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UNA HISTORIA DE AMOR. Y si tú no has de volver...

    "Y si tú no has de volver" 1ª PARTE "Una para el otro y otra para el uno". Esa frase la repite una y otra vez mi ...

Mis dos Amores de Juventud




Aparqué el taxi en una calle cercana a la casa. Procuré acercarme utilizando las sombras que me ofrecían los escasos faroles de la calle, utilicé la puerta trasera que, como esperaba, estaba con el cerrojo sin echar. Solo la cerradura que abrí con la llave que me había facilitado la dueña. Sigilosamente cruce el corral y entré en el edificio. Atravesé la cocina y el pasillo con la planta baja en la más completa obscuridad y subí la escalera. Entré en la habitación, como tantas veces. Ella dormía plácidamente bajo las mantas. Me gustaba escuchar su respiración acompasada… Hacía frio. Me desnudé y tiritando me acosté junto a ella, tratando de no destaparla, despertándola.

 — ¡Vienes helado! Anda, arrímate y te caliento…  ¡Uuhh, qué fríos traes los pies!

 El calor que desprendía el cuerpo de Lidia me calentaba, no solo por fuera… Mi polla crecía por momentos y, como si fuera autónoma, se entremetía entre las preciosas nalgas. Me daba la espalda. Solo un impedimento se interponía; el camisón que acostumbraba a ponerse cuando estaba sola. Con su ayuda tiré de la camisola hasta enrollarla en su cintura y ya expedito el camino, desde atrás, acariciando su dorso y pasando la mano por su axila llegué a sus tetas sobre la tela. Con la otra mano pinté con mi brocha la grieta que se me ofrecía. Mi hombría entró en la ya húmeda cavidad que esperaba anhelante. Estaba muy excitado y en apenas unos minutos bombeando  con furia, descargaba en su vientre. Ella no disfruto. Le costaba bastante llegar a excitarse.

      Venías cargadito ¿Eh? Me dijo con sorna.

   No puedes imaginarte cuanto mi vida. Llevo una semana esperando este momento

     Y yo, mi amor… Y yo…

Se giró hacia mí, yo, de lado, sobre mi costado derecho, acaricie su vulva con la mano izquierda, abarcándola en su totalidad; mi dedo corazón se internó en la empapada grieta pasándola desde el perineo hasta su botoncito. Un gemido delataba su placer. Rodeé con delicadeza su capuchón; ella con sus dedos se pellizcaba los pezones. Como pude entré por el escote del camisón para apartar una de sus manos y relevarla en tan grata empresa. En este punto estaba muy excitada. La besé con deseo, nuestras lenguas pugnaban por penetrar al otro y los labios blandos se fundían en una lujuriosa lucha.

Sus suspiros, el temblor de sus piernas inquietas, señalaban la cercanía de su clímax más extremo… Y llegó…  – ¡Aaaahhhh, Manoloooo…! ¡Me corrooo! ¡Aaaahhgggggg! 

Una convulsión que la levantó de la cama, apoyada en sus talones y la espalda, seguida de otras de menor intensidad marcó el fin del encuentro. Nos quedamos un tiempo abrazados, acariciándonos con delicadeza, besándonos. Me gustaba pasar mi mano por su pelo, peinándolo con mis dedos, acercándolo a mi cara para embriagarme con su olor… De nuevo la excitación enderezó mi hombría que se colaba entre sus muslos. Más besos, más caricias…, con su mano apresó el objeto de su placer para conducirlo hasta su cálida abertura, entró con suavidad, me monté sobre ella y empujé una y otra vez hasta que sus gemidos y la respiración entrecortada me indicó la proximidad de su clímax. Y llegó… Arrollador, sus brazos me apresaron y casi me ahogaban…, yo, sobre mis codos para no descargar mi peso sobre su cuerpo, mordisqueaba su cuello, sus deliciosas orejitas… Bajé mi mano derecha acariciando su cadera y los muslos, me gustaba comprobar cómo se erizaba la piel y se tornaba rugosa debido a la excitación.

Como casi siempre su explosión me sorprendió. Gritó y se contorsionó, levantando mi cuerpo con el suyo hasta dejarse caer desmadejada sobre la cama. Me deslicé hasta quedar a su lado, comprobé como otras veces, que de su boca se descolgaba un hilillo de saliva que yo me apresuraba a sorber con fruición. Poco a poco su respiración se normalizó con su mano en mi sexo. Nos quedamos dormidos y no debíamos… era peligroso. Desperté sobresaltado mirando mi reloj, eran las cinco y me tranquilicé; me levanté deslizándome para no destaparla y que no se despertara. Lo había repetido tantas veces que era ya habitual. Pero Lidia se despertó, se incorporó apoyándose sobre su codo izquierdo, encendió la lamparita de la mesilla de noche… Me sorprendió su mirada extraña.

– Manuel, tenemos que hablar….

Me dijo con cara compungida mientras me subía los pantalones y abrochaba la cremallera y el cinturón.

– ¿De qué, vida mía?  Pregunté. Su mirada era sombría.

– No me ha bajado…  la regla… estoy muy asustada. 

Enterró la cara en la almohada y un sollozo rompió su garganta impidiéndole seguir hablando.

Si llegan a derramar un cubo de agua fría en mi cabeza no me hubiera sentido peor. Mi barbilla se descolgó y un escalofrío recorrió mi espalda hasta impactar en la nuca como si me hubieran dado un martillazo. Y no era para menos. Nuestro idilio era secreto, nadie debía saberlo. Llevábamos unos meses así. Lidia estaba casada, su marido, Juan, se tuvo que marchar a trabajar a Alemania con un contrato de tres años y llevaba un año fuera. Estábamos en plena transición política, aún no se había aprobado la constitución española y la política aún se amparaba por las leyes de la dictadura… la sociedad rechazaban de plano la infidelidad. Las precauciones eran imprescindibles. Pero había algo que era casi insuperable. Los anticonceptivos estaban todavía prohibidos. Los preservativos se vendían de estraperlo. Por aquel entonces, Yo era el único taxista en el pueblo a unos cien kilómetros de Albacete. Esta ocupación me permitía pasar desapercibido cuando me movía a cualquier hora del día o de la noche por las calles o las carreteras le las aldeas cercanas. También me permitía conocer los entresijos de las vidas de los vecinos.

Lidia y yo nos conocíamos desde niños, tonteábamos en la adolescencia pero a ella su familia la llevo a la capital para estudiar y dejé de verla durante algunos años. Regresó ya casada, su padre lo había arreglado con la familia del marido…, tenían muchas tierras y eran de los pudientes del pueblo, pero la puta crisis del petróleo de 1973 fue minando el patrimonio familiar hasta que los arruinó… el marido tuvo que marcharse a trabajar fuera para salvar lo que pudieran. Un buen día, Lidia me llamó para que la llevara a la ciudad para ver  a un médico por un problema de riñón. Era un cálculo no demasiado grave. Por el camino hablamos y acabamos follando en una desviación, dentro del taxi. De esto hacía casi un año y desde entonces ya no pudimos dejarlo. La verdad es que yo quería a esta mujer y creo que ella también a mí. Lo hablamos, pero el divorcio no se aprobaría hasta el 22 de junio de 1981, y para eso aún quedaba, vamos que no estaba permitido en este país y no digamos el adulterio, penado por las leyes franquistas.

– ¡Manolo! ¿No dices nada? Preguntó angustiada.

– Yo… Bueno… Buuff, me has pillado por sorpresa… No sé qué decir… Balbuceé. – Pero ¿Cómo ha sido? ¿No decías que eras estéril? Le dije con una voz que no me salía del cuerpo.

– ¡Síí, eso creía! ¡Con mi marido lo intentamos durante años y no pasó nada! Sus ojos estaban arrasados en lágrimas.

– ¿Y no pensaste que podía ser él el estéril? Le dije como en un lamento.

– ¡¿No me irás a dejar sola con esto?! 

Su pregunta era un angustioso lamento, me acerqué a ella y la abracé con cariño, ella se arrebujó en mis brazos.

– Buscaremos una solución, mi vida… Déjame pensar en ello. 

Besé su frente y me levanté, deslizó sus manos por las mías hasta que me separé de ella. Me deslicé furtivamente por la calle hasta llegar al taxi…, sentado dejé caer mi cabeza sobre los brazos al volante. No podía pensar, mi mente era un caos, un torbellino de fugaces imágenes me aturdían. Me incorporé, arranqué el vehículo y me dirigí a la plaza de aparcamiento de mi taxi. Pasaron unos días. No encontraba solución al problema y me agobiaba. Casi una semana después me llamaron para llevar a un matrimonio conocido a Albacete. Por el camino pude oír algo de su conversación. Al parecer querían tener un hijo pero no venía y se habían sometido a unas pruebas. Hoy recogerían los resultados. Los dejé en la puerta de la clínica y me tomé un café mientras esperaba. Por la ventana del bar vi salir a mis pasajeros. Pagué y salí en su busca, parecían disgustados. Durante el camino de vuelta les escuché hablar.  Eran cuchicheos.


– Lorenzo, ya has oído al doctor, no soy yo, eres tú. Tuviste esa enfermedad de niño y te dejó estéril, acéptalo, ya no tenemos que preocuparnos más. Adoptaremos uno y ya está… Le decía la mujer.

