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UNA HISTORIA DE AMOR. Y si tú no has de volver...

    "Y si tú no has de volver" 1ª PARTE "Una para el otro y otra para el uno". Esa frase la repite una y otra vez mi ...

¡Lulú! Oui c’est moi. 5º Capítulo

 



Los deseos de Lulú rotos por Eduardo. Después de haber estado gran parte del día juntas, Rosa me preparó las fiambreras con la comida para Arturo y los muchachos (como ella les llamaba a pesar que eran más o menos todos de la misma edad). Las tenía que llevar a la cantera en una mochila antes que se hiciera tarde. Una vez terminada esa tarea, Rosa y yo nos despedimos y comencé mi caminata. Como iba a tener un buen tiempo a solas, me puse a repasar la locura de eventos sucedidos en mi vida en poco tiempo.

Mis padres en la capital esperaban la visa con el contrato de trabajo para una gran empresa de maquinaria agrícola, que nos daría la oportunidad de conseguir una vida con más posibilidades de progresar que en esta mugrosa villa de miseria. Mi tío nos iba a dar vivienda en un apartamento extra que tenía vacío en una ciudad vecina a Lyon. Esta idea de solo pensar que sucedería pronto, me hacía sonreír. Iba a poder tener amigos de mi edad e ir a un colegio en bus o cerca. No como aquí que caminaba casi cuarenta y cinco minutos para llegar a la escuela.

Mi segundo pensamiento se concentró en estos días. Había perdido mi inocencia en cierta forma y me entusiasmaba hasta el punto de que me hacía sentir más mujer, como que había crecido de golpe. Descubrir la sexualidad había sido algo que marcaba una etapa muy importante de mi vida… lo sabía. Arturo me había enseñado el gran paso de una forma muy placentera. ¡Lo había disfrutado a tal punto que me hacía feliz haber sentido a un hombre dentro de mí! Pero no era que él quien me había gustado, no. Me parecía atractivo, sin embargo es bastante mayor, podía ser incluso mi abuelo a sus casi 50 años. Luego de haber analizado esta parte llegué a la conclusión que lo que me gustaba era su masculinidad, su sexo, fortaleza viril representada en su enorme verga, la única que había sentido dentro de mi cuerpo hasta ese momento. Sentir su tronco hincharse en mis manos o dentro de mi coñito, sus venas bombeando para endurecer el grueso y largo tallo… era sin duda un macho muy bien dotado y un semental excepcional con una capacidad de eyaculación tremenda. Pero estaba empezando a imaginarme lo mismo en otros hombres y me causaban la misma excitación.

Y ahora, lo que me había pasado con Rosa al principio me causó confusión. Pero tras analizarlo bien, me di cuenta que al final todo se trataba de lo mismo… ¡¡SEXO!! Lo más básico del ser humano, aunque no lo había disfrutado de la misma forma que con un hombre, no me desagradaba para nada. Es decir, que se había despertado una nueva Lulú dentro de mí, una Lulú con nuevas fronteras, con deseos carnales, con ganas, cambiando los juegos infantiles para algo que me resultaba más atractivo y más disfrutable. Hasta los pensamientos me cambiaban y lograba vivir imaginaciones con una fantasía más próxima a la realidad. Cosas que tenía la posibilidad de sentirlas si buscaba la oportunidad.

Por ejemplo, ahora iba en camino a un lugar con gran expectativa pensando que iba a poder sentir otra vez algo que me llenaba totalmente de felicidad porque sabía que dependía de mi hacerla realidad. Sabía que los hombres están listos para ello cuando una mujer lo propone… ellos siempre están armados con su munición dispuesta, porque es ley de vida y de la subsistencia de la especie ¡Perennemente capacitados para fecundarnos! Y eso solo ya me excitaba, me hacía sentir escozor entre las piernas a punto de mojarme sin tocarme. Y cuando todo esto iba pasando por mi mente, lo inesperado. ¡Empezó con una llovizna que en pocos minutos fue creciendo en intensidad hasta convertirse en una lluvia bastante fuerte! Pensé en regresar para buscar refugio en un lugar lleno de árboles que había pasado hacía unos minutos apenas. Estaba convencida que había avanzado más de medio camino. Además de mi dependía que hoy cuatro hombres trabajadores se alimentaran bien. No lo dudé un segundo más y alejando mi mente de la negatividad continué como si nada estuviera pasando. Pasaron alrededor de quince minutos en esa intensidad y así como llegó se fue.

