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UNA HISTORIA DE AMOR. Y si tú no has de volver...

    "Y si tú no has de volver" 1ª PARTE "Una para el otro y otra para el uno". Esa frase la repite una y otra vez mi ...

La Aldea de Bernada

 

Bernarda era una mujer de unos 40 años, de un metro sesenta de estatura aproximadamente, morena, rellenita sin estar gorda y de una belleza indefinida que resultaba atractiva… una mujer resultona en la que muchos hombres se fijaban. Parecía una mujer de aldea de los años treinta. Llevaba el cabello recogido en un moño y vestía y vivía de forma austera. Parecía de esas mea pilas que al follar con sus maridos no pasaban del misionero, o eso parecía.

Hernando era un amigo mío, era un tipo guapo ancho de espaldas y estrecho de culo, pero maricón no era, eso seguro, y estaba al trabajo que le caía. Le había cortado a su tía Bernarda las ramas de un cerezo que daban a la finca de al lado, donde vivía su prima Angelitas, que era lo contrario de las mujeres de aquel tiempo, con 26 años, alta, de cabello rubio y ojos azules... Era un pibonazo con un cuerpo de escándalo, pero más puta que las gallinas.

 

************

 

Estábamos Bernarda y yo en un cobertizo sentados sobre dos troncos de roble comiendo dos bocadillos de anchoas. El gato de Bernarda, un gato amarillo con rayas marrones, de raza indefinida, echado sobre unos sacos nos miraba y se relamía. Una jarra de vino tinto de dos litros y dos tazas de barro estaban en el suelo. Las paredes del cobertizo eran de ladrillo y estaban sin revestir. Por una ventana en la pared de la izquierda entraba la claridad durante el día, y para la noche colgaba una bombilla del techo. La puerta era de madera de pino y estaba algo apolillada. Había cantidad de telas de araña debajo del techo cubierto de uralitas, y una docena de grillos que vivían entre la leña habían puesto música "gri gri" desde que dejáramos de tirar de la sierra de mano con la que hicimos leña de las ramas y de unos cuantos troncos.

Yo estaba a pecho descubierto mostrando orgulloso mis pectorales con buena pelambrera y unos buenos bíceps…  Mi tía Bernarda, enfrente de mí, tenía puesta una camiseta blanca y una falda marrón que le daba por debajo de las rodillas, pero que al haberse sentado se le subiera y enseñaba más de lo que debería. Parecía la Chiquita Piconera, que en su día pintara Julio Romero de Torres, solo que su camiseta blanca con el sudor se le pegara al cuerpo y se marcaban en ella dos grandes pezones, lo que me dijo que no llevaba sujetador… y que con toda probabilidad era signo de que tenía ganas de polla, aunque ya me lo imaginara al entrar en el cobertizo, y ella misma ponerle la tranca a la puerta para que nadie nos molestara. Mi tía, echando dos tazas de vino, me dijo…

- ¿Puedo preguntarte algo personal?

- Pregunta lo que quieras, lo que no sé es si te podré contestar.

- Se rumorea que lo hiciste con tu prima Angelitas. ¿Es verdad que te la follaste…?

- ¿Por qué te interesa saberlo?

- La que estaba preguntando era yo.

Cogí mi taza y después de vaciarla de una sentada, le dije…

- La gente que no tiene que hacer le da a la sin hueso. Angelitas está casada.

Bernarda se echó un trago de vino. Le cayeron unas gotas en la teta derecha al lado del pezón. Le pasó el dedo medio por encima, por el pezón y después lo chupó mientras me miraba. Era un claro acto de provocación. Luego empezó a sacarle punta a la cosa.

- Y su marido está embarcado.

Le miré para las piernas. Bernarda las abrió un poquito más y vi su coño, más bien sus pelos. Mi tía venía sin bragas y a por todas.

- Y el tuyo en Alemania.

La pilló por el aire.

- Por eso sé que tiene Angelitas tiene ganas de verga… ¿y tú se las quitaste?

- No soy cómo Jacinto. ¿Tienes un antojo en la nalga derecha, tía?

Mi tía se puso seria. Su voz se embruteció. Fue como si le picara una avispa en todo el coño.

- ¡Hijo de puta!

No sabía si me lo llamara a mí o a Jacinto, le pregunté…

- ¡¿Quien?!

- Jacinto. ¿Quién más lo sabe?

- Angelitas, y también sabe una historia muy caliente de lo que hiciste en tu despedida de soltera. ¿Qué historia es esa?

- ¡A ese puto cabrón lo capo!

- ¿Tan comprometedora es la historia?

- ¿No te la contó?

- No.

- Pues yo tampoco te la voy a contar.

Yo ya sabía la historia pero dejé que se fuera cociendo en su propio jugo.

- Sí me la cuentas te digo que pasó con mi prima.

- ¿Follaste con ella?

- Puede que sí, puede que no.

- Es que tarde o temprano me va a llamar puta. Quiero tener algo con que defenderme.

- Cuenta esa historia y te aseguro que no te va a poder llamar puta.

- La follaste.

- Cuenta.

- Vale, te cuento, pero cómo te calientes y me quieras follar vas a tener un problema.

- Cuando lleguemos a esa fuente ya veremos si está seca o si echa agua.

- ¡Ahí me has dado! Te cuento…. Fue hace muchos años, éramos jovencitas y demasiado atrevidas. Ya había caído la noche, pero la luna llena permitía ver con relativa claridad. Estábamos en el monte. Felisa, la de Tino, Adela, la del carpintero y yo. Celebrábamos mi despedida de soltera. Contábamos chistes verdes. Nos reíamos y nos hacíamos cosquillas al acabar de contar los chistes. Ya teníamos las tres botellas de vino blanco por la mitad. Estábamos contentillas, y algo cachondas, ya que al hacernos las cosquillas, las manos también se nos iban al coño y a las tetas. Vimos venir a Román, un cuarentón del montón que estaba más días borracho que sereno, día y noche. Traía un garrote en la mano para cazar conejos. Al ver cómo le hacía cosquillas a Adela en una teta, dijo… - "Lo que necesita esa no son cosquillas."

Nos miramos las unas a las otras. Nos levantamos, y al grito de… "¡A salársela!", corrimos hacia él. Nuestras tetas iban de abajo a arriba y de arriba a abajo… ¡Pim, plas, pim, plas...! Corríamos con los brazos estirados cómo si fuéramos serpientes que se iban a enrollar en su cuerpo. Le debimos parecer tres salidas, pero no reculó. Al chocar las tetas de Felisa contra Román, que de aquella era flacucho, dio con los huesos en la hierba. Felisa le puso las dos manos en el pecho, Adela le bajó los pantalones y los calzoncillos y yo le salé la polla con hierbas y tierra, o sea, que se la froté con la mezcla. Pasó lo que no esperaba que fuese a pasar.

La polla aumentó en tamaño unas veinte veces y se puso gorda y muy larga. Era una cosa seria. Daba miedo verla. Nos separamos las tres de él como si tuviera la lepra. Román se sentó y con cara de picarón, nos dijo…

- "¿Nunca habíais visto una picha tiesa?"

Le respondió Adela. - "¿A usted que le parece?"

- "Ahora me tratas de usted, golfa. Pensasteis que venía borracho y os querías reír de mí. ¿A qué sí?"

- Ya lo tuteó.

- "Es que siempre andas borracho. No se lo digas a nadie. Fue cosa del vino."

El cabronazo se quiso aprovechar.

- "Si os hacéis un dedo y me dais vino me callo la boca, pero lo tenéis que hacer las tres y dejarme mirar mientras bebo."

- No sabía que era hacer un dedo y le pregunté… ¿Un dedo de qué?

- "Una pera. Ya sabes..."

Nunca me había tocado. Me casaba, pero iba virgen al matrimonio. Lo más que me hiciera mi novio fue cogerme una mano y darme besos en la mejilla. Le dije que no, que no sabía. Sonrió con picardía, y poniéndose en pie y guardando la polla, dijo… -"Sabes, tú y todas sabéis."

Felisa, que debía estar cachonda, le dijo… - "No, no sabe, enséñale para que después nos enseñe a nosotras."

Parecía que no nos creía. Me dijo… - "A ver, Bernarda. ¿De verdad que nunca te metiste un dedo en el coño?"

Extrañada por la pregunta, le pregunté yo a él que para qué iba a meterlo. Me respondió…

- "Para... ¿Quieres correrte?"

