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UNA HISTORIA DE AMOR. Y si tú no has de volver...

    "Y si tú no has de volver" 1ª PARTE "Una para el otro y otra para el uno". Esa frase la repite una y otra vez mi ...

Conociendo a mis suegros


Mi EGO me hacía flotar sobre la tarima de aquel hogar que había mancillado. Ahora ya no era solo el cabrón que se estaba follando a su hija, ahora era el muy cabrón hijo de puta que se estaba follando a su hija y a su mujer. La noche de la urgencia enseñé a mi suegra para qué sirven los dedos ¡Ay madre mía las maduras, esas maravillosas criaturas! Me encantan, no lo puedo remediar. Esas mujeres expertas, sabedoras de su belleza y del morbo que producen, que saben maximizar sus virtudes, como sus voces, sus gestos y sus roces. Pero tenía un problema, nunca he catado a ninguna…, en verdad mi lista de mujeres es más bien corta, un par de novias anteriores a mi actual Irene. No obstante, las cosas cambiaron el día que conocí a mi suegra, una de las mujeres que más me excitaba de todas cuanto conocía.




Comenzaré describiendo a Victoria, aunque no pueda representar todo lo que me produce con palabras. Es una mujer obviamente madura, creo que ronda los 45, pero se lo he preguntado. No es muy alta, medirá 1,67 metros, una medida perfecta para una mujer… de piel blanca como corresponde a una pelirroja, un poco más granate de lo normal, imagino que tintado…otras veces se pone rubia. Es una mujer delgada y con unos pechos apetecibles sin ser muy grandes son desproporcionados a su cuerpo y por tanto sobresalientes. Además, la dama tiene una posición económica elevada, lo que no hace sino aumentar el morbo. Sabe vestir muy bien, insinuando sin enseñar y bastante apretadita siempre. La relación de Victoria conmigo, se había vuelto particularmente bastante estrecha desde el primer momento de conocernos, y eso nos dio cierta confianza…, unido a que ella me gusta y ella lo sabe, ocasiona no pocos roces, por su parte o por la mía, que distan de ser involuntarios. Nunca he sabido si ella se siente atraída por mí o solamente quiere demostrar su atractivo, pero claro queda que lo consigue. Ese verano solo íbamos a pasar unos días para conocernos nada más, pero la cosa se alargó más de la cuenta y ya llevábamos casi una semana. Poseían un chalet espléndido con ciertos lujos, una piscina semi olímpica desde la que se puede ver toda la montaña que parece el paraíso. Los hechos se desencadenaron de una manera natural, tanto que no esperábamos ninguno de los dos, pero que nos vinieron a ambos como anillo al dedo.

Yo estaba pasando el día allí, junto a Irene y su madre, Victoria. El marido de ésta estaba trabajando, por lo que no había podido venir. El día había sido divertido, como siempre, con baño en la piscina y deleite con el cuerpo de Victoria incluido, cuando por la tarde se desató la tragedia. De repente, llamaron a Irene unos conocidos con un familiar con problemas psíquicos que tuvo un brote, solo se les ocurrió en llamar a mi novia para que le echase una mano…, acudió rauda. En este punto, no está de más explicar que el chalet está lejos de cualquier núcleo urbano, y debía de trasladarse al otro punto de la urbanización…. Mi suegra no quería quedarse sola, así que yo caballerosamente, me quedé con ella. Tranquilos, empezamos a cenar, acompañando la opípara cena con un buen vino, tinto y fuerte, del que nubla los sentidos…, al cabo de tres o cuatro copas, a Victoria se le empezó a soltar la lengua, preguntándome por las chicas, por mis relaciones y demás. Ahí es cuando vi mi oportunidad e intenté aprovecharla. Como se suele decir, si cuela, cuela,  si no, me la pela… 
– Bueno Victoria, la verdad es que estoy centrado en mi trabajo, y además a las chicas no es que le interese mucho, Irene es una excepción…, empecé diciéndole.

– Vamos Héctor, no digas eso. Un hombretón como tú las habrás llevado locas, decía Victoria sentándose cerca de mí.

– Por favor, deja de decir esas tonterías, no soy ningún hombretón, soy normalillo..., le contesté, empezando a sentirme un poco incómodo.

– Pues mira, será porque mi marido tiene 56 años y una buena barriga, pero a mí sí me pareces un hombretón, por no decir un buen MACHO.
Mi suegra un poco tomada me pasó un dedo por el pecho, por encima de la camiseta. En este punto, vi posibilidades reales de volver a cumplir con uno de sus sueños eróticos, y de paso beneficiarme a esa morbosa madura. Decidí afianzarme en ese juego que nos llevábamos entre los dos y atreverme un poco más… 
– Bueno, la verdad es que las chicas de mi edad tampoco me atraen demasiado, algunas salvo excepciones son unas niñatas sin personalidad, ya no hay auténticas mujeres… como tú.
Me lo jugué todo a una carta, pasándole un dedo por la cara. En este momento, para dejar clara la situación, estábamos sentados uno muy próximo al otro, mirándonos fijamente, mientras seguíamos bebiendo vino, ya íbamos por la segunda botella, y los sentidos estaban algo “tocados”. 
– ¡Ay! ¡Qué tontos sois! Queréis mujeres de verdad cuando sois niños y queréis niñas cuando sois hombres, de verdad, esto de los hombres es un suplicio, dijo Victoria entre la risa y la ironía. Además, he visto chicas de tu edad pasando por la calle que parecen modelos, no sé quién preferiría a una vieja de tetas caídas como yo.

No sé a qué te refieres con lo de “tetas caídas”, dije encendiéndome, viendo muy victoria muy cerca. - Yo solo veo un par de pechos perfectos y en su sitio.

Haciendo un alarde de valentía del que no me creía capaz, se los cogí suavemente, soltándolos al momento…, me sentí sonrojado y algo abochornado por mi atrevimiento. Este gesto sorprendió a mi suegra, pero la excitó tanto que fue ella quién se atrevió a dar un paso más… 
– ¡Vaya, no sabía que te gustaran tanto! Si tan perfectos te parecen, quizás debas echarle un vistazo más de cerca.

Mientras decía esto, Victoria se soltó el lazo del vestido que llevaba, revelando sus magníficas ubres que tanto ansiaba volver a ver. Son unas preciosas colinas redondas, si bien algo caídas, nada que hiciera disminuir su atractivo, con grandes pezones oscuros, ya duros por la excitación, rodeados por aureolas también oscuras y grandes. El movimiento de Victoria me dejó sin habla e irreflexivamente, agarré ese par de mamas mientras lanzaba mi boca hacia la suya. Empecé a besarla, y pronto advertí que su lengua respondía a la mía con determinación y lujuria jugueteando dentro de mi boca, de manera algo torpe hacía lo mismo, no sé si por el alcohol, por los nervios, por la falta de práctica o por una mezcla de todo. En este punto, nos levantamos y nos fuimos al sofá, unidos por nuestras bocas, y con mis manos en una prolongación de sus apetecibles tetas. No obstante, algo no iba bien, Victoria no correspondía a mi pasión, la propia pasión que revelaban antes sus palabras. El hecho de desnudarse  abiertamente ante mí  tenía claro lo que era…. Aquello era un sentimiento que podía evitar que alcanzáramos la meta, y que me iba a costar un poco vencer…, ahora la culpabilidad que sentía le atenazaba a ella. Sabedor de esta circunstancia, decidí ralentizar las cosas y hablar con ella, antes de que su rechazo fuera más obvio….

– Victoria, ¿te pasa algo? Te noto algo fría, dije mientras acariciaba su pierna.

– Héctor, Héctor, no podemos hacer esto otra vez. Soy una mujer casada, tengo cariño a mi esposo y además ya eres parte de la familia…, eres tan joven, contestó ella un poco abatida.

– Pero Victoria, ya lo hemos hecho…

– Pero ahora es diferente corazón… ¡A los dos no apetece hacer el amor, por no decir claramente FORNICAR!

La respuesta me dejó más helado de lo que esperaba incluso, ya que la cantidad de sentimientos dando vueltas sobre la cabeza de Victoria era enorme. Sin embargo, no me rendí, sino que seguí intentando convencerla, con la palabra… y con mi mano derecha…

– ¡Oh vamos Victoria!, no hacemos nada malo, solamente queremos disfrutar un ratito esta noche, que de otra forma sería muy aburrida. Ni quiero quitarte a tu marido, ni abandonar a Irene…, soy un hombre que sabe lo que quiere ahora, y lo que quiero eres tú.
Dije besándola dulcemente en los labios, mientras con mi mano continuaba mi asedio sobre sus muslos, acercándome mucho a su secreto. Proseguí mis movimientos, ya que ella no oponía resistencia, incluso, instintivamente abría un poco más sus piernas. Así llegué hasta sus bragas, las cuales encontré completamente empapadas. Victoria me miraba, presa de una excitación culpable que no conseguía frenar, pidiéndome con la mirada que siguiera. Aprovechando esta brecha en su negativa, y el silencio de Victoria, esperando que avanzara algo más, desplacé sus bragas a un lado, dejando al alcance de mis dedos su vulva, la cual estaba inundada pos sus flujos.

– Héctor… mmm… esto está…mmmmmal, por favor, para… el juego se terminó… 
Me decía en un último intento por evitar que la masturbara, aunque todo su cuerpo me pedía que siguiera. Empecé a acariciar su clítoris, con mi dedo índice, mientras pasaba los otros por sus labios, abriéndolos un poco. Comencé a masajear su botón sobre el capuchón, después directamente sobre el clítoris, con dulzura, mientras los gemidos empezaban a escapar furtivos de su boca. 
– Te gusta, ¿verdad? Apuesto algo a que llevas mucho tiempo sin que nadie te haga esto.
Degustando la victoria que mis hábiles dedos acababan de concederme, ya que había derrumbado todas sus defensas.

