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UNA HISTORIA DE AMOR. Y si tú no has de volver...

    "Y si tú no has de volver" 1ª PARTE "Una para el otro y otra para el uno". Esa frase la repite una y otra vez mi ...

Panamá





Ese día todo me había salido mal. El trabajo agobiante, el calor insoportable y encima una amiga que no dejó de llamarme, insistiendo en que quería que conociera a una chica amiga suya recién llegada de Panamá. Cansado por su insistencia, no me quedó más remedio que aceptar y quedé con esa desconocida en el Gozeko, un lujoso restaurante vasco ubicado en la zona más cara de Madrid. Cansado y estresado hasta decir basta, al salir del trabajo me tomé una ducha para relajarme. El chorro del agua cayendo por mi cuerpo consiguió lavar el sudor pero no consiguió expulsar el cabreo en el que estaba instalado por culpa de los negocios. «Necesito una copa», pensé mientras me enjabonaba, «espero que mi cita sea divertida porque si no, no pienso quedarme a terminar la cena».  Con cuarenta años no estaba para perder el tiempo con una pareja aburrida y menos malgastar una noche con ella. Acostumbrado a alternar con bastante éxito entre las mujeres, últimamente tuve que reconocer, me aburría fácilmente. «Espero que no sea una niñata de veinte años», mascullé entre dientes ya escamado con el hecho que mi amiga no me hubiese querido contar como era esa tal Jaqueline.

 – “No te preocupes, te gustará…” me dijo al ver mi insistencia en que al menos me dijera qué edad tenía.

La seguridad de Ana contrastaba con mis pasadas experiencias con las citas a ciegas.  «La que no era gorda, era insoportable», protesté mientras pensaba en mis gustos. «Soy fácil de complacer, me gustan más jóvenes pero no tanto para ir por ellas a la universidad. Altas, delgadas y con unas piernas largas que acariciar al terminar la noche».

“Joder como tú, pero sin mala leche” exclamé cabreado al recordar cómo había terminado con esa morena por sus celos enfermizos.

El recuerdo del acoso al que me sometió durante tres meses pidiendo que regresara con ella, me alertó que quizás su conocida fuera también una celosa compulsiva. «Espero que no», maldiciendo temí, «otra más, ¡No!». Enfadado sin motivo, salí de la ducha y ya desnudo sobre los azulejos del baño, dudé si afeitarme o no, porque a muchas mujeres les gusta la barba de dos días que llevaba. «Mejor me afeito». Mirándome al espejo, la imagen del hombre maduro que me devolvió no me gustó porque a pesar de hacer ejercicio y mantenerme bien, no podía negar que no era un niño. « ¡Qué jodido es cumplir años!», pensé mientras me enjabonaba la cara. La inseguridad de irme haciendo mayor sin tener a una mujer a mi lado, era un tema que empezaba a ser recurrente en mi mente. «A este paso terminaré mis días en un asilo persiguiendo a las enfermeras». Sabiendo que necesitaba no solo una compañera sino a una amante que me hiciera feliz dentro y fuera de la cama, me terminé de vestir dudando que esa tal Jaqueline fuera la que el destino me designara. «Eso solo ocurre en las películas».

Cita a ciegas en Gozeko Kabi. Al estacionar mi todoterreno, el aparcacoches vino raudo a por las llaves y por su propina mientras yo miraba alrededor buscando a esa panameña con la que había quedado y de la que no sabía nada. Para no saber, desconocía incluso su raza pero conociendo que el porcentaje de raza caucásica en ese país era de apenas un 11%, lo más seguro es que fuera de color. Personalmente, no me importaba su etnia. Una mujer puede ser guapa independientemente de su piel. Al no ver a nadie esperando en la puerta, entré directamente al local. El maître, un conocido de años, me informó que todavía no había llegado nadie preguntando por mí y por eso le pedí una cerveza mientras esperaba. « ¿Cómo será?», me estaba preguntando cuando vi entrar por la puerta un espectáculo de mujer. Con casi un metro setenta y unas piernas largas que no parecían tener final, la recién llegada era preciosa. Vestido con un  pantalón negro y una camisa con lentejuelas doradas, parecía una niña bien del barrio de Salamanca. «Está buena», sentencié mirando su melena morena.

La llegada de esa niña hizo que todo el respetable se girara a verla. Su boca pintada de rojo llamaba a ser besada y su trasero era perfecto a pesar que era delgada. «No debe de pesar más de cincuenta y cinco kilos», calculé mientras observaba que esa mujer echaba un vistazo a la sala como si buscara a alguien. Creyendo que era una española más y por lo tanto no era mi cita, me puse a leer la carta de vinos olvidándome de ella.

“Hola guapo escuché que me decían desde mi derecha.

Al levantar la mirada, me encontré a esa muchacha sonriendo a mi lado. Abochornado por mi falta de educación, me levanté a saludarla con un beso en su mejilla.  Al acercarme, un aroma fresco invadió mis papilas… «Miss Dior », adiviné. Ese perfume era mi preferido y por eso me la quedé mirando, asegurando que mi amiga se lo había contado… Con un desparpajo que solo las centroamericanas tienen, me contestó…

“Eras el único que cuadraba con la descripción…” Entornando los ojos, me soltó… – “Un guapetón madurito enorme, con cara de golfo”. Que nada más empezar hiciera referencia a mi vida de vividor, no me hizo ni puñetera gracia y por eso calculando que no debía tener más de treinta años, le solté…

“En cambio, a mí me mintieron. Me dijeron que eras una mujer y no una niña”.

Mis palabras podían ser tomadas como un piropo o como un insulto. A la morena no le pasó inadvertido mi contraataque y poniendo cara de buena, bajo su mirada mientras decía…

“Gracias, pero tengo treinta y cinco”.

La actitud de la mujer cambió y de ser una bomba sexual que dejaba boquiabiertos a los hombres a su paso, en ese momento parecía una cachorrita abandonada que invitaba a abrazarla. Sabiendo que había adoptado un papel y que en realidad esa muchacha seguía siendo la mujer segura y rompedora que entró por la puerta del restaurante, me quedé pensando, «Cuidado que esta niña sabe lo que quiere». La confirmación que Jaqueline era consciente de su atractivo me quedó clara cuando al sentarse en la silla que le había acercado, lo hizo de forma tal que permitió que mis ojos recorrieran su trasero en forma de corazón. «Tiene un culo estupendo la condenada», sentencié sin darme cuenta que esa mujer me estaba empezando a interesar. Curiosamente al percatarse del exhaustivo examen que había hecho a su anatomía, bajo la blusa de la panameña dos pequeños bultos la traicionaron al sentirse excitada. «La gusta sentirse observada», pensé dejando mi copa en la mesa y mirando con descaro su pecho. Jaqueline al sentir la caricia de mi mirada, se puso sofocada cambiando de postura, evitó que siguiera admirando sus senos pero algo en ella me aviso que también se sentía alagada de que la viera sexi a pesar de nuestra diferencia de edad. “Cuéntame, ¿a qué has venido a España?” Muerta de risa, llamó al camarero y le pidió que nos trajera una botella de Merlot, antes de contestar…

“Podría decirte que de vacaciones pero en realidad, ¡he venido por ti!”