Sus palabras hicieron que los finos pelos de mis brazos y de mis piernas se erizaran. Le pregunté si me correría cómo un hombre….

- "Parecido. ¿Quieres?"

Le dije que quería. Se acercó a mí y me dijo él…

- "Tienes que dejar que te coma la boca."

Ese día Román estaba afeitado. Olía a Varón Dandy. Lo vi guapo bajo la luz de la luna. Le dije que me la comiera. Me dio un beso con lengua. Se me juntaron las rodillas, se me torcieron los pies y temblé al sentir cómo me picaba el coño. Poco después, dijo…

- "También tienes que dejar que juegue con tus tetas."

Si en vez de pedirme que le dejara jugar con mis tetas me pide que se la chupara, se la chupo. Iba a hacer lo que fuera por correrme. Le dije que jugara. Me desabotonó la blusa, me subió las copas del sostén y comió mis tetas grandes y duras. Su lengua lamiendo mis areolas y mis pezones, su boca mamando las tetas y sus manos amasándolas hicieron que de mi coño comenzase a brotar un manantial que encharcó mis bragas. Cuando paró quise decirle que siguiera, pero me dio vergüenza. Al rato me dijo…

- "Ahora tienes que dejar que te coma el coño." Me pilló a las patatas. Le pregunte si era necesario, y me respondió… - "No, no lo es, aunque me gustaría comerlo, debe estar riquísimo."

La interrumpí por primera y última vez.

- Yo te lo hubiese comido.

Mi tía volvió a abrir las piernas y le volví a ver el coño. Yo ya estaba empalmado. Ella veía el bulto y supuse que deseaba que le comiera el coño, y lo supuse porque sus pezones se marcaban mucho más en su camiseta. Dejé que se cociese más en su jugo. Al ver que no atacaba siguió contando la historia.

 


 

- Pero él no lo hizo…. Estuve a punto de decirle que no se cortara, que me bajara las bragas y me lo comiera, pero la timidez... Román me metió la mano bajo la falda y dentro de las bragas. Pasó dos dedos por mi coño y con ellos mojados los pasó por mi pepitilla. Mientras la frotaba me comió la boca y me magreó las tetas. Poco después comencé a sentir un gusto que fue en aumento, en aumento hasta que me dejó ciega. Las piernas me temblaban. Quise gritar, pero no me salió la voz. Solo pude jadear cómo una perra cuando está follando. Fue la primera corrida de mi vida, y el resto ya lo sabes, estoy casada con Román y con más de sesenta años aun disfruto de sus pollazos, ninguno en el pueblo la tiene tan gorda como tu tío.

- ¿Le enseñaste a hacer la pera a Felisa y a Adela?

- Aprendí, pero eso ya es otra historia. Cuenta cómo fue lo tuyo con Angelitas, y dame detalles.

- ¿Y Román se fue sin que le hicierais una mamada?

- Ahora no toca hablar de eso.

Sabía que se la hicieran, pero ya no la hice esperar más. Me arrodillé delante de ella y le cogí un pie, me preguntó:

- ¿Qué vas a hacer?

- Mirar si la fuente está seca o si echa agua.

- Echa agua, y vas a tener un problema. Soy insaciable.

Me puse en plan machito.

- ¿Quieres que te haga lo que le hice a Angelitas, insaciable?

Me echó una mirada que más que mirar, mordía. Se quitó las horquillas y su larga cabellera negra cayó en cascada, después…

- ¿Tú qué crees…? ¡¡Tu tío está para el arrastre, y me folla menos que un caballo de madera!!

Le quité una de sus zapatillas negras con piso de goma blanco, le levanté la pierna y la fui besando y lamiendo hasta más arriba de las rodillas al tiempo que acariciaba la planta de sus pies y los dedos. Luego le quité la otra zapatilla y le hice lo mismo que en la otra pierna... Después hice que se levantara. Me senté en el tronco en que estaba sentada, y le dije:

- Échate en mi regazo.

Se echó. Le levanté la falda y quedó con el culo al aire. Le di una palmada en una nalga, "¡Plasss!" Bernarda, me preguntó…

- ¿A la guapita de cara le gusta que le den en el culo?

- Le encanta.

Mi tía tenía un culo blanco y grande con un antojo en forma de mariposa en la nalga derecha. Le di dos azotes, uno en cada nalga… "¡Plas, plas!" Después le pasé dos dedos por el coño. Abrió las piernas. Le metí los dedos dentro. Tenía el coño estrecho y empapado, se veía que llevaba tiempo sin follar o ella bien me había dicho.

- ¡Qué puta es!

Hablaba de Angelitas cómo si no fuera ella la que estaba haciendo cochinadas. Le volví a mirar el culo. Aquel culo era mucho culo para mi mano, Cogí una de sus zapatillas y le di dos veces en cada nalga… "¡Zas, zas, zas!"

- ¡Es una enferma!

Le besé las nalgas y le acaricié el ojete con un dedo.

- ¡Qué cochina!

Le metí la mitad del dedo corazón dentro del culo y le pregunté… - ¿Quieres que pare?

- No, no me seas cabrón… haz lo que hiciste con ella.

Le follé el culo con el dedo. Cuando lo quité…

- ¡No tiene vergüenza! Esas cosas no se le piden a un hombre aunque gusten.

- Pues a mi me gusta que una mujer sea guarra.

- ¿No me mientes?

- No.

Bernarda volvió a oler el dedo y lo chupó. Después de chuparlo se lo metí en el coño... Lleno de jugos se lo puse en los labios y lo volvió a chupar, para acto seguido decir:

- ¿Te gusta el sexo guarro?

- Más que a un niño un caramelo.

Volví a la zapatilla... Le fui dando en una nalga… "¡Plas!" Pasaba la zapatilla de canto con la goma por la raja y el ojete y después le daba en la otra… "¡Plas!" Mi tía se quejaba y gemía, una mezcla que me puso la polla cómo una roca. Me preguntó…

- ¿Disfrutaba mucho cuando le pegabas?

- Muchísimo.

- ¿Cómo tiene el culo?

Le volví a dar… "Plas, plas."

- Lo tiene duro.

- ¿Y el coño?

- Peludo pero de pelo muy corto, como el tuyo… y se moja enseguida.

Le di de nuevo. "Plas, plas."

- ¿Y a ti te gustaba darle?

- Sí, cómo me está gustando darte a ti. Estoy empalmado a más no poder.

- ¿Me dejas que te dé yo a ti?

- Ella no me dio.

- Es muy guapa pero muy tonta. ¿Me dejas?

- Luego.

La saqué del regazo. Al estar de pie le quité la falda. De su coño, un coño alfombrado un vello diáfano negro por donde caían gotas de jugo. La cogí por la cintura y se lo lamí. Su coño olía a polvos de talco y sabía a pan de maíz recién horneado. Mi lengua salió cubierta de jugos mucosos y espesos. Los tragué y seguí lamiendo. Mi tía se puso cómo loca.

- ¡No, no! ¡¡No sigas que me corro!!

Paré, pero ya era tarde. Se comenzó a correr. Sus manos apretaban mi boca contra su coño. Su pelvis subía y bajaba. Gemía y se estremecía. Mi tía soltó una riada de jugos espesos y templados.

Cuando acabó de correrse, me dijo…

- ¡Que puta es Angelitas, coño, que puta es! Bueno, que putas somos contigo, coño.

Le quité la camiseta y vi sus tetas, unas tetas algo decaídas, pero gordas, con enormes areolas color carne, pezones cómo falanges de mi dedo meñique y tiesos cómo mi polla. La besé con la boca oliendo y sabiendo a coño. Mi tía, me preguntó…

- ¿Su coño sabe cómo el mío?

- No, el tuyo sabe cómo a pan de maíz recién salido del horno, el suyo sabe cómo a ostra.

Iba a comerle las tetas cuando me echó la mano a la entrepierna. Me bajó la cremallera, y cogiendo mi polla con su mano derecha, y masturbándola, me dijo…

- Después me cuentas que más le hiciste con esa PUTA.

