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UNA HISTORIA DE AMOR. Y si tú no has de volver...

    "Y si tú no has de volver" 1ª PARTE "Una para el otro y otra para el uno". Esa frase la repite una y otra vez mi ...

Juego de Damas




La alta sociedad está repleta de secretos inconfesables, se guardan en los armarios bajo tres llaves. Confieso que No debería haberme dejado arrastrar por Bibí. No la culpo a ella, pues yo soy la responsable de mis actos, pero sin su participación nunca hubiera llegado a hacer lo que hice y sigo haciendo en este preciso momento aún preñada de no sé bien de quien. La cuestión no es si me agrada o desagrada, sino que no está bien. Es arriesgado, poniendo en apuro mi vida personal, familiar, pero sobre todo, que si alguna vez llega a descubrirse, sería avergonzada públicamente, perdiendo mi estatus social. Pero Bibí tiene razón en un detalle…

Nunca me había sentido tan viva como en ese momento, notando el sabor amargo de la virilidad de un desconocido, oyendo palabras soeces que nunca le he permitido a ningún hombre… Comencé a acariciarme lentamente por mi torso, por mis tetas haciendo que mis pezones se pusieran duros como piedras.

Con una mano bajé hasta mi más íntimo secreto, que en ese momento no era tal, ya que estaba totalmente abierta de piernas mostrando al mundo… "Este es mi coño y quiero que me folléis". Mientras con la otra seguía pellizcando mis duros pezones. Lentamente comencé a acariciarme el clítoris, con ese punto que una solo sabe darse.

Estaba tan metida que no avisté lo que ocurría tras de mí, vislumbré una sombra, parecía que había alguien ahí mirándome y disfrutando, solo vi sombras. Y sí, digo disfrutando porque estaba segura que el tipo se estaba masturbando.

La primera reacción que tuve fue pararme y ver qué pasaba, pero era tal la excitación que tenía, que pasé, me dejé llevar, seguí metiéndome mano, acariciando mi mojado coño mientras se deleitaba viéndome como me masturbaba…. Pensé que por qué no darle a ese desconocido un poco más de placer visual, él me lo estaba dando con sus miradas y viendo cómo se masturbaba, me puse a cuatro patas orientando mi culo directamente hacia él. Con una mano me acariciaba el coño, también llamaba a la puerta de mi culito, que, si bien más de una vez me lo han hecho por ahí, al principio cuesta, pero con el calentón y lo mojada que estaba, el dedo entró solito en lo más profundo de mi cueva.

Mientras no paraba de acariciarme y meterme una y otra vez los dedos en mi mojadísimo coño, sentí un ruido, sin mirar, sabía que estaba pasando, ese desconocido se acercaba, el corazón se me puso a mil, mis latidos se podían escuchar a más de 100 metros. Y entonces noté como dos manos agarraban mi trasero y lo separaban, no daba crédito, estaba a cuatro patas con un dedo en el coño y un desconocido me estaba separando los glúteos mientras me lamía el ya dilatado ano… Lo lamía una y otra vez, estaba que casi me corría cuando noté una tremenda tranca entrando en mi culo, comenzó a bombear y a darme bien, muy fuerte.

– “Así, así, fuerte”. 

Grité entre jadeos, estaba empapadísima y sentí correrme, me corrí por lo menos tres veces en un momento, era brutales los orgasmos que estaba teniendo, cuando al poco, sentí un gran chorro de leche caliente descargando dentro de mi culo. Le apreté contra mí todo lo que pude, quería todo dentro, fundirnos en un gran orgasmo hasta que caí rota sobra la cama.

Me quedé así, con el culo en pompa y soltando leche un rato, sentía dolor y placer a la vez, no era capaz de reaccionar, al poco, en unos minutos volví en sí y al girarme vi que ya no estaba, se había ido y me había dejado un buen reguero de leche sobre mí. Solo había una gorra que se dejó, la cogí y la dejé en el sofá con la esperanza de que volviese, pasaron los días, y repetí el momento masturbarme. Tuve muchos orgasmos ese verano, pero ninguno como aquellos que esos desconocidos me dieron.

Bibiana es mi mejor amiga. Ambas somos socias del Club Social al que somos asiduas. Club al que vamos a jugar a pádel, al spa, a tomar una copa o en familia a comer algún fin de semana. Para ser socia hay que pagar una acción que no está al alcance de cualquiera de los que pasan por la calle, además de la cuota mensual que le quita el hipo que nuestros maridos cubren sin ningún problema. No estoy segura de la cantidad, pues la contabilidad familiar es cosa de Cayetano, mi marido. A mí solamente me preocupa disponer de dinero suficiente para mis necesidades, pues nunca he trabajado ni tengo pensado hacerlo, me siento bien siendo la mujer de…

Bibí, como otras socias del club, está en mi misma situación. Carlos, su marido, también es un empresario de éxito que ha dedicado buena parte de su vida a su carrera profesional. Aunque debo reconocerle al mío que se interesa por mí y los niños. Tenemos cuatro, y la dedicación de Cayetano por ellos es más de lo que lo hace Carlos por los suyos. Tal vez sea debido a que Carlos es quince años mayor que ella, mientras Cayetano es de mi misma edad y tenemos gustos más parecidos. De ahí pude derivar que nunca había sentido la necesidad de comportarme como lo estoy haciendo ahora. Bibiana sí. Se casó joven, a los veinticinco años, según ella enamorada, aunque yo no estoy tan segura. Al menos, su percepción de la palabra amor no concuerda exactamente con la mía. Tardaron en tener hijos, a pesar de que él insistía, pero ella se negaba a convertirse en madre tan pronto. – Aún no. Yo siempre le decía que era lógico que él tuviera prisa pues ya había entrado en la cuarentena. Pero como en todos los aspectos de su vida, Bibí decidió cuando y cuántos. Solamente uno, una en su caso.





La conocí en el club, como a tantas otras, pero congeniamos enseguida. Me gustaba su manera de vivir la vida aunque nunca le permití que me arrastrara a juegos que me parecían peligrosos. Además, era una de las pocas mujeres que no se dedicaba a despellejar a las demás socias, algo común en nuestro ambiente. Vive y deja vivir, decía, aunque a mí me sonara a eslogan de partido de izquierdas. Durante estos años nuestra relación ha sido siempre próxima, pero nunca tanto como lo ha sido el último lustro. Que nuestras hijas, en mi caso la segunda, hayan coincidido en el mismo equipo de hockey hierba y se hayan vuelto inseparables, ha ayudado. Ha sido entonces cuando hemos tomado la confianza suficiente y he conocido a mi amiga en su faceta más íntima.

Como ella, yo también me he fijado siempre en los hombres, en los jóvenes sobre todo, pero teniendo una vida afectiva completa no te planteas nunca nada a pesar de recibir miradas, gestos e, incluso, invitaciones deshonestas. Las que han surgido las he despachado siempre con elegancia. Bibiana no. Su vida en pareja, específicamente en su vertiente sexual, no es, creo que nunca ha sido, tan satisfactoria como la mía, así que ella sí ha respondido a ciertos cantos de sirena, llegando a traspasar límites que yo nunca cruzaré. O eso pensaba. No sé con cuántos hombres se han acostado con ella desde que se casó, pero puedo dar fe de seis casos, a parte del juego que nos traemos entre manos. Bueno, las manos no son lo que estamos utilizando más, todo hay que decirlo.

Lo que sí debo reconocerle es buen gusto y prudencia eligiendo a su juguete, así los llama ella. Aunque a mí me parecieran auténticas locuras. Así, se lio con un monitor de tenis del propio club. Estuvo jugando con él unos meses, sin darle pie a nada más allá de un flirteo más o menos disimulado, hasta que éste dejó la entidad. Fue entonces cuando le ofreció una despedida de altura. También relacionado con el club, estuvo acostándose con un camarero holandés que había venido a trabajar un verano para perfeccionar su español. Demasiado joven para ella, me dijo pese a que le encantaban los yogurines. Se jactaba de haberle enseñado muchas palabras en castellano que de otro modo no hubiera aprendido.

Conozco tres casos más de los que nunca vi al hombre pues no pertenecían a nuestro círculo, otra de sus normas, pues para una mujer guapa y exuberante como Bibí es bastante fácil seducir a quien se proponga. Pero cometió la mayor locura con un joven de raza árabe que trabajaba de jardinero en una empresa que el club contrató para una reforma de la zona infantil, donde nuestros hijos hacen cursos de tenis, hockey o lacrosse…

Está bueno aquel moro.

– Ni se te ocurra. ¿Te has vuelto loca?

– No me he vuelto loca, ni se me ha ocurrido nada.

Y tanto que se te ha ocurrido pensé para mí. La confirmación llegó a la semana siguiente. Nunca me he acostado con uno, me confió con aquel destello que aparecía en sus ojos cuando estaba tramando una de sus travesuras. Dicen que también tienen buenas pollas, como los negros.

¿Cómo puedes estar planteándote algo así? Si los moros ya son sucios por naturaleza, este además es un jardinero.

– ¿A ti quién te ha dicho que los moros son sucios? ¿Sabes que su religión les obliga a ducharse dos veces diarias?

– Además, a las blancas nos ven como a putas.

– No digas eso.

– Así nos ven, ¿no te das cuenta que sus mujeres no pueden hacer nada, que disfrutar del sexo es de infieles?

– Seguro que nunca le han chupado la polla, gratis me refiero.

– Eres incorregible.

Tres días después me explicaba con todo lujo de detalles cuánto le había costado metérsela entera en la boca y como mugía el toro mientras le daba desde detrás…– Como recompensa por los dos polvos que me ha echado, le he permitido correrse en mi garganta.

Hasta hace seis meses, esta había sido la mayor locura cometida por mi amiga. – Mira, me dijo Bibiana mostrándome la pantalla de su móvil una tarde que estábamos tomando el cálido sol de junio en la piscina del club. “Dama de clase alta aburrida ofrece sexo oral a hombres jóvenes bien dotados”.

Al no reconocer el número de móvil anotado pregunté… – ¿Quién es esta loca?

Un movimiento de cejas y aquel brillo tan característico que iluminaba sus ojos avellana me dio la respuesta.

¿Te has vuelto completamente majara?

– ¿No te da morbo?

– ¿Morbo? ¿Cómo se te ha ocurrido semejante locura?

Había colgado el anuncio en una aplicación de las que sirven para ligar. No os diré cuál, pues tampoco la conocía, pero por lo que me explicó algunas están pensadas para buscar pareja e incluso relaciones estables, pero otras, como la que me mostraba, servían para la búsqueda de sexo sin compromiso…

Llevo meses dándole vueltas a la idea y al final me he lanzado. Publiqué el anuncio ayer por la noche y ya he tenido 46 respuestas. No te imaginas lo caliente que me tiene. Esta mañana he violado a Carlos.

Insistí en que había perdido el juicio, pero conociéndola, tal vez solamente se trataba de otra manera de echarle sal y pimienta a su sexualidad. Como fantasía, reconocí que tenía su cosa, sobre todo si le había servido para incentivar su vida de pareja, pero obviamente, el juego iba más allá, mucho más allá…

He seleccionado tres, de momento.

– ¿Cómo?

– Por el tamaño de la polla, respondió.

Aunque mi amiga había entendido perfectamente que no le preguntaba por el método sino por cómo se le había ocurrido hacerlo, vi claramente que no iba a detenerse por más argumentos racionales que yo aportara. Los expuse de todos modos, que a saber con qué y quién se encontraba, en qué situaciones, tal vez peligrosas, apelando además a en qué te convierte eso.

No será distinto a liarme con desconocidos, con un tío que me ha entrado hace un par de horas, además, esperará de mí una mamada y eso voy a ofrecerle, así que no te preocupes por mi seguridad.

– Pero quién sabe con qué te puedes encontrar, insistí.