– ¿Tiempo dices? En mi vida… había sentido algo así… Nunca me habían hecho algo como esto...
Me contestó Victoria, luchando contra los suspiros y los gemidos que salían, cada vez con mayor fuerza, por su boca.

– Vaya, pues esto es lo que puedes tener conmigo, y muchas cosas más que te puedo descubrir, Victoria… le dije mientras volvía a besarla.

En este caso, no solo no opuso resistencia, sino que atrajo mi cara hacia la suya y me devoró la boca con ansia, como un animal salvaje que es liberado tras mucho tiempo en una celda. Tras esto, se quitó a duras penas las bragas, intentando que no dejara de tocarla, bajó mi bañador, dejando a la vista mi polla, que orgullosamente erguida esperaba a ser acariciada. 
– No quiero que pares con esto nunca, Héctor, nunca.
Dijo mientras echaba mano de mi artefacto, para empezar a masturbarlo con intensidad, mientras seguíamos besándonos. Al poco de seguir en esta posición, con potentes gemidos y unas intensas convulsiones, Victoria se corrió sobre mi mano, dejándola impregnada de su flujo. Mi reacción, en este momento, fue llevarme los dedos a la boca, y probar el sabor de mi suegra… 
– Vaya Victoria, sabes tan bien como esperaba, le dije socarronamente.

Ella, fuera de sí, me pidió que la penetrara…, necesitaba sentir mi vergazo dentro de ella, como hacía tiempo que no sentía una. Yo, sobra decir que obedecí, acostándome en el sofá sobre ella, me abrió las piernas recibiéndome despatarrada con todo el coño entreabierto. Con tan solo la guía de mi pelvis enfilé mi polla en el coñito de mi suegra, haciendo recorrer mi glande por toda su raja desde el capuchón de su clítoris hasta la bocana de su vagina que se fue tragando mi cipote elevando un poco su culo para ayudar a alcanzar la cota máxima calando la pieza hasta las pelotas. Con cadencia fui dando embestidas que incrementaban su ritmo, mientras besaba sus labios y ella mamaba mi lengua. Una vez me liberaba me enzarzaba con sus tetas a chupetones mamando de sus pezones, a la vez que ella solo era capaz de gemir. 
– ¡¡Hum, hum, hum!! ¡Joooder Héctor, sigue por favor, no pares nunca de hacer esto! ¡No pares de FOLLARME! 
Me decía mientras la atravesaba cada vez más fuerte. A su hija no le entraba más de dos tercios, pero a su madre sí le ahondaba hasta las mismas pelotas los 22 cm de rabo grueso que tenía para ella. El escuchar a mi madura suegra, mientras sus tetas se movían, acompasadamente junto a su cuerpo en un vaivén hipnótico, escuchando sus gemidos y su mirada de placer, unido a lo apretado de su interior haciendo presión sobre mi espolón inhiesto, iban a hacerme estallar de un momento a otro. No quería, porque quería aguantar lo máximo, satisfacer totalmente a esa mujer que se había convertido en mi amante en estos dos tres últimos días…, pero iba a correrme como en mi vida, en menos de un minuto. Estaba demasiado salido como para aguantar más de diez minutos, y ya cerca de tal cota le solté…

Victoria, voy a, voy a… a correrme.
Le dije precipitado, mientras le agarraba los enormes ubres lecheras, le pellizcaba los pezones, Ella gemía como descosida intentando animarme a acabar…

– Quiero que te corras cariño… quiero que te corras dentro de mí… ¡Dámelo todo de una vez! ¡PRÉÑAME! ¡¿No te gustaría dejar preñada a tu suegra?!
Me abrazó con sus manos y sus piernas haciéndome un ovillo del cual no pude escapar. Quedé perplejo por lo que me pedía, pero solo pensé que era fruto de la lujuria del momento, solo un calentón.
– ¡Vamos mi amor quiero que me des toda tu leche! ¡Vacíate bien los huevos en mi útero!  Me dijo Victoria, totalmente extasiada.

Con esas palabras, otorgándome permiso para bañar su interior con mi semilla blanca cargada de millones de bichitos locos por preñar a la dama. Aceleré mis embestidas, alcanzado el clímax, mientras percibía que mi compañera hacía lo mismo. Percibí como salía el primer chorro de leche hacia su cuello uterino, llenando la entrada del mismo, así como las contracciones de su coño sobre mi polla a la vez que los chorros de esperma espeso salían hacia el interior de mi suegra, me indicaban que ella se estaba corriendo al mismo tiempo que yo por sus gemidos entre esténtores…, lo que por extraño que parezca, me alegró, indicando que existía una conexión especial entre ambos. La clavé a tope y con sus succiones vaginales y mis pequeños vaivenes dentro de su fondo vaginal fui soltando lechazo tras lechazo dejando secos mis cojones por segunda vez esa semana. Ella debió sentir algo parecido, ya que al terminar, me besó con una mezcla de pasión y cariño que me dejó atontado y, devolviéndole el beso terminamos abrazados en el sofá…, exhaustos, sudorosos y un tanto enajenados. Me sentía atolondrado corriéndome dentro de ella, extrayéndome las energías de mi cuerpo en cada eyaculación…, fue bestial el apareamiento animal no había llevado cerca de veinte minutos.

Desde que se fue Irene pasaron un par de horas, pronto volvería, pese a ello nos recreamos desnudos acariciado cada centímetro de nuestros cuerpos…. Tras separarme de ella, después de volver a besar todos los poros de su cuerpo que estaban al alcance de mi lengua, Victoria metió un dedo en su interior y, tras sacarlo impregnado de mi leche, lo introdujo con deleite en su boca, diciendo… 
– ¡¡Vaya Héctor, sabes tan bien como esperaba!!
Después de este sarcasmo, me dio un sonoro azote y decidimos arreglarnos aparentando que allí no había pasado nada, esperando la llegada de Irene. Mi novia llegó una hora y media más tarde y nos pilló charlando en el porche del jardín, se unió a nosotros y de esta manera terminaba una noche de fantasía, sacada totalmente de un sueño. Aún hoy pienso que aquel polvo no ocurrió, pero vuelvo en sí tras el pequeño detalle, de que se ha convertido en mi amante habitual cuando tenemos la ocasión. Ahora vivimos a pocos minutos en coche, y quedamos para dar rienda suelta a nuestra pasión cada vez que alguno lo necesita, descubriendo cosas nuevas (para ambos) y saboreándonos mutuamente, como el más delicioso de los postres…, creo que ella piensa lo mismo de nuestra relación. En casa cuando nos juntamos es la suegra más atenta, manteniendo las distancias, pero a solas es la hembra más caliente y Puta que puedas encontrar… 
**********************
Comenzaremos como fue la primera vez, cuando conocía a los padres de mi novia. Aquella mañana Irene me increpaba sobre mi mejor facha para presentarme en casa de sus padres… 
– ¿Pero te has puesto esa corbata?

– La roja no me queda bien. Irene me miró, intentando ganar algunos segundos.

– Va, pruébate la roja, dijo al fin.





Efectivamente, no me quedaba bien la corbata roja. Pero ya que íbamos a casa de sus padres, qué menos que llevar la corbata que a ella le gustaba. Esperaba que también les gustase a ellos, pues era la primera vez que iba a verlos. Había conocido a Irene en el sur de Francia. Yo estaba allí cerrando varias operaciones de compraventa que tenía mi empresa con otra alojada en Toulouse, y Irene se encontraba por allí haciendo el Erasmus para terminar su carrera de Psicología clínica. Ocho meses después ya vivíamos juntos. Ella estaba empeñada en que conociese a su familia, por lo que, al no poder alargar más mis excusas, había reservado un vuelo a Zaragoza para que los conociese aquel fin de semana. Era un pecado, según me decía, que nunca hubiéramos ido a verlos estando tan cerca. 
Ya verás, te van a caer súper bien, sobre todo mi padre, me decía ella en el avión.

– ¿Estabais muy unidos, verdad?

 Bueno… soy su única hija, qué quieres…

– Ya…

– Por cierto, ya sabes que no tienes que mencionar aquello, ¿no?

– ¿El qué?

– Pues eso… que tú y yo… 
No pude evitar que se me escapara una carcajada que resonó por todo el pasillo. El guiri que llevaba los calcetines hasta los tobillos se giró hacia nosotros y nos miró como si fuéramos un par de locos. 
– ¿De qué te ríes? Me preguntó Irene.

– Pues… digo yo que tus padres ya se lo imaginarán, ¿no?

– No te creas, dijo ella con su cara filosófica… – Mis padres son muy inocentes.

– ¿Cómo de inocentes?

– Héctor, ya te lo expliqué. Te acuerdas, ¿no?

La primera noche junto a Irene ya me había explicado que su abuelo había sido pastor de la iglesia evangélica de su pueblo, y que, aunque su padre no había seguido a rajatabla con eso, era muy tradicional y algo antiguo en sus pensamientos deben ser las relaciones entre hombres y mujeres… ¿Y si me lo pregunta? ¿Y si no le caigo bien? ¿Y si me dice que…? Mi batería de preguntas se alargó hasta llegar a la misma puerta de su casa. Los padres de Irene vivían en una casa entrañable a las afueras de la ciudad, toda blanca y reluciente.

– Tú solo haz lo que te digan, aunque no te guste, me dijo ella como si hubiese contestado a todas mis preguntas de golpe.

– ¿Qué? ¿Qué quieres decir con eso? 
La puerta de la casa se abrió entre las manos de una mujer pelirroja y algo huesuda que nos miró con sus ojos verdes y relucientes.

