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UNA HISTORIA DE AMOR. Y si tú no has de volver...

    "Y si tú no has de volver" 1ª PARTE "Una para el otro y otra para el uno". Esa frase la repite una y otra vez mi ...

Andanzas de un Donjuán. 10ª parte

 11º Capítulo. Aumenta la prole




Las caravanas pasaron, llegó el invierno y las visitas empezaron a escasear. La nieve hizo su aparición, aunque no caía en gran cantidad. Todos los días había que repartir heno a los animales, a los que el valle protegía y el riachuelo mantenía unas temperaturas muy frías pero nada extremas.

Yo, buscando entablar amistad, tomé una de las reses y fui al campamento indígena más cercano a nosotros, a ofrecerles la res. Me costó convencerles de mi buena voluntad y se extrañaron de que hablase su lengua y tuve problemas cuando ellos no sabían cómo corresponder a mi regalo con algo de igual o mayor valor. Quería darme a su hija por esposa, cosa en la que yo no tenía gran interés, a pesar de ser una muchacha joven y agraciada. Lo solucioné diciéndole que esto era algo que quería hacer con ellos cada invierno, como señal de amistad y que no podía darme una hija cada vez como esposa.

Le propuse que, cuando le sobrasen pieles, me diesen el equivalente que estimasen justo en pago por el animal. El jefe lo entendió, me lo agradeció y me dijo que los inviernos eran duros por la escasez de alimento, y que muchos niños morían por esa causa. Con esa res, pasarían el invierno sin problemas. Sellamos un pacto no escrito de amistad y volví a casa. Cada primavera y a lo largo del verano, nos visitaban los indígenas de las cumbres, que dejaban algunas pieles en pago de la res y yo les agradecía con algo de legumbre y carne seca.

Esas pieles las vendía yo en primavera y otoño, a los viajeros de las caravanas para protegerse del frío de la montaña e incluso en las minas cuando aún los días, y sobre todo las noches, eran fríos. También resultó un buen negocio, porque sacaba más de las pieles que lo que costaba lo que daba a los indígenas, así que todos contentos.

Pasábamos muchas horas encerrados en la casa, siguiendo con las enseñanzas de lectura y escritura, sin dejar de follarla por todos los agujeros. Cada vez aprendía más técnicas para darme placer en presencia o no de la niña, era inevitable en un espacio tan reducido, por tanto no había problema por parte de ambas en verme en pelotas, del mismo modo de verlas a ellas. El invierno pasó y con la primavera volvieron las caravanas y con ellas me llegó un gran paquete de cartas. Eran de Castilla, y venían reenviadas desde la plantación de Antonio, ahora de sus hijos legítimos, porque ya sabemos que tenía más de 130 de las negras, a las que follaba indiscriminadamente y preñaba a razón de ocho a diez al año.

Mi hermano me contaba mes a mes la evolución de mi hijo. En sus estudios, en las armas, en la diplomacia. Le estaban dando la misma educación que a sus hijos y la misma que me dieron a mí. Me contaba lo hermosa que estaba Brígida y cómo se encargaba él de que todas estuviesen “satisfechas”. En algunas de ellas, mi hijo añadía unas líneas, donde contaba lo que había hecho y siempre terminaba con la frase: “tengo muchas ganas de conocerte, papá” que dejaba mis ojos llenos de lágrimas.

Los guías de las caravanas empezaron a ser conocidos, tras sus idas y venidas. Algunos, cuando no tenían con quién relajarse en la caravana, empezaron a comentar lo guapa que era mi mujer, sacándolos de su error y diciéndoles que era mi esclava voluntaria. Algo que a ellos les extraño mucho al principio. Les ofrecía sus servicios por un módico precio, pudiendo pasar la noche con ella. Lo aceptaban todos, lo que beneficiaba más mis bolsillos, solamente les ponía un límite… No correrse en su coño. Solamente podían usar su culo y boca. El coño lo reservaba para uso exclusivo mío, pues de vez en cuando me apetecía llenarlo con mi leche con intención de preñarla y sumar un bastardo más en mi cuenta. La primera vez que la alquilé, se echó a llorar diciendo el clásico…

– ¡¡No, amo, por favor!! Que dos bofetadas calmaron y amansaron.

Al día siguiente ya no hubo quejas. Le pregunté si había disfrutado y me dijo que mucho, por lo que no le di más importancia. Siendo cada vez más conocido, no dejaban de pasar tanto caravanas como jinetes solos, convirtiendo aquello en zona de paso obligada hacia el oeste. Hubo un par de veces que las visitas resultaron peligrosas. La primera fueron tres hombres que llegaron al anochecer y decidieron pasar la noche allí, por lo que alquilaron mis literas. Después de cenar, y todavía sentado a la mesa, se abrió la puerta y entraron los tres con las armas empuñadas.

– Vaya, vaya. –Dijo uno de ellos–  ¿Qué tenemos aquí?

– ¿Qué queréis vosotros?

– Estamos muy solos allá en el barracón –dijo el que llevaba la voz cantante–  y tú aquí, tan bien acompañado con dos mujeres. Hemos pensado en haceros una visita y disfrutar de la amabilidad de tus mujeres.

Cuando me percaté de la situación… – Dejad que mi mujer acueste primero a la niña.

– Rápido, si no queréis que la incluyamos también.

Melinda la cogió y llevó a su habitación seguida por uno de ellos que se mantuvo vigilante en la puerta. Cuando salió, el que parecía el jefe, la tomó del pelo y la llevó a la habitación de al lado.

– ¡Vaya, si está casi lista! No lleva nada debajo del vestido.

Otro de ellos se asomó a la habitación y el que me vigilaba volvió un momento la vista, lo que aproveché para ocultar el cuchillo que había utilizado en la cena y que era un cuchillo para todo. La oí llorar y cómo la golpeaba. Al rato salió riendo y subiéndose los pantalones, mientras le decía a su compañero entre risas.

– Tu turno. Aprovecha que te la he dejado amansada y engrasada. Ja, ja, ja, ja.

Durante un momento vi una situación en la que el que me vigilaba estaba mirando a la puerta de la habitación, el jefe, de espaldas a mí, terminaba de ajustarse el cinturón con el pistolón y el otro se bajaba los pantalones. No lo dudé, lancé el cuchillo al cuello del que me vigilaba. Ni lo miré. Sabía por la práctica que no había dejado de realizar, que el tipo estaba muerto. El breve gorgoreo que emitió hizo volver la cabeza del jefe hacia él, al tiempo que por el otro lado, yo le saltaba encima cogiéndole por el cuello con una mano y con la otra ya en su pistola, que extraje en un movimiento rápido y con el que realicé el disparo a la cabeza del tercero. Seguidamente le puse el arma blanca en el cuello, y lo fui arrastrando hasta donde guardaba las tiras de cuero que utilizaba para azotar o atar a Melinda. Tras tomarlas con la otra mano, lo saqué fuera hasta el lugar donde atábamos a los caballos, haciéndole agacharse y apoyar el cuello y las manos en él. Melinda salió casi arrastrándose, y vino hasta mí. Le pasé la pistola que cargó de nuevo con orden de disparar si se movía. Sabía que no tendría valor, pero eso no lo sabía él.