Si tanto te preocupa mi bienestar, ¿por qué no me acompañas?

– Ni hablar, habrase visto.





Se llamaba Mr28.

O así se hacía llamar aquella monstruosidad oscura y venosa que me mostraba excitada en la pantalla del IPhone que mi amiga se había comprado para disponer de una línea nueva que utilizaría solamente para esto. La foto del miembro era lo único que Bibiana había solicitado a su juguete. Lo demás, físico, intelecto, situación, nivel económico, le importaba bien poco. Solamente quedaremos con él para chupársela y luego nos iremos.

¿Quedaremos?

– ¿Desde cuándo he decidido acompañarte?

– Venga, acompáñame. Tú también te mueres por verla. He quedado esta tarde a las seis en la tercera planta del parking del Carrefour de Meridiana.

– ¿Pretendes que te acompañe hasta aquel barrio?

Tenía su lógica desplazarse a una zona de la ciudad que nadie de nuestro entorno frecuentara, pero una cosa era visitar un barrio medio y otra muy distinta hacerlo en uno de clase baja. Aunque no es el peor de Barcelona, eso se lo tuve que admitir. Llegamos a las 6:10, Bibí nunca ha sido una persona puntual, aparcamos su Mercedes SLK en la misma planta, pero lejos del Opel Astra blanco de tres puertas en que nos esperaba. Suerte que había conducido ella, pues yo temblaba como una hoja. Como tuviéramos un problema, no sabría qué hacer ni qué decir. Ella, en cambio, estaba excitadísima.

En cuanto divisamos el coche, aparcamos a unos 50 metros de distancia. Como medida de precaución, además, subimos caminando a la segunda planta tomando una puerta que teníamos detrás de nuestro coche, para reaparecer en la tercera por el acceso más próximo al señor 28. Un chico que aún no había cumplido los treinta años esperaba sentado en él. Estaba solo, aunque los cristales posteriores estaban tintados y no sabíamos si habría alguien más agazapado. Ese pensamiento me incomodó, pues el parking estaba bastante desierto y si decidían agredirnos, difícilmente tendríamos escapatoria.

Cuando el hombre nos vio dirigirnos hacia su coche sonrió ampliamente, sin quitarse las gafas de sol de espejo que supongo que buscaban hacerle pasar inadvertido. ¿Qué puede haber más llamativo que un hombre solo con gafas de sol en un sitio cerrado?

Veo que iba en serio. Pensaba que no vendrías y resulta que aparecéis dos. Mejor dos que una, afirmó mirándonos de arriba abajo como si fuéramos dos trozos de carne. – ¿Las dos sois damas aburridas?

– No, yo soy la dama aburrida. Ella solamente me acompaña, respondió Bibí altiva.

Ah, tú eres la dama. Pues tu amiga también parece una dama, en este caso será la dama de compañía, ¿no? Apostilló altanero.

Pero Bibiana lo cortó, más brusca de lo que yo hubiera preferido. – ¿Y tú eres Mr28 centímetros?

Preguntó mirándole directamente la entrepierna. El chico, sin duda un niñato de extrarradio, sonrió envarado, al tiempo que se bajaba el pantalón de chándal blanco para mostrarnos aquella enormidad. Aún no estaba dura, pero en reposo asustaba. Bien, continuó la maestra de ceremonias. Tú y yo pasamos al asiento trasero mientras mi amiga se sentará en el delantero. Preferiría que me la chuparas arrodillada. Siempre he soñado con poner de rodillas a una zorra rica como tú. Eso aquí no podrá ser, respondió Bibí altiva mirando en derredor….

El vestido que llevo vale más de lo que cobras cada mes y no pienso mancharlo en este suelo asqueroso. Así que si quieres seguir adelante, será como yo he dicho. Si no, nos vamos.

– Está bien, tú mandas Dama Aburrida.

Abrió la puerta del coche para que Bibiana entrara mientras él la secundaba. Yo lo rodeé para sentarme en el asiento del copiloto, pues no quería que el volante y los pedales me molestaran. Me giré, apoyándome en la puerta cerrada para gozar del espectáculo.

Mi amiga ocupaba el asiento de detrás de mí, así que el chico me quedaba en diagonal, por lo que tenía una panorámica perfecta de la acción. Mientras Bibí se recogía la melena rubia en una cola para que el cabello no le molestara, él alargó una mano y le sobó un pecho, preguntándole si eran naturales, a lo que mi amiga asintió.

Supongo que quería que se las mostrara pero el vestido se desabrochaba por detrás, con cremallera, tenía asas anchas, y vi que ella no estaba por la labor. Estiró los brazos para bajar el pantalón y el slip también blanco y apareció aquel trozo de virilidad que parecía haber crecido desde que nos lo había mostrado orgulloso fuera del coche. Bibí lo acarició suavemente, recorriéndolo con lentitud, hasta llegar a sus testículos inmensos, sopesándolos los manoseó como si de gelatina se tratase, para volver a ascender despacio.

– ¿Qué te parece lo que tengo para ti?

– No está mal, respondió humedeciéndose los labios.

Bajó la cabeza sin dejar de mirarla ni un segundo hasta que sus labios besaron el glande, abriéndose tranquilos para degustar aquel manjar. Lo rodeó para ascender de nuevo, tomando carrerilla para bajar algún centímetro más. Ascendió de nuevo. Descendió un poco más. Así estuvo, con exasperante lentitud, un buen rato, hasta que llegó a engullir completamente aquel vástago enhiesto de rugosidad venosa. ¡Madre de Dios! ¡¿Cómo podía caberle tamaña monstruosidad en la boca?!

Se la sacó, roja por el esfuerzo repitió el juego una segunda y una tercera vez. El chico resoplaba a la vez que alababa las excelentes dotes de mi amiga en un lenguaje bastante soez al que yo no estaba acostumbrada pero que parecía no molestar a mi compañera. Bibí cambió, para lamer todo el miembro de la punta hasta la base, para finalizar en los depilados testículos del joven, donde se entretuvo un buen rato. Ascendió de nuevo, reanudando la felación a un ritmo exasperantemente lento. Estoy segura que sentía más placer ella que él.

El chico resoplaba, gemía…, – eso es niña rica, eso es, chupa, hasta que agarró culo de Bibiana tratando de dirigir el ritmo.

Pero la experta felatriz no siguió sus indicaciones. Continuó a la velocidad con que había comenzado, sin modificar el vaivén, alternando succiones más o menos profundas, según su notable albedrío. Hasta que el chico llegó a puerto. Bibí le masajeaba los testículos con fruición, mientras él jadeaba estridente insultándola…

¡Sigue así zorra, la chupas de vicio puta rica, nunca ninguna furcia me la había chupado como tú!

Cuando las palabras dieron paso a un profundo gemido acompañado de intensos movimientos pélvicos. Si ya estaba alucinada con la extraordinaria actuación de mi amiga, que no perdiera el compás a pesar de los embistes del joven y que tragara sonoramente toda la lechada que sacudía aquel miembro, me dejó completamente perpleja. Más si cabe cuando aún tardó varios minutos en liberarla, despidiéndose de ella lamiéndola de arriba abajo, también los fastuosos huevos del chaval, para volver a ascender hasta acabar besando el glande, succionándolo con devoción….

– ¿Qué te ha parecido…? Preguntó Bibiana cuando ya estábamos en el coche de vuelta a nuestro barrio.

– Una locura.

– Va, dime la verdad. Seguro que te ha parecido excitante.

– Claro que me ha parecido excitante, pero no por ello deja de parecerme una auténtica locura.

 – Ha sido bestial. Me he corrido.

– No puede ser.

Te lo prometo. No ha sido un orgasmo típico, ya sabes, la explosión del clímax, pero desde que me la he metido en la boca hasta que he acabado, he sentido todo mi cuerpo vibrar. ¡Buf! tienes que probarlo, te encantará.

– ¿Yo? ¡Ni loca!

Zanjé, pero no pude quitarme la imagen de los labios de mi amiga devorando extasiada aquel cipote descomunal durante varios días. Incluso las dos veces que tuve relaciones con Cayetano durante la semana siguiente, revivía la imagen cada vez que cerraba los ojos llevándome a los orgasmos más intensos de los últimos años de mi vida.

– Mañana por la noche tenemos una cita. Sí, la cena con las del comité de apoyo a la escuela.

– No sabes la pereza que me da.

– No, me refiero a después, al acabar.

– ¿Qué?

Había pasado más de un mes, cinco semanas exactamente, desde que habíamos ido al parking del Carrefour y el tema parecía haber decaído bastante a pesar de que los días posteriores solamente habláramos de ello. Pero comprendí que había vuelto a las andadas. Me mostró otra imagen de un falo más oscuro que el anterior, pero también de tamaño considerable….

Llevo empapada desde ayer por la noche.

– ¡Ese lenguaje!

– De verdad, no te imaginas lo excitada que estoy, y encima esta semana Carlos está de viaje, así que tengo que consolarme sola.

– ¡Bibiana por favor! No me cuentes esas cosas.

Se rio de mí a carcajadas, negando haberse masturbado pues quería estar completamente despierta y receptiva a todas las sensaciones que el juego le proporcionara, pero estaba impaciente.

No sabes el morbo que me da. Cenaremos con las monjas de la junta escolar, discutiendo la necesidad de dotar de una rígida educación a nuestras hijas y los valores cristianos que debemos contemplar, para tomarme de postre un buen trago de leche calentita de un mozo de almacén, sentenció sin dejar de reírse.

Estás loca.

No hay mucho que contar de la cena, más allá de definirla como una reunión de más de dos horas en que las tres monjas, la directora de la escuela y dos maestras que la acompañaban, expusieron a las ocho madres de alumnas que formamos el comité de apoyo las nuevas directrices que pretendían aplicar en aras de encaminar a nuestras hijas en la dirección correcta. Estas charlas no suelen tener demasiada contestación por nuestra parte, pues, exceptuando un par de casos,  solemos asistir más por recibir la información que para proponer cambios.

En cuanto nos montamos en el Mercedes de Bibí, ésta envió un mensaje al afortunado. Después de un par de respuestas mutuas, anotó una dirección en el navegador. Once minutos nos separaban de una calle desconocida en un polígono industrial Oeste, a las afueras de la capital entre Alcantarilla y San Ginés un pueblo del extrarradio en el que no recordaba haber puesto los pies nunca. En este caso buscábamos un Seat Ibiza rojo. En cuanto lo divisamos, nos acercamos a él y aparcamos a su lado, siendo los dos únicos coches de una calle sombría que seguramente debía estar muy concurrida de día.

Avisé a mi amiga de la indiscreción que suponía que el individuo viera nuestro coche y pudiera anotar la matrícula, pero nos pareció mucho más arriesgado aparcar en una calle paralela y recorrer andando el desierto escenario. El hombre superaba holgadamente los treinta años y no era nada atractivo. No veíamos su cuerpo ya que estaba sentado en su asiento pero era obvio que tenía sobrepeso. Con ambas ventanillas bajadas, comenzó una conversación escueta y directa.

¿Dama aburrida?

– ¿Cañón sideral?

A pesar de la ridiculez del seudónimo, el chico parecía educado, nada que ver con el bravucón de la primera vez. Nos disponíamos a entrar en su vehículo cuando nos pidió hacerlo en el de Bibí.

Que me la chupe una dama de la nobleza me pone, pero que lo haga en su Mercedes es el súmmum.

Bibiana accedió, pues así cada vez que monte en él a partir de esta noche voy a excitarme recordando el momento, estás enferma, respondí. Ambas bajamos para que ellos pudieran pasar al asiento posterior, yo tomé la misma posición que la vez precedente y comenzó el espectáculo. Si el hombre carecía de atractivo, su indumentaria, una bermuda estampada y una camiseta negra, empeoraban el conjunto, pero no estábamos allí para asistir a un pase de modelos.

