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UNA HISTORIA DE AMOR. Y si tú no has de volver...

    "Y si tú no has de volver" 1ª PARTE "Una para el otro y otra para el uno". Esa frase la repite una y otra vez mi ...

La Cena de empresa




Hoy es viernes, son las ocho de la tarde y aún no había salido del trabajo, hubo que quedarse preparando unos papeles como acostumbraba ese día. Cuando ya estaba terminando, se abre la puerta del ascensor y aparece el jefe, es un hombre de unos 45 años, de metro ochenta, ojos azules y muy bien cuidado, un hombre bastante atractivo e imponente.

– Hola Vanesa ¿aún por aquí?

– Buenas tardes señor, sí tenía que terminar unos papeles, ya me iba.

– ¿Tienes algún plan?

– No señor.

– ¿Te apetece tomar una copa en mi despacho? Me haría bien un poco de compañía.

Le sorprende su invitación, nunca antes lo había hecho de esa manera en los cinco meses que llevaba trabajando para él, lo piensa un segundo y entonces le responde…

– Sí, claro.

– Perfecto, pasa a mi despacho entonces.

Espera a que el jefe pase delante de ella y le sigue, parece cansado.

– Toma asiento. – le dice mientras le señala el sofá ubicado frente a la ventana. Toma asiento y observa la ciudad por el gran ventanal mientras su jefe prepara dos copas.

– Es mi lugar favorito para pensar. – mira a su jefe con cara de duda, sin saber de qué le habla.

– El sofá, me gusta sentarme ahí cuando tengo que pensar.

– ¿A eso venía esta noche? ¿A pensar?

– Si, a eso y a intentar retrasar el regreso a casa, no me apetecía para nada volver.

Se acerca la copa y se sienta a su lado, se queda mirando sus ojos, ella bebe de la copa mientras intenta adivinar que piensa.

– Tu novio debe estar encantado de tener a una mujer tan hermosa como tú.

– No tengo “novio” que me espere señor, pero muchas gracias.

– No me llames señor, ya has terminado tu jornada laboral.

– ¿Y quiere que lo llame?

– Alex o Alejandro, como te guste más, así me llaman todos cuando tienen confianza conmigo.

Repite su nombre en su cabeza, “Alejandro Irrazabal, ese es mi jefe…mi jefe”.

– Bueno pues… No tengo novio al que tenga que rendir cuentas, Alex…

Alejandro sonríe ante su respuesta, y ella vuelve a beber con la mala suerte de que unas gotas caen sobre el vestido.

– Maldición. – se queja mientras busca su bolso para poder coger algo con que limpiarse, pero su jefe saca rápidamente un pañuelo de tela de su bolsillo y se lo da.

– Toma, límpialo antes de que cale en la tela.

Coge el pañuelo y frota la mancha del escote mientras él la mira, de repente se acerca a ella y le agarra la mano.

– Eres preciosa, tu ojos verdes, tu pelo moreno… tus labios gruesos y carnosos…

Se fija en la manera con que la mira, tiene fuego en los ojos.

– Al final me lo voy a creer señor. – le respondo mientras le devuelvo el pañuelo.

Se acerca aún más, con sus brazos la atrae hacia él y acerca su nariz a su cuello.

– Mmm hueles muy bien.

No retira su cara de su cuello, y empieza a darle pequeños besos, ella se estremece pero no se retira, le gusta esa sensación varonil de ser agasajada por un macho en celo.

– Señor, que está… – su jefe pone un dedo en su boca para silenciarme y se acerca a mi oído.

– Eres tan hermosa, tan delicada, tan apetitosa…

Muerde su oreja y seguidamente pone su boca frente a la de ella. Se miran fielmente a los ojos y después ella mira sus labios a milímetros de los suyos.

– ¿Quieres besarme preciosa?

Pasan los segundos y tarda en contestar, tan solo siente su respiración con la de ella.

– Señor no deberíamos… usted… está casado, tiene hijos… no deberíamos.

El jefe agarra su cara suavemente y la besa, primero muy lentamente y después más pasional. Se separan, lo mira por unos instantes y ahora es ella quien se abalanza sobre él y lo besa, metiendo la lengua entre sus labios para encontrarse con la de él y juguetear ambas.

– Llevaba tiempo imaginando esto, me gustas preciosa, te deseo desde la primera entrevista.

Se vuelve a abalanzar sobre él y ahora se sienta sobre sus muslos, mientras, rodea su cuello con ambas manos y lo besa.

– ¿De verdad me deseas?  Le pregunta casi sin dejar de besarlo.

– Si preciosa, deseo recorrer tu delicado cuerpo con mi boca.

Se queda pensando mientras le sigo besando “¿Por qué no? Mi jefe es un hombre muy atractivo, y además me estas poniendo como una moto ¡¿Desde cuándo hace que no echo un polvo?! ¡Joder ni me acuerdo! Tener un novio entre China y España es como no tener nada” su cabeza carbura de manera rápida, apasionada y sin control. Se levanta y se sitúa frente a él, se lleva las manos a la espalda y baja la cremallera de su vestido dejándolo caer en el suelo. Él la mira con cara de sorpresa y al mismo tiempo de deseo.

– Pues adelante. Le dice mientras se acerca lentamente hacia él.

– Ven aquí cariño, agarra su mano y le hace caer sobre el sofá, su jefe se sitúa sobre ella y empieza a besarle el cuello mientras acaricia el muslo…, ella acaricia el pelo de él y se deja hacer. De repente siente como su mano toca el exterior de sus bragas, su jefe sonríe y dice…

– Estas muy cachonda preciosa ¿Esta humedad es normal en ti?

– Puedo llegar a estarlo mucho más, dice con una sonrisa pícara.

Vuelve a besarla y mete su mano por dentro del tanga, con sus dedos busca el clítoris y lo acaricia con el pulgar mientras Vanesa se eriza de placer.

– Te voy a dar lo que quieres chiquilla, te voy a hacer gritar de placer.

Ella lo besa y él ahora penetra su coñito con dos dedos mientras con otros dos aprieta y acaricia el clítoris. Siente como la temperatura le va subiendo y empieza a gemir con el mete saca de los dedos. Saca su mano del tanga y de un solo movimiento se lo quita dejando al descubierto el coñito totalmente mojado, se lleva el tanga a la nariz y lo huele impregnándose del aroma de su empleada, después lo deja a un lado y observa el chocho totalmente abierto para él.