Me besó. Sus labios sin pintura eran suaves cómo los de una jovencita. Su lengua hizo maravillas en mi boca... Lamía mi lengua, me la chupaba, me daba la suya a chupar... Me besó y lamió y chupó el cuello por ambos lados. Besó, lamió y chupó mis mamilas. Se puso en cuclillas. Me bajó los pantalones y el calzoncillo. Volvió a coger mi polla y la metió en la boca, la mamó, la volvió a sacar, y me dijo…

- ¡Qué bueno estás, cabronazo! ¡No sabes cuánto me gusta el sabor de una polla!

Con el pantalón y el calzoncillo encima de mis zapatillas deportivas, me hizo una mamada cojonuda. No faltó de nada... Lamió y chupó las pelotas, mamó el glande, la metió en la boca, hasta donde pudo. Lamió desde los huevos al frenillo, me masturbó..., y yo, yo le correspondí con una corrida inmensa, corrida que le debió encantar, ya que al tragar gimió de placer. Ni una gota dejó que se perdiera. Me agarró de los huevos y se metió el glande succionando, mientras mi polla no dejaba de soltar chorros de lefa espesa, al acabar de ordeñarme, se levantó, me volvió a besar con lengua, y me dijo…

- ¡Estaba muy sabrosa tu leche! Se nota que ha salido de unos huevos jóvenes…

Los grillos seguían cantando y Serafín, el gato, relamiéndose cuando Bernarda se alejó de mí para apartarlo y echar en el suelo media docena de sacos que cogió de un montón que había en una esquina. Mientras se agachaba para hacer con ellos una especie de alfombra me enseñaba el ojete, un ojete con estrías, lo que me dijo que ya se lo habían follado y el coño ya ni tenía echa la cuenta de los pollazos que había recibido, un coño que yo llamaba de hippie (por los pelos), pero que hoy en día llamarían de bata de cola. Ganas me dieron de comérselos, mas dejé que hiciera el lecho donde íbamos a follar. Al acabar de hacerlo, se sentó…

- Ven y dime que más le gusta a Angelitas.

- Le gustan los cantantes. ¿Qué te gusta a ti?

- No me refería a eso, pero ya que lo dices... ¡Qué sosa! Cantantes, bah, maricones. A mí me gustan los toreros, son machos de verdad.

- ¿Quieres qué sea tu torero?

Me miró con extrañeza.

- ¡¿Tú?!

- Sí, yo.

Puse los calzoncillos de montera y fui caminando hacia ella. Bernarda, Rompió a reír... Y es que la cosa no era para menos. Con los calzoncillos en la cabeza, la polla de punta, el pecho echado hacia fuera, el culo echado hacia atrás, las manos puestas cómo si llevara en ellas dos banderillas, las piernas tiesas al caminar en las puntas de los pies, y diciendo…  "¡Ejeee, ejeee, bicho, ejeee, ejeee!"... Joder, es que hasta el gato encorvó la columna y erizó los pelos y las arañas y los grillos si no salieron a mirar la faena debió ser porque tenían miedo. Seguí con el show.

- El matador se acerca a su víctima y le pone el estoque en los labios.

Abrió la boca. Le metí la polla hasta la campanilla, y exclamé…

- ¡Oleeee!

Mi tía, casi le dan arcadas. Sacó la polla de la boca. Los ojos le lloraban. Se cabreó.

- ¡Cabróóón! Cuando me toque darte en el culo con mi zapatilla...

 


 

Seguí hablando.

- La bicha saca su furia. El matador le da una palmada en la frente para que la res se eche hacia atrás, pero la res lo burla y sufre una cogida (ya la tenía encima de mí). Los pitones se clavan en su carne... Siente uno de sus pitones rozar sus labios. Se lo muerde.

- ¡La madre que te pario!

- Se enfurece y lo vuelve a embestir (le di la vuelta y la puse debajo de mí). - El matador le mete las banderillas.

- ¡Me vas a romper los pezones, maricón!

- Era manso, el animal era manso.

La estaba exasperando. Me dijo…

- ¡Calla de una puta vez y entra a matar!

Me gustaba verla enfadada. Seguí hablando.

- La res mira al tendido (mi tía se había puesto a cuatro patas). El matador ve que es el momento de hacer la faena de su vida (le lamí el culo y el coño hasta que sentí que se iba a correr). Dispuesto a cortar las dos orejas y el rabo le mete una estocada en todo lo alto. Mi tía, exclamó…

- ¡¡Ayyyy!! ¡Me rompiste el culo, desgraciado!

Ni caso. Seguí con la faena.

- El animal flaquea de los cuartos traseros.

Cogió un cabreo impresionante.

- ¡¡Deja ya de joderme, cabronazo!!

Abandoné el papel de torero. Comencé el mete y saca en el culo, despacito, muy despacito y amasando sus tetas. Después metí dos dedos dentro de su coño, se los follé con ellos y le follé el culo con la polla. Mis huevos chocaban con su coño cada vez que se la clavaba hasta el fondo. Nalgueándola le dije…

- Así, por el culo, follé a Angelitas... Hasta que me pidió que me vaciara en el coño.

Aquello ya le gustaba.

- ¡¿No tenía miedo de que le hicieras un bombo?!

- No, de hecho me corrí dentro de su coño la mar de bien sin que ella rechistara.

- ¡Puede que la dejaras preñada! ¿Se corrió?

- Cómo una perra, pero no cuando la folle. Hice que se corriera comiéndole el coño.

- ¡¿Con tu leche dentro de su almeja?!

- Saliendo mi leche del coño.

- ¡¡Que cerdo!! Y que puta… Dejarse follar a pelo para que su marido se hiciera cargo.

- Me ofreció mil veinte euros por hacer eso.

- ¡Qué degenerada!

- La degenerada se volvió a correr, esta vez en mi boca.

Mi tía estaba embobada.

- ¡¿De verdad?!

- Tan cierto como que estamos follando.

- ¡¿Y tú te tragaste tu leche, y las babas de sus dos corridas?!

- Tragué todo lo que salía de estrecho coño.

- ¡Eres un puerco!

- Yo soy así, me gusta darle placer a las mujeres.

- Por eso no dejas de ser un puerco... Y ella es una aprovechada de cojones.

Saqué la polla del culo y se la froté en el coño. Mi tía echaba el culo para atrás pero yo no dejaba que mi polla entrase en su coño. Le dije…

- ¿Sabes que me dijo cuándo se iba a correr?

- ¿Qué te dijo la enferma?

- Quiero correrme en tu boca, Bernarda.

- Mientes.

- No miento, estaba follando conmigo y pensaba en ti. ¿Te gustaría que se corriese en tu boca?

- ¡Noooo! Es mi sobrina.

- Y yo tu sobrino. No mientas.

- Bueno, puede que sí.

- A estas alturas del partido podías ser sincera.

Ya se dejó de chorradas campestres.

- Sí, me encantaría comerle la almeja y que se corriera en mi boca y que ella me la comiera y correrme yo en la suya. Nunca lo hice con otra mujer.

Le metí la mitad de la polla. Empujó con el culo y la metió hasta el fondo. Lo estaba deseando.

- ¡Qué gusto! Fóllame duro.

Ni me moví. Me folló ella echando el culo hacia atrás. Le pregunté…

- ¿Tenías unas bragas con tu nombre bordado con hilo rosa?

Ahora movía el culo alrededor.

- Sí, me desaparecieron en el río.

La saqué del coño, se la volví a meter en el culo, le cogí las tetas y se las apreté.

- ¿Tenían el lamparón de una corrida?

Su voz sonó alegre. Giró la cabeza y vi que estaba sonriendo. Me preguntó…

- ¡¿Tiene Angelitas esas bragas?!

- Sí, me dijo que se hace unas ricas pajas oliéndolas.

Volví a meter y sacar los dedos en su coño y ya chapoteaban.

- ¡Ay que malita me estoy poniendo!

- Me dijo que te sedujera para poder follarte ella. Piensa chantajearte.

- Cuéntame más.

- Se muere por comerte viva. Sabiendo lo que ya sabes si no la follas hoy mismo es porque no quieres.

- ¡Ay que cachonda estoy! ¡¡Métela en el coño!! ¡Joder, Román… fóllame el coño!

La quité del culo y se la clavé en el coño de un chupinazo. Le di caña. Al ratito, mi tía…

- ¡¡Me corrooo!! ¡Me corro cabronazo, no pares por el amor de Dios!

