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UNA HISTORIA DE AMOR. Y si tú no has de volver...

    "Y si tú no has de volver" 1ª PARTE "Una para el otro y otra para el uno". Esa frase la repite una y otra vez mi ...

El Grado Superior





Capítulo cero. SU AHIJADA ANDREA. 

Vivía en un vecindario bajo de recursos de Cartagena en un piso humilde y pequeño, construido en un plan de viviendas sociales de los años 70… Saliendo por la puerta nos encontramos con la vista de extensos solares yermos rodeados por algunos vecinos con el mismo tipo de infravivienda. La casa tiene una habitación donde duermen mis padres y otra donde duermo con mis hermanos. Luego hay otra estancia que es cocina y comedor a la vez. Los recuerdos más fuertes que me surgen desde que tengo conciencia son, esa vista que era mi reino, así como jugar con mis hermanos y los niños vecinos en los solares colindantes. Pasaron mis años de niña, donde me conservé virgen a pesar que el sexo era algo de andar por casa escuchando los sonidos de la noche, entre los que se mezclaba el rumor de mis padres hablando en voz baja, los jadeos y el ruido de la cama producido cuando mi padre se follaba a mamá. Lo que en otras partes se consideraban promiscuidad y falta de moral, en aquel contexto social era algo social y familiarmente admitido como natural. 

Por eso al día siguiente me despertaba sin el mínimo interés por recordar lo que había sucedido. Algunas amigas mías llegaban a tener relaciones sexuales de manera habitual con sus padres…, chicos adolescentes antes de terminar la secundaria ya se habían follado a sus madres incontables veces… y más aún entre hermanos, con los que llegábamos a compartir la misma cama incluso bien entrados en la adolescencia….
Mi hermano Julio me instruyó en todo aquello que desconocía del sexo, él fue también quien me enseñó cómo llamar a nuestros genitales en diferentes nombres, así como a la acción de follar y de cómo acababa el hombre…, besar en los  labios y acariciarte en las zonas erógenas de modo práctico, todo ello sin permutar mi virginidad. Había noches que vigilaba a mis padres viendo como se la metía a mi madre con todo detalle. Y así pasó el tiempo de la inocencia con esa vana información, hasta que finalmente surgió un cambio significante en mi vida. Una beca de la consejería de educación me permitía estudiar un grado superior y mis padres se esforzaron para que yo siguiera adelante en mis estudios y salir de la miseria en la que un E.R.E. nos había metido. 
Mi padre me envió con mi padrino a Madrid para terminar mis estudios de Grado Medio y Superior. Sobre finales de agosto me dejaron en la estación rumbo a la de Atocha en Madrid, y de ahí a casa de mi padrino Arturo…. Hacía más de ocho años que no le veía, desde que enviudó. Mis padres y mis padrinos se conocían de la mili y se llevaban como hermanos pero los destinos de ambos fueron dispares. Mi padrino era Ingeniero Técnico de una multinacional, mientras que mi padre solo consiguió ser un operario de grúa en Navantia, pero la crisis lo envió al ostracismo y a duras penas encontraba trabajo en obras de corta duración en instalaciones de conducción en las refinerías o en las industrias químicas.

Capítulo uno. LA CASA. 
Echando la vista atrás, tengo que reconocer que, en un primer momento, no llegué a comprender la magnitud de cómo me iba a cambiar la vida por la llamada de Miguel. Todavía recuerdo que mi viejo amigo me llamó un domingo para pedirme un favor. Afrentado, me explicó que su hija había conseguido una beca para estudiar un grado en la universidad de Politécnica y como andaba bastante corto de dinero, me preguntó que aprovechando que yo vivía en Madrid, si podía ayudarla a buscar un alojamiento económico. 
– “Tú eres tonto”
Le repliqué, recordando que su empresa le había echado hacia más de un año y que aunque no fuera capaz de reconocerlo, le costaba llegar a fin de mes. 
– “Mi ahijada se queda conmigo y no se hable más. Mi casa es grande y como sabes desde que murió mi mujer, vivo solo.” 
Aliviado, agradeció mi ofrecimiento, porque eso supondría que no tendría que desembolsar mensualmente el coste del alquiler pero antes de confirmarme nada, me dijo que tendría que hablar con su hija, no fuera a ser que no quisiera. Colgando el teléfono, me di cuenta que hacía más de ocho años que no veía a la cría. <<Menuda mierda de padrino soy>>, pensé por no haberla siquiera llamado por su cumpleaños. <<Ni a ella, ni a nadie>>,mascullé.
Desde que murió María, me había convertido en un ermitaño, encerrado en mi concha y casi sin contacto con el exterior. Aparentemente mi vida seguía igual que antes de su fallecimiento, pero no era así. Para no caer en una depresión me concentré en el trabajo, cortando los lazos que me unían con los demás.  Con cuarenta y dos años e Ingeniero de una multinacional y sin ningún tipo de ataduras, me quedaba mucha vida por delante antes de sentirme un viejo. Por eso cuando esa misma tarde recibí la llamada de Andrea aceptando mi oferta, su tono alegre consiguió sacarme del sopor que me embargaba e ingenuamente llegué a considerar el hecho de ocuparme de ella como una segunda oportunidad de tener en casa lo más cercano a un hijo. La mala salud de mi mujer no nos había permitido tener descendencia, sin hermanos ni sobrinos, solo me quedaba una tía abuela de la que mensualmente me ocupaba de pagar su residencia. 
Me sentía como un niño en la víspera de Reyes, nervioso e ilusionado… Aunque quedaba una semana, para que la muchacha dejara Cartagena y se mudara a vivir a Madrid, adecenté el cuarto de invitados. Como durante el mes de septiembre, la actividad de la empresa baja considerablemente, decidí tomarme unos días libres coincidiendo con su llegada, de forma que ese lunes, fui a recogerla personalmente a Atocha. No me costó reconocerla a pesar del tiempo transcurrido sin verla. Andrea, aunque se había convertido en una mujer preciosa, seguía teniendo la cara de niña pilla. Al verme,  soltando su equipaje, salió corriendo y se fundió conmigo en un abrazo. 
– “Padrino, no sabes la ilusión que me hace vivir en Madrid,” me dijo soltándose, – “te juro que no te vas a arrepentir de haberme acogido.” 
– “Es lo menos que podía hacer,” 
Contesté abrumado por su efusividad, pegando sus duros pezones contra mi pecho. Sin sujetador, sus pitones hacían mella en mí, pero la muchacha haciendo caso omiso a mi creciente incomodidad, me cogió del brazo y me llevó a rastras hasta donde estaban sus maletas.
– “Deja que te ayudo,” le pedí cargándolas. 
Me sorprendió que por todo equipaje, solo trajera dos pequeñas bolsas de deporte. Si esa chiquilla se iba a quedar un curso, traía poca ropa. Sobre todo al recordar que mi esposa, aunque fuera solo para un fin de semana, se llevaba medio armario. Estuve a punto de hacerle un comentario pero decidí que era mejor respetar su privacidad. Nada más entrar al coche, le expliqué que sabiendo que era su primera vez en Madrid, había preparado un pequeño tour por la ciudad pero si prefería antes podíamos ir a la casa a descansar. 
– “Padrino,” me contestó. – “Lo que tú prefieras.” 
Recordé que cuando al igual que ella, llegué a la capital me impresionó ver el Palacio de Oriente, por lo que sin preguntarle y enfilando la autopista me dirigí directamente hacia ese lugar. No hizo falta llegar hasta allí, para que alucinada me fuera señalando los distintos edificios emblemáticos que nos íbamos cruzando. Pegada a la ventana del vehículo, disfrutaba como la niña que era de las novedades que se le abrían al vivir en Madrid. 
– “¿No te pierdes con tanto carril?”
– “No seas paleta, está todo señalizado…” respondí con distensión.
Haciendo un puchero y en broma, me soltó… 
–“Eres malo con tu ahijada.” 
– “Y peor que puedo ser, si me desobedeces.”
Sosteniendo su mirada, seria me contestó… – “Eso, nunca va a ocurrir.” 
Comprendí inmediatamente que su padre la había aleccionado al respecto. Estaba seguro que, mi buen amigo le había ordenado que me obedeciera porque el ahorro que suponía el no tener que pagar alquiler era esencial para su economía. Para no incomodarla, cambié de tema y le pregunté por su viejo.
– “Está muy jodido. No te ha dicho nada, pero el mes que viene se le acaba el paro y no  sabe que va a hacer.” 
– “Lo siento”, contesté apesadumbrado. 
No solo no era un buen padrino sino tampoco un buen amigo. Me traté de disculpar interiormente diciéndome que no sabía de la seriedad de la situación hasta que esa niña me había abierto los ojos y sin caer en que estaba ella presente, llamé a la oficina de la empresa en el Alicante y pedí hablar con el Delegado. 
– “Manuel,” ordené a mi interlocutor. 
– “Te va a llamar Miguel Morata. Quiero que le des trabajo, busca donde te puede servir pero contrátalo, es un gran técnico con mucha experiencia….” 
Tras colgar llamé a mi amigo y tras decirle que su hija había llegado perfectamente, le expliqué que le había concertado una entrevista de trabajo. Miguel, completamente anonadado por la noticia, casi se echa a llorar, se despidió pidiéndome que cuidara de Andrea. 
– “No te preocupes, lo haré.” 
Al colgar, la muchacha me miraba con fascinación. En una llamada, había resuelto la mayor de sus preocupaciones y sin que ella tuviese que pedírmelo. Con lágrimas en los ojos,  cogió mi mano y llenándomela de besos, me agradeció lo que estaba haciendo por ella y su familia. 
– “No te olvides que vosotros sois lo más parecido que tengo a una familia ahora…,”  
Respondí y buscando romper ese ambiente, le pregunté si tenía hambre. 
– “Mucha,” me respondió.
Aprovechando que estábamos cerca del barrio de “El Viso” donde vivía, le dije que dejábamos el paseo por Madrid para otro día y que mejor íbamos a casa. Sin poner ningún reparo al cambio de planes, la cría se mantuvo en silencio todo el viaje pero al llegar al chalet, donde iba a pasar un año de su vida, me preguntó… 
– “¡¿Vives aquí…?!” 
Preguntó sobrecogida por la casa y el lugar. Aunque suene vanidoso, en mi fuero interno me gustó que le hubiese causado tanta impresión y buscando que se sintiera cómoda le solté… 
– “Como ves me haces un favor, viviendo conmigo. Son demasiados metros para que viva solo un viejo como yo.” 
– “Tú no eres viejo”, me respondió sonriendo. 
– “Y a partir de hoy, ya no vives solo.” 
– “Eso es verdad, ahora tengo una preciosa damisela conmigo”.
Repliqué devolviéndole el piropo. Encantada por mi respuesta, me dio un beso en la mejilla que duró algo más de lo esperado. Si la casa la había maravillado, cuando vio su cuarto no cupo de gozo. 
– “Es enorme y la cama parece un campo de futbol, y para mí sola….” 
– “Ya te acostumbraras, ahora vamos a comer”.