– Delicioso. Dice mientras pone sus piernas sobre sus hombros y empieza a lamer el coño con mucha suavidad. Ella empieza a gemir y él comienza a penetrarla con su lengua.
Después de un rato de sexo oral, se levanta y se baja el pantalón, puede ver su erección a través del calzoncillo, aquel bulto atraviesa la entrepierna con una buena erección. En un solo gesto de sacrificio de contrición se pone de rodillas ante él.

– Déjame verlo. – espeta deseando ver el mostrenco del jefe.

Saca su polla y la pone ante ella totalmente dura y húmeda. La observa con detenimiento, no es demasiado grande, pero sí muy gruesa…, sus venas hinchadas jalonan todo el tronco, le parece una verga preciosa, limpia y descapullada con todo el prepucio recogido confundido en el tronco. Después de unos segundos pasa su lengua por el glande hasta acabar metiéndosela en la boca, como era de imaginar no le cabe entera, no obstante de siempre le encanta el sabor de las pollas, sobre todo este tipo tan recias y pulcras, alineadas con una curva que las hace mirar al cielo… le encanta cómo  llena la boca al límite de la asfixia. Empieza a mamar el gordo pilón sonorizando la oficina… con el roce de la punta con su garganta le hace aumentar la intensidad, su jefe está mirando expectante cómo le come todo el mazo mientras produce unos gemiditos.

– Oh si nena, que rico, sigue.

Vanesa como buena empleada sigue mamando el robusto falo del jefe al mismo tiempo que masajea sus testículos, voluptuosos que apenas caben en la mano. Parece que él tiene otros planes y le aparta la cabeza aun apeteciéndole seguir chupando…se la vuelve a meter en la boca glotona.

– ¿Te gusta mamarla preciosa? ¿Quieres seguir comiéndote mi polla, zorra?

Ella no dice nada y sigue chupando. Ahora la agarra del pelo y le hace incorporarme hasta ponerla de pie.

– Quiero follarte nena, quiero que tu otra boca…tu coñito, se coma mi polla.

La apresa en brazos sentándola sobre la mesa, le abre las piernas y le da un par de palmaditas en su raja, tira de las bragas y las saca no con poco dificultad por los tacones…, después acerca su polla refregándola sobre su raja babeante, la abre con su duro capullo entreteniéndose en pajearme el clítoris con él…le electriza todo el cuerpo. Vuelve a bajar a su bocana enfilando el ariete y se la mete lentamente.

– Tienes el coño muy caliente princesa ¡¿Cuánto hace que nadie te lo folla?! Pregunta capciosa.

– ¿Te gusta?  Pregunta con ganas de que empiece a follarla ya.

– Me encanta.

Moviendo solo su cadera realiza un impecable mete saca lento y suave. Le saca sus tetas por encima de sujetador y le pellizca un pezón, eso le hace dar un grito de placer y Alex pone cara de satisfacción.

– ¿Quieres más perra?

– Sí… ¡Fóllame duro!

Alejandro acata la orden de la damisela y, empieza a aumentar la intensidad, con cada envestida le hace gemir, casi gritar. No esperaba para nada tener esto con su jefe a esas horas, no imaginó que estuviera tan bien armado ni que supiera follar tan bien.

– Más duro, dame más. Le dice totalmente sedienta de un sexo salvaje.

Él le agarra la cara y le dice… – ¿Quieres más golfa?

– Sí, quiero mucho más.

Él la coge sin sacar su polla del coño y la pega a la pared con sus piernas totalmente sujetadas a cada lado por sus brazos, empieza de nuevo el mete saca pero esta vez mucho más duro, a Vanesa le encanta esa fuerza en un macho… la hace gritar mucho más ¡La sumisión a un buen semental siempre la hace más humana, más mujer… más hembra!

– ¿Te gusta así puta?


Ella no responde, está viendo las estrellas con esta tremenda follada, y él comienza a clavar su polla hasta el fondo con dureza, ella grita aún más fuerte que de costumbre. No es una verga larga que le llegue a las entrañas, sin embargo el gran calibre le produce mucho más placer.

– Si, grita perra, grita.

Después de un rato la baja.

– Ponte a cuatro patas en el sillón, de cara a la ventana.

Sumisa obedece y se sube al sillón, su jefe la abre de piernas y se pone de rodillas para ahora morderme el clítoris, se levanta y le da una nalgada.

– ¿Se siente bien pensar que alguien puede ver desde otra ventana como te follo?

Ella no había caído en eso pero el simple hecho de pensarlo le eriza la piel, de repente le mete la polla en el coño y empieza a follarla con brutalidad, con cada embestida su cara queda a centímetros del cristal.

– Fóllate mi polla preciosa.



Empieza a menear el culo sobre ese duro falo, menea sus caderas hacia delante y hacia atrás y siente como entra y sale el trabuco venoso y increíblemente duro para un hombre cuarentón. Sus horas de gimnasio se reflejan en el ritmo avasallador de Vanesa empotrándose el cuerno abigarrado del señor Alejandro Irrazabal.

– Que rico nena ¡¡Ya no recuerdo cuando me follé un coño tan apretado!! De su sobrina quizás.

Ella continua moviéndome cada vez con más rapidez, con cada movimiento ambos gimen, ella comienza a notar como su respiración se acelera.

– Nena no puedo más, me voy a correr.

– Córrete dentro de mí… ¡Vamos cabrón, dame hasta la última gota de lefa! ¡Hoy es mía!

– Eres una perra, le espeta su jefe clavándola con dureza.

Ella sube la intensidad para que se corra, de repente el semental no puede prolongar más la follada y ella nota un chorro caliente dentro del fondo de su coño y los latidos de la polla eyaculando…se la clava más a fondo y allí contornea sus caderas frotando el glande entre sus paredes vaginales, jugando son sus músculos pélvicos. Va notando como se encadenan los chorros de leche dentro de su útero. Se siente bien cercana a una diosa del Olimpo, hoy alguien le ha hecho sentirse viva, mujer y hembra. Después de la última gota derramada de su maravilloso cipote, Alex lo extrae del angosto coño y sin dejarle que se mueva del lugar…

– Espera un momento.