– ¡Mamá! 
Irene y su madre se fundieron en un abrazo mientras yo no sabía si dejar la maleta en el suelo o decirle al taxista que me llevase de nuevo al aeropuerto. 
– Mamá, este es Héctor, el chico del que os he hablado tanto. 
Yo me quedé inmóvil, limitándome a asentir lo que ella iba diciendo. 
Héctor… dale dos besos a mi madre, ¿no? Dijo algo mosqueada.

– ¿Eh? Ah, sí, sí…claro. No llevaba ni un minuto allí y ya la había fastidiado. Eso era empezar con el pie izquierdo.

– ¿Dónde está papá?

– Debe estar atrás en el patio, no os habrá oído llegar. Pasad, pasad…

Yo caminé con la mirada agachada mientras la madre de Irene cerraba detrás de mí la pesada puerta. Oí como sellaba mi condena al cerrarla, pero enseguida puso sus manos en mi espalda y nos preguntó… 
– ¿Qué tal el viaje?

– Bien, no sabes lo que nos ha pasado, un grupo se puso a cantar y…

Irene se puso a divagar con su madre mientras ambas se perdían por el interior de la casa, olvidándose de mí y dejándome allí solo sin saber qué hacer. Aquel salón era inmenso, por lo que fui de allá para acá con una actitud cotilla y con mi maleta todavía colgada de un brazo. No sabía en qué momento tendría que salir huyendo. Al lado de la mesita del teléfono había una foto de una niña con un señor, una tarde de verano en la piscina. A la niña le caía el pelo rubio y mojado por los hombros y al señor le iban a reventar los brazos de tanto músculo que había sacado….

– ¡¡O dejas eso donde estaba o te vuelo la cabeza!! Me dijo una voz desde atrás. – ¡¿Eh?! – Tienes tres segundos para decirme quién eres y qué coño haces en mi casa o esparciré tus sesos por la alfombra.

Me quedé blanco. No es que no supiera qué decir, es que mi cuerpo no me dejaba articular palabra. 
– ¡Papá! 
Irene se abrazó al hombre que me había amenazado aún más fuerte si cabe de lo que lo había hecho con su madre.
– Cómo te he echado de menos papá… 
Su madre contemplaba la escena, casi con ojos llorosos, mientras yo me pasaba la mano por la nuca intentando que la sangre me llegara de nuevo al corazón. 
– Veo que ya os habéis conocido, dijo Irene.

– Pues…

– Dame un abrazo, coño, dijo su padre rebosando felicidad.

La palmada que me dio en la espalda, seguida de un par de bofetadas, casi me dejaron noqueado, pero estaba contento de que el tema se hubiese solucionado. O al menos eso creía yo.
 – ¿Queréis tomar algo? Preguntó la madre de Irene.

– No, señora, gracias.

Llámame Victoria.

– Llámala Victoria, añadió su marido.

– Sí, claro… Victoria.

– Que sí hombre, si estáis muertos del viaje, seguro. Voy a prepararos algo.

– Voy a ayudarte mamá.

– Voy con vosotras.
Dije casi como un acto reflejo. Pero ellas ya habían pasado a la cocina.

– Ven aquí coño, ¿no quieres ver mi casa? Me preguntó él.

– Sí… claro que quiero. 
Subimos por las escaleras hasta la segunda planta, donde su padre me llevó directamente a lo que él consideraba su santuario.

– ¿Bebes whisky o ron?

– Pues… yo… ron como los piratas…. 
Dije queriendo romper el hielo que me atenazaba.

– Toma, dijo pasándome el vaso. 
Bebió un sorbo mientras me miraba antes de articular palabra.
– ¿Así que tú eres el cabrón que se está follando a mi hija?

– ¿Perdón?

– Ya me has oído filibustero.

– No… no, se equivoca, yo no…

– ¿Qué? ¡Vamos chaval que no he nacido ayer…!

– Pues que yo no he hecho eso con ella.

– Entonces… ¿Sí con otra?

– No, yo… con otra no…

– No me jodas a tu edad… ¿Eres virgen?

– Bueno, yo…

Sin que hubiese respondido aún, sonó el teléfono. Salvado por la campana. Él descolgó el teléfono mientras yo me reclinaba en mi sillón como un niño regañado… 
Sí… no joder, este fin de semana está aquí mi hija. Sí… No… Pues hazlo tú joder, reúne a los chicos… 1… X… 1… 2… No, espera. Ponle una X al Real Madrid…. Y yo qué sé… Sí… Adiós, adiós… Yo me bebí todo el vaso de golpe, esperando mi muerte. – Esta panda de maricones no sabe hacer nada sin mí.

– Oiga, señor…

– ¿Qué? Él se levantó sin dejar que yo terminara mi frase. – ¿Fumas?

– No, por Dios, no…

– Toma, 
Dijo pasándome un habano a la vez que ignoraba mi respuesta. 
– ¿Tú quieres a mi hija? 
Por un momento él me miró con su puro encendido en una mano y el vaso de whisky en la otra desafiante.
– Yo quiero a su hija, es una mujer increíble. Desde que la conocí…

– Sigue, dijo dándole una calada.

– Estoy enamorado de ella.

– Bien, dijo levantándose de la butaca.

– Si algún día… Antes de que acabara la frase, Irene entró por la puerta.

– Pero bueno, ¿Qué es todo este humo?

– Tu novio, que ha insistido en que me fumase uno.

– Papá, tú no puedes fumar. Voy a tener que castigarte, dijo ella riéndose. 
Él la besó mientras ella se volvía a abrazar a su padre. 
– Bajad, ¿vale? Vamos a comer algo.

Casi como una búsqueda de ayuda más que como una muestra de cariño, le cogí la mano a mi novia y salí de allí con los hombros más tensos que haya tenido nunca. Su padre apagó el puro y nos siguió hasta el comedor. Comimos mientras el padre de Irene presidía la mesa en el otro extremo. Me miraba con jactancia, en ocasiones con asco, hasta que finalmente soltaba una sonrisa maliciosa y bebía de su vaso. Al caer la tarde me senté por fin en el sofá junto a Irene, como había hecho esos últimos ocho meses. Sus padres, distraídos con las plantas, habían salido al patio. 
– ¿Bueno…qué te ha parecido? Me susurró ella.

– Tu madre es un encanto.

– ¿Y mi padre? 
Irene me miró con su cara tierna, esperando que yo no la desilusionara.

– Es… nos llevamos bien. 
Ella me besó en la boca a la vez que ponía su mano en mi pecho.

– Como me alegro de que os llevéis tan bien. Irene volvió a besarme. – ¿Sabes lo que me gustó mucho? ¿Te acuerdas aquel día cuando…? 
Irene empezó a susurrarme cosas al oído mientras me mordía la oreja con sus dientes. Su mano se deslizaba por debajo de mi camiseta, y ella no dejaba de repetirme su impresión de cómo le había recorrido el cuerpo con mi lengua.

– Irene… Victoria nos miraba a menos de un metro con cara de asombro.

– Mamá…

Tu padre quiere pasar un momento por el club.

– ¿Por qué no lo acompañas? me preguntó Irene.

– ¿Yo?

– Sí, tú. Le encantará. Va, cariño…

Ve, está en el coche. ¡Corre! Me dijo su madre.

Salí por la puerta mientras el padre de Irene me esperaba junto al capó de su coche. 
– Cariño, te olvidas el móvil, dijo Irene bajando las escaleras.

– Gracias.

– Oye, pase lo que pase no se lo digas a mi padre, ¿entendido? Si llevas una mentira hay que llevarla hasta el final. 
Irene me besó y volvió a subir las escaleras.

– ¿Nos vamos o qué?

Voy, señor…

El club no era ni más ni menos que el bar de turno donde se reunían el padre de Irene y sus amigotes con el fin de elevar su nivel de testosterona.
– ¿Nos pones dos medianas, guapa? Gracias.

– Voy cariño, le dijo la camarera.

– Está buena, eh.

– ¿Perdón?

– Esther, la camarera.

– No… no sé…

– ¿No has visto el culo que tiene?

– Bueno…

¿Qué pasa, no te gusta? 
Me gusta el de su hija, estuve a punto de decirle. Pero aquello me hubiese hecho ganar un puñetazo.

– Sí…

– ¿Sí, verdad?

– Supongo…, dije tratando de adivinar sus intenciones.

– ¿Qué le harías?

– ¿Qué?

– ¿Qué le harías?

– ¿A Esther? A ella nada…

– ¿Eres maricón?

– ¿Qué? No, claro que no…

– Joder, si me dices que no te follarías ese culo qué quieres que piense…

– Yo no he dicho que no… señor… dije para decorar la frase.

– Tampoco has dicho que sí.

– Bueno…. sí que lo haría, pero…

– ¿Qué harías?

Pues lo que usted ha dicho.

– Aquí tenéis, preciosidades, nos dijo Esther pasándonos las cervezas.

– Esther, llegas justo a tiempo. Mi amigo quería decirnos una cosa. 
Esther me miró, esperando que yo dijera algo.

– No, sólo que…

– A este no tienes que tomártelo en serio…, dijo Esther hablando como si él no estuviese.

– ¿Cómo qué no? ¿Entonces no nos vamos a fugar al Caribe como habíamos planeado?

– Claro que sí.
Dijo Esther cogiéndole el moflete como si él fuera un niño. Cuando ella se hubo ido, el padre de Irene volvió a la carga. 
¿Y entonces?

– ¿Qué?

– ¿Lo harías o no?

– Sí…pero…

– ¿Qué harías?

– Pues… follarla por el culo, ¿no? Es lo que ha dicho usted…

– Yo no he dicho eso.

– Sí que lo ha dicho…

– No, eso lo has imaginado tú.

– No, estoy seguro de que lo ha dicho antes.

– ¿Pero sabes el gusto que da? La polla entre los dos cachetes…

– Sí…

– ¿Cómo que sí?

– Quiero decir que no.