Até el cuello a la barra y las muñecas a ambos lados, le quité las armas y el cinturón de su pantalón, con el que até sus pies juntos. Entonces, tomé la pistola de Melinda, lo guardé y pude fijarme en su labio partido, sus inicios de moratones en la cara y ojo, y su andar extraño. La cogí en mis brazos y la llevé a la cama. Mientras, respondía a mi pregunta de qué había pasado.

– Cuando hemos entrado en la habitación, me ha desnudado y tirado sobre la cama, me ha dado varios golpes en la cara. Se ha desnudado y me ha hecho chupársela, pero el alcohol que lleva en el cuerpo o lo que sea, le impide la erección. Ha sido como cuando estaba con mi marido. Al no poder, me ha dado puñetazos en la cara. Cuando he caído en la cama ha abierto mis piernas y, mientras me insultaba y me decía puta muchas veces, ha metido su mano en mi coño, hasta que ha entrado entera y me ha podido dar un puñetazo dentro. Me ha hecho un daño horrible. –Decía hecha un mar de lágrimas.

La acaricié y curé sus heridas, dejándola descansar.

– Durante unos días no te moverás de esta cama.

– Pero amo quien os atenderá…

– Cállate y descansa.

Saqué a los muertos de allí y los dejé alejados de la casa. Volví de nuevo a limpiar todo lo que puede. Entré en la habitación de la niña para calmarla, y estuve con ella hasta que lo conseguí. Preguntaba por su mamá y tuve que convencerla de que estaba durmiendo, la acerqué a la habitación despacio y la pudo ver adormilada. Con eso se convenció y se quedó dormida cuando la acosté.

Volví a salir a comprobar las ataduras del prisionero, reforzándolas por si acaso, mientras él me insultaba y amenazaba. No me molesté en contestarle. Tras comprobar que madre e hija dormían, me quedé velando y dormitando junto a su cama, por si acaso.

Al día siguiente, tras nueva comprobación de que el prisionero no se había movido, fui yo quien preparó los desayunos, tras lo cual, revisé todas las armas de que disponía, incluidas las de ellos y las fui ocultando en todos los sitios y rincones que se me ocurrió. Uno de ellos, un trabuco de dos disparos sujeto bajo la mesa en el lugar donde me situaba siempre. Cuando se levantó la niña, puse el desayuno para los dos.

– ¿Y mi mamá? ¿Dónde está mi mamá? ¿La han matado? ¿Le dispararon anoche?

– Cálmate, tu mamá está bien. Los señores de anoche eran malandrines y tuve que quitarlos del medio. Los detuve y uno está prisionero ahí fuera. Tu mamá hoy se ha despertado con muchas molestias y le he dicho que se quede en la cama. Luego le llevarás tú el desayuno.

La niña oyó disparos y se asustó mucho. No me atrevía a moverse. Luego oyó a su madre y mí y supo que estábamos bien, pero seguía con miedo por los hombres agresores. Cuando fui a verla y la llevé a ver a su madre se tranquilizó. Luego se durmió

La acaricié… – No tengas miedo, mientras estéis conmigo no os pasará nada.

– Amo. –Oí que decía la madre.

Tenía preparada una bandeja con su desayuno, la tomé y le dije a la niña… – Vamos a dar los buenos días a tu madre y a llevarle el desayuno.

Se levantó y nos dirigimos a la puerta de la habitación. Al llegar a ella, pasé la bandeja a la niña y la abrí. Cuando ella vio a su hija con el desayuno, se le arrasaron los ojos, pero le sonrió.

– Buenos días, mamá. Me ha dicho Juan que tienes muchas molestias hoy y que tendrás que guardar cama varios días. ¿Estás mejor?

– Sí hija. Muchas gracias. Ahora eres tú la mujer de la casa. Tendrás que cuidar de Juan y de mí. –Dijo con voz apagada.

– Sí mamá. Te traigo el desayuno…

Yo comprobé su frente y vi que tenía fiebre.

Las dejé a ambas con sus conversaciones y salí a ver al prisionero. Ya no insultaba, se había orinado en sus propios pantalones, que al no tener cinturón se habían bajado hasta sus pies. Se le veía agotado de no dormir o dormir mal, pues si intentaba sentarse en el suelo, quedaba colgando del cuello y si estaba de pie (doblado) resultaba agotador para sus piernas. Me miró suplicante…

– Por favor, perdóname. Estaba borracho y no sabía lo que hacía. Suéltame y me iré para no volver más. Te juro que no tenía intención de haceros daño.

– Ya lo sé. Y pronto te soltaré, pero antes quiero convencerte para que pienses en esto cuando vayas a beber un trago de whisky

– Lo haré. Esta noche he tenido mucho tiempo para pensar.

Sin decir nada más, me fui a los establos y me fui al campamento indígena en busca de ayuda a su “hombre medicina” o curandero, ya que no podía ir al pueblo más cercano que se encontraba a dos días de viaje, estando ellos a unas horas. Cuando expliqué lo que sucedía, el propio jefe y cinco guerreros nos acompañaron al curandero y a mí hasta mi casa. El curandero estuvo con Melinda atendiéndola, dándole sus pócimas y realizando sus danzas rituales. Mientras, el jefe, sus guerreros y yo nos hicimos cargo del prisionero.

El jefe, dio órdenes a sus hombres, que clavaron cuatro estacas en el suelo, lo desnudaron y ataron a ellas, dejándolo al sol, mientras nosotros comíamos algo de carne seca, servida por una atemorizada Paulina, y hablábamos. Cuando el chamán terminó, me dejó unas hierbas y las instrucciones de cómo usarlas y se fueron.

Pasé a ver a Melinda, encontrándola bastante mejor. La fiebre estaba bajando y se encontraba más animada. Viendo que no necesitaba nada de mí, por el momento, salí a atender al prisionero. Tenía el cuerpo plagado de llagas y quemaduras del sol. Lo solté y medio arrastras lo volví a atar a la barra de los caballos por el cuello y manos. Fui al almacén donde guardaba aperos y tomé una azada de mango grueso y un tonel más bien pequeño. Coloqué el tonel bajo su cuerpo y dejé la azada. Tomé sus piernas y procedí a atarlas abrazando el tonel. Entonces se asomó la niña y le ordené que no saliese a no ser que yo la llamara y que se quedase junto a su madre. Luego proseguí con lo mío.

El maleante, con el culo en pompa, suplicaba y preguntaba qué le iba a hacer.

Sin responder, tomé la azada y me puse a meter el mango por su culo. Yo hacía fuerza, pero no había forma de meterlo. El gritaba y chillaba como una puta. Entré en la casa, tomé un trapo que Melinda utilizaba para fregar los suelos y un poco de manteca, le puse el trapo bien metido en la boca para no oírlo y le unté el culo bien de manteca, volviendo a probar la entrada del mango.

Sus gritos, apagados por el trapo, resultaban música a mis oídos.

– ¿Estás pidiendo más? No te preocupes que te voy a complacer. Te meteré todo el mango y verás que bien lo pasas. Más que mi mujer con tu mano, pero eso será porque tu mano es más gruesa que esto.

Por fin, entró un trozo, empezando a caer un hilo de sangre desde su ano al suelo.

– ¿Ves? Ya ha entrado. ¿Disfrutas? ¿Te parece poco? Te lo voy a meter un poco más…

Sus gritos resultaban fuertes, incluso apagados por el trapo.

– Ya que te gustan las cosas grandes, te voy a follar el culo con esto. Disfrútalo.