Cogí sus duros pezones entre mis dedos y los apreté. Sus tetas se movían entre mis manos como si estuvieran vivas. Su coño apretó y soltó mi polla varias veces y la bañó de jugos. Yo no pude aguantar mucho más, le di duro y comencé a eyacular como un verraco entre rugidos ostentosos, y al llenar su coño de leche sus gemidos se volvieron encantadores, sensuales. Fue un polvo genial.

Al acabar de correrse, se echó boca arriba, mojó dos dedos en la leche de mi corrida, leche que comenzaba a salir de su coño, los chupó, y me dijo…

- Diez euros si me comes el coño hasta que me vuelva a correr.

¿Qué pensáis que hice?

No me podía creer lo que me estabas contando, una mujer como tú, que me había enseñado tanto sobre el sexo, una hembra que destilaba pasión en cada movimiento, una diosa del sexo oral… Me confesaba que nunca había conseguido correrse mientras le comían el coño.

- Menuda panda de inútiles. - Fue lo único que atiné a decir. No tenía nada en contra de tus ex (la mayor parte, buenos amigos), pero es que… manda cojones. Aquello había que solucionarlo y sin tardar.

No es por presumir, pero siempre me he considerado un virtuoso del sexo oral. Hace años una amiga me confeso que encontrar a un hombre que follase bien no era complicado, pero que encontrar un auténtico experto en el cunnilingus era como hallar un tesoro; desde ese día me obsesione en perfeccionar mi técnica y, modestia aparte, siempre he despertado elogios al finalizar mi trabajo. Así que esa confesión me alteró profundamente.

- Cariño, prepárate porque te voy a hacer la mejor comida de coño de tu vida. – Tu cara de perplejidad no podía esconder una profunda excitación.

Sin más preámbulos te rodee con el brazo y mis dedos hábiles y conocedores del camino se introdujeron bajo tus vaqueros. A pesar del par de polvos que habíamos echado ya ese día, otro de nuestros fugaces y pasionales encuentros en tu casa, tu seguías mojada y deseosa de más. Masajee tu vulva mientras mordía tu cuello y el lóbulo de tu oreja…, tú te recostaste sobre mi espalda y comenzaste a suspirar, mi otra mano se dedicaba a retorcer tus pezones, excitándote más y más.

No era cuestión de alargar más el sufrimiento, tú deseabas lo prometido y yo no quería hacerte esperar. Mientras te quitaba los vaqueros tú te despojabas de tu camiseta. Fui besando tus pechos, mordiendo tus pezones, lamiendo tu estómago, haciendo estragos con mi juguetona lengua, hasta que acabe arrodillado a los pies del sofá. En ese momento te pedí que te levantases y me tumbe plácidamente en el sofá; no alcanzaste a comprender muy bien mi gesto y te reíste. Te tuve que aconsejar que colocases las rodillas a cada lado de mi cara y te sentases a horcajadas sobre mí…

- Nunca lo había hecho así. Confesaste.

- Nunca habías sentido lo que vas a sentir ahora, muñeca.  Te conteste.

Sin más historias, empecé a mordisquear el interior de tus muslos mientras mis manos acariciaban tu culo. Tú te movías adelante y atrás, ansiosa. Saque mi lengua, alargándola lo más posible y recorrí entera tu raja haciéndote estremecer. Repetí este movimiento una docena de veces más y tú ya gemías dulcemente. Tu clítoris palpitante reclamó mi atención y me dedique a darle suaves golpecitos y a rodearlo con mi lengua… mmmm, sabia delicioso y te estaba encantando.

Continué alternando largo rato, haciendo tus suspiros más intensos, penetrándote con la punta de mi lengua y succionando tus labios. Tú estabas al borde de la locura, no sabías ni como colocarte, pasabas de acariciarte las tetas a tumbarte completamente hacia delante, el placer no te dejaba ni aguantar derecha… Cuando puse suavemente tu clítoris entre mis dientes comenzó la locura, tus gritos eran escandalosos, alarmando seguramente a más de un vecino.

Tu orgasmo se hacía de rogar, ya llevábamos así largo rato; pero un comedor de coños profesional nunca se rinde y decidí poner en práctica todo mi repertorio. Empecé a batir frenéticamente mi lengua sobre tu clítoris: arriba y abajo, derecha e izquierda, nuevamente arriba y abajo… Todo lo rápido que podía… La enorme cantidad de flujo que salía de ti, empapándome la barbilla, me hacía sospechar que iba por buen camino. Y no me equivocaba…

- Ahhhhhh, no pares, no pares…. empezaste a exclamar. Si paro me mata, era lo único que podía pensar en ese momento. – Me corrooooo, siiii, sigue, me corroooo… Aaahhhhhhhhh.

Tu orgasmo creció intensamente, comenzaste a mover las caderas sobre mi lengua, buscando los últimos latigazos de ese fulminante placer. Gritabas mientras te derrumbabas hacia delante, con la cabeza en el suelo prácticamente. Yo fui poco a poco aminorando el ritmo, haciéndote sentir como te ibas derritiendo poco a poco de cintura para abajo. Cuando paré, sudabas y temblabas; giraste sobre ti misma cayendo al suelo al lado del sofá, me miraste con la mirada perdida, los pelos de loca y me dijiste:

- Es la mejor comida de coño que me han hecho en mi vida, me he corrido como una loca, eres un cabrón.

Mi sonrisa de satisfacción fue la mejor respuesta que podía darte.

 

**************

 


 

Era el día de la fiesta en el Albujón, una aldea que estaba al lado de la nuestra. Se oía la música de una charanga. Yo estaba pescando truchas con mosca en un recodo del Río de Menases. Veía a los mirlos salir de los árboles en silencio y cagando leches al oír el ruido de las bombas. El día era soleado. Ni una nube se veía en el cielo y no se movía ni una paja.

Vi una trucha pasar río arriba. Debía ser cegata por que no vio la mosca. A mi lado llegó Angelitas. Vestía unos pantalones vaqueros ceñidos al cuerpo, una blusa blanca y calzaba unos zapatos de tacón bajo. Olía a jabón Heno de Pravia. Su cabello rubio, que le llegaba a la cintura, lo traía suelto, y traía pintadas las uñas y los labios de un rojo claro. Me preguntó:

- ¿Cómo va esa pesca?

- Mira en la cesta.

Miró y vio que había pescado cinco truchas de tamaño mediano.

- No está mal. Yo también vengo de pesca.

- ¿Sin caña?

Se desabrochó dos botones de la blusa.

- Para pescar un polvo de macho no hace falta caña.

Dejé la caña -era una caña de bambú-, me levanté, y le dije…

- Para mí no mires, loca. Te hice favores mientras estaba tu marido fuera. Ahora lo tienes en casa. No quiero acabar con una camada de ostias encima. Tu marido es mucho mal bicho de Dios.

- Está en la taberna, emborrachándose con sus amigotes.

- Ya, pero los árboles tiene ojos.

- No sabía que fueras tan cobarde.

- ¡¿Cobarde?! Tu marido fue boxeador, coño. ¿No te dio lo tuyo después de estar tanto tiempo en el extranjero?

- La verdad es que ayer lo pasé de miedo. Me folló cómo nunca me había follado. Pero eso fue ayer, y mi coño pide guerra continua…

Vimos venir a mi amigo Pancorbo. Angelitas, me dijo…

-Esta tarde a las cinco te espero en la Caballeriza del robledal. Tengo ganas de hacer cosas sucias

- No voy a ir.

No aceptaba un no por respuesta.

- Te espero.

Pancorbo, que había visto cómo Angelitas se abotonaba la blusa, al llegar a mi lado, me dijo...

- Se está rifando un diluvio de hostias y llevas todas las papeletas para que te toque.

- ¿Tú qué harías?

- Yo, si fuera tú me haría una paja y me quitaba de líos.

Yo no era él.

Esa tarde estaba meando detrás de un roble en la Caballeriza cuando llegó Angelitas. Se me acercó. Me cogió la polla, apretó el tronco despojando el glande de prepucio, y luego deslizó toda la piel a la punta, yo seguí meando, haciéndose una bolsa en mi polla, se agachó, la acercó a su boca, soltó la piel poco a poco, y la meada salió de mi polla cómo si estuviera saliendo de un aspersor, regándole la cara y la boca. Era nuevo lo que había hecho, pero no me sorprendió, era muy guarra. Al acabar de hacer la cochinada, me dijo…

- ¿De ti me gusta hasta tus calientes meadas?