“¡¿Por mí?!” Pregunté extrañado ya que esa criatura no me conocía.

– “Sí. Tanto me ha hablado María de ti, que supe que si todo lo que decía era cierto, debías de ser mío”.

Confieso que en ese momento me estaba empezando a cabrear el que directamente diera por sentado que si le gustaba lo que descubría, yo caería sin más en sus brazos. Por eso decidido a darle un corte, posé mi mano sobre su pierna mientras le decía…

“No crees que a lo mejor no me atraes”. Sin importarle que mis dedos estuviesen en ese momento acariciando su muslo, la morena luciendo la mejor de sus sonrisas, contestó…

– “Ningún hombre ha resistido mis encantos. Si me gustas, serás mío” recalcó mientras imitándome, ponía su mano en mi entrepierna y al sentir como mi pene se ponía duro al contacto, susurrando en mi oído, se alzó con la victoria diciéndome… – “Lo ves, ya estás bruto”. Su desfachatez incrementó mi enfado pero para mi desgracia cuando estaba a punto de soltarle una fresca, oí que me saludaban.

 Al mirar quien había llegado, descubrí que era Manuel, uno de nuestros mejores clientes en España y amigo mío, con su mujer. No pudiendo contestar como se merecía a esa morena, me levanté a saludar a la pareja sin presentar a mi acompañante pero entonces, esa manipuladora se levantó diciendo…

“Ya que mi novio es tan maleducado de no presentarme, me llamo Jaqueline”.

Mi cara debió de ser un poema al verme asaltado de esa forma porque no en vano Beatriz era también una buena amiga. « ¿De qué va esta tía?», pensé sintiéndome contra la pared porque aunque esa arpía no lo sabía, ese matrimonio llevaba mucho tiempo insistiendo en que me buscara novia y tratando de librarme de su acoso, me había inventado que tenía una. Mis peores temores se hicieron realidad cuando la mujer se auto invitó a nuestra mesa diciendo…

“¿No me extraña que Fernando te hubiese tenido escondida? ¡Eres monísima! y  tan joven…”

 El piropo de Beatriz me supo a cuerno quemado pero en cambio para la aludida fue el inicio de una agradable conversación en la que descaradamente se inventó que llevábamos casi seis meses juntos. « ¡Será zorra!», mascullé al saber que si la descubría quedaría como un mujeriego ante la esposa de mi cliente y por eso tuve que aceptar a regañadientes su versión. Queriendo vengar de algún modo la afrenta, volví a posar mi mano sobre su pierna y mientras mis dedos iban subiendo por su muslo rumbo a su sexo, siguiendo su mentira pregunté a Manuel a qué hora era al día siguiente la montería.

– “Tienes que estar en la finca a las ocho porque a esa hora sorteamos los puestos”.

La sorpresa que leí en la cara de la panameña me dio el valor necesario para incrementar su turbación al recorrer las distancias que me separaba de mi meta mientras confirmaba mi presencia a esa hora.  Acababa de llegar hasta el tanga que  tapaba su sexo cuando noté que separaba un poco sus rodillas hablándole a Beatriz…

“¿Vas tú también?”

“Me gustaría acompañar a Fernando”.

Beatriz que no sabía que en ese momento mis dedos estaban acariciando por encima de la tela del coño de esa criatura, contestó que por supuesto que estaba invitada. Alucinado por su descaro, castigué su osadía rozando su clítoris con una de mis yemas. Jaqueline al experimentar mi toqueteo y queriendo reprimir un gemido,  cerró sus piernas dejando mi mano presa entre ellas. Su indefensión me indujo a incrementar mi ataque deslizando mi yema por debajo del tanga.

“¿Te ocurre algo?” Pregunté en plan irónico a verla sufrir.  

“Cariño, me pone muy cachonda que me metas mano frente a tus amigos.” Contestó con sorna. Me quedé paralizado al creer que me habían descubierto pero entonces soltando una carcajada aclaró a Beatriz que era broma. Esa rubia que al igual que se había escandalizado se unió a sus risas creyéndola y recalcando el tema, me tomó el pelo diciendo…

“Ya era hora que te encontraras una que te pusiera en tu lugar”.

Humillado iba a quitar mi mano de su entrepierna pero reteniéndola entre ellas, esa casi desconocida susurró en mi oído…

“¿Quiero verte chupando tus dedos llenos de mi flujo?”

La calentura que descubrí en su voz me hizo obedecerla y recreándome frente a mis amigos, me los metí en la boca mientras decía en voz alta que estaba riquísimo su coñito.

“¡Mira que eres bruto!” chilló muerta de risa Beatriz. – “Menos mal que sé que es mentira”.

En cambio, Jaqueline me miró descompuesta mientras sus pezones se alzaban tan orgullosos de haber vencido como excitados porque por primera vez ese maduro probara el tesoro que escondía entre los pliegues de su sexo. Por mi parte, tengo que reconocer que me pareció un manjar su sabor y que desde ese momento no podía pensar en otra cosa que no fuera hundir mi cara entre sus muslos y recorrer los pliegues de sus labios vaginales en busca de más. Me consta que la muchacha también deseaba que lo hiciera porque pasando sus dedos por mi entrepierna, me preguntó murmurando que si nos íbamos. Ni que decir tiene que la perspectiva de hacer realidad mi sueño fue suficiente para acelerar la cena y en menos de diez minutos, salir de ese restaurante no sin antes confirmar que al día siguiente estaríamos a la hora concertada en la montería.





La panameña ni siquiera esperó a que encendiera el coche para con sus ojos entornados y en silencio bajarme la cremallera. La rapidez con la que discurría todo me hizo temer que esa lindura fuera en realidad una puta que hubiese contratado María para abochornarme. Estaba ya tan caliente y mi polla estaba tan dura que no pude más que aceptar cuando Jaqueline sacándola de su encierro, agachó su cabeza y abriendo su boca, se la puso a mamar sin decir nada. «Dios, ¡Qué boca!», exclamé mentalmente al sentir el sensual modo en que esa morena se apoderaba de mi miembro. Con una lentitud exasperante, recorrió mi glande con su lengua y embadurnándolo con su saliva, me miró dulcemente antes de írselo metiendo centímetro a centímetro en su interior al tiempo  que usando sus manos, acariciaba mis huevos cómo sondeando cuanto semen contenía dentro de ellos.

Desgraciadamente la excitación acumulada y la pericia que demostró mamándola, hizo que antes de tiempo descargara mi cargamento contra su paladar. Jaqueline lejos de mostrarse contrariada, se puso a ordeñar mi simiente con un ansia tal que creí que tardaría días en que se me volviera a poner dura. Solazándose con su lengua recogió mi semen y se lo tragó todo mientras seguía con su masturbación en busca de dejarme seco y no contenta con ello cuando notó que ya no había más explosiones, busco cualquier rastro de mi leche para bebérsela. De manera que en menos de cinco minutos después de haber salido del local, había conseguido el postre que tanto deseaba desde que le metiera mano contra su voluntad. Al terminar, levantó su mirada y sonriendo, me soltó…

“Déjame en mi hotel. Estoy cansada pero te espero mañana a las seis para que me lleves con tus amigos”.