– Pero Laura, yo te quería dar un hijo y… 

No pudo seguir, el marido lloraba en silencio, amargamente. Seguían hablando y ya no les presté atención. Una idea bullía en mi cabeza.

– ¡Manolo, para en algún sitio, Laura quiere orinar! Me gritó Lorenzo.

– Estamos cerca de una venta de carretera, pararé allí ¿Vale? 

Les grité yo. Y así lo hice. Lorenzo y yo nos sentamos en una mesa mientras Laura entraba en los servicios.

– Lorenzo, no he podido evitar oír lo que hablabais y… No me dejó terminar.

– ¡No se lo iras a decir a nadie! Me dijo asustado.

– ¡No… no! Solo quería proponerte algo… Callé esperando su reacción.

– Bueno… Tú dirás…

– Pues… Verás… Yo tengo un niño para vosotros… Me miró con la cara desencajada.

– ¡¿Tú vendes niños?! Su cara de sorpresa me hizo sonreír.

– No hombre no… no me malinterpretes. No vendo… Regalo niños… Veras, hay una mujer que acaba de quedarse embarazada y no puede criarlo. Lo que te propongo es que tu mujer simule un embarazo y cuando esta mujer vaya a tenerlo, tu mujer hará como si lo tuviera ella. Lo inscribís a vuestro nombre y nadie tiene que saber  nada más. ¿Qué te parece?

– ¿Cuánto nos va a costar el niño? Di la verdad Manolo…

– Te he dicho que nada. Bueno, los gastos que pueda generar si hay complicaciones y los gastos de parto… Nada más…

Nuestra conversación se vio interrumpida por la presencia de Laura que nos miraba con curiosidad. De nuevo en el taxi Lorenzo empezó a comentarle a Laura sobre la posibilidad de hacer algo para conseguir un niño. Al principio Laura estaba algo reacia. Pero poco a poco fue aceptando la propuesta hasta que por fin su marido le explicó todo lo que habíamos hablado.

– ¿Puedo saber quién es la madre? Me preguntó Laura desconfiada.

– Laura, lo que os voy a decir no debe saberlo nadie, tanto si aceptáis como si rechazáis lo que le propuse a Lorenzo.

– De acuerdo, entiendo que es algo que te toca muy de cerca… La intuición de Laura me sorprendió.

– Si, muy…  demasiado cerca. Lo que sea es…  hijo mío y de…  Lidia… ¿Lo entiendes ahora?

– Lo imaginaba… Y qué pasa si dentro de unos años quieres recuperar a tu hijo… O Lidia… Laura dudaba.

– Laura, la criatura va a estar registrada a vuestro nombre. Legalmente será vuestra. Y ni a Lidia ni a mí nos interesa que esto salga a la luz… Ni ahora, ni dentro de veinte años. Ya sabéis que el marido de Lidia tiene muy malas pulgas. Además, si confío en vosotros es porque os conozco de toda la vida, sois buena gente, solo pido que me permitáis ver a mi hijo y sé que no me apartareis él. Seremos los padrinos. Seré vuestro compadre, como su tío… Y Lidia como su tía… ¿Estáis de acuerdo? 

Callé esperando su respuesta. Tenía mis razones para hablarles claramente. De todos modos la panza de Lidia sería difícil de ocultar. A no ser que, como en este caso, contara con la ayuda y complicidad de estos compadres.

– ¿Podemos pensarlo?

Dijo Laura con cara pensativa, que yo observaba a través del retrovisor interno. 

– Mañana nos vemos en mi casa y te diremos lo que hemos decidido.

– Por mí de acuerdo. Mañana paso por vuestra casa… ¿A qué hora? Pregunté.

– A las seis de la tarde ¿Te viene bien? Propone Laura.

– Bueno… Ya sabéis como es mi trabajo… de todos modos en principio sí, en caso de no poder me paso un momento y os digo cuando ¿De acuerdo?…

Llegábamos a su casa. Bajaron de coche, Laura me miró de forma extraña, me ofreció su mano por la ventanilla, le di un apretón con la mía y sellamos un acuerdo sin palabras. Al parecer ella era quien decidía y no solo en este caso. Lorenzo también me ofreció su mano, que estreché con fuerza, pero la noté blanda, fofa… En invierno las calles del pueblo estaban vacías a las doce de la noche. Me acerqué como un ladrón a casa de Lidia y entré por la puerta del patio, como siempre, con la llave que ella me dio el mismo día que tuvimos el primer encuentro. La luz del cuarto de Lidia estaba encendida, me acerqué por si había alguien en la casa y escuché lamentos. Estaba sentada en la cama, recostada en el cabecero sobre un cojín, con una toquilla sobre los hombros, lloraba. 

Me pareció bellísima, era muy guapa, el pelo oscuro caía sobre su rostro y se pegaba en sus mejillas bañadas por el llanto. La imagen era de una ternura infinita… Me emocioné, golpeé con los nudillos suavemente en la puerta, levantó su rostro sorprendida, me miró y cubrió la cara con sus manos llorando, ahora sí, convulsionando todo su cuerpo. Me acerqué, nos envolvimos en un apasionado abrazo. Despejé su cara apartando los cabellos y nos fundimos en un beso como nunca antes nos habíamos besado. Sus delicadas manos acariciaron mi rostro, mi mano derecha en su nuca y la izquierda en la barbilla. Me sentía profundamente unido a esta mujer, mi mujer, aunque las leyes dijeran que pertenecía a otro hombre. Una idea fugaz cruzó por mi mente, como un latigazo, como un relámpago. ¿Podría soportar saber que estaba en brazos de su marido cuando este volviera?  Deseché la idea por lo dolorosa que esta era. Me centré en ella, en tratar de hacerla feliz, en cumplir sus más íntimos deseos.

– Me has asustado, no te esperaba esta noche…

Me miraba y sus ojos me transmitían un amor infinito. Mi pecho se henchía de gozo al tenerla en mis brazos.

– Lo sé, mi vida…, sin embargo has dejado sin cerrar el pestillo de la puerta… Sabías que vendría… Tengo algo que decirte y que puede solucionar lo del embarazo.

– ¿Y qué has pensado? Porque yo me estoy volviendo loca… No sé qué hacer, la cabeza me va a estallar…

– Tranquilízate mi amor. Si estás de acuerdo en lo que te voy a proponer creo que el problema está resuelto. 

Me miró enarcando las cejas en un gesto de incredulidad.

– Me das miedo… ¿Qué se te ha ocurrido? ¿Mandarme a Londres a abortar? ¿O con alguna bruja? 

Hablaba con una desgarradora  tristeza.

– ¡No!, ¡¿Cómo se te ocurre?! No os pondría en peligro ni a ti ni a la criatura que llevas en tu vientre, os quiero demasiado… 

– ¿Entonces? 

Quedó expectante, a la espera de mi respuesta.

– Pues… Verás, tú no vas a parir…

– ¿Cómo?…  A ver explícamelo.

– Bueno, físicamente sí… Pero legalmente el bebé lo parirá otra mujer…

– Manolo… No entiendo nada… Explícate…

– Hoy he llevado a un matrimonio del pueblo a una clínica de  Albacete… Les han hecho unas pruebas y no pueden tener hijos…, al parecer él es estéril.  Lo hemos hablado y les he propuesto que ella, la mujer, simule un embarazo y cuando tengas el niño sean ellos quienes lo registren como suyo. ¿Qué te parece?

– ¿Son del pueblo?

– Sí, claro. Y buena gente, los conoces de siempre, son Lorenzo y Laura, los de la calle… No me dejó terminar.

– ¿Estás loco? ¿Voy a ver crecer a mi hijo con otra familia y no podré ni darle un beso? Aquí el llanto la derrumbó.  – ¿Y saben lo nuestro? Laura es…  una cotilla… ¡¡Joder manolo nos llevamos fatal desde que…!! Bueno tú sabes muy bien que nos llevamos mal y ahora es cuestión de tiempo que lo sepa todo el  pueblo… Joder… ¿Qué has hecho?

– No he hecho nada… Aún… Pero dime si tenemos alguna otra opción. ¡Dímelo hostias! 

Jamás había utilizado palabrotas entre nosotros y se sorprendió.

– Tienes razón, no tenemos alternativas… Perdóname… Esta situación me desborda y a veces pienso en locuras… Esa confesión me asustó. – Habría pensado en… No, no, eso no…

– Amor mío, sabes que te quiero con locura, que no concibo la vida sin ti. Que me moriré de celos si vuelve tu marido y… ¡No quiero pensar en…¡ ¡Diosss! Me tiraba de los pelos. Ella se asustó.

– Vamos a hacer lo que dices… Pariré para ella y… precisamente Laura… bueno luego ya veremos… ¿Cómo lo vamos a hacer? Mi marido estará al menos año y medio o dos años en Suecia antes de volver. ¿Qué has pensado? 

Su frialdad me desconcertaba, pero, ¿Qué otra cosa podíamos hacer? Le expliqué como había planeado todo el proceso y estuvo de acuerdo. Me besó y me invitó con un gesto a entrar bajo las mantas. Me desnudé en un santiamén, mientras ella se desprendía de la toquilla y del camisón de dormir. Nunca la había visto desnuda del todo y al saber que ahora lo estaba, levanté la ropa para verla, para admirar su cuerpo…

– ¡¡Diooos, Lidia, eres preciosa!! Esbozó una pícara sonrisa.

– No seas tonto y ven… Te necesito y hace frío. 