Capítulo dos. LA ROPA. 
Durante las siguientes semanas, Andrea fue convirtiéndose en una parte primordial de mi vida. Al estar tanto tiempo solo, me había olvidado lo que era compartir mí tiempo con otra persona y aún más cuando esta resultó ser alguien adorable. Extrañamente se levantaba antes que yo, para que al salir de la ducha ya tuviese preparado el desayuno, una costumbre adquirida en casa con tres hombres y dos mujeres de maneras machistas. Por la noche esperaba mi llegada para contarme su día en la universidad y cenar conmigo. Poco a poco, me fui acostumbrando a su compañía y dejó de resultarme raro tener a alguien con quien charlar después del trabajo, compartir cosas tan nimias como emocionarse viendo una película o que llegará cabreada porque un profesor había faltado sin avisar. Tras años de tristeza, en mi casa se volvieron a escuchar risas gracias a ella, llenando las estancias vacías con su presencia. Ese estado idílico dio un giro la noche que le dije que no iba a ir a cenar, porque tenía una fiesta… 
– “¿Y eso?”
– “Un coñazo.” 
Me habían invitado a un evento de presentación de un nuevo producto de la empresa. 
– “Ya sabes, una reunión en la que a medio centenar de gerifaltes tratan de engañar a otros para aumentar sus beneficios a base de lingotazos de ginebra”.
Y sin saber que era lo que me iba a acarrear, le pregunté… – “¿quieres acompañarme?” 
Contestó que sí sin pensar… –“Pero no tengo nada que ponerme.” 
No comprendo porque le dije que mirara en la habitación que le había servido como vestidor de mi mujer, por si había algo que le quedara. 
– “¿Seguro que no te molesta que use su ropa?” 
– “María estaría encantada de que tú la usaras, no en vano eras también su ahijada.”
Satisfecha por mi respuesta, corrió al cuarto y durante toda la tarde se pasó probando los cientos de modelitos acumulados durante los años de nuestro matrimonio. No supe más de ella, hasta que toqué a su puerta pidiéndole que se diera prisa porque íbamos a llegar tarde. Al salir de su habitación, me quedé sin habla.
Andrea estaba impresionante. Enfundada en un coqueto traje de raso rojo, sus formas se mostraban con toda nitidez y por vez primera, me percaté que la niña era una mujer de bandera. 
– “¿Te gusto?” 
Por mi expresión bobalicona supo que había acertado en la elección. La muchacha no solo tenía un cuerpo esplendido sino que además al ser más estrecha que mi esposa, el vestido le quedaba muy entallado, dotando a sus pechos de una sensualidad que me había pasado completamente desapercibida. 
– “Estas maravillosa”. 
Ruborizado al pensar que se había fijado en la forma tan poco paternal con la que su padrino la había estado contemplando. Ella, lejos de molestarse, sonrió diciendo… 
– “Pensé que era demasiado sexy para ti. Ya que te gusto así, te prometo que a partir de hoy me vestiré más provocativa.” 
No supe responderle. Debería haberle dicho que no era apropiado, pero fui incapaz y cogiendo mi abrigo abrí la puerta, cediéndole el paso. 
– “Por cierto, tú también estas muy guapo.”
El trayecto hasta la fiesta fue muy tenso. No pude dejar de mirar sus piernas de reojo, mientras mentalmente me recriminaba mi comportamiento. Ella, sabiéndose observada, disfrutó de lo lindo provocándome. Con gran descaro, sacó de su pequeño bolso un pintalabios y sensualmente se retocó en el espejo del parasol echándose hacia delante, dejándome disfrutar del marcado escote. Mas excitado de lo que me hubiese gustado reconocer llegué a la fiesta. Mis colegas al verme, se quedaron extrañados que el viudo tan correcto en las formas, llegase acompañado de un bombón semejante. Muchos de los presentes, llevaban tiempo animándome a dar un paso adelante y dejar mi auto impuesta abstinencia atrás. Fue una vieja amiga, al acercarme...
– “Podías haberme avisado que volvías a estar en el mercado ¿Me presentas a tu amiguita?”
El término tan despectivo con el que se refirió a Andrea, me hizo encabronar pero fue mi acompañante, la que dándose por aludida le respondió… 
– “Pedro no está en venta y menos para una antigualla como tú”.
Alicia se dio la vuelta, indignada, no en vano a sus treinta y cinco años era una mujer de muy buen ver. Al irse, no pude resistir la sonrisa recriminando a mi ahijada de su falta de tacto… 
– “Te has pasado. Ella no fue ni la mitad de borde que tu”. 
– “Esa zorrita esa no sabe quién soy yo”, soltó mientras una sonrisa iluminaba su cara…, – “nadie toca a mi hombre y menos en mi presencia”. 
– “Andrea, cuida esa lengua. No soy tu hombre sino tu padrino.”
– “Si, pero ella no lo sabe, así que se joda”. 
Su desfachatez me puso de buen humor y sin explicar a nadie nuestra relación, fui presentando a la muchacha a mis amigos. El resto de la noche, mi querida ahijada se comportó como una dama sin sacar a relucir su talante, haciendo las delicias de los hombres y provocando celos en sus parejas. Acabada la cena, Andrea, que estaba animada, me pidió que en vez de volver a casa, la sacara a tomar algo. No me pude negar por lo que la llevé a un pub cercano. Allí, quizás producto de las copas, le pregunté porque casi no salía con amigos…, si era acaso porque había dejado un novio en Cartagena…. Ella al escucharme me cogió de la mano, y directamente a los ojos me contestó que no me preocupara… no tenía novio y que si no salía con chicos, era porque todos los conocidos le parecían unos críos. En ese momento no me di cuenta que no tenía nadie esperándola, extrañamente me pareció raro pensarlo. Eran cerca de las cuatro de la mañana cuando llegamos a casa. Al despedirme de ella en la puerta de su cuarto, dándome un beso en la mejilla, me susurró al oído… 
– “Te quiero mucho, padrino. Hoy ha sido un día muy especial para mí….” 
Me quedé de piedra, esa tierna despedida escondía un erotismo que no me pasó desapercibido, le respondí confuso que yo también. 
– “Hasta mañana…” 
Cerrando la puerta, dejándome solo en mitad del pasillo con mis remordimientos y mala conciencia.