– ¿No qué? ¿Y ese sí de antes? ¿Cómo vas a saberlo si no lo has probado? ¿O es que sí…?

– No, a ver… yo quería decir que… 
Aquel cabrón me había hecho una encerrona y yo había caído de cuatro patas.

– Yo con mi mujer nunca hice nada hasta el día de nuestra boda, dijo aliviando la tensión. – Pero nunca dejé que le faltara de nada desde entonces. Yo sonreí en señal de aprobación. – Como le hagas daño a mi hija…

– Señor, no voy a hacerle daño a su… Mis ojos se pusieron como platos al ver que destrozaba una lata de Heineken ya vacía. – Pero… ¡pero qué hace!

– ¿Me he explicado bien, no?

– Joder, sí.

– Bien. 
Volvimos a casa sin que yo dijera mucho, con el miedo metido en el cuerpo.

– Anda mira, qué bien os lleváis ya, ¿eh? Me dijo Irene al recibirme.

– Sí. Genial… 
Dándome una palmada en el culo me hizo subir las escaleras.

– Bueno, ¿y de qué habéis hablado?

– ¿Nosotros? Pues… lo típico…sólo cosas de tíos… fútbol y tal…

– Qué bien cariño.

– Y… Irene, tu padre…

– ¿Qué ocurre?

– No, pues que…

– Entrad, vais a coger frío, nos gritó la madre de Irene. 
Irene se escabulló con su padre mientras yo me quedaba a solas con su madre, quieto como la escoba que estaba en la cocina. 
¿Qué tal? Me preguntó.

– Pues bien, ¿y usted? Dije absurdamente.

– No me trates de usted, ¡me haces sentir vieja!

– No, por Dios… quiero decir… no querría ofenderla. 



Mi suegra andaría sobre los 45 años y se conservaba muy bien, de no saber que tiene una hija de 23, le hubiese echado treinta y tantos.

– Y dale… llámame Victoria, ¿vale? 
Me dijo con su mano cariñosamente en mi mejilla.

– Sí, sí… claro, Victoria.

– Vale. Di un par de pasos antes de decidir marcharme, pero Victoria me detuvo… – ¡Ah, una cosa más!

– Dígame… dime.

– Usad lubricante, lo hay muy buenos y excitantes…

– ¿Qué?

– Así no le dolerá.

– No sé muy bien de qué habla… 
Sin tapujos, Victoria me miró a la cara.

– Irene ya me ha dicho que la tienes demasiado grande… Con los dedos índices me indicó cual era mi tamaño de verga - Es una pieza enorme para lo ceñido que lo tiene ella ¡Debes ser compasivo en su uso! 

Yo tratando de evitar que su padre supiese la verdad y Irene se lo había contado a su madre, ¡y encima con detalles! No pude evitar sentirme traicionado. 
– ¿Qué le ha dicho? Quise saber.

– No, simplemente que a veces le duele al hacer el amor contigo, sobre todo si tratas de meterla entera. ¡Llegas pronto a su fondo vaginal con enterrar poco más de la mitad de tu verga…!

– Pues a mí no me ha dicho nada…

– No te preocupes, eso es normal, algunos hombres pensáis que tenemos una vagina infinita y solo llegamos a 12 o 14 cm de profundidad sin dolor…. Así es cariño, si no puedes estimularla naturalmente, tendrás que utilizar algo para que no le duela, ¿no? 
– Sí, bueno…
– Pues eso encanto... fóllatela con cariño ¡¿lo prometes...?!

Victoria me guiñó el ojo y me dio la espalda mientras yo sabía que estaba sonriendo a pesar de que no le veía la cara. Por un lado me sentía enfadado con Irene, pero por el otro pensaba que era absurdo molestarse por eso. Lo mejor sin duda de aquel día fue poder estirarme en la cama junto a mi novia, aunque quise ser precavido después de lo que su madre me había comentado. 
Sería mejor que durmiese en otro sitio.

– No seas tonto, la gente también duerme en pareja sin hacer nada más.

– Ya… no creo que sea la mejor idea. 
Cogí la almohada y me puse de pie.

– Héctor, por favor. Ahora en serio.

– Vale, vale… sólo voy a lavarme los dientes. Ahora vuelvo. 
Salí de la habitación en calzoncillos y mi camiseta blanca manchada de mostaza hacia el lavabo. Dentro me encontré de golpe con Victoria. 
– Perdone, no sabía que estaba ocupado.

– Oye, te voy a dar la próxima vez que me vuelvas a tratar de usted.

– Disculpa…

– Pasa. 
Cerré la puerta, intentando disimular los nervios.

– Sólo venía a… 
Sin hacerme caso, Victoria se metió las manos por debajo del camisón y sin apenas dejar que se viese nada deslizó las bragas que llevaba puestas hasta sus tobillos.

– Será mejor que me vaya. 
Victoria se agachó para coger sus propias bragas y alargó su brazo hasta dármelas.

– ¿Las pones ahí, por favor? En la cesta al lado de la bañera.

– ¿Esta? Dije señalando la cesta.

– Sí, esa. Gracias corazón.

Victoria empezó a desmaquillarse mientras yo la miraba. Era una mujer delgada, con una sonrisa brillante y pequeños lunares repartidos por sus brazos. Su camisón negro se pegaba a su cuerpo de tal manera que empecé a recorrerla más con la mirada.

– ¿Qué tal con Jorge, con mi marido? Me preguntó

– Ah… bien, bien…

– Acércate. Di un paso al frente. – Un poco más, que no muerdo.

Me acerqué un poco más hasta quedarme a su lado. 
Nosotros queremos mucho a Irene.

– Yo también la quiero, señ… Victoria.

– Lo que te he dicho antes es porque no quiero que le hagas daño.

– No sé porque piensan que quiero hacerle daño.

– Ya lo sé. Pero quiero que mi hija también disfrute de las relaciones sexuales.

– Yo… bueno, y qué hago, ¿se lo pregunto?

– Mira, Héctor. Yo no soy sólo la madre de Irene. Quiero que sepas que aquí también tienes a una amiga. Y quiero ayudarte en lo que pueda... yo te apoyaré mucho mejor que mi esposo, que es un bestia y con su hija una bestia parda sin raciocinio.

– Joder, muchas gracias Victoria. 
Aquellas palabras me emocionaron tanto que la abracé, sin importar el contacto tan frágil que había entre nuestras partes íntimas y entre nuestros cuerpos.

– Es sólo un consejo, pero si yo estuviese en vuestro lugar prescindiría de hacer el amor esta noche.

– Sí… ya lo habíamos pensado. 
Victoria me cogió las manos y las puso en su cintura.

– Mira lo que más le gusta a mi niña desde que era un bebé es que le acaricien por aquí, ¿ves? Eso le gustará.

– Sí… 
Me desprendí de ella, pero fue Victoria quien puso sus manos en mis brazos.

– Así, por ejemplo, por los brazos también…. ¿ves?

– Sí, ya sé lo que le gusta…

– ¿Y qué le gusta?

– Quiero decir….

– Héctor, por favor. ¡Qué tenso estás hijo! Conmigo relájate, mi amor.

– Pues… besos, y tal…

– Abrázala, así. 
Victoria hizo que abrazara su culo. Instintivamente yo lo cogí como si fuese a caerse. 
– Así, muy bien. Lo haces muy bien. 
Con mi mano subió ligeramente su camisón. 
– ¿Lo notas? ¡Si me dan escalofríos hasta a mí! 
Parecía mentira, pero Victoria tenía el culo más duro y firme que hubiese tocado, más que el de Irene. 
– Le acaricias las piernas, así.

Victoria pasó las yemas de los dedos por sus muslos con tanta naturalidad que me asustó. No sabía si ella era consciente de lo que estaba pasando, o si solamente pretendía ayudarme en mi relación con Irene, pero la polla se mi inflamó y el mazo se extendió haciéndose notar en su culo. Pensando en aquello me aparté.

– Bueno… gracias, Victoria.

– De nada corazón.

Pasé a toda prisa por el pasillo rumbo a nuestra habitación, donde Irene ya dormía profundamente. Yo apenas sí podía cerrar los ojos. Tras probarlo varias veces y ver que el reloj marcaba la una y media pasadas, me levanté sin despertar a Irene y fui hasta la cocina, donde no encontré más que leche en un tetrabrik. Por miedo a que alguien se despertase me tomé la leche fría sin meterla en el microondas. Al pasar por la biblioteca que el padre de Irene había montado, vi una tenue luz que brillaba desde el interior. Empujé la puerta sigilosamente y Victoria se giró inmediatamente. Al verme me pidió que encendiese la luz.

– ¡Ei!

– ¡Hola…!

– ¿Qué pasa, no puedes dormir?

– No, bueno…

– Ven, siéntate
Le hice caso y me senté en el sofá, solo con la intención de decirle que iba a marcharme. Un poco contradictorio, pero aquella era mi verdadera intención. 
– Yo aquí, viendo la tele.

– ¿Qué dan?

– Una reposición de El Paciente Inglés. 
Victoria seguía con su camisón y ni siquiera había desdoblado la manta de cuadros que tenía a su lado. Ella me miró con curiosidad. 
– ¿Y bien?

– ¿Sí…?

– ¿Qué tal ha ido?

– No te entiendo…

– Pues… si has hecho lo que te dije, por ejemplo.

– Ah… no, no… Irene ya estaba dormida, debía estar muy cansada.

– Está bien, mejor así. Es igual que su padre, Jorge también duerme profundamente en nuestra habitación... ahora ronca como una morsa moribunda.

– Y yo también debería dormir un poco. Buenas noches.

– Sabes, Héctor… me gustaría mucho que Irene y tú me dierais un nieto.

– Bueno, reí nervioso. Sí… nos estamos conociendo, de momento.