Os juro que no me creí que fuera cierto y que después de lo que había hecho, esa zorrita me apartara de su lado. Cuando me despedí en la puerta de su habitación hice un intento por pasar la noche con ella.

Pero manteniéndose firme, Jaqueline me soltó… – “No sería apropiado acostarnos juntos la primera noche que nos conocemos”. Viendo que era verdad y que me pasaría la noche solo, intenté hacerla cambiar de opinión diciendo…

– “Tú misma has dicho que llevamos seis meses saliendo”. Muerta de risa, me besó y sin despedirse, cerró su puerta en mis narices….

El camino hacia la montería. Durante toda la noche fui incapaz de conciliar el sueño. Cada vez que lo intentaba, volvían a mi mente esos labios carnosos que me habían brindado tan gran, pero efímero placer. En mi imaginación la vi llegando a mi cama pero cada vez que intentaba cogerla entre mis brazos, riendo desaparecía dejándome todavía más cachondo y desesperado; por eso llegué a recogerla de muy mala leche a su hotel. Al salir por la puerta descubrí que no se había vestido para pasar el día en el campo y que en vez de ponerse unos pantalones gruesos que la protegieran de las zarzas, la muy incauta se había colocado unos leggings azules que para colmo marcaban con rotundidad los labios de su sexo. Su indumentaria poco propicia para la caza se completa con una camiseta de tirantes negra que dejaba entrever que llevaba un sujetador rojo. Nada más sentarse junto a mí, hice ver a Jaqueline que se había equivocado diciendo mientras llevaba mis dedos a la suculenta rajita que tan ufana mostraba…

“Imagínate que vas entre árboles y una rama te araña aquí. No creo que te gustara”.

La idea no le gustó pero la caricia sí y pegando un gemido me dejó claro que permitiría que la fuera poniendo a tono durante el viaje pero aún así me dijo que si quería iba a cambiarse pero negándome por la falta de tiempo, le dije que en el camino pararíamos en una gasolinera que frecuentan los cazadores y allí le compraría algo más apropiado.

Nunca le dije que iba aprovechar esa parada para meterme con ella en el probador y arrancando el todoterreno, salimos rumbo a la finca de Manuel. Ya de camino, el sol de la mañana nos pegaba de frente y el habitáculo del todoterreno se empezó a calentar.

“¿Me podrías dar una botella de agua?” Preguntó acuciada por la sed. Mientras se le daba una idea perversa se me ocurrió y por eso en cuanto intentó beber, di un frenazo y se empapó por entera.

“Lo has hecho a propósito” dijo con mal genio al saberse burlada.

 Riendo pasé mis dedos por su pecho mojado haciendo una breve parada en uno de sus pezones. Jaqueline se contagió de mi risa y levantándose la camiseta, dejó que mi mano se hiciera con uno de sus pechos todavía cubierto por el sujetador mientras me decía…

“¿Te gustan? Uso talla noventa”.

Su descaro me indujo a  retirar un poco tan incómoda prenda, dejando al descubierto una aureola rosada y grande que me hizo babear solo pensando en que pronto la tendría entre mis labios. Ella, descojonada, me dijo al notar que lo cogía entre mis dedos.

“Me captas de inmediato. Llevo toda la noche soñando con sentir tus dedos en mis pechos”. Sus palabras despertaron la bestia que había en mí y pegando un suave pellizco en su pezón, le pedí que se quitara los leggings.

“¿Aquí y ahora? ¡Podrían verme!” Trastornada protestó por  mi petición.

“Sí, quiero ver el coñito que me voy a comer.”

“Eso será si yo te dejo,” contestó en absoluto mosqueada.

“Lo harás princesa” repliqué, “y antes de lo que te imaginas.” Con una sonrisa de oreja a oreja y mientras me obedecía, insistió…

“Vas a hacer que me ponga húmeda y entonces querré que me tomes.”

“Ese es tu problema”, dije azuzándola a obedecer.

Usando toda la sensualidad que solo las mujeres de su país poseen, la panameña fue dejando caer lentamente esas medias a sus pies al tiempo que miraba de reojo como mi verga se iba sintiendo afectado por su exhibición. Al comprobar que se iba formando una dura erección bajo mi pantalón, Jaqueline aceleró sus maniobras y ya sin los leggings, preguntó si seguía con el tanga rojo que llevaba a juego del sujetador.

“Hazlo princesa” fue mi escueta respuesta. Esta vez ni siquiera protestó y quitándose las bragas, feliz separó sus rodillas mientras me decía...

“Mira, lo tengo encharcado con solo saber que tú lo estás viendo”.

Mirando con un hambre atroz entre sus muslos, me quedé embelesado al comprobar que esa muchacha lo llevaba exquisitamente recortado y que solo un pequeño triangulo de vellos decoraba ese manjar. 


“Tienes unas piernas preciosas,” dije minusvalorando el bellezón de coño que tenía esa mujer, de labios marcados, perfilado y diáfano, presto a follar. Jaqueline captó mi voluntaria omisión y mirando directamente a mis ojos, me dijo con tono pícaro…

“Y mi tesoro ¿no te gusta?” Reteniendo las ganas de parar a un lado de la carretera y forzar a esa mujer a entregar lo que ya consideraba mío, contesté…

“No puedo verlo bien. Usa tus dedos para enseñármelo”.

Con una extraña felicidad en su rostro, esa muchacha que parecía no haber roto un plato, separó los pliegues de su sexo a la vez que cogiendo mí mano la acercó para que fuera esta quien notara la tersura húmeda de su piel. Durante unos minutos recorrí con mis dedos esa dulce raja, mientras su dueña no paraba de gemir pidiendo que parara el todoterreno.

Sus gritos y su respiración entrecortada me avisaron que estaba a punto de correrse y queriendo que obtuviera el primer orgasmo de los muchos que pensaba brindarle durante el día, incrusté mi dedo dentro de su vagina estrecha como si fuera mi polla y empecé a follármela mientras le decía lo zorra que era. Mi insulto multiplicó la excitación de la mujer y colapsando en mitad del asiento, llegó al clímax mientras a nuestro alrededor los coches pasaban mirando al interior que ocurría extrañados que fuera tan lento en una autopista. Sabiendo que al menos un par de ellos se habían dado cuenta de la escena que ocurría en mi automóvil, creí más prudente y aparcar bajo un árbol.

Ya con el coche apagado, me recreé mirando mientras Jaqueline buscaba más placer forzando mi mano con las suyas. Su entrega me supo a victoria y bajándome los pantalones, le ordené que usara mi pene para empalarse. Con lujuria en su rostro, la morena no puso objeción y pasando una de sus piernas sobre mí, se sentó a horcajadas. Nada más sentir mi dureza en plenitud, la puso en la entrada de su sexo y dejándose caer, buscó rellenar su vagina con los más de veinte centímetros de dura carne dispuesta a satisfacer a aquella tigresa. La parsimonia con la que se embutió mi miembro me permitió observar como en cámara lenta el modo en que sus labios se abrían para dejar paso a mi incursión.