Capítulo tres. EL COCHE. 
Esa noche me costó conciliar el sueño, no dejé de darle vueltas a la fascinación recién descubierta que sentía por mi ahijada. El hecho que durmiera a escasos metros no ayudó a sacar de mi mente la visión de su cuerpo. Como si fuera una pesadilla, me imaginé besando los pechos que sentí punzantes mientras mi mano recorría su cuerpo. Era como si un adolescente se hubiera adueñado de mi cuerpo, escena tras escena me vi haciéndole el amor mientras ella gemía de placer diciendo mi nombre. Por mucho que intenté apartar la imagen de sus piernas abrazando mi cuerpo mientras mi cipote campeaba libremente en su interior. No conseguí evitar liberar mi lujuria corriéndome exasperado pensando en ella a cuatro patas como una perrita. Aunque físicamente no me hubiese acostado con Andrea, cada poro de mi cuerpo había gozado amándola, cada uno de mis nervios había sentido el placer de penetrarla, mientras mi consciente me recriminaba haberlo hecho. No era la diferencia de edad de veintidós años que nos separaban, sino una barrera tan grande como el hecho que hasta hacía escasas horas, había visto a esa niña como una hija y no como mujer.
Ni siquiera la ducha matinal pudo aliviar la ignominia que sentía al haber gozado pensando en ella. Traté de convencerme esa mañana, que dicha atracción habría desaparecido…, y el supuesto interés en mí apreciado en Andrea, era solo producto de mi imaginación. Con esos pensamientos bajé a desayunar. Nada más entrar a la cocina, mis temores se hicieron realidad, al ver a mi ahijada preparándome el café. La muchacha llevaba puesto uno de los camisones de María de tela, casi transparente que dejaba traslucir la desnudez de su cuerpo. Sin anunciar mi llegada, parado en la puerta, me quedé observando obscenamente su trasero perfectamente contorneado. Ni un gramo de grasa cubría ninguna parte de su anatomía. Era maravillosa. Andrea, al darse la vuelta y verme en la entrada me saludó como sabiendo que estaba ahí. Pero todavía hoy no sé si le contesté, mis ojos se habían quedado prendados en sus pechos. El delgado tul que los envolvía y no conseguía cubrirlos, dejaban ver la perfección de sus pezones. La caricia de mi mirada no le pasó inadvertida pero, en vez de ruborizarse por mi examen, se acercó y pegándose a mí me dio un casto beso.
Ese beso infantil que al sentir su aroma, hizo que mi hombría se irguiera sin pudor. Tratando que no notara mi apetito, me senté en la mesa mientras ella me traía el café. <<No puede ser>>, me dije, tratando de calmarme, <<es una niña, es mi niña…. >> Intento que resultó infructuoso porque, la muchacha obviando que estaba casi desnuda, se sentó enfrente y empezó a darme conversación. Su voz juvenil tenía un tono desconocido para mí. Andrea estaba coqueteando conmigo. Incapaz de prestar atención a sus palabras, me concentré involuntariamente en las rosadas aureolas de sus tetas, su dueña al notarlo lejos de taparse, parecía disfrutar de mi atención, y con sus pezones ya erizados, me miraba retadora. No me podía creer lo que estaba pasando, esa cría se estaba excitando sin ningún pudor exhibiéndose ante mis ojos. En un momento dado y cuando ya no sabía en qué postura ponerme, para que ella no notara los efectos que estaba produciendo bajo mi pantalón, me preguntó si podía llevarla a la peluquería. 
– “Tenía pensado ir a correr, ¿Por qué no coges el coche?” 
Le contesté buscando una escapatoria. Necesitaba alejarme de ella, aunque solo fuera un par de horas.
– “De acuerdo”, me contestó. 
– “No te lo he dicho pero quiero cambiarme un poco el look. Estoy segura que te gustará lo que tengo planeado”.
No me vi con fuerzas de decirle que difícilmente nada podía mejorar su melena morena y en vez de ello, salí huyendo de su presencia. Rápidamente, subí a mi cuarto y poniéndome ropa de deporte, salí de la casa sin despedirme. Cogiendo Serrano en dirección al Retiro, empecé a trotar, buscando que el ejercicio consiguiera reducir mi desasosiego. Las calles se sucedían sin pausa y el sudor me cubría por entero pero en nada había conseguido aminorar mi estado. <<Tengo que hablar con Andrea. No es apropiado que vaya medio desnuda por la casa>>, medité, evitando reconocer que esa cría me tenía subyugado. Sin darme cuenta, habían transcurrido dos horas cuando volviendo del paseo, enfilé la calle de casa. En la puerta, estaba aparcado mi “mercedes”. <<Ya debe de haber vuelto>>, pensé al verlo pero en cuanto abrí la verja, caí en mi error, Andrea se había llevado el coche de mi mujer. 
En ese momento, no le di importancia, no en vano, llevaba sin moverse al menos seis meses y le venía bien que alguien lo condujera. Agotado por el esfuerzo, cogí una cerveza de la nevera y puse la música de offspring a todo volumen… sonaba “The Kids Aren't Alright, y me recosté intentando poner orden en mi cabeza. No sé cuánto tiempo tardé en que el sopor me venciera y me quedase dormido. Me desperté cerca de la una con hambre, al acercarme a la cocina escuché ruido y comprendí que mi ahijada había regresado y estaba cocinando. Hasta mí llegó el olor de un guiso exquisito. Como si un fantasma de mi pasado, vi a María enfrascada entre cazuelas. <<Me estoy volviendo loco>>, pensé alucinado. Andrea se dio la vuelta mostrándome su nuevo look. No solo se hizo con el armario de María, sino que se rizó el pelo parecido al de ella cuando la conocí… 
– “Buenos tardes, bello durmiente. ¿Qué te parece?, ¿estoy guapa?,” 
Me soltó con una sonrisa en sus labios. Parecía entusiasmada por el cambio. Comportándose como una modelo de pasarela, se paseó por la cocina para que admirara su corte. 
– “Estás preciosa pero… tu corte de pelo anterior también era precioso, ahora pareces un poco mayor…” 
Contesté sin mentir pero perdiendo nuevamente una oportunidad de preguntarle a que se debía esa transformación y porque había elegido a mi mujer como espejo. 
– “Gracias, pero quería cambiar y cuando vi la foto de María contigo de cuando erais novios me gustó ese corte….” 
Y con la inconsciencia que da la juventud, prosiguió diciendo… 
– “Ayer, me sentó fatal oír a una maruja que le dijera a su marido que parecía tu hija.” 
“No comprendo porque te enfadas, soy veinte años mayor que tú. Es lógico que la gente piense que eres mi hija.” 
– “Pero, ¡No lo soy!”.
Contestó enfadada casi gritándome a la vez que me pidió que me sentara a comer, dando por terminada la conversación. Masticando mis ganas de decirle que su comportamiento me parecía absurdo, me puse a comer. La comida estaba buenísima y eso hizo que paulatinamente me fuera tranquilizando, lo que me permitió que la pudiese observar con un ojo crítico. Realmente, tenía que reconocer la nueva imagen de Andrea dulcificaba sus facciones y eso le hacía todavía más irresistible. Era tanto o más sexi de lo que fue María, y sin duda más atractiva. Ahora que la veía con nuevos ojos, era incontestable que Andrea provocaría a su paso la admiración de todo aquel que se cruzase con ella, realmente con 18 añitos estaba fascinante. 
–“Por cierto, Padrino”, me dijo acercándose excesivamente a mí– “Hueles muy mal, deberías ducharte y ponerte ese perfume que conjuga tan bien con tu aroma natural….” 
Ese gesto casi infantil me hizo recordar la niña que llevaba en su interior mi ahijada y, con un acto que juro que fue reflejo, le di un pequeño azote en su trasero apretando su nalga. Acababa de darle la nalgada cuando interiormente ya me había arrepentido. Mí supuesta víctima me miró extrañada pero, al segundo, riendo me soltó… 
– “Si cada vez que me meto contigo, me das un azote. Voy a hacerlo más a menudo”.
Más tranquilo al escuchar de sus labios que no se había sentido ofendida, más bien todo lo contrario. En la ducha bajo el agua recapacité sobre lo ocurrido y comprendí que de todas formas debía de tener cuidado porque lo quisiera reconocer o no, esa nena estaba flirteando conmigo y eso no era ni moral ni lógico. Todavía desnudo, mirándome al espejo, me dije que la culpa era mía por llevar tanto tiempo de abstinencia, que debía salir más y conocer a una mujer de mi edad. Seguía afeitándome cuando de improviso se abrió la puerta y apareció la muchacha.
– “Perdón”.
Se disculpó por haber entrado sin llamar y pillarme en pelotas. Aún sorprendido por esa incursión en mi privacidad, no dudé en girarme sin ánimo de ocultar mi desnudez, porque la chica ni siquiera se movió para preguntarle que quería… 
– “Acaba de llamar tu jefe, el señor Gonzalvo, me ha dicho que está en Madrid y que nos invita a cenar”.
Tardé en asimilar sus palabras. Que mi jefe estuviera en Madrid no era habitual pero entraba dentro de lo normal, lo que no era lógico es que NOS invitara a cenar. Al cuestionarle sobre ese punto y con su desparpajo habitual, me contestó… 
– “Le dije que como era tu novia, si la invitación me incluía”. 
– “Y ¿Qué te contestó?”.
Sin todavía magnificar el charco en el que me estaba metiendo. Se rio diciendo que – “por supuesto y que ya era hora que pasaras página. Quiero que sepas que no puedo estar más de acuerdo con él”. 
Si antes me había callado, esa fue la gota que colmó el vaso. Encabronado la abronqué por haberse presentado como mi pareja ante mi jefe por haberme puesto en un compromiso. Era la primera bronca que le echaba, los ojos de Andrea se poblaron de lágrimas y se puso a gimotear diciéndome que solo había actuado de la misma forma que la noche anterior, si no le parecía bien se quedaría en casa. Nunca he sido un hombre duro con las mujeres y menos con una cría tan encantadora. Sus sollozos derrumbaron todas mis defensas y abrazándola perdoné su iniciativa tratando de calmarla. No me percaté que estaba totalmente desnudo y Andrea al sentir mi cuerpo con mis brazos alrededor de su cuerpo, se tranquilizó inmediatamente pegándose más a mí. Bajó su mano por mi espalda llegando a mi culo tocándome el trasero con un fuerte apretón… 
– “Vale te perdono papi porque es mi deber ir contigo… Y por cierto Padrino, tú también tienes un buen culo y no estás nada mal dotado de tu masculinidad…” 
La niña había disfrutado de lo lindo con la escena de mi desnudez, unido al hecho de sus lloriqueos en clara pantomima, pero aún más cuando la cría poniéndose en posición sacando el trasero, logró rozar con su culo respingón mi verga, e insinuó que merecía otro azote. Cayendo en su juego y suponiendo que era una chiquillada, le di tres palmaditas en sus duras nalgas, cuando mi virilidad comenzaba a emocionarse excesivamente. Andrea me sacó la lengua y muerta de risa, me dejó solo en el baño gracia a Dios, porque si no hubiera cometido una locura con su culo.
Me preocupaba por cómo se iban desarrollando los acontecimientos, a la par de alegrarme por tener alguien con quien disfrutar de las pequeñas cosas de la vida, sin ser plenamente consciente del fregado en que esa niña me estaba metiendo. Ya vestido iba a bajar al salón cuando, desde su habitación, escuché que Andrea que me llamaba. Contrariamente a lo que ella hizo, llamé a la puerta y desde dentro, me dijo que pasara. Frente al espejo, se hallaba mi ahijada vestida con un traje demasiado serio para su edad. 
– “Si lo que quieres es mi opinión, no te queda. Pareces muy mayor”, le solté. 
Ella, al oírme me dijo que ella opinaba lo mismo pero que como era una cena con mi jefe, creía que debía ir formal. 
– “Formal sí pero no hecha una monja de clausura” 
– “Vale,” me contestó recapacitando, “no te vayas, ayúdame a desabrocharme la cremallera”. 
Tonto de mí, no caí en sus intenciones y nada más bajarla, la cría dejó caer el vestido, quedándose en unas braguitas tanga, y con sus tetas a menos de un palmo de mi cara. 
– “¡No vas a taparte!” 
Le dije violentado, no solo por la escena sino también porque su súbita desnudez me había excitado. 
– “En el aseo, tú no sido tan pudoroso al mostrarte completamente desnudo ante mí…”
Dijo sin dar importancia al hecho, recogiéndolo del suelo...
– “Además no creo que veas nada que no hayas contemplado antes… me has visto muchas veces desnuda, incluso me has bañado”. 
Todavía con mi corazón desbocado, dándome la vuelta, le expliqué que entonces ella era un bebé y ahora era una mujer preciosa. 
– “¿Te parezco bonita y sexy…?” 
– “Mucho, pero no debo olvidar que eres mi ahijada y no es correcto que te exhibas desnuda ante mí, soy un hombre y puedo perder la razón en un momento dado….” 
– “No estoy desnuda, tengo las bragas puestas”, me contestó a carcajada limpia, – “Si quieres, me las quito”. 
Ni me digné a responderle, cogí la puerta para salir a la espera de que se cambiara sentado en el sofá del salón leyendo en busca de la tranquilidad que me faltaba. Por mucho que intenté sacarla de mi mente, sus tetas juveniles de pezones hinchados volvían a torturarme. <<Soy un viejo para ella>>, repetía machaconamente buscando espantar mis sentimientos, <<está jugando, en realidad, solo quiere flirtear para provocarme y nada más>>. No debía llevar más de media hora leyendo cuando, Andrea llegó y se acurrucó a mi lado mientras me pedía perdón por su broma. 
– “No hay problema, te perdono pero no lo vuelvas a hacer”.
Le dije sin separar la vista del libro que estaba leyendo. La muchacha, sin moverse, permaneció pegada a mí. No percibí que se había dormido hasta que un breve ronquido me lo hizo saber. Dejando por un momento la novela, me fijé que dormida parecía un ángel. Su expresión serena remarcaba su belleza. <<Es guapísima>>, pensé mientras la observaba con detenimiento. Mis ojos fueron recorriendo con lentitud, sus ojos cerrados, su boca recién pintada, su cuello. Sin darme cuenta, mi exploración fue más allá y pasando por sus hombros, sin miedo a ser descubierto, me entretuve deleitándome a través del escote con el inicio de sus pechos. Estuve a un tris, de acomodar su blusa para así disfrutar de sus pezones, pero gracias a que todavía tenía algo de decencia, me abstuve de hacerlo y en vez de ello, proseguí con mi minucioso examen, estudiando como su estrechísima cintura era coronada por unas caderas de ensueño. 
Dejando correr mi imaginación, me vi acariciando sus glúteos mientras separaba sus piernas y mi polla se introducía en su chochito impúber abriendo esa apretada raja franqueada por dos perfilados labios vaginales. Al sentir que estaba siendo dominado por la excitación, intenté separarme de ella pero me resultó imposible porque, protestando en sueños, Andrea se abrazó a mi pecho, de manera que tuve que permanecer a su lado. Sé que si hubiese querido, me podría haber levantado pero no tuve fuerzas de hacerlo y cerrando los ojos disfruté del calor con su aroma acogedor de mujer que invadía mis sentidos. Fue un error, excitado como estaba, no pude evitar que mi mente discurriera por unos derroteros que no me convenían y simplemente, me imaginé a Andrea bajando por mi pecho y tras abrir mi bragueta, besar mi extensión endurecida.