Se acerca a su escritorio y agarra un pisa papeles con forma alargada, casi tanto como su polla, se lo acerca a la boca y le dice…

– Chupa.

Lo mete en su boca hasta el fondo y después lo saca.

– Ahora te toca a ti.

Su jefe mete el objeto en su coño, se podría decir que lo mete totalmente y empieza masturbarla con él mientras con la otra mano aprieta y acaricia el clítoris. La masturba muy fuerte con el pisapapeles y siente como si le llegara hasta las entrañas, grita de placer.

– Córrete perra, vamos córrete.

No tardó ni cinco minutos en llegar al orgasmo que viene acompañado de un fuerte grito.

– Así es preciosa. ¿Rico verdad?

Alejandro saca el objeto de su coño y ve como escurre los fluidos de ambos, por sus bellos y estilizados muslos. Le da una palmada en el culo.

– Demasiado rico señor.

– Llámame Alex preciosa, llámame Alex nada más.

Javier el vigilante y yo visualizábamos estupefactos aquella grabación, le pedí una copia por si me hiciera falta en algún momento, nunca se sabe. Trabajo desde los 22 años en esta empresa familiar de tamaño relativamente grande (300 empleados). Se acercaban las vacaciones de verano en TRAGSA, donde existe la tradición de celebrar una cena de empresa antes de despedirnos por el veraneo.

Este año Alejandro Irrazabal, el gran jefe… que así llamamos al propietario, había decidido reunirnos en una finca junto a un pueblo algo aislado, a unos 35 kilómetros de la ciudad. Hubo un cierto disgusto entre los trabajadores, porque eso nos obligaba bien a no beber alcohol, o bien a no poder llevar nuestro propio coche.

Me duché a conciencia, me rasuré el pubis por si ese noche caía algo más que una borrachera. Me puse mi mejor reloj, un Yazole de espera azul marino con una correa ancha de cuero repujado que cubriese mi enorme y feo lunar en el reverso de la muñeca, una de las herencias inservibles de mi padre, que este heredó del abuelo, era demasiado ostentoso para ser atractivo, además de algún pelito que se reproducía de manera vertiginosa y tenía que mantenerlo a raya, como fue el caso de esa tarde.

Ramón llegó a su hora, con él la puntualidad era cuestión de vida o muerte. En menos de lo que nos imaginamos, el Google Map nos puso en el lugar… de todas formas había que reconocer que el lugar era precioso y la cena, en pleno verano y al aire libre bajo un porche, prometía ser excepcional. Yo tuve suerte al no tener que llevar mi vehículo… me acoplé con Ramón. Sin embargo, en la mitad de la noche le llamaron por un imprevisto y tuvo que dejarnos. Como había bastante gente no me preocupé demasiado. Alguien me llevaría.

De hecho, Vanesa la nueva jefa de recursos humanos vive bastante cerca de mi casa. Justo ese día ella había llegado tarde a la cena porque se había perdido en el trayecto a la finca. Así que, pese mi rechazo natural a quien ostenta la plaza de recursos humanos, me ofrecí a acompañarla cuando decidiéramos volver bromeando con que “ahora no se perdería o al menos lo haría conmigo”. La verdad es que nunca había intercambiado más de unas pocas palabras con ella y, cuando lo había hecho, había sido para discutir sobre los horarios que hacía, o sobre algunos gastos de viaje considerados “no justificables”. Era lo que se llama un esbirro de la empresa.

Los compañeros más malintencionados decían, por supuesto sin prueba alguna, que era la querida de Alex, yo sí tenía tal prueba a buen recaudo. Lo cierto es que, pese a que era joven y el poco tiempo dentro de la empresa, ya era la mano derecha del jefe. En las negociaciones, era la que tomaba el papel de “poli malo”, dejando al seductor director aparentar una posición más conciliadora. En resumen, una auténtica hija de puta. En todo caso, vivía cerca de mí, y me resolvía muy bien el asunto de mi retorno. De hecho, suponía que se quedaría hasta el final, aunque sólo fuese por hacer la pelota a Alejandro y a su esposa, que a estos eventos solía venir.

Resuelto el asunto de mi vuelta, ya me relajé y me puse a disfrutar de la noche veraniega que amenazaba tormenta. No sé cuántas copas me bebí. Creo que bailé con todo guizque e incluso flirteé con un par de ellas que eran casadas y jugaban a “desatarse” en estas cenas, aunque luego nunca pasaba nada. Todas bromeaban conmigo diciéndome que “no hacía falta que ligase con ellas, porque ya tenía plan para luego”. También decían con toda la maldad que tienen las mujeres en estos casos, que Vanesa, que así se llama mi conductora “se había vestido provocativa para el jefe, pero ahora tendría que ser para mí”.

La verdad es que la chica iba deslumbrante es noche. No diré que era una modelo de las de revista y medidas perfectas porque no era así, pero sí era extremadamente estilosa y atractiva. Tendría unos 28 años, rubia desteñida con el pelo liso y melena larga con ojo verdes creo. Además, era tal como me gustan a mí, ligerísimamente más gruesa que el estándar y con curvas definidas. Se había puesto una falda negra, estrecha y por encima de la rodilla, y una camiseta entallada sin mangas que dejaba ver la piel imaculada de sus brazos, imaginar su cuerpo bien proporcionado y un par de “poderosas razones” que captaban la atención de aquellos con los que se cruzaba (incluido yo mismo). Llevaba unos sencillos pero elegantes zapatos de tacón que mis compañeras llamaban “peeptoes”, y que la hacían algo más alta que la imagen que tenía de ella, además de darle un aspecto de mujer fatal.