“Dime preciosa, ¿soy lo que esperabas?”pregunté aludiendo a los comentarios que su amiga había hecho de mí.

Exagerando su tono panameño y mientras terminaba de empalarse en mi polla, gritando… – “Si mi amor. Eres lo que esperaba y me quedaré todo el tiempo que quieras para estar contigo. ¡María no se equivocó al contarme que encontraría a mi hombre! ¡¡Eres todo un macho semental!!”

– “Entonces te gusto…”

– “Mucho sobre porque nunca me han follado con un polla tan enorme ¡¡Es una animalada de cipote!!”

Su entrega me permitió usar las manos para izarla sobre mi verga para acto seguido dejarla caer, de forma que el continuo empalamiento prolongó su orgasmo sobre todo cuando teniendo sus pechos a la altura de mi boca los cogí entre mis  dientes y los mordí buscando sacar una leche que no tenía.

“Mama todo lo que quieras, ¡¡pero sigue follándome!!”

Gritó casi aullando por el placer que recorría su cuerpo. Dejando caer mi asiento para atrás, la obligué a ponerse a cuatro patas sobre él y de un solo golpe le volví a ensartar mi tallo en su interior.

Fue entonces cuando hecha una energúmena trato de zafarse pero reteniéndola con mis brazos, lo evité mientras le decía…

“Ahora no te hagas la estrecha”. Sin dejar de debatirse, la muchacha me señaló que un pastor nos observaba con la cara pegada a los cristales. Reconozco que debí hacer caso a sus súplicas pero era tanta mi calentura que me dio igual el tener público y acelerando el ritmo con el que acuchillaba ese coño, fui en busca de mi placer mientras murmuraba en su oreja…

“Deja que disfrute de una zorra como tú, seguro que solo ha visto una tan buena en las películas.”

Espantada y excitada por igual, Jaqueline dejó de luchar y se relajó… Al ver que el tipo era inofensivo y que se conformaba con ver cómo era poseída por mí, de forma que no tardó en contagiarse de mi pasión y abriendo la ventana, me gritó para que lo oyera ese inesperado voyeur…

“Demuéstrale lo macho que es mi hombre.”

Desnuda y con sus pechos bamboleándose al compás con el que la hacía mía, el placer volvió a ella con renovados bríos y aullando como la perra en celo que era en ese momento, Jaqueline sintió que su cuerpo se licuaba por enésima vez.

– “¡Por dios! ¡No pares!” chilló sintiendo el fuego la consumiéndola desde dentro.

Con su coño convertido en un manantial, la muchacha fue objeto de un renovado ataque. Mi estoque al entrar y salir de su interior, salpicó con su flujo tanto mis piernas como la tapicería mientras Jaqueline se desgañitaba pidiendo más. Agarrándola de los hombros, incrementé la profundidad de las incursiones sabiendo que fuera, el paisano se estaba pajeando viéndonos.

La excitación acumulada y los gritos de placer de esa zorra, hicieron que como si fuera un volcán mi pollón explotara lanzando su ardiente lava contra las paredes de su vagina. La panameña al sentirlo, se dejó caer sobre el sillón totalmente agotada con su cara reflejando una total relajación. Los chorros se disparaban uno tras otro en convulsiones seguidas sin dar tregua a que la muchacha se recuperara inundando su matriz de espesa leche preparada días antes para ella. Satisfecho por haber domado a esa mujer, me estaba acomodando la ropa cuando el pastor me preguntó si aceptaba que me cambiara una de sus ovejas por un polvo con ella. Jaqueline al oír tan extraña propuesta se quedó petrificada al advertir que me lo estaba pensando. Tras analizar los pros y los contras de ese negocio, soltando una carcajada, respondí…

“Aunque es una oferta tentadora, tengo que rechazarla. ¡Una oveja es demasiado valiosa!”

Y encendiendo el vehículo, salí rumbo a la finca de mi amigo, sabiendo que esa morena me seguiría dando mucho placer….

La montería. Mi cita a ciegas me permitió conocer a un monumento de origen panameño que se desveló como una amante sin par. Su dulzura solo era equivalente al fuego que recorría su interior cada vez que hacíamos el amor. Esa mañana llegamos puntualmente a la finca de mi amigo y eso que durante el trayecto habíamos dado rienda suelta a nuestra pasión en mitad del campo. Beatriz, su mujer, nos esperaba en la entrada y cogiendo del brazo a mi acompañante, empezó a presentárselas a todos los presentes como mi novia.

Curiosamente al contrario que la noche anterior, ya no me molestaba que se refirieran a Jaqueline con ese apelativo porque aunque por entonces no me daba cuenta, esa morena me estaba conquistando con su modo de ser. Estaban repartiendo los puestos cuando Manuel se me acercó un tanto inseguro porque se había presentado sin avisar una antigua amiga y no sabiendo donde meterla había pensado en colocarla con nosotros.

“No hay problema” contesté sin medir las consecuencias que tendría tener a esas dos mujeres juntas durante tres horas.

 Reconozco que no se me pasó por la cabeza que Jaqueline viera en Alicia un contrincante, ni que Alicia asumiera que Jaqueline era una caza fortunas sin escrúpulos que quería mi dinero.

Lo cierto es que al explicarle el anfitrión que iba a estar en el mismo puesto que yo, esa rubia de pelo largo y ojos claros se acercó a agradecerme el detalle. Desde que la vi acercarse a mí con esa delantera tan enorme supe que no era algo natural sino producto de la cirugía porque antes tenía unos pechos pequeños. Sé que a ella tampoco le pasó inadvertido el repaso que di a sus melones porque poniendo cara de putón desorejado, me los modeló diciendo…

“¿Te gusta la nueva Alicia?”

 Aunque esas dimensiones era exageradas para lo flaca que era, tengo que confesaros que se me hizo la boca agua pensando en que se sentiría estrujando esa silicona mientras oía gritar de placer a su dueña.

Desgraciadamente, Jaqueline llegó justo en el momento en que con la mirada estaba repasando esas bellezas y por eso desde un principio, catalogó a Alicia como una zorra que quería quitarle su hombre.

“¿Me presentas?” preguntó la panameña mirando fijamente a la rubia.

“Alicia, Jaqueline. Jaqueline, Alicia” respondí percatándome que entre ellas saltaban chispas.

Como si fuera un combate de sumo, las dos mujeres se retaron con la mirada antes de educadamente darse dos besos en la mejilla. La hipocresía de ambas era evidente pero no queriendo echar más leña al fuego, me abstuve de hacer ningún comentario. Su enemistad quedó de manifiesto cuando la panameña pasó su mano por mi espalda mientras susurraba en mi oído…

– “¿Quién es esta puta?”  « ¡Está celosa!» pensé al advertir su enfado y queriendo provocar a esa morena, contesté…

“Alicia y yo hace tiempo fuimos amantes…”.

Al enterarse que entre nosotros había existido algo más que amistad, se puso tensa y ya con un cabreo del diez, me preguntó si nos íbamos a nuestro puesto.