Dominado por la lujuria, la vi envolviendo con sus labios mi glande e introduciéndoselo en la boca. Debí de gemir pues las sensaciones me parecieron pura realidad, al volver en mi vi que mi ahijada se había despertado; miraba sin ningún disimulo el enorme bulto que afloraba de mi pantalón con su mano posada en él. Supe que se había percatado que había llegado al orgasmo metafísico teniéndola entre mis brazos, sin que ella hiciera nada por provocarlo. Completamente abochornado por la situación, me repuse y Andrea no queriendo entrar al trapo mirando su reloj, dijo haciéndose la sorprendida que era muy tarde y que tenía que darse prisa o llegaríamos tarde. Sin hacer mención alguna a lo que me acababa de ocurrir, se levantó del sofá a su habitación. Durante cinco minutos estuve paralizado por la vergüenza, tras los cuales, comprendí que debía darle una explicación y haciendo un esfuerzo, me levanté a disculparme. Recorrí los escasos metros que me separaban de su cuarto como un buey va al matadero, cabizbajo, arrastrando los pies al andar y con la vergüenza reflejada en mi cara. La puerta estaba abierta y por eso pasé sin llamar.  






En el quicio, me quedé helado. Sentada en la cama, yacía mi ahijada completamente desnuda, masturbándose con los ojos cerrados de espaldas a la puerta. Hipnotizado por la escena, durante un minuto y como un espectador inoportuno, violenté su intimidad observando alelado, como masajeaba su clítoris mientras con su otra mano pellizcaba sus pezones. Por mucho que la cordura me aconsejara a salir corriendo, el morbo de contemplarla, mientras daba rienda suelta a su pasión, me retuvo en el quicio de la puerta. Sin saber que sus caricias estaban siendo observadas por mí, mi ahijada se contorneaba como una posesa. Coincidiendo con su clímax, gimió pensando en su padrino, mientras su cuerpo se retorcía de placer. Atónito al escuchar de sus labios que era yo el objeto de su deseo desaparecí. Esa atracción, además de injusta para ella, se estaba tornando opresiva. Tenía que sincerarme y exigirle que dejara de tontear conmigo, era un hombre demasiado mayor, no era lo que más le convenía a mi parecer. Si antes era necesario, después de descubrirla era obligatorio, se tenía que dar cuenta que además de la diferencia de edad, era mi ahijada, eso nos convertía prácticamente en familia. Salí al jardín con mis pensamientos acelerados…, no podía dejar de rememorar el sonido de sus jadeos pensado en mí. Me desplomé sobre una hamaca desolado, al entender que  nada se podía evitar… me deseaba tanto o más como yo a ella, hacerla mía solo era cuestión de tiempo.