– ¿No tienes frío? 
Me preguntó al ver que seguía yendo en calzoncillos.

– ¿Y usted…tú… no tienes frío? 
Dije apelando al camisón que llevaba.

Anda… 
Ella me pasó la manta y yo, más por incomodidad que por frío, me arropé tapándome con ella. 
– ¿Así nunca habías salido con otra antes de estar con ella?

No sabía de dónde había sacado aquello, pero aun así le contesté. 
– Sí, bueno… Con un par de chicas, pero nada serio.

– Lo digo porque te veo muy tenso, como si no te gustara estar aquí. Nosotros queremos que te sientas en familia.

– Lo siento… no me es tan fácil….

– No me pidas perdón. Cariño, es normal estar así, pero relájate un poco, ¿no? Ahora vas a formar parte de nuestra familia también.

Con sus palabras de Corleone, empecé sin darme cuenta a darle un repaso más lento de lo que me hubiese gustado a Victoria. 
– ¿Vale?

– Sí, claro…

– Irene ya no es una niña, te habrás dado cuenta de eso.

– Sí, claro que sí… Victoria.

– Ya sabemos que tiene algunas necesidades, como todos.

– Soy consciente.

– Por ejemplo, ¿tú cómo la haces sentir bien?

– ¿Perdón?

– Sí, por ejemplo… ¿Cómo eres a la hora de besarle el cuello?

– ¿Qué cómo soy? Pues no sé, me sale solo…

– A ver, ven. 
Victoria se acercó a mí hasta el punto de arroparse ella también con la manta. 
– Imagina que soy Irene. 
Yo la miré, mientras ella esperaba que me lanzase directo a su cuello. 
– Héctor, por Dios, relájate y disfruta del momento…, ninguno de los dos se va a despertar ¡Te lo aseguro!

– Pues… le daría un par de besos, y luego…

– No, no me lo expliques, hazlo directamente, me ordenó.






Me acerqué más a Victoria y le di un par de besos en el cuello. Justo en el mismo sitio mis labios pasaron a morder su morena piel, y la punta de mi lengua lamía el camino que mis besos habían dejado. Victoria me puso la mano en mi mejilla, incluso se atrevió a bajarla y darme apretones en mi propio cuello….

– Lo has hecho muy bien cariño.

– ¿Gracias?

– Tú ya lo sabrás, pero es importante que cuando le hagas el amor no solo te preocupes de meterla y sacarla con un buen ritmo en su coñito…. Parece una tontería, pero créeme… no debes olvidarlo…, las demás partes del cuerpo también juegan en dicho acto... sus pezones y el clítoris son puntos estratégicos.

– ¿Quieres decir por ejemplo, que si estamos follando… haciendo el amor… es importante estimularla con besos y frotaciones ahí?

– Si estáis follando…, me guiñó el ojo al decirlo. – La boca y las tetas también juegan…a nosotras no solo nos estimula estar clavada o frotar el clítoris, los pezones se erectan para abusar de ellos, y debes hacerlo porque ella está muy excitada entonces.…

– Ya lo he… entendido, dije para ponerme de pie e irme.

– ¿En qué habías pensado?

– ¿Cómo?

– Sí, supongo que al decirlo habrías pensado en cierta situación, ¿no? Incluso en alguna postura concreta…misionero, griego o flor de loto quizás.

– Yo… sólo pensaba…

– ¿Qué corazón?

– No… en besarle la espalda, por ejemplo.
Victoria se estiró poco a poco en el sofá, tirando inconscientemente de la manta con su cuerpo.

– Es decir, si Irene estuviera así, ¿no?
Ella me hablaba con su boca casi besando el sofá, dejando su espalda totalmente boca arriba.

– Sí, por ejemplo…

– Prueba besando la espalda.

– Yo… no creo que…

– Si no puedes, sube un poco el camisón, no pasa nada…, ya tenemos cierta confianza. 
Me dijo ignorando lo que yo iba a decirle. Pensando en ganármela e irme de una vez por todas, le di unos besos cortos. 
– Muy mal.

– ¿Qué?

– Pues que no, no… Héctor, tienes que ser más cariñoso.

Volví a acercarme a su espalda, esta vez subiendo el camisón como me había sugerido. Victoria seguía estando sin bragas desde que se las quitara en el lavabo, y al acercarme mi polla rozó con su culo desnudo y firme. Ella no dijo nada, incluso dudé que lo hubiera notado. A medida que subía el camisón iba besando su espalda.

– Así, muy bien… 
Victoria soltaba pequeños ronroneos de gata en celo, mientras yo me empeñaba en creer que lo hacía para animarme. El camisón finalmente chocó contra su pelo. Sus pechos se aplastaban contra el sofá y su culo seguía en contacto conmigo.

– Yo… voy a ir arriba, me está entrando el sueño ya, le dije.

– Vale, cariño. 
Victoria se quitó el camisón del todo y se tapó ligeramente con la manta. 
– Bueno, pues eso… que buenas noches…. ¿Por qué no intentas una última cosa? Así podré quedarme tranquila.

– Eh… ¿de qué se trata?

Ella se levantó, tirando el camisón que tenía en su mano directamente al suelo. Se mostró completamente desnuda. Se mantenía frente a mí sin temblar lo más mínimo…. 
– No me digas que nunca has visto a una mujer desnuda…

– Sí, pero no a la madre de mi novia…

– Si te sientes incómodo…

– Sí, mejor es que me vaya…, dije en voz baja.

– Si te sientes incómodo no me mires el coño, ya verás cómo es mucho más fácil.

La seguridad y naturalidad de aquella mujer me sorprendía, e incluso podría decir que aquello dificultaba el que no le hiciera caso. Ipso facto me fijé en su coño rasurado con una raja atrevida que partía en dos una vulva mullida y veterana muy atractiva y sugerente. Victoria se estiró en el sofá, igual que había estado dos minutos atrás.

Pruébalo sin ropa, ¿de acuerdo? Será más fácil.

Perdón… ¿probar qué? ¿Qué será más fácil? 
La madre de Irene pasó directamente a las instrucciones, sin que yo pudiese saber lo que pretendía esa mujer.

A ver, quítate los calzoncillos. Yo obedecí, tapándome cuando estuve desnudo. Deja que eche un vistazo.

Yo no aparté los ojos de aquella hermosa señora madura con una piel que en nada tenía que envidiar a una veinteañera, mientras Victoria se mordió el labio inferior. Mi mente entró en un extraño juego de realidad y fantasía… Eso era lo que ponía la nota. Los ojos verdes y cálidos de Victoria se detuvieron en la nota unos segundos, y acto seguido me miró sorprendida, dilatando sus pupilas al máximo. Ella temblaba por fuera, pero también por dentro, y yo lo notaba… Y es ahí, donde estando de pie, le di una buena razón para no levantarse. Más bien salió disparada, porque hacía tiempo que latía erecta… bajé un poco mis calzoncillos para que mi calenturiento miembro viril saliese a observar a Victoria. Pero detecté en ella que no se trataba de una sorpresa incómoda, sino que como mujer se sentía excitadísima de observar de cerca una verga tan impresionante.

Las mujeres con la sexualidad a flor de piel, como lo estaba la madura de mi suegra, no pueden resistirse a mi polla, un portentoso falo de carne gruesa y bien larga como algunas hembras jamás han observado… Victoria seguía muda de asombro, con los ojos fijos en mí… en mi cipote empalmado y coronado de venas inflamadas. Y ella en ese momento, dejó que algo despertase en ella. No es que despertase de repente, pero sentí la intensidad con la que crecía dentro de ella. Su mirada dejó la sorpresa de lado y se volvió más sensual, su lengua salió y se deslizó por sus labios carnosos y sus dientes llenos de ansia… Victoria se apoyó sobre sus rodillas gráciles y quedó a la altura de mi cintura, mirándome…  
– ¡Oh… no puedo resistirme…!

Supe así que Victoria había decidido no ocultar lo que sentía cuando escuchó los relatos de su hija sobre mi masculinidad, y que quería llevarse un recuerdo antes de mi marcha. El recuerdo que le permitiese su fidelidad, pero llevarse algo, al fin y al cabo… Sus gestos me sorprendieron, y su tacto aún más. Victoria, aquella madre comprometida, se desveló al momento para mí como una persona totalmente distinta. Agarró mi cipote allanando todo el terreno para ella… Su pelo se retorcía de una forma inolvidable mientras su sonrisa iba a más. Y esa mujer ya liberada hace tiempo de su temor a mostrarse sexualmente activa, liberó también su lengua. Fina, deliciosa, esa lengua me tocó a la altura de la rosilla mientras subía hacia el postre, dejando un camino de saliva fría… Los ojos cerrados de Victoria disfrutaban el camino, y se abrieron justo cuando tuvo el gigantesco glande al lado de su boca.

– ¡Qué grosor…! ¡Qué largura! Dijo ensimismada.

Pasó una mano bajo mis testículos, acariciándolos con sus finos dedos, incluso clavó sus uñas postizas en ellos, pero sin querer hacerme el menor daño… Las yemas de sus dedos acariciaron mis cojones de una forma respetuosa, como sopesándolos. Y mientras, su otra mano, sin poder resistirlo, tomó la base de mi polla, justo en el contacto con la pelvis, casi me hacía cosquillas. Ahora que Victoria había empuñado correctamente el arma de su deseo, dejó que sus labios besaran la punta del glande y se puso a sorber. Pero aún debería hacer más para obtener el preciado líquido… La lengua traviesa de Victoria salió a recorrer mi verga. Y lo hizo rápidamente, casi sin darme cuenta recorrió el prepucio desde la punta hasta la base, dejando su saliva como huella. Rodeó hábilmente mi rabo con su lengua y volvió a recorrerla hasta la punta por el sentido opuesto. Estaba maravillado por la habilidad de su boca, al igual que ella lo estaba de sentir esa carne varonil… Sin más demora, Victoria abrió su tierna boquita y engulló el glande. Algo que había visto en mis ensoñaciones durante la comida, y durante mis masturbaciones con alguna MILF de internet… pero ahora era realidad. La fina boca de Victoria sí era capaz de introducirse el grosor de mi polla, aunque por poco margen.