Empecé a empujar para meterlo más y sacarlo, follándole el culo con él, las astillas del basto mango arañaban su interior y la entrada lo deshacía por dentro. Pasé toda la mañana con él, luego lo dejé abandonado durante dos días hasta que murió. Luego, lo desaté, lo llevé junto a los otros, cavé un agujero y los enterré juntos.

Al revisar sus pertenencias, descubrí gran cantidad de dinero y oro. Con la siguiente caravana que pasó por allí, hice llamar al sheriff del pueblo más cercano, al que conté lo sucedido cuando llegó dos semanas después, pero diciendo que había matado a los tres de sendos disparos, y que me confirmó que era procedente de un robo al banco local y del asesinato de varios mineros que habían tenido algo de suerte.

Se llevó el dinero y el oro y me quedé con el agradecimiento, las armas y los caballos. Ya no la volví a alquilar a nadie desde ese día. Pero ese mismo día, a última hora de la tarde, una indígena a caballa llegó a mi casa. Me dijo que la enviaba el jefe para atenderme a mí y a mi esposa hasta que se repusiera. Su nombre era algo largo y me resultó incomprensible.

– Me resulta difícil pronunciar tu nombre completo, así que te llamaré Killa, que es lo único que he entendido. – Le dije, y lo aceptó sin más.

No conocía el funcionamiento de las cocinas de los blancos, por lo que entre ella, Paulina y yo preparamos la cena para todos. A la hora de irnos a la cama, se me planteó el problema de donde iba a dormir ella. Le dije de dormir en el barracón, pero me dijo que el jefe la había enviado para atenderme en todo y que debía dormir conmigo.

– ¿No tienes marido?

– No, murió hace diez lunas.

– ¿Y no hay otro guerrero que te acepte?

– Tengo que llevar luto. Dentro de dos lunas podrán acercarse a mí.

– ¿Y por qué te ha enviado el jefe?

– Toda la tribu te está agradecida. Los ancianos decidieron levantarme el luto temporalmente para atenderte a ti por ser la más joven sin marido.

Era una mujer bastante joven. Entre dieciocho y veinte años, delgada y no muy alta. Se encargó de acostar a la niña, y yo me fui a mi habitación, me desnudé y metí en la cama. Al momento llegó ella y se quitó las ropas que llevaba, quedando totalmente desnuda.

A la luz de la lámpara puede ver un par de tetas bien puestas, tamaño mediano, un cuerpo muy bien formado, con piernas proporcionadas y un coño pelón como era normal encontrar en aquellas indígenas de cuerpo completamente depilado por naturaleza. Cruzó las manos sobre su cuerpo y bajó la mirada sumisa. Abrí la ropa de la cama y se metió junto a mí rápidamente. Puse mi mano sobre su estómago y la fui subiendo poco a poco, acariciando su cuerpo. Cuando llegué a sus tetas, tenía los pezones erectos y duros. Se giró hacia mí, clavándolos en mi pecho. Yo besé su cuello y busqué su boca, mientras mi mano recorría su espalda hasta su culo y la aprisionaba contra mi polla, dura como una piedra ya, situada ante su coño. Entonces hizo algo que me dejó confuso. Se separó de mí y se puso a cuatro patas como una perra negra para ser follada como tal.

– ¿Qué haces?

– Me preparo para que me penetres.

– ¿No quieres que nos acariciemos un poco, antes de hacerlo?

Ahora fue ella la que quedó confusa.

– ¿Para qué?

– Para disfrutar más, para que estés más excitada. –No supe darle más razones, porque no dominaba totalmente su idioma y no sabía cómo decirle algunas cosas.

– Yo ya estoy preparada para recibirte dentro de mí.

– Acuéstate de nuevo a mi lado.

Recorrí su cuerpo con mi mano, nuevamente desde su estómago hasta llegar a su coño, que efectivamente, estaba húmedo, aunque no lo bastante para mi gusto. Puse mi boca sobre uno de sus pezones, chupando y lamiendo, mientras mis dedos frotaban suavemente el otro. Acaricié sus tetas puntiagudas, besé su cuello y sus labios, bajé hasta pasar mi mano por encima de su suave coño y presionarlo ligeramente.

– Mmmmm.–Empezó a gemir.

Sus piernas, antes cerradas y relajadas, se abrieron buscando la caricia más profunda. Recorrí su raja con un dedo, dando una vuelta alrededor de su clítoris y bajando hasta meterlo dentro, lo frotaba y lo introducía de manera alterna… – Aaaaaahhhhhh

Estaba ya empapada. Me coloqué sobre ella y puse mi polla en su entrada, haciéndola resbalar para que fuese mojándose, antes de meterla. – Mmmmm. –Repitió, al tiempo que se retorcía ligeramente y avanzaba su pubis para sentir mejor el roce.

Entonces empecé a meterla despacio, con suaves entradas y salidas. Ella aspiraba y contenía y soltaba el aire a mi ritmo. Sabía que eran mujeres con el coño poco profundo.

– Oooopppsss… Fsssssss… Oooopppsss… Fsssssss…

Entraba con suavidad y pronto estuvo toda dentro, sorprendentemente ahondé en su vientre hasta colocar los casi 25 cm de rabo en sus entrañas.

– ¿Qué me has metido? –Dijo.

– Solo es la polla

– Debe ser enorme porque parece que me llega al estómago. Es por lo menos como la de mi caballo. Me siento totalmente invadida. Con mi esposo no era así… solo ocupaba la mitad de mi vagina.

Entonces empecé a sacarla hasta la punta y meterla hasta el fondo, procurando no rozar su clítoris, pero con un buen roce interior. Gemía y gemía sin parar, mientras decía…

– Mmmmmm. Déjame ponerme bien, necesito sentir los golpes de la bolsa en mi coño. Aaaah.

– No lo vas a necesitar.

Aceleré mis movimientos y, después de un par de fuertes gemidos, se agarró fuertemente a mi cuello y me aprisionó con sus piernas, mientras se corría en un largo y potente orgasmo. Cuando se recuperó, sin haberla sacado yo, me dijo.

– ¿Cómo puede ser que me haya corrido sin sentir los golpes de bolsa?

– ¿Qué golpes y a qué bolsa te refieres?

– A la que te cuelga ahí. –Dijo señalando mis cojones.

– Con mi esposo, cuando estaba en posición, me daba mucho placer cuando me penetraba, pero más cuando su bolsa chocaba conmigo. Pero nunca había sido tan fuerte y largo como hoy. Ha sido muy fuerte, y sin embargo, todavía quiero más. Nunca me había pasado.

– Entonces, prepárate.

Desde mi posición, volví a acariciarla y besarla, bajé de nuevo a sus tetas, mientras ella volvía a gemir. Bajé hasta su coño, totalmente abierto por su excitación y mi penetración. Lamí y chupé su clítoris, al tiempo que le metía dos dedos en el coño, mientras ella presionaba sobre mi cabeza. Nuevamente alcanzó un orgasmo acompañado de gemidos y gritos de placer. Sin darle tiempo a más, se la clavé hasta el fondo y volví a un nuevo mete y saca rápido, desplazándome unas veces hacia abajo para rozar bien su interior y otras hacia arriba para frotar su clítoris. Cuando nuevamente alcanzó su orgasmo, me dejé llevar, llenándola de nuevo, pero ahora con mi leche. Vaciados mis huevos me puse a su lado, se abrazó a mí y se quedó dormida. Por la mañana me desperté al moverse ella intentando levantarse. Tenía una fuerte erección, y le dije que me la chupase. Ella dijo algo así como “eso no bueno”

– ¿Quieres que le diga al jefe y a los ancianos que no me has complacido?