Por supuesto no hice ni puto caso a las bromas de mis compañeras sobre el aspecto de mi conductora, o contestaba bromeando diciendo que si alguna de ellas quería apuntarse podríamos hacer un trío. Lo cierto es que sobre las cuatro de la madrugada, ya quedábamos muy pocas personas y el personal decidió que ya era hora de volver a casa. La noche estaba muy oscura y plomiza. A lo lejos se divisaban ya algunos relámpagos y truenos anunciando la tormenta que se avecinaba. Entre que Vanesa quiso pasar al aseo a última hora y tardó un rato, y que su coche estaba aparcado el último del parking, cuando fuimos a ponernos en marcha no quedaba ya nadie. Hasta el punto de que habían apagado los focos del aparcamiento y las nubes hacían que la noche fuera tan cerrada que prácticamente no se veía nada.

Pese a que la notaba algo seria, le ofrecí el brazo para que se agarrase a mí, porque el suelo de la zona de aparcamiento era irregular para sus bonitos zapatos de tacón. Ella lo rechazó con un gesto de desdén que me hizo sentir algo ridículo. Parecía que quería tener un acercamiento cariñoso hacia ella, cuando en realidad y a pesar del alcohol que llevaba en mi cuerpo, tenía muy claro que cualquier intentona rara era una cagada de la que luego me iría a arrepentir. En todo caso, estaba claro que ella prefería correr el riesgo de tener un traspié que aparentar cualquier gesto amable hacia mí. Sólo quedaba un coche, un flamante VW Golf GTI negro que no recordaba que ella tuviese. Pensaba que tenía un Citroën C3 aircross verde manzana, y no que tuviese un coche tan pijo, hacia él nos dirigíamos y era el último coche en el parking.

Le pregunté… – ¿Y este coche?

– Es de mi novio, el mío está en el taller.

– ¡¿Creía que no tenías novio?¡

– Acabamos de empezar. El chico le pidió que mientras estaba fuera de viaje lo usara.

Me hizo pensar que quizá mis compañeras tenían razón, y que había venido a la fiesta a lucirse ante el gran jefe. Abrió el coche y me senté en el asiento del copiloto, sin esperar que ella entrase primero ni tener el gesto cortés de sujetarle la puerta. Nada más entrar pulsó el botón que deja todas las puertas cerradas con el seguro puesto. Ese gesto, habitual en muchas mujeres, tendría una gran trascendencia luego. Al sentarse se le subió la falda hasta la mitad de sus muslos, que me parecieron sólidos, morenos y muy sexys. Instintivamente había mirado a sus piernas. Mirada que fue contestada con otro gesto de disgusto y un “¿qué miras?” que me bajó la pequeña excitación que se había creado en mí. Puso el motor en marcha y, a partir de ese momento, todo comenzó a ir mal. 





Para empezar, comenzó a llover con grandes goterones de agua que hacían que se viera muy mal a más de 20 metros de distancia. Como consecuencia de ello, Vanesa iba muy concentrada en la carretera y en la primera rotonda ya tuve la sensación que había elegido mal la salida. Se lo dije, pero contestó que no y yo, al verla tan segura, pensé que tendría razón. Así que más adelante le indiqué el desvío que pensaba había que tomar y esta vez sí me hizo caso. Sin embargo, a los diez minutos ya empezábamos a dudar porque el estado del firme cada vez era más irregular y la carretera más estrecha. No teníamos la sensación de estar volviendo a la ciudad. La verdad es que sus comentarios empezaban a ser un poco bordes…

Joder, no era por aquí.

– Bueno, yo creo que nos hemos equivocado en la primera rotonda, contesté yo. – No, te has confundido cuando has dicho que nos desviemos.

Pasé de seguir con la polémica, aunque ya me estaba empezando yo también a enfadar por sus gestos de disgusto. Pensaba “¿por qué me habré vuelto yo con ella?”, si hubiese ido con algún otro compañero, ya estaría durmiendo en mi cama. La situación era tensa, pero no quería discutir no fuera a ser que al final hasta me echase de su coche. Ella despotricaba de todo, decía…

¿Joder, a quién llamo yo a estas horas?Decía ella como si yo no existiese, pero yo contestaba.

Da igual, no vas a saber explicarles donde estamos, recalcando el “estamos”. – Seguro que tu novio es maduro y ordenado. Tendrá un mapita. Anda para y lo miramos.

– No, y no hables de mi novio, estaba muy cabreada.

Lo que pasó a continuación es digno de película del género esperpéntico. De repente, pasamos un cartel indicativo en la carretera, pero lo pasamos por la espalda, no lo vemos. Era un cartel para los que venían en sentido contrario. Entonces Vanesa frena de golpe, pero ya no se ve el cartel. Yo le dije “da la vuelta anda, hazme caso ahora que es por ahí”. Pero ella, por sus cojones, tuvo que salir del coche y mirarlo por ella misma. La tía sale del coche bajo la lluvia y se va caminando rápido para verlo. No teníamos ni paraguas. Me quedé unos segundos en el coche pensando que esta chica es imbécil, pero no sé lo que me movió y salí detrás de ella dando un portazo. El cartel no estaba tan lejos, pero llovía fuerte y a los diez segundos de estar fuera del coche ya estábamos empapados. Marcaba la dirección que yo pensaba.

Entonces dije… – Bueno, pues ya sabemos dónde estamos, sólo tenemos que ser capaces de dar la vuelta.

Vale, es verdad, fui un poco irónico, pero ella ni se dignó a contestarme, y volvió caminando bastante enfadada al coche. Yo detrás observaba las curvas de su cuerpo bajo la ropa completamente empapada. Iba pensando que era una lástima que fuese tan borde, porque tenía un culo redondo y bonito. Como me gustan a mí. Cuando fue a abrir la puerta del coche, se dio cuenta de que estaba cerrado… fue a la puerta de atrás y del otro lado y cerrado también. Joder, la situación era espeluznante… ¡Nos habíamos dejado el coche en marcha, con las llaves puestas, y cerrado! Encima diluviaba y estábamos empapados. Dentro del coche estaba el bolso de Vanesa y nuestros teléfonos móviles. Lo único bueno es que era una tormenta de verano y la temperatura era buena. Entonces Vanesa estalló, y a mí se me pasó de golpe la borrachera… Pero ¿tú eres gilipollas?

– ¡Has cerrado el coche! ¡¡Este imbécil me ha cerrado el coche!! Decía como si estuviera hablando con alguien.

Déjame intentar abrirlo. De todas formas la culpa es tuya, no haber echado el seguro.