Capítulo cuatro. LA CENA. 
El frío de la noche, me hizo volver a la casa. Quedaba media hora escasa para que tuviésemos que salir hacia la cena, por tal motivo y por la inapetencia de enfrentarme a ella, comprendí en ese momento que se estaba desmoronando mi vida ermitaña y además no me podía permitir el lujo de ofender a mi jefe. No me quedaba más remedio que ir a la cena acompañada por ella. Sabiendo que jugaba con fuego y que corría el peligro de quemarme, decidí que al día siguiente aclararía todo con Andrea. Tenía que dejar de jugar conmigo, no podría soportar mucho más sus coqueteos, ¡¡No era de piedra!! Solo me venían imágenes de como se separaba sus labios vaginales introduciéndose los dedos en su interior sin dejar de nombrarme…mi mente los sustituyó por mi verga cercana a 20 cm, empalándola. Era tan atrayente la idea de perderme en sus brazos, que por momentos me pareció normal dejarme seducir por una joven a la que bauticé en mis brazos. Esperé que saliera para marcharnos, pero al verla bajar por la escalera, me pareció una vestal romana. Con un traje negro en exceso escotado, la seda del vestido realzaba, no escondía, sus esculturales pechos. Era como una segunda piel. Sus pezones se mostraban con desvergüenza, revelando a cualquier espectador que la dueña de ese cuerpo se había olvidado en el cajón el sujetador. La abertura de su falda, tampoco se quedaba atrás. Si llevaba ropa interior debía de ser un estrecho tanga de talle alto. 
– “¿Qué te parece?” Me preguntó. 
 “No sé qué decirte, creo que al Sr. Gonzalvo le va a dar un sofoco al verte.” 
– “A mí, él me da igual ¿A ti te gusta?” Asentí con un gruñido.  
Realmente, estaba maravillosa pero no me hacía ninguna gracia pensar que cualquier pudiera disfrutar de esa belleza; celoso la quería solo para mí. Cuando salíamos por la puerta cogí las llaves de mi coche pero, quitándomelas de la mano, Andrea me dio las del golf, diciendo…
– “Como seguramente vas a beber, es mejor que vayamos en mi coche. No me atrevo a conducir el mercedes”. 
No me pasó inadvertido que esa muchacha se había apropiado del coche de mi mujer, del armario y posiblemente de su vida sustituyéndola en todos los aspecto de su vida conmigo… pero como no tenía ganas de discutir y sobre todo como ya había decidido hablar con ella al día siguiente, preferí callar. Andrea era como un virus que habiéndose inoculado en mi vida, se extendía invadiéndolo todo. <<La casa, la ropa, el coche… esta cría quiere ocupar el vacío femenino que dejó mi mujer>>, recapacité sabiendo que entre las posesiones de María me encontraba yo. Ajena a mis tribulaciones, mi ahijada me preguntó por mi jefe, a lo que contesté… 
– “Es un buen hombre, divertido, animado y sobre todo mujeriego…, pero no te preocupes no te va a atacar. Se acaba de casar con una mujer mucho más joven que él y seguro que viene acompañado de ella.” 
– “¿Cuánto más joven?” 
<<Mierda>>, exclamé interiormente antes de contestar.
– “El señor Gonzalvo debe rondar los setenta y la mujer debe de ser un poco más joven que yo”. 
Tardó un segundo en hacer los cálculos y al darse cuenta que se llevaban unos treinta años, sonrió… 
– “Me va a caer bien, ese viejo.” 
– “No me cabe duda.” 
Mascullé entre dientes y sin más dilación, encendí el coche. Afortunadamente, la cena era en el Hotel “Villa magna”, cerca de casa, porque no sé si hubiese aguantado la claustrofobia de estar encerrado con mi dulce tentación en un habitáculo tan estrecho mucho tiempo. Al llegar, salí primero y acercándome a la puerta le abrí… 
– “Un beso para mi caballero”.
Me susurró y cogiéndome desprevenido, posó sus labios en los míos. No supe reaccionar, solo se me ocurrió no dar importancia al beso. <<Fue un pico…solo un pico>>, cavilé mientras entrabamos del brazo al restaurante. A Andrea se la veía radiante, no me cabía la duda que estaba disfrutando de su pequeña victoria. <<Maquiavelo se queda corto al lado de esta niña>>. Saber que no se detendría ante nada, me convenció que debía adelantar la charla y que nada más dejar al jefe, iba a aclarar cuatro cosas con esa lianta. Gonzalvo y su señora ya estaban sentados a la mesa. Felipe, al acércanos dio un repaso a mi acompañante. Por su cara, se le notaba a la legua que quedó impresionado por su belleza  sin dejar un centímetro sin explorar con la mirada. Levantándose de su silla, llegó hasta nosotros y dándole un beso a la chiquilla, se presentó… 
– “Soy Felipe”. 
– “Encantada de conócele, Felipe. Mi nombre es Andrea….” 
Así se la presentó a Carmen, su mujer. Con el ánimo de que todo fuera bien me acomodé en mi asiento soportando que mi ahijada, usando su simpatía y desparpajo, se metiera en menos de cinco minutos a ese matrimonio en el bolsillo. Tan poco conocía en realidad a Andrea, que no tenía ni puñetera idea que la muchacha era buena en los idiomas. Aunque Carmen es un nombre español, ella era francesa, sin embargo no le supuso ningún problema alternar el español, el inglés y el francés como si fuera algo habitual en su día a día, cuando yo solo controlaba el inglés.
Tanto Felipe como su mujer, estaban embelesados con ella. Hasta tal grado que sin poderse aguantar, mi jefe me preguntó que donde y cuando había sacado esa joya. Antes que pudiese contestar, Andrea se anticipó diciendo… 
– “Nos conocemos hace años, pero entonces seguía casado. Hace menos de un mes, nos rencontramos y ese mismo día, me pidió que me fuera a vivir con él. Y como verás, acepté”. 
La arpía no había mentido, pero había tergiversado la historia, haciéndome aparecer como un Don Felipe y a ella como una pobre damisela que había sucumbido a sus encantos. El viejo al oírla, me miró y dijo… 
– “Menudo pájaro estás hecho y yo que te creía un poco parado. No me cabe duda que me has engañado y que tras ese aspecto serio se esconde un truhán”. 
– “La verdad, Felipe. Es que hasta que llegué nuevamente a su vida, Arturo estaba un poco oxidado, pero gracias a un poco de ternura y de amor, voy lubricando su dañada maquinaria”.
Contestó Andrea anticipándose nuevamente. Cabreado por los derroteros de la conversación decidí intervenir, diciendo… 
– “Llámame loco, pero es evidente que con semejante lubricación”, señalando a mi ahijada, – “¡Hasta lo más encasquillado se suelta!”  
Mi burrada provocó que Felipe y su esposa soltaran una carcajada. Andrea me lanzó una cuchillada con la mirada pero. Cuando el camarero tomaba nota, me susurró al oído… 
– “Eso habrá que verlo”. 
No comprendí sus palabras hasta que sentí como, con su mano bajo el mantel, me empezó a acariciar el muslo. No haciendo caso a sus mimos, pregunté a Carmen si era su primera vez en Madrid. Nunca llegué a escuchar su respuesta. Mi querida ahijada viendo que no me afectaba su descaro, cambió de objetivo y se concentró en mi abultado cipote, el cual no tardó en reaccionar y completamente alborotado, recibió con gozo sus caricias. Miré de reojo a mi acompañante, nada en ella revelaba que en ese preciso instante me estuviera masturbando en público.  Disimulando, retiré su mano de mi entrepierna y la deposité suavemente en su muslo. 
– “Tienes razón, eres un loco”, me soltó. 
Creí que se había terminado pero, entonces me pasó su dedo índice por mi boca después de habérselo introducido en su coño empapado, y en voz baja me dijo… 
– “Como veras, yo también soy una loca”. 
No lo podía creer, ¡la muchacha estaba completamente empapada! No satisfecha, me robó otro beso… 
– “Me he masturbado un poco delante de tu jefe, no querrás que sepa que te estás acostando con tu ahijada y que llevas haciéndolo desde que era una niña”. 
La muy zorra me tenía entre la espada y la pared. Si no hacía lo que ella decía, me podía olvidar de mi actual trabajo y de un futuro con veinte años en la empresa por pederastia…, momento que aproveché para levantarme e ir al baño. 
– “¡Hija de puta!” Grité, mirándome al espejo. – “¡Esta niña no sabe quién soy yo!”
Más tranquilo al haber tomado la decisión de pararle los pies, volví a la mesa y me metí en la conversación como si nada. Pero algo había cambiado en mí, ya que la niña se quería apropiar de todo, lo tendría pero a mi forma… 
– “Andrea,” le dije aprovechando que habíamos terminado de cenar, – “vete despidiendo, que estoy cansado y el señor y señora Gonzalvo tienen muchas cosas que hacer mañana….” 
Por mi tono autoritario, comprendió mi molestia y la muchacha obedeció al instante. En dos minutos estábamos en el vehículo, aún en el aparcamiento dispuesto a echarle una bronca, pero si lo hacía nuestra relación podría decaer en un abismo y en el fondo estaba encantado de estar con ella. Sabiendo que no me quedaba otra salida, me acerqué a ella y le dije… 
– “Siento haber sido tan autoritario, no podía soportar por más tiempo la situación…” 
El vestido de ella al acoplarse en el asiento se había remangando hasta el punto se dejaba ver todo el pequeño tanga. Ella se acercó a escasos centímetros de mi boca…
 “Me estás poniendo muy cachonda… ¡No sabes cuánto me gusta que mi hombre me imponga su voluntad…!” 
De forma sumisa se recostó sobre mí. Mi mano izquierda cobró vida propia e inconscientemente comencé a acariciar su sexo por encima del tanga. Andrea al notar que había cedido tornándome más receptivo, se acomodó abriendo ligeramente sus piernas y respingando el culo se bajó las bragas hasta las rodillas con una sonrisa me indicadora de su disposición. Excitado hasta lo indecible me fui aproximando a mi meta para descubrir que esa niña de aspecto angelical llevaba su coño completamente rasurado al punto de la depilación. Sentí escalofríos al percibir la suavidad de la piel que conformaba su vulva. Ni un solo vello entorpeció mis maniobras cuando separó sus labios con dos dedos de su mano. Me concentré en el botón de su clítoris y en follarle su apretado conejito con mi dedo anular. La cría no tardó en impregnarme con el jugo de su orgasmo quedo, entre jadeos extremadamente lascivos para un hombre que llevaba cuatro años de pura abstinencia. Mi euforia se disparó a extremos olvidados, ganando finalmente la razón. Ella alargó su pequeña mano asiéndome de mi cargada excitación, pero… 
“Vámonos a casa estaremos más cómodos…”