No me lo hice repetir. Sí, hacía frío pero el contacto piel con piel, sus manos en mi cuerpo, las mías recorriéndola toda, los besos las caricias, mi muslo entre los suyos sintiendo el calor que emanaba de su sexo… Su mano apresó mi polla, acarició el escroto e hizo bajar el forro del prepucio. No soy capaz de describir las sensaciones que atravesaban de parte a parte mi cuerpo. Apenas un minuto masajeándome y un ramalazo de placer me estremeció de la cabeza a los pies. La descarga seminal fue brutal, rocié su pubis, vientre y llegó hasta sus tetas, la mano estaba rebosando de esperma.

– ¡Vaya, estabas llenito! 

Me sentía avergonzado, como un niño pillado en una travesura.

– Perdóname, Lidia. Verte desnuda ha sido… Ha sido… 

Soltó una carcajada. La risa más hermosa que he oído en mi vida.

– ¡Encima te has vuelto tartaja! No te preocupes corazón, te entiendo, yo también estoy muy… Muy caliente como una perra en celo. No me había sentido nunca así. Me siento… Tu puta… Sí, soy la más puta del pueblo. Mi marido en Alemania y yo preñada de ti.

Sus palabras eran amargas. Y diciendo esto sacó la mano con la que me había masturbado y se la llevó a la boca, lamiendo el semen derramado por mí. No me lo esperaba. Mi polla dio como un brinco y se puso de nuevo erguida. Ella me empujo de lado para tenderme de espalda y me montó. Como se monta un caballo, agarró mi espada con una mano y la insertó en su funda. Comenzó a moverse lentamente, como saboreándolo, describiendo círculos; subiendo y bajando. Se dejó caer sobre mi pecho, acercó su boca a la mía y por primera vez en mi vida, saboreé mi esperma… De sus labios. Pellizcaba mis pezones y yo los suyos al tiempo que mi daga entraba y salía de su vaina rezumando líquidos que recorrían mis testículos y bajaban por el perineo hasta mi culo… Mis manos abarcaban sus dos hermosas ubres, las masajeaba, las amasaba, pellizcaba los pezones entre mis pulgares e índices.

– ¡Más…! ¡Cabrón…! ¡Aprieta más fuerte! ¡¡Pégame en el culo, joder, pégame!! ¡Empuja a lo más hondo de mi coño…!

Ahuecando la ropa de cama… Le pegué… Los guantazos debían oírse en todo el pueblo, menos mal que las paredes eran de un metro de espesor y no se podía oír nada. Estaba tan sorprendido por su actitud que me mantenía follándola a su gusto sin correrme. Sus ojos despedían chispas. Su pelo alborotado le daba una apariencia de valkiria cabalgando… Se me ocurrió bajar una mano por su nalga y acariciar con un dedo su ano. Estaba seco… Pasé por su coño y recogí el zumo que destilaba para untarlo en su orificio e introduje un dedo, despacio, con miedo de hacerle daño.

– ¡Ahíí! ¡Fóllame el culo también! ¡Es todo tuyo! ¡Soy toda tuya! ¡Haz de mí lo que quieras…!

Estaba fuera de sí. No la había visto nunca tan excitada, tan bella… Los ojos despedían fuego… Al penetrarla con el dedo por el ano gritó… Pensé que era de dolor, pero no. Era de puro placer, así que aumenté la velocidad y la profundidad de la follada digito-anal… Sus golpes de cadera sobre mi verga eran tremendos… Y la penetración anal mayor. Saqué el dedo y recabé más lubricante para insertar dos dedos…  Su cuerpo se contorsionó, doblándose hacia atrás.  Me asustó. Creí que se descoyuntaría.

– ¡¡¡Aaaahhgggggg!!! 

Un estertor. Un grito que salía de lo más profundo de su pecho y que temía le desgarrara la garganta; cayó sobre mi pecho, deshecha, destrozada por el tremendo orgasmo. Seguido de pequeñas contracciones de su pelvis y temblores esporádicos. Un hilo de saliva se deslizaba de su preciosa boca cayendo sobre la mía y yo lo bebía, lo saboreaba, como si de un manjar se tratara. Abracé su delicado cuerpo con todas mis fuerzas y besé su cuello, lamí los lóbulos de las orejas. Su sabor me extasiaba… Se deshizo del abrazo para quedar tendida a mi lado. Aun temblaba de vez en cuando, aprisionaba mis manos con las suyas…

– ¡Qué vergüenza! No sé qué me ha pasado, Manu… Ha sido maravilloso. Nunca me había sentido así de… de…

– ¿De salvaje, de caliente, de zorra…? ¿Yo tampoco he visto nunca a una mujer como tú hace un momento y…  ¿sabes que te digo? Que me has hecho muy feliz. Que me ha encantado ver como disfrutabas, sintiéndote libre para hacer conmigo lo que querías… Hoy he descubierto a una nueva Lidia. Ha sido una maravillosa locura verte así. Y… Te quiero… Te quiero, joder…

– Y yo Manu… Te quiero con locura… con todas mis fuerzas… ¡Sé que tengo a un macho que me cuida! Contigo me siento segura a pesar de todo… Se acurruco en mis brazos y el sueño nos atrapo…

Me desperté sin saber qué hora era. Miré mi reloj de pulsera con la esfera fluorescente y vi las seis… Ya era tarde. Ella dormía, seguramente soñaba porque emitía murmullos ininteligibles y se movía. No quise despertarla. Besé su frente y me deslicé hasta salir de las mantas que nos cubrían. ¡Joder que frío! Me vestí y al salir por la puerta escuché…

– ¡Gracias Manu! En un susurro.






La mañana transcurrió con normalidad. En el bar restaurante donde aparco me senté a comer y ya en el café vi venir a un parroquiano en mi busca. Necesitaba ir a Albacete y saldría a las cinco. No pude convencerlo de salir más tarde y no quise insistir. Quedamos de acuerdo en salir a las cinco y se marchó. Me acerqué a casa de Lorenzo y Laura. Llamé en la puerta y abrió Laura. Llevaba puesta una bata de casa, rulos en la cabeza, calcetines y zapatillas. Me hizo gracia pero disimulé.

  Hola Laura…  Como te dije…  No me dejó terminar la frase.

– Manuel… Qué pasa, ¿has cambiado de idea?… Pasa anda, pasa. 

Dijo abriendo la puerta e invitándome a entrar. La seguí hasta la salita donde tenía la mesa camilla y la tele en el mueble bar con un toro bravo corneando. 

– Siéntate… Dime qué pasa. 

Su mirada me inquietaba.

– Bueno… Verás. Es que me ha salido una carrera y salgo a las cinco y no puedo estar aquí a las seis…Me interrumpió.

– Bueno, no importa. Lorenzo no llega hasta las seis, por eso la hora. De todos modos ya lo habíamos decidido… Estamos de acuerdo. Lo que tenemos que acordar es como lo vamos a hacer… ¿Tú qué tenías pensado? 

Me sorprendió su determinación.

– Pues… Verás, los primeros tres o cuatro meses no son un problema, después necesitamos un sitio donde estéis las dos juntas hasta el parto. Conozco una clínica en Madrid donde puede pasar Lidia las consultas con tu nombre. Para el parto también ingresará con tu nombre. En cuanto tenga Lorenzo el informe médico del parto y el nacimiento de la criatura, se lo lleva al registro y lo inscribe con vuestros apellidos. Unos días después podéis volver con vuestro hijo…

Laura se quedó muy pensativa.

– Me parece bien, de todos modos ya lo hablaremos más… Verás, tengo un piso en Albacete y…  Una casa en la Solana. Podemos cambiar de un sitio a otro para no levantar sospechas…  

La veía decidida

– Bien… Me gusta la idea. Yo puedo llevaros y traeros de un sitio a otro. Tú tendrás que ponerte algo para simular la barriga, dejarte ver por el pueblo de cuando en cuando y Lidia dirá que está muy deprimida y se ha ido a casa de una amiga en Albacete para no estar sola. ¿Qué te parece? 

Quedé a la espera de su aprobación. Me sorprendió… Me asustó, cuando colocó su mano sobre la mía encima de la mesa apretándola y mirándome fijamente.

– Estupendo, entonces vamos a vernos más ¿No? 

La voz melosa, sugerente me intimidaba.

– Sí, claro. Estaremos en contacto casi a diario. Le dije.

Me deshice de su mano dándole la mía en un apretón que quería indicar que estábamos de acuerdo. Ella sonrió y acepto asintiendo con la cabeza. Respiró hondo. Y me marché sin mirar atrás un poco asustado por lo que me parecía una provocación… Las semanas siguientes fueron de auténtica locura… Llevé a las dos mujeres a ver la casa de la Solana…, un caserón antiguo que no reunía muchas comodidades, pero dadas las circunstancias no se podía pedir mucho más. También las llevé a Albacete. El piso de Laura había sido de sus padres y no estaba mal. La única pega eran las vecinas, que conocían a Laura de pequeña y en cuanto la vieron vinieron a cotillear… Laura y Lorenzo me propusieron alquilar un apartamento en Madrid cerca de la clínica que yo conocía…, donde había llevado a alguna que otra vecina del pueblo a abortar, por supuesto de forma ilegal. 