Intenté abrirlo, no me creía que de una forma tan tonta se pudiesen quedar las llaves dentro, pero ella se lo tomó aún peor, como haciendo ver que no pensaba que ella fuera capaz de abrir su propia puerta.

Lo único que se me ocurre es que rompamos un cristal… luego podéis decir en el seguro que os lo han intentado robar, dije yo conciliador mirando alrededor para buscar una piedra, pero ella seguía cada vez más cabreada…

¡¿Tú estás loco?! El coche ni lo toques.

– Pues nada, como eres tan lista encontrarás la manera de entrar en él sin llaves.

– ¡¿Pero qué hago yo aquí con un estúpido borracho baboso? empapándome y perdida…! menos mal que me han visto todos salir contigo, imbécil, que si no tendría hasta miedo de que me pasase algo…

Entonces me cabreé como hacía años que no me pasaba. No me dolió lo de estúpido, pero lo de borracho y ya lo de baboso me llegó al alma, por no hablar de la burrada que había dejado “entrever” sobre mí. Me subió la tensión en segundos y no me pude contener en mi comentario. La hablé claro. En voz alta. Con una firmeza y crueldad que me sorprendieron a mí mismo…

– ¡Eres una lista! Estás aquí porque el jefe ha venido con su mujer, que si no ahora mismo estarías chupándole la polla. Toda la empresa lo sabe… Eres su puta… Joder, si no hay más que verte cómo vas vestida… si has estado toda la noche mirándole como una perra en celo… hasta su mujer se ha tenido que dar cuenta… de todas formas, todo el mundo lo sabe. ¡Toda la empresa me lo ha dicho hoy y se han descojonado de mí por acompañar a la putita del jefe! ¡Y encima dice que la voy a hacer algo! Pero que lo sepas ¡ANTES MUERTO QUE TIRARME A UNA ESTIRADA COMO TÚ!

Me había quedado a gusto con el comentario. Vale, lo reconozco, me pasé… yo no contaba con ello, pero ella se derrumbó. Se puso a llorar amargamente. Mi afirmación de que todos sabían que se tiraba al jefe le hizo verdaderamente daño. De hecho era falso. Ella se mantenía apoyada con su hombro sobre el lateral del coche la impedía caerse materialmente. Su dignidad y su fortaleza de hacía unos segundos se había desvanecido…, transcurrieron unos minutos y yo empecé a sentirme fatal por lo que había dicho. Estaba arrepentido de haberlo hecho. No puedo ver a una mujer llorar. Y menos por mi culpa. Sus malos modos los tenía que haber tomado a broma. Seguro que le afectó tener que romper el flamante coche de su novio. Me quité la chaqueta y se la puse sobre los hombros…

Perdona, lo siento, me he pasado”… ella sólo hipaba y se dejaba cuidar. Se notaba que le había herido… y lo único que podía hacer era disculparme… – Perdona, Vanesa, no es verdad lo que he dicho… nadie piensa eso… de verdad, te lo prometo, sólo se ha comentado lo elegante y guapísima que estás… Joder, estaba desconsolada.

Con los brazos cruzados, encogida, apoyando su hombro contra el coche y yo, yo detrás de ella, acariciaba su pelo y le decía las frases más tiernas que me pasaban por la cabeza. A su espalda y bajo la lluvia, la veía ahora tan frágil que estaba a punto de abrazarla desde detrás y besar su cabeza. Continuaba diciéndole las cosas más amables que se me ocurrían. No sabía porque habíamos llegado a esa absurda situación.

Venga, Vanesa… joder perdona anda, vamos a intentar salir de aquí. Me he sentido mal por haberte hablado así. En realidad, siempre te he tomado por una persona muy eficiente…

– Perdona también tú, dijo con un hilo de voz.

Pero seguía llorando, ya más calmada pero aún con hipidos. No pude contenerme más y la abracé. La abracé con mi mayor ternura, sólo tratando de transmitir cariño, nada sexual ni morboso. Dejamos pasar un minuto así, bajo la lluvia, lo mejor era que no hacía frío y el agua nos refrescaba agradablemente dentro de lo que cabe. Entonces pasó algo que sinceramente no esperaba…, ella dio la vuelta a su cabeza y me plantó un beso en los labios… un beso tierno y lloroso que duró unos pocos segundos sobre mi boca. Sus labios sabían a sal, temblaban, y cuando se separó yo lo proseguí.

Lo proseguí con más fuerza unos segundos más y me separé. Pero ella lo continuó a su vez, con más fuerza… y yo con más… cada vez más fuerte, llegaba ya a ser salvaje. Un morreo húmedo y salvaje. Empezamos a mordernos los labios… ¡Uff qué recuerdo! Estábamos enfrentados. Ella con la espalda contra la puerta del coche y yo contra ella, besándola y presionando su cabeza con mi mano en su nuca, contra mi propia boca. La lluvia resbalaba por nuestros rostros, por nuestros cuerpos. Nos dominaba una extraña fuerza. No podíamos parar. Mis manos abiertas sobre el cuello de ella acariciaban todos sus detalles, mientras ella había puesto las suyas a los lados de mi abdomen, bajo mis costillas, y me atraía contra su cuerpo. A pesar del agua las notaba calientes.

Poco a poco fui desplazando una de mis manos a su pecho, cubriéndolo, abarcándolo… presionándolo sobre la ropa empapada. Su duro pezón se clavaba en la palma de mi mano a través de la ropa, pugnando por romperla completamente rígido… la lluvia, y la excitación lo mantenían así, y yo lo acariciaba con mis dedos incrementando delicadamente mi presión. Nada más oír el gemido que salió espontáneamente de su garganta supe cómo iba a acabar la noche. Iba a acabar en sexo puro. Sexo desnudo bajo la lluvia entre dos casi desconocidos que acababan de tener un enfrentamiento absurdo. Era una mezcla extraña de sensaciones… estábamos perdidos en medio de la nada y bajo una tormenta torrencial, aunque ninguno de nosotros sentía ningún frío en ese momento…. Ella con decisión pero algo temblorosa introdujo sus manos en el cuello de mi camisa haciendo que se desprendiesen dos botones. Fue algo muy sensual, sus manos acariciando mi pecho después de haber roto los botones de mi camisa.