Finalmente había parado pero yo estaba hecha una sopa de pies a cabeza. Mi camiseta, el short, la ropa interior, las medias y los zapatos estaban ensopados. En el camino había charcos de agua y lodo que incomodaban más mi caminata. Así pasé unos diez minutos más y cuando estaba sintiendo cansancio por el peso de la mochila y la ropa mojada, divisé los montones de arena de la cantera. No veía a nadie cerca de la carretera hasta que llegué a la senda de entrada hacia la casita donde pasaban la noche de guardia. Aquí los charcos eran mayores y debía desviarme en varias oportunidades lo cual aumentó más el peso de mis zapatos con la acumulación de barro. Ya no daba más. Tenía ganas de sentarme a descansar un rato y cuando ya estaba casi decidida, ¡divisé la torre de agua con el molinete! Sonreí al empezar a ver el techo de la casa y luego la entrada.

En la puerta me quité los zapatos para no ensuciarles el piso con barro y abrí. Me encontré con Luis Eduardo que terminaba de ponerse una camisa. Los dos nos sorprendimos.

– ¡Hola Lulú!

– ¡Hola!

– Déjame ayudarte con la mochila – dijo apurándose a ayudar a quitármela.

– ¡Gracias! Ya estaba bien cansada.

– ¡Pero… estás calada hasta los huesos mi niña!

– Si, me pilló el chaparrón a medio camino.

– La verdad que eres valiente haber llegado hasta aquí con este tiempo.

– Es que no quise regresar cuando empezó a llover porque les traía de comer y no sería justo dejarlos sin la comida.

– Gracias Lulú. Además de hermosa tienes un corazón muy grande.

Dejó la mochila en la encimera de la cocina. Luis Eduardo debería tener unos cuarenta años creo, como casi todos. No soy muy buena en eso pero es menor que Arturo. Es bajito, con aspecto de ser fuerte. Tiene una cara bondadosa pero cuando sus ojos se entrecierran hay algo de picardía en ellos. Lo había notado la vez pasada cuando estaba charlando con Arturo el día que vine. Tiene el pelo con muchos rizos y abundantes. Con la barba crecida de unos cuatro o cinco días que no se afeitaba. Su boca es fina que la hace más agradable por esos dientes blancos que se asoman cuando sonríe. Cuello grueso. Manos muy maltratadas con uñas cortas un tanto manchadas por maquinaria a pesar de que usar guantes. Era un ahombre duro como Arturo, capaces de manejar esa maquinaria pesada demoledora de piedra. Estaba vestido con unos pantalones anchos para mayor comodidad mientras trabajan y la camisa de franela para protegerse de vientos un poco fríos cuando va anocheciendo.

Cuando se dio vuelta me dijo caminando hacia mí con sus vivarachos ojos y sonrisa muy agradable… – Tienes que quitarte esa ropa, está mojada ¿Tienes qué ponerte?

– No, no traje nada más.

– Déjame ver… – dijo cambiando de rumbo para buscar entre su ropa.

Sacó una toalla y una camiseta vieja pero sin sudar, que me ofreció con una sonrisa amistosa.

– No te va a quedar muy justa, pero te va a servir para que entres en calor y tengas algo seco para ponerte – me dijo midiéndola en mi cuerpo. – Pero si quieres caliento algo de agua para que te laves un poco. ¿Quieres?