Siendo algo distinto no pondrían pegas. Por otra parte, el objetivo era disponer de la documentación necesaria para inscribir al bebé a nombre de Laura, y eso no era un problema. Laura insistió en acompañarme a Madrid a buscar piso. Lorenzo, por su trabajo, no podía venir. Lidia tuvo que quedarse en casa de su madre unos días porque se puso enferma. Encontramos un apartamento  amueblado bastante bien situado, pero sin sábanas ni toallas, solo mantas. Laura estaba feliz.., las cosas estaban saliendo como habíamos previsto. Nos quedamos con él y nos entregaron las llaves sobre la marcha. Era muy tarde y Laura se empeñó en quedarnos a pasar la noche, no le gustaba viajar a esas horas. No tardé en averiguar el porqué. Cenamos en un restaurante cercano… “El museo del jamón” y nos dirigimos al piso.

  Manuel,… voy a hablarte claro… Me gustas y ya que vamos a ser compadres si intimamos un poco…

– Laura, por favor; estas casada, yo quiero a Lidia y…

– Y nada Manu… Lorenzo es un calzonazos que no me sirve para nada, me casé con él por intereses pero no le quiero… Lidia es la mujer de otro y cuando vuelva… ¿Qué harás?… Anda vamos a dormir juntos y dame calor…

No encontré argumentos para oponerme…, la mano de Laura aprisionó la mía y tiró de ella hasta llevarme a la cama. Se desnudó y pude contemplar su cuerpo… La verdad es que me impresionó. Era un cuerpo al estilo de Gina Lollobrigida, muy de moda en aquellos tiempos, Morena, de rostro bello, piernas largas y bien formadas, caderas turgentes y lo que me sorprendió. Unas tetas de tamaño medio pero manteniéndose erguidos, con pezones, que en ese momento, debido a la baja temperatura eran como pitones de miura, oscuros de areolas grandes como galletas. Pero lo más sorprendente fue su coño…El pubis estaba cubierto por una tira de vello corto negro muy diáfano, con una vulva pomposa de labios grandes, que al abrir las piernas se abrían como dos pétalos. No pude evitarlo, me desnudé y me tendí a su lado bajo las mantas, sin sábanas y nos abrazamos con auténtica calentura. Unimos nuestros labios, mi ariete oprimido entre nuestros vientres… Acaricié con mis manos sus tetas y un suspiro se desprendió de su garganta. Bajé, acariciando las caderas hasta los muslos…, pase a acariciar la parte interior y me sorprendió la humedad que empapaba su raja… No pude evitar bajar dentro de las cobijas hasta incrustar mi boca en su intimidad…, al pasar la lengua por el clítoris Laura no pudo evitar exclamar un grito y convulsionarse como si una descarga de alta tensión atravesara su cuerpo.

– ¡¡Para!! ¡Para Manu que me matas! ¿Qué me has hecho? 

Me incorporé y ya a su altura me besó y dio un respingo al saborear sus propios jugos.

– A esto sabes Laura… me gusta eres una mujer ardiente ¿No habías llegado nunca al orgasmo?

– No, no sabía lo que era hasta hoy Manu. Ya te digo que mi marido es desconsiderado  manazas conmigo. Con él no he sentido nunca nada y lo más extraño, nunca me he mojado el coño como lo has conseguido tú hoy. Follar en seco es muy desagradable y nunca he tenido el deseo, la necesidad, de que me la metan como ahora…

No lo dudé. Me coloqué entre sus piernas, mi glande descapullado se enfiló en su bocana y, lentamente fui penetrándola apreciando el calor, la facilidad con que entraba, pero al intentar retroceder algo me lo impedía, una extraña fuerza absorbía mi miembro a su interior. Los gemidos de Laura me indicaban sus sensaciones. Tras unos minutos bombeando otro grito de Laura y un tremendo orgasmo hizo que sus uñas se clavaran en mi espalda, sus talones golpearan mi trasero y por poco pude evitar que me mordiera los labios. Después quedó desmadejada, abierta, respirando con dificultad hasta que poco a poco se normalizó. Pero yo aún no había terminado, la metí hasta los huevos, sin dejar nada fuera de su coño la taladré como una perforadora sin censar… ese conejo tenía mucha hambre.

Cuando se repuso le dije que se pusiera a cuatro patas. Ya no teníamos frío, nuestros cuerpos ardían. Ella se sorprendió, pero no se opuso.

– Esto no me lo han hecho nunca Manu… ¿Me dolerá?

– No te preocupes Laura…el culito lo dejamos para otro día…

Sin más preámbulos entré en su grieta provocando nuevos gemidos de placer en ella. Mis caderas empujaban una y otra vez llegando más y más profundamente en su deliciosa y cálida intimidad. No tardé en arrancar un nuevo orgasmo seguido de otro y otro, cuyas contracciones provocaban deliciosas compresiones en mi ariete, hasta que al saber lo que se avecinaba di marcha atrás antes de hacerme llegar a un aparatoso orgasmo….comencé a eyacular sobre su culo y su coño. Los chorretazos eran enormes, especialmente los tres primeros que le llenaron toda la raja del culo deslizándose al mismo coño, los otros chorros cayeron sobre sus nalgas y espalda. Me derrumbé sobre su espalda tras regarla con mi semen.  Nos dejamos caer juntos…

– ¿Porqué no te has corrido dentro Manu?

– ¿Laura, estás loca? ¿Y si te quedas preñada?

– No te preocupes. Estoy en periodo no fértil, lo llevo controlando desde hace años, Manu. No había peligro…

– Laura, he conocido muchos hijos de Ogino… No puedo fiarme. Anda vamos a dormir un poco que mañana saldremos temprano. 

Me tendí, nos cubrimos con las mantas y nos abrazamos para mantener el calor… Me desperté temblando de frío. Laura se había enrollado en las mantas y me había dejado con el culo al aire. De todos modos ya era hora de levantarse. Fui hasta el baño a lavarme la cara y comprobé que el termo estaba apagado, con lo que el agua estaba helada. Lo encendí y tras comprobar que la temperatura del agua era agradable, entré,  para darme una ducha, sin jabón. Pero algo es algo.

– Buenos días Manu… ¿Hay agua caliente?

Me sorprendió Laura que entró bajo el agua y me abrazó. Su cuerpo helado me provocó un escalofrió al entrar en contacto con el mío.

– Vaya Laura. Me has sorprendido. ¿Tienes algo de jabón para lavarnos?

– Claro que sí, te lo presto con una condición… Tienes que lavarme tú.

– Encantado. Y me pasó una pastilla de jabón Lux.

Lo que siguió fue una batalla entre los dos en la que ella llevaba las de ganar. Tras varios escarceos y ya más tranquilos.

– Eres una mujer muy ardiente, Laura. No te hubiera imagina nunca así…

– ¿Así… de puta? Lo dijo con una extraña sonrisa en los labios.

– Lo digo porque te comportas como una mujer sin complejos, que llegado el momento eres capaz de desinhibirte y gozar. Lo que me extraña es que no lo hubieras hecho antes con tu marido…

– Manu, lo de Lorenzo es otra cosa. Nos casaron muy jóvenes, sin ninguna experiencia. Lo que me ha ocurrido hoy contigo… 

Para mi sorpresa rompió a llorar. Como pudela abracé e intenté consolarla, la saqué de la ducha llevándola al dormitorio donde utilicé una manta para secarla. Mientras no dejaba de llorar.

 El placer que me has dado es la primera vez que lo siento. Yo intuía que algo más debía haber, pero desde luego con mi marido ha sido imposible. Es un “capillitas”. Cualquier cosa que se salga de lo “normal” es cosa de desviados e inmorales. Las relaciones “maritales” eran solo y exclusivamente para procrear… lo demás es pecado y después de lo que tú sabes, que él no puede procrear, ya ni me tocaba. Yo he intentado varias veces hacérmelo sola pero no consigo llegar… Hasta hoy contigo. Por eso te he… obligado a… ¡Qué vergüenza!… ¡Qué pensarás de mí!

– No debes avergonzarte Laura. Por desgracia nos ha tocado vivir en un país y en una época en la que el sexo… y muchas otras cosas, están prohibidos. No nos han dado la más mínima información sobre sexo… Y así nos va. Te comprendo y admiro tu decisión Laura…

Cuando se tranquilizó nos vestimos y bajamos a la calle. Entramos en un bar cercano y desayunamos café con leche y porras, después pusimos rumbo a Albacete. Durante el viaje seguimos hablando sobre las dificultades para disfrutar de una sexualidad más o menos normal. Laura no dejaba de acariciarme el muslo acercándose peligrosamente a mi centro de placer…

– Laura por favor… Déjame conducir. Esto es peligroso, el tráfico es muy intenso, cualquier camionero puede verte y tendríamos un problema…

– Lo siento Manu, después de lo de anoche no puedo dejar de pensar en el placer tan intenso que me diste… ¿Cuándo podremos repetirlo?…

– Ya veremos Laura… Ya veremos… En los próximos meses tendremos ocasión de vernos en mejores ocasiones. Una cosa te pido…

– ¿Qué Manu?… Dime…

– Que Lidia no sepa nada de esto… Le haría mucho daño…

– Lo supongo… Estas muy enamorado de ella ¿Verdad?…

– Sí… La quiero mucho… Desde hace muchos años pero como en tu caso los intereses priman en esta sociedad. Y las leyes no ayudan. En la mayoría de los países europeos el divorcio es legal… Aquí… Ya sabes…






Con estas y otras disquisiciones seguimos viajando hasta llegar cerca del pueblo, me detuve y ella se cambió a los asientos de atrás. Debíamos guardar las apariencias. Llegamos a su casa, se apeó, abrió la puerta de su domicilio y tras mirarme de soslayo, guiñándome un ojo se adentró y cerró tras de sí. Fui al bar del paseo a ver si había algún recado para mí. Allí me comunicaron el fallecimiento de la madre de Lidia. Al parecer un fallo del corazón… Tuve que disimular la impresión que me produjo la noticia. ¿Cómo estaría Lidia? Sola, sin un hombro donde llorar su pena… Las noticias luctuosas, en los pueblos pequeños, corren como la pólvora.  Me acerqué a la iglesia para asistir a la misa de difuntos, obligatoria en estos casos y acompañar a mi amada. Junto a Lidia estaba Laura… Me situé un par de filas atrás y pude escuchar algunos comentarios de dos cotillas que me dejaron perplejo.