Nosotras, en cambio, sí vestíamos acorde a nuestra posición social y a la cita precedente. Bibiana siguió su ritual, anudarse el cabello antes de lanzarse a descubrir el tesoro oculto, mientras el afortunado esperaba impaciente. Tal como la foto nos había anunciado, era más oscura y menos venosa que la anterior. Estaba fláccida y los hinchados testículos tenían un tono morado debido al rasurado que se había aplicado hacía pocas horas. Esta vez mi amiga no la acarició, en cambio, entonó un Ave María Purísima antes de introducírsela completamente en la boca que me hizo sonreír. Sin duda, estaba muy metida en su excitante papel. 







El aún moderado tamaño del miembro le permitió alojarla entera en su cavidad mientras sorbía sin ascender para notar como crecía en su interior. Lentamente fue subiendo, liberando otra monstruosidad mientras el chico gemía. Descendió, ascendió, descendió de nuevo para volver a ascender, con la misma lentitud que mostró cinco semanas atrás. Mi amiga me estaba dando una lección maestra de cómo mamar grandes vergas…

La calidez de la boca, unos labios suaves y húmedos, el toque preciso de la lengua recorriendo las partes más intimas y erógenas del cuerpo, hacen que el sexo oral sea una de las prácticas sexuales más placenteras, excitantes y estimulantes. También tiene su componente psicológico de confianza y entrega total. Como en todas las expresiones de sexualidad, el sexo oral es un arte que mejora con la experiencia y el conocimiento de la pareja. Comentaba una vez solas.

– El mejor consejo que te puedo dar es que seas abierta, que escuches al macho, me decía camino a casa.  Indica lo que te gusta y también lo que no te gusta cuando lo recibas, y de igual forma intenta estar atenta cuando seas quien la mama. Exprésate siempre de forma amable, cariñosa y sensual.

La felación es lo máximo cuando se le hace a una buena polla. Concretamente, consiste en aplicar la boca, los labios y la lengua en el cipote del macho para darle placer. La mayoría de los hombres están encantados de recibir una felación. El contacto de la polla con la lengua y los labios les resulta de lo más excitante.

– Te voy a explicar cómo hacer la mejor mamada del mundo paso a paso…

Lame varias veces la verga del tío, desde la base hasta la punta, como si fuera un helado ¡Pero no lo es…no mastiques! De vez en cuando, al llegar arriba, recorre con tu lengua toda la cabeza y nunca te olvides del borde.

Lame también el agujero uretral, sin chuparlo y sin absorber. Introduce la cabeza en tu boca, rodeándolo con tus labios y evitando el contacto con tus dientes. Mantenlo allí un poco. Baja rápidamente introduciendo tanta tranca como pueda caber en tu boca… puedes sujetar con una mano la parte de la polla que no introduzcas en tu boca.

Mantente así unos segundos. Deslízate hacia arriba hasta el glande. Ahora puedes apretarlo con los labios y besarlo como si lo quisieras alargar. Vuelve a introducirte el mazo en la boca y muévete arriba y abajo simulando una penetración.

– ¿Cuáles son las posturas adecuadas para la Felación? Es algo muy importante estar cómoda con un total acceso a su entrepierna completa… polla, huevos, perineo y ano.

La posición más habitual es la que el hombre yace encima de la cama, con la cara hacia arriba, estirado… puede estar algo sentado si desea observar que es lo más habitual. Entonces tú tienes acceso a todas las partes del fastuoso falo y a los testículos con total complacencia.

Esta posición permite un buen ángulo para que la verga entre fácilmente en la boca. Es muy cómoda para el macho que debe estar pendiente solo de disfrutar. Cuando el hombre se sitúa de pie o de rodillas, puede resultar incómoda para la persona que realiza la felación, pero permite realizar la mamada sin usar las manos, dejándolas completamente libres para acariciarle. Es muy buena para realizar el toque de la mariposa. Se trata de una técnica de felación muy estimulante. Consiste en pasar la lengua levemente a lo largo del frenillo o la cara inferior del cipote.

El hombre puede acariciarte el pelo, pero nunca deberían empujar o moverte la cabeza, ya que es cuando puedes atragantarte… el caso es que no tienen piedad y lo realizan, así que debes estar preparada para las atragantadas de nabo.

Una posición muy interesante es en la que tú te estiras confortablemente en la cama hacia arriba, con la cabeza ligeramente levantada…  te puedes poner un cojín detrás. El hombre se sitúa de rodillas de manera que la polla queda a la altura de la boca. De esta manera tienes total acceso a la gran verga y a sus testículos colganderos. También le puedes estimular el ano, el perineo y las ingles con las manos.

Evidentemente, también puede auto estimularse fácilmente. El hombre tiene un puesto de observación privilegiado, aún más si la felación se termina eyaculando… recuerda que al hombre le gusta mirar ya que su estimulación es muy visual. Además, él puede acariciar y estimular tu cuerpo si no es egoísta, porque esta posición resulta cómoda para los dos.

– “Yo también se lo haré así a Cayetano, le dije en ese momento.

Ese espectáculo me excitó, endureciendo mis pezones y humedeciendo mi chocho. Bibí recorrió todo el tronco de esa enorme polla, alternando paseos con la lengua que acababan en los testículos con sonoras succiones que elevaban la temperatura del habitáculo, así como los jadeos del paciente. Aguantó menos que el primero pero también fue premiado con una prórroga de varios minutos cuando su engrudo ya se alojaba en el estómago de mi amiga. Un poco más de caña

– Un placer guapas, cuando queráis repetir, ya sabéis dónde encontrarme fue su despedida cuando hubo bajado del coche….

No entiendo cómo puedes habérsela chupado a un gordo asqueroso como éste, fue mi pregunta cuando enfilábamos el camino de vuelta a casa.

De asqueroso nada. Es la polla más sabrosa que me he comido nunca.

La miré sorprendida, definitivamente había perdido el juicio… – En serio. Sabía súper bien. A polla, evidentemente, pero no desprendía aquel olor agrio, medio sucio de algunas.

– ¡Qué asco! Pensé.

Y el semen sabía dulzón. Tendría que haberle preguntado qué ha comido hoy…

A las dos semanas volvíamos a estar en danza. Varias veces la avisé de que se estaba precipitando, que estaba yendo demasiado lejos, pues una cosa era probar una fantasía y ponerla en práctica y otra bien distinta, aficionarse a un juego peligroso. Pero no quiso escucharme. Definía las dos experiencias como las más placenteras de su vida, exageras, objeté, pero allí estábamos de nuevo, aparcadas delante del Ikea de un miércoles a las once de la noche esperando al propietario de una verga muy blanca de pelo rubio, que Bibiana mostraba anhelante en la pantalla de su Smartphone.

Por primera vez en su vida, mi amiga había llegado primero a una cita. A los diez minutos apareció una moto negra de gran cilindrada que se dirigió directamente a nuestro coche. Aparcó a nuestro lado y al quitarse el casco asomó un joven rubio, de pelo cortado a cepillo que era francamente guapo. Dudo que tuviera más de veinte años. Hechas las presentaciones de rigor, entró en su Mercedes.

Su juventud, sin duda, le llevó a comportarse de modo impetuoso. No esperó a que Bibí se anudara el cabello, desconocedor de que era uno de los pasos de la puesta en escena de la mujer. Se bajó el pantalón y el slip y se lanzó a sobar las tetas de mi amiga con ansiedad, tratando de desvestir la camiseta Vogue que los cubría. Ésta le detuvo, pidiéndole calma, pero estaba claro que él quería imponer sus reglas. Afortunadamente para ambas, el crío aguantó muy poco, pues llegó a ponerse realmente desagradable con su insistencia en desnudarla. La verdad es que por un momento temí que la cosa acabara mal. Se la mamó con gesto agrio en su cara.

Cerdo asqueroso, sentenció Bibiana cuando ya estábamos solas en el coche. Asentí, confirmándole que había sufrido por ella. – Para colmo tenía la polla desagradable, con un sabor poco sugestivo para una mamada, seguro que solo come comida basura….

– Quién lo diría con lo guapo que era.

La mala experiencia con el Príncipe Rubio, así se hacía llamar, atemperó las ansias de mi amiga que pareció aparcar el juego una temporada. Que llegara agosto y marchara a Creta y Tanzania ella, a Nueva Zelanda y Australia yo, también supuso un impasse.

La vuelta al cole, que era como irónicamente nos referíamos al mes de septiembre por razones obvias, nos tuvo ocupadas con varios actos públicos en representación de una organización benéfica con la que colaborábamos varias socias del club, así como con el inicio del curso escolar que también nos daba más trabajo del que solíamos tener durante el resto del año. Así que el tema no volvió a surgir hasta mediados de octubre.

Aunque debo reconocer que las tres experiencias vividas, sobre todo las dos primeras, habían hecho mella en mí, mejorando mi vida de pareja, lo concebía como un juego superado. Una travesura en la que había participado no activamente que estaba en mis recuerdos y que me había permitido incorporar nuevas sensaciones a mi sexualidad. Así que cuando Bibiana me tendió el teléfono para mostrarme varias fotos mientras estábamos tomando una copa de vino blanco en la terraza del club, no entendí a qué se refería hasta que vi la primera imagen orgullosamente obscena. Oscura, imponente, provocativa….

¿Otra vez estás con eso?

Su respuesta fue mostrarme tres imágenes más de otros tantos candidatos…. – Mañana jueves salimos juntas a cenar y como postre…

– Bibiana, después de la última experiencia pensaba que lo habías dejado. Pasamos un mal rato.

– No tan malo, solamente si lo comparas con las dos anteriores que fueron la leche.

Rio a carcajadas por la metáfora con segundas utilizada. Negué con la cabeza…,

No tienes remedio, así que insistió…

No te imaginas cuánto lo echo de menos. Estos meses, para poder chupársela a Carlos, para excitarme, necesitaba pensar en ellos, en que estaba en el coche haciéndoselo a ellos, a cualquiera de los tres.

– Estás enferma.

De las cuatro fotos que me mostró, la elegida fue la segunda. Según afirmaba el anunciante, medía 30 centímetros. A saber, pero a Bibí la excitaba el mero hecho de tragarse la polla más grande de su vida, ella utilizaba esta palabra con mucha frecuencia por su rima con olla.

A mí me agradó que su alias fuera Caballero, después de decenas de usuarios autodenominados con los epítetos más soeces que una pueda escuchar. No esperaba que lo fuera en el significado estricto del término, claro, pero tal vez, pensé, sea algo más que un miembro viril a un cuerpo pegado. En ese momento no era consciente de cuánto significaría para mí.

Esta vez el encuentro se produjo en pleno corazón de Santa, la pequeña pero emblemática montaña que limita la ciudad por el sur y que suele estar frecuentada por deportistas y familias de día, por amantes furtivos en coche cuando oscurece. Que el punto de encuentro fuera algo rebuscado y que tuviéramos que utilizar el navegador del teléfono, mostrándonos la ubicación donde aguardaba, para llegar a encontrarnos, no me tranquilizó lo más mínimo. Nos esperaba en un Audi A6 antiguo. El chico rondaba los 25 años, tipo fibroso seguramente deportista de ahí que eligiera aquella zona que bien conocía, se peinaba el abundante cabello negro hacia atrás en rematando en una coleta. Aunque Bibí quiso llevar la voz cantante como las otras veces, el chaval no se lo permitió, joven e impetuoso de manos bien cuidadas posiblemente con un trabajo de oficina y estudios universitarios….

Si tú eres Dama Aburrida, ¿Quién eres tú? Preguntó imperativo mirándome de pie apoyado en su coche.

– Soy la amiga que la acompaña pero no participo.

Ya veo. Me desnudaba con la mirada. – ¿Y si quiero que participes? Negué.