Asumiendo que se iba a enfadar, le expliqué que teníamos que esperar a que el anfitrión nos avisara. Fue entonces cuando se enteró que Alicia iba a compartir la espera con nosotros. Sus ojos reflejaron la ira que consumía su cuerpo y tratando de cambiar la distribución fue en busca de Beatriz. Para terminar de empeorar la situación, la rubia aprovechando su ausencia me pidió que la acompañara a su coche porque se le había olvidado el bolso dentro. Confieso que no vi nada extraño en ello y por eso tontamente la seguí rumbo al aparcamiento.

Ni siquiera habíamos llegado al mismo cuando Alicia pegándose a mí, me dijo que estaba muy guapo con la cabeza rapada y antes de que me diera cuenta, me estaba besando mientras pasaba su mano por mi entrepierna. Si bien en un momento rechacé su contacto, al sentir esas dos ubres presionando mí pecho al tiempo que mi verga era liberada de su prisión fue más de lo que pude aguantar. Levanté una de sus piernas lo que su pantalón por los tobillos me permitió y ella poniendo el culo respingón me ofreció su coño. Le terminé de quitar el pantalón y levantándola entre mis brazos, la apoyé contra un árbol y usando un matorral como parapeto sobre un camino de tablas, de un solo golpe se la ensarté hasta el fondo.

– “Sigue cabrón, ¡echaba de menos la enorme polla que tienes y lo hijo de puta que eres!”

 Masculló la rubia descompuesta al notarse llena mientras mis dientes se apoderaban de sus pezones. Los gemidos de Alicia me impidieron oír el sonido de mi móvil cuando Jaqueline viendo que no estaba dentro de la casa, me llamó. Os juro que no lo escuché aunque a buen seguro si lo hubiera hecho, tampoco lo hubiese contestado porque en ese preciso instante estaba ocupado dándome un banquete con esas tetas de plástico. Usando mi verga como ariete, golpeé su coño repetidamente sin parar cada vez más caliente al sentir la cálida humedad que envolvía mi tiesa tranca al incrustarla.

“¡Me encanta!”

Aulló descompuesta mi presa sin impórtale que a cada empujón su pelo se llenara de las hojas que caían del árbol contra el que la tenía apoyada. El destino quiso que fuera tanta la calentura de ambos que conseguimos corrernos rápidamente.

 Cuando satisfechos salimos de detrás de ese matorral y nos topamos con la celosa panameña, esta no pudo echarme en cara que me la hubiese tirado aunque por sus ojos supe que lo sospechaba.

“¿Qué estabas haciendo?” preguntó echa una fiera al ver la melena despeinada de mi acompañante.

– “Alicia había perdido su móvil” contesté aun sabiendo que no me iba a creer.

Jaqueline que no era ninguna tonta, se mordió los labios para no gritar lo que opinaba de mi amiga y anotándolo en su libreta de agravios, decidió esperar a un mejor momento para vengarse tanto de esa rubia como de mí por haberla traicionado.

A punto de darme una cachetada, prefirió darse la vuelta y acudir ante Beatriz, buscando su amparo. « ¡Está que muerde!», sentencié al verla irse enfadada. Contra toda lógica me gustó porque en ese estado Jaqueline era todavía más atractiva. Ya de vuelta, comprobé que la panameña se había agenciado a un incauto alemán para tratar de darme celos, olvidando que gracias a mi tamaño pocos eran los hombres que se atrevían a enfrentarse conmigo. Pletórico de ego me acerqué a ellos y posando mi mano en el trasero de Jaqueline, la acerqué a mí diciendo…

“Cariño, te echo de menos”. La cara del pobre extranjero se transmutó al ver que su conquista era abrazada por un tipo más alto que él y despidiéndose nos dejó solos a esa morena y a mí.

“Eres un maldito. ¡Te has tirado a esa puta!”

Me gritó dando por sentado que la gente a nuestro alrededor lo oiría. En ese momento, solo tenía dos salidas o buscar el enfrentamiento o huir de él y por eso cogiendo su cabeza entre mis manos, forcé sus labios con mi lengua mientras ella trataba de patearme. Durante cerca de un minuto, Jaqueline intentó zafarse de mi abrazo hasta que viendo la inutilidad de sus actos se relajó vencida. Fue entonces cuando mordiendo su oreja, comenté…

“Preciosa mía, tú eres mi única PUTA.”

Mi deliberado insulto tuvo un efecto no previsto, bajo la camisa de mi escolta, dos pequeños bultos la traicionaron, dejando patente que le excitaba dominarla, consciente, cogí su mano.

Nos marchamos rumbo al puesto adjudicado con Jaqueline y Alicia. El azar quiso que el lugar donde íbamos a apostarnos para esperar, fuera una pequeña peña donde se divisaba una buena porción de monte bajo. «Es cojonudo», sentencié que ese sitio era ideal al tener una buena visión de un camino hecho por jabalíes. «Al ser su salida natural, debo estar atento». Alicia que era una cazadora experta, al revisar el puesto también supo que esa pequeña vereda podía ser por donde salieran las presas y haciéndose la sabionda, me lo dijo en voz alta con el único propósito de molestar a mi acompañante.

“¡Será zorra!” escuché a Jaqueline maldecir en voz baja.

Decidida a no dejarse amilanar por mi amiga, decidió aprovechar su inexperiencia con las armas para pedirme que le enseñara como apuntar. Estaba a punto de levantarme de la roca en la que me había sentado cuando escuché que la rubia me decía…

“¡Déjame a mí! Eres bueno como amante pero pésimo como profesor.”

La panameña buscó mi ayuda con los ojos pero con gran disgusto, se dio cuenta que su jugada había salido mal al ver que no me movía y no queriendo descubrir su animadversión por Alicia, tuvo que aceptar que ella le mostrara como hacerlo.

– “Lo primero que has de saber, es cómo encarar el rifle,”

Dijo la mujer al tiempo que pegaba su cuerpo al de la morena tras lo cual le mostró la forma de colocarse la culata contra el hombro mientras aprovechaba para darle un buen magreo por su pecho. Jaqueline se quedó petrificada al sentir el descarado manoseo de su contrincante pero creyendo erróneamente que era inocente, dejó que la colocara en la posición correcta. En cambio yo si me di cuenta que ese toqueteo era una forma de venganza pero queriendo ver cómo salía de ese aprieto, no dije nada.

“Ponte recta y mete el culo” volvió insistir la rubia dando un sonoro azote en las nalgas de la panameña… – “debes de relajarte antes de apuntar.”

– «Se está pasando», me dije muerto de risa al ver la expresión de sorpresa de Jaqueline al notar el duro correctivo sobre su trasero.

Ya interesado, me quedé mirando como Alicia seguía metiendo mano a mi pareja ante el total asombro de ella pero lo que realmente me dejó pálido fue descubrir en los ojos claros de esa rubia una especie de deseo animal que sintiéndolo mucho, reconozco que me excitaba. « ¡Esto se está poniendo interesante!», exclamé al observar la ira que se iba acumulando en Jaqueline y esperando que en un momento dado, la panameña explotara. Por su parte, Alicia aprovechando la inacción de su víctima se dio el lujo de recorrer con sus manos los pechos de Jaqueline con todo lujo de detalle, llegando a pellizcar uno de sus pezones aludiendo a un supuesto bicho que tenía sobre la camisa.