Le cogí miedo. Sabía que ahora iba a querer mear por mí, no sería la primera vez, y no es que me molestara, pero llevaba puesta la ropa de los domingos. Al quitar el botón del pantalón y bajar la cremallera, le dije…

- No se te ocurra mearme.

- ¡Vaaale… no te preocupes…!

Bajó el pantalón y las bragas hasta las rodillas. Su fina pelambrera rubia brillaba bajo el sol y el capuchón de su clítoris sobresalía entre el escaso vello, solo sobre su pubis, dejando de manera natural, toda la vulva pelada. Me agaché y se lo iba a lamer, pero se dio la vuelta, y me dijo…

- Cómeme el culo primero.

Me agaché y le abrí las nalgas. Angelitas oteaba el horizonte por si aparecía alguien. Lamí entre sus nalgas. Jugué con mi lengua alrededor de su ojete y después metí la punta dentro. El ano, queriéndola apretar, la sacaba... Se la volvía a meter, volví a lamer... Sin masturbarla, puse un dedo en la entrada de su vagina para sentir cómo se abría y se cerraba al compás del ojete. Al poco sus jugos bajaban por el interior de sus muslos. Sus gemidos eran dulces y casi inaudibles. Cuando se dio la vuelta tenía la blusa desabotonada y las copas por debajo de las tetas, unas tetas, con areolas rosadas que me apuntaban con sus erectos y duros pezones. Mi lengua se posó en su pezón derecho, lo aplastó, lamió la areola y después mamó la teta, mi otra mano masajeaba la otra teta.

Angelitas acariciaba mi cabello. Luego busqué sus labios. Me recibió metiendo su lengua en mi boca, y echándome la mano a la rocosa polla. Me la meneó. Nuestras lenguas, que eran viejas conocidas, se saludaron con efusividad. Después de comernos las bocas, mi lengua lamió su otra teta... Luego le cogí las dos, y magreándoselas, se las mamé. Me cogió la cabeza y me la llevó a su coño. El clítoris ya había abandonado el capuchón, lo lamí y se estremeció. Se quitó el pantalón por una pernera, las bragas y un zapato. Se apoyó con las dos manos a un roble, abrió de piernas y echó el culo hacia atrás, era obvio por donde quería que le diera, le volví a follar el culo con la lengua y después se la fui metiendo en él muy despacito. Angelitas tenía ganas de marcha. Me dijo…

- Dame duro, maricón. ¡No me seas cabronazo y métemela bien dentro!

Le agarré las tetas, y apretándolas le machaqué el culo.

- ¡Más fuerte!

La cogí por el cabello, y tirando de ella la follé con más fuerza. Con su cabeza echada hacia atrás y con los ojos llorando de lo fuerte que le tiraba, me dijo…

- ¡Más rápido, cabronazo!

Ya me había puesto negro.

- ¡Ahora verás, cabrona!

Le agarré el cuello con las dos manos, le apreté la garganta y la taladré con fuerza y a toda ostia.

- ¡Me asfixias!

Le solté la garganta. Tres dedos de mi mano derecha volaron sobre su clítoris a tiempo que le apretaba una teta con la otra mano. Sus gemidos subieron de tono. Se iba a correr. Le tapé la boca. La seguí taladrando, y se corrió como pocas veces se había corrido, sacudiéndose desde los pies a la cabeza.

Al acabar le quité la polla del culo. Se dio la vuelta, se agachó, y aun tirando del aliento, me mamó la polla.

- ¡Qué bien sabe a macho!

Después de olerla, me la mamó, me la sacudió y me la chupó... En nada me corrí en su boca.

Después de tragarse la corrida a la vista de mis ojos, se vistió. Me extrañó que lo hiciera, ya que no era de las que se conformaban con correrse solo una vez. Yo guardé la polla. Antes de marchar, me dijo…

- Espera unos minutos y después sal, me seas tonto que la liamos.

- Vale, mira quién lo dice… la que le pone los cuernos a su marido en su presencia.

Anduvo media docena de pasos, y me dijo:

-Mira, la tía Bernarda va a mear a su huerta de maíz.

-¿Y tú cómo sabes que va a hacer?

- Por qué lleva una mucha prisa…

La Caballeriza estaba en un alto. Fui a mirar y vi cómo mi tía desaparecía entre los verdes y altos pies de maíz. Angelitas, me preguntó…

- ¿Vamos a espiarla?

- ¡¿Quieres ver cómo mea?!

- Quiero.

- ¡Qué puerca eres, coño!

- ¿Vamos?

- Vete tú. A mí no me apetece ver...

- Si no vienes no me follas el coño, ni nada más conmigo.

Sabía dónde más me dolía. Dimos un rodeo y entramos en la huerta por la parte que daba al río. Angelitas iba delante de mí. La huerta parecía una jungla. Cuando la encontramos estaba tumbada boca arriba mirando una revista de putas con la falda levantada y con su mano derecha moviéndose dentro de sus bragas haciéndose una soberana paja. Angelitas, le dijo…

- ¿Te falta mucho, Bernarda?

Mi tía llevó un susto morrocotudo. Quitó la mano del coño. Tiró con la revista. Se sentó. Levantó la falda. Se levantó, se dio la vuelta, y dijo…

- ¡Qué vergüenza!

Angelitas se iba a aprovechar.

- ¡Ni vergüenza ni hostias! Nunca la tuviste. Te vamos a follar cómo a una perra.

Mi tía, le imploró.

- Deja que me vaya, por favor.

- ¡Tú te quedas! Voy a hacer contigo lo que me salga del coño.

- Soy tú tía.

- Eres una puta. ¿No le dijiste al primo que me querías comer el coño y que yo te lo comiera?

Lo negó a palo seco.

- ¡Nooo! ¡Eso es una calumnia!

Angelitas me miró con cara de pocos amigos.

- Devuélveme el dinero que te di.

- Ya lo gasté, pero miente, me lo dijo.

Mi tía era una zorra de cuidado. Cómo si no lo supiera, me preguntó…

- ¿Por qué te dio las 20 euros?

Cogí un cabreo brutal.

- ¡Jodida loca! Me las dio por lo mismo que me las diste tú, por comerle el coño. Ya me tocasteis los cojones. Voy a correr la voz de que os follé a las dos.

Angelitas, se apresuró a decir…

- Mi marido te mata.

Bernarda le dio por el palo.

- Y el mío cuando venga te entierra.

Estaba empalmado. Tenté mi suerte. Saqué la polla, y les dije…

- Si no queréis que hable... ¡A mamar, locas!

Tuve premio. Se pusieron en cuclillas, Angelitas cogió mi polla con su mano derecha, la empujó hacia arriba y me lamieron los huevos. Iban con sus lenguas lamiendo hasta llegar al glande, allí mamaban por turnos y volvían a bajar hasta los huevos. Me la pusieron más dura... Y a latir al ver como de darse un pico pasaban a un pequeño beso con lengua y cómo luego se comían vivas entre mamada y mamada. Estaban cachondas de verdad y me pusieron cachondo a mí. Al levantarse, besándose, se quitaron las blusas, las faldas, los sujetadores, las bragas, Angelitas, los zapatos y Bernarda, las chanclas, unas chanclas azules de goma que tenían dos tiras por encima. Solo se oían gemidos. Yo me la pelaba con la ropa puesta y los huevos por fuera de la bragueta. Estaban buenísimas, Angelitas con sus largas piernas, sus largo cabello rubio, sus labios y las uñas de los dedos y de los pies pintadas de rojo, con su coño aterciopelado y sus tetas redondas y perfectas, parecía una estrella de cine porno, Bernarda, en su madurez, tenía un polvo bestial.

 


 

Vi cómo Angelitas le pasaba la lengua por los labios y cómo ella abrió la boca y se la chupó, vi cómo sus tetas se apretaban una contra la otra y cómo se cogían por los culos, luego vi cómo Angelitas le mamaba las tetas, saboreándolas, lamiendo y chupando cada centímetro. Vi sus duros pezones mirando al frente y desapareciendo en su boca. Sentí los gemidos de mi tía cuando la lengua de Angelitas comenzó a lamer su coño. No pude evitarlo, me agaché detrás de ella, y por segunda vez en media hora, abrí unas nalgas, lamí un culo y follé un ojete con mi lengua. Poco después mi tía, dijo…

- ¡¡Me voy a correr cómo una perra!!

Angelitas, le contestó:

- Eres una perra, no te puedes correr de otra manera.