Afortunadamente Bibí salió al rescate…, – ella sólo mira, para preguntar también arrogante que en qué coche quería hacerlo, además de conminarle a mostrarle los atributos pues de no ser el propietario de la imagen, nos íbamos. El machito mantuvo su pose altiva fría unos segundos, antes de añadir sin dejar de mirarnos…

Vamos a dejar las cosas claras desde el principio. Aquí las normas las marco yo. Tú me la chuparás cómo y cuándo yo diga. Y tú, participarás si yo lo ordeno.

Un escalofrío recorrió mi columna, su voz profunda salida de un cuerpo de unos 90 kilos y una altura de casi 1’9 metros imponía a dos damas prácticamente indefensas en un territorio hostil.

Estas son mis condiciones. Si no os gustan, podéis largaros ahora mismo.

Vámonos de aquí pensé pero no me atreví a decirlo en voz alta. La mirada de aquel hombre intimidaba. Bibiana me escrutó por espacio de varios segundos, calibrando mi reacción supongo, pero tampoco respondió. Esperaba que pusiera el coche en marcha y abandonáramos el lugar pero en vez de eso, le devolvió la mirada, vidriosa, anhelante. Si aún no estaba claro que habíamos claudicado, las manos del caballero abriéndose el pantalón para que asomara su badajo arrogante, fue nuestra condena. Realmente era la mayor que había visto nunca, la más grande que Bibiana iba a degustar…

Salid del coche las dos, ordenó. Obedecí temblando, mientras mi compañera parecía un animal en celo. – No me la chuparás en ningún coche. Te arrodillarás en el suelo, aquí mismo. Si realmente eres tan buena felatriz como pregonas, deberías saber que una polla se chupa arrodillada. Como acto de pleitesía al macho.

Bibiana miró el asfalto, sin duda preocupada por mancharse el vestido o rasgarse las medias. Al llegar al lado de mi amiga, el desconocido continuó usando el mismo tono imperativo y machista…

A las zorras callejeras no les importa pelarse las rodillas, pero confirmando que realmente sois damas con clase, permitiré que utilices la chaqueta como cojín.

Mi amiga llevaba un vestido de una sola pieza hasta medio muslo, Sita Murt creo, con una torera a juego en tonos oscuros. Sin que él lo hubiera ordenado directamente se la quitó, doblándola, pero antes de que la soltara en el suelo y se arrodillara, el hombre se dirigió a mí.

– Ya que no vas a participar activamente, lo harás de modo pasivo. Quítate también la chaqueta que también servirá de cojín de la reina.

Yo vestía pantalón elástico negro Margot Blandt a juego con una blusa marfil de la misma diseñadora, cubierto por la chaqueta bolero a juego en el mismo color claro. Mi cerebro negaba pero mis manos no le obedecieron. Me la quité, la doblé como había hecho Bibiana con la suya y se la tendí, esperando que la mía quedara encima para no ensuciarla. Cuando quieras, ordenó mirándola. Mi amiga preparó el cojín, con mi chaqueta encima afortunadamente, se arrodilló y no dejó de mirar su postre ni un segundo mientras le bajaba los pantalones hasta las rodillas. Sacó la lengua para comenzar lamiéndola, la recorrió hasta los testículos que también cató, para volver al glande que engulló golosa.

El miembro ya había adquirido un tamaño considerable cuando el hombre emitió el primer gemido de satisfacción, acompañado de otro mandato humillante…

Que sea la última vez que apareces con un vestido hasta el cuello. Pareces una monja. Me gusta ver y sobar las tetas de la comepollas que tengo arrodillada. Para continuar girándose hacia mí. 

Por hoy me conformaré con las tuyas. Venga, ¿a qué esperas? Ábrete la blusa y enséñamelas.

– ¿Cómo? Llegué a preguntar aturdida.

Pero no reaccioné como esperaba, reaccioné como ordenaba él. Desabroché los seis botones de la blusa, me quité el cinturón Corsario a juego, y me desabroché los corchetes dorsales del sujetador mostrándole a aquel desconocido, a cualquiera que pasara por allí, algo que solamente había visto Cayetano desde hacía dieciséis años.

Buenas tetas, operadas sin duda. Pero son perfectas. Es obvio que has pagado a un buen cirujano. Las tuyas, en cambio…, continuó mirando hacia la mujer arrodillada. – No puedo verlas pero parecen naturales. Había alargado la mano para sobarle una… – ¿Lo son?

– Sí, respondió abriendo un poco la boca.

No dejes de chupármela si no te lo ordeno.

Nunca me había sentido tan humillada en mi vida. Estábamos al aire libre, relativamente escondidas pero cualquiera que pasara con el coche podía vernos, arrodillada mi amiga, medio desnuda yo, aguantando el tono machista de un sátiro que disponía de nosotras como si fuéramos esclavas romanas. La felación era cada vez más sonora. Por los esfuerzos de Bibí para alojar aquella enormidad, respirando, sorbiendo, llegando a tener alguna arcada incluso sin poder llegar más allá de la mitad del cipote, eran titánicos. Por los gemidos cada vez más continuados, acelerados del desconocido se notaba que deseaba más….






Agarró a Bibiana del cabello con la mano derecha, – yo te ayudo a tragártela entera, para empujar lenta pero sostenidamente su virilidad en la garganta de mi amiga, que se debatía entre salivar, respirar y alojar.

A pesar de la tensión en la musculatura de mi compañera, completamente roja en la cara y el cuello, ni ella se retiró ni él retrocedió. Con la nariz de la pobre chica contra su pubis el desalmado aún fue capaz de proferir dos órdenes adornadas por sus jadeos.

¡¡Aguanta!!, referido a Bibiana, – acércate, a mí.

Di el paso, sin objeciones. Su mano libre, asió mis tetas, sobándolas, para emitir un profundo gemido gutural, al inundar la garganta de mi pobre amiga. La profundidad de la penetración y la fuerza del músculo percutor provocaron que varias arcadas la sacudieran pero aún hoy no entiendo cómo lo hizo para no desalojar aquella polla de su garganta, pues el glande de aquel portento debía de estar alojado en su laringe o más abajo.

Fue el hombre el que lo retiró lentamente hasta dejar solamente el glande protegido entre su lengua y paladar. Cuando mi compañera se apartó para inhalar una profunda bocanada de aire, el caballero tuvo las santísimas narices de afeárselo.

– ¿Te he dicho que dejes de chupar?

Bibí respondió rauda chupando con desespero, como si acabara de comenzar. Así estuvimos un rato, sobándome con ambas manos mientras mi amiga no se detenía en castigar su gran capullo aún endurecido del chaval.

Entonces ordenó… – límpiame los huevos que los tienes abandonados. Hasta que llegó el colofón de la noche. – Eres realmente buena. De lo mejor que me he encontrado, pero no estoy satisfecho del todo. Tengo a dos preciosidades a mi disposición y solamente trabaja una.

Hizo una pausa para mirarme fijamente, pero negué con la cabeza incapaz de llevarle la contraria. – Si queréis volver a verme debo irme a casa con dos mamadas. Ya que tu amiga no quiere colaborar, ¿serás capaz de exprimirme de nuevo?

– Sí, respondió Bibiana chupando con más ansia aún, si es que ello era posible. Lo logró. Pero una amenaza quedó flotando en el aire.

La próxima vez tú también participarás.

Llegué a casa temblando. Tiritaba, y no era frío lo que sentía mi cuerpo, pues ardía. Entré en el baño de invitados, ya que utilizar el de nuestra habitación podía despertar a mi marido que debía dormir plácidamente, tratando de lavarme la cara y serenarme. Como esté despierto lo devoro, le confié a mi reflejo en el espejo, pero al abrirme la blusa deseché tal posibilidad. Dos puntos morados producidos por dos dedos ajenos, mancillaban mi pecho derecho. Pobre, no debe verlo, lo que me sumió en el mayor de los desconsuelos posibles, por no poder consumar un acto que necesitaba por el punzante sentimiento de culpa que me martirizaba, mi coño ardía en deseos de ser penetrado y partido en dos sin remilgos hasta acabar chorreando de leche.

Una semana después, Bibiana me mostraba contenta un mensaje de Caballero acordando otra cita para el día siguiente, en el mismo sitio. Me negué, esta vez no voy, no voy a dejarme sobar de nuevo, pero lo que me asustaba de verdad había sido su amenaza de obligarme a participar. Racionalmente, me dije, nunca ningún hombre te ha obligado a hacer nada contra tu voluntad y éste no va a ser el primero. Pero tenía serias dudas de poder controlar la parte irracional de mi mente, pues había sido incapaz de negarme a algo que no debí haber hecho.

Mi teléfono sonó a las 11:15 de la noche. Estaba en la cama leyendo al lado de mi marido cuando me sorprendió ver en la pantalla el número de Bibí. Respondí, alucinando con lo que me pedía mi amiga.

– Tienes que venir.

– ¿Ahora?, pregunté levantándome de la cama para que Cayetano no oyera nuestra conversación.

Sí, ahora. Si tú no estás no hay juego.

– Pues no hay juego. Si ya me parecía una locura, este caso me parece demencial. – ¿Cómo puedes dejarte arrastrar de esta manera?

Insistió, pero Cayetano también se había levantado preocupado por mi amiga, no es nada cariño, así que corté la discusión con un escueto, no es buen momento. Pero me quedé muy preocupada, pues el comportamiento de mi amiga me descolocaba. De vuelta a la cama, no pude concentrarme en la lectura. Mi mente era una concatenación de imágenes de pollas variadas engullidas por labios expertos, mientras la voz del autodenominado Caballero me ordenaba participar. Me excité como pocas veces, así que me giré hacia mi marido, colé la mano por debajo del fino nórdico de otoño Lexington hasta llegar a su virilidad. Me miró sorprendido sonriendo, a pesar del aviso de estar cansado, no te preocupes, esta noche sólo trabajaré yo.

Aparté ropa de cama y ropa de noche masculina para engullir el miembro viril que me había preñado de mis cuatro hijos. Lamí despacio, saboreando, sintiendo cada milímetro de aquel falo que había llevado al orgasmo tantas veces aunque nunca lo había hecho con la boca. Hoy llegaré hasta el final, me dije. Cayetano, el sí se comportó como un caballero, me avisó varias veces que estaba a punto de eyacular, incluso llegó a agarrarme de la cabeza para apartarme, pero no se lo permití. Le trabajé el glande con succiones fuertes donde mis labios se ajustaban a su anatomía, para después engullirme todo la verga hasta hacer chocar sus huevos en mi barbilla. Le notaba las pelotas redondas y duras, donde se acumulaba la simiente que me pensaba beber, “pronto estaría toda esa lefa en mi estómago”, pensaba, mientras lamía las bolas duras de piel rugosa. Desde sus testículos me elevaba al capullo y vuelta a tragarme su polla a tope.

Con mi lengua recorrí el tronco de su nabo desde abajo hasta arriba. Chupé y chupé su fantástico glande mientras que metía la mano izquierda dentro de mis bragas y le agarré los testículos, sacándolos también fuera del pantalón de pijama. Cayetano no estaba mal dotado, los suyos eran los huevos más grandes que había visto en mi vida hasta ver los de esos chicos. Estaban tan depilados y tan suaves como los de ellos, pero necesitaba chuparlos.

Agaché más la cabeza y pasé la lengua por una de sus bolas y luego por la otra. Succioné hasta meterme una entera en la boca. Notaba como mi clítoris estaba a punto de reventar. Podría haberme corrido sin apenas tocarme.

No paré de chupar y succionar el dulce manjar que tenía en la boca. Aspiraba ligeramente para que no se me saliera el huevo de la boca mientras que al mismo tiempo lo acariciaba con mi lengua. A mí me encanta que me chupen el coño, que me coman el clítoris, sin embargo no tengo la suerte que Cayetano tenga esos gustos…, y entonces me di cuenta de que a mi esposo también, ya que le oía soltar pequeños gemidos de placer.