“¡Ya entendí!”

Protestó la morena al saber que la otra estaba abusando pero justo cuando ya iba a encararse con la mujer, un ruido proveniente de la espesura le hizo apuntar hacia allí. La cornamenta de un venado fue lo único que vio antes de cerrar los ojos y presionar el percutor del arma. Contra toda lógica habiendo hecho todo mal, el ciervo cayó en el acto porque la casualidad quiso que el tiro le entrara por el codillo, rompiendo en dos su corazón.

 



La sorpresa de ver que había cazado por primera vez, hizo que Jaqueline dejara caer el arma y se lanzara a mis brazos en busca de mis besos sin saber que Alicia quería su ración y que aprovechando lo feliz que estaba la muchacha, abrazándola la rubia la besara también en la boca. La panameña no hizo ascos a esos labios creyendo que era una muestra de cariño pero al notar la forma en que esa mujer la agarraba del trasero, se percató que era deseo lo que sentía esa mujer.

“¿Qué coño haces so puta? Déjame en paz. ¡No soy lesbiana!” le gritó a la vez que de un empujón la echaba a rodar por la pendiente.

La desgracia hizo que el empujón la hiciera caer entre zarzas y que los pinchos de esas plantas se le clavaran cruelmente en los prominentes pechos operados. Jaqueline al escuchar sus chillidos llenos de dolor en vez de compadecerse de su desgracia, desde lo alto de la pena le soltó…

“Zorra, ten cuidado. ¡No vaya a ser que se te exploten!”  Con una sonrisa de oreja a oreja se giró hacia mí diciendo… – “Ya sabes lo que le ocurrirá a cualquier putita que intente nada contigo estando yo presente.”

La violencia de sus ojos me impidió siquiera socorrer a la pobre Alicia y tuvo que salir sola de entre las zarzas y volver al puesto no fuera que otro cazador la confundiera con una presa. Como comprenderéis a partir de ahí, el estar con esas dos encerrado encima de la peña no fue un plato de mi gusto y por eso cuando al cabo de dos horas, escuché el aviso que la montería había acabado recibí con agrado el mismo a pesar que no había disparado un solo tiro… La comida y el posterior festejo en la finca de Manuel. La humillación y el cabreo de Alicia le impidieron cruzar palabra mientras volvíamos a la casa donde iba a tener lugar el recuento de las presas y el posterior almuerzo. «Está planeando como vengarse», pensé al verla con el gesto fruncido. Los hechos me dieron la razón porque ya en el cobertizo donde estaban acumulando los cuerpos de los venados y jabalíes que se habían cazado esa mañana, la rubia comenzó a extender la noticia que Jaqueline era “novia”.

La panameña al recibir las primeras felicitaciones, me preguntó extrañada que era eso y dando por sentado lo que iba a ocurrir, riendo le dije… – “Se llama así a un cazador que abate su primera presa.”

Lo que me callé fue el ritual al que se le sometía al incauto que reconocía en público que era un novato y por eso disfruté malignamente cuando esa mujer empezó a pavonearse de haber matado de un solo tiro a ese venado. Por eso cuando Manuel actuando como anfitrión juntó a los cuarenta cazadores que habíamos tomado parte en esa montería supe en qué consistiría la venganza que había planeado la rubia. Valiéndose del privilegio de haber estado en el mismo puesto y quejándose que si no se hubiese adelantado la otra ella hubiera abatido a ese ciervo, exigió que le dejaran a ella ser el maestro de ceremonia de ese ancestral ritual.

Jaqueline fue realmente consciente de lo que se le avecinaba cuando Alicia pidió un cuchillo y sajó el estómago del pobre bicho mientras el resto de la concurrencia aplaudía. Al ver los intestinos sangrantes esparciéndose por el suelo, la morena estuvo a punto de vomitar pero entonces y antes que pudiese hacer nada por evitarlo, la rubia la agarró de la cabeza y le hundió la cara dentro de las entrañas del animal. Asqueada y soltando hasta la primera papilla que le había dado de comer su madre, Jaqueline se separó de su agresora mientras todos los presentes se reían de su expresión de desagrado.

“Serás hija de puta”

Dijo girándose contra la mujer pero entonces los abrazos de la gente le impidieron dar una respuesta a modo de bofetada sobre la rubia que a carcajada limpia se reía de su desgracia. Balbuciendo improperios a diestro y siniestro, la morena llegó hasta mí y de muy malos modos, me pidió que le acompañara a una habitación porque necesitaba quitarse la sangre. Llamando a mi amigo, le pedí me indicara cual era nuestro cuarto.

“El de siemprerespondió escuetamente porque estaba ocupado en reírle las gracias a un potentado que estaba en la fiesta.

Sabiendo que me había escogido una junto a la suya, volví con Jaqueline y viendo sus fachas, no pude más que echarme a reír al comprobar el estado de su melena.

El enfado de mi acompañante se magnificó y por eso en cuanto entramos al cuarto, cogió su maleta y se encerró en el baño sin darme opción a disculparme. Temiendo que una vez limpia, esa preciosidad me exigiera que la llevara de vuelta a Madrid, decidí aprovechar el poco tiempo que me quedaba para alternar con los amigos y tomarme una cerveza. Llevaba al menos dos jarras ingeridas cuando un silbido de admiración me hizo darme la vuelta para encontrarme de frente con Jaqueline. Con su pelo todavía mojado y su cuerpo embutido en un traje negro que magnificaba más si cabe su belleza, me quitó la cerveza de la mano y tomándosela de un trago, sonrió mientras me decía…

“Esa puta no sabe con quién se ha metido”.

El rencor que vislumbré en el brillo de sus ojos me informó que pensaba responder con creces al ataque y supe al verlo que tarde o temprano esa panameña se vengaría.

Por eso no me resultó raro, observar como miraba a su rival con ojos iracundos durante largo rato… justo en el momento de tomar asiento buscó colocarse a su lado. «La va a putear todo lo que pueda», pensé al verlas juntas. Sin demasiadas ganas, me senté en la misma mesa para intentar aminorar los daños una vez esas dos se enzarzaran en una pelea. Curiosamente, Jaqueline cambió de actitud durante la comida y se puso a reír las gracias de Alicia con una intensidad que me hizo saber que estaba simulando. Los otros comensales resultaron ser un matrimonio y un conocido del anfitrión cuyo único atractivo era su cuenta bancaria porque además de pesar los ciento cincuenta kilos, Ricardo era el típico putero que acostumbrado a contratar prostitutas creía que todas las mujeres debían de plegarse a sus caprichos.

Tras varios comentarios machistas, la panameña me susurró… – “¿No crees que este idiota es perfecto para ella?”

Más que una pregunta era una afirmación y por eso cuando todavía no nos habían retirado el primer plato…. Jaqueline estaba charlando con el gordo, comprendí que algo extraño ocurría al ver que el tipo se ponía rojo mientras intentaba disimular.