Entonces dijo con timidez y casi en voz baja… – Por favor, ¿podrías comerme el coño? Con total educación, como quien pide “puedes acercarme ese papel”.

Yo, con la misma educación, contesté “Claro que sí”. Joder, yo lo estaba deseando y el hecho de que me lo pidiera incrementó el nivel de ebullición de mi sangre, que hacía ya minutos se había concentrado en alguna parte concreta de mi cuerpo. Una parte que estaba muy pegada a ella. Aún ahora me excito al recordarlo… allí apoyada en el coche, bajo la lluvia, completamente empapados con la ropa pegada a nuestros cuerpos, la noche cerrada… y aún me dijo casi infantilmente queriendo corresponder “luego puedo hacértelo a ti…”. Joder, intuí que su novio sentiría asco por el sexo oral, y ella se moría por hacerlo y por sentirlo. Ahora estaba seguro de que el chico del Golf GTI era un auténtico imbécil.

Me puse manos a la obra,… muy despacio continué con mis besos y caricias, pasando mis labios por su cuello, sobre su camiseta en su pecho… buscando con mis labios sus pezones que se marcaban como si no llevase nada de ropa y destacaban en todo su esplendor dando forma al tejido de lycra. Y continuaba bajando muy poco a poco…. para detenerme y volver a subir a morder suavemente su pezón sobre la ropa…. Notaba su ansiedad, la buscaba… no se atrevía a decir nada, pero sus brazos me presionaban hacia abajo. Yo seguía con mi lentitud, a pesar de que está loco por comprobar qué había debajo de su falda.

Ella apretaba mi cabeza contra su pecho… unos segundos, para luego sorprenderse a sí misma bajándosela. Notaba que disfrutaba con lo que yo hacía, pero pese a todo notaba que se moría porque yo siguiese bajando. No me bastaba con sentir su cuerpo a través de la ropa y le subí su camiseta dejando al aire su abdomen. Me detuve en su preciosa piel dorada, bordeando con mi lengua la cintura de su falda. Sentía que la tormenta provocaba decenas de truenos y relámpagos, pero nada nos distraía. Yo estaba totalmente concentrado en ella. Como un músico tocando un instrumento sin tener ninguna conciencia de que había mundo exterior, ni lluvia, sólo atendía al ritmo de su respiración y a sus gemidos cada vez más continuos.

Así me centraba en el ombligo…, pero una de mis manos estaba ya dentro de su falda, entre sus piernas, en la parte interior de sus muslos, pero aún sin llegar a su coñito. Voluntariamente no llegaba para incrementar su deseo. A pesar de que ella estaba loca porque lo tocase, yo me regodeaba acariciando su piel súper suave, y rozándolo alguna vez en mi movimiento sobre la tela de sus braguitas. Lo sentía muy caliente, a pesar de la lluvia… y mojado, pero esto no era por la lluvia. Sabía que era por mi culpa… mi curiosidad le había subido un poco la falda y la visión de sus braguitas negras sencillas me parecía lo más espectacular del mundo. A la vez, el movimiento de mi otra mano en su vientre era seguido por el de mi boca, que seguía bajando… como queriendo pasar por dentro de la cintura de la falda.

Noté como inconscientemente y ella metía tripa como si mi boca pudiera pasar a través de su falda. Y yo pasaba una vez más mi lengua sobre esa piel de seda. Mientras, mi otra mano jugaba ya con su chocho. De forma suave, sintiendo las formas sobre la tela de lycra, está hinchado y se nota el surco de su vagina. Ella gemía y volvía a hacer el gesto de empujar mi cabeza hacia abajo. Se estaba impacientando pero a mí me divertía la situación. Le había apartado las braguitas y pasaba las yemas de mis dedos suavemente, desde arriba, sin llegar a penetrarlo, y hacia abajo. Era una auténtica fuente. Me detenía en su clítoris, hinchado, y volvía a empezar. Ella estaba nerviosísima e involuntariamente movía sus caderas, pero yo marcaba el ritmo a mi manera. Ella sola se subió la falda hasta la cintura en un gesto que supongo es habitual en las mujeres, pero a mí me pareció encantador. Y puse mis labios sobre su sexo, jugando. Su coño era una preciosidad, completamente depilado y abierto como una mariposa.






Su mente de Venus era una suave curvatura, un pequeño promontorio curvo, con un precioso lunar que le daba una curiosa personalidad. Me había apartado unos centímetros para contemplarlo. Jamás en mi vida habría imaginado estar en esta situación ante el coño de esta mujer… joder, la vida a veces nos proporciona un golpe de suerte y me había tocado a mí. Pero ella ya no aguantaba más con su actitud sumisa y con cierta decisión apretó mi cabeza contra su centro… contra su conejo hambriento, y yo ya no me opuse. Por un momento pensé en obligarla a tener que decir con palabras lo que quería. Me parecía muy excitante en ese momento escuchar esas palabras soeces emitidas por una mujer altiva, que normalmente caminaba sobre cristales sin inmutarse. Pero no lo hice, introduje dos dedos dentro de ella, explorándola, estaba mojadísima. A la vez puse mi lengua plana sobre su clítoris, presionándolo. Para que notase el calor de mi boca. Y ya, sin más dilación decidí que experimentase la mejor comida de coño de su vida pasada y probablemente futura.

Me centré en tener su vulva inflamada en mis labios y comencé a pasar mi lengua longitudinalmente entre los labios de su coño. Desde su comienzo y hasta el final. Con mi máxima dedicación me detenía en algunos lugares, para luego volver a empezar el recorrido. Una vez y otra vez. Desde su agujerito apretado, hasta la piel suave de su monte de Venus. Y vuelta a empezar con más rapidez. Y vuelta a empezar con más presión. Y vuelta a empezar deteniéndome en la parte superior, haciendo círculos con mi lengua. O abriendo sus labios con mis dedos para que mi lengua profundice más y más.Por la intensidad de sus gemidos sabía que lo estaba haciendo bien. Muy bien. Me posé con dedicación sobre su clítoris y comencé a mover mi lengua lateralmente… sin que se separase ni un segundo de su cuerpo. Mis manos acariciaban sus muslos, su piel suave, la carne tensa de sus glúteos. Mientras, sus manos me apretaban cada vez más contra ella y yo continuaba con mis circulitos sobre la parte más sensible de su sexo. Persistiendo un más en ello mientras comenzaba a sentir como esa parte de su cuerpo tomaba vida propia y comenzaba a contraerse compulsivamente.