– Bueno… si. Tengo algo de frío.

Tenía las piernas completamente manchadas de lodo y los pies habían cambiado de color. Miré alrededor como algo curiosa y le pregunté… – ¿Dónde están los demás?

– Nada más paró la lluvia volvieron a la cosecha. Yo me tuve que cambiar porque estaba más lejos y para llegar hasta aquí me calé vivo. Hice lo mismo que tu vas a hacer y me siento muy repuesto ahora. Hazlo, créeme que te vas a sentir bien.

Mientras me hablaba estaba calentando el agua en un contenedor grande que tenía su propio fuego de leña por debajo. Me señaló una palangana grande en el medio de la sala. Por suerte el fuego se mantenía encendido y se me hace más rápido poder calentar más el agua.

– Ahora te ayudo si quieres. Te metes allí y te pongo el agua. No entendía cómo iba a hacer porque pensé en que pretendía que me desnudara así nada más. Debe de haber leído el gesto en mi cara porque enseguida agregó. – Oh, no te sientas mal. Pensaba que te metieras con tu camiseta y la ropa interior y de paso lo lavas para luego colgarlas para que se sequen. Yo te puedo dejar a solas, no hay problema.

Me sonreí pensando que mi mente había sido más malintencionada que la de él. Creí que buscaba verme desnuda.

– Esta bien Luis Eduardo, gracias. No tienes que irte.

– Bien. Si quieres quítate el short y te metes. Yo voy agregando baldes con el agua tibia. ¿Sí?

– Sí.

Me quité el short y las medias y me metí en la palangana. Él me miraba y yo lo miraba para estar preparada cuando me tirara el agua. Cuando se aproximó me recogí un poco el pelo con las manos y empezó a echarme el agua lentamente en la nuca. Recibí esa agua tibia con mucho placer porque finalmente mi cuerpo volvía a su temperatura normal poco a poco. Fue a buscar más y me trajo también un jabón.

– Toma, si quieres lavarte un poco también.

– Gracias – le dije mientras seguía llenando el tanque.

Cuando el nivel llegaba a mi cintura dejó de traer agua.

– ¿Está bien así? ¿Te sientes mejor?

– ¡Sí! Ahhh… – levanté mi cabeza disfrutando mientras mi mano mantenía el pelo recogido.

El se sentó en un banquito bajo al lado mío… – Mira, yo me tengo que ir. Pero cuando termines no te preocupes de tirar el agua de la palangana, yo lo hago cuando regresemos.

– Bueno, gracias – dije asustándome cuando el jabón se me resbala y cae dentro.

– Ja, ja, ja! – se rio Luis Eduardo

Yo miraba dentro tanteando con una sola mano porque no quería soltar mi pelo. No quería que se mojara porque no tenía cómo secármelo rápido.

– ¿No lo encuentras? – Dijo metiendo la mano dentro – ¿te ayudo?

Me encogí de hombros como afirmando. Buscábamos los dos y él lo encontró casi debajo de mi entrepierna.

– ¡Aquí está!

– Ja, ja, ja, gracias… – dije mirándolo nerviosa al sentir su mano en mi piel tan cerca de mi intimidad. Otra vez esa mirada pícara se reflejaba en sus ojos sonrientes.

– ¿Te ayudo? – dijo pasándome el jabón en la pierna más cercana a él, a lo largo en dirección a mi pie. Le sonreí nerviosa y bajé la vista. Sus ojos me atraían la atención y el contacto de su mano acariciándome con el jabón me estaba gustando más de lo que debería ser. La situación parecía tomar otra forma en mi mente. El calor que me volvía y me hacía sentir relajada. La tranquilidad del lugar y el ruido del agua resultaba un aliciente. No sé qué me pasaba en aquella casita tan acogedora fuera de lugar en tan inhóspito emplazamiento.