No dijo nada más, se acercó y se la metió en la boca, quedándose quieta.

– ¡Muévete de una vez!

– No sé qué hacer. Nuestros hombres no nos piden esto.

Era lista y necesitó pocas explicaciones para chupar, lamer, tragarla hasta la garganta y al final, tragarse toda mi corrida. Después de esto, nos levantamos y preparamos el desayuno. Más tarde, acompañé a Paulina a llevárselo a su madre, junto a lo que tenía que tomar, mandado por el chamán.

– Sé que está bien atendido, amo. Les oí anoche y les he oído esta mañana. Espero que no sea mejor que yo y me abandone por ella.

Me acerqué a besar sus labios afiebrados…

– Te dije que estarías conmigo hasta que tú quisieras, pero ahora sería muy difícil para mí dejarte marchar. Cuando te repongas ella se irá y continuaremos nosotros.

– Gracias, amo por ser tan generoso conmigo, yo nunca pensé q…. – rompiendo a llorar.

No la dejamos levantarse en una semana, hasta que estuvo totalmente repuesta. Durante el día, la muchacha se sentía totalmente perdida, al no conocer el funcionamiento de la casa, por lo que era la niña la que le iba indicando qué hacer y cómo hacerlo. La niña le ayudó a servir la comida y ella se arrodilló a mi lado, al estilo indígena, mientras comía yo.

Por la noche, ya en la cama, la hice ponerse a cuatro patas y ensalivé bien su coño con mi lengua, aunque no era muy necesario, pues estaba muy húmeda ya. Con un poco de insistencia, alcanzó su primer orgasmo. Luego me confesó que llevaba todo el día así. Seguía muy excitada. Le clavé la polla hasta el fondo y me incliné sobre ella para acariciar su clítoris hasta que se corrió nuevamente. No paré ni bajé el ritmo y aún alcanzó otro orgasmo más antes de que me corriera dentro de su útero.

Durante la semana que Melinda estuvo convaleciente, no dejamos de follar ni una sola vez. Resultó muy caliente y excitable llenarle el coño todas las veces de mi esperma. El día que Melinda se levantó alegando que estaba perfectamente bien hacía días, que se cansaba de ser la mimada de la casa y que tenía el coño como un río de tanto oírnos y no participar, llevé a las dos a la habitación y las hice comerse el coño mutuamente hasta que se corrieron las dos, luego me las follé a ambas por el coño y terminé llenando a Melinda.

Cuando Killa vio que se la metía por el culo y que disfrutaba de un nuevo orgasmo, me dijo que quería que se la metiese a ella también. Tuve que explicarle que antes tenía que dilatarla para que me recibiera sin dolor y que ya era tarde para hacerlo. No se quedó muy conforme, pero aceptó.

Al día siguiente no quería marchar, pero la convencí diciéndole que su tribu la esperaba y que podría venir cuando quisiera. La acompañe hasta el poblado en las montañas, llevándoles algunas provisiones en agradecimiento. Fue recibida con muestras de alegría por parte de las mujeres y la felicitación seria del consejo y del jefe. Desde el día del ataque de esos malhechores dejé de confiar en la gente y me ponía en armas en cuanto teníamos visita. Mi contacto con los indígenas y mis negociaciones fueron de lo mejor que pude hacer, ya que unos meses después, Melinda me dijo algo inesperado.

– Amo tengo que confesarle una cosa.

– Dime. ¿Qué has hecho?

– Estoy embarazada, amo. Castígueme si lo desea.

– ¿Por qué habría de castigarte?

– Porque nunca ha querido hijos y no he sabido evitarlo.

– Melinda, realmente estoy muy contento. –Le dije acercándome a ella y abrazándola–  Realmente me haces muy feliz. Hasta ahora he tenido tres hijos y no los conozco, aunque tengo otros ilegítimos que es natural… espero que éste me acompañe el resto de mi vida.

– Gracias amo. –Dijo llorando.

Con la excusa del embarazo de Melinda, Killa venía a menudo a ayudarla, reuniéndonos en mi cama los tres para disfrutar de nuestros cuerpos. Cuando llegó el momento del parto, algunas mujeres indígenas y el chamán vinieron a atenderla en un parto largo, que terminó con el nacimiento de un niño al que puse por nombre Roberto.

Tiempo después, como cosa de un par de años más tarde, tuvimos un segundo incidente con cinco jinetes que observé que venían al galope. Llamé a Melinda y le dije que cuando llegasen, si preguntaban, les dijese que su marido había ido a por mercancías al pueblo, escondiéndome inmediatamente. Cuando llegaron, se distribuyeron por los edificios, mientras tres entraban en la casa con las armas empuñadas, dos recorrían todo en busca de gente. Sacaron a Melinda con Roberto en sus brazos y a Paulina a la calle.

Le hicieron dejarle a Paulina el niño, y mientras uno quedaba con la niña, los demás entraron en el almacén con la madre para llevarse las provisiones. Yo, escondido cerca del que quedó fuera, entre un montón de heno, lancé mi cuchillo sobre su garganta, saliendo a la carrera para retirarlo, coger a la niña y al niño, meterlos en casa y hacerme con otra arma. Seguidamente, fui al almacén, comprobé, oculto a las miradas, donde estaban ubicados. Observé que uno de ellos tomaba entre sus brazos un fardo de las mejores pieles y se dirigía hacia la salida, donde yo me encontraba. Le esperé y cuando salió tapé su boca con una mano mientras con la otra le abría la garganta a cuchillo degollándolo. Solamente se oyó el suave ruido de la caída del fardo de pieles al suelo.

Cuando volví a asomarme, uno de ellos tenía el arma en la mano y los otros dos estaban cogiendo provisiones, con el arma en las fundas. Entré como una tromba, disparando con las dos armas tres certeros disparos que terminaron con ellos en el suelo. El del arma en la mano, muerto, y los otros dos gravemente heridos.

A todos los saqué y puse al sol, alejados de la casa. Obvié los gemidos de los heridos y allí quedaron mientras atendía a los míos. Un rato después, apareció una partida con el sargento Ramírez veterano de los Tercios de Flandes del pueblo al frente buscando a los cinco fugitivos, que también habían atracado el banco local. Volví a contarle la historia y le llevé donde los había dejado y donde estaban a punto de expirar los que quedaban vivos, a los que aún consiguió sacarles dónde se encontraba el resto de la banda.

Volví a quedarme con los caballos y las armas y el sargento con lo robado al banco. El caso fue que el sargento adquirió fama, al eliminar a todos los que robaban en sus dominios, y ya ningún maleante se atrevió a aparecer por allí... su ascendido a alférez y pronto a capitán muriendo con este título bien ganado. De su boca solía salir…

¿Eran los Países Bajos el infierno que sale a relucir en las crónicas de los soldados españoles que combatieron allí durante la Guerra de Flandes entre (1568-1648)? Al parecer la imagen que transmitía El capitán Diego de la Encina, en primera instancia aquello era un inmenso purgatorio de frío cenagal, sumido en la bruma y poblado por habitantes hostiles donde se iba a morir lejos del hogar… “España mi natura, Italia mi ventura y Flandes mi sepultura”, rezaba constantemente. Sin embargo, y aunque esta lúgubre visión tiene gran parte de verdad, la realidad de la vida cotidiana de los soldados españoles en los Países Bajos tuvo también una cara mucho más amable de alcohol, mujeres y abusos por doquier siendo los amos y señores del lugar, donde un soldado podía gozar de la mujer de un vecino y al día siguiente preñar a la del otro vecino sin estos pudieran o supieran hacer nada por impedir que sus esposas fueran ultrajadas vilmente.