Me saqué su testículo de la boca y sujetando sus huevos con la mano izquierda volví a cogerle la polla con la derecha y comencé a metérmela y sacármela de la boca con calculados movimientos de vaivén de mi cabeza. No era mi primera mamada y sabía exactamente lo que tenía que hacer.

En un momento dado me metí la polla entera en la boca. Mis labios llegaron hasta su vello púbico y sus pelitos me hicieron cosquillas en la nariz. Su polla estaba tan dura y era tan gruesa que me entraron arcadas, aunque supe controlarme. Intenté retener la polla en la boca todo el tiempo que pude.

De repente noté que a mi esposo comenzaron a temblarle las piernas. Estaba a punto de correrse. Sin sacar la polla entera de mi boca empecé a moverme con pequeñas oscilaciones de mi cabeza.

La punta de su polla rozaba con el fondo de mi garganta y se notaba que eso le producía escalofríos de placer. Pocos minutos más tardó Cayetano en correrse. Notaba su glande en mi campanilla sintiendo mi boca llena de carne dura arropada por mi cavidad bucal, la que tantas veces había sido enterrada en mi coño. La saliva escurría por su vástago empapando los huevos y su cuerpo se dejaba hacer con cierta tensión, sus gemidos pasaron a ser más continuados con una indudable hiperventilación que anunciaba la corrida de mi esposo… Los suaves movimientos de su polla metida completamente dentro de mi boca fueron la gota que colmó el vaso.

De repente noté un chorro que impactaba contra el fondo de mi garganta. Ni siquiera pude saborearlo. Entró tan dentro de mi boca que directamente me lo tragué. Solo pude notar un ligero sabor salado, como cuando tragas agua en el mar por la nariz y lo notas en la tráquea.

El cuerpo de mi esposo convulsionaba y se estremecía como si le recorrieran descargas eléctricas mientras se corría. No oía gemido alguno, pero al no ver las manos supuse que se estaba tapando la boca para no gritar de placer.

Por segunda vez en mi vida un hombre descargaba en mi boca. La primera me había parecido asquerosa, fruto de la inexperiencia mutua de dos adolescentes. Ésta la degusté con ansia, los chorros se concatenaron uno tras otro a la vista que no cejaba en mi deseo de trágame su esperma. Se dejó correr y yo me encargué que todos sus lechazos fueran alojados en mi boca. Cuando ya no hubo más espasmos, le limpié el capullo con los últimos borbotones de esperma espeso y me engullí todo el engrudo aliviando mi desesperación tener el sabor de la leche de un macho en mis papilas.

Después de la monumental corrida me saqué la polla de la boca poco a poco mientras que la masturbaba muy despacio para prolongar el placer. Ni siquiera quedó una gota de semen en la punta. Me lo había tragado todo.

Me levanté para pasar al baño y enjuágame con dentífrico la boca, a fin de que mi hombre no saboreara su propio semen cuando me besara, pero cuando iba a agacharme en la pila, me miré en el espejo y me atreví. Me gustó el sabor en mi paladar y en mi garganta. Cuando noté como cruzaba mi tráquea, una leve sacudida recorrió todo mi cuerpo finalizando en mi sexo en un pinchazo parecido a un orgasmo. Mi marido me miraba sorprendido cuando volví a su lado.

¿A qué ha venido esto?

– Me apetecía.

– Nunca me lo habías hecho.

– ¿Te ha gustado?

– Mucho.

¿Quieres que lo repitamos?

– ¿Ahora?

– No, tonto, en otra ocasión.

– Claro.

Aún hoy, casi dos meses después, soy incapaz de explicar por qué me dejé convencer. Bibiana estuvo enfadadísima conmigo los días siguientes, pues no comprendía cómo podía haberla abandonado, indignada conmigo, cuando el que la había echado de su coche había sido el caballero negándole su juguete si yo no estaba presente. Argumenté con una amplia batería de razones pero no quiso escucharme. No solamente estaba mal lo que estábamos haciendo y podía tornarse peligroso, además me ponía en un brete que para el que no me sentía preparada. Y Cayetano no se lo merecía. Pero ella esgrimió únicamente un argumento.

Te excita tanto como a mí.

Tenía razón, por lo que prometí acompañarla con otro desconocido, pero no con Caballero, pues aquel hombre e intimidaba y no estaba segura de poder controlarlo, de poder controlarme. Supe que me estaba engañando cuando quedó con el siguiente. Como otras veces, me mostró imágenes de miembros desconocidos, pero el instinto me avisó. Ha quedado con él. Algo que confirmé cuando dirigió el coche de nuevo a la Santan. Pero no protesté.

El Audi A6 estaba aparcado en el mismo lugar sombrío. Cuando nos detuvimos a su lado, bajó la ventanilla confirmando que Bibí no venía sola. Sonrió satisfecho.

Veo que la has convencido.

Temblaba, tenía un nudo en el estómago y una parte de mí pedía salir corriendo. Pero cuando el hombre bajó del coche, esperando que nos uniéramos a él, no pude reprimir una intensa excitación. Mi amiga se quitó la chaqueta, mostrando una blusa estampada que se desabrochó sin que él se lo ordenara.

– ¿Y tú? Me preguntó.

También me despojé de la prenda exterior mostrando el suéter morado de cuello alto Yves Loic. Cuando nos ordenó arrodillarnos, Bibiana obedeció como una autómata, pero fui capaz de aportar la poca dignidad que me quedaba para pedirle que en el suelo no, dentro del coche.

Me miró largamente, retándome, hasta que asintió… – Te lo concedo por esta vez.

Afortunadamente los asientos posteriores de un Audi A6 son lo suficientemente amplios para que cupiéramos los tres con relativa comodidad. Que ambas fuéramos mujeres delgadas y que él no estuviera delgado y fibroso lo facilitó. Mi amiga a la derecha, yo a la izquierda del chico. Dejamos chaquetas, blusas y sujetadores en el asiento delantero, mientras caballerosamente alababa nuestros atributos. Empezó acariciando los de Bibí, elogiando su forma y dureza.

– No has tenido hijos, ¿verdad?

– Una, pero no le di el pecho.

– Típico de niñas ricas, soltó con desprecio. – ¿Y tú, tienes hijos?

– Cuatro.

– ¿Te operaste porque los amamantaste y se te cayeron las tetas o las tenías pequeñas y quisiste hacer feliz a tu marido?

– Los amamanté, respondí sumisa, incómoda por la alusión a mi esposo.

¡¡Chupa!!

Ordenó a su derecha, mientras me utilizaba de asidero, sobándome sin compasión. Bibí obedeció ansiosa, desesperada diría yo, tanto que tuvo que ordenarle que se lo tomara con calma…

¡Ya no eres una cría de quince años! ¿Cuántas pollas has chupado en tu vida? Me preguntó.

No sé, respondí con un hilo de voz.

– Cuéntalas.

– Seis, fui capaz de contestar cuando mi cerebro completó la suma.

– Me gusta el número siete, pero te gustará más a ti. Acaríciame los huevos.

Obedecí, mientras mi amiga daba lo mejor de sí misma. Le preguntó si la había echado de menos.

Mucho.

Respondió jadeando sin abandonar su juguete, verdaderamente aquella polla era poco habitual, no llegaría a los 30 cm pero se acercaba y más de 5 cm de grosor, todo un torpedo para unas bocas tan finas como las nuestras. Sus testículos llenaban mi mano, calientes, pesados, mientras sus dedos pellizcaban mis pezones.

¿Cuánto hace que no chupas una polla? Me preguntó.

Dos días.

– ¿La de tu marido? Asentí. – ¿Cómo se llama?

– Cayetano.

– ¿Cuánto hace que no chupas una polla distinta de la de Cayetano?

Diecisiete años.

Su amabilidad o su masculinidad nos tenían hipnotizadas, hubiera sido capaz de sonsacarme cualquier cosa de mi vida más íntima con tan solo preguntarlo…

Pues ya va siendo hora que cambiemos eso, sentenció mirándome a los ojos.

No fue mi cabeza la que tomó, ni empujó mi nuca. Fue la cola de Bibiana la que asió para dejarle espacio a tu amiga. Nerviosa, incómoda por las alusiones a mi marido, pero terriblemente excitada, bajé la cabeza lentamente hasta que sentí el olor de aquel hombre. Me detuve un instante, pero el glande morado, el tronco húmedo, el miembro engreído me atraía como nunca me había atraído nada, parecía una mosca ante una rica miel. Abrí la boca y noté su sabor, intenso.

Cerré los ojos para intensificarlo. Y por primera vez en mi vida, cometí un acto abyecto, inusual en mí, del que temí arrepentirme en los días venideros. Pero hoy en día no me arrepiento, mentiría si dijera lo contrario. A pesar de los titubeos iniciales, a los pocos segundos estaba chupando con todas mis ganas. ¿Qué imán escondía aquella polla, aquel hombre, capaz de convertirme en una fulana? Ni lo sé, ni lo comprendo. Pero cuánto más puta me sentía, más excitada estaba. Suciedad que se tornó en estulticia, en obscena indecencia, cuando la lengua de Bibí apareció a escasos centímetros de mis labios lamiéndole la bolsa escrotal. Sentí en ese instante el significado del pequeño orgasmo sostenido que mi amiga había descrito semanas atrás. No llegué al clímax, mis caderas no vibraron espasmódicas, pero nunca había sentido un hormigueo tan intenso en mi sexo. Yo no dejaba de succionar su hermosa cabeza en forma de casco alemán, mientras mi amiga se ocupaba de los huevos y pajear el resto del tronco. También lo lamíamos a la par una por cada lado de la gruesa barra de carne dura y venosa…, y vuelta a engullirnos alternativamente el gran falo.

Le estábamos dando un castigo digno de un marajá y nuestros coños derretidos, calando las bragas y las compresas finas y seguras. Él masajeaba nuestras tetas y nos colmaba de alabanzas por nuestro buen hacer en su pollón hasta que no aguantó más. Esperé su leche por turnos, no eyaculó en mi boca. Lo odié por ello. Prefirió detenerme para encajarla en la garganta de mi amiga cuando supo de su avenida. Los largos chorros de lefa fueron suministrados sin demora ni más aspavientos que los que urge vaciar sus testículos y llenar el estómago de mi amiga que recibió el todo el copioso premio. Como si fuera capaz  de leerme la mente, me tranquilizó….

El próximo día mi leche será para ti. Hoy has dado un paso importante pero aún es pronto.

Quiso conocer nuestros nombres reales, el de nuestros maridos, así como el de nuestros hijos. Respondimos sumisas e incautas suministrando información tan delicada. También le dijimos dónde vivíamos…, – no quiero la dirección, solamente el barrio.

Todo ello con aquel miembro orgulloso presidiendo la charla, desafiante, que Bibiana primero y yo cuando lo ordenó, acariciamos sin descanso para que no perdiera vigor.

Se me hace tarde, anunció mirando el reloj metálico de pulsera. Así que tú, Dama Aburrida, vacíame del todo antes de que os despida de mi coche.

Diez minutos después lo abandonábamos silenciosas, Bibí con los labios y la garganta irritados, yo con las tetas inflamadas y el coño anhelante de un buen polvo.





En menos de una semana volvimos a quedar con el caballero del que desconocíamos el nombre. Involuntariamente había entrado en el juego de Bibí, sintiéndome más ansiosa que ella ante el nuevo encuentro. No lo demostraba, claro, pero interiormente era así. Extrañamente, además, no habíamos comentado nada entre nosotras. Las cuatro veces anteriores nos habían dado tema de conversación, incluso de discusión, durante horas, mientras ahora éramos incapaces de comentar nada como si el secreto debiera circunscribirse al interior del Audi A6. Pero no puedo negar que viví los seis días más excitada de mi vida.