Al bajar la vista me di cuenta que la camiseta mojada no dejaba nada de mis tetas ocultas. Los pezones se veían clarísimos así como la areola. Se marcaban como si no existiera la tela de mi ropa. Cuando su mano regresaba del pie hacia arriba, levanté mi mirada y encontré sus ojos fijos en mis tetitas. Me miró y nos sonreímos los dos a la vez. Yo con vergüenza. Él con deseos. Mi mano seguía sujetando el pelo y la otra posada al borde de la tinaja. Su mano llegaba al destino que sin quererlo me hacía entrecerrar los ojos. Bajé la cabeza inmediatamente para que esa sensación no fuera descubierta, pero no pude. Uno de sus dedos llegó a donde más deseaba que llegara.

Levanté la cabeza apoyando la nuca en el borde y quedé con la boca entreabierta a punto de gemir acompañándolo con un movimiento de mi pecho hacia adelante. Ardía de deseos.

Ahora esa mano volvía a alejarse hasta la rodilla pero yo no abandonaba mi posición. Respiré profundo por la nariz y cuando la mano volvió a subir, esta vez fue más decidida y la palma completa cubrió mi vulva. En ese momento abrí los ojos otra vez y tenía su cara muy cerca. Le sentía el aliento. Mi boca se abrió automáticamente junto con mis piernas ante un movimiento de su mano que otra vez paseaba la palma de arriba hacia abajo. Y cuando volví a cerrar los ojos, el calor de sus labios presionó los míos y mi lengua saltó para juntarse a la suya. ¡Estaba totalmente fuera de control otra vez! La lujuria de mi clítoris se apoderaba de mi voluntad... el ardor de mi coñito era quien marcaba mis deseos.

Esa mano llegó al borde del elástico de mi interior y sin el menor esfuerzo venció la resistencia resbalando por la carne y el monte de Venus hasta la entrada de mi rajita. Una vez pasó hacia arriba otra vez, de regreso el dedo corazón de su mano bajaba presionando entre los labios de mi vulva que no puso ninguna resistencia a que lo fuera metiendo. Sus labios se apretaban más a mi boca y poníamos más fuerza en el contacto de los labios y en los movimientos de nuestras cabezas de un lado a otro, dándole la oportunidad a nuestras bocas para comernos uno al otro. Levanté la pelvis como pude cuando dos dedos se colaban dentro de mí angosta grieta. Gemí en su boca. Solté me pelo y sin hacerme caso, mi mano descontrolada fue a parar a su entrepierna. Se la toqué por encima de la ropa. Estaba durísima y peleaba por salir del pantalón, quedando liberada de tan dura prisión… – Así… tócamela así pequeña…

– ahhh… – fue mi respuesta a su movimiento de los dedos en continuo de fuera hacia dentro de mi vulva. Este hombre llevaba varios días de trabajo en el plantío sin una mujer cerca.

Me ayudó con su mano a desabrocharse y ni bien la sacó fuera me llevé una sorpresa al tocarla. ¡Era mucho más gorda que la que conocía! Quería mirar pero no lo hice. No quería que ese momento cambiara de energía. Se presentó ante mis ojos una verga más corta que la de Arturo, pero extremadamente más gruesa imposible de rodear con mis dedos... un tronco enorme que pensé imposible de introducir en mi grieta enjuta tan infantil.

– ¡Así Lulú…! ¡Pajéame…!

Curiosamente no tenía prepucio, era una polla con la cabeza despejada y del mismo tono de piel en toda su longitud, era hermosa, dura y robusta.

– ¿Así? – le dije mientras mi mano subía y bajaba.

– ¡Sí! ¡Asiii! ¡Qué bien lo haces! Lo tienes muy practicado con Julián ¿Verdad?