Estaba lamiendo su ojete cuando vi llegar el dedo corazón de mi prima, se lo metió en el culo.

- ¡Me encanta follarte el ojete, puta!

Bernarda ya estaba buena de ir. Su culo no paraba de abrirse y de cerrarse. Yo no estaba menos cachondo que ella. Me levanté y por detrás le metí la polla en el coño. La follé despacito y hasta el fondo mientras Angelitas le lamía el clítoris. No tarde más de cinco minutos en llenarle el coño de leche mientras Angelitas me chupaba y masajeaba los huevos colgaderos. Al sacarla, Angelitas le lamió el coño con celeridad y mi tía se corrió en su boca, diciendo…

- ¡Tomaaa, cerda! ¡Bébete la leche de tu primo!

Bernarda temblaba una cosa mala, y Angelitas, tragaba, tragaba mi leche y los jugos de la corrida de mi tía, y los tragaba con ganas. Tragando estaba cuando sentí cómo si un elefante viniese caminando entre el maíz. Al llegar a nuestro lado se me pusieron los cojones de corbata. Era Braulio, el marido de Angelitas. Un bicharraco, alto y musculoso. El acojone me duró un par de segundos, el tiempo que mi tía tardó en decir…

- Creí que ya no venías.

- Veo que todo salió cómo habíais planeado.

Las muy putas me habían engañado. ¿Qué buscarían? Cuando Braulio sacó la porra, sí, de flácida era cómo la porra de un guardia municipal. Agarré un troncho de coliflor. Si venía con idea de reventarme el culo le daba tal leñazo que le saltaba los dientes. Me tranquilicé cuando se arrodillaron delante de él... Se la mamaron hasta ponerla dura. Joder. Con su voz ronca, le dijo a Bernarda…

- Ven aquí, cordera.

Bernarda, que se acababa de correr y aún le goteaba el coño, se puso en pie, la cogió en alto en peso, ella se agarró a su cuello y le rodeó con las piernas, mientras su esposa le puso la polla de Braulio en la boca del coño de su tía… este la metió en el maduro coño aquella animalada de polla... Angelitas cogió una chancla y le largó a su tía en el culo, con rabia. "¡Zas, zas!" Luego, le dijo…

- ¿Te gusta joder a mi marido, puta? ¡¡Quieres que te deje bien preñada!!

- Sí, perra. ¡Me encanta meterte los cuernos! ¡¡Me gusta la leche de sus cojones…!!

La provocaba para que le diera más, y le dio, le dio con tanta fuerza que dolía solo con ver cómo le daba… ¡¡¡Zas, zas, zas...!!!

Le estuvo dando hasta que el culo le quedó en carne viva, Bernarda, a golpe de chancla y de pollazo se acabó corriendo corrió cómo una bendita. Al ratito vi la verga mojada de jugos entrar y salir del coño cómo si nada. Angelitas, que ya tirara la chancla, le metió un dedo en el culo…. Comenzó a tocarse el coño y a besar a su tía y a su marido. Me habían olvidado. Mejor, no fuera que Braulio me las tuviera guardadas.

Cuando Bernarda se volvió a correr. Le vino con tanta fuerza que se soltó de su cuello, se echó hacia atrás, y si Braulio no la agarra, se descoyunta, la abrazó su sobrina Angelitas. Al acabar de correrse la puso sobre la hierba. Estaba media muerta. Braulio, le dijo a Angelitas… - Ven.

Angelitas le echó los brazos al cuello a su marido. La levantó cómo hiciera con Bernarda y le calvó la verga hasta el fondo. Con ella dentro, Angelitas, me dijo…

- Quiero tu polla dentro de mi culo, primo.

No me lo tuvo que repetir dos veces. Fui a su lado y se la metí. Las dos pollas juntas más que llenarla casi la revientan. Braulio, me miraba y yo no las tenía todas conmigo, pero para esa doble penetración me engañaran las cabronas, y tenía que cumplir. Poco tiempo, la verdad. Era demasiado el morbo. En menos de diez minutos le llené el culo de leche. Braulio le inundó el coño. Sintiendo las pollas manar dentro de ella, exclamó…

- ¡¡Me cooorro, cabrones!! ¡¡Me estáis llenado de leche el coño y el culo a rebosar!!

Al quitar la verga del coño la echó al lado de Bernarda. Las muy putas se besaron. Volvieron a oírse las bombas de la mascletá. Bernarda, metió la cabeza entre las piernas de su sobrina, la sacó, y con los labios manchados de semen, dijo…

- ¡Fiesta! ¡Esto sí que es una buena FIESTA….!

 

***************

 

Estaba en el monte. Hacía frío. El cielo estaba cubierto de nubes negras cargadas de lluvia. Le lancé un palo a mi perro para que fuera a buscarlo. Lo cogió. Volvía con él en la boca cuando se cruzó en su camino mi prima Elisa. El perro, un pastor alemán, dejó el palo a sus pies, la miró y le dio al rabo. Elisa le acarició la cabeza y siguió su camino.

Mi prima Elisa y yo nos criamos juntos y fuimos inseparables hasta que un día de Reyes se rompió la relación uña y carne. Fue por culpa de una muñeca de trapo con cara de cartón (la hizo su la madre que era costurera) que le regalaran a ella y una pistola de agua que me regalaran a mí. Estaba mi prima con la muñeca en brazos, cuando le dije…

- Hay que lavarle la cara para que sea más bonita.

Vacié mi pistola de agua en la cara de la muñeca. Al rato la muñeca estaba desgraciada, mi prima llorando y yo sin pistola.

Elisa lo tomó tan a pecho que me cortó el habla, o eso pensé por aquel entonces... Muchos años después, Elisa, era una joven guapísima, alta cómo un pino y delgada cómo un palillo, de ojos azules y cabello de color negro azabache que recogía en dos trenzas.

Eran las seis de la tarde de un martes del mes de diciembre. Vestía Elisa su viejo vestido con rayas verticales rojas y negras que le daba por debajo de las rodillas y calzaba sus zapatones de encargo, que llevaba con unos calcetines rojos cuando se levantó un viento muy fuerte. Se le subió la falda y le vi las piernas y las bragas blancas. Elisa, sin soltar el saco que llevaba en la mano para llenar de piñas, bajó el vestido, se agachó, juntó las rodillas, abrió las piernas y con una mano detrás y la otra delante lo apretaba contra ella. Se arrimó de espaldas a un pino, y con las dos manos sobre la pelvis, las rodillas juntas y las piernas abiertas…

- ¡¿Qué miras?!

- Te miro a ti.

No sé si fue por dirigirme la palabra o por el viento, pero estaba cabreada.

- ¡¿Y qué coño ves?!

Rompí a reír, y después le dije…

- No, el coño no te lo vi.

Si pudiera soltar el vestido me mordía en la cabeza. Sus ojos parecían los de una loca.

- ¡CABRÓN!

- Cabrón... Hombre que está casado con una mujer que le es infiel, especialmente si consiente en el adulterio... No estoy casado, no soy un cabrón.

Me seguía echando unas miradas que mataban.

- Ya salió el estudiado. ¡Si supieras cómo te odio! ¡¡Vete!!

- Me voy, pero tú debías salir de debajo del pino, con el viento que sopla te puede caer una piña en la cabeza… y si la tormenta trae rayos, es aún peor.

Comenzó a llover con ganas. Corrí hacia la casa de la Meiga, mi perro me siguió y Elisa corrió detrás de él.

La casa de la Meiga (bruja) era una casa abandonada donde viviera una mujer que tenía docenas de gatos negros, por eso le llamaban la Meiga (había muerto hacía un par de meses). Tenía un solo hueco, sin revestir, en que estaba la cocina de piedra, el comedor, que lo formaba una mesa y dos banquetas, una cama que tenía una cobertura hecha de pieles de conejo y tenía dos ventanas y una puerta de roble sin pintar.

Llegamos a la casa calados. Frotándose las manos, dijo…

- ¡Qué frío!

- ¿Enciendo un fuego?

Seguía de morros.

- Haz lo que te dé la gana.

Cogí dos piñas en su saco y palos que había debajo de la cocina. Encendí el fuego con mi mechero de gasolina, y después le dije…

- ¿Cómo me puedes guardar rencor después de tantos años?

- Yo no te guardo rencor.

- ¿Y por qué hace tanto tiempo que no me hablas?