Cuando Paulita cumplió los 14 años, la envié a un colegio de la costa para señoritas donde obtuvo excelentes resultados, gracias a las largas sesiones de lectura y escritura de las noches, sobre todo las de invierno. Un año después, Melinda me dio otro hijo al mismo tiempo que la indígena Killa. Esta vez dos preciosas niñas, a la que llamé Ana la que me parió Melinda, como una de las gemelas que conocí y Yanay nombre quechua que significa morenita. Al igual que como el anterior, Killa estuvo casi todo el tiempo con nosotros y parieron juntas con pocos días de diferencia.

Las cosas no cambiaron a nuestro alrededor. Las caravanas iban y venían, la gente pasaba, los indígenas traían pieles y yo les entregaba terneros, Melinda disfrutaba todos los días de entre una y tres raciones de polla, cuando no tenía que compartirla con Killa, de la que se había hecho muy amiga por cuanto compartían… vivienda, tareas y macho. La vida transcurría normalmente…

Tres años después, Paulina volvió convertida en una señorita que había terminado sus estudios y la recibimos con gran alegría, tanto por parte de su madre como mía. Ese mismo día, a la hora de la cena, nos dio la sorpresa. Yo le pregunté:

– Y bien, hija. ¿Qué quieres hacer a partir de ahora? ¿Quieres establecerte de institutriz  en el pueblo cercano o en algún otro? ¿Quieres volver a la ciudad y trabajar allí? Cuando eras pequeña, le hice la promesa a tu madre de que cuando fueses mayor podrías hacer lo que quisieras, yo pondría todo el dinero necesario. –No quise comentarle la otra opción.

– Quiero estar aquí como esclava tuya y cuidar de las personas del pueblo y de los poblados indígenas.

– Hija, pero… ¿Sabes lo que estás diciendo? –Dijo su madre.

– Si, madre. Desde que empezó mi despertar al sexo, me calentaba oír lo que hacíais, me tocaba varias veces al día. Mientras he estado en el colegio, lo he tenido presente todos los días y me he tocado mañana y noche. He guardado mi virginidad para el amo Juan, para que sea el primero. ¡Deseo que me rompa la virginidad y me haga mujer!

– ¿Y cómo aprendiste a tocarte?

– En una de las caravanas que se quedó a pasar el invierno, iba una muchacha mayor que yo con la que hice amistad. Empezó contándome que se juntaba a escondidas con otro muchacho que viajaba con ellos para hacer cosas.

– ¿Y qué cosas hacían?

– Me contó que se tocaban. Él le tocaba las tetas y el coño, y me dijo que le daba mucho gusto. Ella tocaba su polla, que se ponía grande y dura. Luego movía la mano hasta que echaba un líquido blanco y grumoso con el que los machos preñan a las hembras.

– ¿Y qué le hacía a ella para darle gusto?

– Le tocaba las tetas y metía mano bajo su falda, frotando su raja y el botón del placer, como lo llamaba ella. Ella me hacía lo mismo a mí y yo a ella. Así fue cómo aprendí a tocarme. Durante años me he hecho muchas pajas, pero quiero ser follada por el amo.

– Bien, te acepto como esclava. Dentro de tres días abriré todos tus agujeros. Melinda, prepárale el culo y enséñale a mamarla en condiciones. Mientras tanto, Paulina estará presente cada vez que follemos. Dormirás en el suelo, a mi lado.

Esa misma noche, cuando nos fuimos a la cama y se desnudó, vi que llevaba el tapón que utilicé con su madre para dilatarle el ano. Las hice poner juntas, a cuatro patas sobre la cama y procedí a darle un correazo a cada una en el culo, hasta un total de cinco en cada lado. Luego me coloqué detrás de Melinda y le metí la polla por el coño follándola inmediatamente, mientras con una mano la pasaba por la raja de Paulina, sintiendo cómo se abría para que pudiese meter mi dedo, cosa que no hice. Solamente acaricié por encima. Estuve follándome a la madre hasta que le saqué dos orgasmos, dejando a la hija con las ganas.

– No se te ocurra tocarte. El próximo orgasmo lo tendrás conmigo. –Le dije

– Sí amo.–Contestó.

Esa noche dormimos todos juntos en mi cama, y a la mañana siguiente me despertó su suave boca en mi polla, ayudada por su madre y siguiendo sus indicaciones. La metía hasta más allá de su garganta, para sacarla despacio, venciendo sus náuseas y arcadas. Presionaba fuertemente con sus labios al moverse y azotaba con su lengua mi glande y su borde al sacarla. Me tuvo un larguísimo tiempo al borde del orgasmo, hasta que no pude aguantar más y con mis manos empujé su cabeza, clavando mi polla en su boca y con dos movimientos arriba y abajo, me corrí directamente en su garganta.

Has tenido un buen principio. Esta noche tendrás tu deseada iniciación.

– Gracias amo.

Esa noche quise que fuese especial para ella. Tomé un aceite que tenía en el almacén que me lo enviaron para venderlo a las mujeres, no sé para qué y embadurné su cuerpo con él, ayudado por su madre. No dejamos ni un solo rincón de su cuerpo por untar ni frotar. Sus tetas y pezones fueron objeto de gran interés, las tetas amasadas y untadas y los pezones frotados, presionados y hasta chupados. Su cuerpo recorrido entonos los sentidos y acariciado por todos lugares. Su coño también fue untado, primero por las ingles y hasta el borde de los labios reiteradamente. Luego el interior de su coño, frotando su clítoris y metiendo los dedos en su interior para aceitarlo bien… no hay que mencionar que su coñito estaba completamente depilado y abultado, un conejito precioso de 17 años. Mientras los dedos entraban en su coño, otros acariciaban el ano y le penetraban, untando tanto por fuera como por dentro. En ese punto sintió su primer orgasmo de la noche.

– Mmmmm. Me corrooooo. Amo, no puedo contenerme, Me corroooo.

Cuando se calmó, volvimos a estimularla madre y yo, volviendo su excitación rápidamente. La hice ponerse a cuatro patas, se las abrí al máximo poniéndome tras ella y froté mi polla sobre su coño, recorriéndolo y humedeciéndola con su flujo y los aceites.

– Amo, por favor, estoy deseando que me penetres. Hazlo de una vez. Por favor, amo ¡Deseo que me folles y me llenes de leche! ¡Quiero que me preñes la panza de tus hijos!

Le hice caso y se la metí despacio hasta encontrar resistencia, inclinándome sobre ella, mientras con una mano acariciaba su clítoris.

– Aaaaahhhh. Amo, sigue, no pares. Métela más.

Se la clavé hasta el fondo de golpe, dejando un tiempo para que se acostumbrara. Ella emitió un largo gemido.

– Mmmmmmmmmm. Siiiii.

Empecé mi movimiento, entrando y saliendo con gran suavidad, debido al aceite y su propia lubricación, mientras mi mano no dejaba de acariciarla.

– Oooohhhhh. Amo, siento que me viene otra vez. Siiii, siiii. Me vieneeee, siiiii.