Suelo llevar salva-slips por una cuestión higiénica, pero era tal la cantidad de flujo que mi vagina desprendió aquellos días que tuve que sustituirlos por compresas. Así que cuando nos recibió sentado en su altar me entregué tanto o más que mi amiga. No soy capaz de alojar aquella monstruosidad en mi garganta como ella sabe hacer, pero a ganas, a voluntad, no me iba a superar. Otra vez quiso que se la chupáramos las dos simultáneamente, pero la que le lamía los testículos también debía subir por el tronco, ordenó. Cada minuto que pasaba me sentía más perra, más inmoral, más guarra, más entusiasmada con el juguete que compartía con mi amiga. Sentí celos cuando noté que nuestro hombre se acercaba al orgasmo y era Bibiana la que le estaba chupando el glande. Afortunadamente, el caballero nos ordenó cambiar de papeles.

No solo sentí una descarga eléctrica cuando su simiente inundó mi boca. Gemí feliz, sorbí ansiosa, dichosa por el premio recibido. Bibiana recibió su jarabe media hora más tarde, mientras era yo la que trabajaba la entrepierna para aumentar el placer de nuestro dueño…. Volvimos a la Santa, al Audi A6, dos veces más aquel mes de noviembre. La primera a media tarde de un lunes, cuando el sol otoñal aún no se había puesto. Temí ser vista por alguien pero ello no me impidió, no nos impidió comportarnos como fulanas, bautizadas ambas en nuestra nueva religión.

La segunda vez me obligó a bajar del coche. Arrodillada en el suelo, afortunadamente aquella noche llevaba tejanos oscuros Gisèle Munch. Se la mamé con desesperación hasta que vacié aquel apetitoso depósito formado por esos huevos portentosos, mientras llenaba el mi estómago de leche de semental. La puerta posterior abierta me resguardó de mirones pero no del frío. Por ello, nos citó en su piso la primera semana de diciembre. Ante la dificultad por aparcar en las callejuelas del barrio de Infante Juan Manuel.

Bibiana alojó el vehículo en un parking cercano a la dirección que nos había enviado, ansiosa por contentar a su nuevo macho. A nuestro macho. La previne ante la posibilidad que Carlos viera el cargo de la tarjeta de crédito en un lugar y a una hora inexplicable, pero no le importó. Necesitaba complacer al semental. Ese pensamiento, que no verbalizó con palabras, me llenó de celos como si de Cayetano se tratara. Llamamos al timbre del cuarto piso, nos abrió vestido con un batín de cuadros para hacernos pasar a la sala de estar, más pequeña que el baño de mi habitación.

Un sofá de dos plazas de polipiel marrón, una mesita de cristal con revistas y un mueble de caoba oscura eran todo el mobiliario del espacio. Por educación nos quedamos paradas cerca de la puerta, esperando ser invitadas a sentarnos, pero recibimos, en cambio, una reprimenda….

¿A qué esperáis?

Reaccionamos automáticamente desvistiendo la mitad superior de nuestro cuerpo, arrodillándonos ante nuestro brujo, hechizadas. Se sentó en el sofá, Bibiana le abrió la bata, bajo la que no llevaba nada y nos lanzamos hambrientas a comernos su falo. Compartimos alimento unos minutos hasta que me ordenó entrar en la cocina y traerle una copa de coñac. Tardé en dar con el cristal y la bebida, pues una cocina no es mi hábitat natural, menos una ajena.

Cuando aparecí en la salita, Bibiana tenía su virilidad alojada en la garganta mientras el Caballero la sujetaba de la cabeza para que no se moviera. Estaba completamente roja, pues parecía llevar unos segundos en aquella posición. Le tendí la bebida y le dio un trago largo…

No hay mayor placer que degustar una copa de coñac con la polla completamente incrustada en la garganta de una buena zorra.

La saliva de mi amiga resbalaba por su barbilla, pero no se movía a pesar de emitir leves sonidos guturales. Dio un segundo sorbo, y sin soltar la copa, aflojó la presión sobre mi amiga.

Venga, ya estoy a punto. Tú zorrita, cómeme los huevos.

Obedecí sin dudarlo, a pesar de que era la primera vez que un hombre me llamaba de ese modo. Durante un rato, como nos tenía acostumbradas, nos tuvo sentadas a su lado acariciándole esperando el segundo asalto. Así lo definía.

Tranquila zorrita, parecía haberme bautizado. – En unos minutos tú también tendrás tu ración de calcio 20 o mejor decir 30. Pero antes de ello, nos dio una orden de obligado cumplimiento para el siguiente día. – No quiero volver a veros en pantalones. Las zorras visten provocativas. Ya sé que sois zorras con clase, pero la única diferencia entre vosotras y las de carretera es que vuestra ropa es más cara.

Lejos de molestarnos, de molestarme, el comentario me encendió más si cabe. Lo leyó en mis ojos, extraña capacidad la suya que me desarmaba completamente, así que no tuvo que darme la orden. Me arrodillé en el suelo, entre sus piernas, como sabía que él dictaba y trabajé para ganarme el premio. La variante vino cuando, sopesándome las tetas, me ordenó masturbarlo con ellos… – que la pasta invertida por tu marido sirva para algo, pinchó.

La posición impedía a Bibiana lamerle los testículos, así que agarrándola del cabello la obligó a besarlo con lengua, en un gesto que consideré más obsceno aún, para soltarla bruscamente obligándola a lamerle los pezones de unos pechos depilados y tersos, ¡Cómo negarse a ello! Pero igual como estaba haciendo yo, mi amiga cumplió sumisa.

Metí su verga en medio de mis deliciosas tetazas y empecé a moverse rítmicamente, yo agarro mis tetas y aprieto su verga con ellas, deseaba que se retorciese de puro placer, sudaba, y solamente acertaba a decir

– ¡Que delicia, que ricas mami! Esto es lo máximo, qué delicia, ¡Mmmmmmm, qué rico, más, quiero más!

Su verga no aguantó más, explosionó en leche que salió y cayó sobre mi pecho, mi cara y me excitó como no imaginé. Otra vez tuve un orgasmo riquísimo, sin que me penetrara. Me di cuenta que mi punto sexual también eran mis tetas, que delicia. Aquel cabrón me hizo nuevamente muy feliz.

– ¡Tenemos que repetir la paja cubana, solo con tus tetas se hace como con nadie!

Me decía mientras con una toalla me secaba el semen que había caído sobre mi cuerpo. Una vez más, la deliciosa sesión de tener sexo con estos dos canallas me gustaba.


No volvimos en diez días. Dos veces nos convocó, dos veces lo anuló, aumentando nuestra impaciencia, incrementando nuestra excitación. Sé que lo hizo adrede, pues de no haber sido así no nos hubiéramos comportado como las zorras que describía cuando cruzamos el umbral de su casa aquel 15 de diciembre. Ambas nos quedamos paralizadas en el quicio de la puerta de la sala al encontrarnos con otro chaval. Pasad, no tengáis miedo, nos acompañó tomándonos de la cintura….

Si para vosotras yo soy un caballero, a mi amigo lo podéis llamar Gentilhombre. ¿Qué te parecen las dos zorras ricas?

– ¡Joder! Están bien buenas

Respondió con una voz agradablemente ronca mirándonos impúdicamente, desnudándonos con la mirada. Aunque no protestamos, estábamos demasiado ansiosas por venir ni teníamos osadía para ello, el Caballero volvió a dejar claras las nuevas reglas del juego, que acatamos sin rechistar.

La presencia de mi amigo no cambia nada. No tenéis de qué preocuparos pues sabéis de sobra que tengo polla para satisfaceros a las dos. Esa frase humedeció mi chumino. Pero como es de bien nacidos ser agradecido, reza el refrán, he pensado que tal vez os vendría bien un poco más de actividad pues a zorras como vosotras no es tan fácil teneros contentas. Además, aquí mi amigo también tiene sus necesidades y calza casi también como yo.

Un mes antes, hubiera abandonado aquel estudio de extrarradio. Bibiana creo que también, aunque ella siempre había sido más proclive a aventuras sórdidas, pero la voz de Caballero, su magnetismo y la promesa de una nueva polla de buen calado nos tenían subyugadas.

Cómo ves, son guapas y tienen clase. ¿Has visto con qué elegancia visten? ¿Con qué distinción se mueven?

Mientras él se había sentado en una butaca individual que no estaba el día anterior, el amigo había ocupado el sofá de dos plazas.

Pero es fachada. Arrodilladas son tan zorras como las “Chonis” que nos follamos cada fin de semana.

Comencé a temblar cuando nos ordenó desnudarnos. Ambas llevábamos falda con blusa o suéter, así que procedimos como de costumbre, solamente mostrando la mitad superior. Pero esta vez, también cambiaríamos eso. Fuera faldas. Mis piernas tenían serias dificultades para mantenerme de pie debido a los insistentes espasmos que mi clítoris les enviaba. Al llevar pantis, también nos los hizo quitar añadiendo otra instrucción a las normas que debíamos obedecer.

No quiero volver a veros con medias de monja. El próximo día hasta medio muslo. Esto no es un convento.

El amigo rio la gracia. Era un chico bien parecido también, quizás no tan cuidado en su físico, pero su juventud suplía cualquier carencia. El chaval nuevo se hallaba hambriento, no dejaba de sobarse el paquete por encima de la ropa.  Debía tener la misma edad que su compañero.

¿Qué te parecen? Puedes elegir a la que quieras aunque no tienen prisa y te dará tiempo de probarlas a las dos. Mientras te decides, se giró hacia nosotras…. – Servidnos un coñac a cada uno. La mujer de Cayetano sabe dónde encontrarlo.

Maldije que nombrase a mi marido en ese momento. Cuando entré en la cocina tuve que apoyarme en el mármol pues me costaba mantenerme de pie, la compostura hacía semanas que la había perdido. Bibí me miró, vidriosa, preguntándome con la mirada qué hacíamos, pero la respuesta era obvia, además de compartida. Quedarnos y tragar, nunca mejor dicho. Cada una entregó un vaso a un hombre, yo entré primero así que se lo tendí a Caballero que estaba más lejos.

Volvimos a quedar de pie en medio de la diminuta sala, vestidas solamente con un tanga y los zapatos, tal como nos habían ordenado….

La rubia tiene una hija y su marido se llama Carlos. Tiene una empresa de 200 trabajadores, un cincuentón que no sabe lo que tiene, así que tal vez deberías empezar por ahí. La chupa de vicio…. Las dos la chupan de vicio, los celos iniciales se tornaron en orgullo. – Pero esta se mete toda mi polla hasta la garganta.

– ¿En serio?

– Cómo lo oyes ¡Menuda zorra! La morena es más tímida. Está casada con otro jefazo de no sé qué multinacional y tiene cuatro hijos.

– ¿Cuatro?

– Cuatro, ya sabes cómo son las pijas ricas, como los van a dejar en manos de niñeras, no se cortan. Por eso se operó las tetas, pagadas por su queridísimo Cayetano. No tiene la garganta de la amiga, pero creo que es más zorra que ella.

El cerdo babeaba, pero mi entrepierna no le iba a la zaga. No me sentía como una esclava romana, hoy su trato hacia nosotras era más degradante que un mercado persa. Pero allí estábamos, de pie, aguantando improperios, ansiosas, sedientas, excitadas. Hubiera aplaudido, vitoreado incluso cuando Caballero me llamó a su vera. Pero mi pudor, el poco que me quedaba, me lo impidió. Bibiana se acercó al amigo sabiendo que yo también pasaría por allí. Fui más rápida que mi amiga desvistiendo a mi miembro viril, catándolo, engulléndomelo. Noté sus manos sobando mis pechos, que ofrecí orgullosa irguiéndolos, acercándolos a las expertas extremidades. Sorbí con deleite, con hambre, confirmando que yo era más zorra que mi amiga.