– ¡Míralaaas…! De jóvenes no se podían ver, en cuanto se juntaban estaban peleándose. Se decía que las dos estaban coladitas por Manolo… Siii… El taxista… Pero cuando él se fue a la mili a ellas las casaron y ahora míralas… ¡Qué raro!

Fue toda una revelación para mí. O sea, el enfrentamiento entre Lidia y Laura era por mí. Y las circunstancias, ahora, las obliga a estar unidas… Lidia lleva un hijo mío en su vientre y Laura será su madre… Y yo he estado con las dos… Yo tendría unos veinte años, mi futuro era el de ser albañil, siguiendo la tradición familiar, mi padre y mis tíos lo eran. Recuerdo que los domingos por la tarde en el cine Laura me guardaba el asiento a su lado. Yo me sentaba con ella porque notaba como enrabietaba a Lidia. Se enfadaba pero al terminar la película dejaba a Laura y buscaba a Lidia, enfurruñada, sí, pero le gastaba una broma, le decía que quien me gustaba era ella y su cara se iluminaba, me sonreía… Laura a lo lejos me miraba con tristeza pero yo no podía hacer nada. No podía ir en contra de mis sentimientos. Cuando me sortearon para el servicio militar y me tocó Canarias, casi me vuelvo loco, eran quince meses fuera de casa, fuera del pueblo, sin ver a Lidia. En ese intervalo, fallecieron mi padre y mi madre… Mis tíos se marcharon a Barcelona, Lidia y Laura se casaron… 

Al volver me encontré con un panorama devastador. Lo único bueno fue que en la mili conseguí los carnets de conducir que me facilitaron acceder al taxi. El vehículo lo compré con un dinero que me dejaron mis padres y disponía de la casa donde nací para vivir. La misa finalizó… Le di el pésame con un apretón de mano y no pude evitar que las lágrimas asomaran a mis ojos, mirando los suyos, sus bellos ojos anegados en lágrimas… Laura, a su lado, me miraba también con cariño.  En el momento de separarnos flaquearon las piernas de Lidia y Laura sujetó a su, ya amiga, para que no cayera. El entierro fue muy emotivo… Tuve que alejarme porque no podía evitar llorar y resultaría  sospechoso. Mi pena era por saber el sufrimiento de la persona a la que amaba más que nada en el mundo y no poder estar a su lado para consolarla. El cementerio estaba algo alejado del pueblo. Esperé dentro del taxi en la puerta para llevar a Lidia a su casa cuando todo hubiera terminado. Vi salir a los vecinos que acompañaron el sepelio y por último aparecieron las dos mujeres que me importaban. Laura, al verme, arrastró a Lidia hasta el taxi, les abrí la puerta de los asientos traseros y entraron las dos. Conduje en silencio hasta casi llegar a la casa de Lidia.

– Laura, ¿acompañarás a Lidia esta noche?… No quiero que esté sola…

– Sí, Manu… Ya lo habíamos hablado. Me quedaré con ella esta noche y las que haga falta…

– Me quedo más tranquilo… Esta noche no lo creo conveniente pero mañana noche, si puedo, me acercaré a haceros compañía… ¿Vale?

– Sí Manu… Te necesito, te necesitamos, más que nunca… Laura se está portando muy bien conmigo, nunca habíamos tenido ocasión de hablar y… Tenemos muchas cosas en común… Más de las que te imaginas…

Habíamos llegado a su casa, bajé les abrí la puerta y las acompañé hasta la entrada de la casa. Acaricié sus manos, Laura tiró de ella hacia dentro y las deslicé con dolor al separarme. Al día siguiente Lorenzo vino a buscarme al bar de la parada. Nos sentamos en una mesa apartada.

– Manuel, Laura me dice que lo tiene todo preparado para ir a Albacete… Después, pasados un par de semanas las llevaras a Madrid. Que si puedes llevarlas a las dos mañana ya que aprovechando que Lidia está de luto, les han dicho a las vecinas que se la lleva a Albacete para distraerla y que se le pase cuanto antes…

– De acuerdo Lorenzo… Mañana las recojo y las llevo. Diles que estén preparadas…

– En eso quedamos…

Se levantó y se marchó. Vi por la ventana del bar como se alejaba, con su andar de pato… Tenía los pies planos y por eso no lo habían aceptado para la mili. Esa misma noche dejé el taxi en mi casa y entré subrepticiamente en la casa de Lidia. Como tantas otras noches la puerta estaba cerrada solo con la cerradura que abría con la llave. Al acercarme a la salita escuché a las dos mujeres hablar…

– ¿…Estuvisteis toda la noche en la cama y…?

– Sí Lidia… Prácticamente lo violé… Él no quería, está muy enamorado de ti… Sigue enamorado de ti, como hace años estuvo conmigo, pero fue solo sexo. Pero que polvo… Yo no sabía lo que era un orgasmo, Lidia, y con él he vivido los mejores momentos de mi…

Un sollozo rompió en su pecho. Vi como Lidia la abrazaba y la consolaba. Acariciaba su cara, el pelo… La besaba. En ese momento Lidia me vio. Sonrió…

– Hola Manu… Entra, mira como nos has pillado, haciéndonos confidencias… 

Laura se separó de Lidia y se giró, al verme se tapó la cara con ambas manos… Me acerqué y arrodillado en medio de las dos, sentadas en el sofá, nos abrazamos los tres… Besé a Lidia en los labios con todo el amor de mi corazón. Ella me empujó hacia Laura, llorosa me recibió en sus brazos y me besó como, seguro nunca a nadie había besado. La mirada de Lidia me desconcertaba… No parecía enfadada, más bien le gustaba vernos a los dos abrazados.

– ¿Cómo estas Lidia?

– Lo puedes suponer, Manu. Era mi madre y… se ha ido… No volveré a… 

No pudo seguir, un desgarrador sollozo se lo impedía. Buscó cobijo en mi pecho y se lo ofrecí… Laura acariciaba su espalda y me miraba con dulzura. Lidia se puso en pie, tiró de nosotros y nos condujo por la escalera hasta el dormitorio. Ante nuestra sorpresa, se desnudó y nos invitó a hacer lo mismo… Laura me miró y sonrió, también ella se quitó la ropa y se acostó junto a Lidia, se besaron en los labios y se giraron sonriendo al ver mi cara de sorpresa…

– ¡¿Vamos, a qué esperas?! Dijeron casi al unísono.

Me despoje de mi ropa y entré en la cama, ellas me empujaron para quedar en medio de las dos. Lidia a mi derecha, Laura a la izquierda. No sabía qué hacer. Me quedé quieto, boca arriba.

– ¿No vas a hacer nada? Dijo Laura…

– Me tenéis que perdonar pero… No entiendo nada… ¿Si vosotras de jovencitas estabais siempre de riña?

– Pero antes, de niñas, siempre estábamos juntas. Entre nosotras practicamos los primeros besos en la boca, tal y como veíamos en el cine. Y nos tocábamos una a la otra, aunque nunca llegamos a provocarnos un orgasmo. Sentíamos algo… Un gustito… Y eso creíamos que era. Y eso he creído que era hasta la otra noche en Madrid, Manu…  Lo que sentí contigo… No lo había sentido nunca. Por eso tenía que decírselo a Lidia.

Dijo Laura al tiempo que acariciaba mi vientre y deslizaba su mano hasta llegar a mi pubis.

– Y nuestros juegos y nuestra amistad terminaron cuando le confesé que estaba enamorada de ti… Y me dijo que ella también…

Lidia había llegado antes a mis genitales y me acariciaba con dulzura los testículos.

– A partir de ese momento nos convertimos en rivales y también en enemigas. Hasta antes de ayer. Cuando Laura vino a ofrecerse como lo que siempre había sido… Una amiga, que apreciaba a mi madre, me quería como una hermana… Y que nuestra rivalidad ya carecía de sentido… Las circunstancias habían hecho que nos reencontráramos…

Yo enmudecí. Sus manos, sus besos por ambos lados. Sus muslos sobre los míos, cada una abriendo una de mis piernas. Mis brazos bajo los hombros de las dos mujeres…  Abrazándolas y atrayéndolas hacia mí… Me hacían sentir en la gloria. Atacaban mis pezones, enredaban sus dedos en los vellos de mi pecho. Era como un muñeco en sus manos y ellas dos adolescentes jugando a mamá y papá. Laura tomó la iniciativa, me cabalgó, se introdujo mi herramienta en su gruta y comenzó a moverse con parsimonia. Despacio, mis manos alcanzaron sus pechos, pellizcando con delicadeza los pezones. Lidia se arrodilló junto a ella y se besaban con pasión, como si les fuera la vida en ello… Acariciaban sus pechos, las caderas, los muslos…

– Manu me voy a correr con tu polla dentro de mí… pero tú no ¡Eh! Hoy no puedes correrte dentro mí… Avisa para que te monte Lidia y te puedas correr... pero dentro de ella… ¡¡Aaaaahhhhh!!