- Me lo prohibió mi madre. Me dijo que acabarías siendo una mala influencia. El tiempo le está dando la razón.

Todo lo que me decía era nuevo para mí.

- ¡¿En qué?!

- ¿De cuantas amigas mías te reíste?

Le eché unos palos más al fuego, y le dije…

- ¿Yo? De ninguna.

- Carmiña me dijo...

No la dejé acabar de hablar.

- Carmiña me puso unos cuernos que no entraba por la puerta de mi casa.

Me miró. Su cara era de sorpresa. Me preguntó…

- ¿Con quién te puso los cuernos?

- Eso pregúntaselo a ella.

- ¿Y las otras siete?

- ¡Coño! Las tienes bien contadas.

- ¿Qué pasó con ellas?

- Me dejaron ellas a mí.

- Si me dijeron todas que se la metiste.

- Pues sí, se la metí bien dura por el coño a todas, eso fue lo malo.

- ¿Para quién?

- Para mí. Después de probar mi polla quisieron probar otras.

- ¿No me mientes?

- ¿Qué gano con mentirte?

Estuvimos un momento callados frente al fuego. Rompí yo el silencio.

- ¿Ya entraste en calor?

Volvió al tema de antes.

- ¿De verdad que todas te pusieron los cuernos?

- Todas.

- ¿Y te enamoraste de todas?

- Las quise a todas, pero enamorarme no me enamoré de ninguna, ni de la prima Angelitas… ya ves que está bien casada con Braulio

- Ya, ella ha tenido mucha suerte… es un buen macho. Y tú… ¿Pensaste en mí alguna vez?

- Yo, y todos los días y creo que piensan en ti todos los hombres de la aldea. Caen más pajas pensando en ti que higos da la higuera de Armando.

- ¡Serás sinvergüenza!

- ¿Por decir la verdad?

- Te preguntaba si pensaste en mí alguna vez para hacer las paces.

- Miles de veces. Pero siempre rehuiste mi presencia. Nunca te quise incomodar.

- Eso es cierto. ¿De verdad que todos los hombres de la aldea en edad de hacer una paja pensaron en mí alguna vez?

- Más de una, eso te lo puedo asegurar.

- Vaya, nunca se me había ocurrido pensarlo.

- ¿Cómo te sientes al saberlo?

- Bien, sienta bien saberse deseada. Me reconforta, aunque ahora los miraré de otra forma a todos los hombres que me escudriñen el cuerpo con su mirada.

 


 

Con el calor me había empalmado. Tapé el como pude en varias posturas, viendo saltar chispas al arder los palos, le dije…

- Me estoy poniendo malo. Esta conversación me me parece adecuada…

- ¿Qué te pasa?

- No puedo decírtelo, si te lo digo dejas de hablarme otra vez.

- Dilo sin miedo.

- Pues que me has puesto empalmado.

Me sonrió. Me miró para la entrepierna, y me dijo…

- No te creo. Quita las manos y ábrete las piernas.

Quité las manos, vio el bulto y se escandalizó.

- ¡Andas salido!

- Mujer, los dos aquí solos, te vi los mulos y hasta las bragas…

No me dejó acabar.

- ¡Me voy!

- Fuera llueve y hace frío.

Se apresuró a decir:

- Y aquí hace un calor muy agradable, y ahora que hemos roto el hielo...

Elisa estaba colorada cómo un tomate maduro. Al querer irse la cogí por la cintura y la besé en el cuello. Su piel era sedosa. Olía a champú de huevo. Apreté el paquete contra su culo…

- Tengo que intentarlo, aunque vuelvas a cortarme el habla.

- Déjame, Hernando.

Su voz me había sonado dulce, acaramelada, cómo de enamorada. La volví a besar en el cuello. Le mordí el lóbulo de una oreja. No trataba de soltarse de mí y eso me ponía más perro, dijo…

- ¡Déjame, primo! ¡Eres un semental incorregible…! ¡¿te gusta follarte a todas la primas!?

- No a todas, solo a Angelitas y a ti… y a nuestra tía Bernarda.

Mis manos dejaron su cintura y se posaron en sus duras tetas. Seguía sin moverse. Le levanté el vestido y mi mano derecha se metió dentro de sus bragas. Tenía el coñito mojado…

- Eres malo, muy malo… ¡Vamos que follarte también a la vieja de nuestra tía!

- No es tan vieja… y folla de vicio, mejor que algunas de vosotras.

Le metí el dedo corazón dentro de él.

- ¡¡Déjame, cochino!!

Le giré la cabeza y la besé. Sus tiernos labios temblaron al entrar en contacto con los míos y su fino cuerpo se estremeció. No me devolvió los besos. Al dejar de besarla, me dijo…

- Déjame ir…  no quiero que me folles.

No se iba porque no quería. Me puse en cuclillas delante de ella y le bajé las bragas. Seguía sin moverse. Le levanté el vestido y vi su coñito rodeado de vello negro. Me preguntó…

- ¿Qué vas a hacer?

- Comerte el coñito…. Me he convertido en un auténtico vaginariano.

- ¡¿Vaginariano…?!

-Come coños…

- ¡Ah! ¿Y si viene alguien?

No me había dicho que no. Ya la tenía, le respondí…

- Con este tiempo nadie sale de casa.

- Cierra la puerta por dentro por si acaso.

Ya no había vuelta atrás. Cerré la puerta de la casa, volví a su lado, me agaché y comencé a lamer su coñito mojado. Puso sus manos en mi cabeza, acarició mi cabello, y me preguntó…

- ¿Le hacías esto a ellas?

- Sí. A todas… a todas os gusta que os coman el coño, no todos los hombres lo hacen.

Metí mi lengua en su vagina... Lamí su coñito de abajo arriba, lamí su clítoris...

- Cierto y no sé por qué porque… ¿Sabe rico mi coñito?

- Está delicioso para mí, pero a la mayoría le da asco un coño baboso como este.

Dejé que el vestido me cubriera, y seguí lamiendo y follando su sexo con mi lengua. Tenía el coñito estrecho... Después chupé el dedo corazón y se lo metí dentro del culo. Con la voz entrecortada, dijo…

- ¿Sabe mejor mi coñito que los otros que comiste… mejor que el Angelitas y la tía?

- Mucho mejor… lo tienes muy dulce y afrutado.

Hice que se girara, le lamí el ojete y le metí la punta de la lengua dentro.

- ¡Qué cochino!

Metiendo y sacando el dedo de su coñito le follé el ojete con la lengua. Poco después sentí cómo le temblaban las piernas y como un líquido calentito bajaba por mi dedo al tiempo que su coñito lo apretaba. Elisa gemía en bajito. Se estaba corriendo y era cómo si no quisiera que yo lo supiera, pero lo supe. ¡Cómo para no saberlo con su ojete abriéndose y cerrándose al entrar y salir la punta de mi lengua de él!

Al acabar de descargar, saqué la cabeza de debajo de la falda, me puse en pie y busqué su boca con la mía. Me devoró... Lamió, chupó y mordió mi lengua. La que parecía recatada se había convertido en una vampiresa, le pregunté… - ¿Vamos para la cama a follar?

Su respuesta fue poner su mano en mi cabeza, levantar el vestido con la otra y llevar mi boca a su coñito... Volví a lamer su clítoris, se lo chupé, volví a lamer y chupar sus labios vaginales, le volví a follar la vagina con la lengua y le volví a follar el culo con el dedo. Se puso cómo loca mientras le recorría todo el coño desde el periné al clítoris, extendiendo la lengua por dentro de sus labios vaginales… le follaba la vagina poniéndole dura mi lengua...

- Así, así, no pares. ¡Ay, qué gusto! Sigue, sigue. Ay, que me voy a correr, ay, que me voy a correr, ay que me corro, ay que me corro. ¡Ay qué me corro! ¡¡Me corro, Hernando!!

Al correrse tiró de mis pelos cómo si quisiera arrancarme la cabellera. Mientras temblaba dos regueros de jugos acuosos bajaron por el interior de los muslos de sus largas piernas. Sus gemidos eran deliciosos. Acabó de correrse al tiempo que dejaba de llover. Con una sonrisa de oreja a oreja, subió las bragas y me dijo…  - Me voy.

Me toqué el paquete, y le pregunté…

- ¿Me vas a dejar así… con este empalme y dolor de huevos…?