Yo seguí sin parar, encadenándole otro nuevo a los pocos minutos. Quedó derrengada, cayendo larga y sin poder sostenerse. Hice que su madre se colocase cruzada debajo, a modo de almohada, y mientras acariciaba el coño de la madre, le metía la polla en el culo a la hija. La madre, aprovechaba sus manos para meter dos dedos en su coño y, pasando el brazo bajo su cuerpo, acariciar su clítoris con la otra. Se la metía profundamente y notaba su interior presionándome, además de los dedos de Melinda que me rozaban por dentro. Cuando ella se corrió con un fortísimo orgasmo, yo le llené el coño con mi leche por primera vez…rompí su virginidad y la inundé de semen prolífico, el mismo que llenó a tantas mujeres y a otras fecundé repartiendo a mis vástagos por Asia, Europa y América. Ella quedó como ida, y ya no se recuperó. De ese estado pasó directamente al sueño.

Yo hice que Melinda me la pusiese en forma de nuevo con la boca y la estuve follando hasta que me corrí dentro de ella. De la madre no conté las veces que me satisfizo, era una consuma felatriz, hembra sumisa al extremo de la misma servidumbre esclava que ella misma asumió desde el primer día… “Antes esclava colmada de placer que muerta”, pensó y aún con los años sigue pensando. Ya me ha dado dos hijos, y no descartamos algunos más, pero es la niña la que reclama mi atención más severa, por eso a partir de ese día, follábamos directamente, con una o con otra, pero todos salíamos satisfechos. Solamente cambiaba cuando venía Killa, que procurábamos darle placer a ella sobre todo.

Por cierto, Killa se unió a otro guerrero, que al poco tiempo fue coceado por un caballo y murió casi reventado. Eso hizo que cogiese mala fama entre el resto de los guerreros, no atreviéndose ninguno a juntarse a ella. Por eso se vino a vivir definitivamente a nuestra casa. El tiempo fue pasando, los niños crecían sanos se hicieron mayores y los envíe a estudiar a colegios de la costa. Mi hacienda se convirtió en lugar de paso obligado para los que cruzaban las montañas hacia el oeste. La compañía de diligencias me ofreció y negociamos un contrato para tener una parada de postas, donde ofrecer comida y descanso a los viajeros, lo cual hizo florecer el negocio para mantener a mis 3 concubinas.

Ahora podían realizar servicios con parada a dormir en mi casa y continuar al día siguiente, lo que hacía ganar tiempo a los viajeros. Creo que fue en el año en que debía de cumplir los 40 años, porque no he llevado nunca control de mi edad, Ni siquiera sabía en qué año estábamos, cuando recibí una nueva sorpresa.

Un día de finales de primavera, en el que estaba recogiendo heno para guardar para el invierno, vi acercarse una solitaria carreta. Me preparé para recibirla con mis armas y medio oculto a la vista, cuando, al llegar a mí, vi que se trataba de Braulio, el pastor del barco y Berta, su mujer. Salí a recibirlos con alegría y nos fundimos en un fuerte abrazo los tres. Les enseñé los almacenes, el barracón que hacía hostal, el ganado, los llevé a casa y les presenté a Melinda, Paulina y a mis hijos. Como ya era hora de comer, los invité y nos sentamos a la mesa.

– Tu esposa cocina muy bien. ¿Ella y tu hija no comen con nosotros? –Me dijo Braulio.

– No, ellas comerán después y no estamos casados.

– ¡Vivís en pecado! Eso no puede ser. Yo mismo os casaré hoy mismo.

– No Braulio ni se te ocurra. Desde muy joven he vivido en pecado y jamás he sentido la necesidad de salir de esa situación. Olvídate del tema. He asesinado a demasiada gente, he abusado y hecho cosas en la guerra que nunca tendrán perdón. Mi vida es la más alejada que pueda esperarse de un cristiano… mi vida con ellas y los hijos que me han dado es la mejor imagen que puedas tener de mí, porque vástagos debo tener más de 25.

– Pero vivís como marido y mujer, incluso tenéis dos hijos.

– No, no somos marido y mujer, son mis esclavas. Madre e hija y la indígena también.

– ¿Cómo dices? La esclavitud se abolió hace años.

– No hace falta que me lo cuentes. Estuve luchando en la guerra de secesión, pero los negros siguen trabajando en las mismas condiciones de esclavitud.

– Entonces, te ordeno que la liberes inmediatamente.

– Verás Braulio. Por la amistad que nos une después de las aventuras del barco, no te echo de mi casa. Ella está aquí por propia voluntad, es mi esclava a voluntad. Si quisiera irse, podría hacerlo y no la retendría. Te propongo un acuerdo… Yo no me meto con tus ideas ni tus creencias y tú no te metes con las mías ni mis costumbres. Si te parece bien, disfruta de tu estancia en mi casa, incluso de mis esclavas, si lo deseas –puso cara de escandalizado–  Si no te parece bien, puedes marcharte cuando quieras, pero no vuelvas a tocar estos temas, ellas son muy felices siendo mis sumisas voluntarias.

Después de pensarlo… – Por nada del mundo quiero perder tu amistad, si respetas su voluntad no hay nada más que decir–Cambió de tema preguntando–  ¿Y qué ha sido de ti en estos años?

Yo le conté mi historia, incluso las partes más escabrosas, divertido al ver su cara escandalizada, hasta su llegada. Les pregunté por la suya y me contó que habían estado en un pueblo durante todos estos años, que no les había afectado la guerra porque estaba lejos del frente y que ahora que había conseguido nuevas vocaciones que podían seguir su ministerio, había sentido la llamada del Señor para ir a nuevas tierras, y se dirigían a las cuencas del Perú.

– No es lugar para mujeres decentes. – le dije pero no comenté nada más.

Tras nuestra conversación, preguntó dónde estaban las tumbas de los delincuentes y decidió que iba a rezar por sus almas, acompañado de Paulina con lo que quedamos Melinda, Berta y yo.

– Melinda, puedes comer.

– Si, amo.

– ¿Eres feliz? –Me preguntó Berta.

– La felicidad es relativa. Disfruto de cada momento que tengo, y no me preocupo si podría ser mejor o peor.

– Debí haberme ido contigo. –Dijo Berta– Ahora estaríamos juntos habiendo disfrutado todos estos años, y perdona por mi sinceridad. –Le dijo a Melinda– Eres en hombre más admirable que he conocido y podré conocer…valiente, arrojado, protector y amigo de todos

– Eso no lo sabemos. Podían haber pasado muchas cosas. Puede también que esta vida no te guste, porque, por ejemplo, Melinda es mi esclava y lo que opine no tiene nada que ver. Solo debe importarle mi opinión y mis deseos.

– ¿Qué no me guste? Estoy caliente y mojada desde la mitad de tu relato. Me encantaría sentirte dentro de mí ahora mismo. –Dijo de una tirada, sonrojándose hasta la médula– Pocos hombre son tan machos como tú, lo demuestra que tienes a tres hembras dispuestas a las que sirves con sin fallar, porque lo que tienes entre las piernas es un prodigio de la naturaleza siempre dispuesto a dar placer y a recibirlo.

– ¿Es muy largo tu marido en sus oraciones?

– Mucho.

– Quítate las bragas y ven.

Miró a Melinda, que no levantaba los ojos del plato, y al ver que no decía nada, se las quitó con rapidez, mientras me sacaba la polla. Le dije

– Siéntate sobre mi y clávate la polla.