No me dejó contestar…. Y volvimos a comernos las bocas. Ahora con más desespero. Su mano me quitó el interior del todo y se levantó del banquito. Me ayudó a levantarme y me quitó la camiseta. Mis pezones lo apuntaba durísimos a lo que no se hizo esperar y me los empezó a chupar. Le abracé la cabeza mientras mis dedos se colaban en su cabello con lentitud. Su boca me hacía sentir ese deseo de que no se detuviera chupándome toda. Pasaba de uno al otro pezón y abría la boca para meterse toda la areola entre los labios. Su lengua se paseaba por todo alrededor dejándome las tetas humedecidas de su sabrosa saliva caliente. Ahora mis dos manos y diez dedos le revolvían el cabellos y apretaban su cabeza con un poco más de presión para que me chupara con más insolencia.

Sus manos bajaron hasta mi trasero y agarrándome por las nalgas me levantó en el aire. Su pantalón cayó a plomo al suelo…, parado, sin apoyo atrajo la entrada de mi vulva hacia esa arma dura y erguida que buscaba su víctima, un rígido falo recto y cabezón sustentado por una recia viga empotrada en un cuerpo musculado de su duro trabajo rutinario. Lo ayudé abrazándolo con mis piernas y colgada con mis brazos alrededor de su cuello. Sus manos me obligaban a avanzar mi pelvis hasta que la punta de esa gruesa y dura carne intentaba penetrarme. Hubo un poco de resistencia porque mi pequeña entrada no había dilatado lo suficiente todavía. Seguimos intentando moviéndonos. Yo subía mi pelvis hasta donde podía, resbalándome hacia abajo y sintiendo esa poderosa verga que resbalaba entre los labios de mi coñito deseando abrirlos similar a una boca de túnel.

Me prendí de sus labios otra vez besándolo con más furia y empujé como pude hasta que la cabeza se esa polla venció la entrada enjuta, más de lo que debía tras 48 horas de fornicio. Me dolió un poco pero él me balanceaba de arriba a abajo con las manos en mis nalgas todavía, hasta que las subió a mi cadera y me empujó con fuerza. En ese momento resbaló hacia adentro y ¡Me penetró toda de una sola embestida! Expandió la boca de mi coño como nadie, en esos momentos pensé que así se me abriría en el momento de parir a uno de sus hijos.

 “¡Qué gruesa la tiene!” Pensé, comparando la situación con la de Arturo. Mi orificio estaba muy estirado. Sentía un poco de incomodidad en los tendones de donde se abren las piernas. Me quedé abrazada y quietecita por unos instantes, como si me hubiera paralizado con ese dolor.

– ¿Te duele pequeña…? – me preguntó muy cordial.

– ¡Sí…! ¡Bastante! La tienes muy gruesa ¡Me vas a reventar a pollazos…!

– Cálmate, no quiero que te sientas mal. Quedémonos quietos por un rato y vas a ver cómo te acostumbras a mi verga. Sé que la tengo muy gruesa y es difícil meterla en coñito tan ceñido.

– Bueno… – se me salía una lágrima y después otra.

Pero eran lágrimas de dolor mezcladas con deseos incontrolables de que me follara. Me gustaba este hombre. Me gustaba cómo se había desarrollado este momento tan bonito de pasión… Pasamos así un par de minutos sin dejar de besarnos. Nuestras bocas totalmente mojadas por la saliva que nuestras lenguas emanaban, por abrir las bocas lo más grande posible a cada chupada de labios, nos comíamos la bocas restregándonos las lenguas por el paladar, los dientes y mamándonoslas, en tanto notaba como mi coño se amoldaba a su tranca

– ¿Todavía te duele mucho?

– No, ya no tanto… Creo que podríamos continuar follando… ¡Pero no la metas entera!

Me moví como pude. Quería sentir. Quería que me ayudara. Y él caminando y sosteniéndome con sus manos en mi trasero, me apoyó la espalda contra la pared y aprovechó a sacarla un poco y volver a penetrarme con un juego de cadera. Para un tipo tan musculoso, yo solo era una pluma o un simple trozo de carne clavada a modo de brocheta por su estoque.