- Yo no te puse así, te pusiste tú solito.

- No me seas PUTA… ¡¿te crees que me excito viendo las vacas  en el prado, o qué?!

Un rayo iluminó la casa, y al rayo siguió un trueno. Me saltó encima. Sus brazos rodearon mi cuello y sus delgadas piernas mi cintura. Sentí su cuerpo temblar y su respiración acelerada. Le tenía pánico a los truenos aunque lo peligroso fueran los rayos. Comenzó a caer granizo. Hacía tanto ruido sobre las tejas que parecía que se iba a caer el tejado. Le dije…

- Tengo ganas de metérmela dentro de tu coñito.

- Sería muy peligroso, estoy en mi ovulación...

- Para algo está la marcha atrás… aún no he dejado preñada a ninguna...

Besándonos la llevé hasta la cama. La puse encima. Echada sobre las pieles parecía una muñeca de ojos azules.

- No deberíamos, Hernando.

- Nadie se va a enterar… ya sabes que entre primos hay más arrimo.

Le desaté los cordones de los zapatones, se los quité y le quité los calcetines. Besé las plantas de sus pies. Soltó una carcajada, y después me dijo…

- Me haces cosquillas.

Dejé sus pies, y le dije:

- Lo que voy a hacer es que veas las estrellas y las disfrutes… No te vas a olvidar de tu primo en semanas, o meses…

Facilitó que le quitara el vestido. Tenía las piernas cerradas. Fui besando el interior de sus piernas, piernas que se fueron abriendo... Sus rodillas se flexionaron y su culo se levantó para que le quitara las bragas mojadas. Después le quité la blusa azul, se la quité botón a botón y beso a beso. Le siguió el sujetador. Sus tetas eran cómo naranjas, las magreé, lamí y chupé sus areolas marrones y sus pezones pequeños y duros… Salí de la cama y me desnudé. Elisa vio mis huevos hinchados y la polla tiesa.

- ¡Joder primo, estás muy bien armado! Tienes un pollón del copón, y unos huevazos de aquí no te menees… ¡¡Seguro que producen mucha leche!! ¿Verdad? Deben hacer más leche que una vaca parda. ¡¡Si me llenas, me preñas seguro!!

 Se la puse en los labios, la cogió con su mano derecha y me la chupó. Estaba tan cachondo que no duré nada. La avisé...

- Sácala que me voy a correr.

Quitó la polla de la boca tarde tras el tercer chorro, los dos primeros se lo bebió, y era los más caudalosos, el resto me corrí mientras la frotaba en sus areolas y sus pezones.

Al acabar de correrme, me dijo…

- Dame las bragas para limpiar las tetas.

- Sé otro modo mejor de limpiarlas.

Le lamí las tetas, me preguntó:

- ¡¿Qué haces?!

Lamí, chupe... Y me tragué mi propia leche. Elisa estaba anonadada.

- ¡Mira que eres cerdo! ¡Es tu propia lefa!

- ¿Acaso tú no te chupas los dedos cuando te haces una paja?

No me contestó.

Después de comerle las tetas, me arrodillé entre sus piernas y froté mi glande en su coñito empapado y en su clítoris al tiempo que le magreaba las tetas. Elisa tenía las manos en la posición de la maja desnuda, me miraba cómo mira la del cuadro y se dejaba hacer. Quise meter la punta de mi polla en su coñito, pero no entró... Seguí frotando, y a fuerza de rozar mi polla en su vagina y de besarla esta al abrirse y al cerrarse, logré meterle la punta. Rodeó mi cuello con sus brazos, me besó, y después me dijo…

- Pensé que la primera vez dolería más.

Con ella dentro, un rayo volvió a iluminar la casa. Esta vez el trueno sonó más cerca. Elisa se abrazó a mí, me apretó contra ella y la polla entró hasta la mitad. Exclamó…

- ¡Ay! ¡¡Me dio!!

Sí que le había dado, y en todo el coñito, pero no el rayo. Ya no la quité. La seguí follando hasta que la polla se deslizó por el apretado túnel dándole solo placer. Cuando comenzó a gemir, le dije…

- ¿Quieres subir y follarme tú a mí?

- Vas a pensar que soy una fresca.

- Lo que voy es ver a una preciosidad disfrutando.

Me empujó, sonrió con picardía, y me dijo:

- ¿Crees que soy preciosa?

- Sabes que lo eres.

Me di la vuelta y se quedó encima. Me folló despacito, pero hasta el fondo desde la primera clavada... Me besó... Me dio las tetas a mamar, unas tetas con tacto sedoso, cómo toda su piel, que no se movían y que tenían los pezones tiesos y las areolas hinchadas. Cuando ya estaba a punto, me besó, y me dijo…

- Cierra los ojos. No quiero que veas cómo me corro

- ¿Y eso?

- Me da vergüenza.

Cerré los ojos. Elisa, con sus manos apoyadas sobre mi pecho me folló a mil por hora. Sentía su culo yendo hacia atrás y hacia delante... Abrí los ojos y la miré.

- ¡No me mires!

Su ceño se frunció, miró al techo, después cerró los ojos de golpe, y dijo…  - ¡¡¡Oooh!!!

Sentí cómo su coñito desbordaba. Otro rayo iluminó la casa. No vio la luz del rayo ni sintió el ruido el trueno, ni el de la granizada que cayó después, ya que al correrse cerró los ojos y chilló cómo una coneja cuando folla. Al acabar de correrse, saqué la polla, la cogí por la cintura y le puse el coñito en mi boca. Empapado y aun latiendo lo encontré delicioso.

- Quiero que te corras en mi boca.

Se rio cómo una tonta.

- ¡Ay, cómo eres! Vale, come, goloso. A ver si eres capaz a hacer que me corra otra vez.

Empecé lamiendo y follando su culo. La idea era excitarla a ver si me dejaba follárselo. Funcionó, ya que al rato.

- ¿Quieres meter ahora un poquito en mi culo?

- Sí, pero métetela tú. No quiero hacerte daño.

Elisa cogió mi polla con la mano izquierda y la frotó en su ojete mientras me metía las tetas en la boca. Sentía su culo latir cada vez que la ponía en la entrada... Estaba tan excitada que cuando metió la punta dentro no le dolió. Ni tampoco cuando metió el glande. Yo ya estaba tan cachondo que me iba a correr. Le dije…

- Te voy a llenar el culo de leche.

Quitó la polla del culo de pronto, y la frotó en el coño, yo pensando que eso era lo que quería se la clavé en el útero y me derramé en la entrada de su conducto uterino, mientras le frotaba el clítoris y sus labios vaginales. No me dijo nada mientras me vaciaba los huevos en su interior chorro a chorro, la eyaculación duró bastante, lo suficiente pero no lo necesario para dejármela  satisfecha… Continué follándola un poco más hasta que sintió que se iba a correr me volvió a poner el coñito en la boca. ¡Cómo lo tenía lleno entre sus jugos y mi corrida! Lo frotó en mi lengua, y en segundos, exclamó…

- ¡¡Qué corrida, madre, que corrida viene ahí!!

Volvimos a follar de nuevo y la volví a llenar antes que la tormenta acampara.

 


 

En comida de Nochebuena nos habíamos juntado toda la familia, ese año la abuela quería que se nos olvidaran las rencillas que existían entre algunos de los primos, cuñados y hermanos… la abuela ya contaba con 101 años y todos pensábamos que podría ser su última Navidad, una vez más. Yo, hacía más de seis meses que no paraba por el pueblo, desde las fiestas, justo a los dos días de la tormenta que pasé con Elisa en la casa de la Meiga, me fui a Santiago a estudiar, el verano lo pasé en Irlanda para afianzar mi inglés, y ahora estaba allí, en la reunión familiar cuando empecé a ver el panorama… Mi tía Bernarda y mi prima Angelitas con una panza en avanzado estado de gestación… de ellas era de esperar que sus maridos las preñase, de esa noticia ya me había contado mi madre,  pero lo que  no sabía, era lo de mi prima Elisa… fue la última en aparecer y también la vi panzona, mi prima Elisa se hallaba en el mismo mes. Durante la velada, me confesó que su panza era mía, pero las otras dos nunca lo reconocerían. Los tres bebés salieron con los ojos negros…, en total dos niños y una niña de mi tía Bernarda, la prole salida de mis gónadas comenzaba a expugnar la comarca en donde nací.

 


 

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