Levantó sus faldas, se puso de espaldas a mí y se la metió entera de una vez.

– Dios mío. Ya no recordaba lo bueno que era esto.

Ella se movió a su gusto, disfrutando de mi polla hasta que se corrió. Siguió empalada un rato y volvió de nuevo a la carga con más bríos, hasta alcanzar un segundo orgasmo. Entonces se salió, llorando y dándome las gracias. Yo hice una seña a Melinda, que se apresuró a arrodillarse ante mí y ponerse a chuparla, hasta que le dije… – También para ti.

Sin dudarlo, me dio la espalda, se la metió y empezó a moverse con maestría. Berta nos miraba con cara de sorpresa, incluso se acercó para comprobar que la estaba follando. Cuando se corrió, sus contracciones me llevaron a mi orgasmo, descargando todo en su interior. Luego se salió, me limpió la polla y volvió a sus tareas.

– Me estoy perdiendo mucho. –Fue lo que dijo Berta– Nos has follado a las dos sin nada de descanso y seguro que te follaras más tarde a la indígena y a la hija de Melinda.

– No te quepa duda, las tres hembras quedan servidas casi a diario.

En ese momento entró Braulio con Paulina y se sentó con nosotros, mientras la madre terminaba su comida y la hija empezaba con ello. Me habló de unas reparaciones que tenía que hacer en la carreta para poder cruzar las montañas con seguridad. Estuvimos mirando y realizando algunas de ellas. Se hizo tarde y nos llamaron a cenar. Durante la cena le comenté que tendría que quedarse el día siguiente también.

– No hay problema. Ya estamos acostumbrados a dormir a la intemperie.

– De eso ni hablar. Os quedáis en la habitación de Melinda.

– ¿Y ella? ¿Dormirá con nosotros?

– No, ella vendrá conmigo.

– No, no y no. No puedo consentir que por mi culpa viváis en pecado. Dormiremos fuera.

– Por lo menos, deja que Berta duerma con Melinda. Como mínimo se merece un par de noches cómodas. Y lo de vivir en pecado deberías superarlo… la estoy follando todos los días desde hace más de seis años y la he preñado dos veces, más pecado no puedo tener

A eso si que pude convencerle. Luego le pregunté que también podrían quedarse en la habitación para matrimonios del barracón a lo que respondió que no tenían mucho dinero, y que tenían que ahorrar. Le dije que en mi casa ellos nunca tendrán que pagar por nada, que fuesen con tranquilidad. Berta decía que se quedaría con Melinda para poder hablar de cosas de mujeres.

Al final, después de mucho hablar, decidieron que el dormiría en una de las literas del barracón y las mujeres en la habitación. En cuanto se fue, mandé recoger todo y cité a las tres en mi habitación. Entraron desnudas. Melinda y Paulina porque era su obligación y Berta porque lo hacían las otras. Hice que se acostasen a mi lado, con Berta junto a mí, empecé a besarla y acariciar sus tetas, mientras Melinda hacía lo mismo con el otro. Paulina bajó hasta su coño y se arrodilló entre sus piernas para comérselo.

– No le metas la lengua. Solamente recorre los labios con la punta. –Le dije.

Mi boca cambió a sus tetas y mi mano fue a su coño, acariciando su vello. Melinda también chupó su pezón y acarició la teta.

– Ensaliva bien tu dedo y méteselo por el culo sin dejar de excitarla y tú, Berta, flexiona las piernas.

Pasé mi mano al coño de Melinda, acariciando su superficie. Observé su respiración acelerada y le dije a Melinda que se diese la vuelta y que se comiesen el coño mutuamente, con Berta arriba.

– Tienes mi permiso para correrte las veces que sean. Siempre que le des el máximo placer a Berta.

Al momento de ponerse, vio cómo tenía el coño y me avisó…

– Amo, está ya preparada y abierta.

Sin más dilación, me puse a follarla mientras Melinda le lamía el coño y chupaba el clítoris.

Berta gemía y gritaba de placer. Tuve que decirle que se concentrase en comerle el coño a Melinda para que no se oyesen sus gritos. A Paulina, la hice poner de pie sobre ellas, con una pierna a cada lado, para poder comerme su coño mientras follaba a Berta. Tanta actividad me estaba llevando al clímax y tuve que decirles que cambiasen de posición entre hija y madre para acabar metiéndosela bien dentro a Berta y poder correrme a gusto.

– Aaahhhh. Voy a correrme. Berta… voy correrme en tu coño.

Se la clavé directamente, sin problemas, gracias a lo mojada que la tenía del flujo. Después de correrme, Melinda se tiró a mamármela y volver a ponérmela dura con su boca, a lo que contribuyó también Berta desde abajo con los huevos. A indicación mía, volvieron a colocarse como antes y se la clavé a Paulina en el coño, volviendo a darle sin parar. No sé la cantidad de orgasmos que tuvo la niña. De repente, cayó sobre Melinda con los ojos cerrados, agotada. La aparté a un lado y seguí follando a Melinda hasta que ella se corrió. Yo hice que Paulina se acostase y continué con ella hasta que también obtuvo su orgasmo y yo la seguí con poca diferencia llenando a Paulina dejándome los huevos secos. El día nos sorprendió a los cuatro abrazados. A mí en el centro y ellas a los lados, pegadas a mí.

Las desperté a las tres. Melinda y Paulina me pidieron perdón por haberse quedado dormidas en mi cama sin mi permiso y se fueron a su habitación. Berta se despertó y me dijo que se iba rápidamente a vestir, pero una fuerte molestia en su coño la paralizó. Lo tenía todo rojo, por fuera y fuertemente irritado por dentro de la poca costumbre de recibir pollazos tan profundos y con un calibre tan grueso. La llevé a la otra habitación en brazos, le pusimos un discreto camisón y la dejamos en la cama. Mientras Melinda refrescaba sus partes con agua, acordamos decir al marido que se había despertado con un fuerte dolor de tripas y que quedaría todo el día en cama. Aún bromeó diciendo…

– No me importaría pasar todos los días así, si las noches fuesen como la de anoche.

Riéndome, salí a buscar al marido, que levantado ya, atendía a las reparaciones de la carreta. Le expliqué que me habían dicho que su mujer se había despertado con dolor de tripas, por lo que volvimos a la casa y pasó a visitar a su mujer. Mientras, Melinda preparó el desayuno y, tras tomarlo, nos fuimos a trabajar.

Permaneció en cama durante todo el día y nosotros terminamos cerca del anochecer. Ella cenó en la cama y nos retiramos a descansar, en la confianza de que, al día siguiente, estuviese en condiciones de partir. No había hecho nada más que acostarme, cuando entraron las tres en mi habitación, Berta con un tarro de manteca en la mano.

– Quiero que me la metas por el culo y te corras dentro. –Me dijo.

– No puede ser. Primero tengo que prepararte bien para no hacerte ningún daño.

– No hace falta, mira. –Y dándose la vuelta, me enseñó su culo con el tapón que había utilizado yo con Melinda.

– ¿Y cómo es eso?

– Gracias a Melinda. Anoche me disgustó que solo te corrieses en mi coño y se lo he dicho a ella, que ha pasado mucho rato dilatándomelo durante el día, hasta que me ha entrado el tapón.

– ¿Pero no te encontrabas tan mal?