Capitulo cinco. LA MAMADA.  
Arranqué el coche y salimos del parking del restaurante y aprovechando que tuve que parar por un semáforo en rojo, la miré exigiendo que me explicara su comportamiento. La muchacha, con los ojos vidriosos me pidió perdón. 
– “Eso no es suficiente, cariño” 
Le dije siendo consciente que mi comportamiento no había sido ejemplar masturbándola…, 
– “Sé perfectamente lo que pretendes, no darse cuenta sería de tontos….”
Totalmente desconsolada, me explicó que desde que se hizo mujer, me amaba y que sabiendo que me había quedado viudo, vio la oportunidad de venirse a vivir a Madrid para estar más cerca de mí, de ahí de querer estudiar algo que no estaba en Murcia y sí en Madrid. Lo que no se esperaba es que la acogiera en mi casa, y viendo la oportunidad no la dejó pasar convencida que iba a terminar enamorándome de ella, como ella lo estaba desde hacía años de mí. 
– “Esperé tranquilamente que sucediera. Pero todo se aceleró en el evento benéfico porque al ver que otra podría ocupar mi lugar, me obligó a precipitar los acontecimientos. Viendo que no respondías tras mi confesión. ¡Abrir mis sentimientos no había servido para nada!, quise aprovechar esta nueva oportunidad…”
Llorando desconsolada prosiguió diciéndome… 
– “¡Soy Virgen!, he esperado que fuera alguien muy especial quien me completara como mujer. Siempre has sido mi hombre ideal. ¡¡Te quiero mucho!!”
<<Eso no me lo esperaba>>, aceleré helado por su sincera confesión manteniéndome callado durante todo el trayecto. Al llegar a casa, Andrea completamente desmoralizada, enfiló hacia su cuarto, pero justo se iba a marchar…
– “Andrea, cariño…, no me siento orgulloso de haberte masturbado, no me he podido resistir a su encantos y como comprenderás uno no es de piedra. Has notado lo cachondo que me he puesto teniéndome de espectador,” 
Le decía desabrochando su vestido que caía suelo dejándola casi desnuda frente a mí. Sorprendida ante mi reacción se quedó parada dejándose hacer. Nuestras miradas lo decían todo y su instinto de mujer supo estar a la altura, me cogió de la mano y nos fuimos a mi habitación, se sentó en el borde de la cama y allí tan solo con su tanga sentada me bajó la bragueta y soltó el botón del pantalón precipitándose al suelo. Sin ahorrar tiempo se deshizo de mis bóxer emergiendo como un resorte mi verga erecta dispuesta a la batalla. 
– ¡Madre mía! es enorme y TAN DURA.... ¡¡Me encanta papi!!
Dijo con cara de asombro por lo que se tenía que tragar me agarró le tronco con una mano, sopesando los huevos con la otra… 
– “Y estos huevos son descomunales ¡¿Cuánta leche deben tener?! 
La agarró liberando el glande y comenzó a pajearme suavemente sin dejar de mirar el mostrenco fálico. Ambos sabíamos lo que necesitaba. Le acariciaba su cabeza entrelazando mis dedos en su cabello negro precioso, tan suave como la seda pura. Me masturbaba deliciosamente cuando de pronto sentí la humedad de su lengua lamer la punta de mi capullo y acto seguido todo el tallo hasta los huevos. No parecía ser una inexperta en tales lides pues se engullía mi polla con maestría mientras me miraba para ver como gozaba con su mamada. Incapaz de negarse a mis deseos, empezó a acariciarse también mientras sus ojos se tornaban vidriosos por la emoción. 
– “No veo bien tu conejito con el tanga. Por favor termina de desnudarte” 
Le ordené acomodándome sobre la cama. Desde mi privilegiado punto de observación, no quité  ojo a sus maniobras y vi cómo se quitaba el tanga y se acercaba a escasos centímetros de mi cara. 
– “Mi vida sigue con lo que has empezado”. 
Me besó en la boca e hizo un periplo por mi cuerpo hasta llegar a mi virilidad. Sin ningún reparo se volvió a introducir más de media polla en su boquita al tiempo que abrió sus piernas y separando sus labios vaginales comencé a acariciar el precioso clítoris de mi niña. Olvidándome de quién éramos…posicioné su coño sobre mí cara, concentrándome en comerle toda su raja y en observar si en verdad era virgen abriéndole bien el coño. Percatándome de la tela blanquecina formada por el himen, pude confirmar con el chocho bien abierto se podía ver, verificando de paso que no se la había mentido. Nadie había hoyado su tesoro. Saber que iba a ser yo quien la desvirgara, me emocionó sobremanera. Andrea al comprobar con sus ojos que mi polla reaccionaba, a sus acometidas, llevó una mano a mis huevos, apretando mientras aceleraba sus chupadas y masajeando el resto de mi tronco libre de su boca. 
Poco a poco la excitación fue venciendo a la moral dejándose llevar, comenzó a gemir de placer. Sabiendo que tenía toda esa noche, y muchas más, para disfrutarla, esperé a estar a punto de correrme y entonces ordené que parase. En esa posición del 69 continué comiéndome su coño acariciando todo su cuerpo, como un ciego tantea las cosas para reconocerlas, evaluando la calidad de aquel cuerpo de mujer y así fui examinando las distintas partes de su cuerpo… 
– “Para ser una niña virginal, tengo que reconocer que tienes una pericia excepcional… mi pequeño cisne”
Le dije mientras acariciaba sus caderas y culo. La cría al sentir el contacto de mi palma en su piel, y mi lengua introducirse en su estrecha hendidura, suspiraba excitada. Viendo que eso avivaba su deseo, asiendo sus pechos, continué… 
– “Buenas ubres, quizás un poco pequeñas aún…, eso lo podríamos solucionar preñándote”. 
No me pudo resistirse dar un lametón en la cabeza de mi polla, excitada entre gemidos. Apreté las aureolas de sus pezones queriendo ordeñar sus tetas. Ella, ya desbocada, incrementó la tortura de mi verga, siendo algo mutuo encarnizándome en su clítoris y follando su coñito como lengua. Al percatarme de ello, con la mano abierta la golpeé una de sus nalgas para que no siguiera con la mamada. La dureza del azote, le perturbó temiendo que se me enfadara, no lo volví a hacer, necesitaba de sus caricias…ella un poco insegura, esperó mi siguiente paso.
Este no se hizo esperar, separando sus glúteos descubriendo su pulcro y pequeño orificio. Elevándome un poco lo lamí recorriendo la suavidad de su ano, hasta que sin previo aviso introduje un dedo en su interior. Mi victima gimió con un grito pequeño por la incursión, pero no hizo ningún intento de separarse. Al contrario, completamente descompuesta, me rogó que la dejara correrse. Comprendiendo que de nada serviría prohibírselo a punto de explotar, enfaticé más aún en su botoncito del placer con mi lengua y mis labios que lo mamaban con si de un micro pene se tratara, al tiempo que mi dedo horadaba su ano bien cerrado…, Mi ahijada se corrió sonoramente, expulsando su jugo sobre mi boca quedando sometida a su placer. Cubierta su necesidad se centró en mi verga que machacó y mamó como una autentica puta se puede comer un buen rabo. La excitación llegaba a su clímax y después de años de abstinencia mi leche recorrió todo el tallo hasta salir a presión en largos y tremendos chorros de semen que fueron a parar a su paladar, labios y parte de las últimas sacudidas a su cara. No hizo nada de escrúpulo tragarse mi leche espesa y caliente recién ordeñada de mis huevos. 
– “Está muy rica padrino…” 
Dijo mirándome con todo su rostro salpicado de esperma, a la par que se recogía con un dedo lo que hallaba para chupárselo cual leche condensada. Con el paso seguro se encaminó al aseo dándome el espectáculo de su cuerpo desnudo en movimiento. Nos aseamos juntos y nos metimos bajo las sábanas blancas… 
– “Por esta noche está bien, vamos a dormir que mañana hablaremos tranquilamente”.
Ella se durmió casi instantáneamente, yo en cambio, tardé en conciliar el sueño tanto que vi amanecer sin pegar ojo, estaba sobreexcitado, no podía dejar de pensar en la mujer que el destino había puesto en mi camino. Finalmente caí rendido al acoso de Morfeo. No quedaba ningún rastro de remordimiento en mí, tenía muy claro que había dejado de ser mi ahijada para convertirse en mi mujer que calentaría mi cama.

Capitulo seis. EL DESVIRGADO. 
Dormí profundamente aquella mañana. Al despertar oí que la muchacha se había levantado me aseé y me acerqué a verla en la cocina… 
– “Buenos días, cariño ¿Has dormido bien…?” 
