pasó su lengua por él…, como calibrando el sabor y la temperatura con precaución. Jaime tragó saliva, temió el no saber decir que no, el verse superado por la belleza de aquella joven. Temía no controlar el aspecto sexual de Sara como lo hacía con su madre. Tenía muy claro que una mamada le vendría bien en ese momento. La masturbó un rato, hablándole con suavidad, casi en susurros muy femeninos…

– “Quiero que descargues toda tu tensión, hazlo dentro de mí o sobre mi cara, no tengas problemas. Entre tanta destrucción necesitarás todo el relax del mundo, y yo también amor mío. Me encanta tu polla, me encanta mamarla, me encanta follar contigo, me encantas tú”. 

Empezó a masturbarla con ritmo rápido, mientras su lengua se movía muy ágil rozando por la punta. Luego se metió el capullo en la boca y colocó sus manos, apoyándose en los muslos de Jaime. Y así, sin manos, empezó a engullir la gran polla de la persona que le había salvado la vida. Moviendo la cabeza hacia adelante y hacia atrás rítmicamente con la boca muy abierta, tanto que la mandíbula le dolía al cabo de unos minutos por el grosor de la polla. Tener la cara más menudita y pequeña que su madre ayudaba a la sensación de que aquella mamada resultase más salvaje y brutal.

Resultaba más dulces las felaciones que la que las que le regalaba quien le parió.., el glande golpeaba la garganta recorriéndola entera. Se la sacó de la boca, Jaime se no se explicaba como aquel cuerpo tan pequeño era capaz de acoger su enorme polla por completo sin atisbo de ahogamiento. Mientras permanecía apoyado de espaldas contra la pared con los ojos cerrados la pequeña Sara desnuda se puso a cuatro patas y se la insertó por el coño desde atrás con signo evidentes de placer… 

– ¡Aaggg! Gritó de gusto. 

Otra cosa que le encantaba de ella es que nunca se cortaba a la hora de expresar lo que sentía y por eso se habían alejado para follar en la espesura del bosque donde solo los coleópteros podían escandalizarse. Sara estaba encantada con las folladas que le daba Jaime, porque además de sincero amable y tierno tenía un pollón que la ponía en órbita. Incluso en la incomodidad de aquel lugar al que había ido, sólo por él, estaba disfrutando al hacerla sentir mujer. El susurro del viento en los árboles, los insectos zumbando y moviéndose como motas de polvo a la luz del atardecer hacía que todo fuera casi mágico. Deseosa por complacer a Jaime separó las piernas y entre ellas cogió la polla entre sus manos comenzó a metérsela en la vagina. El grosor del miembro de Jaime obligaba a Sara a abrirse hasta casi descoyuntar su pelvis,  pero no cejó en su esfuerzo hasta que  toda la tranca del macho estuvo alojada en su interior. 

Él gimió y acarició el pelo de Sara mientras la clavaba hasta las pelotas con espasmos que parecía le faltaba la respiración durante un buen rato. Sin darle tregua cogió su miembro de nuevo y lo lamió y chupó con fuerza, metiéndoselo de nuevo en la boca. Comenzó a subir y bajar rápidamente hasta que Jaime se puso rígido y con un golpe que hizo temblar su cuerpo cuando se corrió en la boca de Sara. En un espasmo soltó la primera carga de semen, que ella tragó entera. Entonces la agarró y la refregó por su cara, llenándose de leche menos espesa la nariz, las mejillas, los ojos, la frente. Estrujó la polla contra toda su cara y luego Sara la limpió a base de escupirla y lamerla, con la misma dedicación con la que un perro lame sus heridas.

Estaban a punto de largarse con el rabo erecto entre las piernas cuando Sara, levantó el brazo y le hizo una señal inequívoca para que me acercase. Con la prisa de saber estar en peligro se acercó sigilosamente a ella. Cuando abrazó a Sara por detrás haciendo que su polla descansara sobre el culo y la espalda de la joven, esta dio un respingo, se apretó instintivamente contra él y gimió revelando su deseo. Cogió con mis manos las tetas de ella y presionó con su cuerpo para apretarlo un poco más a la joven que volvió a gemir. Él notó como sus pezones se endurecían haciendo que volvieran como en un flash  las imágenes de su madre desnuda follándosela. Con suavidad separó sus piernas y ante la mirada aprobadora de la hembra le introdujo la polla en el coño ajustado de la niña. Esta soltó un largo gemido y se agarró a sus brazos para mantener el equilibrio. 