Me mantuve unos segundos más escuchando sus gritos “Sïiiiiii”, y aguantando la fuerza de sus manos apartándome de allí y sus piernas que buscaban cerrarse, hasta que me separé observando cómo encogía su cuerpo en torno a su entrepierna, cerrando sus muslos y poniendo sus manos entre ellas. El espectáculo era grandioso. Estaba totalmente entregada a su placer. Yo mismo era capaz de ver y notar sus contracciones, así cómo sentía descargas eléctricas desde su coño hasta su abdomen y de allí a todo su cuerpo. Me mantuve de rodillas frente a ella. No hice nada más. Sólo dejar pasar unos minutos observándola… hasta que llegó a un momento en el pronunció un “gracias”, y repitió varias veces aún con los ojos cerrados “gracias” “gracias” “gracias”. Y yo me sentía genial. Extraordinariamente bien. Siempre me ha fascinado tener la capacidad de provocar eso en una mujer, pero en este caso aún más. Era una chica tan pija y tan altiva, pero a la vez había descubierto una fase tan tierna y sensual, que aún estaba alucinado de tenerla junto a mí, así. Me puse en pie a su lado, muy juntito, y la dejé respirar unos momentos más bajo la lluvia antes de susurrar en su oído…

– Pero aún no he terminado contigo…

– ¿Ah no?, si ahora me toca a mí…

– No, hoy me toca a mí ser jefe, dije aludiendo a su cargo en la empresa superior al mío…

¡Ummmmm pues estoy deseando oír sus órdenes!Susurró alegremente.

Entonces le di la vuelta de pie y la presioné contra el coche, al que se sujetó con sus manos a la altura del pecho. Fue un gesto muy sencillo, pero me puso a cien que se sujetase al coche mientras yo quedaba a su espalda. Aparté cuidadosamente a un lado su melena empapada y posé mis labios sobre su cuello. Pasé mis manos hacia sus pechos por debajo de la ropa y del sujetador que ya había soltado…. No sabía si sería el frío o la lluvia pero sí notaba que según lo que hiciese con mis labios y mi lengua junto a su oído le producía escalofríos. Por supuesto sus pezones estaban completamente erguidos y rígidos.

Entre mis besos combinaba algunos susurros, algunos más soeces y otros más cariñosos… “si supieses la de veces que he soñado con tenerte así…”.Era un sueño, Vanesa gimiendo delante de mi cara, con mis manos en sus preciosas tetas, su falda subida… y los peeptoes de tacón. Lentamente la fui bajando las braguitas negras, deslizándolas por sus piernas sin dejarle moverse de esa postura. Levantó disciplinadamente los pies para que saliesen por sus zapatos y yo las guardé. Confieso que aún las guardo como un tesoro. Me levanté y me pegué a ella, besando su nuca… estaba completamente excitado, llevaba mucho tiempo así, pero la pequeña relajación que tuve mientras le dejaba descansar de su orgasmo ya había pasado y acomodé mi polla en vertical sobre el valle de su precioso culazo.

Notaba que la provocaba y se movía ligeramente para rozarlo más y excitarme a mí. Yo, por mi parte, seguía susurrando en su oído, notando cómo la estremecía… “no he terminado contigo”… o “ahora voy a darte lo que tengo aquí para ti”… o “mira como me has puesto… lo tienes que solucionar”… y mordía levemente su piel, para seguir susurrando “ahora vas a ser buena y te vas a poner cómo yo diga”… “no te vas a mover… ¡¿Has entendido?!” Con mis manos cogí sus caderas y las separaré un poco del coche, sujetando sus manos sobre la parte de arriba de la puerta del coche que seguía en marcha y cerrado. Con mis pies separé sus piernas con el típico gesto que haría un policía con un detenido. Estaba haciendo un poco la representación de que estaba en mis manos. Así que me aparté medio metro con la intención de contemplar una vez más la escena y dejarla fotografiada en mi mente para toda mi vida. Vanesa se quiso mover, pero yo sujeté sus caderas…

Sssshhhhh no te muevas, estás preciosa así,y reconociendo lo que hacía. – Quiero retener esta imagen mucho tiempo en mi mente.

Su coñito estaba entreabierto, hinchado… la chica orgullosa era ahora cariñosa y colaboradora. Por una parte ansiosa por hacerme disfrutar también a mí, pero mirándome como dudando si dejarse hacer… pero la realidad es que estaba loca por que la follase y yo tampoco tardé mucho. Me acerqué y acomodé mi polla sobre los labios de su conejito depilado… sujeté sus caderas y la fui penetrando poco a poco hasta el final. En ese momento el que no pudo evitar un fuerte gemido fui yo. Bestial. Bajo la lluvia. Gozaba recreándome en follarme a la mujer más atractiva que había pasado cerca de mí en mucho tiempo. Ella, por su parte, miraba nuestro reflejo en el cristal del coche. Como si fuera un espejo, me miraba detrás de ella y se ponía aún más caliente. Entonces bajaba la cabeza cerrando los ojos y moviendo presionando su culo contra mí para estar más empalada.

Mira… mira lo que te estoy haciendoUffffff qué recuerdo… aún me excito pensándolo.

Poco a poco fui moviéndome con más y más vigor. Con la ansiedad que me producía pensar que posiblemente nunca más la iría a tener así, pero con toda mi fuerza para hacerla que me recordase toda la vida como uno de sus mejores polvos. Joder sentía el calor de su coño en mi rabo durísimo, y la daba como si me fuera la vida en ello. Estaba súper mojada por dentro y por fuera y gemía desatada. Yo también estaba desatado y mis comentarios eran más soeces y repetitivos… “te voy a reventar el coño…” o “¿esto es lo que querías no?” a los que ella sólo contestaba “Sí” entre gemidos.