« ¿Qué le pasa a este?», me pregunté al ver que miraba de reojo a las dos mujeres que tenía enfrente totalmente sorprendido. Al comprobar que Jaqueline sonreía mientras estaba charlando con la rubia, supe que algo estaba haciendo y haciendo que recogía mi servilleta del suelo comprobé que mi acompañante estaba acariciando el paquete del Ricardo con su pie. « ¿Qué se propondrá?», mascullé al tiempo que me incorporaba. El obeso que había visto mi maniobra, al verme otra vez incorporado me preguntó al oído cuál de las dos era quien estaba cachondeándolo. No queriendo delatar a Jaqueline, contesté… “La rubia.”

Al observar la satisfacción del tipo y a modo de confidencia, le solté… – “Debe de andar caliente. ¡Lleva mucho tiempo sin que nadie se la folle!” la dicha que leí en sus ojos, me hizo seguir diciendo… – “Te lo digo de buena fuente, no en vano hace años fuimos novios”. Mis palabras hicieron que como un resorte, su pene se alzara entre sus piernas y ya inmerso en la lujuria, me preguntó si iba en serio. – “Por supuesto. Alicia siempre anda en busca de un hombre que la domine.”

Al creer que esa mujer compartía sus gustos sexuales, provocó que se mostrara interesado en ella y adueñándose de la conversación, comenzó un notorio coqueteo. La rubia ajena a los planes de Jaqueline, se dejó tontear sin conocer a donde le llevaría su coquetería. La morena habiendo conseguido su objetivo, dejó al gordo en paz y riendo me dijo en voz baja…

“Esta noche, esa zorra será aplastada por esa tonelada de carne.”

Aunque me extrañó su seguridad no pude más que soltar una carcajada al imaginarme a Ricardito echando un polvo a mi ex. Reconozco, que no creí que eso fuera a ocurrir y olvidándome de ello, me puse a disfrutar de la tarde. Al terminar de comer, un pequeño grupo nos quedamos tomando copas mientras el resto de los comensales salían rumbo a sus localidades y como no podría ser de otra forma, Alicia y su supuesto galán se quedaron. Mientras la mayoría de los hombres jugábamos al póker, las mujeres se entretuvieron charlando y bebiendo en la sala de estar. Por eso cuando al cabo de una hora, vi a la panameña muerta de risa con la rubia, ratifiqué lo hipócrita que era mi acompañante.

Pero lo que realmente me confirmó la mala uva de Jaqueline fue cuando en un intermedio entre partidas, las dos mujeres se me acercaron y llevándome a un lado, me informaron que habían hecho las paces.

“Me parece bien” contesté sin creerlo.

Fue entonces cuando la morena pegándose a mí y de acuerdo con la otra, dijo mientras pasaba su mano por mi entrepierna… – “No bebas mucho, esta noche tendrás que complacer a dos.”

Alicia que para ese momento ya llevaba unas copas, quiso confirmar las palabras de mi acompañante, acariciándome el pecho. El disgusto que se reflejó en la cara de la panameña fortaleció mi impresión que era una trampa y por eso cuando, en plan putón, Jaqueline me preguntó si se iban adelantando, supe que no tardaría en saber si era así…

– “Perfecto, termino la partida y subo.”

Al verlas subir abrazadas por las escaleras, me hizo dudar de sus intenciones y soñé con la posibilidad que esa tarde terminara gozando de un trío con esas bellezas. Por eso durante los siguientes quince minutos, no di con bola en las cartas y habiendo perdido más de doscientos euros, decidí subir a ver qué hacían. Cuando ya estaba abriendo mi habitación, vi salir del cuarto de al lado a la morena. Jaqueline al verme, sonrió y pidiéndome silencio, dejó que entreviera el interior del aposento del que acababa de salir. « ¡Qué hija de puta eres!», murmuré al ver a la rubia atada a los barrotes de la cama, dejándose complacer... La cosa no quedaba ahí porque no solo estaba totalmente desnuda y con un antifaz, sino que la había amordazado para evitar que gritara. Sacándome de allí, Jaqueline esperó a que estuviéramos en el piso de abajo para decirme…

“Esa zorra se creyó mis mentiras y está esperando a que te lleve hasta ella para que te la folles”.

Tras lo cual, sin darme tiempo a reaccionar, se acercó a Ricardo trayéndolo donde yo estaba, le dijo que Alicia le estaba esperando atada a la cama…

“¿Qué has dicho?” Exclamó alucinado el susodicho. Luciendo una sonrisa de oreja a oreja, Jaqueline contestó…

“Mi amiga lleva años soñando con que alguien la viole y me ha pedido que la atara para ti.”

El gordo se puso a sudar con solo oírlo; dejó su copa y acudió raudo a cumplir el supuesto sueño de esa rubia que encontró despatarrada. La panameña decidió que no podía perderse el observar como culminaba su venganza y cogiéndome de la mano, fuimos tras el tipo. Ya arriba, descubrimos que fueron tantas las prisas de Ricardo que ni siquiera cerró la puerta antes de bajarse los pantalones y por eso fuimos testigos de cómo saltaba con el pito tieso entre las piernas de su víctima.

Esta se dio cuenta de inmediato que no era yo quien se la estaba follando y retorciéndose sobre las sabanas intentó zafarse del acoso de su agresor. El obeso por su parte creyó ver en esa reacción parte de su fantasía y sin dejar de penetrarla, llevó sus manos hasta los pechos de la indefensa mujer y comenzó a morderle los pezones.

“Te gusta, ¿verdad puta?”

Escuchamos que decía al tiempo que machacaba el sexo de Alicia con su polla de no más de doce centímetros pero gruesa, debió notar la diferencia en eso también. Mientras tanto y bastante más motivado de lo que debiera, pegué mi verga al culo de la panameña. Jaqueline al sentir mi dureza contra sus nalgas, me rogó que la llevara a nuestra habitación pero entonces y para su desgracia ya estaba suficientemente excitado y por eso sin hacer caso a sus ruegos, le bajé las bragas mientras con la otra mano me afianzaba en sus tetas.

“¿No iras a follarme en mitad del pasillo?” Protestó al ver mis intenciones.

Sin dirigirle la palabra, saqué mi instrumento y antes que pudiese hacer algo por evitarlo, se lo hundí hasta el fondo de su vagina.

“¡Serás cabrón!” aulló molesta.

La facilidad con la que mi verga se introdujo en su interior me confirmó que estaba cachonda aunque no lo quisiese reconocer y por eso sin esperar a que se acostumbrara a tenerlo dentro, comencé a meterlo y a sacarlo con rapidez.

“Llévame a la cama” rogó al sentir mi ataque. Obviando sus deseos y mientras en la alcoba Ricardo seguía violando sin saberlo a Alicia, incrementé mi ritmo. Era tan brutal el compás de mis penetraciones que Jaqueline tuvo que apoyarse con los brazos en la pared para no caer al suelo.

“Cabronazo, ¡me encanta!” gritó por fin asumiendo que le gustaba ser usada por mí.