– ¿Así la puedes aguantar ahora?

– Asihhh… siihh! – gemí.

– ¡Qué rico tienes el coñito, Lulú…! Te voy a dejar un gran regalo ahí dentro… llevo una semana sin vaciar los huevos y los tengo a rebosar de leche ¿Te gustaría tenerla en tu coñito?

– Por favor, ¡Dámela toda! Riégame el coñito con tu espesa lefa ¡No sabes cómo me gusta!...

Y sin acabar de decirle cuanto necesitaba su follada, lo miré sonriéndole con los ojos y me abalancé contra su boca otra vez. Me encantaba besarlo. Ahora más que estábamos tan apretados, completamente acoplados por la pelvis, prestos a aparearnos. No cabía ni un papel entre nosotros. La tenía muy adentro en esa posición…completamente calada hasta los huevos. Me gustaba. Le sentía los testículos contra el orifico de entrada de mi trasero. Se salió un poco y volvió a penetrarme con fuerza, volvía a notar sus huevos golpearme el culo. La posición mía contra la pared con las piernas en alto alrededor de su cintura le permitía entrar hasta lo más recóndito de mi vagina. Poco a poco nos empezamos a mover y fuimos aumentando la velocidad. El deseo de fornicar como animales llegaba a un punto tan desesperado, que parecíamos dos furiosos contendientes peleando uno con el otro por sentirse lo más adentro posible… impulsaba hacia abajo y él espoleaba hacia arriba al mismo tiempo.

– ¡Te voy a dar mi leche! – Me gritó – ¡¿la quieres?! La tengo a punto de caramelo Lulú…

Aquella pugna no duraba más de diez minutos, pienso que mucho para un hombre que llevaba sin follar tanto tiempo, aguantó bastante haciendo paradas estratégicas para que yo alcanzase un orgasmo al menos…así fue, pero él continuó ajando mi coño una y otra vez mientras mi coño pulsaba entre contracciones de placer. Arreció con más ritmo, sabía que iba a correrse ya, le ayudé a aumentar la frecuencia fornicadora y de pronto le dije…

– ¡Vamos cabrón! ¡Así! ¡¡Sí!! ¡¡Dámela!!! – me atreví a gritarle yo a él. – ¡lléname de tu lefa! ¡¿No quieres preñarme... No quieres preñar a una nena?! ¡¡PRÉÑAME!!

Una embestida más fuerte que las demás, seguida de una pausa. Luego otra embestida con otra pausa y sentí el calor dentro de mi cuerpo del rico néctar viril que prueba el éxito femenino.

– ¡Tómala! ¿La sientes putita? Me vas a deslechar como nunca otra puta lo ha hecho ¡Tómala!

– ¡Siiiiihhh!!! ¡Ahhhh….! ¡Siiihh! La quiero toda dentro de mi útero… ¡Inúndamelo bien cabrón!

– ¡Te estoy llenando la vagina de leche! ¡Qué divina la tienes!

– ¡Llénamela! ¡PRÉÑAME si puedes hijo de puta! ¡Vacíame tu leche bien dentro el coño…!

Me desconocía. No me importaba decirle cosas tan fuertes que nunca pronuncié. Quería que me hablara sucio y yo quería hacer lo mismo con él.

– ¿Te gusta?

– ¡Me encanta follarte el coño tan apretado que tienes, putita!

– ¡No pares! ¡Sigue follándome  por favorrrr…!!!

Tenía miedo que no me dejara terminar, pero no me defraudó. Siguió moviendo su verga dentro de mí hasta que me llegaba la explosión de emoción que me daba un orgasmo insolente, un orgasmo que me hacía temblar las caderas y restregarle la vulva muy fuerte contra su pelvis, de arriba a abajo con desespero y gritando mis gemidos tan altos como podía. Me frotaba el clítoris contra su pubis enervándome al infinito y más allá. No lo podía soltar. Mi orgasmo era interminable y todo mi sistema nervioso se volvía loco. La piel se me erizaba y mi boca buscaba seguir chupándole la suya. En pocos segundos mis empujones y restregones eran más espaciados hasta que empecé a calmarme entre esténtores. Mis mejillas hervían.