Sus tetas se movían con mis sacudidas y una de mis manos estaba sobre ellas, sintiendo cómo temblaban y dejando que sus durísimos pezones rozasen contra mi palma en sus movimientos. Era brutal. No sé el tiempo que estuvimos así, pero lo que sé es que empezó a contraerse, a cerrar su sexo sobre mi polla en contracciones… se estaba corriendo como una auténtica zorra. Gritaba. Y yo también gritaba “¡toma!” o “¡así!” descargando mi semen dentro de su cuerpo sin preocuparme de nada en ese momento. Era el mejor orgasmo que había tenido en mucho tiempo. Mi cabeza emitió el chispazo y todo mi cuerpo se electrizó, sentía cada pliegue de sus paredes vaginales frotar mi verga, mi sensible glande y mi tronco grueso de hinchadas venas bombeando para mantener con inusitada vehemencia la dureza y rigidez de mi cipote. La chica había tenido una convulsión en el transcurso de mi inserción que culminó en un formidable orgasmo, mientras yo ahora comenzaba a sentir la electrificante sensación de notar el mío. Se acercaba el clímax, le arreo una, dos, tres clavadas seguidas en toda profundidad y mi verga se me pone dura con una fortaleza impresionante al punto de producirme un pequeño dolor placentero.

Justo en el momento que percibo salir EL SEMEN disparado de mi polla por el agujerito del glande. Este se ensancha duramente para expulsar un grueso chorro de leche espesa chocando con violencia con la pared de la entrada de su matriz. El subidón de adrenalina se empieza a convertir en dopamina invadiendo todo mi cuerpo. Pasan casi quince o veinte segundos sin parar de soltar chorros de leche, unos segundos en los se concentra el mayor deleite que un hombre puede sentir en su vida, al estar inseminando la vaginita de la mujer que le come los ojos. Habiendo vaciado toda la carga de esperma espeso producido para ella. Salgo de dentro, desenterrando todo el tallo embadurnado de su dulce flujo vaginal y mi lefa. Me quito de encima de ella observando la salida del gran cipote que albergaba la enjuta raja de su coño, dejando tras de sí un pequeño reguero de semen asomar por esa hendidura al desacoplarme. Me había vaciado por completo y llegué a la fiesta bien cargado de leche en mis huevos.

Es casi un alivio ver que está sonriente de felicidad, y su conejito no ha sido dañado por mi trabuco irracional. ¡Fue genial! nos quedamos un largo rato abrazados bajo la lluvia sin intercambiar palabras. Sólo al principio, cuando le di las gracias con todo el cariño que entonces fluía de mí ser, tal y como ella había hecho conmigo anteriormente… Empezaba a despuntar el día, ya no llovía y comenzaba un amanecer precioso que contemplábamos sin darnos cuenta de que estábamos casi tiritando de frío. Finalmente tuvimos que romper un cristal del coche, y volvimos escuchando música y sin hablar. Sin perdernos. Me dejó en el portal de mi casa sin mi esperado beso en los labios… subí las escaleras con la mejor sensación de triunfo de mi vida, sabiendo que nunca olvidaría a Vanesa aunque la relación fuera a ser efímera ¿O no sería así?

Tras las vacaciones nada había cambiado entre Vanesa y yo, apenas éramos unos desconocidos como siempre, seguía mirándome por encima del hombro riéndole todas las gracias a Alex, nuestro jefe. Con los meses su indumentaria comenzaba a evolucionar, hasta que ya no pudo ocultar la transformación sufrida en su cuerpo. Las 24 semanas de embarazo coincidían con la del polvo memorable, pero a saber quién era el semental…, candidatos no le faltaban a su preñez…parecía una sargenta calienta pollas que se llevaba para adelante todo lo que le apetecía a modo de rambla, donde los hombres solo éramos limo sedimentario que se acumulaba a modo de fango donde no pudríamos por sus huesos. Sin lugar a dudas era una puta de calidad sin pudor ni aversión a nada que le ayudase a conseguir sus objetivos.






Se follaba al jefe y todos lo sabíamos, yo creo que incluso la esposa de Alex. Desapareció del trabajo una semana después de anunciar que estaba preñada…, un día vino su novio y se marcharon después de una amistosa charla a tres con el gran jefe. No supimos más de ella en ocho meses, dio a luz y tras las vacaciones de verano, que se incorporó a su antiguo puesto. Como era de esperar yo seguía siendo un sapo en el fango de sus arrastres aluviales, hasta que un día cambiaron las cosas para mí…

Vanesa enseñaba las fotos de su hijo Alejo en un álbum Hoffman de lujo, pasaba por allí tras haber vaciado mi vejiga en el aseo y, no puede por más que asomarme a ver a la criatura. El chiquillo panza arriba como un gato sonreía, pero de pronto me llamó la atención el gran lunar que posaba en su muñeca izquierda, en el mismo lugar que mi abuelo, mi padre y yo mismo. El gran misterio se me desvelo…a ciencia cierta supe quién fue el semental que la preñó.

Los días pasaron y la indiferencia se normalizó hasta tal punto que no me importó en absoluto, me sentía pletórico e incluso risueño, tanto que me cazó con la cara de bobo dentro del ascensor la mañana del desenlace fatal para ella, se quedó mirándome…quedé entre ella y el botonero, así que estiré el brazo izquierdo y se remangó la camisa, ella se quedó mirando a ver donde pulsaba el imbécil, cuando descubrió el gran lunar de mi muñeca…

– Al decimo cuarto ¿Verdad?

Miró en flash mi muñeca y a mis ojos sin atender a mi solicitud, su cara era todo un poema, me había alegrado el día, la semana y creo que todo el mes, por no decir la vida.

– Es una herencia de familia… es una marca que pasa de padres a hijos durante generaciones. De “bebé” se veía gracioso, pero con la edad deja de serlo, y por la cara que has puesto hasta debe ser desagradable… se hizo el silencio durante unos segundos ¿Alejo bien?

En adelante no me trataría igual de indiferente, su cordialidad y su apoyo a mis proyectos, por otro lado nada malos, eran de agradecer en un código no escrito entre ambos. Mi silencio era un contrato con el objetivo de mantenerse en el “Status Quo”, que tanto le había costado conseguir, a fuerza de tragar lo indescriptible con sus tantos tejemanejes de ascenso a la cumbre. 

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