Metía y sacaba su verga con suavidad, disfrutando  de la estrechez de su vagina y acariciando la vulva con rápidos mete saca. Su vientre se abultaba al tener todo el nabo dentro, signo de cómo ese pedazo de carne desplazaba su interior llenándola como ninguna otra polla lo hizo hasta ese día. Sara comenzó a besarlo con violencia mientras acariciaba los huevos del semental. Sintiendo que estaba a punto de correrse aligeró el ritmo, se abrió de piernas mostrándole su pubis y su sexo incendiados por el deseo. No fue delicado, de un solo empujón le metió el estoque entero mientras le mordisqueaba los pezones… 

“Vamos cabrón dame tu leche… ¡¿Acaso no quieres preñarme?!” 

Dijo sabiendo que eso le excitaría aún más. Comenzó a penetrarla cada vez más rápido y fuerte hasta que notó que explotaría en una gran eyaculación, debía de apurarlo para obtener mayor volumen del semen contenido en sus huevos, aliviando la presión sin dejar de empujar salvajemente hasta que notó que ella también se corría. De pronto la desincrustó de su coño y jadeando la asió aún palpitante y se la metió en la boca como una puta viciosa.

Parecía que toda la tensión de la masacre se desvaneció en esos polvos salvajes… pero no, ella le mamaba la polla con fuerza hasta que estuvo de nuevo dura como una estaca. Se sentó encima de él y se metió el cipote lentamente, cerrando los ojos, concentró sus sentidos en las caricias de sus manos y rabo que la atravesaba. A medida que su excitación iba en aumento, comenzó a moverse más rápido unas veces deslizándose a lo largo del tallo, otras con movimientos circulares, sin dejar de mirarlo a los ojos, como queriendo cerciorarse de que le estaba haciendo disfrutar tanto como ella disfrutaba. Sus jadeos y sus gemidos fueron haciéndose más frecuentes y anhelantes. La elevaba en el aire penetrándola con fuerza hasta que todo su cuerpo se crispó y tembló en una oleada orgásmica. La acariciaba con suavidad ante la visión del culo grande y blanco de la joven con el coño aún rebosante de semen volvió a penetrarla varias veces y jadeando por el esfuerzo acabó de correrse en su interior llenándola a rebosar. Inconscientemente no cayó en la cuenta que su cuerpo suave y cálido lleno de vida era la esperanza de una humanidad casi muerta, eran los rescoldos. 

Al llegar a casa, María estaba preocupada por la hora. Aliviada de verlos ofreció que comieran algo. Sara pidió un segundo… 

“Primero he de ir al baño, he de limpiarme la cara y el coño del semen de Jaime. ¡Joder! su hijo es todo un semental... todo un macho que sabe cómo cuidar de una mujer en momentos difíciles”.

Cuando entró en el baño María miró a Jaime inquisitiva… 

“¿De verdad te fías de esta chica?” 

– “Mata bien y hace buena compañía. Su ayuda te servirá de mucho y todos estaremos más descansados”.







Su madre no sabía si hablaba como madre o como favorida destronada…

– “Amor, no te dejes convencer por su belleza, su buen cuerpo, por lo que pueda hacerte, acuérdate de los dos que me follaban…, están mejor muertos aunque me hicieran disfrutar….” 

– “Aquellos eran parte de los que tenían secuestrada a Sara, ¡créete que es muy diferente!” 

María se acercó y le agarró el paquete, lamiendo su cuello y besándolo…

– “Pero yo soy tu sierva, la mujer de la casa ¡Soy tu zorra mi señor! No te olvides de eso amor mío” 

– “Tranquila madre, tengo para las dos. Somos tres y organizándonos generosamente nos mantendremos a salvo. Tú tendrás tu ración de macho…” 

Hizo una pausa, sopesando sus palabras. 

“Solo necesito motivos para guardaros…, follaros es uno, pero ninguna sois imprescindibles”. 

– “Pero yo soy tu madre, la mujer que te ha parido…quien te ha traído al mundo” 

– “Ya no es un buen mundo… y todo ha cambiado mamá, ahora eres una hembra más a quien debo cuidar... hace mucho que dejaste de ser mi progenitora y pasaste a ser mi PUTA”. 

La noche se cerró por completo y la mirada de Jaime se perdió en el infinito mientras abrazaba a su madre. Esa noche vigilaría Sara y Jaime follaría con su madre hasta la saciedad, era necesario que la mujer supiera que no había sido desplazada de la cama del macho de la casa. Ella también recibiría sus largos y fuertes chorretazos de esperma, porque la misión del hombre que las cuidaba, no estaba solo en su seguridad, sino en preñarlas para perpetuar la especie ¡¡Qué mejores genes que de tres supervivientes valientes y aguerridos para instaurar un nuevo orden humano!! Jaime se las follaba noche y día sin dejar descansar sus huevos…, la tarea le gustaba, pues era uno de los pilares para mantener la unidad de aquella pequeña tribu familiar de dos hembras y un macho…

CONTINÚA...

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Entradas más populares de la semana