La más zorra que nunca hayas conocido, solía ser competitiva en todo y comer pollas era la disputa del día. Sin que me lo dijera bajé a sus gordos testículos, “¡Qué buenos están estos huevos!” Me dije a mí misma, llámales por su nombre de guerra, volví a su miembro, hasta que decidí premiarlo con mis tetas. Abracé su pollón y lo masturbé mirándolo extasiada. En sus ojos vi satisfacción, gozo, disfrute.

Cuando cerró los ojos miré a mi izquierda, donde Bibí engullía aquel miembro de menor tamaño, pero superior al de nuestros maridos. Lo había alojado completamente en su boca, este no le llegaba a la garganta, pero sorbía lentamente, llevando a aquel chaval que la agarraba del cetro, al séptimo cielo. Pude apreciar que era una verga oscura, ancha pero más corta que la del “Caballero”, porque en aquel momento se lo sacó de la boca para lamerle los huevos, casi negros.

Entonces el hombre se levantó súbitamente… – ¡¡Chúpame la polla zorra!!

Orden que Bibiana obedeció atenta, mientras el hombre descargaba, eso es, bébetelo todo puta rica. Giré la cabeza pues no quería que mi hombre se sintiera desatendido. Había abierto los ojos por lo que me sentí pillada en falta. Para compensarle, bajé la boca rápidamente y reanudé la felación con la mayor profesionalidad que fui capaz. Se corrió al poco rato sosteniéndome de los pechos, una mano en cada teta, apretando, agarrado a mis pezones.

¿Qué te ha parecido tu señora pija? Peguntó Caballero.

¡La hostia! Nunca me la habían chupado así de bien.

– Pues viniendo de ti tiene mérito, rio jocoso.

Con la de putas a las que has pagado. Ninguna de ellas le llega a la suela de los zapatos a esta dama, sonrió burlón, agarrándola de una teta.

– Pues espera a probar a la gran madre de familia. Tampoco le va a la zaga.

El chico resopló mirándome famélico, como un depravado. Pero aún no me reclamó. Vació de un trago su vaso y pidió otro, así que Caballero nos lo ordenó, servidnos otra copa, damas. Ambas entramos en la cocina para atender su demanda cuando me sobrevino. Los espasmos en mi vagina no se habían detenido ni un momento, pero sería por la fricción en mis labios provocada al caminar, sería porque estaba tan descocada que había perdido el norte, no lo sé, pero me corrí de pie agarrada al mármol de la cocina con tal intensidad que Bibiana tuvo que sostenerme….

¿En qué nos hemos convertido? Pregunté cuando recobré el aliento.

Su mirada, esquiva, me desorientó. Aunque no me apetecía, era obvio que ahora tocaba intercambio de parejas. Tendimos la bebida a cada uno según el nuevo orden, pero en vez de quedarnos de pie, Gentilhombre me invitó a sentarme a su lado. No me apetecía demasiado, pero bastó una mirada de Caballero para que obedeciera sumisa. Me pasó un brazo por encima del hombro con el que me lo acariciaba, así como la nuca y el cabello, mientras sostenían la copa con la derecha, hasta que decidió que necesitaba las dos manos libres y me lo entregó para que yo lo sostuviera. Ahora, su mano acarició mis tetazas…

¿Cuánto te han costado?

– No lo sé, los pagó mi marido. Es de mal gusto hablar de dinero según sobre qué cosas.

– ¿Cayetano?

– Sí

Respondí mientras un pinchazo se me clavaba en las sienes, remordimientos, y otro en mi chocho caliente, excitación. Bajó la mano a mi entrepierna, pero yo no las separé, eso no, pedí, así que cambió de objetivo. Después de detenerse en mis tetas, con un dedo ancho y arrugado recorrió mis labios.

¿Estos son los labios que me la van a chupar? Asentí.

Entonces acercó su cara a la mía para besarme. No quería pero algo me paralizó. Sus labios chocaron con los míos, que no abrí pero fueron lamidos por su lengua. Sabía a alcohol. Me miró altivo, disgustado.

¿No quieres besarme? Negué con la cabeza, rogando para que Caballero no lo hubiera oído. – Ya veo, no soy lo suficientemente bueno para ti.

Me pellizcó un pezón con saña, haciéndome daño, por lo que no pude evitar un quejido. – Pues ya va siendo hora que alguien te baje esos humos. No eres más que una zorra que se alimenta de polla, así que venga, ¿a qué esperas? Aliméntate, ordenó arrastrándome del cabello hacia su pubis.

No dudé. Me la metí en la boca para acabar lo antes posible, pero no conté con que se había corrido hacía menos de media hora. Después de un buen rato ensalivando aquel cipote…el doble de grande que uno corriente, me ordenó arrodillarme a su lado en el sofá, como una perra con el culo en pompa y las tetas colgando. Primero me las sobó, hasta que cambió de objetivo. Después de acariciarme el culo me soltó una nalgada. No me lo esperaba, así que detuve la felación sorprendida, pero la segunda más fuerte y sonora, me obligó a continuar. No sé cuántas me pegó, pero se reía y me llamaba perra, hasta que oí la voz de nuestro hombre, al rescate.

– Ayuda a tu amiga que es tarde y quiero acostarme.

Al momento, Bibiana apareció a mi izquierda, arrodillada en el suelo, para lamerle los testículos del chico nuevo y acelerar su orgasmo.

– ¿Qué te parece el juego? ¿Divino, eh?

Pero Gentilhombre ya no respondió. Bufaba como un toro, aunque físicamente me recordaba más a un venado, señal inequívoca de que estaba a punto de derramar su semilla en mi paladar.

No quiero repetirlo. La sentencia me dejó descolocada.

Debería haber sido yo la que la pronunciara, pero había salido de los labios de Bibí, los mismos labios que nos habían llevado al acantilado por el que yo también sentía que nos estábamos despeñando. Habíamos vuelto al apartamento de Infante Juan Manuel y de nuevo nos habíamos comportado como perras calientes, esa era la definición con que Gentilhombre nos había definido esta segunda vez, ataviadas con medias hasta medio muslo, tanga y zapatos de tacón…tal como nos habían ordenado ¡No éramos mejor que PUTAS! Aún sentadas en el coche de mi amiga, delante de mi casa, pasada la media noche de un 20 de diciembre. Entré en casa, sucia, con la frase de mi compañera de travesuras taladrándome el cerebro.






Tenía razón, me decía mientras el agua caliente de la ducha limpiaba los vestigios de mi depravación. Tiene razón, me repetí. Esta ha sido la última vez. Pero sabía que me estaba engañando a mí misma.

El 24 por la mañana, vigilia de Navidad, sonó mi teléfono. Era Caballero, al que Bibí le había dado mi número, pues ella había decidido acabar con el juego. Le confirmé la decisión de mi amiga a la vez que yo también le comunicaba que no lo veríamos más.

Me gustaría despedirme de ti.

No respondí, sorprendida por el tono amable, confidente, del hombre que siempre se había comportado como un señor feudal sometiéndome, dominándome y avasallándome como a una ramera.

Creo que te lo mereces. Que nos lo merecemos ambos. Será una sola vez, la última, ¡Te prometo que no te arrepentirá! Negué, pero él también notó la poca seguridad de mi voz.

Sólo será un vez más, te necesito.

Mis piernas temblaron de nuevo, mi sexo se licuó ante un comportamiento tan amable.

Sólo una vez, respondí.

Te espero esta tarde en mi casa. ¿Hoy?

– Es Navidad, objeté.

Considéralo un regalo que nos hacemos mutuamente.

A las cuatro de la tarde aparcaba el Mini Cooper que Cayetano me regaló para mi cumpleaños en el mismo parking que Bibiana había utilizado. Subí hasta el cuarto piso ataviada con un abrigo largo para protegerme del frío, pues siguiendo sus instrucciones me había vestido como una buscona. Falda corta, tanto que no cubría la blonda de las medias, camiseta ceñida y sin sujetador. Crucé la puerta del piso que había dejado entornada, el corto recibidor y entré en la sala donde me esperaba sentado en su trono, en bata.

Quítate el abrigo. Me escrutó más sensual que de costumbre…, me felicitó por mi disfraz especificó…, pues hoy es un día especial. Será un día especial.

No quiso que me desnudara. – Acércate.

Me arrodillé ante mi señor, abrí la bata y comencé el último contacto que iba a tener en mi vida con aquella maravilla. Era una despedida, así que di lo mejor de mí, esmerándome, recorriéndola con la firme intención de dejar huella. Pero me detuvo poco antes de llegar al orgasmo. Me quitó el top, amasó mis tetas, pellizcó mis pezones, mientras mis gemidos se tornaban jadeos, hasta que coló la mano entre mis piernas….

Estás empapada.

Cerré los ojos sintiendo la llegada de un orgasmo que me recorrería de arriba abajo, pero se detuvo. Lo miré sorprendida, turbada, rogando que continuara, pero me tomó de la mano levantándonos para llevarme a su habitación, cuya puerta también estaba entornada. Reanudó las caricias a mi conejo mientras cruzábamos el umbral, sosteniéndome de la cintura para que no decayera. Me apoyó contra la pared, abrí las piernas tanto como pude, rogándole que acabara el trabajo. Y entonces lo noté. Una presencia. Gentilhombre me miraba sentado en un lado de la cama.

No, suspiré ¿Qué hace él aquí?

Traté de protestar, pero los dedos de mi hombre no me dejaban pensar. Otra vez el orgasmo estaba aquí. Pero de nuevo se detuvo.

¿Quieres correrte?

– Por favor.

– ¿Quieres correrte?

– Por favor, lo necesito.

– ¿Quieres correrte?

Sí, necesito correrme, te lo ruego.

Me invitó a arrodillarme sentándose él en el filo de la cama. Chupé con ansia, con avidez, con gula, jadeando como una perra. Noté claramente como Gentilhombre se movía, me rodeaba, me levantaba la diminuta falda y apartaba el tanga para colar su masculina mano entre mis piernas.

– ¡¡Lo necesito!! Me repetí. – Necesito correrme.

De nuevo, cuando me acercaba al orgasmo, aquellos dedos viriles me abandonaron. Un no lastimero surgió de mi interior, pero Caballero me tranquilizó.

Ya llegas cariño.

No fue una mano la que me llevó a explotar, no fueron unos dedos. Una polla gruesa de no menos de 20 cm con un gran par de huevos colgando, casi negro, que había deglutido dos veces en mi vida, entró en mi coño de una estocada. La polla que tenía en la boca chocó con mi campanilla aun no entrando nada más que la mitad, provocándome una arcada, pero gemí sonoramente como la perra que era de aquel chico que me estaba montando. Fue un orgasmo abrasador, que no remitió pues dos miembros me perforaban, llevándome en volandas a un Paraíso desconocido para mí.

La verga de “Caballero” de follaba insaciable la boca, a la par que su amigo me perforaba las entrañas de mi intimidad. Chupaba su glande, me regodeaba en aquel gordo y rosado capullo lengüeteando su orificio por donde emergería la ingente cantidad de leche que me iba a beber sin indulgencia.

El “Gentilhombre” me atenazaba de las caderas, del culo y de las tetas que se movía alocadas en cada embestida, perforándome, incrustándome y horadando mi preciada cavidad vaginal hasta lugares donde aún se encontraba vírgenes, zonas donde ninguna polla me había excitado hasta ahora. En un momento dado sincronicé la follada trasera del invitado con la mamada suculenta a mi caballero, y de pronto oí un rugido de la garganta de mi señor, miré a sus ojos puesto en el cielo y comprendía que su leche estaba a punto de derramarse, así fue cuando sentí la dureza de aquel descomunal garrote, la hinchazón de su glande y tras ello vació sus pulmones del aire contenido al tiempo que la semilla del Caballero cruzó mi garganta y sentí el segundo clímax de aquel interminable orgasmo.