En los labios de Victoria se notaba que no podía abrirla mucho más. Lentamente, para mi asombro, Victoria empujó con la mano para irse metiendo el mostrenco dentro de su boca, de su garganta, centímetro a centímetro… Mi polla estaba cada vez más adentro de Victoria, de esos labios, pasando esos dientes y sintiendo su lengua, la cual jugaba conmigo desde su interior, impregnando de saliva fluida mi verga. Llegó un momento que ya, con un buen trozo de falo masculino en su garganta, Victoria no daba para más, pero no la forcé. La dejé hacer, porque sabía muy bien lo que hacía. La cabeza de Victoria se empezó a mover hacia atrás, a rozar con fuerza mis carnes, y su lengua se volvía enloquecida en su cavidad bucal humedeciendo toda la polla jalándose cada parte de la tranca inhiesta. Agarrada a mí con fuerza, Victoria tomó coraje y empezó a mover su cabeza a lo largo de la extensión de mi polla, frotándola a placer mientras hacía lo mismo con su mano en la base de mi miembro.

¡Ohh, Victoria… Me elevas al cielo!

La señora me hacía sentir un placer ardiente, al punto de llegar a correrme rápido. La desatada dama dejó de comer polla para chuparla, se la sacó de la boca, acompañada de una cantidad considerable de saliva, y dejó que su lengua me recorriese el bálano con fruición, con lascivia… Sus ojos verdes me miraban con el mismo deseo, su mano agitaba con fuerza mi polla, como si se tratase de una zambomba en Navidad.

¡Oh, Victoria, no aguantaré mucho más a ese ritmo…! ¡Joder! 

Tras varios lametones que me pusieron a cien transmitiéndome cientos de sensaciones, Victoria volvió a engullir la carne entre sus labios, ahora más adentro, ahora con más fuerza. Como una bruja, Victoria hizo que mis testículos hirviesen casi al momento…. Sentir esa sensación ahora, con Victoria haciéndome la mejor mamada de mi vida… Sentir el calor que emana de mi entrepierna, el semen produciéndose y queriendo salir, mientras mi suegra como loca, sigue metiendo y sacando mi falo de su garganta… Los ojos de Victoria ya no tienen nada de compostura ni de la ama de casa, esposa y madre abnegada…, sólo de hembra en celo que reclama su premio. Se mueve sin parar, chupa, absorbe, engulle, frota… No puedo más, hiervo, siento que me descontrolo, ella es la culpable. Y se lo digo, mientras ella no para de elevar la velocidad… 
¡Victoria! ¡Me corro, Victoria joder me voy a correr...!



Hace un gesto como si lo hubiese entendido, pero no cesa, sigue comiendo esa polla como si le fuese la vida en ello. Y creo que sabe cómo funciona, la comprende y la percibe… Pues comienzo a notar como la leche busca la salida y no puedo frenarla. Victoria, en ese momento vuelve a besar el glande con sus labios porque sabe que llega el húmedo y sabroso final…. Exploto de locura, un placer, siento como viene y pasa delante de mí una corrida bestial, el caudal caliente que sale de mi polla… Y Victoria lo está esperando, con el glande dentro de su boca. Siente como el primer chorro sale disparado dentro de su boca y sus ojos se derriten al sentir la miel… 
– Hay más, Victoria.
Ella puede con todo. Mi suegra sigue mamando ansiosa por más y llega todo de golpe, un torrente de esperma espeso hirviendo que se desliza por su boca… Le quema, arden sus paredes… El semen es abundante e inunda a su cavidad, la lengua es derrotada y la leche viscosa cae por su garganta y en parte por sus comisuras imposible de contenerse. Victoria intenta tragar cuando puede haciendo deslizar por su garganta mi engrudo, siente que le desborda, pero ni así se da por vencida. Esa hembra quiere toda mi leche, en el intento por no perder nada, un poco de semen espeso se desliza por la comisura de sus turgentes labios…

Yo he acabado con mis cinco o seis lechazos, aún mi polla tiesa pertenece a la sed de Victoria. Ella recorre con su lengua toda mi extensión, quiere hasta la última gota de mi esencia. Extrae el miembro de su boca pero aún lo lame… Le gusta su calor, su aroma y su sabor. Me lo ha devuelto y me mira a los ojos. Abre la boca y puedo ver mi manantial de semen en su paladar, impregnando sus dientes y cómo su lengua está colmada de engrudo blanco, junto con sus labios empapados de lefa derretida. Sin embargo ella está radiante, me sonríe… Cierra la boca y se lo traga… Victoria traga con paciencia el mar de esperma viscoso que inundaba su boca hace unos segundos. La vuelve a abrir y relame los restos de las comisuras de sus labios, llena de deseo. Con dos dedos recoge el semen que se resbala por su barbilla. Y lo vuelve a llevar a su garganta, todo queda ahora en su estómago, es todo para Victoria. Se levanta y se coloca a mi altura. Se sigue chupando esos dedos recubiertos de leche recién ordeñada de mis cojones….

– Estupendo… Ahora espero que estés más relajado y no intentes nada con mi hija…, una vez te he aliviado los huevos que llevabas bien cargados. Porque hijo mío, ¡Qué cantidad de leche que has eyaculado! Ni un burro expulsa tanta en una sola corrida, me dice Victoria, con una sonrisa.

Me marcho sin más demora dejándola en la biblioteca, desnuda bajo su manta, una vez en la puerta la vuelvo a mirar y me lanza otra sonrisa, la cual hoy recuerdo llena a rebosar por mi semen… 
– ¡¿Ya estás más relajado?!  
Me preguntó antes de perderme de vista.

– Sí…

– Espero haberte ayudado un poquito, y que ahora puedas dormir mejor, dijo levantándose camino de su dormitorio. – ¡Por ciento, tu leche sabe muy bien...me ha encantado bebérmela!

– Yo… 
Victoria volvió a poner su mano en mi mejilla, sin preocuparse si quiera que ambos siguiéramos desnudos. con un dedo en mis labios...

– ¡Ssss! Nos vamos a dormir cariño, ¿no? Nuestras parejas nos esperan allí cuando despierten…

Entro en la habitación de Irene, se encuentra durmiendo de lado. Me acomodo tras de ella haciéndole la cucharilla e intento poner en práctica las instrucciones que mi suegra me dio. Me pongo pegado poniéndole la polla entre sus nalgas sin metérsela. Sentir su calor y el olor característico de Irene fue un calmante, aquella tontería me calmó, como si estar encima de ella desnudo fuese cualquier tontería sin maldad. Me acomodé junto a Irene, casi sin tocarla. Le abrí un poco las piernas para meter la polla entre ellas…, me sentí como un quinceañero frente a su primera vez. Le separé un poco las piernas sin apenas esfuerzo, la metí por ahí, pero sin meterla dentro del coño, simulado un coito…., sin comprenderlo, la metí por el espacio que había dejado y que como una cueva volvió a cerrarse. Los muslos entraban en contacto directamente conmigo, pero lo mejor fue cuando apoyé mis manos en el cabezal para no caerme y me di cuenta del placer que daba tener la polla aguantada por Irene…. – ¡Buf…! Se me escapó. Probé las instrucciones sin olvidar los besos y los cariñitos. Al moverme volví a notar la estrechez entre las piernas de Irene, muriendo de placer en cada roce.

– ¡Joder, no sé si voy a poder! 
Instintivamente, besé la espalda de Irene y le pasé la lengua mientras movía despacio mi cintura, simulando que empezaba a follar con ella.

– Sí… 
Irene se había despertado y sin más me sonreía placenteramente y me animaba a que le besase la espalda hasta llegar a su nuca. Obedecía como si fuese un criado suyo. Había encontrado el equilibrio perfecto, pero a medida que las muestras de cariño crecían. Irene abrió los muslos y cogiéndome la polla se la enfiló a su entrada vaginal, dificultando que yo pudiese seguir moviéndome por los temblores que sentía en mi cuerpo….

– No… no puedo…cariño.

– Si lo haces muy bien corazón… sigue follándome, por favor.

– No, es que… me gusta mucho y estamos en casa de tus padres… sin se enteran….

– Así, sigue dándome placer en mi coñito ¡Vamos no pares corazón! ¡No se enterarán!
Me había llegado a creer que estábamos follando en cualquier lugar menos en aquella casa, y fue por eso por lo que mordí la oreja de Irene…. 
– Sigue cariño… ¡Fóllate a tu nena!

Los pezones duros de excitación de Irene rayaban las sábanas, luchando por esconderse de mis manos que inquietamente querían tocarlos…. 
– Irene… no puedo más…

Me abalancé sobre ella, sudando de calor y dejando que mis labios chocasen contra su hombro. Ella lo notó y, hermosa como era y sin dejar de sonreír, me atenazó con sus piernas y sus brazos… la hundí en su coñito y comencé un vaivén sigiloso y excitante. Solo metía la mitad de mi verga, pero era más que suficiente, hasta que ya no pude moverme más para al soltar todo el semen que me había producido aquella situación. Me quedé allí, rendido, exhausto pero contento pese a la urgencia del polvo traicionero, y sin saber por qué yo también sonreí, besando a Irene en la boca, comiéndole la lengua mientras mi polla soltaba la poca leche que su madre no logró extraer, en el mismo fondo de su útero…, toda la lefa restante se acomodó en el fondo vaginal de Irene tan ricamente. Al fin la extraje medio avergonzado de aquello, por haber sido un acoso con alevosía y nocturnidad. Irene se examinó con un dedo si tenía alguna gota de semen alrededor de su vagina. Yo la miraba con preocupación, pero ella seguía tan tranquila como siempre.