Un rugido, un estertor agónico. Se irguió, abrazó con fuerza a su amiga y una serie de convulsiones recorrieron su cuerpo. Deshizo el abrazo se apartó y empujó a su amiga para que ocupara su lugar sobre mi espada. Entré con suavidad en el vientre de Lidia, Laura se repuso y se dedicó a acariciar a su amiga. No dejó rincón sin tocar. Pechos vientre, muslos… Vi con curiosidad que se dedicó a acariciar los pies de Lidia, a besarlos, lamer los dedos y mordisquear los talones… Lidia no aguantó mucho, apenas unos movimientos de cadera y su rostro reflejó el arrollador orgasmo que recorrió su cuerpo y que… provocó el mío… Descargué dentro de su vientre, donde crecía nuestro bebé.  Se dejó caer sobre mi pecho y la abracé con lágrimas de felicidad en mis ojos. Nuestros labios se unieron en un cálido beso… Con mi mano alcancé el brazo de Laura que nos miraba triste a un lado y la atraje sobre nosotros…  Nos fundimos en un beso a tres, abrazados, las dos sobre mí… Jamás he sentido tanta felicidad…

Manu… Puedes pensar que somos muy guarras pero… 

Dijo Laura sentándose sobre sus talones.

– Pero qué…Dije sorprendido

– Cuando éramos chicas nos contábamos nuestras fantasías… Y una de ellas era… Qué se sentiría al chupar una polla. Lidia decía que no lo haría si había estado dentro de mí, y yo tampoco si había estado dentro de ella… Pero… habiendo estado dentro de las dos… Queremos chupártela, entre las dos… 

Solo oír la propuesta y ya mi amiguita se puso en forma.

– Bueno… pues… adelante.

Las dos se inclinaron, pasaron sus dedos por el prepucio, los olieron con caras lujuriosas… sonrieron y rozaron con sus lenguas, las dos a la vez el balano. Al percibir los roces dio un respingo involuntario que las sorprendió y se echaron a reír… Laura, más decidida, abrió la boca y se tragó casi hasta la mitad… De golpe, lo que le produjo la reacción normal, no llegó a vomitar pero casi… Lidia, más tranquila, se dedico a chupar el glande como si fuera una piruleta, poco a poco aceptando más y más cantidad hasta llegar a tenerla casi toda dentro.

– Me gusta… Dijo con los ojos llorosos por el esfuerzo.

A continuación probó Laura a hacerlo como su amiga, con la particularidad de que Lidia pasó su mano por debajo de Laura y se dedicó a acariciar con sus dedos la vulva de su amiga, pasar el dedo corazón una y otra vez por la ranura, desde el empeine hasta el perineo y… un poco más allá. Laura cerró los ojos, mi ariete en su boca y el dedo invasor de su amiga acariciando su clítoris. Una combinación que acabo provocando un explosivo orgasmo que la hizo revolcarse en la cama, seguida de Lidia que no soltaba su presa, la sujetó y besando sus labios…

– ¡Cuánto tiempo llevo deseando hacerte esto putita…! 

Debíamos haberlo sabido hacer hace años. Nos habríamos ahorrado tantos disgustos…Las palabras de Lidia me sorprendieron. Me miró a los ojos…

– Sí, Manu. Hace tiempo descubrí que también me gustaban las mujeres. Estaba, estoy muy enamorada de ti, pero también me gustaba y me gusta Laura. Hoy, esta noche se ha hecho realidad una fantasía que llevo en mi corazón desde hace años. Que jamás, hasta hoy, le he confesado a nadie… Os quiero a los dos… ¡Dios mío qué vergüenza!

Tras su confesión, Lidia bajó la cabeza y se cubrió la cara con las manos. Laura me miró como esperando mi reacción.

– Lidia, amor mío, no debes avergonzarte de nada, mucho menos de amar, de amarnos. Al contrario, pobre de aquella persona que no haya sentido el amor por nadie, nunca.  Te quiero con locura, Lidia. Y esta confesión me dice que eres una persona que me ama, que nos ama… A Laura… A mí… ¿Y eso te avergüenza? Ven… Ven, abrázame, tu también Laura… Que acabas de sentir tu primer orgasmo en manos de otra mujer… Que te quiere, que te desea. Nos abrazamos los tres.

– ¡Pero es que esto que siento no es normal ¿No?! ¿Soy una lesbiana? ¿Una tortillera? Fue como un lamento de Lidia.

– No mi vida. No te pongas etiquetas… Te contaré algo.

Comencé a narrar lo que me ocurrió en Tenerife, durante el campamento, teníamos las hormonas disparadas, corrían bulos de que echaban bromuro en la comida para reducir el deseo sexual… pero a mí no me afectaba, porque no lo notaba. Una de las salidas a la capital, Santa Cruz, me dejé llevar, por alguien que conocía la ciudad, al barrio de Miraflores. A una casa de citas. Sí… Había putas. Allí conocí una mujer, de unos cuarenta años, que le gustaba hablar conmigo, mientras estábamos en la cama. Y charlábamos de todo. Aún recuerdo las canciones que se escuchaban en aquellos antros. “… con un sorbito de champan brindando por el nuevo amor… “. 

Ella me enseñó a dar placer a una mujer, como tratarla, a respetarla… También hablamos de homosexualidad, tanto masculina como femenina, tan injustamente denostada por los poderes fácticos actuales. Fue ella la primera que me habló de la bisexualidad. Porque  ella disfrutaba tanto con un hombre como con una mujer. Me decía que no había que rasgarse las vestiduras por ello. Era más normal de lo que parecía. La mayoría no sabe que lo es, hasta que se dan una serie de circunstancias para que se manifieste. La sociedad no permite estas cosas, la religión las prohíbe y esto es lo que crea el dolor que tú sientes ahora. Pero no es nada malo… Esta mujer me decía que los bisexuales, dispone de más posibilidades para alcanzar el placer que los heterosexuales. Y yo también pienso así. Yo no me siento bisexual, pero si lo fuera… No pasaría nada.

Acariciaba los cabellos de mis chicas, que, se acariciaban entre sí. Las besé, me aparté, apoyando la espalda en la cabecera de la cama y me dediqué a admirar a dos preciosas hembras… Amándose… Abrazadas, acariciándose, explorándose, como si fuera la primera vez que sus cuerpos estaban en íntimo contacto… Sí, era su primera vez, el cuerpo, la piel de la otra, era desconocido para cada una… La mirada de Lidia reflejaba la tristeza por la pérdida de su madre, pero a la vez también el deseo tanto tiempo reprimido por el objeto de sus sueños sáficos… Laura parecía encantada con las caricias recibidas, pero sus miradas en mi dirección me indicaban que, si bien le encantaba lo que en ese momento sucedía, me enviaba señales para que yo participara en los juegos. Hasta que ya, sin poder contenerse, tiró de mi mano para incluirme en la placentera lucha que se libraba en el tálamo. Me acerqué, los intentos de Lidia por provocar el placer en Laura eran torpes, tímidos… Besé a Lidia en los labios y acariciando su nuca acerqué su boca al sexo de Laura que, tendida boca arriba, esperaba algo más de ella. Pero Lidia retrocedió asustada por lo que yo le proponía. Comprendí su reticencia, su miedo. Era algo nuevo para ella. Solo yo había penetrado con mi lengua su hoyito, y con Laura repetí lo que le hice en Madrid… Hundí mis fauces en su peluda raja, lamí y lengüeteé los labios, desde el ano hasta el pubis… Después levanté el rostro, miré a Lidia y acerqué mi boca a la suya…






– Respira hondo amor, este es el aroma de Laura, absorbe sus fluidos y saboréalos, porque son deliciosos. Invité a Lidia.

– Es qué…  no sé, no lo he hecho nunca, ni siquiera los míos, solo cuando te beso a ti, después de… ya sabes… Balbuceaba mi amada.

– Pues ahora tienes la oportunidad de conocer más íntimamente a tu amiga del alma… y a mí… Bésame… Y me besó.

Un beso al principio tímido… poco a poco ganando en intensidad hasta convertirse en devorador, salvaje… Su mirada reflejaba la lujuria, la pasión desenfrenada. Se alejó de mis brazos para hundir su rostro entre los muslos de su amiga. A partir de ese momento solo se escuchaba el chapoteo de la boca de Lidia, en su nuevo lugar de placer y los lamentos quejumbrosos de Laura sometida al segundo cunnilingus de su vida… La postura de Lidia, apoyada en sus codos y rodillas, dejaba a mi merced sus agujeros… Entretenida como estaba no prestó mucha atención a mis dedos que recogían crema de su vagina y la restregaban por el orificio anal para penetrarlo con un dedo que poco a poco se fue abriendo paso hasta entrar entero. Ella se detuvo, se giró para mirarme con cara traviesa… Un tirón de pelo de Laura la puso otra vez sobre su objeto de pasión… Mientras yo seguía con mi juego, notando como se relajaba el esfínter y poco a poco mi dedo entraba y salía con facilidad. 