Los chorros interminables de esperma espeso se atoraban en mi galillo, pero tenía que resistir toda la descarga. Al cabo de unos segundos tras seis o siete lechazos paró de convulsionar, la extraje y me zampé todo el engrudo depositado en mi lengua. Acabé de limpiar su verga mientras Gentilhombre empujaba a un ritmo controlado. Ahora sin la verga ocupando mi boca los gemidos, casi gritos se hacían notar en aquella habitación del vicio.

El tipo que me enculaba pronto aceleró sumergiendo todo el badajo en mi conejo ajado, y así coronado en el tercero cuando la lefa del invitado anegó mis entrañas. La incrustó a fondo pegando sus pelotas a mi vulva percibiendo cada chorro de leche vaciarse en mi conducto uterino, al tiempo que se descargaban sus pesadas pelotas productoras de tan rico néctar.

En ese momento no pensaba en la potencia y fertilidad de su esperma, esos hombrecitos “Gentileshombres” en forma de espermatozoides que estaban invadiendo mi fecundo útero. Me descabalgó pero no cambié de posición, arrodillada en el suelo, con las nalgas levantadas, incitadoras, y mi rostro alojado en la entrepierna de aquel hombre que me había descubierto un mundo desconocido…. Me hallaba comiéndole los huevos y lamiendo el largo tronco interminable.

“¡¡¿Cómo había podido caer tan bajo?!!” Me pregunté en un momento de lucidez, dejándome follar por aquel  chico de barrio. Pero el pensamiento fue pasajero, pues leyéndome la mente de nuevo, Caballero no me dejó seguir por aquel derrotero.

Chúpamela un poco que ahora seré yo el que te folle. Será mi regalo de Navidad.

Como no podía ser de otro modo, obedecí, insaciable. Si sentir aquella monstruosidad en la boca casi me llevaba al orgasmo, ¿Cómo sería sentirla en mi vagina? El pensamiento me derritió, licuándome. Cuando lo creyó oportuno, se retiró en la cama para sentarse mejor, me incorporó y me mandó encajarme….

Ahora sabrás lo que es ser empalada.

En cuanto su polla cruzó mis labios comenzaron los espasmos y en el momento que su glande tocó mi matriz grité, con todas mis fuerzas desbocadas. Si su amigo había llegado a lugares inhóspitos, él me descubrió un mundo nuevo en mi coño. Se movió despacio, para que aquella barra diez centímetros más larga que me partía, se acomodara al nuevo hábitat. Me agarré con fuerza a sus brazos, clavando mis uñas como si quisiera devolverle una milésima parte de la intensidad con que sentía su polla en los lugares que profanaba. Perdí el control de mis caderas, que se movían enajenadas, buscando escapar, tratando de no soltarse, incoherentes.

 Los orgasmos volvían a sucederse descontrolados, uno solo o muchos consecutivos, soy incapaz de precisarlo, pero nunca había sentido nada igual. Era tal la vehemencia del acto, que estaba cerca de perder el conocimiento.

¿Estás celoso caballero no haber sido el primero en inseminarme el coño?

Pinchaba con aquella media sonrisa de superioridad dibujada en la cara.

– ¿Lo estás porque alguien más se ha follado a tu zorra antes que tú?

Así el miembro descomunal pasando mi mano entre mis piernas, apunté y entró violento mientras me agarraba del cabello con la mano izquierda. Grité de gusto y dolor al expandirse me chumino por tan basta polla, pero seguí solicitándole que más verga…

– ¡¡Fóllame, fóllame, fóllate a la PUTA jefa!! Hasta que me callé de una nalgada.

Me pegó otra nalgada sin dejar de percutir con todo, rabioso.

– Yo soy el jefe. Tú eres la puta.

– Sí, fóllame, fóllate a tu puta. ¡¡Sí lo soy, dame más cabrón, fóllame!!

Ya no pudo seguir hablando. Los gemidos se habían convertido en jadeos hasta que sus piernas temblaron atravesadas por un orgasmo intensísimo. Su clímax provocó el mío, descargando varios lechazos en el interior de mi vagina tragona. Cuando eyaculó, no inseminó la matriz después de haber anegado mi estómago. Noté el sabor de aquel conocido néctar en mi propia garganta y ahora se había corrido en la entrada de mi fértil matriz.

Caí derrengada sobre la cama, cerrando las piernas pues mi vagina ardía, mis labios interiores y exteriores chillaban irritados. Pero no tuve descanso. Unas manos me tomaron de los tobillos, tirando de mi cuerpo hasta el límite de la cama, me abrieron las piernas y acomodaron una polla de nuevo, a pesar de mis débiles ruegos para detenerlo. No se encontraba ya tan estrecha, pero era tal la irritación de la zona que noté puñales clavándose en ella. Me dejé hacer, extasiada, mientras el chico enardecido me llamaba zorra rica, puta jefa, agarrándome las tetas con furia, pasando su  lengua por mi cara, buscando la mía hasta que consiguió meterla en mi boca luchando con mi lengua…pellizcó con dureza mis pezones.

¡Me encantan las mujeres maduras que no se resisten!

Dice mientras no me da tregua ni respiro. Ambos van de un lado para el otro en el apartamento, el amigo del Caballero consigue llévame hacia un sillón y me hace montarme sobre él, me abraza con fuerza para no soltarme mientras me tiene empalada. Jadeo desesperada ante esta situación, siento mi coño atravesado una y otra vez por la verga del Gentilhombre.

¿¡Cómo puedo pasar esto?! Me digo entre sus gemidos.

Espérate aún te tengo algo especial.

Completamente a su merced, con el culo al aire ahora sobre el sillón, los dedos del caballero se hunden en mi coño sintiendo su lengua metiéndose entre mis nalgas.

¡Tienes un culo muy rico cabrona!

Me comenta mientras su amigo me tiene inmóvil, me retiene y presiona sus dedos contra mi culo en una lucha por evitarlo que tengo perdida.

¡No por ahí no…! 

Suplico acongojada y casi sin fuerzas después de tres polvazos y de haber cumplido ambos con mi cuerpo a base de pollazos. Sin embargo los esfuerzos son en vano, el Gentilhombre tiene éxito al poner su capullo en mi ano y comenzar a empujar hacia dentro manteniéndome amordazada por sus varoniles brazos, en una abrazo que presionaban mis tetas contra su pecho juvenil. El apretado agujero se resiste a expandirse, pero de pronto se abre ante la presión incesante del duro glande del chaval que tiene una barra de acero, más que una polla. En el acto percibo buena parte de ella embutida en mi esfínter, y de inmediato empieza a darme por el culo clavando la verga un poco más a cada inserción.

La saca diciendo… – Ahora viene lo bueno.

Tras lubricarme con saliva el ano, él rápidamente toma su verga y presiona entre las nalgas de mi ajado culo hasta que esta comienza a enterrarse en mi estrecho y virgen conducto. Ahora lo acompaño de los gritos que se hacen más fuertes a medida que noto más polla dentro. La gordura de ese cipote me estaba matando, ¡¡Nunca la habían follado por ahí!! Y mucho menos de una manera tan desconsiderada.

¡Un poco más solo un poco y te empalaré a fondo por este precioso culo! Me dice…. Finalmente lo consigue… – ¡¡Vaya!! Sí que lo tienes estrecho. Mucho mejor, así gozaré más partiéndote el dos.

Recibo unas duras acometidas, provocándome jadeos y gritos que me dejan la boca seca ante esto. Me folla rudo sin darme ni un momento de respiro. Al rato ya he notado un par de veces sus huevos aplastarse contra mi usado culo y lo que era dolor por la dilatación de mi esfínter, ahora se torna gozo de verme empalada analmente. Quien me iba a decir a mí que hoy dejaría de ser virgen…

Tomo la riendas de mi semental cabalgando sobre él recibiendo su verga por el culo gustosa de recibir su lefa por el único sitio que me falta hoy. Tal es mi esfuerzo tras casi una de follada continuada que comienzo a desfallecer hasta que finalmente mi Gentilhombre toma la alternativa fornicándome a toda velocidad, entrando y saliendo como una bestia parda de mi ojal distorsionado, irritado y deseoso de obtener su preciado premio de semen juvenil. Mis gritos se ahogan en su boca que me la come al tiempo que se corre dentro de mí…Suelta su primer chorro de esperma y un segundo seguidos de otros que me derrama en lo más profundo clavándola hasta las pelotas.

Caigo de bruces en las siguientes convulsiones de mi coño corriéndome y estampo mi cara contra la suya dejándola pegada oliendo a macho fustigador. Exhausta con todo el cuerpo adormecido de tan basta paliza caigo en el piso de su apartamento sobre la alfombra mientas los chicos charlan desnudos ante una copa de coñac, satisfechos de haberme copado de leche por todos lados.

Aun respiraba agitada por lo sucedido, apenas tenía fuerzas para moverse,  Caballero se acerca y se pone de pie frente a mí…. Viene meneándosela, se agacha un poco flexionando las rodillas levantando mi culo y con una clavada casi vertical me la mete por el coño. La incrusta hasta los huevos realizando un mete saca que apenas dura dos minutos, desovando todo el resto de leche que le quedaba en sus ciclópeos huevos… A penas noté su eyaculación, pero la oí. Me quedé tirada en el suelo no sé cuánto tiempo…, cuando me desperté, solo estaba Caballero en la ducha, recogí toda mi ropa poniéndomela como bien pude y salí de aquel antro de la lujuria para no volver. Justo antes de alcanzar la puerta salió del aseo y desde el pasillo me increpó diciéndome…

Hoy te hemos dejado bien llena, pero si te ves con más ganas ya sabes dónde encontrarnos…te volveremos a follar con más voracidad….

Esa Noche Buena entré por el garaje directo al aseo del mismo y me quité todo el olor a macho ajeno a mi marido. Las bragas chorreaban de flujo vaginal y semen de ambos sementales. Jamás pude imaginar llevar tanto esperma en mi cuerpo en tres cubículos diferentes, unos tan cerca de los otros…, En mi estómago, en mi esfínter y en mi coño, todos atiborrados de leche joven y fecunda. Con aquello podía decir que me hallaba repleta por una buena temporada de calcio. No me sentía sucia, solo agotada. Tampoco creí que ocurriese una sesión de sexo tan intenso, jamás me había preparado para ello….LO DISFRUTÉ.






He dedicado los últimos quince días a mi familia. Se lo merecen, se lo debo. Hemos pasado unas felices fiestas de Navidad como cada año, esquiando en Baqueira beret, regalándonos deseos, repartiendo amor. Gracias a que mi esposo no me ha tocado, mis irritados conductos se han ido reponiendo sobre la nieve, menos el último día que me sentía caprichosa y he dejado que Cayetano me follara a pajarera abierta. Me ha gustado como se acopló a mi cuerpo en la postura del misionero y entrelazando mis piernas alrededor de su cintura me ha dejado su leche en mi vagina como recuerdo de unas bonitas vacaciones a modo de colofón….

Ya habían pasado cerca de unos veinte días cuando se cumple mi bajada menstrual, esta no llega. Mi regularidad suele ser perfecta y eso me hace sospechar lo peor; espero unas semanas más para confirmar mi embarazo…, el test se pone rosa confirmándolo. Estoy segura que no fui fecundada por Cayetano, pues mis días fértiles coincidieron con la primera semana de Navidad, justo cuando recibí la ingente cantidad de espermatozoides de mis jóvenes amantes.

Entre los dos se aseguraron de preñarme, y bien preñada estaba sin saber decir de cuál de los dos, ambos se corrieron dentro de mi coño a placer, tanta leche me metieron que no cupo toda derramándose parte sobre mis bragas y compresa. Esperé casi dos meses para dar la noticia a mi esposo, el cual lo asumió con cierta ambigüedad, entre la alegría de un nuevo retoño en casa y la preocupación de hacerme pasar de nuevo por otro embarazo y parto. Le alivié su pesar diciéndole que sería el último… ¡El secreto de mi preñez moriría conmigo!

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