– No he podido evitar correrme dentro ti, mi vida… lo siento. Ella no se inmutó solo me miró y se dio la vuelta. – ¡No pasa nada mi amor! No estoy el periodo de ovulación, puedes correrte cuanto quieras dentro de mi coño… ¡Me gustan los polvos sorpresa! 
Se dio media vuelta quedando como estaba y a los diez minutos Irene seguía profundamente dormida abrazaba su almohada y sonreía igual que su madre. Aquella noche yo pude dormir igual que ella. Lo sucedido con Victoria… tendría que haberme puesto más tenso que nunca, pero ella había tenido razón. Había conseguido relajarme entre toda la tensión acumulada, hasta el punto que no hice caso y me follé a su hija acabando una noche de doblete.

Por la mañana me levanté primero que nadie, y yendo de puntillas pude acercarme hasta la cocina donde nuevamente tuve que beberme el vaso de leche fría por temor a despertar a alguien…. 
– Buenos días.

– Buenos días, Victoria. 
La madre de Irene se había despertado antes que yo e incluso le había dado tiempo de preparar un zumo de naranja. Ignoraba que estuviese en la cocina antes que yo.
– ¿Quieres?

– Bueno… un zumo está bien.

– ¿Cómo has dormido? Me preguntó mientras servía el zumo.

– Bien… muy bien.

– Me alegro. 
Las piernas de Victoria eran largas y esbeltas, bañadas en un tono de piel moreno que encajaba a la perfección con su camisón negro. 
– ¡Ey! me dijo haciéndome señales con la mano.

– ¿Sí?

– ¿Qué miras?

– ¿Yo? No, yo nada, no…

– ¿Qué tal ayer? Dijo antes de beber su zumo.

Pues bien, pude dormir, como te he dicho…

– No, no me refiero a eso.

– Ah, lo otro…

– ¿Te funcionó o no? 

Que si me funcionó, pensé. No debería haber visto bien la cantidad de semen que le dejé en la segunda corrida a su hija en su coño…. Al minuto apareció Jorge y su hija unos instantes después. Tras los saludos se pusieron a desayunar el zumos preparado por Victoria, tostadas, mermelada… Se enzarzaron una conversación sobre lo que había que hacer y lo que estaba sin acabar y finalmente determinaron que padre e hija iban hacer diferentes recados que les llevaría toda la mañana y para mí, Victoria prefirió que me quedase a ayudarle a arreglar el jardín y la piscina. Victoria volvió a acercarse hasta ponerme las manos encima. Yo di un salto atrás. 
– Sí, yo me voy arriba. Hasta ahora…, bajo enseguida y te indico tus tareas.

Cuando se marcharon, mi suegra me indicó el trabajo nada complicado pero que me llevaría tiempo realizarlo. Al cabo de dos horas entro a la cocina a tomar algo de agua, y por intuición me acerco a los dormitorios hasta llegar a la habitación de Irene, donde antes había estado ahora solo quedaba su figura marcada en el colchón. Entré en el lavabo para refrescarme y lavarme la cara, y no me di cuenta que había alguien más dentro hasta que una cara se asomó para ver quien había. Tan pronto como me giré, aquella persona volvió a esconderse detrás de la cortina de ducha y abrió el grifo del agua. Pensé naturalmente en mi novia… 
– ¿Irene?

Sin que me dijera nada, vi la ropa de Irene colgada al lado de la toalla, por lo que supuse que mi novia había empezado a ducharse. 
– Irene… creo que será mejor que adelantemos el viaje y nos vayamos hoy en vez de mañana por la mañana. 
Ella no dijo nada, pero yo sabía que estaba allí, notaba su figura. 
– No te enfades cielo… Tú podrás venir a verlos siempre que quieras, pero… 
En ese momento se me pasó por la cabeza que sería más fácil contarle lo sucedido si no le veía la cara. 
– Tu madre, ayer… Bueno, no sé muy bien explicar lo que pasó, pero… 
Irene seguía sin decir nada, escuchando lo que yo le decía.
 Intentó… ayudarme… para que estuviese bien con ellos, pero… 
Irene cerró el grifo del agua y por un momento todo quedó en silencio. Ella sacó una mano y me indicó que entrase. 
 ¿Quieres que entre? Pero… 
Ella volvió a abrir el agua, mientras el cristal ya se iba llenando de vapor. Sin desnudarme del todo me acerqué a la bañera, y tras poner el primer pie dentro me di cuenta de que unos ojos verdes me miraban…. 
– ¿No pensarás ducharte con ropa, no? Me preguntó Victoria.

– Ni sin ropa. Perdón, me he equivocado, pensaba que…

– Desnúdate del todo, me ordenó.

– ¿Por… por qué no me ha dicho que no era Irene?

– Ya te he visto desnudo una vez, no sé por qué te entra tanta vergüenza de repente, dijo ignorándome.

– Yo no tengo vergüenza. Bueno, sí, pero… 
Victoria volvió a cerrar el grifo, esta vez definitivamente. La bañera ya se había llenado bastante como para cubrir a alguien. 
– Ven, todavía está calentita. 
Ella entonces salió, apoyándose en mi hombro para no resbalarse….
– Si lo he preparado para ti, tonto. Te he hice trabajar tanto y tan duro que quería compensarte con un baño relajante de agua tibia…

– ¿Qué…?

– Anda, entra. 
Yo me acabé desnudando y ante las insistencias de Victoria me senté en la bañera. 
Está rica, ¿eh?

– Sí…

– Es para que te bañes.

– Bueno, gracias.

– A ver, pásame el jabón.

– ¿Para qué?

– ¿Para qué se utiliza el jabón? 
Le pasé el jabón a Victoria y nuestras manos mojadas se rozaron. 
– Gracias señorito. A ver, necesitaremos una esponja.

– Tome.

– Gracias…

– Bueno, ya puede irse. Victoria sonrió, igual que la noche anterior.

– No pienso irme a ningún sitio.

– A partir de aquí ya puedo seguir yo solo, le dije.

Ella mojó la esponja en el agua y le echó una gota de jabón, tras lo cual volvió a sumergirla en el agua. Con sumo cuidado fue pasando la esponja por mi pecho. 
¿Qué fue lo que más te llamó la atención?

– ¿Cómo dice?

– Ayer noté que te costaba moverte. Fue eso, ¿verdad?
Victoria pasó la esponja por mis brazos.

– Bueno, sí… supongo que sí.

– ¿Por qué te llamó la atención?

– No sé… supongo que me gustó mucho.

Sin preámbulos, Victoria pasó a acariciar mi polla con la esponja. 
– ¿Pensaste en algún momento en querer meterla?

– La verdad es que no… Estaba pasándolo tan bien que no me di cuenta… De golpe, Victoria me cogió los testículos sin llegar a apretarlos. – Oiga, ¿pero qué hace?

– Los tienes muy cargados, los noto muy duros. Produces cantidad de leche ingente con mucha frecuencia, ¿verdad? Estos huevos son de un gran macho semental de los que recargan de un día para otro.

– Pues no llevo la cuenta, sabe… ¿usted qué es, médico?

– No, no soy médico…

– Ya puede soltarlos…

– Espera.

Victoria los acarició, como si realmente estuviese buscando algo. Sin pedir permiso, se puso de pie y entró en la bañera conmigo, situándose detrás de mí. Mi espalda notaba como sus tetas se acariciaban en ella. Victoria olía igual que Irene, y era igual de cariñosa que ella. Absorto en mis pensamientos, Victoria lo aprovechó para besarme el hombro.
– Cuéntame, ¿Cómo conociste a Irene?

– Pues… la conocí estando en Francia.

– ¿Y cuándo tuviste sexo con ella por primera vez?

– Dos semanas después. 
La mano de Victoria empezó a subir de sitio. Aquel interrogatorio era muy diferente del que había tenido con Jorge.

– Quiero que confíes en mí, me dijo de golpe.

– Y… ¿Cómo puedo demostrar que confío? 
Victoria hizo que me apartara y se giró, dándome la espalda. La tenía entonces de rodillas, con las gotas de agua resbalando por su cuerpo.

– ¿Me crees si te digo que no pasará nada?

– Sí… claro.

– Adelante.

– ¿Qué… qué hago, me vas hacer lo de ayer? 

– No mi amor…. ¡¿Acaso No quieres entrar?! Me preguntó mirándome a los ojos.

– Yo… no sé, eres la madre de mi novia…

– ¿¡Acaso me ves muy mayor para ti!?

– No, no es eso… estás de maravilla. Cualquier hombre daría media vida por follar contigo… es que…

– ¡Vamos cariño! No es follar. Sólo quiero saber si a mi hija le dolería. Digamos que es… como una prueba. ¿Me entiendes, no?

– Sí, pero…

– Héctor… si confías, hazlo. Si no… no lo hagas. 
Victoria dejó de mirarme y volvió su cabeza hacia la pared, esperando que yo hiciese algo. Al fin, le di un par de caricias y puse la mano en el culo de Victoria….

– Lo hago despacio, le dije sin obtener respuesta.

Apuntando a su coño mi más que empalmada polla, empecé a introducirla con nervios y casi a trompicones. El coño de Victoria era esplendoroso, sus labios se abrieron como dos pétalos, y sin apenas esfuerzo introduje mi cabezón…empujé un poco más hasta que me pareció que estaba a gusto. Llegué más profundo que a su hija.




– ¡¿Bien?! Me preguntó ella.

– Sí… ¿Qué… hago, la saco ya?

– ¿Tú quieres sacarla cariño?