Lubriqué de nuevo el orificio y mientras perforaba acaricié su clítoris, que respondió endureciéndose. Poco a poco ya entraban dos dedos y ella no se quejaba, los deslizaba con facilidad por su conducto… Extraje de su coño mi cipote para apuntar a su delicado ano, empujando suavemente y poco a poco sintiendo como entraba… Un quejido de mi amada me indicó que debía ir más despacio para seguir penetrando aquel santuario virgen, hasta que mis testículos rozaron sus muslos. Pero mi fricción en su clítoris provoco un orgasmo prematuro no esperado. Lidia se apartó de Laura retorciéndose y gritando como una posesa. Revolcándose en la cama para acabar en posición fetal temblando y gimiendo como un animalillo herido. Laura se asustó, se incorporó y se acercó a su amiga, acariciándola…

– ¡Lidia, amor ¿Qué te pasa?! ¡Dime algo mi vida! Estaba preocupada.

– No es nada Laura.

– Lidia ha sufrido un orgasmo tan intenso que la ha desbordado provocándole una “muerte dulce”. 

– Está bien. 

Le dije acariciándola y besando a Lidia que ya me miraba con ojos de agradecimiento.

Ha sido bestial Manu… ¿Qué me has hecho? Preguntó Lidia cuando se repuso.

– Pues algo muy sencillo, has experimentado un orgasmo combinado por la excitación del clítoris y el ano… La verdad es que es la primera vez que lo veo, pero ya había oído hablar de ello… Dicen que son muy intensos, y por lo que hemos visto… debe ser verdad. Nuevas caricias y besos entre los tres… – La que se ha quedado a medias eres tú, Laura… Ven, tiéndete, voy a seguir donde lo ha dejado Lidia. 

Obediente, Laura se tendió y abrió sus muslos para permitirme tomar posesión de su enmadejada abertura.

Lidia se acurrucó al lado de Laura para besarla, acariciarla, chupar sus pezones… Mi lengua provocaba movimientos involuntarios de sus músculos, contracciones de sus nalgas, pero lo que no esperaba fue que mi dedo medio, el mismo que había penetrado a Lidia, hurgaba en su pequeño ano. Sorpresa al principio pero seguida de una visible excitación manifestada mediante fuertes contracciones musculares, grititos, movimientos de las piernas. Los gritos y los movimientos convulsos no se hicieron esperar… Mi vida estuvo en peligro, la presión de sus muslos en ambos lados de mi cabeza era tan intensa que me impedía respirar, sobre todo porque ella había atrapado mi pelo y me empujaba hacia dentro de su cavidad, que a su vez segregaba una catarata de fluidos. Y yo recibí todo… De un empellón logré separarme lo suficiente como para respirar y gritar…

– ¡Me ahogo coño!…

Exclamé, provocando las risas de las dos malvadas amigas… Nos reímos los tres, y abrazados quedamos dormidos… ¡Dormidos! 

– ¡Nos hemos quedado dormidos! ¡Son las ocho… es muy tarde! 

Grité tras comprobar la hora en mi reloj…Corrí al baño. No tenía tiempo para una ducha, me lavé la cara, enjabonándola, me sequé y me vestí. Suena el timbre de la puerta…

– Están llamando a la puerta Manu… Debe ser Lorenzo, dijo que vendría temprano… Yo entretengo a mi marido. Corre vete al patio y en cuanto veas que no hay nadie en la calle sal por detrás y te traes el taxi… 

Laura impartía las órdenes como un sargento… No nos pillaron por los pelos… Tal y como Laura indicó me deslicé por la puerta trasera y apretando el paso llegué a mi casa, donde guardaba el taxi. Ya el día anterior había llenado el depósito de combustible para no perder tiempo en el viaje… Conduje hasta la puerta de la casa de Lidia… Una vecina se acercó hasta asomarse por la ventanilla.

– Manuel… ¿Le pasa algo a Lidia? ¿Está mala? Preguntó la cotilla…

– No, Carmen, es solo que para que no esté sola en casa, después de lo de su madre, se irá unos días a Albacete con Laura para distraerse… Le respondí. 

Entré en la casa de Lidia, en el zaguán tenía unas maletas preparadas, las cargué en el maletero y les grité… 

– ¡Vamos señoras… Al taxi!

No tardaron en aparecer las dos, les abrí las puertas de los asientos de atrás y se sentaron. Cerré rodeé el vehículo y por fin nos pusimos en marcha.  Lorenzo se había marchado a trabajar tras despedirse. Las dos mujeres se durmieron a los pocos kilómetros de viaje. Llegamos sin incidencias hasta Madrid y subimos el equipaje al piso. Bajé con las dos para comprar algunas cosas necesarias y para que se familiarizaran con el barrio. Después de comer descansé un par de horas, nos despedimos y me puse en marcha hacia el pueblo… Los siguientes meses fueron bastante ajetreados para mí. Todas las semanas viajaba a Madrid para verlas, algunos fines de semana me acompañaba Lorenzo, otros era yo solo… En este caso nos lo pasábamos bastante bien… Lidia engordaba como era de esperar…

Era delicioso jugar con las dos en la cama durante horas… Pero la experiencia, desconocida para mí y que me encantaba, era hacer el amor con mi barriguita, así llamaba a Lidia…, cuando ya estaba gordita, era complicado y molesto para ella pero se colocaba de lado en la cama y yo me situaba detrás, de cucharilla creo que lo llaman… Penetrar su vagina, era muy satisfactorio para ella y lo disfrutaba como una loca. Para mí era el no va más, acariciando sus crecidos pechos y su prominente tripa, palpándola y comprobando cómo se endurecía al acercarse su orgasmo. En estos casos Laura se dedicaba a observarnos y masturbarse frente a Lidia, besándose y acariciándose las dos. Cuando le correspondían revisiones, venía Lorenzo y la acompañaba a la clínica con el nombre de Laura. Pasaron los meses. Laura se paseó en algunas ocasiones por el pueblo con un arnés simulando el embarazo. Las vecinas ya estaban enteradas de que iba a ser mamá. De cara a la vecindad del pueblo, se suponía que Lidia no se encontraba bien y se estaba tratando de una depresión…

– Manu, estoy a punto de cumplir y me gustaría que estuvieras conmigo ¿Lo podrás arreglar? No podía ignorar la súplica de Lidia.

Lo arreglé, o mejor dicho, lo averié… Simulé una avería en el taxi que me obligaba a dejarlo en un taller en Albacete. De esta forma justifiqué mi ausencia y derivé los servicios que salieran a un compañero taxista de un pueblo cercano. Y llegó el gran día, Lidia se puso de parto y Lorenzo tuvo que llamar a mi amigo taxista para que lo desplazara hasta Albacete, allí cogió el tren hasta Madrid y llegó cuando ya había nacido la niña… Sí, fue una niña… Preciosa, mi niña, mi hija… Lloré como un crío al tenerla en mis brazos y al ver a su madre amamantándola… Nuestra niña… Lidia no podía dejar de llorar, yo tampoco…  Cuando llegó Lorenzo recogió la documentación y siguió el protocolo para inscribirla a su nombre y el de su esposa. Dos días después estábamos todos en el piso con la niña nueva. Lorenzo contactó con un cura de una parroquia cercana para bautizar a la chiquilla con el nombre de Andrea. Lidia y yo fuimos los padrinos.  

Lorenzo tuvo que marcharse al pueblo de nuevo y me quedé con las tres chicas. Ni que decir tiene que la amistad que unía a Lidia y Laura les permitía compartirme sin celos y sin competencias entre ellas. Lo que sí se afianzaba era el afecto que las unía…, se pasaban horas tendidas juntas acariciándose, besándose y haciéndose arrumacos. Pasadas dos semanas y ya fuera de peligro la niña y su mamá, dejamos el piso de Madrid definitivamente y nos desplazamos al piso de Albacete, donde Lorenzo venía con más frecuencia en el autobús de línea.  Los fines de semana en los que estaba Lorenzo, este dormía en una habitación con Laura y yo en otra con Lidia y la niña, sin poder evitar oír a la pareja hacer el “amor”. Cuando Lorenzo se marchaba Laura venía en mi busca ya que su marido no la satisfacía en absoluto… Lidia y yo la recibíamos con los brazos abiertos. Laura y yo nos sentábamos en la cama para ver a Lidia dar de mamar a la pequeña, Andrea. No nos excitaba, nos inundaba de ternura, claro en una ocasión Laura me acarició, yo la acaricié y a partir de aquel momento la lujuria se adueñó de nuestros actos. Me acerqué al pecho libre de Lidia y con la punta de la lengua libé la gota del líquido vital que emanaba. Andrea, saciada, se dormía en sus brazos…, Laura, amorosamente, arrullando a la niña se la llevó y la depositó en la cuna para unirse al banquete. Mamamos a Lidia de sus dos pechos mientras nuestras manos acariciaban su cuerpo.