Su entrega facilitó el contacto y ya inmerso en la lujuria, me agarré de sus pechos para seguir follando. La panameña al sentir mis manos apretando sus tetas, bramó como loca y moviendo sus caderas, colaboró conmigo buscando su placer.

“¡Así me gusta! ¡Muévete!” Ordené al notarlo.

Mi acompañante supo que no pararía hasta descargar mi simiente en su interior… aceleré a mi orgasmo, comenzó a chillar como loca que la preñara. Lo creáis o no, al escuchar de sus labios que quería quedarse preñada de mí, me dio morbo y cogiéndola de la cintura, llevé al límite mi ritmo. La nueva postura provocó que mi verga chocara contra la pared de su vagina justo en el momento en que desde la habitación escuchamos a Alicia gritarle al obeso que no parara. No sé si los gritos de esa rubia contribuyeron pero en ese preciso instante, Jaqueline empezó a convulsionar presa de un gigantesco orgasmo.

“¡Lléname con tu leche!” aulló descompuesta mientras brotaba de su sexo un torrente de cálido flujo que salpicaba mis piernas con cada penetración.

La idea que esa tarde podía volver a inseminar a esa preciosidad me obligó a cogerla en brazos y sin sacar mi verga de su interior, la alcé y la llevé hasta el cuarto que nos tenían reservado. Una vez allí, la tumbé en la cama y reanudando mi asalto, le pregunté si era cierto que quería que la embarazara.

“¡Si quiero!” contestó con un ardor que no dejó lugar a equívoco…




¡Esa mujer deseaba ser preñada por mí! Sabiendo que era más que una fantasía, aceleré y fui descargando mis huevos repletos de esperma dentro de esa mujer, mientras ésta gritaba satisfecha de placer al tiempo que intentaba ordeñar hasta la última gota de lefa. Agotado me dejé caer sobre ella y Jaqueline lejos de incomodarle mi abrazo, se dio la vuelta y comenzó a besarme con pasión renovada mientras me decía… – “¡Júrame que me vas a hacer un hijo! Desde que me hablaron de ti, supe que el destino nos uniría….”

Reconozco que lejos de molestarme, su fijación me alegró al percatarme que lo único que me faltaba para ser feliz en mi vida era un hijo, pero no queriendo perder la ventaja que me confería le dije…

“Si quieres un hijo, ¡lo tendrás! Pero antes, ¡me darás tu culo!”

Sin esperar a que se lo pensara otra vez, le di la vuelta y pegando un largo lametazo en su ojete, me dispuse a tomar posesión de la última frontera que me quedaba por sortear.

 Increíblemente, Jaqueline sonrió y separando con sus manos sus dos blancas nalgas… – “¡Es todo tuyo! Le agarré de la cintura y siguió diciendo… – “Vamos fóllatelo las veces que desees esta noche, pero las próximas tu leche será para mi útero”

 Al por oírla, comprendí que no dejaría a esa mujer volver a su país porque la quería junto a mí el resto de la vida…. Esa mujer lloraba de felicidad o de dolor follándomela por el culo, lo cierto es que era la mujer de mi vida aún siendo ansiosa,  egoísta, manipuladora… si me quería tendría que arrastrase, con  todo otro fin de semana por delante para pensar en ello. Me la volví a zumbar hasta agotarme la última gota de semen y fuerzas. La llevé de fiesta con mis amigos y me la follé repetidas veces todo el fin de semana, la penetraba tan profundo como mi polla daba de sí, Jaqueline es una mujercita que sabía moverse y la disfruté. En el baño la metí casi en brazos y sin dejarla tocar el suelo, le subí la falda y la senté en la pila lava manos… le bajé las bragas y acto seguido me saqué la polla para hundírsela en su acogedora raja. Me la estaba follando de forma controlada con más de media verga, logrando espasmos y gritos por su parte.

No sé como accedió a un móvil y me hizo varias fotos sin dejar de penetrar a mi nueva amante,  le pedí que me las mandara a mi móvil. Después de un buen rato así, le di la vuelta y la puse de rodillas de espaldas mí; desde esa posición me la folle por el coño logrando orgasmo tras orgasmo, la sentía desfallecer pero no paré hasta que me corrí. Justo cuando la solté cayó fulminada sobre la cama llevándose las manos a la vagina retrayéndose de dolor, mirando mi polla flaqueando después del polvo…, le había regalado un espectáculo del que había disfrutado en ocasiones muy contadas. La chica se recuperó rápidamente y mordiéndose el labio me dijo que si deseaba tener las fotos me la tenía que volver a follar. Ni lo dude, le terminé de arrancar vestido sin piedad dejándola totalmente desnuda; la aplaste de espaldas contra la pared, la abrí de piernas mientras ella se masturba el coño hasta tenerlo de nuevo húmedo y abierto, y entonces la masacre sin atender a ponerme condón.

Golpeaba con mi cadera,  hundiendo mi tranca dura en su interior. La penetraba más profundamente que la vez anterior y esta vez logré que se corriera en menos de 10 minutos  torturándola contra la pared. Yo aguantaba mucho más pues mi tercer orgasmo no sería fácil de alcanzar por eso seguí dándole de forma fuerte otros tantos minutos hasta conseguir mi clímax corriéndome en chorros cortos y espasmódicos. Ella con los ojos en blanco fuera de sí me pidió que lo hiciera dentro… le llenara el coño de leche. Así que la no saqué sino que la profundicé hasta su matriz hundiéndole toda la polla.

Cayó a plomo sobre el colchón, me acerqué a besarla y ella se lanzó a chuparme la punta de la verga hasta dejármela bien limpia de toda eyaculación. Había sacado fotos y algún vídeo. Salí hacia el baño como un gladiador romano después de una dura sesión en la arena, para darme una ducha relajante y volver a la habitación junto a ella. En ese momento me pareció la mujer de mi vida pero los días pasaron y la convivencia con ella me hicieron recapacitar sobre lo de formar familia. Tal vez por mi miedo al compromiso, o por lo encoñada que estaba conmigo Jaqueline me hizo huir a otro continente. Nunca supe que con ella también me dejaba a mi retoño creciendo dentro de ella.

Me propusieron el mercado de América Central, aceptado el puesto de coordinador intercontinental y, en dos años me ascendieron a director de Centro América con sede en Costa Rica… Había pasado mucho tiempo, por lo que creyendo estar lejos de las aventuras europeas mi hermana fue cómplice de lo que sería mi romance definitivo en mi vida con Alexia, mi prima del alma… Nunca posé mis ojos de un modo que no fuera fraterno en Alexia, la pequeña de mi tío Miguel. Con una cara dulce y bonita, mi primita era una flacucha sosa y remilgada que además de nuestra diferencia de edad era la mejor amiga de mi hermanita.

Pensar en sexo con ella era como pensar en ser un pederasta…cuando me marché del pueblo ella apenas tenía diez años, yo diecinueve. El tiempo había pasado para los dos y ella ya no era una niña, si no una mujer de armas tomar con muy mala suerte para elegir a los hombres con los que compartir su vida. Fracaso sentimental tras fracaso, Alexia llegó a Costa Rica donde la recibí con los brazos abiertos… y esta es otra historia.

CONTINÚA en COSTA RICA…





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