– “Nunca había estado mejor mi cisne…” 
Me besó en la mejilla con un amago a mis labios. 
– “Tenemos que hablar, ven siéntate a mi lado”. 
Intrigada se acomodó escuchándome…, antes de empezar me fijé en ella, en su cara, en el camisón de mi mujer que portaba que la traicionó. Habiendo recibido mi beneplácito, la muchacha se hizo con el rol de la señora de la casa ocupando el sitio dejado por mi esposa. 
– “Después de lo de anoche, todo ha cambiado y solo nos quedan dos opciones… Coges tus cosas y te vas de casa hoy mismo, o te quedas convertida en la mujer de la casa. Si te vas, volverás a ser mi ahijada Andrea y nada habrá ocurrido. Si te quedas podrás asumir el papel de mi esposa y sus pertenencias materiales. Tomate el tiempo que necesites para decidirlo”.– “No necesito tiempo,” contestó firmemente, 
– “Soy la nueva Andrea y deseo ser tu esposa. Estoy más que dispuesta a ser tuya”.
– “Entonces cariño, veo que has preparado el desayuno….” 
Satisfecho vi como preparaba las tostadas y a los cinco minutos nos avisó que ya estaban listas para servirnos. Tras el desayuno nos fuimos a la ducha y una vez dentro se puso a enjabonarme la espalda, cogiendo una esponja con gel, empezó a recorrer mi cuerpo. Tranquilamente me dejé hacer. En diez minutos me había lavado la cabeza, las piernas, y el tronco, solo faltaba mi verga inhiesta. Indecisa, me pidió si podía levantarme. Al hacerlo y ver ella que se erguía excitado, sonrió y pasando su mano por mi extensión, me empezó a masturbar envolviendo mis huevos con la otra mano. 
– “Ahora, no cariño,” le dije. 
Lo mismo hice con ella, era una aventura deliciosa recorrer su cuerpo exquisitamente depilado. Sin demora nos enjuagamos con agua limpia. Viendo que estaba aclarado, fue por la toalla y esperó que saliera para empezarme a secar. Con cuidado, fue pasando la toalla por mi torso, en mi polla me miró pidiendo permiso.
Su boca fue absorbiendo el agua que todavía quedaba sobre mi piel, mientras con sus dedos acariciaba mis testículos, buscando mi excitación máxima. No le hizo falta mucho tiempo para que mi falo alcanzara su todo su esplendor, tras lo cual, recorriendo con la lengua mi glande, exploró su mayor anhelo. Como posesa, lamió su talle buscando retirar cualquier rastro de agua que hubiera quedado. Ya convencida de su pericia, abrió los labios y usando su boca como si de una vagina se tratara, se lo introdujo hasta la garganta. <<Esta niña tiene práctica>>,  volvía a pensar al sentir sus labios en la base de mi polla empalmada. 
Acto seguido, empezó a sacarlo y a meterlo en su interior hasta que sintió que mi orgasmo se acercaba. Entonces y sin alterar su ritmo pero buscando coordinar nuestros clímax, llevé una mano a su coñito con un frenesí alocado froté su clítoris. Era tanta su calentura que llegó a su meta antes que yo, pero eso no fue óbice para que llegado el momento se atiborrara con toda mi lefa, que como ya había comprobado no desperdiciaba ni una sola gota. Satisfecho por su labor, la levanté en mis brazos hasta nuestra cama de matrimonio. La cría me miró con una mezcla de deseo y de aprensión, al ver que separando sus piernas acercaba mi cara a su pubis. Dando rienda a mi curiosidad, saqué mi lengua y cuidadosamente empecé a jugar con su himen. Sería la única posibilidad que tendría de hacerlo porque, después de ese día, esa tela blanquecina habría desaparecido para no retornar nunca más. Su tacto suave pero sobre todo el aroma a joven hembra predispuesta que saborearon mis papilas, obligaron a mis instinto a salir de su sopor  y no demorar más lo inevitable. 
Andrea, lejos de poner objeción, facilitó mi incursión abriendo sus labios con los dedos. Los primeros gemidos de la muchacha no tardaron en llegar a mis oídos. Retorciéndose como una anguila, mi ahijada me rogó que la hiciera mujer mientras de su cueva se iniciaba el brote de su placer. Sorprendido de la cantidad de flujo que manaba de ese coñito todavía virginal, busqué sorberlo lamiendo su raja de abajo arriba como un cachorro. Al hacerlo solo extendí su agonía, juntando su orgasmo inicial con el siguiente. Exhausta me pidió que la tomara, la muchacha ya no podía más. 
– ““¡DESVÍRGAME! hazme tu mujer ¡Por favor papi FÓLLAME como tu mujer!”
Entonces, levantando sus piernas hasta mis hombros, acerqué la cabeza de mi polla a la rajita de su coño, y jugando con mi glande en su clítoris antes de penetrarla, conseguí estremecerla entre jadeos. Sabía que estaba dispuesta y por eso lentamente fui penetrándola para romper la única unión que le quedaba con la niñez y hacerla mujer. La verga llegó a hacer tope en su himen, lo mantuve sin romper en un mete saca de un minuto. Me asió de los brazos que la agarraban de su culo… 
– “¡Padrino, por favor rómpeme ya!”. 
Solo esperaba que su estrecho coño se acomodara al grosor de mi cipote y que estuviera bien lubricada. Sin más demora di un golpe de cadera rompiendo el himen de mi niña, sobrepasando aquella barrera nunca franqueada. El dolor que sintió al ser desgarrada fue intenso pero paulatinamente se diluyó. Al notar que estaba ya repuesta, inicié un suave vaivén en su interior, deslizando más de medio tallo en aquella estrecha vagina de apretadas paredes. Increíblemente, mi polla se vio embutida por la estrechez de su caño, de modo que resultaba difícil penetrarla con dureza. Gradualmente dicha resistencia fue desapareciendo al irse relajando  sus  músculos y entonces fue cuando aceleré la cadencia de mis incursiones hasta ser un ritmo desbocado.
Andrea por su parte, no se podía creer como el placer la estaba poseyendo y cerrando sus manos, comenzó a berrear su pasión al comprobar que aunque lo deseara todo su cuerpo se revelaba a un nuevo orgasmo y que le faltaba la respiración. 
– “Por favor, termina ya”. 
Difícilmente podía hacerle caso, demasiados años de abstinencia sin poseer a una mujer me espoleaban a seguir montándola como un venado en celo. En esos instantes mi mente no razonaba y sus palabras solo sirvieron de acicate. Tras diez minutos sobre mí, le extraje mi largo cipote para ponerla de rodillas sobre la cama…, ella adoptó la postura de una perrita en celo con toda naturalidad para que la volviese a clavar usando sus tetas como agarre a modo de riendas. La nueva postura elevó todavía más mi calentura y las inserciones se hicieron más profundas. No tuve compasión con aquella hembra que gritando se corrió al sentir mis pelotas rebotar contra su vulva hinchada, húmeda y caliente. Sujeta de las caderas o de sus tetas alternativamente, no permitía que se escapara en cada embestida y ella atravesada hasta su barriga se dejaba hacer entre gemidos, jadeos y gritos cuando notaba mi glande golpear la pared de su vagina. Envueltos en una espiral de loco placer, mis huevos reaccionaron con una descarga monumental de semen. Mi polla estalló soltando chorros de lefa espesa que regaba de simiente el fondo de su útero virginal con chorros de leche a presión en copiosa abundancia. Tanta era la descarga que mi cabeza comenzó a dar signos de atolondramiento por la descomunal potencia de mis eyaculaciones, mientras me vaciaba en interminable convulsiones. El esfuerzo fue demasiado y se desplomó sobre las sabanas mientras mi tranca terminaba de inseminar su interior uterino. Agotado también, me tumbé a su lado.
Durante unos minutos ninguno de los dos habló. Ella había conseguido su objetivo y yo seguía debatiéndome entre el deseo que esa cría me producía y la inmoralidad que representaba que un hombre que poseía su custodia acabase desvirgando a su tutorada. Me besaba el pecho mientras mi mano se perdía en su espalda y culo… Ese silencio fue roto por ella que saliendo de su ensueño, soltó una risa. Al preguntarle el origen de su risa, dándome un beso… 
– “No me había percatado que estoy en mis días fértiles. Y al pensar en que me puedes haber dejado preñada, me imaginé la cara que pondría mi padre al saber que su mejor amigo le ha hecho una panza a su hijita”. 
Debí haberla abofeteado en ese instante por no avisarme. Pero tanta responsabilidad tenía ella como yo…, al visualizar la situación no pude dejar de acompañarle en su risa.