Algo que a Lidia le fascinaba era colocarse a cuatro patas mientras yo le penetraba por el culo, su amada Laura, tendida bajo ella, le mamaba las ubres llenas de leche e introducía dos dedos en la vagina de Lidia y le provocaba unos orgasmos que la obligaban a orinarse en la cama. Los dos meses que pasamos en Albacete, yo ya estaba reintegrado en mí puesto de taxista, iba y venía… Más bien venía cada vez que podía… Temíamos que Lorenzo pudiera sospechar algo y decidimos normalizar la situación. Regresamos al pueblo. Ya se había extendido la noticia del embarazo y parto de Laura y a Lorenzo le llovían las felicitaciones. Lidia visitaba con frecuencia a Laura en su casa, aprovechaba para lactar a su niña, pero pronto empezaron los biberones de leche maternizada y a Lidia se le fue retirando la suya. De nuevo la normalidad, las visitas nocturnas cada vez más cálidas… Algunas noches sorprendía a Lidia llorando en su cama por la falta de su bebé, su Andreita… Y a mí me partía el alma. También eran frecuentes las visitas nocturnas de Laura a su Lidia. Lorenzo viajaba con frecuencia y aprovechaba para pasar la noche con su amiga… y conmigo. Las sesiones de sexo salvaje eran frecuentes y, a pesar de mis precauciones, para no dejarlas preñadas ocurrió… Lo que era impensable… ¡¡Laura estaba PREÑADA!! A pesar de mis precauciones, del cuidado, de que ya disponía de un suministro regular de preservativos… Ocurrió… Pero lo curioso es que a Laura no le preocupó en absoluto, es más, creo firmemente que lo buscó. Convencido su marido de que era suyo, se dedicó a aceptar las felicitaciones de los vecinos amigos y conocidos… Lidia alucinaba por la frescura con la que Laura llevaba la situación. Estábamos sentados en la salita de la casa de Lidia…






– Manu… Como sigamos así vas a hacer que la natalidad del pueblo se dispare. 

Dijo Laura con sorna en una de nuestras reuniones.

– Laura… Pero ¿Estás segura que es mío?, ¿No será de Lorenzo? Pregunté angustiado…

– Mira Manu… Tú has sido una bendición para mí. Primero me proporcionas una niña preciosa, a la que quiero con locura, pero no es de mi sangre… Y ahora le das un hermanito o hermanita, que sí, es de mi sangre… No puedo pedir más… Y por Lorenzo no te preocupes, está loco de contento porque, por fin va a tener un hijo suyo… Manu… Todos contentos. Y que sepas que estarás siempre cerca de tus hijos, eso te lo prometo. Figuraras como su padrino para que estés toda la vida cerca de mis hijos… tus hijos.

Lidia me miraba con tristeza. La rodeé con mi brazo y besé su frente, levantó sus ojos y vi una lágrima deslizarse por su mejilla. Solo las sesiones de sexo salvaje a que nos entregábamos la hacían sentir mejor… Pero cuando se quedaba sola… Pasaron los meses y Laura dio a luz un precioso niño, le llamaron Fernando y se criaba fuerte y sano junto a su hermana Andrea. Lidia se extrañaba que cada vez recibiera menos cartas de su marido… Estaba claro que algo ocurría. Habían pasado varios años cuando en un servicio que realicé a la estación de Albacete se presentó ante mí, el marido de Lidia… No lo reconocí, hacia al menos quince años que no lo veía. Él si me conocía, me saludo fríamente, cargó una maleta en el maletero del taxi y se sentó en el asiento de atrás.

– Tú debes ser Manuel ¿No? Dijo al arrancar el vehículo.

– Pues… Sí… ¿Y tú quién eres? ¿Te conozco? Repregunté

– Yo soy el marido de la mujer con la que te acuestas…  Con la que has tenido una hija…

Un escalofrío recorrió mi espalda… Me fijé en él por el retrovisor… Era Juan y yo estaba a su merced y sabía de nuestros años mozos, que era una mala bestia.

– Creo que se equivoca usted…En un intento desesperado de desviar la conversación…

– No te preocupes Manuel, no vengo en son de guerra… Quiero arreglar unos asuntos y me marcharé, yo he rehecho mi vida en Múnich, allí tengo mujer y dos hijos y…

– Y… ¡además de cabrón eres un hijo puta por amargarle la vida a Lidia!… ¡podrías haber dicho esto hace años y le hubieras ahorrado mucho sufrimiento!… N

o pude evitar la explosión. Exteriorice toda la rabia acumulada durante tantos años.

– ¡Eeehhhh! ¡Para el carro Manuel! Te he dicho que no vengo buscando riña… ¡Tranquilízate! Yo no sabía nada de esto hasta hace unos meses… Por eso vengo a intentar arreglar los estropicios…Su voz calmada parecía sincera…

– Perdona Juan pero lo hemos pasado muy mal… Aún lo estamos pasando mal. Dije intentando aparentar tranquilidad.

– Párate en una venta. Vamos a tomar café y hablamos.

Casualmente estábamos cerca de la misma venta donde paré años atrás con Lorenzo y Laura. Nos sentamos en una mesa apartada y le pedimos dos cafés a la chica que nos atendía. Entonces pude fijarme en él. Estaba muy envejecido… El poco pelo que tenía estaba blanco… Y sus facciones denotaban haber sufrido mucho… La piel de las manos muy arrugadas y con manchas blancuzcas.

– ¿Puedes decirme como te has enterado de… todo Juan?

– Pues sí… Lorenzo me envió, una carta diciéndome lo que pasó hace años, que después dejaste preñada a su mujer y que ahora mismo están preñadas las dos, Lidia y Laura y que tú eres el padre. ¿Es verdad?

– Vaya, era de esperar de Lorenzo. ¿Pero si ya está separado de Laura? ¿Qué más quiere? ¿Por qué meterte a ti en este lio?

– Por venganza Manuel… No te fíes de él. Pretendía que yo te buscara y te pegara un tiro… Incluso lo mencionaba en la carta que me envió. Lo que no sabía es que yo no quiero haceros daño, al contrario, me siento mal por haber abandonado a Lidia y despreocuparme durante tanto tiempo. Por eso he venido a arreglar la situación. Quiero divorciarme de Lidia y podréis hacer lo que queráis, os podéis casar.

No le di un beso por vergüenza, pero ganas no me faltaron. Apenas hacía un año que se aprobó la Ley del Divorcio en España. Ahora, tal y como decía Juan, podríamos normalizar nuestra situación. Aunque poco cambiaría nuestro modo de vida. Desde la separación de Laura y Lorenzo prácticamente vivían juntas Laura y Lidia con los niños. Yo seguía con mis visitas nocturnas, aunque Andrea casi nos sorprende un par de veces. La gente del pueblo lo veía raro pero lo aceptaba. No sabían lo que ocurría de puertas adentro. Andrea decía sin empacho que tenía dos mamás y un tío… Yo… Para evitarle un sofocón a Lidia y de Acuerdo con Juan, entré yo primero para preparar el terreno.

– ¡¡Lidia!! Ven tenemos que hablar…  Grité al entrar en la casa.

– ¡¿Manu?! ¿Qué haces aquí a esta hora? Lidia estaba muy sorprendida al verme en la casa.

– Ven, siéntate ¡Laura, ven! Laura entró en la salita donde le indiqué a Lidia que se sentara.

– ¿Qué pasa Manu? No me asustes…Lidia me miraba angustiada.

– Tranquilas que no es nada grave. Más bien al contrario… Se van a solucionar todos nuestros problemas

– ¡Pero habla de una vez! ¿Qué pasa?

– Lidia… Tu marido, Juan ha dado señales de vida… Y quiere el divorcio… ¿Qué te parece?

– Qué me va a parecer Manu… Es lo que deseamos ¿No?

– Bueno pues siéntate que está en la puerta… ¡Juan entra!






Juan hizo su entrada en la salita, tal y como yo esperaba a Lidia le dio como un vahído y Laura tuvo que sujetarla para que no cayera. Cuando se repuso se levantó se encaró con Juan y le dio un tortazo con todas sus fuerzas…          

– Lidia ¿Qué haces?

Le gritó Laura… Yo me quedé sorprendido, esperando la reacción de Juan.

– Tiene razón Laura… Me merezco el guantazo, me merezco muchos más. Lidia… quizá algún día puedas perdonarme…  Si se hubiera podido nos hubiéramos divorciado hace años, pero no era posible. Ahora sí. Tengo toda la documentación preparada en un bufete de abogados en Albacete. Solo tendremos que firmar y quedaremos libres…

Así fue. De todos modos tuve que utilizar mis ahorros para comprar la mitad de la casa y las pocas tierras que quedaban. Juan se llevó en efectivo casi dos millones de pesetas, pusimos todos los bienes a nombre de Lidia y Juan se marchó a Múnich. Supe por un amigo que Lorenzo se había marchado a Valencia… Dejo su trabajo y Laura se quedaron con la casa donde vivía ya que Lorenzo, avergonzado, no se atrevió a litigar por la propiedad. Han pasado cuarenta veinte años… Laura, Lidia y yo seguimos juntos. Andrea se ha doctorado en psicología, está casada y vive en Madrid. Sigue creyendo que Lorenzo es su padre. Nunca podíamos decirle la verdad y, a estas alturas no sabemos cómo reaccionará cuando lo sepa. Fernando se ha dedicado a la informática y se dedica a reparar software en su casa y por las mañanas trabaja en la administración como funcionario de carrera. Íñigo, mi hijo con Lidia se quedó con el taxi. Y Laurita, la niña que tuvo Laura antes de la separación de Lorenzo es profesora de biología en la universidad de Castilla La mancha. Y la vida sigue...

1 comentario:

  1. momento! como le hizo Juan pa tener hijos en munich si supuestamente era esteril? fuera de esto buen relato, sigue asi...

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