– Al principio sí, pero luego lo he pensado mejor. No iré con mi marido. Las cosas no mejoraron desde que bajamos del barco, si acaso empeoraron al espaciar más las relaciones debido a la gran cantidad de trabajo que, según decía, le daba su ministerio en aquel pueblo medio vacío.

– Mi llegada aquí y mi estancia contigo me han hecho recordar. Y se ha transformado en desapego hacia mi marido lo que hasta ahora era indiferencia. No volveré con él. Me quedaré aquí alegando mis dolores y le convenceremos para que se vaya solo y que iré en la próxima caravana, una vez que me recupere. Luego le mandaré una carta explicándole.

– ¿Pero tú crees que aceptará? ¿No piensas que quiera quedarse a cuidarte?

– Ahora me trae sin cuidado. Saca esa alabarda y arregla mi calentura, que no baja desde el momento en que te vi ¡Necesito esa verga de burro dentro de mi vientre!

Envié a Paulina a su habitación, cosa que hizo con gran disgusto y descubrí la cama y les hice sitio a ambas. Esta vez, Berta se lanzó como una loba sobre mi polla, chupando como una posesa, pero sin nada de técnica. Tuvimos que enseñarle a realizar buenas mamadas, y es curioso lo rápido que se aprende cuando le pones interés. Cuando la tuve como una piedra, se quitó el tapón y directamente se la metió por el culo sin darme tiempo a decir nada.

– ¡Uuuuuuaaaaaaaaaauuuuuuuu! – Exclamó–  ¡¡Cómo me llena!!

Empezó a mover el culo adelante y atrás, entre exclamaciones de gusto.

– ¡¡Mmmmm!! ¡Qué bueno. Qué gusto…! ¡Cómo es posible haber podido vivido sin esto!

Hice que Melinda colocase su coño en mi boca y que chupase los pezones, yo pasé una mano por debajo para acariciar el clítoris de Berta, y otra por encima para ayudarme con el de Melinda. Está claro que cuando se tiene hambre cuesta llenar el estómago, y Berta tenía hambre de orgasmos y polla…de mucha polla atrasada. Encadenaba sus orgasmos y los agujeros. Tan pronto la tenía en su culo como daba un bote y se la metía en el coño.

Solo la interrumpí dos veces, para correrme en su culo y que luego me la pusiese dura de nuevo y enchufársela por el coño. Melinda, como no había dejado de trabajarla, dejaba caer chorros de flujo y babas por ambos costados de mi cara, que mojaban la cama como si la estuviesen lavando. Después de no sé cuanto rato, fui yo el que tuvo que decir basta. Me dolía la polla del roce, lo que dificultaba una nueva corrida, ya más lenta porque sería la tercera, después de haber servido a su culo primero y a su útero a continuación, tenía la boca desencajada de comerle el coño a Melinda, los dedos me dolían de frotar los clítoris y Berta seguía como si acabásemos de empezar.

Con un mohín de disgusto, siguió hasta obtener una nueva corrida y apurar se salió de mí, quedándonos dormidos casi al momento.

Al día siguiente, acababan de meterse las mujeres en su cuarto y yo a preparar desayunos, cuando entró el cura. Me preguntó si sabía cómo se encontraba su esposa, a lo que respondí que no, pero que llamase a su puerta y le preguntase. Llamó a la puerta, le abrió Melinda y preguntó por su esposa, a lo que ella misma le informó que peor que el día anterior. Pidió a Melinda y Paulina que saliesen, porque sabía algo de enfermedades y quería mirar a su esposa. Cuando entró, ya me vi con problemas. Puse la mano en la pistola que tenía bajo la mesa y esperé.

Al rato salió diciendo…

– No podemos irnos. Está muy mal. Tiene una infección interna muy fuerte, hasta el punto que el ano le supura un poco de pus. Además lo tiene inflamado y tremendamente dilatado. ¿Podrías acompañarme a buscar unas hierbas que conozco para curarla?

Mientras hablaba, retiré la mano de la pistola y me la llevé a la boca para morderla y no reírme a carcajadas.

– Por supuesto que sí, Braulio. Vamos ahora mismo para dárselas enseguida y conseguir que se ponga bien cuanto antes.

Me explicó que clase de hierbas eran y su apariencia y, después de dar un largo rodeo, le llevé donde sabía que había. Mientras, me fue diciendo.

– Vaya inconveniente que me ha surgido. Hacen falta cinco días para llegar al campamento minero, y tendría que salir hoy para llegar a tiempo y poder entrevistarme con el diácono actual, que se marcha entonces. Si perdemos más días, y puede que esto vaya para largo, no llegaré. Quizá sean los designios de Dios.

Yo le propuse.

– Sabes que puedes contar conmigo para lo que quieras. Te ofrezco de todo corazón mi casa, tanto si decides quedaros aquí como si quieres que tu esposa se quede con nosotros hasta que se reponga y la enviamos en la próxima caravana que pase en dirección a las minas.

– No creas que no lo había pensado, pero el problema es Berta. ¿Cómo se lo digo sin que se sienta abandonada y se enfade conmigo?

– Eso, si quieres, déjamelo a mí. Yo intentaré convencerla de que se quede, como idea mía. Tú estarás presente y no te dejarás convencer, hasta que ella acepte. ¿De acuerdo?

– Gracias Juan. Me salvas por segunda vez.

No sabía que decirle más. ¿Se puede ser tan ciego? En fin, encontramos las plantas y volvimos a la casa. Entramos en la habitación, donde Berta estaba desayunando con apetito que cambió inmediatamente a desgana. Empecé a hablar yo.

– Me ha dicho Braulio que tiene una entrevista dentro de cinco días en las minas.

– Sí, y temo que esto nos retrase mucho.

– He pensado una cosa.

– Dime.

– ¿Qué tal si te quedas con nosotros hasta que estés restablecida y te vas después en alguna caravana que vaya con destino a las minas?

– Ya lo había pensado, pero sería una molestia para vosotros. Trastocaría toda vuestra vida. –Dijo sonriendo como forzada.

– A nosotros no nos importa. Además serán unos días. ¿A ti que te parece Braulio?

– Noo, no puede ser. Demasiado amables habéis sido con nosotros.

Observe que Melinda se retiraba con la mano en la boca.

– Mira Berta, no se habla más. Tú te quedas con nosotros y Braulio se va. Me ha dicho que la entrevista era importante. Para nosotros no es problema que estés aquí todo el tiempo que quieras y además, te vamos a cuidar incluso mejor que él.

– Pues bueno, por mí sí. La verdad es que no tengo ganas ni de levantarme para ir a la letrina. ¿Tú qué dices, Braulio?

– Bueno, confío plenamente en que Juan y Melinda te cuidaran bien, y también es cierto que es importante que llegue a tiempo, pero lo más importante eres tú.

– Ve entonces, Braulio. Yo estaré bien y me reuniré contigo en cuanto no tenga necesidad de sus atenciones.

– Gracias, amor mío. –Se acercó y le dio un beso en la frente.

Me dio un abrazo a mí y salimos a despedirlo hasta la carreta, ya preparada desde primera hora. Cuando salíamos, desde la puerta oímos a Berta desde la cama…

– Buen viaje cariño. Perdona que no vaya a despedirte, pero no me puedo mover.

– Gracias amor mío, no te preocupes. Recupérate y nos veremos dentro de unos días.

Le acompañe a la carreta, volvimos a despedirnos con un abrazo y se marchó.





 

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