Capitulo séptimo. MI ESPOSO. 
No sé cuánto tiempo pasó hasta que me despertó la mano de Arturo en mi cadera. Estaba bien arrimado a mí, me sorprendí porque nunca había estado así con nadie…, era un sueño hecho realidad estar en una situación así con él. Finalmente acostumbrada a su cuerpo me di cuenta que él estaba totalmente desnudo acostado a mis espalda. Detrás de mi apretó mi cintura sintiendo su sexo adormecido contra mi culo. Me di la vuelta con cara de interrogante y él me hizo señas para que guardara silencio. Entonces fue cuando mi padrino me levantó la camiseta hasta la cintura y apretó más su polla entre mis nalgas mientras yo veía como iba creciendo mi calentura. Todo mi conocimiento y mi forma de sentir parecieron cambiar en un instante. Sentí calor, miedo, emoción, deseo, sentí algo en mi estómago y un síntoma de placer en la parte superior de mi coño, justo en mi clítoris. Además se apoderó de mi el deseo de volver a ser suya, e inconscientemente empujé mi culo hacia atrás haciéndole saber que no quería dejarlo ir. No pensábamos en el bien o mal, simplemente nos dejábamos llevar por el momento. Me encantaba sentir a Arturo al lado mío percibiendo el olor de su sexo que tanto me excitaba, lejos de estar asustada por la enorme verga de mi padrino.  
– “¿Te sientes bien así?” 
Me susurró bien bajito y bien pegado a mi oído. Afirmé con la cabeza.
– “¿Te gusta sentirme?” 
Me decía restregándome su polla entre las nalgas. Eso me gustaba cada vez más. Deseaba poner mis tetas en la boca del mi padrino para que me las chupaba como si fuera un helado. Y en ese mismo instante la mano de Arturo se metía por debajo de mi camiseta hasta llegar a mis erguidas tetitas. Sus dedos se apoderaron de mi pezón endurecido e hinchado. Fue como un golpe de electricidad que se comunicó con mi sexo encendido, a la par nos besábamos y sin más dilación me bajó las bragas. Cuando regresó a la posición que estábamos me besó el cuello y por detrás sentí su verga intentar colarse entre mis piernas. Las abrí un poco para darle paso y las cerré apretándolo. No sé cómo explicarlo, pero me gustaba demasiado embutirme ese mástil duro como la roca. 
– “Me gusta mucho hacerlo contigo…”
Apoyando otra vez los labios en mi oreja, incrementando mi excitación. Se movió y percibí su magnífico falo resbalando por entre los labios de mi conejito ardiente. Sentía la necesidad de que no parara de hacerme el amor en todo el día, 
– “ Mi coño se había viciado."
Su mano la deslizó de mis tetas hacia abajo en una acaricia que llegó hasta mi conejito. Mi mente no podía procesar la velocidad con que se producían los hechos…, estos provocaban nuevos sentimientos y me aferré con más fuerza a esa dureza entre mis dedos. Me gustaba demasiado lo que estaba pasando… Arturo tomó una de mis piernas y la levantó un poco, pasó su brazo por debajo y lo deslizó entre mis piernas. Me acariciaba el coño depilado para él, con toda su mano y el deseo impulsó mis caderas inconscientemente. Me movía sin que yo tuviera control. Mi cuerpo no respondía a mi cerebro. Solté su duro falo y él lo llevó a posarse sobre los labios de mi vulva otra vez. La cabeza de su polla húmeda de cabeza ardiente se deslizaba en un vaivén delicioso. Me doblé hacia delante para darle mejor acceso a lo que me ponía tan loquita. 
Seguíamos en posición fetal, los dos de lado cuando mis movimientos se tornaron más bruscos por la calentura y accidentalmente provocaron que su gorda cabeza se metiera dentro de mi rajita… gemí sin quererlo. Nos miramos a los ojos, la sacó un poco y volvió a empujarla más al fondo, para volver a gemir abriendo más grandes mis ojos sin dejar de mirar a Arturo. Me volvió a sonreír y estirando su brazo acarició mi cara por unos segundos, lo que me hizo sentirme confabulada con él notando su glande expandir las paredes de mi vagina, cual nuevo secreto de hombre y mujer enamorados. Perdida por el calor irrefrenable de esa situación, sin quererlo también le sonreí con ese deseo que sentía entre mis piernas. Mi padrino lo volvía a intentar, pero mi estrecha vagina no cedía con facilidad. Arturo no dejaba de mirarme ni yo a él. Me gustaba observarlo directamente a sus ojos cuando me follaba, sentía ganas de comérmelo, de besarlo, de follarlo y hacerlo mío para siempre. No sé porqué pero esa situación de sumisión me atraía. Empecinado llevó su dedo a la entrada de mi culito, echó saliva en sus dedos y lo pasó por allí.
Volvió a empujar su verga contra mi culo… me dolió un poco alcanzando unos centímetros más de profundidad. Con mi boca abierta como quejándome en silencio y sin dejar de mirarnos. Levanté las sábanas dejándome ver como su dura masculinidad se perdía en mi coño. Se la miré fijamente y subí mis ojos para encontrar los suyos que me provocaban tanta calentura. Se la acaricié y la rodeé con mis dedos apretando la parte que no estaba metida en el chochete…, en un segundo me prendí otra vez de ese pedazo de carne que me provocaba tanto deseo. Volví a sonreírle ahora con más confianza animándolo a que la enterrara del todo en mi conejo hambriento. Sin embargo él la sacó y me tomó de la nuca. Suavemente me empujó la cabeza hacia abajo hasta que mi boca se encontró con su pedazo de dura carne trémula. Abrí la boca y él empezó a moverse metiéndola y sacándola follándome lo poco que cabía entre mis labios. 
El sabor al principio era fuerte y salobre a mi coño, pero a medida que seguía pasando el tiempo iba cambiando por uno más suave y delicioso. ¡No era la primera vez que chupaba una verga! sin embargo poseía un sabor que nunca había sentido, sabor a macho. Mi mano seguía aferrándola. Yo había perdido el control de mis sentidos por completo. Su mano guiaba mi nuca para que mantuviera el ritmo. Jamás habría pensado que chuparla iba a ser tan excitante… Seguía con entusiasmo disfrutando de la enorme verga de mi padrino. Por mi cabeza pasaban algunos pensamientos ¡Cómo había sido posible que este pedazo de carne hubiera estado alojado en mi pequeña vagina! Estaba entregada a que Arturo me calmara como fuera posible ese calor que no me abandonaba. Lentamente me la sacó de la boca y me hizo girar despacio para acomodarme mostrándome los pasos a seguir en estos casos. Empujándome de la cintura me hizo deslizar de la cintura para abajo, posicionándome de espaldas a él y sentí el calor de su gran verga restregándose en mi culo otra vez. La sentía enorme, diferente al día anterior. Sus manos hábilmente me acariciaban toda libremente. Lentamente fue abriéndome las piernas. Puso su glande entre los labios de mi vulva más encharcada ahora… me dejé llevar empalándome todo el mástil largo y grueso.
Él se movía lentamente procurando que mi vulva impregnara la piel de su polla. Poco a poco también yo empecé a moverme. Uno de sus dedos acariciaba mi clítoris y me hacía reaccionar sin control otra vez, empujándome más contra su cuerpo. La otra mano estaba en mis pezones. Me dio la vuelta a mi cara y me besó en la boca metiéndome su lengua audaz. Su lengua me abrió los labios y se coló hasta encontrarse con la mía, entrelazando nuestras lenguas en un beso pleno de lujuria. Eso me encantó avivándome. Imitaba con mi lengua los mismos movimientos que él hacía. En ese momento el cabezón de su polla resbaló entre los labios de mi vulva enjuta entrando sorpresivamente y me quedé quieta. Más por la sorpresa que por el dolor. Sus labios continuaban pegados a los míos. No parábamos de besarnos, estaba en las nubes… mis primeros besos llenos de sexo duro me electrificaban el cuerpo.
Con una especie de incertidumbre decidí disfrutarlo sin quejarme. Su boca no soltaba la mía y él también se quedó quieto con la verga metida al menos unos segundos con pequeño meta saca. Mi coño volvió a relajarse y yo definitivamente quería seguir sintiendo aquello que me estaba haciendo volar. Comenzó a moverse despacio de fuera a dentro. Solamente la cabeza entraba y salía. Mi coño se estaba acostumbrando a recibir a ese intruso despreciando el temor al dolor y me moví al mismo tiempo que él. Hablándome con su boca pegada a mis labios, me dijo con voz de deseo en un susurro… 
– “Me encanta tu conejito…” y me la sacaba un poco. 
– “Lo tienes muy rico…” y la volvía a clavar. 
– “Estas muy apretadita” 
Y continuaba ese ritmo de mete saca ahondando cada vez un poco más. Respondí con un lengüetazo dentro de su boca. 
– “¿Te gusta tenerla así?” Otro lengüetazo. 
– “Quiero follarte todos los días de mi vida… ¿Me deseas como yo a ti…?” 
Sacudí mi cabeza afirmativamente sin dejar de besarlo. Me gustaba muchísimo lo que me estaba haciendo. Con el delicioso movimiento de su majestuosa verga que me llenaba totalmente las entrañas, sus caricias y el beso interminable, se agolpó una enorme cantidad de deseo en mi clítoris y no podía dejar de moverme cada vez más rápido. A cada minuto le solicitaba más polla en mi coño volviéndome loca de placer. Y cuando sentí su susurro en mi oído diciéndome… 
– “Te voy a echar toda mi leche… Tómala.” 
Sentí el primer chorro de líquido espeso y caliente que se colaba dentro de mi útero. Me provocó tanta emoción que no pude más y exploté con un sonoro… 
– “Aaaahhhh… ¡Sí dámelo todo papi!” incontenible. 
Y volvió a besarme con la lengua entrando en mi boca sin dejar de vaciar sus huevos con un chorro tras otro de mi leche favorita. Colaboré empujando más su virilidad hasta que me invadió las entrañas y me arrancó un sopor embriagador entre las piernas. Percibí su terminación la mantuve en mi interior unos minutos más obligándole a no sacarla…, él no pudo evitar no penetrarme más porque lo amarré hacia adelante evitándolo. Finalmente nos relajamos desenfundado su mástil adormilado volviendo a arrimar mi culo a su pelvis en un abrazo tiernamente paternal. Me besó otra vez girando mi cuerpo hacia él. Me hizo tocarlo besándome mientras me acariciaba la cara. Mis dedos se mezclaban con ese líquido pegajoso al acaríciame el clítoris desesperada de obtener más placer. 
– “Pruébalo”
Me dijo, así que bajé mi cabeza hasta su vientre y se la chupé, sintiendo ese aroma a testosterona embriagador, el sabor perduró en mi mano desde su verga. ¡Me gustó demasiado! Disfrutaba todo lo que provenía de mi hombre. Todo era nuevo y delicioso, emocionante y deseado. Una vez que su polla estaba bien aseada por mi lengua nos enfrentamos los ojos de nuevo. Me empujó con las manos en mi culo hacia él y abrí las piernas soltando la polla que volví a sentir en mi barriga. Quedamos abrazados así por un tiempo sin dejar de besarnos. Yo no podía concentrar mis pensamientos. El dolor era aliviado lentamente por sus caricias mientras disfrutaba de su boca y su lengua.
Lo abracé y moví la cintura para sentirlo mejor con la erección disipada nos sonriamos satisfechos de nuestra relación. Con sus labios apoyados en los míos me susurró… 
– “¿Te ha gustado…?” 
– “Si mucho, aún estoy en una nube…” me animé a decirle.
 Y su lengua no me dejó hablar más. Nos trenzamos en otro beso interminable que duró un tiempo infinito con mis brazos rodeando su cuello. No quería separarme de él, así me quedé acurrucada a su cuerpo quedándome adormilada… le oía duchándose, y me entraron ganas de orinar con el susurro del agua caer. Entré en el aseo observando la silueta de mi padrino, me senté en la taza y cuando me agaché a orinar salió un poco de su leche, recordando la follada que el semental de mi macho me había regalado, sin duda con ella había alcanzado la mayor calentura de toda mi vida. La cantidad de semen depositado en mi coño tuvo que ser voluminosa, pues pasada más de una hora aún rezumó un hilo de esperma por fuera de mi vulva. Con mi último orgasmo y después de percibir la descarga de su leche me había calmado, no sintiendo la quemazón de la primera vez, lo que me indicaba que mi vagina se comenzaba a acostumbrar a la gruesa polla de mi amante Padrino. Abrí las cortinillas y me colé en su ducha…, ambos terminamos aseados y dispuestos a enfrentarnos a un nuevo día desde un punto de vista distinto… Como Esposos.
Aquella mañana desperté por la cierta actividad en la cocina en su cama desierta. Me quedé pensando un rato recordando la noche y me provocó una deliciosa sensación de estar completa como mujer…, cada día follábamos con mayor intensidad, euforia y lujuria. Sin atender a mi fertilidad me llenaba una y otra vez mi coño de su excelente esperma, en riadas de leche que mi útero receptaba con toda complacencia. Mi padrino entró a buscar su chaqueta y al verme despierta se acercó a mí, se sentó en la cama y me dijo… 
– “¿Estás bien?” 
Le contesté afirmativamente gozosa de saberme su mujer. 
– “Cariño, ¿Todavía piensas que te gusta lo que hacemos…?” 
Me dijo en voz baja. Le volvía a afirmar con la cabeza. 
– “Entonces ¿Quieres ser la esposa de tu padrino… a pesar de nuestra diferencia de edad?” Otra vez afirmé. 
Se inclinó un poco más y me besó en la boca con esa deliciosa lengua que me provocó cosquilleo en mi paladar. Metió su mano separando las sábanas y me acarició entre las piernas sin dejar de besarme. Me levantó la camiseta y bajando con sus labios me chupó los pezones mientras dos dedos me acariciaban los labios mojados de mi chochito encharcado ¡Guau! ¡Qué rico sentí sus caricias!  
– ““No quiero que te vayas, ¡deseo hacerlo de nuevo!” Se separó lentamente… 
– “Esta noche te haré el amor de nuevo mi vida, ahora me tengo que ir, el trabajo me reclama. Sabes que te tengo muchas ganas… Tantas o más de las que tú me tienes a mí” 
– “Siihh…te voy a esperar dispuesta a todo” 
Dije con el calor subiéndome por todo mi cuerpo… mientras su dedo seguía acariciándome el clítoris espigado, duro a flor de piel. Solo pude gesticular afirmativamente con mi cabeza mirando a mi adonis a los ojos. Me volvió a besar, lo besé levantándose para irse. Dejé pasar unos minutos para calmarme. Me levanté, notando que mi entrepierna me dolía algo menos al caminar que lo días anteriores…, aún así parecía que no podía cerrar totalmente las piernas. Traté de sobreponerme a la gran follada que la majestuosa polla de mi padrino me había dado esa noche. Aparecí en la cocina sentándome en un banco lo más rápido que pude para aliviar la sensación congestionada tan placentera que tenía en mi coño como recién desvirgado. Sabíamos que no podíamos despertar sospechas, por lo que debíamos de tener un comportamiento correcto en público. 

En clase o en casa estudiando, pasaba el día pensando en su llegada para sentir su viril masculinidad… Tanto deseaba tenerlo dentro de mí que me animé a ir a un centro de fertilidad e implantarme un diú, no podía permitir dejarme preñar, ni tampoco abstenerme de follar al natural con lo macho que es mi Padrino. Ahora no podía prescindir de su pedazo de carne dura desliándose entre mis apretadas paredes vaginales llenándole su verga de mis fluidos… ¡Me realizaba como mujer!, sin contar que su semen vertido en mi coño me hacía sentir más hembra. No estaba dispuesta a renunciar a ninguna de las dos cosas por un simple dispositivo dentro de mi vagina de conocida eficacia. Aún así algo falló y mi padrino consiguió PREÑARME… Hoy somos muy felices los tres y mis padres mucho más comprensivos de lo que nunca imaginé, pese a la gran diferencia de edad.

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