– Bueno, no es que quiera o no… 
Aquella conversación se llevaba a cabo con mi polla dentro de Victoria, y ambos pasábamos desapercibido ese pequeño detalle. Era como charlar con una amiga. 
– Victoria, más de la mitad de mi polla está enterrada en tu coño.

– Ya lo sé.

– ¿No piensas hacer nada?

– ¿No piensas hacer tú nada?

– Pues sacarla.

– Vale. ¿Pues por qué no lo haces? Justo cuando iba a hacerlo me detuvo de nuevo. – Claro está, que tendrás que atenerte a las consecuencias.

– ¿Qué quieres decir? 
Con toda naturalidad, apoyé las manos en la cintura de Victoria.

– Pues, a ver, cariño. No podré darte una opinión real con que solo la hayas metido y sacado, como aquel que dice. No será una opinión muy realista.

– ¿Y entonces?

– Tendrías que moverla un poco. No es follar, es una prueba.

– Victoria, a eso se le llama follar. Que yo sepa, vamos…

– ¿Quieres que te dé mi opinión? Dime. Te cuesta ser cariñoso. Mira cómo estamos y ni siquiera has expresado ninguna sensación.

– Joder Victoria, si sabes que me encanta…

– Intenta… estar más relajado. Los nervios también se transmiten.

– ¿Y cómo hago eso?

– Tienes que disfrutar. Pensar en pasarlo bien.

Victoria no paraba de quitarle hierro al asunto hasta el punto de que llegué a creérmelo. Como si hubieran apretado un botón, me puse a empujarla con las caderas, entrando y saliendo de ella lentamente. 
– ¿Así?

– Eso… eso es.

– Podría… tocarle la espalda así… ¿no?

– Sí, por ahí…

Mis pulgares amasaban la espalda de Victoria hasta caer en sus caderas. Acaricié su pelo y se lo aparté todo a un mismo lado, cogiendo su cuello con una sola mano mientras ella se empeñaba en estirarlo.

– ¿Ves qué bien? 
Yo seguía moviéndome, chapoteando en el agua. 
Victoria…
– ¿Qué corazón?
– ¿Es normal que me gustes tanto? 
Ella se quedó en silencio, recibiendo las embestidas que yo, por supuesto, no dejaba de darle. – Es que… Victoria giró la cabeza para escuchar lo que yo estaba diciendo.

– Puedes… ¿puedes seguir mientras me lo dices?

– ¿Es una orden o una petición?

– Es un favor cariño.

– Sí… sí, claro que puedo seguir.
Mi polla entraba y salía de ella mientras yo observaba su cuerpo medio sumergido. 
– Es que… joder, en lo único que pienso ahora mismo es en follar contigo.

– Sigue… lo estás haciendo muy bien… me encanta como me estás follando. 
Victoria se estremeció al notar que una gota de jabón le caía encima y se giró al instante. Me miró pero no dijo nada, ni yo a ella. Sólo abrí el bote de jabón del todo y se lo eché por todo el cuerpo, haciendo que aflorara su piel de gallina. El duro culo de Victoria se llevó parte del jabón cuando yo lo masajeaba y lo acariciaba. Su espalda, sus hombros… Era maravilloso poder contemplar a una mujer así. 
– Eres como un caramelo. Tu color, tu aspecto…

– ¡¡Cariño…!! Me está entrando entera. Acabas de descubrir a mi coño más tragón.

La señora me cabalga empujando hacia mí sincronizada con mis embestidas que gracias a su lubricación y a estar sumergidos en el agua de la bañera se hicieron profundas sin el más mínimo esfuerzo ni daño en su ya acomodada vagina. Me sentía en la gloria viendo esas tetas bamboleándose arriba y abajo con las manos en su firme culo a porreándolo con mis huevos una y otra vez sin cesar. Victoria quiso probarme y me estaba tratando a base de bien… 
Victoria, voy a explotar. 
Me estremecí pensando en lo que acababa de decirle.

– Cariño eres tan rápido…., necesitamos… quiero que eso ocurra dentro. Hace tanto que no me follan que necesito tu leche en mi coño... quiero que me llenes de lefa espesa de tus cojones.

– ¡¿Estás segura…?! 

– Sí Corazón… es parte del juego.

– Es… es verdad, pero puedo terminar yo solo…

– ¡¡Héctor…. tienes que derretirte dentro!! No… no servirá de nada todo lo que hemos hecho hasta ahora si no lo haces así.

– ¿Tú… tú crees?

– Estoy segura. Sí… Sigue… hasta el final ¡Préñame  de esperma!

Moviéndome más torpemente, busqué algo a lo que agarrarme al ver que su resbaladiza piel no me daba el soporte que yo necesitaba. Los bordes de la bañera me sirvieron para poner mis dedos llenos de jabón y seguir follándome a Victoria mientras ella recibía el gusto a empujones. 
Sigue… mi vida… ¡Lléname de ti!!

– ¡Joder Victoria, me voy a correr…! No aguanto un segundo más…

– Sí cariño…córrete bien profundo y vacía esos huevazos dentro de mi coño… ¡¡Vamos intenta Preñarme!! ¡Tú puedes! ¡Atiborra mi útero de leche!
– ¡¿Te puedo preñar?!
– Me harías la mujer más feliz del mundo si me hicieras una panza bien grande...

Me dejé llevar por sus indicaciones sin pensar en nada. Sus palabras de ánimo a su fecundación no evitaron lo que era imparable por mucho esfuerzo que indujera para evitarlo. Sentí frío antes de cerrar los ojos y estremecerme junto a sus piernas. Simplemente perdí el norte y salió de mí todo lo que había estado guardando. No fue sólo el semen que llenó a Victoria, fue la intención de querer hacerlo lo que acompañó aquella muestra de placer que lentamente goteaba. 
Percibí el segundo lechazo salir con toda potencia, seguidos de dos o tres chorros de lefa más que fueron atorando el cuello uterino de la señora que se había empalado hasta el fondo. Con leves movimientos de arriba abajo sin apenas separarse de mis pelotas me iba extrayendo todo el semen mezclado con su flujos y algo del agua mientras yo me mordía el labio para no gritar. Me dolió no poder seguir, y busqué en seguida el borde de la bañera para apoyar mi espalda en él y calmar los jadeos que había silenciado a la fuerza. Victoria se estiró conmigo con su delicada cabeza en mi pecho, y su pelo mojado sobre mí. Instintivamente la besé en la frente antes de rodearla con mis brazos. Los dos jugamos a acariciarnos los dedos de los pies ante aquel silencio….
– A Irene le gustará.

Yo volví a besarla en la frente pensando que a Irene le encanta cuando la follo, no era necesario ninguna prueba, ambos los sabíamos pero la señora estaba más que necesitada de un polvo extra…, mucho mejor en la intimidad de casa. Salí del lavabo con la mirada altiva sabedor que ambas mujeres se hallaba rendidas a mi falo. Me cambiaba en mi habitación cuando oí la llegada de alguien a casa…, por el pasillo me topé con los enormes pies de Jorge. Pasé sin decirle nada, no pude, solo le miré a la cara y me dijo…

– ¿¡Has podido hacer todo lo que mi mujer te ha ordenado…!?

– Sí, creo que he cumplido como ella esperaba de mí.

Efectivamente ese penúltimo día en casa de mis suegros cumplí todos y cada uno de los deseos de mi suegra… El problema es ahora con mi suegro, lo quiere pero le es imposible no compararlo conmigo, sin embargo se siente feliz y más completa que nunca…, con Jorge tiene una relación formal sabiendo que llegado el momento se hace cargo de todo, y conmigo desparrama su lado salvaje dejándose llevar al lado oscuro. Dice que siempre sé trasladarla al séptimo cielo cuando necesita a un macho que le haga sentirme una hembra plena, y en una de esas locuras donde la hinché a pollazos, debió de ocurrir algo imprevisto con el diú, porque pasadas dos semanas la regla se le retiró… Sin mediar muchas más palabras en medio del desayuno le dijo a su esposo… 
– ¡Cariño estoy preñada! 
Nada más verse en la cocina la misma mañana que el test le confirmó el embarazo. Como no esperábamos menos de él, se hizo cargo…. Ese fin de semana nos invitó a su hija y a mí, su amante secreto para anunciarnos el esperando el nacimiento de su segundo hijo y lo feliz que eran. Pese a su preñez, no ha renunciado a follar con el padre del bebé, y mientras las circunstancias lo permitan seguirá siendo una hembra más del semental de su yerno, lo mismo que madre de su simpática hija. 



Desde que ha cambiado su forma estilizada, por la panza de su preñez, todos han incrementado las atenciones hacia ella, por supuesto yo también. Nuestros comportamientos no son los mismos, en especial yo…, en cierta intimidad me permite llegar a ser semejante al de marido y mujer. Su esposo por suerte vive en su mundo y no se entera, de lo contrario me cortaría la polla. Quizás a partir de ahora, cuando vuelva a ser mamá por segunda vez a sus 46 años, su marido ate cabos y dé con la clave cuando vea a su esposa y a su hija preñadas en tiempo récord. Porque a Irene también la tengo con una panza desde hace un par de meses, en poco más comienza a ser visible para todos. Quizás me salve la excusa de un polvo en el que todo falló, pero estoy más que seguro que no se lo tomará bien haber follado a la niña de sus ojos… ¡Será muy curioso ver a tío y sobrina, jugar juntos sabiendo que además son Hermanos de padre! Porque resulta que solo se llevarán tres meses. 
Cuando se enteró mi suegra me dijo en privado… 
– ¡Menudo semental está hecho este Héctor y lo bien que se lo pasa con nosotras el muy cabrón, follándonos bien preñadas…! 
Así es la vida cuando tienes a tu disposición a dos hembras enviciadas por gozar de una tranca que las abre con tanta facilidad como las puertas de la cueva de Alibabá.

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