Entre las piernas sentía deslizarse un poco de semen mezclado con mis jugos orgásmicos. Me transportó hasta el borde de una de las camas y me depositó sacándome la polla lentamente para observase como la extraía dejándome el boquete en mi coño. Finalmente salió toda como escupida por mi vulva, con un poco más de semen derramándose en la frazada de la cama y un poco en el piso… aquel animal tenía leche para preñar a diez vacas.

Sorprendentemente Luis Eduardo se arrodilló levantándome las piernas y me empezó a chupar mi coñito. Sentía un deseo enorme de ser follada otra vez, el ardor no se calmaba teniendo a un semental tan potente para mí sola. Quería más y él también. Se dio media vuelta y me puso a horcajadas sobre su boca. Me chupó arrastrándome con sus manos en mis nalgas a lo largo de todo mi conejito. No daba crédito del deseo que otra vez me despertaba. Siguió pocos segundos más y otra convulsión me hizo sacudir hasta que caí en otro orgasmo largo apretándole la cara con mis piernas y restregándome en su boca. Él chupaba deliciosamente, su lengua me penetraba y me desesperaba. Otra vez, poco a poco me fui abandonando. Lentamente recobraba mi conciencia normal, volvía a tener un poco más de control. Nos quedamos así por unos minutos. Se puso a la altura de mi boca y le chupé los labios, le pasé la lengua y disfruté de toda esa mezcla de semen con mi corrida.

– ¡Bien Lulú! Posees una calentura muy grande. ¡Eres divina follando! ¡No te imaginas cuánto me has hecho gozar! Me sonreí mirándolo a los ojos. – Me doy cuenta que te gusta mucho la verga, ¿verdad? Eres esa hembra que no pueden vivir sin una polla en el coño.

Y volví a sonreír hasta que lancé una corta carcajada nerviosa.

– Bueno. Tengo que regresar a la faena de la cantera. Anda, termina de vestirte y trata de secar tu ropa en la estufa de leña.

Luis Eduardo se vistió y antes de irse me dio un abrazo con un beso en la boca.

– Nos vemos preciosa, disfruta de la estancia… y deja que mis bichitos hagan su trabajo aquí dentro… lo mismo te he encargado un Eduardito, dijo tocándome con la palma de la mano mi vulva.

– No creo, aún no tengo la regla… ¡Tus bichitos no podrán preñarme aún! Pero me han dado mucho gusto sentirlos, Chao – le dije en punta de pie para llegar a sus labios otra vez.

Se fue y me puse en la tarea de arreglar todo como pude. Vacié la tinaja balde a balde y finalmente me dediqué a preparar la comida para calentarla cuando llegaran. Me tiré en la cama y quedé dormida mientras pensaba lo bien que me había hecho sentir Luis Eduardo. Pensé en lo que me había dicho Rosa acerca de los hombres que me miraban con deseo. Me di cuenta que de mí dependía que estas cosas sucedieran con quien yo quisiera. En cierta forma yo ponía las reglas y ellos las potentes erecciones que me perforaban con tanta impulsividad. Arturo y Luis Eduardo eran dos especímenes de macho viril como pocos te podrías encontrar en la ciudad, eran hombres musculados por el trabajo duro de la cantera de piedra, simples en sus vicios y deseos, lo que les llevaba a ser naturales en las relaciones entre hombre y mujer… FOLLAR Y PROCREAR. “¿Qué estará haciendo Rosa? ¿Habrá llegado a la ciudad?” Y al rato mis pensamientos se fundieron en un sueño quedándome dormida.




 

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